Julián Manuel de Arriaga Rivera de San Martín y Duque de Estrada Biografía

Posted By on 17 de enero de 2013

 Secretario de Estado y del Despacho de Marina e Indias.

Teniente general de la Real Armada Española.

Baylío de la Soberana y Militar Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén de Rodas y de Malta.

Vino al mundo en la ciudad de Segovia, el día 19 de diciembre del año de 1700. Nació en esta ciudad, por estar sus padres visitando a su abuelo paterno don Julián Manuel de Arriaga y San Vítores, corregidor de la ciudad y caballero de la Orden de Alcántara. Siendo sus padres, don Diego Luis de Arriaga y San Martín y su esposa doña María de Rivera y Duque de Estrada. Como se ve de muy noble familia.

Comenzó su vida de marino de la forma que solían hacerlo en esta época, ya que fue corriendo caravanas en la Orden de San Juan de Jerusalén, en la que pasando el tiempo se le otorgó la Gran Cruz y después la dignidad de Comendador de la población perteneciente a la misma de Fuente la Peña.

Por su experiencia y grado de nobleza, así como por su preparación en las diferentes materias, le concedieron la Carta Orden de acceso a la Compañía de Guardiamarinas del Departamento de Cádiz, en la que permaneció poco tiempo, saliendo de ella con el grado de alférez de fragata el día 6 de mayo del año de 1728. No se encuentra relacionado en la obra de Válgoma.

Su primera navegación como oficial subordinado, fue en la Flota de Indias, que al mando del marqués de Mary zarpó de la bahía de Cádiz con rumbo a Tierra Firme y Antillas, realizando el recorrido de los puertos para cargar los situados y traerlos a la Península, arribando al puerto de salida el día 18 de agosto del año de 1730.

Por recomendación de su general, dado su excelente comportamiento en el viaje demostrando aplicar todo lo aprendido, recibo una Real orden con fecha del día 10 de febrero del año de 1731, por la que se le ascendía al grado de alférez de navío y por parecidos motivos, por otra Real orden casualmente con la misma fecha que la anterior pero del año de 1732, volvía a ser ascendido al grado de teniente de fragata.

Con este grado, zarpó en varias ocasiones en comisiones, una de ellas le llevó a las islas Canarias, donde desembarcaron tropas como refuerzo, a su regresó se le ordenó a su comandante pasar a al puerto de Alicante, donde se estaba formando la expedición a Orán, siendo su general don Francisco Cornejo, quien arbolaba su insignia en el navío San Felipe, que junto a otros cuatro dieron escolta a un convoy de treinta y cuatro buques mercantes, zarpando el día 12 de mayo del año de 1732 de la bahía de Cádiz, con rumbo al puerto de Alicante puerto designado para la reunión de la expedición, los malos tiempos y sobre todo los vientos contrarios retrasaron la arribada, consiguiendo lanzar las anclas el día 18.

Permaneció a la espera de que fueran acudiendo buques, tanto los de guerra como los mercantes que en su mayoría eran fletados para la ocasión, tardando en completarla veintinueve días, quedando formada por doce navíos, dos bombardas, siete galeras de España, dos galeotas de Ibiza y cuatro bergantines guardacostas de Valencia, siendo el segundo en el mando el general don Blas de Lezo que enarbolaba su insignia en el navío Santiago. El ejército estaba compuesto por veintiséis mil hombres, que fueron embarcados en quinientos treinta y cinco buques. Quizás la mayor concentración naval del siglo XVIII.

Durante su estancia en la ciudad el general don Francisco Cornejo, al ir llegando los buques y el jefe del ejército el duque de Montemar, eligió a tres capitanes de navío los señores don Francisco Liaño, don Juan José Navarro y el conde de Bena Masserano, para entre todos tomar las decisiones de lo necesario a embarcar en los mercantes y por informaciones de bajeles, elegir el mejor lugar para llevar a buen término el desembarco, planificando cuidadosamente éste y los lugares de encuentro de cada unidad, para una vez todos en tierra formar las pertinentes columnas, sabiendo por donde debían desplazarse para alcanzar los objetivos, con todo tipo de previsiones y formas para adoptar con conocimiento previo, tanto para la artillería como la caballería y la infantería, así se evitarían sorpresas. Con todo esto se puede decir, que quizás fue el inventor del Estado Mayor que ha pervivido hasta hoy al menos en España.

