Biografía de don Andrés Reggio y Brachiforte Saladino y Colonna.

Posted By on 18 de febrero de 2011

Teniente general de la Real Armada Española.

Caballero de Justicia en la Orden de San Juan de Jerusalén.

Gran Cruz de la Orden de San Genaro.

Cortesía del Museo Naval de Madrid.

Vino al mundo en la ciudad de Palermo el día once de febrero del año de 1692, siendo su familia una de las primeras de Sicilia, su padre fue don Esteban Reggio y Saladino, Príncipe de Aci, San Antonio, San Felipe y Campo Florido y su madre doña Dorotea Brachiforte y Colonna descendiente de los Príncipes de Carini, teniendo su padre la Grandeza de España, lo que ya no dejaba dudas del fácil acceso a la Real Armada Española.

Siendo de los últimos que por no haber escuelas o academia de náutica para oficiales de la Armada, hizo sus primeras letras en los mejores colegios de la isla, pasando posteriormente a ser cruzado caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén, razón por la que comenzó su carrera naval militar en las galeras de la Orden en la que alcanzó el grado de Caballero de Justicia y con ellas corrió caravanas durante varios años, cuando estaban al mando de don Pedro de Silva.

Después de este duro aprendizaje, fue de los que se incorporaron a la a la nueva Armada que prácticamente nació de nuevo cuando ésta comenzó a ser organizada por don José Patiño, haciendo sus primeras navegaciones por el Mediterráneo en misiones de corso, pasando posteriormente a Cádiz, de donde zarpó para realizar un viaje redondo al Río de la Plata.

A su regreso se presentó de nuevo en Cartagena, donde volvió a embarcar en diferentes buques para controlar el corso norteafricano, aparte de que en estas aguas al finalizar la guerra de Sucesión, el Rey don Felipe V estaba dispuesto a recuperar los viejos territorios de la corona de Aragón, pasado un tiempo recibió la orden de embarcar en la escuadra de don Pedro de los Río, la cual zarpó de Barcelona el día once de junio de 1715 con rumbo a la isla de Mallorca, tomando parte en la conquista de esta isla quedando de nuevo bajo la corona de España.

A su regreso, se incorporó de nuevo a Cartagena continuando con el corso. (Al parecer no hay una correlación de sus ascensos y no se han podido averiguar, ya que en el propio Archivo General de Simancas hay una laguna que comienza en 1700 y permanece hasta el año de 1724, con una falta de documentos total, bien por culpa de los asuntos de la guerra, se le dio más importancia a ella que a dejar los documentos en el archivo, o quizás por ser una nueva dinastía y no saber que existía ese archivo general)

El caso es que dos años más tarde, estaba al mando de una fragata, (es de suponer que ya ostentaba el grado de capitán de fragata) en la escuadra del marqués de Mari, la cual zarpó de Barcelona el día quince de agosto del año de 1717, compuesta por nueve navío, seis fragatas, dos bajeles de fuego, dos bombardas y tres galeras, para dar apoyo a ochenta trasportes cargados con nueve mil hombres y seiscientos caballos, más los consabidos respetos de artillería de sitio y de campaña, los ingenieros y los bastimentos propios de víveres más la pólvora, con rumbo a la isla de Cerdeña donde consiguieron desembarcar con el apoyo de la escuadra, manteniendo de nuevo duros combates, que dieron un final feliz ya que fue conquistada en menos de dos meses, regresando igualmente a enarbolar el pabellón español, era un trozo más de los territorios perdidos durante la guerra de Secesión.

El día diecinueve de junio del año de 1718, zarpó del puerto Barcelona al mando del general don Antonio Gaztañeta una escuadra compuesta por: doce navíos, diecisiete fragatas, siete galeras, dos brulotes, dos bombardas que acompañaban en convoy a doscientos setenta y seis transportes y ciento veintitrés tartanas, que transportaban un ejército de dieciséis mil hombres y ocho mil caballos, al mando del marqués de Lede, realizando la travesía en doce días hasta Sicilia y en la que iba de plenipotenciario don José Patiño; siendo el objeto de tanto despliegue, el evitar que la Cuádruple Alianza se quedará con aquella isla, en nombre del archiduque Carlos; desembarcaron sin resistencia, dándoles los habitantes una buena acogida, si bien sólo hubo unos combates con la guarnición Piamontesa de Messina.

