Biografía de don Juan Bautista Topete y Carballo

Posted By on 11 de mayo de 2014

Juan Bautista Topete y Carballo. Cortesía del Museo Naval. Madrid.

Juan Bautista Topete y Carballo. Cortesía del Museo Naval. Madrid.

Vicealmirante de la Real Armada Española.

Caballero Cruz de la Real y Militar orden de San Fernando de 1ª clase.

Cruz de Comendador de la Muy Distinguida Orden Española de Carlos III.

Ministro de Marina.

Senador Vitalicio.

Vino al mundo en San Andrés de Tuxtla, en la provincia de Veracruz y distrito de Tlacotalpa, en el virreinato de Nueva España el 24 de mayo de 1821, siendo sus padres, don Juan Bautista Topete y Viaña, capitán de fragata, quien alcanzó el grado de jefe de escuadra y doña Clara Carballo Romay, de acrisolada familia Tlacotalpana, recibió una esmerada formación facilitándole el posterior acceso a la Armada.

En 1824 se refundieron las tres compañías de Guardiamarinas en un Colegio, el cual debía de establecerse en la población de Puerto Real, pero se decidió trasladarlo a La Carraca, a pesar de ser un establecimiento de la Armada no se pudo poner en marcha. En 1828 se suprimió el Colegio y se dio libertad de enseñanza aplicando la Constitución de 1812, por ello ya no era necesario ser hijodalgo ni pasar las pruebas de limpieza de sangre, al estar preparado se pasaba un examen presidido por una Junta de Jefes de la Armada, quienes al dar el Vº Bº se producía el ingreso en la Corporación. No era fácil superarlo, porque en los exámenes las exigencias eran las justas y conformes a los requerimientos de la profesión, fue una época muy dura pues ante la libertad de estudio los jueces de las pruebas eran implacables en su aplicación, no perdonando ningún error por nimio que fuera.

Pasando de esta forma veintiún años en los cuales no hubo academia, ni colegio, ni compañía de guardiamarinas, siendo libre la preparación de todos los aspirantes, viviendo en «casas de confianza» e ingresando al aprobar el examen de la Junta de Jefes, hasta llegar a 1845 cuando por fin se abrió la Escuela Naval Militar en San Carlos. Por esta razón no hay expedientes de estos años.

Tuvieron que venir a San Fernando a pasar el examen de acceso, después de pasadas las pruebas, la Real orden del 26 de agosto de 1836 dice: «Ha sido examinado en el día de la fecha el agraciado a plaza de guardiamarina don Juan Topete, de todos los trabajos del curso de estudios elementales de la Marina de don Gabriel Ciscar, y hallándose impuesto en todos, mereció aprobar en grado de regular.», lo que no dejaba de entrever una cicatera nota.

Pero el resultado no influyo para nada porque el mismo día de su aprobado se le ordena embarcar en la fragata Esperanza, comenzando a curtirse en las cosas de la mar. Lejos quedaban los tiempos de las Reales Compañías de Guardiamarinas que previamente preparaban a los jóvenes.

Durante cerca de tres años, entre 1836 á 1839, cubrió las primeras etapas en las aguas de la isla de Cuba, primero en el bergantín Marte continuando con la fragata Restauración, realizando innumerables cruceros, tratando de combatir el contrabando de armas y el tráfico de negros, por poco tiempo desempeñó comisiones a bordo de la corbeta Villa de Bilbao.

Su prolongada permanencia en la mar le hizo resentirse de su salud, por ello embarcó en la fragata mercante Unión, para ser transportado a la península llegando a Santander a finales de 1839.

Es el primer respiro del guerrero y en tierras de España, al que acompaña con los galones del reciente ascenso a alférez de navío, todo un derroche de valor y lucimiento.

1840 lo pasa embarcado en varios buques, entre ellos el vapor Delfín, fragata Isabel II y Cortés. Por orden superior trasborda al bergantín Patriota, realizando en aguas del Mediterráneo frente a las costas de Cataluña y Levante intervenciones de todo tipo, desde transporte de tropas, municiones y pólvora, hasta expatriaciones de personas, por no ser precisamente del bando carlista.

El 2 de enero de 1841, embarcó en la fragata Isabel II, con destino a la Habana, donde su padre ya no está al mando del arsenal, a su llegada trasborda a su conocido bergantín Marte, el trasbordo de buques es intenso pues habían pocos oficiales, embarca en la corbeta Liberal y más tarde en el vapor Congreso, realizando con todos ellos cruceros por el seno Mejicano, el 21 de octubre siguiente, como figura en su Hoja de Servicios: «…con grave riesgo de su vida, salvó la de un tripulante del vapor Congreso, que había caído a la mar y que estaba a punto de ahogarse, el se lanzó al agua he impidió que sucediera lo peor.» Siendo condecorado posteriormente por su arrojo y valentía, con la Cruz del Mérito Naval.

La comisión principal se convierte en la persecución de los buques traficantes de negros, pues la llegada de estos a la isla, pone en peligro la supremacía de los blancos y criollos, estos temerosos de perder el poder en ella, convencen al Gobernador Valdés quien convoca a los traficantes de esclavos e impide el desembarco de expediciones en la isla, poniendo fin a tan inhumana acción.

Hasta 1844 se encuentra afecto a las fuerzas navales del apostadero de la Habana, por ello navega en los buques allí asignados, siendo entre otros el vapor Congreso y la fragata Isabel II.

Un nuevo desplazamiento a la península a bordo del navío Soberano, convirtiéndose en una experiencia nueva y reveladora, el estar en un buque de los que ya casi no quedaban en la Armada, pero su nuevo ascenso al grado de teniente de navío por Real orden del 10 de marzo de 1845, le obliga a regresar a su querida isla de Cuba, donde llega en la Nochebuena de 1845.

Al llegar se le otorga el mando de la goleta Cristina, no pudiendo tomar el mando hasta la primavera de 1846, pues es comisionado a la isla de Puerto Rico como oficial del navío Soberano, una casi reliquia pues llevaba casi noventa años navegando, todo un milagro de la ingeniería de la época del Rey Fernando VI y de la extraordinaria labor desarrollada por su ministro principal, don Zenón de Somodevilla, Marqués de la Ensenada.