El día 15 de junio comenzó a zarpar la escuadra desde el puerto de Alicante, ya en la mar se encontraron con diferentes problemas, los malos tiempos que producían retrasos y a ello se sumaba, las diversidad de buques fletados en diferentes países que cada uno tenía un andar distinto, aparte de ceñir mejor ó peor los vientos lo que en algunos momentos preocupó y no poco, por ocasionar una gran dispersión de ellos por toda la mar, lo que obligaba a los que tenían la responsabilidad de guardarlos, tener que navegar incluso de vuelta encontrada para hacerlos regresar al convoy.

A pesar de ello, no se perdió ninguno de los buques, gracias a las normas establecidas y dadas a conocer con sus prioridades a los buques de escolta, así arribaron y lanzaron las anclas en la costa de Orán el día 23.

Los enemigos al ver aquel bosque de árboles y sus velas se dispusieron a proteger su capital, ya que Cornejo había dado la orden de pasar la noche a bordo para desembarcar al día siguiente y de paso que descansaran los soldados y marineros al menos unas horas.

Al amanecer del día 24 y siempre siguiendo las normas, las fragatas por tener menor calado se aproximaron a tierra y comenzaron a batir la artillería enemiga, esto produjo un gran intercambio de disparos, que tuvo la consecuencia por falta de viento que se acumulara la consabida humareda que entorpecía mucho la visión, lo que a su vez facilitó por su persistencia facilitar el trasbordo de las tropas a los botes, a esperar la orden de remar para dirigirse a la playa escogida, donde a su vez los navíos desde algo más lejos comenzaron el fuego aumentando así la oscuridad producida por los disparos y protegiendo a los que iban a desembarcar.

Se había previsto, que todos los botes alcanzarán la playa más o menos al mismo tiempo, por eso fueron formando detrás de las fragatas y cuando todos estaban preparados se dio la orden de arrumbar a la playa, la sorpresa del enemigo fue rayana en la incredulidad, ya que de pronto comenzaron a aparecer cientos de botes que se les venían encima, en uno de ellos iba Arriaga al mando; mientras seguía el fuego de toda la escuadra en protección de los pequeños botes y como complemento a ello, aparecieron las galeras que llevaban a remolque a los botes más grandes y pesados por ir en ellos las piezas de artillería, al mismo tiempo que ellas abrían fuego terminando de abrir las brechas en el dispositivo de defensa de los enemigos y sobre todo, ellas cargadas al máximo de su capacidad de hombres, que a su vez también iban disparando, consiguiendo embarrancar en la playa saltando los infantes.

La operación fue tan rápida y con tanta sorpresa, que en muy pocas horas estaban en la playa veinte mil hombres, más de la mitad de la caballería y varias baterías de artillería, consiguiendo formar un frente muy bien preparado para afrontar cualquier contraataque.

Los enemigos reaccionaron e intentaron tirarlos al mar, pero la fortaleza de la cantidad ya lo hacía impensable, aparte de que las galeras ya descargadas a fuerza de remo volvieron a la mar y desde allí maniobraban protegiendo a los desembarcados embarazando a los enemigos, a lo que hay que añadir, que por orden de Cornejo el navío Castilla del mando de don Juan José Navarro, se había colocado en una posición muy segura, que le permitía cubrir con sus fuegos lo que no podían cubrir las galeras, frustrando en todo momento los intentos de contraataque de los enemigos.

Al obligar a retirarse al enemigo al interior, los siguientes días se dedicaron a fortalecer a los desembarcados, primero terminando de hacerlo con todos y después proveyéndolos de agua, municiones y víveres para varios días.

Hubo varias escaramuzas por parte de los enemigos, pero siempre recibían mucho fuego y se retiraban maltrechos, hasta llegar el día 1 de julio en que ya habían sido reforzados formando un buen ejército decidiendo atacar de firme, pero los desembarcados ya había construido hasta fortalezas de madera, con la artillería bien dispuesta, lo que unido al fuego de los buques les causó un gran descalabro y viendo que nada podía oponer a aquel formidable dispositivo, decidieron abandonar a su suerte toda la zona huyendo al interior, la guarnición de la ciudad de Orán al ver el abandono en que quedaban siguieron su ejemplo, por lo que fue ocupada sin disparar un solo tiro.

