1741 Defensa de Cartagena de Indias del 15 / III a 20 / V

Posted By on 26 de octubre de 2007

 

Defensa de Cartagena de Indias.

Los combates librados entre los días quince de marzo al veinte de mayo del año de 1741.

En el mes de febrero del año de 1740, se tuvieron noticias muy confirmadas de que el Reino Unido, preparaba una expedición contra esta plaza española en aguas de América.

El día veintitrés  de febrero del mismo año falleció el Gobernador señor Fidalgo, por lo que se nombró a don Blas de Lezo, por que éste ya estaba al mando de la Comandancia naval y del Apostadero y una división de seis navíos. Las plazas estaban casi en un abandono total, como ya había quedado escrito por un inspección que por aquellos años habían realizado a todas nuestras plazas americanas don Jorge Juan y don Antonio de Ulloa.

Don Blas de Lezo, que ya era conocedor de la situación, ordeno a dos de sus condestables a que verificaran las posibilidades de defensa de la plaza; estos la encontraron que la artillería no podría realizar más de diez disparos por pieza, además faltaban repuestos y provisiones, y con solo 3.300 libras de pólvora.

Por lo que comenzó a dar disposiciones, para mejorar estas, se añadieron a los dos navíos fondeados en Boca Chica, se colocaron dos cadenas por fuera de ellos, para tratar de evitar sobre todo la entrada de brulotes.

Lo primero que hay que apuntar, es que este ataque se produce en estado de ¿paz? absoluta entre los dos reinos, pero el afán de conseguirlo todo, estaba motivado por los odios religiosos y la envidia del gran poder de España.

El almirante Vernon, en su primer movimiento se dirigió a La Guaira, el puerto de Caracas en Venezuela, pero aquí recibió el primer aviso del heroísmo español, pues fue rechazado su ataque, sufriendo una gran derrota. Después se dirigió al río Chagre, y ante la superioridad del enemigo los españoles tuvieron que rendir la plaza, ya que ésta estaba defendida por treinta hombres.

El almirante Vernon, jefe de las fuerzas británicas, ya había asaltado a Portobelo con seis navíos, estando protegida nuestra posición por treinta y cinco hombres y un guardacostas, ¡esta fue la gran victoria del almirante Vernon!.

Que conocida en el Reino Unido, dio pie a que sonaran los troqueles y se comenzaran a emitir medallas de la gran victoria, sobre Chagre, Portobelo y la aún no conquistada de Cartagena de Indias, que para escarnio de los enemigos no llegaron nunca a poseerla, a tanto llego la insensatez de los pragmáticos británicos, que se catalogaron más de ciento sesenta tipos de medallas diferentes y ninguna tenía el valor que representaba, ni valía lo que había costado el material y el trabajo. (Cosas de la Historia; porque lo peor es que siguen existiendo).

Mientras en Londres, corría el flujo metalífero desbordado, en Cartagena de Indias don Blas de Lezo hundía sus últimos buques y acogía a todos los que se le presentaban, para prestar su ayuda en la defensa de la plaza.

En Jamaica Vernon esperaba a una escuadra que proveniente del Pacífico, y tras el saqueo de Chile y el Perú, se le debía de unir para realizar el ataque a Cartagena de Indias, pues en los meses de marzo y mayo del año de 1740 realizaron tentativas, pero sin llegar a verificarse el ataque pues pudieron comprobar la potencia de la defensa de la plaza, ya que don Blas de Lezo había ordenado desembarcar a parte de la artillería de sus navíos, para depositarla en tierra y en los castillos, ante esto prefirieron esperar los refuerzos.

Al comenzar el año de 1741, recibió los esperados refuerzos enviados por orden del Gobierno del Reino Unido, los cuales consistían en veintiún navíos y un convoy de ciento setenta velas.

