Biografía Octavio de Aragón

Posted By on 8 de noviembre de 2017

General de las Galeras de Nápoles y Sicilia.

General de la Caballería en Nápoles.

Capitán de tropas en Flandes.

Caballero de la Real y Militar Orden de Santiago.

Vino al mundo en Palermo por 1565, era hijo de don Carlos de Aragón, y desde muy niño a su hijo lo dedico a la carrera de las armas.

Sabemos que al ser nombrado Gobernador de Flandes don Alejandro Farnesio en 1576 por fallecimiento de don Luis de Requesens, pasó a su servicio de su propio peculio, allí mantuvo sus primeras armas contra los insurrectos flamencos, permaneciendo en sus obligaciones hasta 1587 cuando se encontraba al mando de una compañía de lanzas, participando en la empresa de la Esclusa, así mismo pasó a territorio francés donde también dejó muy alto su nombre, pasando posteriormente al socorro de París, continuando la campaña sobre Legni y Corbiel, donde al finalizar regresó a Flandes, por no contar con suficientes años se le honró con puesto en el Consejo de guerra.

Un nuevo destino, para ello viajo a la Lombardia formando parte de la famosa caballería de Milán (entonces considera la mejor del mundo) donde permaneció tres años, tomando parte en la guerra de Saboya, donde en una casi temeridad cargó con su escuadrón rompiendo la línea enemiga en el combate de Briquerasco, y algo parecido en los posteriores de Val de Moyra y Chilo, en el último él sólo con sus hombres tomo diez banderas enemigas.

Fue nombrado gobernador de Flandes el archiduque Alberto, quien requirió sus servicios al Rey y se lo concedió, por ello paso de nuevo a los países bajos, donde participo al mando de la caballería en cuentas ocasiones se dieron, en la última que tomó parte recibió un arcabuzazo en la cabeza, por ello cuando se recuperó pasó a tomar el mando de una compañía de lanzas en Sicilia, con una renta de 25.000 escudos pasando a las órdenes del Virrey el duque de Osuna, pero no conforme con su mando demandó se le entregara el de las galeras del Reino, por estar ausente su general don Pedro de Leiva.

En 1611 se reúnen las escuadras de Nápoles (II marqués de Santa Cruz) con sus doce galeras, Génova, con diez, Sicilia con siete y Malta con cinco, con un gran ejército a bordo de ellas, con destino a atacar la fortaleza de Querquenes el 28 de septiembre, en ella los turcos se defendieron como era su costumbre, pero tras largo y porfiado combate fueron vencidos y la fortaleza conquistada, hundiendo once velas turcas y berberiscas, capturando quinientos turcos puestos al remo y llevándose a todo animal vacuno que cupo en las galeras. En esta acción don Octavio formaba parte de la escolta personal del II Marqués de Santa Cruz, demostrando gran valía y arrojo personal en cuantas acciones fueron necesarias.

Salió de Palermo con rumbo a Cartagena, en la derrota combatió en diferentes ocasiones con los moros a los que venció siempre sin perder bajel, devolviendo la libertad a cientos de cristianos y aumentando su escuadra con los vasos apresados, granjeándose una gran fama de invicto general, así mismo tomó parte muy activa en la expulsión de los moriscos de la península.

Llegado a Cádiz el general marqués de San Germán le requirió para tomar el mando como maestre de campo, participando en la jornada de Larache, la cual fue tomada ganando nuevos laureles, pero el general don Pedro de Leiva quien participo al mando de su escuadra, se quedó en Cádiz, pasando de nuevo a tomar el mando de la escuadra de galeras de Sicilia, donde llegó después de otros varios encuentros con naves berberiscas y siempre venciéndoles sufriendo ninguna o pocas pérdidas.

Habiendo recibido el Duque aviso de la presencia de galeras turcas en la isla de Cerdeña, ordenó a don Octavio se hiciera a la mar con su escuadra de ocho bajeles, siendo la Concepción, Capitana, Patrona, Milicia, San Pedro, Escalona, Fortuna, Osuna y Peñafiel, saliendo inmediatamente de Palermo, al llegar a la isla la bojearon en busca de enemigos, pero no hallándolos pasó a las costas de Argel, en esos momentos en poder de musulmanes, corría el mes de julio de 1613, al llegar a la cercanías de Chicheri puso rumbo a ella y desembarcó las tropas, se formaron dos grupos, uno volante para atacar y otro firme como reserva y refuerzo en caso de verse obligados a retirarse, el primer grupo fue tan efectivo que a pesar de la resistencia tomaron el terreno y el castillo.

La facilidad de todo ello nos vino dada, pues los moros pretendieron parar la infantería con un sólo cañón, el cual para situarlo abrieron la puerta de la fortaleza, de esta forma sólo hizo un disparo dado que no les dio tiempo a efectuar otro por ser desbordados por las tropas, al entrar la venganza fue la propia, pues pasaron por las armas a trescientos enemigos y se libró el gobernador por ser persona de rescate, y estar herido en un brazo, pasando al saqueo de la fortaleza, de donde apresaron doscientos mosquetes, cincuenta arcabuces y cien picas, esto en cuanto a armas, pero también se sacaron sedas y otras telas, así como gran cantidad de aljófares mientras el segundo grupo les cubría la espalda, pues de los poblados cercanos acudieron a defender a los suyos en número de unos seis mil, viendo que era mucha gente don Octavio dio orden de regresar a los buques, lo que se hizo sin sufrir pérdida alguna a pesar del mucho fuego, fueron capturados unos pocos moros y en total fueron muertos unos quinientos, de los nuestros un soldado y un capitán, más otros treinta heridos, antes de salir pegaron fuego a cuatro bajeles enemigos pequeños que en el puerto se encontraban.

De nuevo el Duque recibió otro aviso (dejando muy claro que el espionaje funcionaba a la perfección), por ello al llegar don Octavio le comunicó que debía salir de nuevo a aguas de Grecia, en previsión Osuna ordeno reforzar las galera capitana con ciento sesenta mosquetes, y cien en las restantes, a su vez se cambió la chusma por estar en tierra fresca, por ello en poco tiempo se revisó toda el velamen y palos, diciéndole que al parecer eran como doce las enemigas al mando de Mahomet-Bajá.

Saliendo de Palermo el 12 de agosto, en su derrota se encontró un buque de griegos, estos le comunicaron la presencia en la isla de Samos de dos galeras turcas, para no perderse en el laberinto de isla la insignia de don Octavio fue abordada por dos griegos conocedores de ellas, quienes le guiaron al cabo del Cuervo por ser paso obligado para los otomanos, por ello el 29 de agosto se divisaron velas, eran diez, formadas cinco en vanguardia, dos en la batalla y tres en retaguardia, pero todas ellas de fanal (signo de ser importantes sus arráeces) don Octavio no se lo pensó a pesar de estar en inferioridad numérica, pasaron al ataque y abordaron a siete enemigas, el ataque fue tan virulento que en menos de una hora la enemigas estaban rendidas, las tres restantes sin combatir se dieron a la fuga sin prestar ningún apoyo a las suyas, las maltratadas enemigas pusieron rumbo a tierra donde embarrancaron, por esta razón sólo se pudieron liberar a los cristianos al remo, y ver los destrozos sufridos, porque el resto se lo llevaron refugiándose en tierra, aunque en las turcas las bajas fueron muy elevadas, esto facilitó que los vasos fueran puestos a flote y dándoles remolque fueran llevados a su puerto de partida.