Si todo había ido muy bien en la travesía y en la toma de la isla, el día once de agosto siguiente las cosas se torcieron, a la altura del cabo Passaro, apareció en el horizonte la escuadra británica al mando del almirante Byng, creyendo en un principio que venía en misión de mediador, puesto que en esos momentos no se estaba en guerra declarada con el Reino Unido. Desprevenida por la creencia confirmada por las cartas del cardenal Alberoni, que tampoco inducían a sospechar del ataque, el caso es que como no se habían tomado las prevenciones oportunas, la reacción de Gaztañeta, al percatarse de la hostilidad de los movimientos de la escuadra enemiga, dio órdenes para intentar formar la línea, ayudando con las galeras a los navíos más sotaventados, más ya no daba tiempo, los enemigos atacaron cortando la retaguardia, que estaba al mando del marqués de Mari y que estaba compuesta por casi la mitad de la fuerza, se generalizo el combate en diferentes contactos parciales.

Por la popa del navío capitana el Real San Felipe, aprovechando la noche y siguiendo sus fanales, se le habían aproximado dos navíos británicos, uno por cada banda, el primero del porte de 70 cañones le batió por la aleta de estribor, disparando una andanada a la que respondió el Real San Felipe, de ésta el enemigo quedó muy mal parado con muchas averías, mientras el otro se acerco por babor para realizar la misma acción, contestándole el Real San Felipe, pero éste nuevo enemigo también recibió muchos proyectiles, que le causaron la rotura de parte importante de los cabos de labor quedándole inútil el palo de mesana.

Al poco viendo que sus navíos no habían podido con la capitana española, se personó el propio almirante británico con su navío, el de su contralmirante Delaval, de 80 cañones, más otros cuatro de 70, con lo que el navío español se vió de pronto rodeado de siete enemigos aún mismo tiempo; su defensa fue heroica por denodada, el almirante británico por la bocina instaba al general español a su rendición, amenazándole con incendiarlo con un brulote, a lo que respondió dando la orden de avivar el fuego, consiguiendo hundir al brulote que ya se le acercaba y obligando al almirante enemigo a cambiar de lugar en el combate, pues el fuego de la capitana de España lo estaba colocando en mal trance; durando todo el día el combate, ya de anochecida una bala de fusil atravesó a Gaztañeta, la pierna izquierda quedándosele alojada en el tobillo derecho; a su lado caía su capitán de banderas don Pedro Dexpois, también herido de un astillazo.

La fragata Volante procuró acercarse al Real San Felipe, para sacrificarse heroicamente, logrando atraer el fuego de tres navíos de 70 cañones, manteniéndose firme en el combate por espacio de cuatro horas a pesar de la gran diferencia de fuego, hasta que ya deshecha se iba a pique, sólo entonces se rindió.

El estado del almirante español era crítico, la hemorragia iba debilitándole, a pesar de ello se apercibió de que dos navíos españoles del jefe de escuadra, Guevara, venían en su ayuda, pero ordenó arriar la bandera para evitar que ellos también cayeran en manos del enemigo, dándoles a entender que la acción estaba perdida; en su navío tenía a más de doscientos hombres fuera de combate y casi a todos los oficiales.

En esta acción se encontraba don Andrés Reggio al mando del navío Santa Isabel, quedando rodeado como sus compañeros de la retaguardia por varios enemigos y al igual fuera del orden de batalla sin posibilidad de recibir ayuda, al tener más de la mitad de su gente muerta o herida y el buque haciendo agua, decidió rendir el buque quedando todos prisioneros y él a su frente. (Es de suponer que ya había ascendido a capitán de navío)

De la escuadra, los buques que no quedaron destruidos o fueron apresados, se dispersaron. Ninguno de los navíos españoles combatió, sino con dos o tres de los enemigos al mismo tiempo.

Nuestro almirante trató de redimir con su vida, el error de la salida y acreditó en el combate su gran espíritu militar, tesón e inteligencia; fue llevado prisionero a Augusta con el resto de los españoles; como de costumbre, los británicos proclamaron a los cuatro vientos, que habían sido forzados a combatir «por empezar el fuego los españoles » (Uno más de los ataques británicos en tiempo de paz)

Poco tiempo después de los consabidos intercambios y pagos de rescates, don Antonio Gaztañeta y don Andrés Reggio regresaron a España.

