Biografía de don José Alonso Pizarro Muelas de Paz
Posted By Todoavante on 21 de junio de 2017
Teniente general.
Caballero de Justicia de la Soberana y Militar Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén de Rodas y de Malta.
Marqués del Villar. Virrey y Capitán General de Nueva Granada.
Vino al mundo en la ciudad de Zamora en 1686. Una fuente no muy creíble, sitúa el acontecimiento en la población de Sahagún (León) en 1689. Descendiente de una noble familia, cursó sus primeros estudios en casa de sus padres, pasando posteriormente a Malta donde fue cruzado caballero, obteniendo el mando de una de las galeras de la Orden, hasta ser nombrado Patiño Intendente de la Armada quien le hizo llegar la petición de incorporarse a la Real Armada por él organizada, aceptó Pizarro el ofrecimiento arribando a Barcelona el 15 de noviembre de 1717, siéndole entregado el entonces primer grado de oficial, alférez de navío. Por Real orden del 1 de febrero de 1718 se le ascendió al grado de teniente de navío, pasando destinado al navío San Luis, perteneciente a la escuadra del general don Antonio Gaztañeta, el cual zarpó el 19 de junio junto al resto de la escuadra compuesta por los navío: San Felipe, de 80 cañones, Real y Príncipe de Asturias, de 72, Triunfo, San Luis, Santa Isabel, San Pedro, San Carlos, San Fernando, y San Juan Bautista, de 60, San Isidro, y San Francisco, de 50, cuatro galeras, diez fragatas, siete galeras, dos brulotes, dos bombardas y tres mercantes armados, dando escolta y protección al convoy formado por doscientos setenta y seis transportes y ciento veintitrés tartanas, trasportando un ejército de dieciséis mil hombres y ocho mil caballos, al mando del marqués de Lede, realizando la travesía en doce días hasta Sicilia y en ella iba de plenipotenciario Patiño; siendo el objeto de tanto despliegue, evitar que la Cuádruple Alianza se quedará con aquella isla en nombre del archiduque Carlos. Se efectuó el desembarco a cuatro millas de la ciudad de Palermo sin resistencia, sucediéndose duros enfrentamientos por ser muy reñidos los combates, sobre todo en la ciudad de Messina pues su guarnición piamontesa no cedía en ningún momento hasta ser vencidos en toda la línea, pero por las sucesivas victorias más el apoyo de la población facilitó la conquista de las restantes ciudades, quedando en poder de la corona de España la ansiada isla. Al concluir la toma de la isla una división al mando del general don Baltasar de Guevara, se envió a la isla de Malta con dos navíos y una fragata, para regresar con parte de las galeras de Sicilia que allí estaban refugiadas enarbolando su insignia en el navío San Luis. Por esta razón no pudo intervenir en el combate de cabo Passaro, en el que la escuadra del almirante Byng hundió muchos de los navíos españoles, pero sin declaración previa de guerra. Consiguiendo llegar casi al final del combate, pasando a recoger gran cantidad de náufragos y desembarcarlos en Palermo. Regresando posteriormente con pliegos a Barcelona, de transporte en un buque de Ragusa misión encomendada por el Gran Maestre de la Orden de Malta, (lógico por ser conocido de él) para ser entregados al Rey español, llegado a la Corte entregó los pliegos y se encaminó a la ciudad de Cádiz, donde se presentó el 25 de mayo de 1719.