Con su buque desarrolla las comisiones encomendadas, prestando servicios en Baracoa, isla de Corremell, Mujeres y Centoy, la situación en esos momentos era muy crítica e incomoda, pues se había fusilado al poeta ‹Plácido›, por haber sido acusado de conspiración contra la corona de España.

En 1847 se convierte en uno de los más difíciles, pues por primera vez los independentistas cubanos inician conversaciones con los Estados Unidos, por ello al mando de la goleta Cristina, tiene que navegar de una punta a la otra de la isla tratando de evitar el contrabando de armas.

Empeora su salud por ello pide y se le concede una licencia de cuatro meses, pero se le destina a la Corte, donde realiza misiones de enlace.

El 21 de noviembre de 1849 se le nombra oficial de órdenes de la división naval del Mediterráneo cubriendo desde el Arsenal de Cartagena a la frontera con Francia, incluidas las islas Baleares; la división estaba compuesta por la corbeta Mazarredo, de su mando, el bergantín Volador y el vapor Vulcano.

Los disturbios producidos en los Estados Pontificios, por la unificación de la península itálica y la proclamación de la república, habían despojado al Papa de sus bienes temporales.

Narváez, enérgico Presidente del Gobierno de España, ordenó la formación de una expedición a Roma, habiendo previamente acordado su apoyo con Austria y Francia, era la primera vez en muchos años que España afrontaba un desplazamiento de hombres y buques, sin apoyo directo de la península, no dejando de ser un reto importante.

La expedición estaba formada por los buques siguientes: vapores de ruedas, Isabel II, Vulcano, Lepanto, Piles, Castilla y Blasco de Garay; la fragata Cortés y las corbetas Villa de Bilbao y Mazarredo, al mando del brigadier don José María de Bustillo, transportando a un ejército de cinco mil hombres al mando del general don Fernando Fernández de Córdova, marqués de Mendigorría.

Después de una travesía un poco molesta por los malos vientos y un temporal, llegaron a Gaeta y el Papa pasó revista a las fuerzas, a las que bendijo y se pusieron en marcha, tomando posiciones en Terracina a donde había llegado el general Fernández de Córdova, sin encontrar una resistencia seria a su paso, al poco y ya con el campo despejado entró el general francés Oudinot en Roma, al frente de treinta mil hombres, siendo reconocidos los territorios del Papa por la naciente república.

La fuerza expedicionaria española regresó a la península desilusionada, pero colmada de honores y galardones, como la Cruz de San Silvestre concedida por el Papa Pío IX, más otra no menos importante por el rey don Fernando II de Nápoles, y las gracias por Real orden y la Cruz de la Muy Distinguida Orden de Carlos III, que le otorgó la Reina de España, por haberlas realizado «…con efectivo celo.»

Llevó al desarme a la corbeta Mazarredo, habiendo estado con ella desempeñando la comisión de buque de enseñanza a flote, donde los profesores impartían sus clases a los guardiamarinas, para después ser destinados a embarcarse en los buques de la División de Instrucción.

Más tarde fue destinado a realizar tornaviajes entre la península y la isla de Cuba con el bergantín Galiano de su mando.

En 1851 comenzó a realizarlos con el vapor de ruedas Bazán, conservando el mando del vapor se le nombró secretario interino de la Comandancia general de guardacostas.

En el Arsenal de La Carraca, se le volvió a otorgar el mando del bergantín Galiano y destinado de nuevo a la Habana, el 18 de enero de 1852, los vigías del puerto divisaron al bergantín «…con todo el trapo desplegado, como homenaje y pleitesía al apostadero.» según escribe Alesson.

Motivado por la insurrección cubana durante 1853 y parte de 1854, continua en Cuba prestando una especial atención al estado anímico de sus dotaciones, siendo muy especialmente vigiladas aquellas que llevaban de dotación nativos de la isla.

En 1854 se produce el manifiesto de Ostende: «Si España no vende Cuba, los Estados Unidos la conquistarán.» ¡Sólo será cuestión de tiempo! y de olvido de los gobernantes españoles, pues ya estaban advertidos.

Las comisiones y servicios se van multiplicando por ello el Gobierno envía al vapor de ruedas Bazán, del que también se hace cargo, sin dejar el mando del Galiano, hasta el 2 de junio por ser destinado al pontón Villavicencio. Fue nuevamente reclamado por el Gobierno, entregó el mando desembarcando el 12 siguiente, regresando a la península de transporte en el vapor correo.

A su llegada se le ordenó unirse a la comisión encargada de redactar un nuevo reglamento de pertrechos, de obligado cumplimiento en los buques de la Armada.

Son destinos más relajantes, pero él es hombre de mar y no de oficinas, por ello en el mes de septiembre de 1856, está de nuevo como comandante interino del vapor de ruedas Velasco destinado al correo, esto no le impide realizar un viaje redondo a la Habana. Se le entrega el mando interino también del vapor de ruedas Isabel la Católica, a pesar de ello vuelve a realizar otro tornaviaje a la Habana.

Por Real orden del 3 de marzo de 1857 se le asciende al grado de capitán de fragata, siendo nombrado segundo comandante del navío Reina doña Isabel II, posteriormente se le ordena regresar a la isla de Cuba, pues el apostadero de la Habana recibía un intenso tráfico de buques procedentes de la península.

El 1 de agosto de 1857 se le nombra jefe de la división de fuerzas sutiles destinadas a la persecución y apresamiento del tráfico ilícito de negros bonzales, permaneciendo en este servicio hasta el 7 de diciembre siguiente, por serle otorgado el mando interino de la fragata Esperanza, sirviéndole de una gran experiencia para posteriormente tomar el mando de una de las mas modernas unidades de la Armada, la fragata de hélice Berenguela.