Los españoles observaron la división de tan gran escuadra en una de cinco navíos, que puso rumbo al Sur a las ordenes del comodoro Anson, acompañando a un convoy que transportaba aún ejercito, por lo que pensaron que la intención final de los enemigos, consistía en esperar que esta fuerza llegase por el Pacífico y a la altura del istmo de Panamá, por lo que siendo atacada por los dos océanos, les sería fácilmente posible cortar las comunicaciones españolas entre el norte y el sur, de nuestros territorios.

Pero pronto se verificó que esa no era la intención de los británicos, ya que el día quince de marzo se presento ante Cartagena de Indias la enorme formación naval, compuesta por treinta y seis navíos, de ellos nueve de tres baterías y 80 cañones y el resto de dos baterías y de 50 a 70 cañones, con doce fragatas, nueve brulotes y varias bombardas, todos  bajo el mando del almirante Edward Vernon, que a su vez las había dividido en tres divisiones, con una dotación en total de unos diecisiete mil hombres; se reservó el mando personal de una de ellas y las otras dos , una la puso al mando del vicealmirante Ogle y la otra al mando del comodoro Lestock.

Esta fuerza venía protegiendo un convoy de más de cien velas, que trasportaba a un ejército de doce mil hombres, distribuida de la siguiente manera: dos regimientos de infantería con dos mil hombres; seis de infantería de marina, con seis mil hombres; dos de americanos con dos mil quinientos hombres; artilleros y destacamentos, con mil hombres y negros armados con machete, con otros quinientos hombres, estando todas estas fuerzas al mando del general Cothart, que precisamente falleció en la travesía, por lo que paso el mando al general Wentworth, que fue quien se llevó el disgusto.

Vernon ordenó fondear a la escuadra y convoy, en la ensenada de Playa Grande, que estaba a barlovento de la plaza y entre ésta y Punta Canoa. Una descripción de la escuadra en la época dice: << una maravillosa selva flotante de buques, árboles, entenas y jarcias, que llamaban con la vista a la admiración y amenazaban con terror y espanto>>.

Al haber fallecido el virrey de Nueva Granada, se envió en su lugar y puesto al nuevo don Sebastián de Eslava, quien confirmo en su puesto de comandante de la división naval y del Apostadero a don Blas de Lezo.

Las fuerzas para la defensa estaban constituidas por, mil cien soldados del ejército; trescientos milicianos, naturales del país; dos compañías de negros libres (sin especificar número; pero que no serían más de doscientos cincuenta) y seiscientos indios flecheros, o sea con arcos y flechas, por lo que el total era de unos dos mil hombres. Por lo que la diferencia de fuerzas a favor de los enemigos, era abrumadora y casi una locura el intentar hacerles frente.

La posición de la plaza, bien es cierto que facilitaba la labor de defensa, por su estratégica forma y posición de los fuertes. El único acceso a la plaza, obligaba a que solo un navío podía pasar a la vez, tal era su estrechura y el apostadero con la ciudad estaban al fondo de este canal, en una pequeña bahía y a unos ocho kilómetros de distancia, lo que intentar por mar penetrar hasta la plaza,  resultaba meramente casi imposible, lo que la convertía en una verdadera fortaleza.

La boca, estaba formada por dos pequeñas penínsulas de Baradera y Terrabomba, a éste lo defendían el fuerte de forma cuadrangular llamado de San Luis, que contenía a una poderosa artillería, compuesta por 85 cañones y morteros, que por las previsiones de don Blas de Lezo, se había ido reforzando con los cañones de sus navíos y la pólvora de sus santabárbaras.

Éste a su vez protegía y le protegían dos fuertes de menores dimensiones llamados de Santiago y San Felipe, el primero con 15 cañones y el segundo con 7. En la de Baradera, estaba fortificada con terraplenes y empalizadas, montando a su vez 15 cañones gruesos a la que apoyaba una batería de cañones más pequeños y en número de 4.