Al llegar se le dio la orden de embarcar, paso destinado a varios buques navegando en la mejor escuela, la guerra en corso sobre todo en el Mediterráneo, realizando varias salidas en persecución de tan peligroso enemigos, en una de sus arribadas se le destinó a un navío realizando un transporte de tropas a las isla Canarias, al regreso de esta comisión se le nombró comandante de una compañía de Infantería de Marina, para tomar el mando tuvo que desplazarse a la ciudad de Santander donde llegó a finales de 1723. Se le ordenó embarcar en la fragata Atocha, incorporándose el 1 de junio de 1724, con ella se mantuvo en el mar Cantábrico transportando pliegos entre San Sebastián, Pasajes, Bilbao, Gijón y Santoña, al mismo tiempo vigilaban las costas, sucedió que su Comandante cayó enfermo, siéndole entregado el mando interinamente por el Comandante del Ferrol, con la orden de llevarla a la bahía de Cádiz donde arribó el 20 de agosto de 1726. Por haber demostrado en su interinidad las dotes precisas para el mando, recibió la Real orden del 20 de marzo de 1727 siendo ascendido al grado de capitán de fragata. Por ello se le otorgó el mando de la Concepción, con ella realizó un viaje a Santander a finales del mismo año, allí se le cargó con materiales para ser desembarcados en el astillero de Guarnizo, arribando el 2 de enero de 1728.
En este apostadero se le otorgó el mando del navío Santiago, zarpando con rumbo al Arsenal de Cádiz, donde arribó y fondeó el 7 de agosto de 1729, habiendo permanecido algo más de un año y medio cruzando las aguas del Cantábrico en protección del tráfico marítimo de cabotaje. Al poco de estar en la bahía se le ordenó desembarcar del navío y tomar el mando de la fragata San Francisco de Asís, zarpando unida a la Flota de Tierra Firme el 26 de junio de 1730, con rumbo a La Guaira y Cartagena de Indias, donde desembarcó el azogue y se cargaron los caudales, volviendo a zarpar con rumbo a las Antillas Mayores, donde se embarcaron más caudales, dando la vela con rumbo a la bahía de Cádiz donde fondearon el 25 de octubre de 1731. Como se puede apreciar estos viajes con la carga de azogue y el regreso con los caudales no solían ser inferiores al año y medio, sobre todo dado el trabajoso desembarco y embarco de las cargas por ser preciosas y muy necesarias. Al arribar se le otorgó el mando del navío San Carlos, perteneciente a la división de don Blas de Lezo, haciéndose a la mar el 8 de enero de 1732, en comisión de corso contra las regencias norteafricanas, participando en diferentes combates, de los efectos de ellos regresó la división a la bahía el 7 de octubre siguiente, llevando a remolque dos jabeques argelinos.
El 9 de enero de 1733 zarpó de la bahía de Cádiz estando al mando del navío Real Familia, en conserva del navío Princesa, para cumplir la misión de enseñar bandera por todo el Mediterráneo, cumpliendo de paso con varias comisiones realizando escalas en Mazalquivir, Orán, Málaga, Alicante, Tolón, La Spezia y Nápoles, al salir de este último y terminada su comisión, pusieron rumbo a la bahía de Cádiz donde fondearon los dos buques el 19 de julio de 1734. Encontrándose en el Departamento le llegó la Real orden fechada del 14 de agosto seguido, notificándole su ascenso al grado de capitán de navío, conservando su mando y navío se le agregaron los Europa y África, zarpando la división el 30 de agosto siguiente, de nuevo en comisiones a los puertos y ciudades de Calleri, Augusta, Palermo, Messina y Liorna, dando de paso unos cruceros por las aguas de las regencias norteafricanas, arribando a la bahía de Cádiz el 12 de octubre de 1735. De nuevo muy complacido don Felipe V con el buen desempeño de sus comisiones recibió una Real orden, la cual le comunicaba su ascenso al grado de jefe de escuadra, estando fechada el 28 de diciembre de 1736, entregándosele el mando de una escuadra, con ella zarpó rumbo a Liorna y La Specia, al cumplir de nuevo la comisión regresó primero a Alicante donde entregó los pliegos, (por estar más cerca de la Corte) volviendo a zarpar con rumbo a la bahía de Cádiz, donde fondeó el 8 de mayo de 1737.