De regreso a treinta millas de Palermo avistaron un bergantín que fue capturado, apresando a diecisiete turcos, encontrándose a diez millas del puerto el viento roló y el mar aumento su fuerza, con un duro temporal de viento, truenos y sus relámpagos, gracias a uno de ellos pudieron advertir la capitana y tres más iban de proa contra el muelle, comenzaron a darse órdenes y evitaron entrar en tan difícil situación, pues de no ser por la destello se hubieran perdido, al amanecer se encontraban a salvo a tres millas de distancia, se aguantaron hasta que el viento de tramontana cedió y se levantó un levante que calmo las aguas, de esta forma a la una del mediodía consiguieron entrar todos; de los vasos dos de ellos sufrieron durante el temporal embarrancamiento, una con pocos daños y la otra algo más maltratada, pero todos a salvo y sin bajas que lamentar.

De las apresadas una era de 28 bancos y las restantes de 26, y todas con su fanal, el gran recuerdo guardado de cualquier combate victorioso de la época.

Se liberaron mil doscientos cristianos y se capturaron seiscientos turcos, fue encarcelado Mahomet-Bajá, quien era Bey de Alejandría, e hijo de Piali-Bajá con dos de sus mujeres, dos arráeces, porque los otros cinco murieron en el combate, así como mucha pólvora, balas y cuerda, por parte española sólo perdieron la vida el capitán don Martín de Arrés, caballero de San Juan, nacido en Antequera y cinco soldados, sufriendo treinta heridos de ellos todos sanaron por completo. Una gran victoria sin duda ninguna.

A los pocos días de descanso por nuevas noticias el virrey le dio orden de salir con su escuadra de Sicilia formada por las ocho galeras (por continuar ausente su general iba como teniente general al mando) con rumbo a levante en busca de bajeles turcos, por saberse estaban maltratando ciertas costas de la zona, enarbolaba su insignia en la galera La Concepción de treinta remos, al mes siguiente se encontró con otra escuadra turca de la misma cantidad de velas que la suya, no dudo un segundo lanzándose a por ellas, como era normal la insignia española contra la igual mora al mando Sinan-Bajá, la cual al recibir el golpe quedo maltrecha, al mismo tiempo que comenzaban a saltar los soldados, tras pertinaz defensa la vencieron, realizando cada una de las restantes lo propio, logrando en unas horas terminar con todas las enemigas, bien hundidas o apresadas, librando a varios centenares de cristianos al remo y entrar en Palermo con cuatro apresadas y más de un millar de prisioneros, que inmediatamente fueron puestos al remo, de ellos 60 de rescate. Lo casi más importante es que entró en Palermo seguido de una escuadra turca compuesta por 30 velas, las cuales en ningún momento intentaron cortarle el paso.

Fue tan importante victoria que poco tiempo después de su llegada se celebró una procesión y misa para no olvidar nadie el acontecimiento. Por orden del duque de Osuna a cada cristiano liberado se le entregó un escudo de oro, para que pudieran de momento comer y resarcirse de los padecimientos sufridos. El 27 de octubre como era costumbre se realizó para festejar el acontecimiento una procesión con misa dando gracias al Altísimo. La fiesta duro tres días con grandes hogueras y fuegos artificiales, con gran jolgorio del pueblo y alegría de los participantes en tan magna ocasión.

Pasados unos días ya en 1614 llegó don Pedro de Leiva tomando el mando de la escuadra, el Duque de Osuna recomendó al Rey A don Octavio se quedará en su virreinato y para ello se le concedió el mando de la caballería.

Hubo un problema que se tuvo que dilucidar por los jueces, pues don Octavio reclamó a don Pedro de Leiva (a nuestro juicio con mucha razón) le fueran abonados los beneficios de los apresamientos efectuados mientras él estuvo al mando de las galeras, esto se prolongó en el tiempo y prácticamente no se llegó nunca a un acuerdo, de ahí que don Octavio a veces actuara un poco por su cuenta, lo que le llevó a su vez a enfrentarse con el duque de Osuna don Pedro Téllez Girón.

Una de sus salidas con la pequeña fuerza a su disposición fue por octubre de 1616, para no tergiversar la historia transcribimos la carta de Osuna al Rey:

«Señor. — Don Octavio de Aragón ha vuelto de Levante: tomó tres caramuzales, un bergantín y cien esclavos; trae de la Armada del Turco los avisos que he enviado a V.M. de cuán malparada la dejó el capitán Rivera. También la he tenido de haber dado garrote en Constantinopla a un fraile francisco con quien me correspondía, harto hombre de bien. El Bayle de Venecia ha hecho en esto lo que V.M. puede esperar siempre de los negocios que cayeren en sus manos: están presos los padres Jesuinos: he escrito al embajador de Francia y algunos esclavos míos que allí pueden, para que les ayuden, poniéndoles en algún temor de que si se hace justicia de ellos, la haré de otros tantos esclavos que tengo de Constantinopla, y de consideración. De lo que sucediere daré cuenta a V. M. En Nápoles, 9 de noviembre de 1616. – Biblioteca Nacional. Manuscrito H 16. Folio 26 v.»

«Victoria felicísima

De España contra cuarenta navíos de enemigos que andaban en la playa y costa de la ciudad de Valencia a cuatro de abril. Daré cuenta de cómo cuatro galeras de Nápoles pelearon con siete navíos, matando y castigando, más de cuatro mil personas, y dieron libertad a un obispo, y a tres clérigos, y a unos frailes franciscos que viniendo de Roma a Salamanca al Capítulo, los habían capturado. Y de las fiestas que Don Octavio de Aragón hizo a la limpia Concepción en hacimiento de gracias. Y del castigo que los muchachos dieron a ciento y treinta moriscos andaluces que venían entre los turcos, entre los cuales murió Gabriel de los Santos panadero morisco que vivía en las caba vieja de Triana.» Impreso con licencia en Sevilla, y por fe original, y con licencia del excelentísimo Príncipe de Esquilache. Año de 1618.

«Habiendo recibido el excelentísimo Duque de Osuna, virrey y Capitán General del reino de Nápoles, una cédula real de su Majestad, en la cual le mandaba directa orden de hacer pasar al reino de Nápoles los soldados que estaban apercibidos y entretenidos en el reino de Valencia y otras partes de España, como persona tan cuidadosa del servicio de su Majestad. Hizo tomar muestra a los soldados, y dar pagas y municiones, entre los cuales escogió los que le parecieron bastantes para la guarnición de las galeras en tal viaje, las cuales mandó despalmar y proveer de pólvora, balas, y de todo género de armas y bastimentos. Hecho esto, el mismo señor Duque virrey entró a visitarlas en persona, y en lo cuanto falta lo hizo proveer, y todo bien dispuesto nombró por Cabo de ellas a Don Octavio de Aragón, entregándole las galeras, y mandóle viniese a la ciudad de Valencia a poner en ejecución la orden que le diese el señor Duque de Feria, virrey del reino de Valencia.