A finales del año de 1720, se le llamó urgentemente para asistir a la defensa de la ciudad de Ceuta, que aprovechando la incertidumbre aún reinante en España los magrebíes intentaron tomarla; lo antes que le permitió el viento y las fuerzas de sus bogantes se presentó en Cádiz con su escuadra a su comandante en Jefe don Carlos Grillo, siendo el jefe de las galeras don Miguel Reggio y su hermano don Andrés al mando del navío Emprendedor, ya en la bahía formando parte de la escuadra.

Se realizo una treta consistiendo, en efectuar un desembarco en la playa Benítez, con la intención de que al verse sorprendidos los sitiadores destinaran parte de sus tropas a evitarlo y no ser atacados por la retaguardia, en ese instante sería cuando las tropas de la ciudad saldrían a hacer frente al resto, así cogidos entre dos fuegos acabarían con la situación tan apurada y precaria en que mantenían a la ciudad.

El día quince de noviembre del año de 1720, se llevó a efecto el desembarco y la salida de las tropas de Ceuta, lo que se tradujo en una victoria resonante, ya que los magrebíes huyeron en desbandada en dirección a Tánger y Tetuán, pero el mando español había previsto que se explotara el éxito, intentando tomar Tánger acción que se comenzó y era cosa casi fácil, por lo desordenado de la huída, pero surgieron los británicos, que al ver la maniobra, no la aceptaron como viable para sus intereses y amenazaron con destruir a la flota española si se llevaba a término, así el general al mando ordenó que se paralizase la ofensiva.

Al regresar a Cádiz, se le comisionó para hacer un tornaviaje a las islas Canarias, a su arribó ya le tenían otro preparado pero algo más largo, pues tenía que llegar a los mares del Sur, para ello zarpó con rumbo al puerto Soledad en la isla Malvinas, donde se preparó el buque para el tránsito del cabo de Hornos cambiando las velas y reforzando la jarcia tanto fija como la de maniobra, zarpando rumbo a él siendo doblado sin mayores problemas arribando a Valparaíso, posteriormente a Arica y por último a el Callao, donde fue dejando los pliegos y cargando algún situado, regresando por las mismas aguas, haciendo escala en Montevideo de donde ya zarpó directo a Cádiz.

Continuaba al mando de su navío Emprendedor cuando pasó a pertenecer a la escuadra de don Rodrigo Torres, con la que zarpó en el mes de junio del año de 1727 con rumbo al canal de la Mancha y en él apresaron a cinco buques mercantes británicos, sin encontrarse con la escuadra enemiga.

Mediado el año de 1729 pasó incorporado a la escuadra y flota del mando del marqués de Mary, la cual se hizo a la mar desde el puerto de Cádiz compuesta por tres navíos y diecisiete mercantes, con rumbo a Tierra Firme, para hacer el recorrido propio de las Flotas de Indias, La Guaira, Cartagena de Indias, Veracruz donde arribó el día veintisiete de octubre, prosiguiendo viaje a la Habana, en todos ellos dejó azogues y cargó el situado, arribando sin complicaciones a Cádiz el día dieciocho de agosto del año de 1730.

Permaneció en el Departamento de Cádiz realizando trabajos de su grado, hasta que se organizó la Expedición contra Orán, recibiendo la orden de incorporarse al mando de un navío en la escuadra al mando del teniente general don Francisco Cornejo, quien arboló su insignia en el San Felipe, que junto a otros cuatro dieron escolta a un convoy de treinta y cuatro buques mercantes, zarpando el día doce de mayo del año de 1732 de la bahía de Cádiz, con rumbo al puerto de Alicante puerto designado para la reunión de la expedición, los malos tiempos y sobre todo los vientos contrarios retrasaron la arribada, consiguiendo lanzar las anclas el día dieciocho.

Permaneció a la espera de que fueran acudiendo buques, tanto los de guerra como los mercantes que en su mayoría eran fletados para la ocasión, tardando en completarla veintinueve días, quedando formada por doce navíos, dos bombardas, siete galeras de España al mando de su Segundo Cabo don Miguel Reggio, dos galeotas de Ibiza y cuatro bergantines guardacostas de Valencia, siendo el segundo en el mando el general don Blas de Lezo que enarbolaba su insignia en el navío Santiago. El ejército estaba compuesto por veintiséis mil hombres, que fueron embarcados en quinientos treinta y cinco buques. Quizás la mayor concentración naval del siglo XVIII.

