La Artillería Naval antes de Trafalgar

Posted By on 25 de diciembre de 2010

Un grave problema, del que poco se habla, era el comportamiento de los cañones a bordo de nuestros barcos. Al parecer no se sabía, con exactitud, el motivo que provocaba la explosión de los cañones, fundidos en Liérganes y La Cavada, provocando gravísimos incidentes y disminuciones del ritmo de tiro todo lo cual producía una disminución de la capacidad combativa de nuestra flota.

La fabricación de cañones para la Armada tuvo su momento de esplendor en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando creció la Armada española y cuando el tráfico con las Indias obligó a mantener muchos barcos para la protección de las rutas de las Indias. En esta época se construyeron en España un total de 103 navíos de línea con más de 6.900 cañones, a lo que tenemos que añadir los navíos auxiliares y los barcos mercantes, que también embarcaban artillería. En 1773 la Armada española disponía de 60 navíos con más de 6.000 piezas de artillería. En esta época se fundían, en las fábricas cántabras, cañones de hierro colado que eran ligeros y relativamente seguros pues no solían reventar aunque se sometieran a un prolongado fuego y avisaban antes con la aparición de grietas. La producción de las dos fábricas era importante. Las cifras de 800 piezas de artillería, 400.000 balas y otras obras para consumo civil, alcanzado en 1759, nos dan una idea de la capacidad de las fábricas santanderinas.

A pesar de lo anteriormente expuesto, el asunto de los accidentes debió de ser de tal importancia como para que fuera tratado en Consejo Real y que fuera encargado de resolverlo Pedro González de Castejón y Salazar, marqués de González de Castejón,(1) Secretario del Despacho de Marina del Rey Carlos III. Este ilustre prócer agarró el rábano por las hojas y por ello decidió llevar el asunto al origen y plantear el problema de nuevo. ¿Dónde se hacían cañones sin problemas?: En Carron. ¿Quién era de su confianza en la Armada?: Un antiguo subordinado y familiar, un teniente de navío que posteriormente sería la figura más señalada de la Armada, un joven bilbaíno nacido el 8 de marzo de 1745, el teniente de navío José de Mazarredo y Salazar. (2)

El problema lo plantea González de Castejón y Salazar a su amigo y subordinado a su joven subordinado Mazarredo en una carta cordial con detalles cariñosos lejos del protocolo como cuando en la despedida se emplea la familiar palabra agur. La respuesta se corresponde con lo esperado, un joven que se encuentra en una situación complicada y que tiene que contestar dando su opinión sobre un asunta de singular transcendencia a su superior, aunque familiar, aprovechando lo cual acude a expresiones un tanto zalameras por no emplear una palabra más dura.

(1).- González de Castejón y Salazar es nombrado Secretario de Marina a la muerte de Arriaga. Junto con Gautier fue el innovador de la Armada en el periodo de Arriaga. En 1770 creó el Cuerpo de Ingenieros de la Armada y la Academia de Ingenieros de la Armada. En 1772 reformó la Ordenanza de S.M. para la mejor manera de conservar los pertrechos, que preconizaba lo prelación del Cuerpo General de la Armada sobre el Cuerpo de Ministerios. Otra destacada actividad fue la fundación de la ciudad de San Carlos en la Isla de León, actualmente San Fernando, El diseño de la ciudad fue obra de Sabatini. Fue el primer guardia marina que llegó a Secretario de Estado y del Despacho de Marina.

(2).- José de Mazarredo y Salazar en 1775 era ayudante del mayor general de la escuadra de González de Castejón en la expedición a Argel y como tal fue el que planeó la operación de de-semparco y posterior reembarque, de los 20.000 soldados del general O´Reilly. Por esta operación se le nombró Alférez de la Real Compañía de Guardiamarinas de Cádiz.

Documento número 1

Carta de González de Castejón a José de Mazarredo, escrita alrededor del mes de febrero de 1777. Le confirma las gestiones oportunas para contratar a dos espías vizcaínos que han de introducirse en las fábricas de cañones de Carron (Escocia, U.K.), ya que los fabricados en Liérganes y La Cavada no tienen la calidad requerida.

Reservada

Para V. Md. solo solo.

Amigo Mazarredo:

Con la mayor reserva, como merece el asunto que voy a fiar de su celo y amor por el bien del servicio del Rey, le escribo esto para que medite V. Md.: cómo podríamos lograr de Vizcaya u otra parte, uno o dos hombres hábiles y capaces, para que, figurándose irse de España, pudieren introducirse como jornaleros o de otro modo en las fábricas de Artillería de Carron, observar y aprender allí, todo lo que conduce a la fábrica de Artillería, para así establecer aquí las nuestras, perdidas enteramente, y sin esperanzas sin esperanzas (sit) en el día de su remedio, habiéndonos dado Dios los mejores materiales que se conocen para lograr una envidiada Artillería; éste es un asunto que ya V. Md. conoce, necesita la mayor reflexión para conseguirlo; buscar hombres ya algo instruidos en las mezclas de las menas y su beneficio para las fundiciones de yerro, hombres no vulgares que supiesen hacer bien su papel, disimular y aprovecharse, para a su tiempo venirse con la instrucción necesaria al logro que tanto importa, aunque de irse a las fábricas de Carron, (que son las mejores que hoy se conocen y de que todos se surten), estuviesen algún tiempo en otro paraje, para con la práctica del trato aprender el inglés, en la firme inteligencia de que no sólo no les faltaría el premio, que lo tendrían superabundante, como restauradores, de lo que tanto necesitamos; y no se ha de hallar por los medios ordinarios que hoy se practican, ni lo es el traer sobre su palabra algún chapucero de fuera, que después de gastos y disputas nos dejase como estamos, y en inteligencia también de que se buscara modo de darles lo que necesiten de socorros con el disimulo posible.
Los otros medios que pudieran tomarse de traer de allí alguno de los útiles de este arte que haya en Carron u otro paraje, no son seguros como dejo indicado, y además se descubriría el deseo de lograrlos, y la necesidad en que estamos por no tenerlos.

Hombres hay para todo, y los vizcaínos son capaces de todo y muy a propósito para el fin, por su carácter silencioso, su habilidad, su genio laborioso, sufrido en los trabajos para lograr los altos importantes fines como es éste; así lo que importa es la maña para el acierto en la elección. Que V. Md. discurra el cómo, y me avise, sin declararse con nadie, pues de encontrar sujetos tales, con cualesquiera pretexto podrán venir a Madrid, aunque yo estuviese en Aranjuez, porque vendría a hablar con él o con ellos, a asegurarle de su premio, y entre los que a V. Md. se le ofrezca, a mi me ocurra, y el sujeto o sujetos piensen, podríamos concertar esta empresa, digna por su importancia de los Amigos del País (como son los vizcaínos), amantes de la religión, del Rey, la patria y las felicidades de todos. Y así, amigo, lo que no se emprende no se logra, con que es menester, lo primero, el más riguroso secreto, sin el que no se consiguen los hechos, y pensar el mejor modo de tener artífices nacionales que enseñen a otros de un arma tan esencial para la guerra de mar, como única que da las glorias y primera para conseguirlas y tener navíos, pues para los ejércitos tiene fábricas de bronce, y no se necesitan tampoco tanto número de cañones; agur y pásele V. Md. como desea.

Su afecto

Castejón

Esta carta está leída al Rey, de cuya orden la hice, y la aprobó S.M.

Documento número 2

Carta de José de Mazarredo a González de Castejón. Le informa de las causas del fallo de los cañones Cántabros y de los planes de la Sociedad de Amigos del País de Vascongadas para la enseñanza técnica con vistas a la solución del problema.

Excmo. Sr.

Mí venerado favorecedor y dueño:

He leído con la reflexión y seriedad que pide el asunto, la confianza que a V.E. merezco; y meditando su importancia, debo primeramente enterar a V.E., de que la falta de conocimiento mío formal en la materia, me constituye imposibilitado de fundar un dictamen que conviniese al repaso que necesitamos; pues para formarle así, sería menester que hubiese yo visto y entendido en las diferentes labores, desde la elección y separación de las materias primeras, hasta su preparación y uso, con lo cual tuviese ya idea de cuál es la parte en que debe sospecharse la menor inteligencia de nuestros obreros, y si en efecto es aquello la irremediable, sin los auxilios que a V.E. le ocurren; de la cual sincera confesión, inferirá V.E., que en el juicio que voy a hacerle presente, regido de la obediencia, estoy bien lejos de presumir que pienso con acierto, y lisonjearme de haber sugerido a V.E. el remedio radical que desea; sino que solamente digo lo que alcanzo con la mejor intención según V.E. la supone, guiado de las reflexiones que me han asaltado algunas veces, con motivo de los ruidosos altercados que lloramos de tantos años a esta parte. Está V.E. seguro de la fiel reserva que haré de su confianza, y me considerara yo bien infeliz de espíritu, si en mí cupiese motivo de que V.E. varíe su concepto.

Tres son las partes de que principalmente puede depender el deterioro que se experimenta; primera, de que la vena no sea buena; segunda, de que no se sepa preparar y convertir en fierro bien depurado de materias extrañas; y tercera, de que debilite su vigor en las mezclas.

El primer defecto es muy de sospechar, porque los ferrones de toda Vizcaya, asegurados de que preparan la vena como sus antepasados por el método práctico que nunca se ha interrumpido, viendo la menos buena calidad del fierro actual, lo atribuyen casi unánimemente a la inferior de la vena, y que proviene del imperito modo de trabajar en las minas, fiadas estas labores a hombres toscos, sólo diestros en el manejo del pico y del azadón, sin los conocimientos necesarios para seguir los buenos veneros, o descubrirlos cuando se ocultan entre otros inferiores; de que resulta la extracción de una materia prima imperfecta, y muy justo recelo de que en poco tiempo se pierdan los ramales buenos, que comunican a sus adyacentes la esencia de fierro.