Partió Don Octavio de Nápoles para Valencia, con el cuidado que en otras ocasiones, y aunque de paso no dejó de tomar lengua donde andaban enemigos, reconociendo barcos y navíos, y entrando por las partes por donde podrían estar escondidos.

Llegó Don Octavio a Valencia sin tener encuentro en el camino con enemigos, y saltando en su esquife fue a la ciudad a besar las manos al señor Duque de Feria y tomar orden de lo que había de hacer. Mandóle quedarse en Valencia con cuatro galeras, las mejores y más bien pertrechadas, porque tenían nuevas que andaban en aquellas costas más de cuarenta navíos de enemigos, y sería menester vivir con cuidado por lo que se ofreciese, y que las demás fuesen a Alicante y Cartagena a cosas que le ofrecían del servicio de su Majestad. Hízose así quedándose Don Octavio con la capitana y otras tres galeras, y nombró por Cabo de las demás a Juan de Lezcano el cual se partió para Alicante a 3 de abril y Don Octavio no se quiso alojar en la ciudad (aunque el virrey y otros caballeros se lo rogaron), dando por excusa que cuando le envían a semejantes empresas no era lícito holgar en tierra, sino estar en centinela día y noche, y que no había regalo para él, como pasear por la crujía y ver lo que pasaba en la mar, porque de una hora a otra se ofrecían ocasiones. Es este caballero tan esforzado, que turcos, moros, pechelingues, y todos los corsarios, tiemblan de solo oír su nombre.

Miercoles 4 de abril, estando Don Octavio comiendo con los camaradas, y algunos caballeros de la ciudad, a medio día vio de la popa pasar siete navíos gruesos a vista y cerca de la ciudad con tanto desenfado que todos tuvieron por cierto que eran amigos mercaderes que irían a Barcelona: pero Don Octavio no le satisfizo y determinó ir a reconocerlos, y mandó disparar pieza de leva, poniendo bandera, y tocando trompetas en tierra por que los soldados que estaban en tierra se recogiesen a las galeras.

Hízose tan aprisa que caminando a pasaboga y trinquete dieron alcance a los navíos. Disparó nuestra galera capitana, una pieza sin bala, y la capitana de los navíos respondió con otra pieza con una muy gruesa bala. Poniéndose en orden de guerra a la trinca, formando media luna y mostrando tanta arrogancia, que no solo pretendía defenderse, sino que mostraban tener la victoria cierta. Así como salieron las galeras a reconocer fue Don Octavio previniendo lo necesario para pelear y apercibidos los soldados y artillería, y como vio la respuesta, y conoció ser enemigos los embistió de romania, y de la primera ruziada echó dos navíos a fondo.

No por esto desmayaron los enemigos, antes pelearon con gran ánimo, dando bien en que entender a los nuestros que con ánimo invencible peleaban, haciendo cada cual por señalarse, así los soldados como los caballeros ciudadanos estos del Grao como de Valencia, que de su voluntad  y por su gasto fueron a ayudar en esta empresa, que según el ánimo con que peleaban era poco toda Turquía para sus manos, lo cual se vio en lo que hacían, pues después de haber muerto las balas de arcabuces, mosquetes, y culebrinas con balas encadenadas, y los pedreros con cabezas de clavos, y eslabones de cadena, y echado mancas, y bombas de alquitrán y fuego, en cinco horas que duró el combate, más de dos mil enemigos que cubría el agua, pareciendo a la vista otra Naval.

Viendo Don Octavio el destrozo que habían hecho en los navíos, y que estando tan destrozados se defendían fuertemente, mandó entrar a la galera capitana, y encargó al artillero que con el cañón de crujía embistiese por la popa a la capitana del enemigo, el cual fue tan diestro que con la bala llevó el timón y timoneto, desbaratando la popa, y matando mucha gente, y rompiendo el árbol mayor, que aunque no cayó luego quedó recostado a un lado sin poder ser de provecho, y caminando la galera adelante metió el espolón en el navío y llegó la arrumbada al portillo por donde el capitán Don Francisco, y Don Octavio que lo seguía, y otros, saltaron dentro con espadas y rodelas, matando turcos y moros con tal valor que habiendo muerto en breve tiempo las cinco parte, las cuatro se rindieron, saltando Don Octavio y los demás soldados de navío en navío, hasta que en una hora los rindieron todos, donde hallaron gran cantidad de armas y pertrechos de guerra y cuarenta cristianos que habían capturado, entre los cuales estaban un obispo de Italia, y tres sacerdotes sus criados, y algunos religiosos frailes de San Francisco que venían de Roma al Capítulo que hace la Orden de San Francisco en Salamanca, la Pascua de Espíritu Santo de este año. Había entre estos navíos dos de pechelingues.

Con esta presa volvió Don Octavio a Valencia, muy contento, en cuya playa estaba el virrey con más de dos mil hombres de guerra para embarcarse con algunos navíos que con mucha presteza estaban aprestando para con ellos socorrer a Don Octavio, por entender vendrían a socorrer a los enemigos algunos otros navíos de los que allí cerca se habían visto. El percibimiento fue tan acertado, que después se supo les había estorbado el viento milagrosamente su llegada, pero con todo si vinieran les sucediera lo que a los siete navíos, por ser animosa gente y descansada la que le quería embarcar.

Todos los vasos que estaban en aquella playa hicieron alegre salva a Don Octavio, disparando mucha artillería y mosquetes y encendían luminarias. Desembarcó con sus capitanes y algunos soldados, llevando consigo al cautivo obispo, clérigos, frailes, y demás cautivos, y recibiéndole con mucho amor y cortesía, dándole el parabién el señor duque de Feria, juntos partieron de allí para Valencia, acompañándolos muchos caballeros y ciudadanos, y los soldados que con su excelencia habían venido, y los de Don Octavio, y entrando por el Grao lugar de la playa, un cuarto de legua de la ciudad.

Todas las calles estaban llenas de luminarias dispararon la artillería del baluarte y repicaron las campanas, pasaron sin detenerse por ser tarde, y ya se sabía en Valencia la venturosa nueva, y así cuando llegaron les hizo alegre salva la artillería de los baluartes, a cuyo estruendo acompañaban las campanas de todas las iglesias de la ciudad, cuyas torres y calles estaban llenas de luminarias, saliendo a recibirlos nobles y plebeyos, dando mil parabienes a los vencedores, con cuyo acompañamiento llegaron a la Seo, que es la iglesia mayor, donde había estado toda la tarde y estaba descubierto el Santísimo Sacramento, y en todas las parroquias y conventos de la ciudad, haciendo general oración a nuestro Señor diese la victoria a los nuestros.