Con este buque realiza varias comisiones, entre ellas una a Veracruz, realizando escalas en Nueva York y Tampico, es una comisión típica de mostrar bandera regresando a la Habana. A su llegada se encuentra con una Real orden que dice: «…se incluyan copias de las comunicaciones pasadas a este jefe por los súbditos españoles residentes en Méjico, dándole las gracias por los importantes servicios que prestó en dicho puerto.», así como otra del Capitán General de la Habana haciendo referencia al mismo tema.

Realiza otra comisión al puerto de Veracruz, pero a su regreso a la Habana se encuentra con una muy grata noticia, pues se le comunica la concesión de la Cruz de Comendador de la Muy Distinguida Orden Española de Carlos III.

Prosigue en el mando de la Berenguela hasta el 9 de agosto de 1859, al recibir la orden superior siendo destinado Mayor General de las fuerzas navales de África.

Estas fuerzas estaban compuestas por los: vapores de ruedas Vasco Núñez de Balboa, Castilla, Pizarro, Ulloa, Santa Isabel y Vigilante, más la goleta de hélice Buenaventura, estas unidades estaban destinadas a recorrer las costas del Rif, para combatir la piratería ejercida con los carabos marroquíes contra los buques mercantes españoles.

Cuando en el mes de octubre de 1859 se declara la guerra oficialmente se recibe la orden de bloquear las costas por la Escuadra de Operaciones, compuesta por: el navío Reina doña Isabel II, las fragatas Princesa de Asturias y Blanca, las dos de hélice, la corbeta Villa de Bilbao, también de hélice, las urcas  Antillas y Marigalante, los vapores de ruedas, Isabel II, Colón, Vulcano, León, Alerta, Piles, Lepanto, Santa Isabel, Buenaventura, Ceres, Rosalía, Álava, Ferrol, y San Antonio, a más de cuatro faluchos y dieciséis pequeños cañoneros, al mando del jefe de escuadra don Segundo Díaz Herrera y como Mayor General de ella, el capitán de fragata don Juan Bautista Topete y Carballo.

Establecido en bloqueo el Dios Eolo nos recordó tiempos pasados, envió un fortísimo temporal de Levante impidiendo las operaciones más vitales, en unos de esos días, se quedó un destacamento sin provisiones, llegando a ser llamado el «campamento del hambre», pero la decidida actuación del mismísimo comandante en jefe de la escuadra la palió, ordenó arriar el primer bote de la Berenguela y con él se dirigió al campamento, al que abasteció con gran peligro de su vida, el hecho lo realizo don José María Bustillo quien había relevado a don Segundo Díaz Herrera.

La fragata Blanca realizó un bombardeo de Río Martín, suponiendo un alivio para las tropas, pues estaban siendo hostilizadas por el fuego de las baterías moras y éstas quedaron destruidas por la excelente puntería de los artilleros del buque, otro hecho destacado fue el desembarco de fuerzas de marinería en Cabo Negro en la retaguardia enemiga, produciendo una desbandada en su campo, dejando casi libre el acceso a Ceuta.

Se destacaron buques al océano Atlántico y apoyaron con sus fuegos el avance del ejército sobre Larache, Arcila, Rabat y Salé, todo ello pese a la persistencia del temporal, los buques que efectuaron estos bombardeos fueron: el navío Reina doña Isabel II, las fragatas Princesa de Asturias, Blanca y Cortés, la corbeta Villa de Bilbao y los vapores de ruedas Isabel II, Colón, Vasco Núñez de Balboa, Vulcano, Edetana, Ceres y Buenaventura, acallando con sus fuegos los enemigos de Larache, logrando hacer estragos considerables en Arcila.

Topete en todo esto y como Mayor General tuvo que multiplicarse para evitar que nada faltara preocupándose del transporte entre Algeciras y Ceuta de los pertrechos de guerra y boca, armamento, heridos y sin perder de vista las comunicaciones entre los dos puntos, harto complicadas por el pertinaz temporal.

En todas las operaciones y por los efectos del temporal sólo se perdieron, dos vapores de ruedas y tres faluchos, por ello resultaron unas operaciones complicadas pero sin grandes pérdidas.

Por la ingente labor desarrollada se le concedieron las condecoraciones, de la Cruz de la Real y Militar orden de San Fernando de 1ª clase, por Real orden del 31 de mayo de 1860 y la de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.

El 7 de abril de 1860 se le concede por Real orden el empleo de coronel de Infantería, en recompensa a sus servicios en la guerra de Marruecos y el cuerpo de Ingenieros de Minas le distinguió con su medalla de Oro.

En el diario de sesiones de las Cortes, del 29 de mayo de 1860 dice sobre la Marina y la Guerra de África: «Digna de gloriosa conmemoración es nuestra naciente marina, que con tanto valor supo arrostrar los huracanes y las tempestades sirviendo tan pronto de poderoso auxiliar a nuestro heroico ejército, como dominaba con sus cañones a los fuertes africanos. En su naciente pedestal se vislumbra su futura grandeza.»

Poco después se le otorgaron diferentes destinos en tierra, todos ellos de trámite y para descanso del guerrero.

Por Real orden del 1 de abril de 1862 se le otorga el mando del navío Rey Don Francisco de Asís, convertido en escuela naval flotante de marinería, ello le permitía compatibilizar su responsabilidad a bordo, con sus tareas de diputado a Cortes.

Por Real orden del 3 de agosto de 1863 es ascendido al grado de capitán de navío.

De nuevo en el mes de junio de 1864, recibe una Real orden, siéndole otorgado el mando de la fragata de hélice Blanca.

Pocos días después recibe un manifiesto del agrado de S. M. que dice: «S. M. ha visto por el resultado de la visita que a las escuelas flotantes ha pasado al Rey Don Francisco de Asís, en el acto de hacer entrega de su mando este jefe el buen estado y orden en que dicho buque se hallaba, así como lo bien cimentada que quedaba en el mismo la instrucción militar y marinera de los quintos y gente de mar existente en dicho buque.»