Esta consideración ha movido a la R.S.V. de los Amigos del País, a incluir en su Plan de Seminario Patriótico una clase de Mineralogía y otra de Metalurgia, proyectando traer para la primera maestros de las minas de Freiberg en Sajonia, y para la segunda otros de Suecia, a fin de cimentar bajo principios sólidos aquellas dos facultades de que pende casi enteramente la subsistencia del País Vascongado, desterrando la preocupación común de trabajar materialmente como se ha aprendido por mera práctica de maestros ignorantes; pero como para que se verifiquen las miras de la Sociedad en éste y otros muchos puntos son necesarios grandes fondos, hasta ahora no ha pasado de plan el proyecto, ni podrá salir de allí, no fomentándole especialmente la liberalidad del Rey.

Si por desgracia, como es de presumir, está el defecto en la vena, excusado es el conocimiento o inteligencia de la práctica de las labores de la fábrica que se apunta, para conseguir las nuestras, dotadas de mejores materias en el concepto común; pero como sea necesario el todo para el reparo que se intenta, propondré lo que me ocurre, en el concepto de que es preciso tiempo para su logro, y que lo que no se emprende, no se consigue, como V.E. me advierte; y también, que un punto de esta importancia pide arraigarse con solidez para la independencia y gloria de la Monarquía.

Opino pues, se advierta al Conde de Peñaflorida, Director de la Sociedad, residente en Vergara, tome sus medidas para abrir desde luego las clases de Mineralogía y Metalurgia proyectadas para el Real Seminario Patriótico de aquella villa, ofreciéndole costearlas de cuenta de S.M. por el término de diez años, y continuar su Real Beneficencia a sus expensas, o por medio de algunos arbitrios aplicables, en caso de que dichas clases rindan a las labores de las minas la utilidad que se ofrece y debe esperar. (Me parece son menos de dos mil pesos anuales los que se computan para dichas clases, para los principios que han de depender enteramente de maestros traídos de tan lejos, mucho menos para después cuando se logre servirlas con Patricios).

Que, asimismo, se le advierta elija tres o cuatro mozos ya ejercitados en las minas de Somorrostro, aquéllos que encuentre de mejor disposición, y los envíe en calidad de premiados por la Sociedad a trabajar en las de Sajonia por dos o tres años, ayudándolos allí para su subsistencia si no les basta su jornal, y ofreciéndoles mil ducados de regalo a su regreso, si hacen constar su aprovechamiento y le verifican en los trabajos que emprendan en nuestras minas; manejándose el asunto como de la Sociedad, a recomendándose como tal por nuestro Ministerio al de S.A.E.

Que el maestro de Mineralogía que la Sociedad trajese, visite las minas de Somorrostro, y proponga lo que le parezca sobre sus trabajos a la Sociedad, para que ésta, si lo halla conveniente, recurra a S.M. por las providencias necesarias para la buena conservación o mejora de las minas.

Que en los mismos términos arriba dichos para las minas de Sajonia, se envíen otros tres o cuatro mozos de buena disposición a trabajar en las ferrerías de Suecia.

Que la Sociedad dé cuenta de los experimentos de mezclas, y cualesquiera operaciones útiles del maestro de Metalurgia.

Éstos me parecen los medios oportunos para el restablecimiento que V.E. desea, pues si se mejora la calidad de la materia primera, y tal vez se corrigen algunos defectos que se noten en su preparación, resultará que, sin variar las demás operaciones, tengamos una cosa mejor que todos.

Todo esto no se opone a que también es muy conveniente el examen ocular del obrador que se insinúa; pero como para la elección del uno o dos sujetos a propósito es menester el conocimiento personal de ellos, y que tengan alguna practica en la profesión u otra análoga, no me atrevo a opinar desde aquí en el asunto; pero sí creo que se encontrarán tales cuales conviene entre los Armeros de Plasencia; y examinando esto en persona, no sería difícil amañarlos para su paso a aquél sitio, anticipándose el conocimiento del régimen que se observa en sus oficinas para la admisión de jornaleros; pues pudieran dirigirse recomendados por un comerciante u otro particular de la Capital, manifestando sólo que los conducía allá el deseo de ganar jornal en su oficio de Armeros; aprendían entre tanto el idioma, y se trasladaban después a su destino.

En la reserva que el asunto pide, yo no puedo ofrecer a V. E. otra especie de diligencias que las personales en busca de tales sujetos; o anunciar a V.E., que el mismo Conde de Peñaflorida desempeñará con mucho peso y acuerdo cualquier confianza que V.E. le hiciese.

Reciba V.E. mi cabal deseo del mejor servicio del Rey, para suplir los errores que abrace mi dictamen, como sobre materia de que no tengo otra noticia que la de los lamentos públicos de la desgracia, sin jamás haber oído hablar en términos que me satisfagan, del modo de remediarla; y si algo me ocurre más adelante, lo avisaré a V.E.

Consérvese V.E. bueno, y disponga de la fiel obediencia de quien más íntimamente le venera.

Isla 26 de febrero de 1777.

Excmo. Sr.

José de Mazarredo

Excmo. Sr. Marqués González de Castejón.

Por Gerardo López García.

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