Salió su Señoría, Canónigos, y clerecía con Cruz alta en procesión al patio fuera de la puerta de la iglesia a recibir al virrey y a Don Octavio, a los cuales abrazó, y echó su bendición, y cantando: Te Deum laudamus, fueron a hacer oración, y habiéndola hecho con mucha música encerraron el Santísimo Sacramento, haciendo lo mismo las demás iglesias. Hecho esto, despidiéndose del señor Arzobispo, se fueron con el mismo aplauso hasta el Real, que así se llama el palacio, donde descansaron hasta la mañana, que era día de San Vicente Ferrer, y fueron a la iglesia mayor, donde además de la solemne procesión que aquella tarde se hace en honra de su natural santo, se hizo por la mañana otra solemnísima por la victoria, llevando en ella las banderas ganadas, y los esclavos, y también los cristianos que libraron.

Al siguiente día hizo Don Octavio una solemne fiesta a la Limpia Concepción de la que es muy devoto.

Sábado siete de abril por la mañana, dieron bien en que entender a los muchachos ciento treinta moriscos andaluces que les entregaron, por ser costumbre en esta ciudad remitirles el castigo de los moriscos que no quieren morir confesando la fe de Cristo, entre los cuales conocí a Gabriel de los Santos panadero de Triana, que vivía en la Caba Vieja, los cuales después de muertos a pedradas, fueron quemados en la Rambla, con leña abundante que compraron los muchachos de lo que juntaron pidiendo limosna para hacerles tal entierro.»

Lo que sigue, es otro documento donde se entremezclan los hechos de don Octavio de Aragón, con los anteriormente relacionados pero que no son los mismos.

«Relación de las famosas presas que por orden del Excelentísimo Duque de Osuna, virrey de Nápoles, tuvo D. Octavio de Aragón en fin de mes de abril y principios de mayo del presente año en el canal de Constantinopla, Levante, costas de Berberia y de Valencia, en las cuales dichas partes tuvo reñidas batallas y tomó veinte vasos, galeras, galeotas, fragatas, saetías, barcos y navíos, con gran número de turcos y moriscos valencianos. Documento impreso en Sevilla por Juan Serrano de Vargas, año 1618, en folio.

Teniendo noticia el Excmo. Sr. Duque de Osuna de la gran cantidad de moros que andaban en corso en las costas de España, y en particular de que junto a Valencia andaban muchos navíos de ladrones moriscos españoles (cuyo capitán era Ali-Zayde, llamado Antonio Quartanet en Zaragoza de donde era natural, valiente por extremo, y que había jurado hacer cuanto mal pudiese en aquellas tres reinos) envió a D. Octavio de Aragón con seis galeras bien armadas, con orden que primero fuesen al canal de Constantinopla en busca de las galeras del Turco, que había de entrar por el dicho canal.

Partió de Nápoles D. Octavio y en llegado al dicho canal se escondió y aguardó. Salió don Octavio a ellas con presteza, cañoneándolas, y se trabó una cruel batalla, que duró largo tiempo, con muerte de muchos turcos, y no más de catorce de los nuestros y algunos heridos. Al fin rindió la Capitana, y la otra en tanto quiso huir; pero tirándole un tiro y rompiéndole el árbol mayor, rindióse, y entrando los nuestros dentro, pasaron los turcos a nuestras galeras, y mucha cantidad de paños finos y otras cosas de precio, y se fueron a Sicilia, donde dejaron las galeras turcas y la presa, que montó muchos ducados.

De Sicilia vino D. Octavio a Valencia, y en el camino, en diferentes parajes, tomó una galeota, dos saetías, tres barcos grandes de bastimentos y cuatro fragatas de moros. En la galeota se hallaron veinticinco cristianos que los moros cautivaron, que iban a Roma; entre los cuales había un canónigo de Orense, y dos frailes de San Francisco, el uno guardián de Santiago de Galicia y el otro conventual de San Francisco de Salamanca, y más otro religioso descalzo de Nuestra Señora del Carmen, y un clérigo criado del obispo de Astorga y un viejo de ochenta y cuatro años, ermitaño, morador en la ermita de San Juan del Viso, media legua de Alcalá de Henares, que iba a visitar aquella ciudad y sus santos lugares y a pedir a Su Santidad le concediese un jubileo para la dicha ermita; y asimismo a Jorge Demetrio Paleólogo, obispo griego, con dos niños hermanos suyos y ochenta y tres mil ducados en oro que Su Majestad le había dado, y otros caballeros españoles, para rescatar los ornamentos, cálices, patenas, cruces, relicarios de plata y otras cosas del servicio de su iglesia, y ocho monjes de San Basilio, que estaba todo en rehenes en poder del Turco, hasta que le pagasen esta cantidad que le debían, del tributo que cada año le pagaban, de algunos años que había que no le pagaban, el cual dicho dinero había juntado en España en cuatro años; y a otro caballero romano con su mujer y dos hijas, doncellas grandes; y las demás personas eran de Barcelona y Valencia; a todos los cuales puso en libertad y dio lo que los moros les habían quitado, y modo como hiciesen su viaje más sin peligro, que además de ser gran soldado, D. Octavio de Aragón es muy caritativo.

Llegó, pues D. Octavio a Valencia, donde estuvo dos días, y de allí envió al capitán Lezcano con dos galeras a reconocer aquella costa, el cual peleó con un navío de moros corsarios y le rindió, y dio libertad a nueve cristianos que habían cautivado en un barco, gente principal de Valencia, que iban a Denia; y tan en tanto que él andaba reconociendo las costas, tuvo D. Octavio, de un navío genovés, que venía huyendo de moros, que andaban allí cerca doce velas gruesas de enemigos, y que ellos se habían escapado, que les venían dando caza, porque cuando amaneció se hallaron sin pensar cerca de ellos.

Envió luego un patache a reconocerlos, y volvió de allí a dos horas con nueva que se venían acercando ocho navíos gruesos, con buena orden y forma de batalla y dispuestos, a lo que mostraban, para pelear. Cuando llegó el patache con esta nueva, estaba comiendo D. Octavio con muchos caballeros que de Valencia le habían venido a visitar, y en las demás galeras estaban muchos ciudadanos, a los cuales despidió luego, y mandó echar la gente ciudadana fuera de las demás galeras; pero ninguno de los caballeros quiso salir, y aunque D. Octavio replicó y pidió con insistencia se fuesen a tierra, no fue posible lo hiciesen, antes dijeron habían peleado en otras ocasiones, y en ésta querían hacer lo mismo y servir a Su Majestad, y así luego tomaron espadas y rodelas. De los ciudadanos, por ser muchos, echaron algunos, otros se quedaron, los más mozos y alentados. Andaba D. Octavio con gran prisa y vigilancia, dando órdenes y puestos, y previniendo lo necesario, y estando todo a punto, pareció el enemigo, que en la forma dicha venia hacía las galeras con bandera de guerra. (Tuvo lugar el combate el 17 de diciembre de 1618.)