Quizás una de las más importantes facetas de Topete y la menos conocida, sea la preocupación de la enseñanza naval a flote, precisamente por la razón de que él no pudo recibirla en la medida de lo normal y desde bien pronto se vió a bordo, y en combate, sin la necesaria preparación, por eso cuando llegó al Ministerio de Marina, años después una de sus primeras disposiciones fue, el establecimiento de un Escuela Naval Flotante comenzando así una nueva etapa para la preparación de los guardiamarinas.

Después de los acontecimientos políticos obligaron al almirante don Luis Hernández Pinzón, quien al mando de las fragatas Nuestra Señora del Triunfo y Resolución, más la goleta Nuestra Señora de Covadonga, izó la bandera española en las islas Chincha propiedad de la república de Perú el 14 de abril de 1864, el Gobierno en conocimiento de la grave situación sin visos de solución pacífica, ordenó enviar más buques al Pacífico por ello reciben la orden de hacerse a la mar las fragatas Villa de Madrid, Berenguela y Blanca, ésta al mando de Topete, yendo de comandante general el almirante Pareja, quien a su llegada sustituiría al almirante Pinzón en el mando de la escuadra.

Poco tiempo después se incorporó a la escuadra la goleta Vencedora, también enviada por ser necesaria la presencia de buques de poco calado, por ser muy apropiados para bojear aquellas costas.

Pareja había nacido en el Perú, por ello era un gran conocedor de sus paisanos, como plenipotenciario negoció un tratado, denominado Pareja-Vivancos, por el que España devolvía las islas Chincha y Perú saludaría al pabellón español y pagaría los gastos de la guerra.

Como pago a tan amigable tratado, desembarcaron algunos marineros de la fragata Resolución, el descontento del pueblo se manifestó en turba, de ella resulto muerto el cabo de mar don Esteban Fradera, quien al verse rodeado se defendió y con su cuchillo de mar, logró matar a tres y herir a otros siete, pero la multitud se le echó encima causándole la muerte, este hecho ocurría el 5 de febrero de 1865.

Después de un nuevo intento de llegar a un tratado y de admitir una indemnización para los familiares del cabo Fradera, el Gobierno peruano reconoció el error y por decreto del 15 de marzo ordenó pagar a la viuda, hijos y padres seis mil pesos fuertes como indemnización por su muerte, pero Pareja determinó cumpliendo con las órdenes recibidas desde Madrid, continuando con el bloqueo de las costas de Perú.

El Gobierno en previsión de la unión entre los dos países, de Chile y Perú, contra España, envió a la recién entregada fragata acorazada Numancia, siendo su comandante el capitán de navío don Casto Méndez Núñez, quien llega al puerto de el Callao sin novedad.

Por disposición del almirante Pareja la Numancia se queda frente a la plaza más fuerte para realizar el bloqueo, éste se hace en unas condiciones dificilísimas, pues con cuatro fragatas y dos goletas, sin puertos de aprovisionamiento, ni recurso de ninguna clase, tienen que cubrir más de mil seiscientas millas de costa.

El dispositivo de bloqueo era el siguiente: la Villa de Madrid con la insignia del almirante Pareja, y las goletas Vencedora y Covadonga, frente a Valparaíso; la Berenguela, con un vapor apresado el Matías Cousiño, frente a Coquimbo; la Blanca en Caldera y la Resolución en Concepción, por ello de extremo a extremo del bloqueo había una distancia de mil millas sin ningún tipo de comunicación.

La previsión del Gobierno se hizo realidad y Chile declaró la guerra a España, por ello el almirante Pareja tuvo que reajustar sus escasas fuerzas y alargar su línea de bloqueo.

Resolvió que la goleta Covadonga custodiara Coquimbo abandonando Valparaíso, en Caldera continuara la fragata Blanca y la goleta Vencedora se uniera en Concepción para reforzar a la fragata Resolución, dejando levantado el bloqueo de Valparaíso.

De esta forma si la hostilidad del Perú se confirmaba, acudirían a todo vapor a Valparaíso, recogiendo en sus aguas a la Covadonga y bloquear el puerto.

Pero la Covadonga, el 26 de noviembre sufrió un ataque pirata de la corbeta chilena Esmeralda, pues hasta después de lanzar su primera andanada, enarbolaba la bandera del Reino Unido, resultando capturada, pero aun fue peor el comportamiento del primer maquinista, de origen británico a moda de la época, quien al recibir la orden de abrir los grifos de inundación, la cumplió pero a medias, facilitando pudiera ser apresada, de lo contrario se hubiera ido al fondo, aún y así les llevó a los chilenos dos días poder controlar la inundación.

Por este pequeño desastre el almirante Pareja de suicido, llevando su honor personal quizás demasiado lejos, pues el buque no era representativo y la escuadra no quedaba muy mermada, pero a veces estas cosas suceden, en hombres cuya trayectoria suele ser intachable, prefiriendo el honor de la muerte a sufrir cualquier tipo de juicio, teniendo lugar este luctuoso hecho frente a Valparaíso a bordo de la fragata Villa de Madrid, el 30 de noviembre de 1865.

Méndez Núñez quien había sido ascendido por el feliz viaje desde Cádiz al Callao al mando de la acorazada Numancia, al grado de brigadier se hizo cargo del mando de la escuadra del Pacífico.

Sus primeras órdenes fueron, concentrar sus fuerzas en dos puertos de Chile, tratando de evitar así más sorpresas y riesgos, pero además cumplir con la misión de informar al Gobierno del fallecimiento del comandante en jefe de la escuadra.

Méndez Núñez ordenó la búsqueda de la Covadonga, pero resulto infructuosa, incluida la isla de Juan Fernández, por ello envío a la Villa de Madrid, su comandante don Claudio Alvargonzález y a la Blanca, su comandante Topete, a buscarlas en el único sitio donde no se había explorado, el laberinto de las islas de Abato.