En junio de 1738 al mando de una escuadra compuesta por los navíos Guipúzcoa, insignia, Europa, África, Victoria e Incendio, más cómo exploradora la fragata Esperanza, zarpó el 2 de junio seguido con rumbo a la Habana donde desembarcó pertrechos, sobre todo clavos, cañones y todo tipo de herrajes que en la isla no se producían, pasando posteriormente a Veracruz donde desembarcó los azogues, siendo cargados los caudales, cumplida su misión inicial, se le reclamó para regresar a la Habana, para aprovechar el retorno, cargándosele más caudales, terminado el embarco levó anclas y zarpó con rumbo a la península, donde arribó sin mayores complicaciones al puerto de Santander, por encontrar enemigos en las cercanías de Ferrol, fondeando en el primero el 13 de agosto, con los navíos Guipuzcoano, Castilla y León más la fragata Esperanza, trasbordó a la fragata por ser más rápida entrando en Ferrol el 3 de noviembre de 1739. Informó de lo ocurrido y quedó de momento sin mando, pero pronto recibió la Real orden del 16 de diciembre siguiente con el nombramiento de Comandante General del Departamento de Ferrol, pero no se le dejó casi ni tomarle el pulso, pues por otra Real orden del 9 de abril de 1740, se le otorgaba el mando de otra escuadra formada por los navíos Asía del porte de 64 cañones, Guipúzcoa, de 74, Hermione, de 54 y las fragatas Esperanza, de 50 y la San Esteban, de 40. La escuadra puesta a sus órdenes estaba destinada a parar las depredaciones del comodoro Anson en el mar del Sur, para tratar de evitar el movimiento de pinza sobre las posesiones españolas, dándose la orden de formarla lo más rápidamente posible, se aprestaron los buques y zarparon con rumbo al estrecho de Magallanes, pero les fue imposible atravesarlo, no se desistió de ello y lo intentaron por el cabo de Hornos, pero se desató una gran tormenta, no solo impidió el paso sino que destruyó la escuadra, quedando la mayoría de los buques mochos como pontones; que si bien a la británica también le afecto no fue en la misma cuantiosa proporción, aunque no muy lejana.
La táctica a utilizar por el Reino Unido y su Almirantazgo, consistía en atacar a los territorios de España al mismo tiempo por los dos océanos, pues mientras el almirante Vernon lo efectuaba sobre Cartagena de Indias, sufriendo el mayor desastre naval de la historia del Reino Unido, gracias a la indomable perseverancia y buen hacer del invicto general don Blas de Lezo y Olavarrieta; por el Pacifico e istmo de Panamá se enviaba al comodoro Anson, con la intención de desembarcar y atrapar a las tropas españolas entre dos fuegos, pero el comodoro desde luego tuvo mucha más suerte que su almirante.
El 28 de febrero de 1741 encontrándose la escuadra algo al O., del cabo de Hornos, fue cuando se desataron los elementos, produciendo graves daños en buques y arboladura siendo a su vez arrojados por los vientos en dirección E., causando la dispersión de todos los buques, pues cada comandante se esforzó en poder salvar al suyo. Pero no contento con esto el 7 de marzo el dios Eolo volvió a rolar y se produjo un nuevo temporal, siendo del noroeste, en esta ocasión los arrastraba y arrojaba sobre la costa llegando a tener los buques sobre toda su estructura, media vara de nieve acumulada. De tal suerte que los que pudieron arrumbaron de nuevo al Río de la Plata, pero sucintamente pasamos a narrar lo ocurrido a cada uno de ellos. La Hermione no se logró encontrar, por ello se dio por seguro que el temporal la echó a pique en los glaciares mares del cabo de Hornos, perdiéndose toda su tripulación formada por quinientos hombres y el buque. El Guipúzcoa se vio tan mal que su comándate dio orden de tirar por la borda un ancla y parte de la artillería, aparte de pasarle seis tortores para tratar de evitar se abriese, a pesar de todo ello el 4 de abril perdió todos sus palos quedando mocho como un pontón, añadiéndose que doscientos cincuenta hombres de su dotación fallecieron, de los cuales una treintena se encontraban en el combés, estando su dotación compuesta por setecientos. En estos costosos trabajos de intentar salvar al buque, participaron todos de grumete a comandante y la mayoría de los fallecidos fue por no poder pararse a pesar de los turnos organizados