Don Octavio los aguardó y teniéndolos cerca disparó la artillería, con que les hizo mucho daño, y echó a fondo un navío: ellos dispararon la suya, y fue Dios servido no recibiesen daño alguno los nuestros considerable; nuestra Capitana volvió a disparar, y a la del contrario le hizo un gran portillo, y se juntó y aferró con ella, y por el dicho portillo entraron los nuestros siguiendo a D. Octavio, que con espada y rodela se arrojó de los primeros; pero cuando él puso, con valor de gran soldado, el pie en el navío, ya estaba Juan de Ariño, valenciano, que se arrojó al agua con la rodela a las espaldas y la espada en la boca, y entró por las espaldas de la batalla en la Capitana del enemigo, y dio de improviso en los moros, de los cuales tenía muertos a sus pies un buen palenque; el cual fue causa que desmayasen, viendo lo que Ariño hacía, y por otra parte D. Octavio y los suyos. Opúsose Quartanet, o Ali-Zayde, a D. García Lope, caballero del hábito de San Juan, natural de Valencia, de los que habían venido a visitar a D. Octavio, y aunque era valiente el morisco, más lo es cualquiera que con semejante señal adorna su pecho: vencióle a pocos lances, y viendo los demás rendido a su capitán, se rindieron. A este tiempo se rindió la Almiranta a manos de D. Juan de Solís, natural de Salamanca, y de Pedro Jorge de Cárdenas y Sebastián Vicente Tafalla, ciudadanos de Valencia.

De los cinco que quedaban dieron a huir dos, y los alcanzó y rindió el capitán Diego de Soria; cargaron todos sobre los tres, que hacían mucha resistencia, respeto de gobernarlos un morisco andaluz, gran soldado y muy ladino, que algún tiempo sirvió en Flandes con diferente nombre y patria, natural de Motril; pero al fin se rindieron, habiendo durado la batalla nueve horas. Poco antes de la noche había apercibido el Virrey de Valencia unos vasos que estaban en la playa para ir a socorrer a los nuestros, y cuando partían para allá, ya los nuestros venían victoriosos, a los cuales hicieron salva y acompañaron hasta el Grao, donde desembarcaron con la presa, dejando bastante guarnición en galeras y navíos. Hizo salva el Grao, y acompañado del Virrey y caballeros llegó D. Octavio a Valencia, donde le hicieron salva los baluartes, y había muchas luminarias. Fueron a la iglesia mayor e hicieron oración ante el Santísimo Sacramento, que estuvo descubierto, y en todas las parroquias y conventos, con muchas luces, mientras duró la batalla, de donde el día siguiente salió D. Octavio en busca de muchos perros de agua, que el capitán Lezcano trajo aquella mañana que andaban en aquellos mares. Dios sea loado.»

No obstante al ser nombrado don Pedro virrey de Nápoles ordenó le acompañara a su nuevo virreinato, donde se encontró que don Pedro de Leiva no se presentó a tomar el mando de la nueva escuadra, por ello y como a tal virrey el duque de Osuna le nombro en su lugar a don Octavio al mando de las galeras de Sicilia y de Nápoles por Real cédula del 27 de mayo de 1618.

En el mismo 1618 el virrey Duque de Osuna recibió noticias de nueva salida de escuadra turca con rumo a su virreinato, dio orden a don Octavio de hacerse a la mar con la escuadra, enarbolando su insignia en La Negra, más cinco galeras, junto a un patache, un galeón y tres naves, con rumbo a la Goleta, por continuar en manos de turcos y darles un escarmiento, al llegar atacaron dando al fuego a diez naves de alto bordo y saqueando la ciudad, volviendo a la mar donde pasados once días se encontraron con una escuadra compuesta por doce galeras turcas, inmediatamente forzaron de boga y la capitana embistió a la contraria, el resto eligió a su contrincante, tras duro enfrentamiento lograron capturar siete de ellas, en la capitana otomana iba su jefe el bajá de Saloní quien fue capturado, éste pidió al Duque que para poder pagar su rescate le permitiera regresar a Constantinopla, dando por buena su palabra se lo permitió, acompañándole 14 de sus cercanos, pasado un tiempo el Duque recibió como compensación varios regalos muy valiosos y entre ellos uno muy curioso, siendo un juego de vasos contra ponzoña, pues si en ellos se vertía algún veneno se cuarteaban.

La escuadra volvió a hacerse a la mar, en su navegar encontrándose sobre la Fosa de San Juan divisaron una galeota de 22 bancos, arrumbando a ella y capturándola, con todo lo que transportaba, mercancías, municiones y pólvora, así como una doncella con sus dos esclavos calabreses, a quienes se les dio la libertad al regresar a Nápoles.

Pocos días después repuesto todo lo necesario e incluso cambiado muchos de los bogantes por los más descansados recién aprendidos, regresaron a mar abierto, sólo que esta vez la escuadra estaba compuesta por dos galeras, todo por haberse recibido el aviso de haber salido un cuñado del bajá en una galera de 22 bancos, transportando mucho dinero y joyas, así como una valioso ajuar, al ser divisada se lanzaron a por ella y tras dura pelea la rindieron, el bajá fue hecho prisionero, pero los cristianos a bordo hablaron mucho y bien de él y su agradable comportamiento para con ellos, llegándose a pensar quería ser cristiano, contaba con doce años de edad; el botín consistió en un cajón con monedas, seda en cantidad, todo el servicio de plata, un raro por hermoso alfanje perfectamente guarnecido con empuñadura de oro y piedras preciosas.

Regresaron a puerto y permanecieron unos días de descanso, hasta que el Virrey dio la orden a don Octavio de hacerse a la mar, la escuadra la componían tres galeras y un patache con la intención de asestar unos golpes que pusieran en fuga a los turcos de la zona; de nuevo sobre la Fosa de San Juan divisaron cinco galeras, pero empezando a anochecer no considero era el mejor momento, por ello las siguieron de lejos y sin fanales encendidos, en espera del orto, maniobró en consecuencia ganado barlovento, por ello sobre las 10 de la mañana les dieron alcance, llegado el momento los turcos formaron la media luna y toda su gente en las cubiertas, pensando que así no les harían daño, no contaban con la presteza y dureza de quienes tenían enfrente, como era normal acometieron con rapidez sin pensar, el combate se prolongó hasta las cinco de la tarde, cuando los turcos se vieron sobrepasados y sin poder oponerse a los cristianos, en el combate dos galeras turcas se fueron al fondo, las tres restantes se rindieron, al ser abordadas sólo encontraron lo normal en buques corsarios, pólvora y proyectiles, escaso botín para tan largo enfrentamiento. Se liberaron más de 140 cristianos al remo, siendo cautivados unos 80 turcos puestos al remo, con todo ello regresaron a puerto.

Casi sin descanso en mayo siguiente de 1618, por orden de S.M. el Virrey la transmitió a sus dos generales, el II marqués de Santa Cruz, al mando de la escuadra de Nápoles y don Octavio de Aragón la de Sicilia, ambos se reunieron y aproaron a la Goleta donde capturaron a la capitana y cuatro buques, obligando al resto a refugiarse en Argel, dejando por un tiempo las aguas limpias de piratas.