Efectivamente allí escondidas y con una de sus fragatas hundida en los escollos al intentar entrar en ellos, los encontraron, pero pasemos al comandante de la Villa de Madrid, don Claudio Alvargonzález, quien en su parte dice: «A las cinco y media, considerando que era ilusorio el pensar atacar al enemigo a quemarropa pues se inclinaría, si no a una varada, a imposibilidad de movimiento sin éxito posible ni probable, y considerando la imperiosa necesidad de salir de la estrechura con la luz del día, mandé cesar el fuego. Después de conferenciar nuevamente con el señor comandante de la Blanca (Topete) determinamos no insistir en el ataque vista la imposibilidad del buen resultado de cualquiera que fuera la forma en que se combinase y el número de nuestros buques. Salimos pues, con iguales precauciones de los arrecifes de Lami y Carva navegando siempre con la esperanza de que el enemigo presentaría la acción fuera de los escollos……El enemigo estaba quieto, desahogando vapor sus buques, nada dispuestos a salir de sus trincheras.»

Determinó Méndez Núñez, hacer él mismo el intento de acabar con la flota enemiga, para ello convocó una junta de jefes y oficiales, la cual concluyo, no siendo partícipes de arriesgar la Numancia en tales circunstancia.

Por ello escribió al Gobierno su determinación, haciéndolo en estos términos: «Reconozco las dificultades de la empresa y sus peligros, y que es muy probable no encontremos al enemigo a que éste se haya situado en un punto donde no lleguen los fuegos de las fragatas, pero creo mi deber poner todos los medios para destruirlo. Si al intentarlo se perdiera un buque, aunque fuese la Numancia, juzgo que estas consideraciones no deben hacerme vacilar cuando se trata de la honra de nuestro país y su marina.»

No era precisamente una tarea fácil, sobre todo por el gran calado de la Numancia hacerla pasar por aquel intrincado dédalo de islas y canalizos, de los que además no existían cartas náuticas fiables y como fehaciente muestra de ello los mismos chilenos al entrar su fragata Amazonas, embarrancó en los arrecifes y se perdió, lo que habla por sí solo de la dificultad de navegación en aquel lugar.

Aún así el 17 de febrero de 1866 habiendo sido reparadas las pequeñas averías de la Blanca, siempre al mando de Topete, abandonaron el fondeadero de Valparaíso, yendo en cabeza como exploradora, seguida de la Numancia, al mando de su comandante Antequera y con el jefe de la escuadra don Casto Méndez Núñez.

Realizaron la travesía, pero resulto infructuosa, en cuanto a poder acabar con la flota enemiga, pues ellos se escabullían con mucho arte, por ello este segundo intento de acabar con la escuadra enemiga no tuvo ningún éxito.

Pero al regreso a Valparaíso la Blanca apreso al vapor Paquete del Maule, quien llevaba a bordo a ciento setenta hombres, muy esperados para terminar de dotar a sus buques Huascar e Independencia, lo cual no era de mucha importancia para los españoles, pero sí para los chilenos, pues se quedaban sin hombres adiestrados para dos buques muy necesarios.

El apresamiento se produjo a pesar de llevar el vapor la bandera británica, pero como esta acción ya era conocida la Blanca le disparó una salva, pues no llevaba proyectil el cañón y el vapor se detuvo, sin presentar ningún tipo de oposición.

Méndez Núñez, al recibir la orden de bombardear Valparaíso, escribe al Gobierno diciéndole: «El bombardeo de Valparaíso, sería un acto que reprobarían todas las naciones y ocasionaría a España compromisos de tal magnitud, que dudo pudiera resolverse a ello sin una orden de  V. E.»

Aquí vienen todas las frases ya repetidas del comandante en jefe de la escuadra del Pacífico, por ello las omitimos.

El 9 de abril arribaba la fragata Almansa, de primera clase, con 50 cañones y trescientos hombres de dotación al mando de su comandante don Victoriano Sánchez Barcáiztegui, fue muy apreciada su llegada, pues traía algunos víveres, bebidas y tabaco.

Se comunica la decisión del Gobierno de bombardear Valparaíso, se dan los cuatro días de plazo para que la población civil abandone sus hogares y sean señalados con banderas blancas los establecimientos benéficos, y los hospitales, cumplido el plazo el 31 de marzo de 1866, se disponen a realizarlo, las fragatas Villa de Madrid, Resolución y Blanca, más la goleta Vencedora, permaneciendo la acorazada Numancia a sota fuego, para protegerlas de un posible ataque de las escuadras enemigas, aunque no hicieron acto de presencia.

Los buques neutrales de los Estados Unidos y del Reino Unido a las ocho de la mañana se retiraron, la Numancia disparo dos cañonazos advirtiendo que el bombardeo comenzaría a su hora ajustada, a las nueve y quince minutos comenzó el fuego, comenzando por los edificios oficiales, como aduanas y almacenes del Gobierno, a las doce en punto cesó el fuego, se había cumplido la orden del Gobierno de España.

Se lanzaron dos mil seiscientos proyectiles, causando unos daños valorados en catorce millones de pesos, siendo el daño causado el equivalente a 3,6 veces, el coste de las peticiones españolas, para evitar la guerra. ¡Así de listos e inteligentes son algunos gobernantes!

Terminado el bombardeo, se recibió la orden del comandante en jefe de poner rumbo al puerto del Callao, realizándose en dos divisiones, de ellas una lo haría a la vela por llevar los transportes y la primera con la Numancia a la cabeza, la realizaría con las máquinas de vapor, con destino a la isla de San Lorenzo frente al puerto peruano del Callao.

El 2 de mayo de 1866 amaneció con neblina ocultando la población y fuertes a bombardear, a las nueve de la mañana se realizó una alocución en todos los buques leída por los comandantes a sus respectivas dotaciones: «Marineros y soldados: después de una larga y ardua campaña, hoy se nos presenta la ocasión de cerrarla dignamente, castigando cual se merece la osadía y perfidia de un enemigo, que nada ha dejado de poner en práctica para vilipendiar a nuestra querida España: a España, que hoy espera de nosotros que la venguemos dignamente.

Un mismo deseo nos anima a todos, y yo no puedo dudar que, con vuestro valor, decisión y entusiasmo, lo veréis satisfecho, volviendo al seno de vuestras familias después de consignar una página de gloria en la historia de la marina moderna, dejando su honra a la altura que nuestra patria tiene derecho a esperar de nosotros. ¡Viva la Reina!—Vuestro Comandante General, Casto Méndez Núñez.»