Durante su estancia en la ciudad, al ir llegando los buques y el jefe del ejército el duque de Montemar, eligió a tres capitanes de navío los señores don Francisco Liaño, don Juan José Navarro y el conde de Bena Masserano, para entre todos tomar las decisiones de lo necesario a cargar en los mercantes y por informaciones de bajeles, el mejor lugar para llevar a buen término el desembarco, planificando cuidadosamente éste y los lugares de encuentro de cada unidad, para una vez todos en tierra formar las pertinentes columnas, sabiendo por donde debían desplazarse para alcanzar los objetivos, con todo tipo de previsiones y formas para adoptar con conocimiento tanto para la artillería como la caballería y la infantería, así se evitarían sorpresas. Con todo esto se puede decir, que quizás fue el inventor del Estado Mayor que ha pervivido hasta hoy con más o menos duración.

El día quince de junio comenzó a zarpar la escuadra desde el puerto de Alicante, ya en la mar se encontraron con diferentes problemas, los malos tiempos que producían retrasos y a ello se sumaba, las diversidad de buques fletados en diferentes países que cada uno tenía un andar distinto, aparte de ceñir mejor ó peor los vientos lo que en algunos momentos preocupó y no poco por ocasionar una gran dispersión de ellos por toda la mar, lo que obligaba a los que tenían la responsabilidad de guardarlos, tener que navegar incluso de vuelta encontrada para hacerlos regresar al convoy.

A pesar de ello, no se perdió ninguno de los buques, gracias a las normas establecidas y dadas a conocer con sus prioridades a los buques de escolta, así arribaron y lanzaron las anclas en la costa de Orán el día veintitrés.

Los enemigos al ver aquel bosque de árboles y sus velas se dispusieron a proteger su capital, ya que Cornejo había dado la orden de pasar la noche a bordo para desembarcar al día siguiente y de paso que descansaran los soldados y marineros al menos unas horas.

Al amanecer del día veinticuatro y siempre siguiendo las normas, las fragatas por tener menor calado se aproximaron a tierra y comenzaron a batir la artillería enemiga, esto produjo un gran intercambio de disparos, que tuvo la consecuencia por falta de viento que se fuera concentrando la consabida humareda que entorpecía mucho la visión, lo que a su vez consiguió que su persistencia facilitara el trasbordo de las tropas a los botes, a esperar la orden de remar para dirigirse a la playa escogida, donde a su vez los navíos desde algo más lejos comenzaron el fuego aumentando así la oscuridad producida por los disparos y protegiendo a los que iban a desembarcar.

Se había previsto, que todos los botes alcanzarán la playa más o menos al mismo tiempo, por eso fueron formando detrás de las fragatas y cuando todos estaban preparados se dio la orden de arrumbar a la playa, la sorpresa del enemigo fue rayana en la incredulidad, ya que de pronto comenzaron a aparecer cientos de botes que se les venían encima, en uno de ellos iba Arriaga al mando; mientras seguía el fuego de toda la escuadra en protección de los pequeños botes y como complemento a ello, aparecieron las galeras al mando de don Miguel Reggio que llevaban a remolque a los botes más grandes y pesados por ir en ellos las piezas de artillería, al mismo tiempo que las galeras abrían fuego terminando de abrir las brechas en el dispositivo de defensa de los enemigos y sobre todo, ellas cargadas al máximo de su capacidad de hombres, que a su vez también iban disparando, consiguiendo embarrancar en la playa saltando los infantes.

La operación fue tan rápida y con tanta sorpresa, que en tres horas estaban en la playa veinte mil hombres, más de la mitad de la caballería y varias baterías de artillería, consiguiendo ya formar un frente muy bien preparado para afrontar cualquier contraataque.

Los enemigos reaccionaron e intentaron tirarlos al mar, pero la fortaleza de la cantidad ya lo hacía impensable, aparte de que las galeras ya descargas a fuerza de remo volvieron a la mar y desde allí maniobraban protegiendo a los desembarcados embarazando a los enemigos, a lo que hay que añadir, que por orden de Cornejo el navío Castilla del mando de don Juan José Navarro, se había colocado en una posición muy segura, que le permitía cubrir con sus fuegos lo que no podían cubrir las galeras, frustrando en todo momento los intentos de contraataque de los enemigos.