El Duque de Osuna escribe al Rey pidiendo permiso para tomar Túnez y Argel, pues dada la cercanía a las costas de Sicilia y Nápoles no es propio dejara a los enemigos tan cerca; en la parte que no interesa el documento dice: «…Después que V.M. tome estas plazas ha de ocupar dos ejércitos para sustentarlas, y no por eso dejará de haber corsarios, pues los que se recogían a ellas se abrigarán en Santa Maura, Rodas y Chipre, y en Belona y Navarino, y cuando vinieran a estos mares, en Tripol de Berbería, ni osarán venecianos negarles sus puertos, así por temor suyo como por no disgustar al Turco, que con particular gusto suyo los permite, y ya han comenzado a caer en la cuenta en Constantinopla de valerse de ellos, pues ha hecho pasar a Xio ocho bajeles, los mejores de Argel. En Nápoles a 2 de junio de 1618.» Biblioteca Nacional manuscrito H. 16 folio 90.

En dos ocasiones por portar documentación reservada viajó a Cartagena y de aquí a la Corte. Durante su mando siempre estuvo preparado y dispuesto para no dejar ocasión de hacer el bien para su patria. Entre otros destacados mandos, recibió la orden de ser el ayo del hijo del virrey, por ser persona muy entendida en armas y letras. Y como no, formaba parte del Consejo colateral del virreinato.

Relato de incursión o razzia de D. Octavio de Aragón, desde el 13-11 al 28-12 del 1619.

Carta del Duque de Osuna dando cuenta de la jornada hecha en Levante por D. Octavio de Aragón.

«Señor: Hallándose estas escuadras con mucha falta de chusma por causa de 550 remeros que llevaron las dos galeras que se sacaron de ella para formar la de Denia, y otros tantos que el General de la mar tomó este verano para armar la galera que traía para Real y reforzar la Capitana de España y las de D. Carlos Doria, ordené a D. Octavio de Aragón que con seis galeras saliese en busca de alguna escuadra de galeras de la Armada del Turco, pues al retirarse es ordinario despedillas para que vuelvan a sus puestos, y aunque después que partió de aquí le ha hecho siempre tiempos contrarios, ha sido tanta su diligencia y cuidado, que ha cogido la Capitana de Santa Maura, armada de 140 escopeteros, con el valor que V. M. mandará ver por la relación que va con esta, y de camino limpió las costas de este reino, habiendo asimismo habido una tartana armada que no dejaba embocar ni desembocar al faro bajel ninguno de tráfico, con que se rehará en parte la esclavería de estas galeras, y tendrá V. M. una más en esta escuadra, para su Real servicio. «Dios, etc. » De Nápoles a 20 de Diciembre de 1619.»

Relación que hizo D. Octavio de Aragón al Duque de Osuna de la presa de la galera Capitana de Santa Maura.

«A los 13 de Noviembre me mandó V. E. saliese del puerto de Nápoles con seis galeras de la escuadra muy bien reforzadas y en orden y por cualquiera en guarnición dellas 100 soldados españoles, todos mosqueteros y prácticos por muchas embarcaciones en que se han hallado, así  con galeras como con bajeles redondos, y con estas galeras y gente fuese a la vuelta de Levante para que con ellas hiciese algún efecto, en el mar o en tierra, conforme el tiempo que diese lugar, y la ocasión se representase.

Fui navegando hasta Mesina con mediocre tiempo: tuve necesidad de pasar allí por tres días, y a los 20, aunque el tiempo no era muy favorable, quise ir a Ríjoles (denominación en castellano antiguo de Reggio Calabria) para hacer más provisión de bizcocho considerando el tiempo que corría, y que había que pasar muchos días para ejecutar algo y volverme. Tuve noticia a los 21 por las costas cerca de Ríjoles, como por allí andaba una tartana que había armado en Berbería, e iba haciendo mucho daño por la costa de Calabria, desvalijando bajeles, y que había marinado dos cargados de trigo y castañas y enviándolos hacia allá: por hacer diligencia de hallar esta tartana y por el tiempo que era ruín, pasé hasta los 27 del mes, y a la mañana, cerca del cabo de Espartivento (cabo Spartivento  37°55’28.05″N 16° 3’46.14″E), descubrí la tartana que iba buscando, muy a la mar.

Fui dándole caza hasta la mitad del golfo de Esquilache (golfo de Squillace), y poco más que a medio día la alcancé, y tomándola supe que había armado en Tripol de Berbería, y su armamento era de 38 esclavos y dos franceses entre ellos, habiéndola hallado en el paraje que digo, que pocas horas antes había desvalijado un bajel cargado de trigo y castañas, y en la caza le afondaron y por mis ojos le vi ir a fondo. Con la presa de esta tartana llegué la noche de los 27 a Cotrón (Crotone); dejé pasar la primera guardia, y a la segunda, porque el tiempo me pareció muy bueno, me hice a la mar poniendo la proa a una cuarta de Levante al Siroco (Xaloc, jaloque); navegué todo lo restante de la noche, y el día y la noche siguiente, como se mudaron los tiempos, puse la proa por la cuarta de Levante al Griego (Gregal), y amanecí al 29 a Cabo Cucato (cabo Ducato) de Santa Maura (en italiano medieval y hasta el s. XIX Santa Maura, actual Isla Léucade o Lefkáda). Cargóme el tiempo de Mediodía y Jaloques, y como se iba alzando el sol, iba hacia el Leveche (Llebeig, Garbí), hice todo aquel día fuerza poniendo la proa por Poniente Maestro (Mestral) hasta la noche, con esperanza de tomar la isla de Pacso (isla de Paxos). Fue tan oscuro el tiempo, que acercándome a la noche, no pudiéndola descubrir, por asegurar las galeras hice la resolución de hacerme a la mar, aunque el tiempo era fresco y la mar gruesa. Pasóse con harto trabajo aquella noche, y dos horas antes de amanecer hice resolución de tomar la vuelta, poniendo la proa por Griego (gregal).

Navegué hasta el amanecer y algunas horas del día sin descubrir terreno hasta pasado mediodía, y descubrí las islas de Corfú. Fuíme acercando, y con dos horas de sol me hallé dando fondo en Nuestra Señora de Gasopoli (Casopoli, Cassopo, Kassiopi), y por el tiempo que tuve, que fue de borrasca deshecha de mar y viento, no recibí ningún daño, solo que de cuatro falucas que traía de remolco, perdí las tres, sin gente, que la tenía puesta toda dentro de las galeras.

Allí hice mi aguada y se enjugó toda la gente y ropa muy cómodamente, y el día siguiente me partí, navegando hasta la Chefalonia Piccola (isla de Ithaki). Di parte a la noche en una cala, y antes que amaneciese zarpé siguiendo mi camino hacia Castelternes (Castel Tornese veneciano, hoy castillo Chlemoutsi), que fue a los 2 de Diciembre, y navegando hacia el Prodano (isla Proti), a dos horas de noche, entre Castelternes y el Castillo Viejo (ruinas Castillo de Glarentza), cosa de 15 millas de mar, me vi por la proa de la Capitana una galera, que en descubriéndola yo, y ella a mí, volví la proa y se puso en caza, y yo dándosela.