En la espera por culpa de la neblina la Numancia iba a presentar la banda estribor al enemigo, por ello se trasladaron dos cañones de la de babor a ésta, así presentaría 19 cañones en el combate en vez de 17, al mismo tiempo se arrió la lancha de vapor, para permanecer amarrada al costado de sotafuego, con su oficial al mando, el alférez de navío don Joaquín Lazaga, estando así pronta a desempeñar las comisiones que el mando le pudiera ordenar.

A las 1115 horas despejaba la atmósfera, se vió ondear en el tope del palo mesana de la Numancia, las banderas que prevenían hacer el zafarrancho de combate, por ello todos los buques se dirigieron a sus puestos ya preestablecidos; entonces se oyeron los toques de genérala y calacuerda en todos los buques, se arbolaron las banderas de combate y fueron ocupando sus puestos.

La Numancia, marchando a la cabeza de la división del Sur, corriendo la menor distancia llegó la primera a su puesto, frente a las fortificaciones de Santa Rosa; y gobernando a presentar su batería de estribor al enemigo, en cuanto estuvo a distancia disparo el primer cañón de proa, rompiendo el fuego a las 1155 horas.

Se generalizó el fuego por ambas parte, la Blanca llegó a situarse a ochocientos metros de las baterías, desdeñando el antiguo axioma; un cañón en tierra vale por diez en la mar, pero en sus mismas circunstancias estaba toda la escuadra.

El fuego de la escuadra era tan certero que a las 1210 horas, voló la torre blindada del Sur, al parecer fue una granada de la Blanca, la que penetro en el interior de la torre y alcanzó los repuestos de pólvora, saltando por los aires con toda la dotación y con el Ministro de la Guerra peruano que se hallaba en ella.

A las 1500 horas se retiro de la línea la Blanca por haber consumido toda la munición.

Su conducta a lo largo de toda la campaña fue elogiada por propios y extraños, Luis Royo Villanova, cabo de mar de a bordo decía: «Nosotros los de la Blanca teníamos dos ídolos dentro de aquel barco querido, el más audaz, el más ligero, el más inquieto, despierto y decidido de cuantos mandaba el jefe Méndez Núñez. El primero de esos ídolos era la bandera que agujereada por los balazos de chilenos y peruanos flameaba siempre sobre nosotros con movimientos y colores de llama rojo y amarillo. El otro ídolo de los marineros de la Blanca era Topete, nuestro bravo capitán, inquieto, nervioso, segunda hélice y alma verdadera de la fragata a la cual comunicaba su acometividad y su valor. Con su ejemplo nos guió a todos y ante su ejemplo no había manera de volver la cara ni al enemigo ni al trabajo, que era penosísimo e incesante. Vivíamos en continuo zafarrancho, dormíamos armados al pie de los cañones, y cuando la casualidad nos proporcionaba algún regalo como aquel millar de botellas de riquísimo aceite, que nos trajo equivocadamente un vapor mercante en vez de aceite de borras para las máquinas, Topete cogía las botellas, las vaciaba en un aljibe, envenenaba el aceite para que sólo la máquina disfrutara de él, y nosotros seguíamos comiendo legumbres en agua sola y algún pescado azul basto y endemoniado.»

Las sufridas dotaciones de la escuadra del Pacífico, aquellos hombres mal alimentados, enfermos muchos de ellos y agotados por los continuos esfuerzos, hablaban así de sus jefes y conductores.

Pero tampoco los enemigos regateaban en el asunto, en una crónica del 2 de mayo, publicada en Lima, haciendo referencia a la Blanca decía: «Combatía con una especie de rabia y claramente se vió a su comandante pasar del alcázar de popa al de proa y presentar todo su cuerpo al enemigo.» ¿Qué mayor elogio?

El 3 de julio de 1866 se le otorgó la Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica, por su meritoria labor en el combate de Abtao.

Con los demás individuos de la escuadra, recibió las gracias de S. M. en una carta autógrafa, fechada el 9 de julio y dirigida al comandante general de la escuadra del Pacífico.

En su regreso a España la escuadra se dislocó en dos divisiones, siendo la Blanca una de las que dobló el cabo de Hornos y a vela, pues no quedaba carbón.

Por otra Real orden del 19 de septiembre, se le concede la Cruz del Mérito Naval, por su decidida actuación en el combate del Callao.

Y por su comportamiento a lo largo de toda la campaña, y por la herida grave recibida en el bombardeo del Callao, se le asciende al grado de brigadier por Real orden del 3 de junio de 1866.

Regreso a Madrid, pero fue recibido con hostilidad, lo cual le desilusionó bastante, por aquellos días el Gobierno miraba de reojo a los que tenían antecedentes revolucionarios.

Se le nombró capitán del puerto de Cádiz, cargo que conservó hasta el triunfo de la Revolución de Septiembre de 1868.

Topete y Carballo, tomó parte muy activa en la preparación del movimiento nacional, ya fuese por sus ideas, pues era más de derechas que el propio Prim, ya por el disgusto contraído, por el nombramiento de Belda como ministro de Marina, pues su primera acción fue rebajar el presupuesto de la Corporación de treinta y un millones a seis, para la construcción de nuevos buques, matando con ello los esfuerzos realizados en los últimos años, viniéndose abajo por una irresponsabilidad política el no poder continuar con la construcción de buques.

Por ello el 17 de septiembre de 1868 estando a bordo de la fragata acorazada Zaragoza, fondeada en la bahía de Cádiz, firmó la primera proclamación de la Revolución que puso fin al reinado de su estimada y apreciada reina doña Isabel II.

La proclama del brigadier Juan Bautista Topete y Carballo a los gaditanos, dice así: «Gaditanos: Un marino que os debe señaladas distinciones, entre ellas la de haber llevado vuestra representación al Parlamento, os dirige su voz para explicaros un gravísimo suceso. Esta es la actitud de la Marina para con el malhadado Gobierno que rige los destinos de la Nación.