Terminado de proteger el acceso, y ya en la misma bahía, se encontraba el fuerte de San José, construido sobre una escarpada muralla y aprovechando un islote, con un armamento de 21 bocas de fuego. A todo esto se unía las ya mencionadas cadenas que don Blas de Lezo había ordenado colocar, entre los fuertes de San José y el de San Luis, a las que se unieron posteriormente, más cables y maderos, asegurados todos con tres poderosas y enormes anclas en cada lado, con la misión de tratar de evitar la penetración sobre todo de los brulotes.

Siendo la última línea de defensa, la de haber colocado a sus seis navíos detrás de las cadenas, cuatro de ellos en una primera línea y dos protegiendo los huecos dejados por los primeros en una segunda línea, con lo que se cerraba totalmente el acceso a Boca Chica. Detrás de ellos quedaba el lago de la bahía, pero sin ninguna posibilidad de salir de él, por ningún lugar. Éste daba acceso a una bahía de unos cuatro kilómetros de anchura, que posteriormente se estrechaba por dos salientes, que estaban separados por un bajío de pocos pies de calado y solo practicable en su centro por los navíos, dando y formando la bahía pequeña, donde ya se encontraba la población a defender.

Aún se aprovecharon estos salientes, pues en su parte norte, se elevaba un fuerte cuadrangular, el llamado Castillo Grande con 60 piezas de artillería, y al sur el de Manzanillo con solo 12 piezas.

Los británicos, permanecieron durante cuatro días, escudriñando las defensas, lo que dio todavía más tiempo a don Blas y el virrey Eslava, a que terminaran de preparar las defensas.

Los británicos comenzaron el ataque el día veinte de marzo del año de 1741 y con él, la elevación a la historia de su heroico defensor, como comandante en jefe de ella; don Blas de Lezo.

Una división británica, al mando de Chaloner Ogle, con los navíos NorfolkRussellShrewsbury, los tres de tres baterías y 80 cañones, se acercaron a tiro de fusil a los fuertes de Santiago y San Felipe, comenzando a batirlos con la intensidad acostumbrada, lo que produjo que después de una hora de cruzar sus fuegos, éstos quedaran totalmente desmantelados, lo que obligó a los escasos supervivientes a abandonarlos.

Mientras el resto de la división se dirigió con sus fuegos contra los fuertes de San Luis y San José, pero como éstos eran más fuertes, se mantuvieron a distancia y sin comprometerse en demasía. De resultas de este primer encuentro, el navío Shrewsbury, al que una bala le cortó el cable de su ancla, se quedó sotaventado frente a Boca Chica y en las cercanías de los fuertes de San Luis y San José, más los fuegos de la primera línea de navíos españoles, lo que dio el resultado, de que al anochecer el pobre se había quedado como un pontón y con el casco totalmente agujereado, por lo que se quedó inservible.

Pero los británicos, a pesar de esta pérdida, habían desembarcado a quinientos hombres, en los fuertes que habían sido abandonados, a los que se les unieron durante el día 24 cañones gruesos y 30 morteros, con los que estuvieron bombardeando a los fuertes de San José y San Luis, pero aún así las fortalezas no cedían y además de dedicar fuegos a los navíos, lo hacían también sobre los fuertes tomados.

Pero los grandes, era otra cosa, pues don Blas ya con previsión, los había reforzado con artilleros y marineros  de sus buques, por lo que estaban mejor dotados.

El día veintitrés de marzo, el comodoro Lestock se adelantó con su división, que era de dos navíos de tres baterías y 80 cañones, tres de dos baterías y 70 cañones y uno de 60; con la intención de apoyar él con sus fuegos contra las fortalezas y aprovechando los huecos, batir también a los cuatro navíos de la primera línea de defensa de los españoles, en la entrada de Boca Chica, que la formaban los; Galicia, de 70 cañones e insignia de don Blas; el San Carlos, de 66; el África, de 60 y el San Luis, también de 60 cañones.