Al obligar a retirarse al enemigo al interior, los siguientes días se dedicaron a fortalecer a los desembarcados, primero terminando de hacerlo con todos y después proveyéndolos de agua, municiones y víveres para varios días.

Hubo varias escaramuzas por parte de los enemigos, pero siempre recibían mucho fuego y se retiraban maltrechos, hasta llegar el día uno de julio en que ya habían sido reforzados por más hombres y caballos formando un buen ejército decidiendo atacar a viva fuerza a los españoles, pero los desembarcados ya había construido hasta estacadas de madera, con la artillería bien dispuesta, lo que unido al fuego de los buques les causó un gran descalabro y viendo que nada podía oponer a aquel formidable dispositivo, decidieron abandonar a su suerte toda la zona huyendo al interior, la guarnición de la ciudad de Orán al ver el abandono en que quedaban siguieron su ejemplo, siendo tomada la plaza sin resistencia.

La única posición que no abandonaron fue la de Mazalquivir, por ello el día tres se propuso el mando conquistar esta fortaleza, para lo que se destacó a los buques que la bombardearon, pero fue tanto el estrago que realizaron que al final se decidió dejar solo a dos navíos al mando del conde de Bena Masserano casi atracados a la misma, la corta distancia causaba graves daños y de hecho los muros ya casi no soportaban más el peso del fuego, esto les convenció de que la defensa era inútil y enarbolaron bandera blanca, momento en el que fuerzas del ejército entraron y la tomaron.

Se verificó el estado de las fortalezas y Cornejo ordenó reponerlas para su mejor defensa, aparte de desembarcar artillería de sus buques para reforzar la disponible por el ejército, dejando una buena guarnición de seguridad.

Finalizado esto, dio orden de embarque al resto, que se realizó rápidamente zarpando el día uno de agosto con rumbo a la Península, para cumplir la orden recibida de distribuir a los efectivos embarcados, por ello arribó primero a Málaga donde dejó a parte de las tropas, en el rumbo los pertenecientes al Arsenal de Cartagena se quedaron en él, entre ellas las siete galeras del mando de don Miguel Reggio, zarpando el resto de nuevo y arribando a Alicante, donde se realizó la misma operación y por último zarpó con rumbo a la Ciudad Condal, donde ya desembarcó al resto; cumplida la Real Orden zarpó de esta ciudad con rumbo a la bahía de Cádiz arribando el día dos de septiembre.

En el año de 1733 don Andrés Reggio fue ascendido a general, (suponemos que al grado de Jefe de Escuadra, entonces no existía el grado intermedio de Brigadier) formó parte de la escuadra de dieciséis buques al mando del conde de Clavijo, que llevó tropas de desembarco a Nápoles, zarpando del puerto de Barcelona el día cuatro de diciembre. En esta expedición iban de subordinados don Juan José Navarro y como subalterno don Jorge Juan, y como segundo del ejército, el marqués de Santa Cruz de Marcenado. A su vez hay una apreciación a resaltar, ya que esta escuadra estaba al mando de teniente general don Antonio Serrano, pero en el intervalo de su preparación le sobrevino el óbito de muerte natural estando en la ciudad de Alicante el día dieciséis de octubre, pero ya había hecho una previsión que dice: « Si se ofreciese combate de noche, donde sólo obra el valor y lo muestran los que lo tienen, si hay muchos de éstos, pocas luces; si pocos, muchas » Los servicios prestados por don Andrés Reggio fueron estimados por sus superiores como muy distinguidos.

Por sus valiosos servicios en esta campaña, el rey Carlos VII, de Génova y Sicilia (después Carlos III de España), en el año de 1739, le concedió la Gran Cruz de la Orden de San Genaro, creada en este mismo año.

El día catorce de junio del año de 1740 el Infante almirante general le entregó en propiedad la Comandancia General del Departamento de Ferrol, pero casi no le dio tiempo ni a tomar el mando, ya que por otra orden del día diecisiete de julio siguiente, se le nombró segundo jefe de la escuadra de Rodrigo de Torres. Zarpó con rumbo a Tierra Firme, tocando primero en La Guaira y después en Cartagena de Indias, donde se quedó como jefe de las fuerzas navales en sustitución del fallecido teniente general don Blas de Lezo, pero algo debió pasar, pues a finales del mismo año de 1741 pasó a la Habana.