No esperéis de mi pluma bellezas. Prepararos sólo a oír verdades. Nuestro desventurado país yace sometido años a la más horrible dictadura; nuestra ley fundamental rasgada, los derechos del ciudadano escarnecidos; la representación nacional ficticiamente creada; los lazos que deben ligar al pueblo con el trono, y formar la monarquía constitucional, completamente rotos.

No es preciso proclamar estas verdades; están en la conciencia de todos.

En otro caso os recordaría el derecho de legislar, que el Gobierno por sí sólo ha ejercido, agravándole con el cinismo de pretender aprobaciones posteriores de las mal llamadas Cortes, sin permitirlas siquiera discusión sobre cada uno de los derechos que en conjunto les presentaba, pues hasta del servilismo se sus secuaces desconfiaban en el examen de sus actos.

Que mis palabras no son exageradas lo dicen las leyes administrativas, la de orden público y la de imprenta.

Con otro fin, con el de presentaros una que sea la negación de toda doctrina, os cito la de instrucción pública.

Pasando del orden político al económico, recientes están las emisiones, los empréstitos, la agravación de todas las contribuciones. ¿Cuál ha sido su inversión?, la conocéis y la deplora con vosotros la marina de guerra, apoyo de la mercante y seguridad del comercio; cuerpo proclamado poco a la gloria del país, y que ahora mira sus arsenales desiertos, la miseria de sus operarios, la postergación de sus individuos todos y viéndose en tan triste cuadro un vivo retrato de la moralidad del Gobierno.

Males de tanta gravedad exigen remedios análogos; desgraciadamente, los legales están vedados; forzosos es por tanto apelar a los supremos, a los heroicos.

He aquí la razón de la Marina en su nueva actitud; una de las partes de su juramento está violada con mengua de la otra. Salir a la defensa de ambas, no sólo es lícito sino obligatorio.

Expuestos los motivos de mi proceder y del de mis compañeros, os diré nuestras aspiraciones.

Aspiramos a que los poderes legítimos, pueblo y Trono funcionen en la órbita que la constitución les señale, estableciendo la armonía ya extinguida, el lazo ya roto entre ellos.

Aspiramos a que las Cortes Constituyentes, aplicando su leal saber y aprovechando lecciones harto repetidas, de una funesta experiencia, acuerden cuanto conduzca al establecimiento de la verdadera monarquía constitucional.

Aspiramos a que los derechos del ciudadano sean profundamente respetados por los Gobiernos, reconociéndoles las cualidades de sagrados, que en sí tienen.

Aspiramos a que la hacienda se rija moral e ilustradamente, modificando gravámenes, extinguiendo restricciones, dando amplitud al ejercicio de toda industria lícita y ancho campo a la actividad individual y al talento.

Estas son concretamente expuestas mis aspiraciones y las de mis compañeros. ¿Os asociáis a ellas sin distinción de partido, olvidando pequeñas diferencias, que son dañosas para el país? Obrando así labrareis la felicidad de la patria, y ésta es precisamente la bandera que la Marina enarbola.

Como a los grandes sentimientos suelen acompañar catástrofes que empañan su brillo, con ventaja cierta de sus enemigos, creo con mis compañeros hacer un servicio a la causa liberal, prestándonos a defenderla, conteniendo todo exceso. Libertad sin orden, sin respeto a las personas y a las cosas no se concibe.

Correspondo, gaditanos, a vuestro afecto colocándome a la vanguardia en la lucha que hoy empieza y sostendréis con vuestro reconocimiento denuedo.

Os pago, explicándoos mi conducta, su razón y su fin; a vosotros me dirijo únicamente; hablen al país los que para ellos tengan título.

Bahía de Cádiz, a bordo de la Zaragoza, 17 de Septiembre del 1868.

Juan Bautista Topete.»

Acudió Prim y la escuadra sublevada compuesta por las fragatas acorazadas Zaragoza y Tetuán, las de madera Villa de Madrid y Libertad, más los vapores de ruedas Isabel II, Vulcano y Ferrol, con las goletas Concordia, Edetana, Ligera y otros buques menores, con ellos intimó a la rendición de la plaza, estando como jefe supremo Topete, al que secundaron los marinos y la guarnición con el pueblo, por ello el Gobernador militar ante un enfrentamiento casi inevitable, decidió entregar la ciudad y unirse a los sublevados.

Lo primero que hizo fue enviar al vapor Buenaventura a las islas Canarias, donde el Gobierno había desterrado a los generales y almirantes que no estaban de acuerdo con él, consiguiendo así un apoyo muy importante y relevante.

Al regreso del vapor, el duque de la Torre que venía en él tomó el mando, acompañándole todos los generales deportados y dirigió un manifiesto a la población y a España, todavía más enérgico que el publicado por Topete.

El general Prim formó inmediatamente un ejército que se puso en marcha en dirección a Madrid, al mando del general Serrano en sus cercanías se libro el combate del puente de Alcolea el 28 de septiembre de 1868, contra los isabelinos al mando de Manuel Pavía y Lacy, ganándolo, provocando el triunfo de la Revolución.

Pero Topete era un autentico caballero y hombre muy leal, por ello no estuvo en principio de acuerdo con el destronamiento de la reina doña Isabel II, quien tan bien le había tratado con sus ascensos y condecoraciones, pero le convencieron que la salvación de España pasaba por ese sacrificio, se unió a la revolución, pero puso la condición de no ser nombrado Rey el duque de Montpensier, a pesar de haber sido un seguidor incondicional.

El duque de Montpensier se había colocado del lado de los enemigos de Isabel II desde antes de su caída, con la vana esperanza de sucederle en el trono, tuvo muchos partidarios, entre ellos Topete, quien ya lo había propuesto, pero sucedió un desafortunado desenlace; pues el duque se enfrentó en duelo al Infante don Enrique de Borbón, duque de Sevilla y primo de la esposa de Topete, cuando el Infante fue herido de muerte en el duelo, Topete lo dejó fuera de la candidatura al trono.