La única posición que no abandonaron fue la de Mazalquivir, por ello el día 3 se propuso el mando conquistar esta fortaleza, para lo que se destacó a los buques que la bombardearon, pero fue tanto el estrago que realizaron que al final se decidió dejar solo a dos navíos al mando del conde de Bena Masserano casi atracados a la misma, la corta distancia causaba graves daños y de hecho los muros ya casi no soportaban más el peso del fuego, esto les convenció que la defensa era inútil y enarbolaron bandera blanca, momento en el que fuerzas del ejército entraron y la tomaron.

Se verificó el estado de las fortalezas y Cornejo ordenó reponerlas para su mejor defensa, aparte de desembarcar artillería de sus buques para reforzar la disponible por el ejército, dejando una buena guarnición de seguridad.

Finalizado el trabajo y con gran éxito dio orden de embarque al resto, que se realizó rápidamente zarpando el día 1 de agosto con rumbo a la Península, para cumplir la orden recibida de distribuir a los efectivos embarcados, por ello arribó primero a Málaga donde dejó a parte de las tropas, zarpó y arribó a Alicante, donde se realizó la misma operación y por último zarpó con rumbo a la ciudad Condal, donde desembarcó al resto; cumplida la Real Orden zarpó de esta ciudad con rumbo a la bahía de Cádiz arribando el día 2 de septiembre.

Por Real orden del día 19 de agosto del año de 1733, se le asciende al grado de teniente de navío. Recibiendo la orden de embarcarse en la escuadra del conde de Clavijo, que zarpó del puerto de la ciudad de Barcelona el día 10 de diciembre del mismo año, con rumbo a la isla de Sicilia y la ciudad de Nápoles, prestando protección a un convoy que trasportaba tropas para aquellos reinos, donde permaneció un tiempo. Regresó incorporado en la división del general don Gabriel Alderete, con la que se puso rumbo a la bahía de Cádiz, en el trayecto, el día 6 de octubre del año de 1734 se encontraron con un jabeque argelino del porte de 16 cañones, el cual después de un corto combate fue apresado.

Poco tiempo después, zarpó de la bahía de Cádiz con rumbo a los mares del Sur, en su derrota realizaron la escala obligada en Puerto Soledad en las islas Malvinas, porque era el punto para preparar al buque, reforzando la jarcia, la maniobra y efectuar el cambio de velas, para poder doblar el cabo de Hornos, pasado el cabo y con rumbo al N. arribaron a Valparaíso y posteriormente a el Callao, una vez cumplida la misión que les llevó a aquellos mares, zarparon, viraron dieciséis cuadras y por el mismo lugar y las mismas escalas regresaron a la bahía de Cádiz. A su arribo se le destino a la Flota de Tierra firme al mando del general don Rodrigo de Torres, con la que volvió a realizar el viaje a Cartagena de Indias, Veracruz y la Habana, para regresar cargados con el situado a la bahía de salida.

Continuó prestando sus servicios y navegando por los mares peninsulares, sobre todo mucho tiempo en corso contra las regencias norteafricanas. Recibió una Real orden con fecha del día 29 de agosto del año de 1739, en la que se le comunicaba su ascenso al grado de capitán de fragata, permaneció un tiempo en tierra sin destino de mar, pasando a ser segundo de un navío con el que cruzó el océano en dos ocasiones. Posteriormente se le otorgó el mando de una de su clase y formando división con algunos jabeques, contribuir y tratar de impedir la constante piratería berberisca, también le fue confiada alguna comisión especial.

Pasó el tiempo, entre navegaciones y combates pequeños pero muy necesarios para frenar a los corsarios enemigos del tráfico marítimo, hasta que recibió una Real orden con fecha del día 18 de junio del año de 1745, por la que se le ascendía al grado de capitán de navío. Volvió a quedarse sin mando durante un tiempo, hasta que por Real orden se le entregó el mando del navío Constante, con el realizó dos tornaviajes al Río de la Plata. Al regreso recibió la orden de arribar al Arsenal de Cartagena, donde se le añadieron el navío América y otros cuatro jabeques, formando una división para seguir combatiendo a los corsarios berberiscos, enarboló su insignia de Jefe de División en el América, zarpando del puerto el día 9 de diciembre del año de 1748, para cumplir la misión encomendada.

