Recuperando la Memoria Histórica

Posted By on 12 de agosto de 2010

Uno de los primeros servicios que hizo el recién creado Cuerpo de la Guardia Civil, fue garantizar la seguridad y el tráfico en la inauguración del Teatro Real de Madrid en el año de 1844, con la ópera «La Favorita» de Donizetti.

Como iba a acudir la Reina con toda su familia, gran parte de la nobleza, políticos y representantes diplomáticos acreditados en la capital, era natural que todos los hicieran en sus carruajes, por lo que podía ser o formarse un verdadero lío entre todos ellos; dada la costumbre de la época de guardar el puesto que a cada uno le correspondía.

Don Francisco Javier Girón y Ezpeleta, Duque de Ahumada, creador del Cuerpo y su primer Director, trazó un recorrido de entrada al Teatro y otro de salida, para que no hubieran problemas en la fluidez de las coches y carrozas, estando a cargo de esto, así como de la seguridad del evento la Guardia Civil, los primeros a pie y los segundos con su Escuadrón de caballería.

El mismo Director fue marcando los puestos dando las consignas concretas a cada pareja encargada de dirigir el tráfico.

Transcurría todo sin problemas hasta que de pronto, por la dirección de salida del Teatro, iba en dirección contraria un carruaje a toda la velocidad posible, viéndolo el cabo de puesto se puso en el medio de la calzada dando el alto al cochero, al que le dijo: ¿Adónde va? ¡Por aquí no se puede pasar!

El cochero gravemente molesto, le espetó: ¡Este coche sí que puede pasar! El cabo firme como una roca, le contestó: ¡Ni este coche, ni ninguno! El cochero muy cabreado se enzarzó con palabras, que ante la tozudez del cabo obligó a descender del coche a su ocupante, que no era otro, que el general don Ramón María Narváez y de Campo, el Espadón de Loja y Duque de Valencia, a la sazón Presidente del Gobierno y vestido como requería para la gran ocasión a la que acudía.

El cabo lo reconoció, sin más se plantó delante de él saludándolo y dándole novedades, con referencia a las órdenes recibidas, en las cuales nadie estaba exento de cumplirlas. El Presidente en su calidad de tal, intentó convencer al cabo, pero éste no torcía su brazo y viendo la insistencia del General le dijo: «Mi general, si Vuestra Excelencia insiste en pasar por aquí, será atropellado el honor de este arma, encargada de cumplir una consigna»

Ante este razonamiento Narváez dio orden a su cochero que diera media vuelta y retrocediera, para hacer el camino marcado por el plan del Duque de Ahumada.

Llegó al Teatro y llamó al Duque, diciéndole: «¡Uno de sus cabos me ha puesto en ridículo sin tener en cuenta quien soy. . . .! ¡Pues no ha tenido el atrevimiento de pararme cuando me dirigía al teatro y hacer que me diera la vuelta por otro camino distinto a por donde me disponía a hacerlo! Semejante comportamiento es intolerable: no procede otra cosa que ponerle a ese desvergonzado un severo correctivo» El Duque de Ahumada recibió la observación sin alterar un músculo y se despidió del Presidente.

Ordenó que fuera sustituido en el puesto el cabo y que se presentara ante él. El cabo llegó al rato y le explicó lo ocurrido. Acto seguido Ahumada se fue a ver al Presidente de nuevo y le dijo: «El cabo solo ha cumplido escrupulosamente con la consigna, no advertía motivo de sanción alguna, y que consideraba injusta aquella pretensión»

Narváez algo más tranquilo, le ordenó al Duque que castigara al empecinado cabo con alguna sanción simbólica, como trasladarlo fuera de la Capital. Ahumada se volvió a despedir del Presidente.

Al día siguiente se presentó el Duque de Ahumada en el despacho del Presidente con dos oficios, que le dio a leer, el primero era su dimisión irrevocable como Director del Cuerpo de la Guardia Civil; el segundo, era el nombramiento a su segundo, a quien le había designado interinamente como Director del Cuerpo y encargado de cumplir la orden de Narváez, con respecto al cabo.

El Presidente le dijo: «Es usted un exagerado, y de ninguna manera voy a admitir su dimisión» El Duque le contestó: « Por supuesto que sí! No hemos creado un Cuerpo llamado a tan altos fines para que su prestigio quede pisoteado en la primera ocasión que se tercie. Ya le advertí que el traslado de ese cabo me parecía una injusticia que yo no estaba dispuesto a cometer. . .»

Le interrumpió el General, diciendo: «La verdad es que tuvo arrestos ese desvergonzado, atreviéndose a contrariarme. . .»

El Presidente dio por zanjado el asunto, y dicen que le dio al Duque dos puros, uno para él y otro para el cabo, que según comentan de ahí bien la frase muy conocida de; «meterle un puro a . . .»

No hay que olvidar, que Narváez veinticuatro años después se encontraba en su lecho de muerte y cuando el sacerdote dándole la extremaunción le preguntó, si perdonaba a sus enemigos, le espetó: «No puedo. No he dejado a ninguno vivo»

Esto deja claro, que lo había de más duros, pero él lo reconoció, por lo que no era fácil de convencer por nada ni nadie, pero ante un razonamiento de la palabra Honor, como a tal militar, reaccionó.

También queda patente, la formación de espíritu del Cuerpo que ha permanecido hasta hoy, ya que jamás han dado el brazo a torcer por muy duras que cayeran, pero sabiéndose protegidos por sus superiores.

Y luego algunos de los de arriba se quejan de ellos, pero es que no es lo mismo ni se le parece, tener una instrucción de Cuerpo alcanzando el título de Benemérito, que ser uno de los “otros” sin ningún conocimiento ni creencia, que no sea la de conseguir mucho poder económico a costa de todos; por la misma razón que cualquiera de los “otros” no es benemérito, de ahí su desprecio a tan alto título y quienes lo ostentan.

Algo parecido a lo actual.

Bibliografía:

Ceballos Quintana, Enrique.: Libro de El Guardia Civil. Depósito de la Guerra. Madrid 1873.

Ronda, Javier.: Tricornio de guardia. Oberon. Madrid, 2004.

Compilado por Todoavante.

PD: No es un tema de Historia Naval, pero es un ejemplo a seguir para todos los militares, sean subordinados o Generales al mando.

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