Durante todo el día estuvieron soportando el fuego los españoles, hasta que al anochecer se retiraron los británicos, con su navío insignia de Lestock, el Boyne, de 80 cañones, muy dañado y dos de 70 en iguales o parecidas condiciones.

Los británicos nada daban por perdido, por lo que después de unos días de descanso el uno de abril, regresaron con la intención de rendir los fuerte grandes. Permanecieron hasta el día cuatro, en permanente bombardeo de las posiciones españolas, turnándose en ello todos los buques que estaban en condiciones de hacerlo.

Viendo el intensivo esfuerzo británico don Blas, intentó por todos sus medios el estorbar a los enemigos, pero no pudo evitar que el mencionado día cuatro, el fuerte de San Luis después de haber sufrido miles de impactos y deshecha o desmontada toda su artillería, incluso siendo herido el propio don Blas y el virrey Eslava, tuvieron que abandonarlo, por considerar insostenible por más tiempo esta posición, después de veintiún días de resistencia.

Mando don Blas, hundir los navíos, lo cual dificultaría más aún el acceso a la bahía, de los buques británicos. Pero la fatalidad quiso, que en el transcurso de la operación de hundir los navíos, una lancha que transportaba pólvora comenzó a arder, por lo que el viento y el fuego, logró que se comunicara a otros buques menores y de ellos a los navíos  San FelipeÁfrica, que por efecto de éste saltaron por los aires; en la confusión producida por el desastre, lo británicos la aprovecharon y lograron rendir al insignia de don Blas, el navío Galicia y de todos los fuertes que habían sido abandonados por inservibles.

Prosiguió don Blas, en su idea de tratar de impedir el acceso de los británicos, por lo que ordenó hundir en el bajío, a siete galeones más otras embarcaciones menores, fondeando detrás de ellos a los dos navíos restantes, el Conquistador, de 66 cañones y el Dragón, de 60, con la orden expresa de dirigir sus fuegos contra cualquier buque enemigo, que tratara de forzar el paso, así como la de hundir a los navíos en caso de última y extrema necesidad.

Después de otro descanso para recuperar fuerzas, el día diez, lo británicos decidieron atacar de nuevo a las últimas defensas, con la intención de poder desembarcar en tierra firme de una vez.

Por decisión de don Blas, que pensó que sería un combate desigual por la cantidad de medios de los enemigos, el día once fue abandonado el fuerte de Manzanillo y el del Castillo Grande, así como el hundir a los dos navíos restantes, con lo que dejaba el paso libre a los enemigos, pero a su vez reunía a todas sus fuerzas disponibles en un solo frente.

Les costó a lo británicos nueve días el poderse abrir paso, por aquel enjambre de buques hundidos, cadenas y maderos, dispuestos como última defensa de la ciudad, por lo que el día veinte se presentaron ante ella con los preparativos de dar el asalto final.

Como indicaba don Blas de Lezo en su diario de la defensa, refiriéndose a sus desvelos por ella, pues con la barca de su navío recorría incansablemente, todos los lugares de riesgo, dice: << no como corresponde a General, sino al último grumete>>.

Pero durante todo este tiempo, las tropas británicas habían sufrido una considerable pérdida de efectivos, tanto en los diferentes combates, sobre todo en la conquista de los fuertes, como por las enfermedades tropicales a las que ellos no estaban acostumbrados por el clima, lo que redujo sus efectivos a tan solo cuatro mil quinientos hombres.

Aún si cabe se agravó la situación por divergencias de opinión del general y el almirante, pues Wentworth necesitaba de la marinería para reforzar a sus tropas de desembarco, a lo que el almirante Vernon se negaba, ya que sin estar bien dotados los buques, el buen fin de la empresa era arto difícil.

Pero aún así el mismo día veinte lanzaron un asalto contra el fuerte de San Lázaro, bastión que dominaba la ciudad y por lo tanto de vital importancia para someterla. El ataque lo llevaron a cabo mil doscientos hombres bien escogidos, y después de un bombardeo de preparación del terreno a los que apoyaban los milicianos del regimiento americano, a cuyo mando se encontraba el coronel Lorenzo Washington, el hermano menor de Jorge, el gran general de la Independencia de las trece colonias norteamericanas.