Al tener noticias de la insurrección en la Guayra provincia de Caracas, se le ordenó agregarse con sus dos navíos a la expedición que se formó para terminar con ella, zarpando en el año de 1749 con rumbo a aquellas tierras, donde desembarcó el ejército que completo al allí existente y se terminó con ella, siendo nombrado Gobernador y capitán general de la provincia de Venezuela. Al quedar el territorio ya más tranquilo cruzó hasta Cartagena de Indias, donde se le cargó situado, prosiguiendo su rumbo hasta la Habana donde se le termino de cargar, poniendo rumbo a la bahía de Cádiz donde arribó sin contratiempos.

En el año de 1750, regresó con su división a contrarrestar el ímpetu de los corsarios berberiscos, especialmente los de la regencia de Argel, en esta misión permaneció todo el año y el principio del siguiente, en el que recibió la Real orden de su ascenso al grado de Jefe de Escuadra (1) con el ascenso el nombramientode Gobernador y capitán general de la provincia de Venezuela en el virreinato de Nueva Granada, a donde viajó y tomó posesión de su cargo. Realizó un buen trabajo durante su mandato, sobre todo por su rectitud y sinceridad al dar las ordenes.

A finales del año de 1752, fue llamado a la Corte, pues al parecer la destitución de don Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada ya estaba prevista, porque la Real orden que se le entregó al marqués dice: « Excmo. Señor.: El Rey ha resuelto exhonerar a V. E. de los empleos y encargos que tenía puestos a su cuidado y manda que V. E. pase luego a la ciudad de Granada, en donde deberá mantenerse hasta nueva orden de S. M. — Dios guarde a V. E. muchos años como deseo. — Buen Retiro, 20 de julio de 1754. — Don Ricardo Wall. — Señor Marqués de la Ensenada. »

La noticia de la destitución del Marqués, fue muy bien recibida por sus enemigos, sobre todo por los que defendían la causa de los británicos, el embajador británico en España inmediatamente comunicó a su gobierno la destitución y en el documento, en uno de sus puntos decía: « Los grandes proyectos de Ensenada sobre marina se han desvanecido. Ya no se construirán más barcos en España »¡Este es el mayor elogio que se le puede hacer al marqués de la Ensenada! Ya que su labor llegó a amedrentar a los seculares enemigos de España, quedando demostrado por el gran interés que puso en ello el embajador del Reino Unido en España, Benjamín Keene, que según todas las fuentes fue el principal inductor de la caída del marqués y el que sobornó a Wall para que convenciera al Rey.

De hecho el general Arriaga, es llamado a la Corte a finales del año de 1752; para esconder la artimaña al llegar a la bahía de Cádiz no se le permite llegar a la Corte, siendo nombrado Intendente de Marina del Departamento de Cádiz y Presidente de la Casa de Contratación de Indias, en cuyos cargos permanece, hasta que recibe el Real decreto del día 22 de julio del año de 1754, por el que se le nombra Secretario de Estado y del Despacho de Marina e Indias, por lo que accede al puesto del marqués dos días después de haber sido exonerado de todos sus cargos don Zenón de Somodevilla por don Fernando VI. Así que es palpable que la decisión estaba ya tomada mucho tiempo antes, con cierta maledicencia y oscurantismo a los ojos de quien tanto había dado por mejorar a España y su Real Armada.

A su vez, por Real decreto del día 20 de mayo del año de 1755, se le asciende al grado de teniente general. Permaneció en su alto cargo hasta sobrevenir el fallecimiento del rey don Fernando VI el día 10 de agosto del año de 1759, por lo que el trono de España recayó en su hermanastro y rey de Nápoles don Carlos III, que entró en la Villa y Corte el día 9 de diciembre del año de 1759, a los pocos días se entrevistó con Arriaga y convencido de su noble persona lo confirmó en el cargo.