Al mando de las fuerzas navales de todos los virreinatos y Antillas del seno mejicano, estuvo realizando constantes cruceros y reconocimientos, consiguiendo por un tiempo mantener algo alejados a los piratas y corsarios habituales en aquellas aguas. Al mismo tiempo fue el impulsor de la construcción naval en el Arsenal de la Habana en el mismo año, pues sus fuerzas no eran suficientes para cubrir tantos canales, calas y ensenadas donde se podían refugiar los enemigos de España.
Al regresar a finales del año de 1744 el teniente general don Rodrigo Torres a la Península, se quedó don Andrés Reggio de comandante de las fuerzas navales de las Antillas y Costa Firme, manteniéndose en la protección del tráfico marítimo. Durante el desempeño de este cargo fue ascendido al grado de teniente general en el año de 1746, continuando en su destino.

Se encontraba en la ciudad de la Habana el teniente general don Andrés Reggio a finales de septiembre del año de 1748, cuando le llegaron noticias de que una escuadra británica al mando del almirante Knowles estaba a la espera para dar caza a la Flota que era portadora del situado, que estaba al mando del capitán de navío don Juan de Hegues y debía arribar a la Habana procedente de Veracruz.

Zarpó inmediatamente la escuadra española en busca de la enemiga, al arribar el día cuatro de octubre del año de 1748 a la Sonda de la Tortuga, avistaron una goleta británica que fue apresada, al ser interrogado su capitán supo la fuerza de la escuadra del almirante enemigo que era muy superior a la suya, decidiendo poner rumbo a la Habana, pero sin entrar en el puerto, sino que se quedó a la vela cruzando en espera de la enemiga.

El día doce de octubre del año de 1748 se presentó la escuadra británica y al divisar las velas el general Reggio ordenó formar la línea, el navío insignia español era el África de 70 cañones, comenzando el fuego, éste a las 1400 horas y a las 1500 era ya general el combate, los dos almirantes se enfrentaron con sus respectivos buques y antes de las 1600 horas el insignia británico había sido puesto fuera de combate, pero los buques españoles también sufrieron, pues el Conquistador de 66 cañones había sido incendiado, por una falsa maniobra de la fragata Galga del porte de 30 cañones, fue atacado el África por tres enemigo, por lo que siendo las 2000 horas se encontraba el buque desarbolado de los palos mayor y mesana, pero seguía respondiendo al fuego tan duramente como al principio, por lo que llegadas las 2200 horas los enemigos se vieron forzados a dejarlo por imposible, quedando como dueño de la mar aunque muy mal tratado.

Estaba en tan malas condiciones, que el teniente general don Andrés Reggio tuvo que dar la funesta orden de darle fuego, pero primero lo acercaron a la playa de Sijiras, donde con los botes se pudo poner a salvo a todos los que estaban con vida o heridos, más los equipajes y documentos de a bordo. El general, el comandante del buque el capitán de fragata don Juan Antonio de la Colina, los oficiales y tropa se reincorporaron a la Habana a pie.

Los navíos Invencible de 70 cañones, el Dragón de 66, Real Familia y Nueva España de 60 y la fragata Galga, arribaron por sus medios al puerto de la Habana. Por parte española se tuvo de bajas a ciento seis muertos, de los que tres eran oficiales y doscientos cuatro heridos de ellos siete oficiales en cifras totales. Por parte de los enemigos, sin datos.

Fueron reparados los buques, zarpando con rumbo a la Península protegiendo una flota que transportaba doce millones de pesos fuertes (plata amonedada), la que quería capturar el almirante británico Knowles, cruzaron el océano y puesta en franquicia en la bahía de Cádiz, viraron los buques de la escuadra prosiguiendo su navegación doblando el cabo de San Vicente con rumbo al Norte hasta arribar al puerto de la Coruña, donde lanzaron las anclas el día trece de julio del año de 1749.