Pero los doscientos cincuenta defensores, realizaron un tan nutrido y certero fuego, que por las muchas bajas sufridas, lograron contener el ataque de los asaltantes (según fuentes británicas <<sufrieron ciento setenta muertos y cuatrocientos sesenta heridos>>). ¡son razones de peso!.

Además de certificarlo el virrey Eslava, cuando dirige la memoria de la defensa al Rey, escribiendo del frustrado asalto al fuerte de San Lorenzo, diciendo <<hubo ayudado mucho la constancia y acierto la asistencia de D. Blas de Lezo a la batería de la media luna. . .>>

Totalmente desmoralizados por el resultado de éste combate, pues habían lanzado a lo mejor y más sano de sus fuerzas, y acabando en un rotundo fracaso, al que había que añadir que las divergencias continuaban, no les quedó otro remedio que levantar el sitio y regresar por donde habían venido.

Entre los día quince y diecinueve de mayo, fueron realizando al estilo británico, o sea muy pausadamente los preparativos de reembarque de los materiales y tropas, siendo el día veinte de abril, cuando la flota aparejó y comenzaron a desfilar por el canal, que tanto les había costado conseguir abrir, y que tan poco tiempo habían conservado; estando ya en aguas libres pusieron rumbo a Jamaica.

Las pérdidas de los británicos fuero: nueve mil hombres, contando tanto los caídos en combate como por enfermedades, al retirarse le pegaron fuego a seis navíos, pues en su estado no podían aguantar la alta mar, más otros diecisiete, con muchos y graves daños. Los españoles, a parte de la destrucción de los fuertes y de los seis navíos hundidos, tuvimos que lamentar la pérdida de seiscientos hombres; ínfima si se compara con la de los enemigos.

Según el mismo diario de don Blas dice: <<sobre la ciudad cayeron en todo el tiempo del asedio, seis mil bombas y dieciocho mil balas de cañón>>, y solamente de su navío insignia se dispararon setecientos sesenta cañonazos.

También en nuestra parte hubieron diferencias entre los dos jefes, queda razón de ellas las escrituras del diario de don Blas, quien formó un triste pesar de la estrategia del Virrey, y no pudo perdonarle la evacuación de Boca Chica y dice <<pues hubiera, sin duda, con mis cuatro navíos terminado la empresa de este formidable armamento de los ingleses>>.

El Virrey miraba de reojo al marino; censuró sus disposiciones y estorbó alguna vez sus más previsores planes; vedóle remitir informes de lo ocurrido y envió otros amañados, haciendo converger en él todo el precio de la victoria, diciendo: <<que se le castigase por su comportamiento>>.

A punto estuvo de conseguirlo, pues don Blas, fue destituido y llamado a España.

Por supuesto la pérdida más sensible para todos, desde el Rey a los hombres que mandaba, fue la de don Blas de Lezo, que sucedía el día siete de septiembre del mismo año de 1741 y como consecuencia de las múltiple heridas que sufrió en los enfrentamientos.

La no conquista de la plaza, por los tan cacareados triunfos del almirante Vernon, produjo en el sentir del pueblo británico una gran decepción, ya que se le había convencido de que el triunfo era ya un hecho; pero quedó en eso, ¡decepción!.

Bibliografía:

Conmemoración Bicentenaria de Don Blas de Lezo. varias conferencias. Madrid. Museo Naval. Junio de 1941.

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. por Ángel Dotor.

Fernández de Navarrete, Martín.: Marinos y Descubridores. incluye en éste tomo la biografía de don Blas de Lezo. Madrid, 1944.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. tomos V y VI. Museo Naval. Madrid. 1973.

Compilada por Todoavante.

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