En ésta época se nota la diferencia de la estabilidad de un gran Monarca, ya que Arriaga permaneció en el cargo hasta su muerte, permaneciendo durante más de veintiún años en su alto cargo, lo que le dio tiempo para organizar y ver sus frutos. Tan largo periodo no es posible desmenuzarlo dado que hubo de todo y como siempre, de bueno y de malo, por lo que nos limitaremos a dar las grandes cifras y los máximos datos posibles para comprender la gran labor realizada al frente de la Secretaría de Estado y del Despacho de Marina e Indias, y sobre todo con referencia a la Real Armada, que con el impulso de su antecesor y las inmejorables formas de Arriaga consiguió colocarla en la tercera Armada del planeta.

Durante su mandato se construyeron en nuestros Arsenales y Apostaderos, treinta y tres navíos, entre ellos el que después sería el más grande de todos los que han existido, el Santísima Trinidad; once fragatas; ocho jabeques; ocho urcas; seis galeotas; un bergantín; un paquebote; una goleta y una bombarda. Como contrapartida a este esfuerzo, fueron apresados un navío de 60 cañones; trece jabeques; doce pingues; doce galeotas; tres saetías, más nueve escampavías, aparte de ocasionar el incendio o hundimiento, de cuatro jabeques y otros cuatro pingues, capturando a más de tres mil moros y represar a diez mercantes, con la satisfacción de sus tripulaciones de verse libres.

Se realizaron importantes obras hidráulicas, tanto militares como civiles, se continuaron las obras de los Arsenales, sobre todo el de Cartagena donde casi se terminaron sus diques, se construyó un hospital con capacidad para cuatro mil enfermos y se termino el presidio para otras tres mil personas. Escribió una Ordenanza por las que quedaba prohibido montar la artillería al estilo ‹ inglés ó francés› estableciendo una uniformidad en sus portes; se adoptaron nuevos gálibos para las galeotas y bombardas; a los batallones de Infantería de Marina se le proveyó de camas separas, se les entregó nuevos fusiles con la bayoneta, se les cambio la alabarda y el espontón, les aumento el sueldo y los estimuló con premios en metálico, por su permanencia, dedicación y constancia en su trabajo.

Estableció un Reglamento de dotaciones de los buques, al mismo tiempo estás dependían de la artillería que portara el buque; se reglamentó al igual el armamento de los marineros; creó una doctrina de uso para las brigadas de artillería; creó escuelas náuticas para su más fácil aprendizaje, las cuales incluía la enseñanza de pilotos mercantes.

Se centró en que el Reino fuera capaz de autoabastecerse, para ello creó las fábricas de balerío en los mismos Arsenales, pero repartió el trabajo para que no solo beneficiara a una zona, ya que en Tortosa se estableció la fábrica de betún, en Cartagena, las de lanillas y ladrillos, también en sus proximidades la de jarcias, y casi como anécdota, pero no tanto para el interés de España, que los oficiales, jefes y generales, se realizaran sus uniformes con tejidos españoles, dejando para mejor momento el comprarlos en el exterior como se venía haciendo.

También sufrió lo suyo, sobre todo al firmar don Carlos III en 1762 el Pacto de Familia con los Borbones de Francia, contra el que le planteó que no era oportuno tal dislate, pues España no contaba con fuerzas navales suficientes para enfrentarse al Reino Unido. Poco tiempo después se sufrió la pérdida de la Habana por el ataque de una expedición británica. Lo que en conversación privada con el Rey le reconoció haberse equivocado, pero ya no había vuelta atrás, por ello lo mejor era conseguir ser una potencia naval de primer orden y a ello se puso Arriaga.

De igual forma, su firmeza se vio en la sentencia del marqués del Real Transporte, por la pérdida de la Habana y con el suceso de las tres galeotas, las Golondrina, Brilante y Vigilante, ya que las dos primeras abandonaron a la tercera dejándola sola ante un enemigo superior de buques argelinos, donde fue implacable, dado que como comentaba con el Monarca si se permitían estos actos sin un duro castigo, la disciplina de la Armada quedaría muy relajada y eso sólo, ya era causa de perder buques sin razón ninguna. Pero solo se cebó con los de las dos primeras, ya que los terceros cumplieron con su obligación llegando al máximo de su capacidad combativa, por lo que más no se les podía pedir.