Como la galera era buena, al principio apenas la pude volver a descubrir; con todo eso, como esta Capitana camina mucho, me iba acercando y descubriéndola más. Mandé encender fanal para que las cinco galeras me viniesen siguiendo; dile caza a la galera más de dos horas, y viéndome tan cerca, ordené diesen fuego a la artillería, y embistiéndola, entró la gente por la escala de la mano izquierda, que cuatro tiros de la artillería les atemorizó de manera que tuvo la gente fácil la entrada; mas como esta galera era la Capitana de Santa Maura, la mejor galera que el Turco tenía, por ser el Bey gran corsario, y la traía muy bien armada de soldados, pues tenía 140 bocas de fuego y gente brava, volvieron a hacer rostro, y se estuvo peleando casi tres cuartos de hora, en el cual tiempo iban llegando las demás galeras.

Llegó la galera Santa Catalina y embistió pasado el árbol a proa, con que vino a quedar la galera turquesca, Capitana de Santa Maura, rendida; el Bey que estaba en ella se echó a la mar dentro de un jaique, aunque estaba tres millas lejos de tierra, y por la carga de la gente se trabucó y se juzga que se haya ahogado, aunque sus turcos dicen que es gran nadador. Muchos han sido los muertos de esta galera y ahogados, y de los nuestros los muertos no han sido más que cuatro y tres hombres particulares heridos mortalmente, y siete u ocho heridos, entre soldados y marineros. Nuestra gente peleó con tanto valor, que se podía desear más verla de día que en una noche tan tenebrosa, que casi mezclados, con la oscuridad, pensando de dar a unos se daban a otros, hasta que yo mandé encender hachas.

Con eso se extinguieron algunas desgracias que podían suceder, y acabando todo esto di cabo a esta galera Capitana, y con bonísimo tiempo amanecí la mañana en la cala de la Chefalonia Pequeña, adonde he estado tres días reconociendo dicha galera Capitana y componiéndola para que navegue de la misma manera que las mías. En esta Capitana de Santa Maura he hallado al remo 180 cristianos, y vivos 60 turcos, que los demás quedaron muertos y ahogados.

Esta Capitana había un mes que se había despedido del bajá del Turco, que le dio licencia que se viniese a Santa Maura, habiéndose el entrado con toda la Armada en Constantinopla y dejado orden que 15 galeras de los Bais, y por cabezas de ellos el de Rodas, estuviese en guardia del Archipiélago y Morea. Se puede tener esta presa ser de importancia, porque esta Capitana era la que más daño hacía de continuo en la costa del reino de Nápoles, y el que la mandaba, gran marinero y soldado, y que en la Armada del Turco, de ninguno se hacía más caso que de su persona y galera. A los 5 en la noche me parto de esta cala de la Chefalonia Pequeña, y por haber hecho muchos días ruinísimo tiempo, hasta hoy 28 en la tarde no he podido llegar sino a Cotron, de donde es fecha ésta.» Biblioteca Nacional. Manuscrito H. 16. Folio 177 a 180

Durante el tiempo que permaneció al mando de las escuadra de galeras, había capturado nueve galeras turcas de fanal, quince buques redondos de corsarios y veinte bergantines de diferentes tamaños, cautivando a 1.800 esclavos puestos al remo, de ellos cuatro beis y varios arráeces de rescate, así como muchas banderas y estandartes.

Tuvo lugar algo que es complicado de entender y a la larga resulto la caída del Duque de Osuna. Fue un viaje de don Pedro Téllez a Marsella donde fue recibido casi como un rey. Don Octavio se quedó a la espera del regreso fuera del puerto, donde al parecer por alargarse en demasía los festejos llegó a faltar la comida en la escuadra, esto le decidió abandonar a su Virrey regresando a Nápoles, eso sí enarbolando el estandarte Real en vez de el del Duque para no incurrir en falta a su Rey y con un detalle muy raro, pues entró en Cadaques desembarcando el equipaje de don Pedro.

Como es natural al intentar embarcar el Virrey su escuadra no estaba, escribió al Rey y su Consejo pidió explicaciones a don Octavio por este desaguisado, indicándole entre otras cosas: «…no alegaba causa bastante que le excusara en dejar al Duque de Osuna en Marsella; antes se advertía que en el billete decía muchas palabras indecentes, sin que fueran necesarias para su defensa, con que venía a agravar la culpa, y así era de parecer que S.M. mandara hacer con él alguna demostración que fuera de ejemplo.»

Prudente el Rey antes de tomar una resolución sobre el tema, ordenó que don Octavio ampliara de su puño y letra lo sucedido, por ello respondió con fecha del 6 de enero de 1621 desde Palermo, entre otras cosas diciendo: «…probando que su conducta guiada por el mejor servicio, pues tenía empeño el Duque de Osuna en que entrara con las galeras dentro de la cadena del puerto de Marsella, y esto, que de falta militar, le estaba expresamente prohibido por el cardenal Borja. Viéndose en el aprieto; que al mismo tiempo le iban faltando las provisiones y le parecía no ser conveniente pedir a Francia lo que hubiera menester, y que la residencia del Duque se dilataba por gozar de las fiestas con que le brindaban, tomó resolución de dejarle. Anteponiendo el servicio a cualquiera otro respeto humano, ordenó arbolar el estandarte con las insignias de S.M., abatiendo el que llevaba con las armas del Duque, pues si ya había navegado antes con esta bandera, fue cuando las galeras eran suyas; más en este viaje ya no lo eran, por haberlas consignado el Duque a la Cámara de Nápoles, y éste no tenía más autoridad que el respeto que se debía a su persona…» Agregaba una relación de sus hechos de armas como disculpa ante lo realizado, por considerar que el Duque le había faltado el respeto.

Mientras esto sucedía se cruzaron dos cartas, una de don Pedro Téllez a don Octavio, y respuesta de éste, son cartas sólo publicadas en una ocasión y que aquí por su interés transcribimos, si bien son algo largas nos facilitará situarnos en el momento y cómo se lanzaban dardos entre ambos.

«Carta de desafío del Duque de Osuna a D. Octavio de Aragón, por habello dejado en Marsella y venídose con las galeras a España sin decir nada al dicho Duque. Año de 1620.