en las bombas de achique, por el agotador trabajo de estar bombeando agua de la embarcaba, donde caían muertos por agotamiento y eran sustituidos por otros compañeros, a pesar de ello no pudo evitar se fuera a pique el 25 de abril a unas diez leguas de la isla de Santa Catalina. La San Esteban varó en la costa del Río de la Plata, pero sólo se pudieron salvar unos cuantos de sus tripulantes, a pesar de ello se pusieron a trabajar para ponerlo a flote, al conseguirlo, se dieron cuenta que sus daños eran tales que resultaba casi imposible ser concluidos, se convocó Consejo de Oficiales decidiéndose darlo por inútil, siendo su tripulación de trescientos treinta hombres. La Esperanza sufrió una gran pérdida de hombres, pues de los cuatrocientos cincuenta de su dotación, solo quedaron cien a bordo y la mayoría casi muertos por el agotamiento, pero a pesar de ello consiguió arribar al mar del Sur, lo malo fue que a donde llegaron no se podía reparar por la falta de casi todo, por ello permaneció en aquellos lares, hasta la llegada del general Pizarro siendo cuando se pudo volver a surcar los mares. Del Asía se salvaron solo cincuenta y ocho hombres de su tripulación de setecientos, siendo el único navío que consiguió arribar al Río de la Plata donde el 12 de noviembre de 1742 desembarcó Pizarro para sin pararse pasar a Chile, siendo acompañado por los pocos oficiales salvados. Todas las penalidades sufridas por la escuadra son casi inenarrables, la falta de comida obligó a pagar por una galleta cincuenta reales; un marinero metió el cuerpo de su hermano fallecido en su cama, con esta escusa se le daban dos raciones; la ración era de una y media onza de galleta diaria y los enfermos por no poder trabajar solo una onza; era muy frecuente ver caer muertos por extenuación a los hombres. Es muy posible que en los anales de la Historia Naval hallan habido otras tragedias parecidas, pero ésta por sus proporciones con respecto al total de buques, puede estar entre las primeras de ellas, pues pocos quedaron para contarla y una vez más, queda demostrado que no solo se combatía contra los múltiples enemigos, sino que los elementos de vez en cuando parecían aliarse con la pérfida Albión.
Su viaje al vecino virreinato no fue con otra intención que volver a poner en servicio al único buque que había conseguido cruzar el cabo de Hornos y por ello se encontraba en el mar del Sur, era la fragata Esperanza, a su llegada estaba como ya se ha comentado, pero por su influjo y recurriendo a todo lo disponible, consiguió habilitarla para efectuar misiones en aquellos mares. El puerto no se menciona pero por ser el más lógico, es muy posible fuera Valparaíso. A ella se unieron otros buques que al mando de Pizarro y sus oficiales intentaron dar caza al británico, quien también había sufrido el temporal, pero por estar unos días adelantado, sus buques aguantaron un poco más, en realidad fue poca la diferencia de las penalidades y pérdidas, y el resultado táctico tan malo como el intento de pararlo Pizarro por las mismas causas que, de ninguna forma se puede achacar a los mandos y sus dotaciones.
La escuadra de Anson estaba compuesta por los navíos: Centurion, de 64 cañones y cuatrocientos hombres; Gloucester, de 50 y trescientos hombres y el Savern, de 50 y trescientos hombres. Fragatas: Pearl, de 40 cañones y doscientos cincuenta hombres y la Wager, de 28 con ciento sesenta hombres, más el bergantín: Trial, de 8, y cien hombres, más dos transportes el Anna Pink e Industry. Aquí se nos descubre la tan cacareada diferencia de tripulantes entre la escuadra española y la británica que tantas veces nos hemos preguntado su razón siendo muy sencilla, pues Pavía en su obra nos advierte que al total dado de los tripulantes, en el caso concreto del Centurión, hay que añadirle la tropa de Infantería de Marina que la Marina Real nunca incluye en sus números y en este caso se sabe eran ciento veintinueve soldados. En esta ocasión también iban a bordo de la escuadra de Pizarro los quinientos hombres de un batallón de infantería con destino a Chile. Sigue habiendo diferencia, pero muy posiblemente la sempiterna intención de los españoles de abordar, obligaba a llevar más Infantes de Marina que a nuestros enemigos.