Pasando el general don Andrés Reggio el consabido Consejo de Guerra por la pérdida del navío, pero justo su defensor ya absuelto, fue el comandante del navío África don Juan Antonio de la Colina, quien utilizando todos sus argumentos y dichos precisamente por estar ya absuelto resultó casi fácil conseguir el veredicto, que fue el de absuelto, recibiendo en breve plazo el beneplácito Real a su actuación y manteniendo firmemente su entera confianza, con estas palabras: «. . por el notorio valor y conducta con que sostuvo el honor del pabellón de España »

Al quedar sin tacha su comportamiento en el combate de la Habana, fue llamado a Madrid, donde el Rey le encargó varias comisiones secretas. Permaneció en el Departamento de Cádiz en trabajos de su alto grado, al sobrevenir el óbito del Capitán General don Juan José Navarro, Marqués de la Victoria en el año de 1772, se le eligió a él como Capitán General del Departamento de Cádiz y por ir anexo a este cargo también Director General de la Real Armada.

Permaneciendo en el ejercicio de estos elevados cargos, le sobrevino el óbito en su casa de Puerto Real el día diez de febrero del año de 1780, contando con ochenta y ocho años de edad.

El primer tributo que recibió fue el de todos los buques de la Real Armada fondeados en la bahía de Cádiz, disparando sus salvas de ordenanza formando un estremecedor estruendo, al mismo tiempo que el día de su entierro, formó a la cabeza de él el nuevo Director de la Real Armada, que había sido nombrado por el Rey, don Juan de Lángara y Arizmendi, formando la mayor parte de los batallones de Infantería de Marina dando guarda al féretro, pues en vida había sido uno de sus mayores protectores.

Fue enterrado en la iglesia de los Descalzos de la misma villa de Puerto Real, con lápida y leyenda. Al sobrevenir la revolución de septiembre de 1868, una junta de los revolucionarios decretó el derribo de la iglesia, al poco de haber comenzado se encontraron frente al altar del Sagrario el sepulcro, que fue respetado y puesto en conocimiento del Comandante General del Departamento don Manuel Mac-Chron.

Por orden de éste, se compulsaron fechas y se dio autenticidad a los restos, siendo el cinco de octubre de 1868, cuando se personó la comisión de marina en Puerto Real, los cuales se hicieron cargo de los restos mortales, que fueron trasladados en la falúa del Comandante General del Departamento de Cádiz a la Carraca y de aquí al Panteón, pero sin ceremonial fúnebre dada la inestabilidad de la situación, siendo guardados en una capilla provisionalmente, ya que el Panteón aún no había sido inaugurado, siendo trasladados definitivamente al lugar que hoy ocupan el día dos de mayo del año de 1870. Estando en la tercera capilla del Este o izquierda. Teniendo lugar en esta fecha por ser la oficial de la inauguración del Panteón de Marinos Ilustres

La lápida de su sepulcro es la primitiva, en la que toscamente grabada esta la siguiente inscripción:

Aquí yace el Excmo. Sr.

Don Andrés Reggio Brª

Chiforte Saladino y Co-

lonna. Cavallero Dela

Real Orden De San Ge-

naro y Del de San Juan

Teniente General De la

Real Armada Director

General De ella y Coma-

ndante General del Depar

tamento De Cádiz. Mu-

rió alos 88 años De su edad

en 10 de febrero de 1780

R.  I.  P.  A.

Bibliografía:

Cervera Pery, José.: El Panteón de Marinos Ilustres, trayectoria histórica, reseña biográfica. Ministerio de Defensa. Madrid. 2004.

Cervera y Jácome, Juan.: El Panteón de Marinos Ilustres. Ministerio de Marina. Madrid 1926.

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1968. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Enciclopedia Universal Ilustrada. Espasa-Calpe. Tomo 50. 1923, pág. 155.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Museo Naval. Madrid, 1973.

González de Canales, Fernando.: Catálogo de Pinturas del Museo Naval. Tomo I a VIII. Ministerio de Defensa. Madrid, 2000/08.

Guardia, Ricardo de la.: Notas para un Cronicón de la Marina Militar de España. Anales de trece siglos de historia de la marina. El Correo Gallego. 1914.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

Reggio d’Aci, Franco. Descendiente de la familia. Sin su eficaz ayuda no hubiera sido posible detallar tanto.

Rodríguez de Campomanes, Pedro. Conde de Campomanes.: Itinerario de las carreras de postas. Facsímil de la edición príncipe de 1761. Ministerio de Fomento. Madrid, 2002.

Compilada por Todoavante.

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