1812 — Estado del Arsenal de Cartagena

Posted By on 3 de septiembre de 2019

Viendo que nada se avanzaba en aquella guerra en el estado de la Armada don Nicolás de Estrada presentó su dimisión del cargo en 1812, aduciendo; que le era imposible mantener la disciplina, estando en la mayor desobediencia el personal, por la falta de todo y que si no se cumplía lo pedido por él, su persona no podía ser responsable de lo que pudiera ocurrir.

Su escrito dice: «Mi ciega obediencia y respeto al decreto de S. A. el Consejo de Regencia, que V. S. me comunica en su órden de 16 de Enero próximo pasado, me hará entregarme del mando interino de este Departamento desde luego que este Capitán General guste resignarlo; pero esta misma obediencia y mis deseos en cumplir los deberes de cuanto se me ordena, no me permiten prescindir del comprometimiento en que me ponen las obligaciones y responsabilidad que constituye en sí este mando, con respecto al total aniquilamiento y desorganización en que se hallan todos los ramos que dependen de él, y no representar por el conducto de V. S. con la más sumisa veneración; pero al mismo tiempo, con la energía de que es capaz mi corto talento para convencer y hacer conocer las verdades de cuanto expongo, sobre los inconvenientes que obstruyen mis desempeño en este mando, para que V. S. lo eleve al conocimiento de S. A.

En primer lugar, es el olvido en que hasta el presente se ha tenido á este Departamento, por dejarle 21 meses sin pagarle, motivo por qué todos los de la jurisdicción de marina mendigan para buscar el alimento para ellos y sus afligidas familias, de las que me consta que hay muchas que á veces pasan 24 y más horas sin tomar el menor alimento; el estremo de miseria á que están reducidos es tal, que ya reclama los derechos de la hospitalidad; es necesario la vista material para concebir una idea de la espantosa imágen que representan estos desgraciados vasallos, abandonados á sí mismos y á los horrores de sus desdichas; su triste situación, la apatía en que se ha estado y el sistema que se ha seguido de desentenderse desde los principios de los abusos á que dieron márgen la falta de pagas y las necesidades, lo han paralizado todo, ha trastornado el órden económico establecido en los trabajos y demás ramos del arsenal; ha introducido el desórden que experimenta, hecho desaparecer la subordinación y el respeto hasta la más inferior clase, y originado más frecuentes robos del arsenal, aumentando las dificultades de atajarlos, así como la de descubrir los delincuentes, porque mútuamente se encubren unos a otros, y todos contribuyen al robo; la Maestranza no cumple en sus trabajos y devenga indebidamente sus jornales, ni su despido es justo sin pagarla sus atrasos; en una palabra, sólo prevalecen los prejuicios contra los intereses del Estado, porque donde todo falta, hasta la justicia pierde su poder.

Esta es la realidad del estado en que se halla este Departamento: yo confieso, con la ingenuidad que me es característica, que no me considero con la suficiencia necesaria para desterrar tamaños males, reorganizarle y enmendar los pecaminosos abusos que la falta de pagos, la tolerancia y el tiempo has dejado tomar demasiadas raices y connaturalizarse en el corazón de todos, fáciles á acortar en sus principios y ya imposible sin el castigo; este le prohiben la leyes cuando no se cumplen los contratos estipulados con que entraron en el servicio.

Las consecuencias de este mando, con respecto á las circunstancias insinuadas que en él concurren, demuestran con la mayor evidencia que sólo proporciona responsabilidad, que inquietan la conciencia y comprometen el honor del que le tiene, á la crítica general de un público que no conoce el origen de las causas y sólo sabe acriminar á las autoridades como causa primaria de los males que padece. No se crea que es el temor quien me hace hablar de este modo, como lo tengo acreditado en 47 años que sirvo á S. M.; sólo son mis deseos por el mejor servicio del Rey y por no hacerme delincuente con el silencio para que con V. A. y la nacion en unos asuntos de tanto interés y gravedad, que llaman sériamente la atención del Gobierno.

En esta inteligencia, y á las ventajas que resultan al Estado de la renuncia que hago de este mando, espero de la justificación y la bondad de S. A. la reciba bien de un vasallo que, libre de ambición é intereses, sólo desea ser empleado en el destino de su profesión, que S. A. tenga por conveniente. Pero no en este mando, en el que la falta de todo, sólo envuelve un caos de confusión y perplejidades invencibles al hombre de los mayores conocimientos y experiencia.

En vista de las sólidas razones que dejo expuestas y que espero merezcan la aprobación de S. A., no dudo convencerá su recto proceder para concederme la gracia que sumisamente suplico.

Dios guarde á V. S. muchos años. Cartagena 2 de Marzo de 1812. — Nicolás de Estrada. — Sr. D. José Vazquez de Figueroa.»

El Gobierno no quiso admitir la dimisión hasta no encontrar a un sustituto y mientras, se le intentaría dar todo lo demandado para volver al orden el Arsenal.

Recibiendo como contestación lo siguiente: «Excmo. Sr. — He dado cuenta á la Regencia del reino de la carta de V. E. de 2 del actual, en que manifestando sencillamente la miserable situación, no sólo de los individuos sino de todos los ramos de ese Departamento, hace V. E. presente que no se halla capaz de desempeñar el mando que interinamente se le ha confiado; pero este modo franco é ingénuo de producirse V. E., ha estimulado más á S. A. á no admitirle la dimisión que hace; muy al contrario, fia del celo de V. E., de su nervio y entereza, no menos que de su patriotismo y prudencia, que procurará reorganizar todos los ramos del Departamento, haciendo cumplan con sus deberes aquellos individuos que, olvidados de ellos momentáneamente los hayan abandonado, bajo el seguro concepto de que su S. A. ofrece á V. E. socorrer á ese Departamento de Real Órden para su gobierno y cumplimiento. Dios guarde á V. E. muchos años. Cádiz 22 de marzo de 1812. — José Vazquez de Figueroa. — Señor D. Nicolás de Estada.»

Como ejemplo de la grave situación a la que se llegó, se vio obligado para dar de comer a su familia a vender el puño de oro de su bastón de mando, único objeto de valor que poseía.

Bibliografía:

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873. Compilada por Todoavante ©

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