Del cuaderno de bitácora del Centurión se extrae lo siguiente: «El 23 de mayo, ya rebasados del cabo de Hornos, y próximos á las costas de Chiloé, sufrimos un temporal que nos despedazó todas las velas y nos destrozó mucha maniobra. Como á las ocho de la noche, una ola semejante á una montaña reventó en el costado de estribor dándole al buque una sacudida tan violente que rompió varios obenques, quedando de este modo los palos en gran riesgo por falta de seguridad; se nos corrió la estiva sobre babor, quedando el Centurion dormido ó muy tumbado sobre esta banda: la consternación en este lance fué grande, esperando zozobrar á cada momento; los balances eran desmedidos y el navío se desguazaba por instantes.» Cuando este navío consiguió arribar a las islas de Juan Fernández, solo le quedaban a bordo cuarenta hombres y no todos podían trabajar en altura. El Gloucester, arribó un mes más tarde habiendo perdido los mismos hombres que el anterior, estando solo para realizar la maniobra los oficiales y sus criados. La Wager, logró doblar el cabo de Hornos, pero al alcanzarle el mismo temporal que a Pizarro, fue lanzada contra las rocas en Tierra de Fuego en el paralelo 47º al S., de las islas de Chiloé. El Trial perdió cuarenta y dos hombres, estando solo para la maniobra, el capitán, su Segundo y tres hombres. Mientras que el navío Sawern y la fraga Pearl, les fue imposible doblar el cabo, virando muy maltrechos consiguiendo arribar a Brasil. No obstante Anson pudo apresar el 30 de junio de 1743 al llamado Galeón de Acapulco, siendo el Nuestra Señora de Covadonga, pero no fue un regalo pues en el enfrentamiento al tener casi mermadas todas sus fuerzas, el Galeón (que en realidad eran un navío pequeño, pero conservaba el nombre antiguo de cuando comenzó esta travesía del océano Pacífico) se defendió con valor causándole graves pérdidas, no pudo vencerle, dado que era costumbre desde siempre llevar la mitad de la artillería, para dejar peso y espacio libre para mejor poderlo cargar con especias y pasajeros. Pero nos lo narra mucho mejor don José de Vargas Ponce diciendo: «¡Con qué tédio no debe contemplarse un Anson que del helado Norte vuela al hemisferio antártico, le cuesta doblar su extremidad toda su escuadra, cruza el Pacífico, el mar de la India, casi aniquila el equipaje del único navío que le restaba, y después de cuatro años de borrascas vuelve vanaglorioso porque en los Antípodas, bajo un cielo no suyo, entregó á las llamas una aldea de inocente (la población de Paita, en la costa del Perú) y se apoderó de un solo galeon para cebar en su infeliz equipaje la más inaudita impiedad!»