Todo ello dio a Topete una gran popularidad; a su llegada a Madrid el pueblo le proporcionó una gran ovación y al ser constituido el Gobierno Provisional se le dio la cartera de Marina, pero fue después de haber insistido varias veces para que le fuera entregada a don Casto Méndez Núñez, pero ante su rotunda negativa se vio obligado a aceptarla ocupando el puesto el 8 de octubre de 1868 hasta el 6 de noviembre siguiente, volviendo a tomar posesión el 9 de enero de 1870, hasta el 20 de marzo seguido.

Con igual modestia y honradez, rehusó el ascenso a contralmirante, ofrecido por el Gobierno.

Fue elegido diputado para las Cortes Constituyentes de 1869, por Madrid y Vich, ocupando su sillón.

Cuando se decidió que el nuevo rey de España sería don Amadeo de Saboya, la reacción de Topete fue la de siempre, pues presentó su dimisión al duque de la Torre porque él no le había votado.

De su paso por el ministerio de Marina, quedó la labor desarrollada con su esfuerzo al sofocar la insurrección en la isla de Cuba, para ello pidió y obtuvo de las Cortes, levas suplementaria con que completar las dotaciones de los buques. (El sempiterno problema español)

El diciembre de 1870 se produjo el asesinato del general Prim, principal valedor de la candidatura de don Amadeo de Saboya, por ello el Gobierno apeló una vez más a su patriotismo, encargándole  viajar a Cartagena puerto de llegada del nuevo monarca, al que él no había votado, pero como hombre coherente y por el bien de España, aceptó.

La Numancia junto a otros buques españoles e italianos fue la encargada de transportar al nuevo Rey a España, en ella iba su comandante el capitán de navío Díaz Herrera y el ministro de Marina Beránger, el buque enarboló el estandarte Real.

Al llegar a Cartagena, subió a bordo a presentarle sus respetos en nombre del general Prim e inclinándose respetuosamente ante el monarca le dijo: «El Regente del Reino me encargó una misión tan honrosa como inmerecida, esto es, salir al encuentro del Monarca elegido por las Cortes constituyentes soberanas de la nación. Acepté respondiendo de la vida del Rey con mi propia vida.»

Un tiempo después no ocultó sus simpatías a las personalidades más conservadoras del partido Constitucional.

En los asuntos sobre la isla de Cuba se mostró pesimista, pues no olvidaba la premisa norteamericana de vender o conquistar, mientras tanto veía que España se debilitaba por sus luchas intestinas, por ello en el mes de julio de 1871 dijo: «Yo no seré reformista respecto a Cuba, porque es la única manera de conservar algún tiempo más aquella hermosa provincia.»

En noviembre del mismo año afirmó en la Cámara que algún Ministro había propuesto la venta de la isla de Cuba; está manifestación levantó una dura y profunda indignación, obligando a Ruiz Zorrilla a protestar a favor de la integridad nacional y a Figueras a solicitar fuera abierta una comisión de investigación, con el propósito de averiguar el nombre del Ministro en cuestión.

Por Real orden del 1 de febrero de 1872 se le ascendió al grado de contralmirante.

Posteriormente se opuso políticamente a las tendencias de los radicales, no siendo solo en la cámara, si no por sus publicaciones en los periódicos El Debate y El Gobierno.

Fue llamado de nuevo a ocupar la cartera de Marina por el presidente del Gobierno Sagasta, siendo nombrado el 26 de mayo de 1872, permaneciendo hasta el 13 de junio siguiente, al cambiar el Presidente, pues fue nombrado Serrano, continuó en el Ministerio, y se dio el caso que por unos días, por ausencia del Presidente, le fue otorgado el privilegio y la responsabilidad de ocupar el puesto de Presidente de la Nación interinamente.

Al proclamarse la efímera primera República el 11 de febrero de 1873, fue encarcelado por unos días en la militar de San Francisco de Madrid, al salir se alejó de la política y de la ciudad. Hasta ser disueltas las Cortes Federales y el 3 de enero de 1874, formándose nuevo Gobierno presidido por el general Serrano, volviendo a ser llamado para ocupar su cartera del ministerio de Marina, permaneciendo hasta el 13 de mayo seguido. (Por las fechas aportadas se puede averiguar que la primera República Española duró once meses escasos y tuvo cuatro presidentes, todo un record a batir)

Al incrementarse la acción de la guerra civil carlista y aún conservando la cartera del Marina, se dirigió al norte al frente de los batallones de Marina, batiéndose con verdadero heroísmo contra las tropas del bando contrario, conquistando a la bayoneta las alturas de Abanto y Somorrostro.

En una de las acciones y estando en primera línea, de las muchas veces que la visitaba, una bala le corto la correa que sujetaba la vaina de su sable, el cual tenía en la mano; sonriendo se giro a sus hombres diciendo: «Esta bala me ha librado de un peso inútil, porque mi espada no ha de envainarse en muchos días.»

De regreso a la capital se le había dejado fuera del Gobierno, por estar ahora presidido por Sagasta.

La sublevación militar de Sagunto, devolvió el trono a los Borbones en la figura de don Alfonso XII, mereció por su parte las más enérgicas censuras y al ver que prosperaba la vuelta de la anterior dinastía, resolvió dejar la carrera militar y vestir de paisano, pero al pedir la exención del servicio, le fue denegado.

Para contrarrestar la negativa de su petición, el Gobierno le concedió por su comportamiento en Abanto y Somorrostro, la Gran Cruz y la Placa de San Hermenegildo. (Todo un detalle, pero el que se había jugado la vida y había conseguido la victoria fue él, pues entonces le correspondían por valor personal, no por agradecimiento del Gobierno, por todo ello no fue un regalo, sino todo lo contrario, se lo había ganado a pulso.)

En 1879, por fin reconoció a la monarquía de don Alfonso XII, por ello fue nombrado presidente del Consejo de Administración de los fondos para premios a la Marina y Senador Vitalicio.

Por Real orden del 28 de agosto de 1880 se le ascendió por rigurosa antigüedad al grado de vicealmirante.

Falleció en Madrid el 29 de octubre de 1885, cuando contaba con sesenta y cuatro años de edad, de ellos cuarenta y nueve de servicios a España.

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