De los primeros algunos fueron dados de baja en la Armada y a los prisioneros movió todo los hilos posibles para que fueran puestos en libertad y a alguno, los más destacados en el combate se les ascendió regresando al servicio, pero a los heridos graves después de reponerse les dio una pensión para que regresasen a sus casas para vivir más tranquilos, en este último caso eran casi todos marineros.

Lo que nos dice, que era hombre firme y duro, pero a su vez con quien cumplía con su trabajo, a pesar de perder se le gratificaba, demostrando su aprecio por los valientes. Como buen político no se vio libre de las intrigas palaciegas, ya que el Ministro de Estado señor Grimaldi intercedió ante don Carlos III para que repusiera en su cargo al marqués de la Ensenada, para una vez instalado en el poder de nuevo le ayudara a tirar al Ministro de Guerra y hacienda señor Esquilache, pero no contó con la sagacidad del Monarca, que lo deshizo todo en muy poco tiempo. Don Carlos III era sin duda un rey duro en sus formas de gobernar, pero como buen Ilustrado se le podía explicar las cosas y si le convenían las aceptaba, de lo contrario su no, era irrebatible.

En una inspección se apercibió de los duros trabajos que sufrían los esclavos, así como los sentenciados por la Justicia como vagos, ya que uno de sus trabajos era el desaguar los diques moviendo las bombas a mano, trabajo que no hace falta explicar, ya que por falta de máquinas hidráulicas para poner el buque en seco, había lógicamente que sacar el agua, así que lo solucionó ordenando se instalaran dichas máquinas, tanto fue el desahogo de los trabajadores, que además quedaban libres para otros menesteres, que el mismo capitán general del Departamento de Cartagena viendo el gran provecho de esas máquinas le escribió y entre otras cosas le dijo: «…ser obra provechosa no sólo á beneficio del mejor servicio, sino conforme á las humanidad, porque el trabajo excesivo é incesante de las bombas antiguas, era el mayor que podía imponerse al más sacrílego delincuente…»

Ya se encontraba enfermo y sabedor de que su tiempo se acababa, queriendo poner un noble broche a su vida, ordenó la formación de una expedición, con el propósito de terminar con la continua amenaza que ejercía sobre las costas peninsulares Mediterráneas la piratería argelina, en el año de 1775, se dio al general Castejón el mando de una escuadra que debía atacar la plaza de Argel.

Se desplazó el general inmediatamente al Arsenal de Cartagena donde se alistó una escuadra compuesta por: seis navíos, doce fragatas, diez jabeques, tres bergantines, cuatro bombardas, siete galeotas, doce lanchas cañoneras y cinco urcas, sumando en total 1.099 bocas de fuego, a lo que se añadían trescientos sesenta y un buques, que transportaban al ejército al mando del conde O’Relly compuesto por veinte mil ochocientos veintidós hombres.

La expedición zarpó del puerto de la ciudad de Alicante a finales del mes de junio. Pero pronto corrió la voz entre las potencias europeas y las católicas se apuntaron a ellas a forma de cruzada, entre ellas la que más buques aportó fue la Orden de Malta, que casi llegaron al mismo tiempo que la española, que fondeó a la vista de Argel el día 1 de julio.

Lo que no se sabía era a su vez se habían enterado también los argelinos, por lo que se habían construido nuevos asentamientos de artillería y dispuestos a soportar el envite. La escuadra permaneció durante ocho días bombardeando las alturas y las fortalezas, al pensar que ya estarían más débiles se llevó a efecto el desembarco, pero los ataque sobre todo de la caballería enemiga, que llegaron a sumar más de doce mil caballos, algunos fueron parados por la misma artillería de los buques, pero no dio tiempo a prepararse las estacadas ni desembarcar la artillería de sitio, esto obligó al reembarque del ejército, que gracias al apoyo de las lanchas cañoneras, con sus fuegos muy certeros y los menos certeros pero más poder de fuego de los bajeles, se consiguió a pesar de todo recuperar a todos los soldados incluidos los heridos.

Al saberse la noticia del pequeño desastre, que no fue a más por la decidida acción de los marinos y sus buques, todo el peso de la derrota en la opinión Real y pública recayó sobre el general Conde de O’Relly.