Desde 12 de noviembre de 1742 en que arribó Pizarro al Río de la Plata, pocos después se puso en camino al Perú, intentando dar caza al británico quien por ir mucho más adelantado no lo pudo encontrar, pero a pesar de ello se quedó algo más de dos años en el mar del Sur, patrullando sus aguas impidiendo nuevos ataques, así el 2 de enero de 1745, se encontraba en Valparaíso decidiendo regresar a la península, desembarcando de su fragata junto a sus oficiales y poniéndose de nuevo en camino para llegar al Río de la Plata, donde mientras tanto se había ido reparando el navío Asía, nada más llegar embarcó haciéndose a la mar el 15 de octubre, arribando sin más novedad a Corcubión el 20 de enero de 1746, por haber detectado velas en las aguas de Ferrol y como iba cargado con un millón de pesos de las cajas de Buenos Aires burlando el bloqueo los descargó, volviendo a zarpar dispuesto al combate, pero no se encontró con enemigos fondeando el 19 de febrero siguiente en el puerto de Ferrol. Encontrándose a bordo de su navío, el capitán general del Departamento le hizo llegar una Real orden del 17 de febrero siguiente, por ella que se le otorgaba el grado de teniente general, recuperado de su azaroso viaje al mar del Sur, desembarcó de su buque el 2 de marzo siguiente poniéndose en camino a la Corte, al llegar pasó por el Consejo de Guerra que espera a todo oficial al mando cuando pierde alguno de sus buques, solo que en este caso el mismo Rey formaba parte del tribunal, contestando a todas las preguntas que se le hicieron durante cinco días con suma satisfacción del Monarca, quedando absuelto de toda responsabilidad. Pero no se guardó su opinión respecto al mal estado en que se encontraban los puertos y sus defensas, de todas aquellas costas, posiciones y ciudades. Por ello en realidad y aunque se denominó como se ha dicho, fue más una conversación entre altos mandos con el Rey, pues éste ya le había ascendido por su buen comportamiento, dejando bien claro no iba contra él sino querer saber la verdad de la situación, esto lo aprovecho Pizarro para dejar patente la ignominia en que se encontraban aquellos territorios.
El 1 de noviembre de 1749 se acordaron de él y de su experiencia en los virreinatos, por eso se le nombró Virrey, Gobernador y Capitán General, de Nueva Granada, embarcando de transporte y desembarcando en La Guaira y posteriormente llegó a Santa Fe donde tomó el mando, sustituyendo en él a don Sebastián Eslava. Allí paso cuatro años, pues cansado y algo mayor, elevó petición a S. M., le concediera la exención de tan alto cargo, siéndole concedida por el Rey, al llegar su sucesor don José Solís Folch de Cardona embarcó y regresó a la península en 1753. Durante su mando su principal preocupación era la falta de buenos caminos, con ellos facilitaría en caso de ataque que unas guarniciones pudieran acudir rápido en auxilio de la ofendida, así con menos soldados la respuesta podía ser igual o más contundente, dio comienzo a la construcción de un puente de piedra bautizado como San Antonio, en la confluencia de los ríos San Agustín y San Francisco, acortando el camino a Bogotá y facilitando su defensa, reorganizó la Casa de la Moneda de aquella ceca, tuvo un mal encuentro con desordenes al crear un monopolio del Aguardiente, para mejor poderlo controlar, pero no sentó bien a los pobladores, (como ninguna Ley Seca), al mismo tiempo se abrieron nuevos caminos para comunicar mejor a la capital con el resto de ciudades y pueblos. Es bien recordado en aquellas tierras.
Se supone regresó a su tierra natal, donde debió de ocurrir el fallecimiento en torno a 1762. De ser exacto contaría con setenta y seis años de edad.
También dejó un manuscrito que al parecer escribió junto al marqués de Casinas y cuyo título es: «Reglamento general de inventarios para los navíos desde 28 codos de manga hasta 20 inclusive, que se deberán practicar en los Reales arsenales de los departamentos de S. M., Cádiz, 1737.» Se conserva en la Biblioteca del Ministerio de Marina, llevando las firmas del marqués de Casinas y don José Pizarro.
Bibliografía:
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Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.
Fernández Duro, Cesáreo.: Disquisiciones Náuticas. Facsímil. Madrid, 1996. 6 Tomos.
Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra. Madrid, 1895-1903.
González de Canales, Fernando.: Catálogo de Pinturas del Museo Naval. Tomo II. Ministerio de Defensa. Madrid, 2000.
Javierre Mur, Aurea L.: Pruebas de ingreso en la orden de San Juan de Jerusalén. Catálogo de las series de Caballeros, religiosos y sirvientes de armas existentes en el archivo histórico nacional, publicado bajo la dirección de. Madrid, 1948.
Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.
VV.AA. Historia General de España y América. Ediciones Rialp. Madrid, 1985-1987. 19 tomos en 25 volúmenes.
Compilada por Todoavante ©
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