Aun así el general Castejón dejó frente a Argel una pequeña división naval, sobre todo para impedir que los buques de la regencia norteafricana pudieran zarpar a dar caza a alguno de los mercantes, de esta forma los dejó bloqueados y él con el resto de buques puso proa a la ciudad de Alicante, donde arribó y fondeó el día 10 de julio.

La empresa por desgracia no dio el resultado esperado y quizás esta desilusión aún adelanto su fallecimiento, que tuvo lugar en el Real Sitio del Pardo el día 28 de enero del año de 1776. Contaba con setenta y cinco años, y algo más de un mes de edad, de ellos cuarenta y siete al servicio de España y su Rey, y algo más de veintiuno en su alto cargo.

Sus títulos y condecoraciones, fueron entre otras: Caballero y Gran Cruz de la Soberana y Militar Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén de Rodas y de Malta; así como Comendador de Fuente la Peña de la misma Orden; Gentil Hombre de Cámara de S. M. con entrada; Consejero de Estado; Secretario de Estado y del Despacho Universal de Indias y Superintendente General de azogues.

Fue sin duda alguna un buen seguidor de su antecesor, pero juzgamos, que por las formas del nuevo Rey, Arriaga se acoplaba más a sus deseos, de lo que lo hubiera hecho el marqués de la Ensenada y aunque fue una herencia de su hermanastro, quedó demostrado que la convivencia entre ambos, Rey e Intendente fue de una franca colaboración y servicio sincero hasta el final de su vida, lo que se tradujo en un buen incremento de la Real Armada y una saneamiento continuado de la Real Hacienda, lo que permitió alcanzar el puesto mencionado en el peso de las decisiones reales.

Es indudable que fue un gran hombre y como muchos, un olvidado de la Historia, de ahí que venga a estas líneas para favorecer su memoria y la de los que no tenían ni idea que existió, que sepan que sí estuvo en su momento entre nosotros y para el bien de España.

Don Antonio Ferrer del Río en su obra Historia de Carlos III en España, nos lo dibuja así: « Seco de carácter, no sabía granjearse amigos; incorruptible en los procederes, no había desmerecido el favor del Monarca; anciano venerable y santurrón sincero, aplicábase los que podía a los negocios, á tal de ir por caminos trillados siempre, y, según pública fama, bajo la inspiración de los jesuitas, entre quienes se le veía a menudo. »

En la misma obra se cita un extracto de una carta entre Tanucci y Yaci fechada el día 1 de marzo de 1760, en la que entre otras cosas dice: « Lo que no me gusta es la amistad de Arriaga con los jesuitas, pues no son gentes con quienes pueda tener amistad el ministro de un soberano. »

Como apunte final y quizás más cruel, es que no hay ni retrato de él en el Museo Naval, ni nos ha sido posible encontrar uno, por lo que desde aquí rogamos, que si alguien sabe donde se puede ser localizado nos lo haga saber, para mejor completar éste trabajo en su honor y por justicia.

(1) En ésta época no existía el grado de brigadier, por ello se ascendía directamente de capitán de navío a jefe de escuadra.

Bibliografía:

Cervera Pery, José.: La Marina de la Ilustración. Editorial San Martín. Madrid, 1986.

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1968. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Enciclopedia Universal Ilustrada. Espasa. Tomo 6. 1909, páginas, 407.

Fernán-Núñez, Conde.: Vida de Carlos III. Librería de Fernando Fé. Madrid, 1898.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Museo Naval. Madrid, 1973.

Ferrer del Río, Antonio.: Historia del reinado de Carlos III en España. Impta. Sres. Matute y Compagni. Madrid, 1856. 4 Tomos.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

Salas y Quiroga, Jacinto.: España bajo el reinado de la Casa de Borbón. Desde 1700 hasta la muerte de don Carlos III en 1788.

Traducción del inglés. Escrita originalmente por Guillermo Coxe. Madrid, 1847.

Válgoma y Finestrat, Dalmiro de la. Barón de.: Real Compañía de Guardia Marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes. Instituto Histórico de Marina. Madrid, 1944 a 1956. 7 Tomos.

Compilada por Todovante ©

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