Señor D. Octavio de Aragón. — Yo llegué a Marsella el lunes por la mañana a 27 de julio, y viernes último del mes comenzó a embarcarse ropa para seguir mi viaje; hoy sábado, por la mañana, me han venido a avisar que V.S. zarpaba con las galeras la vuelta de España, llevando en ellas toda mi ropa y de los que han quedado en tierra. Habiendo de embarcarme esta noche, mi detención en este puerto ha sido de cinco días, y sin haber hecho en todos cuatro tiempo para pasar el golfo; y aunque yo hubiera hecho la cuenta de mi detención, debo dársela a mi Rey. Ya V.S. me ha dejado en Francia y más de 200 españoles, gente tan principal como V.S. verá por esta lista, a quien de persona a persona no osara V.S. ofender, obligando a dar qué pensar y hablar a todo el mundo, y a mí, y a esta gente, a riesgo de otros mil peligros evidentes. Que V.S. se haya partido por falta de alimentos, no puede ser, pues como V.S. verá por este papel, firmado de los oficiales del sueldo, llevan en la caja de S.M. 1.500 escudos; y el capitán Pedro Lobay, de mi parte ofreció a V.S. todos los bastimentos que fueran menester, y lo propio hizo el capitán Viciguerra y el Proveedor de las galeras deste reino; ni V.S. me ha pedido bastimentos, ni dineros: dichomelo, ni por escrito, ni enviándomelo a decir la causa de su partida, de donde infiero que desacato tan grande a mi persona, en un hombre como usía no puede ser, ni atreverse a ello, sin expresa orden de S.M. en que mande a V.S. me deje en Francia, con la circunstancias que V.S. ha dicho, y cuando esto fuera así, V.S. sabía bien hasta donde se extiende la licencia que los ministros tienen de replicar a la órdenes de S.M., y del ejemplo de V.S. se puede haber aprendido de mí, en su mesma persona; pues cuando llegué a Sicilia hallé a V.S. en tan baja fortuna, que por sentencia del Consejo de Italia estaba V.S. cesado del servicio de S.M. y suspendido de todo género de oficios, y mandado restituir mucha hacienda, por los delitos que cometió en Mesina durante el oficio de Estrático; y comenzándome a servir de la persona de V.S., por compasión de sus trabajos, me llegó orden de su Majestad con D. Melchor de Borja, en que me mandaba quitase a V.S. el gobierno de la escuadra de aquel reino previamente, y lo entregase al dicho D. Melchor para la jornada de los Querquenes. No sólo repliqué a esta orden de S.M., doliéndome de la honra de V.S., por haberme echado a mis pies lastimosamente; pero embarqué 800 españoles sobre las ocho galeras de aquella escuadra, y siendo V.S. siciliano le envíe gobernándolo todo. Tuve consecutivamente en respuesta de mi carta, segunda y tercera orden de S.M. para desposeer a V.S. de aquella escuadra y entregalla al dicho D. Melchor de Borja, a que también repliqué, manteniendo a V.S. en el gobierno de ellas cuatro años. Y finalmente, todos los acrecentamientos que V.S. hoy tiene, así de puesto como de rentas y sueldos, ha venido por mi mano, que no son tan cortos, que de honores son los que S. M. tiene que dar en Sicilia y en Nápoles, en Consejos de Estado de aquellos reinos, y de sueldos y rentas, importaran 11.000 ducados al año, sin 200.000 escudos de que V.S. se ha aprovechado, que no sé que haya español que se halle en este estado en tan poco tiempo; y pues V.S. estaba ya contento cuando llegó a Sicilia, con sólo capitán de la milicia p una galera de la escuadra de aquel reino, yo he hecho en todo esto lo que piden las obligaciones de mi nacimiento, y V.S. en el estilo que ha guardado conmigo, las que piden las del suyo; y por último, aseguro a V.S. que si en esta navegación de Nápoles a España he rehusado muchas veces de ir embarcado en galeras, y navegando en salvo, no ha sido tanto por los malos tiempos y la mar, como por la vida y costumbres que V.S. tiene de ellas, teniendo el castigo que cada día se puede esperar; y aunque creo que V.S. me debe entender, todos los españoles que en mis dos galeras fueron y volvieron de España el año pasado temiendo lo mismo, y quien tuviere hoy en día alguna curiosidad, hallará en la misma amistad y desdicha a V.S. que llevaba consigo.

En todo lo que V.S. respondiere contra esto miente como muy ruin caballero, y también miente si niega que es vil e infame término el que ha usado conmigo; y aunque de la persona de V.S. a la mía hay en todo la desigualdad que el mundo sabe, sustentaré a V.S. con la espada en la mano ser ruin caballero, en cualquier lugar donde V.S. me llamare; y como ha sido pública a los ojos del mundo la injuria que V.S. ha intentado de hacerme, lo será esta carta también.»

Respuesta a esta carta de D. Octavio de Aragón al Duque de Osuna.

«Señor D. Pedro Girón, conde de Ureña y Duque de Osuna. — Yo soy D. Octavio de Aragón, que basta para cosas mayores.

Un papel me han dado que, en sólo verle, aunque viniera sin firma, conociera ser de V.S. porque ni es cartel, ni carta, imperfecto en todo para ambos efectos; para carta, viene de todo punto descomedida y desbaratada, como de V.S. se puede esperar, pues dice en ella cosas, que ni tuviera ánimo V.S. para decillas delante de mí, ni de ningún caballero ni soldado que me conoce, por no tratar palabra de verdad ni apariencia de ella; y para cartel, viene de todo punto falto de estilo puntual y honrado, muy debido en semejantes casos. Porque siendo V.S. el reo, como a vista de todo el mundo se quiere hacer ator, como si la vanidad de usía y estado, último refugio de V.S., y con que tanto se honra, bastante a quitar las manchas de casos feísimos de que V.S. tiene lleno y escandalizado el mundo.

Algunos disculpan a V.S. de estas desórdenes, pues ni por profesión de caballería, ni experiencia de armas tiene obligación de saber más de estas materias. Y aunque yo, ni ningún caballero honrado ni soldado, tenía obligación de responder a lo que no merece respuesta, para que V.S. no quede sin ella y yo satisfaga en parte a quien soy, y a la Real sangre de donde desciendo, me ha parecido satisfacer a la llamada carta o cartel de V.S., y digo lo primero:

Que en Marsella y otras partes se detuvo V.S. sin causa, con harto libres demostraciones, mucho más tiempo de lo que a su honra convenía, y yo aguardé a usía con las galeras todo el tiempo que me pareció bastar hasta no poner en peligro la mía.

Dice V.S.: Que la cusa de su detención le ha de dar cuenta a su Rey y no a otro ninguno, con que le parece a V.S. haber cerrado las puertas a todos los cargos que le podían hacer en este particular; pero no será así, porque de mi descargo, que es el más llano y verdadero, nace el desengaño, muy por entero, y cargo eficaz contra V.S.

Yo partí de Marsella con las galeras de mi Rey, que estaban a mi cargo, y mi partida fue muy considerada, y con muy grandes y honrados fundamentos, de que daré cuenta como estoy obligado, al Rey, de quien soy, no a V.S., que no le conozco por superior en ningún caso.

Dice V.S. que no me partí por falta de alimentos, pues estaban sobrados 1.500 escudos en la caja de S. M. para el sustento de las galeras, a que respondo: Que el dinero de S.M. nunca pudo V.S. disponer a su albedrio, como piensa, no a mí me estaba bien, ni me fuera bien notado gastarlo en Francia inútilmente por solo gusto de V.S., tan en perjuicio de mi Rey; y ni tampoco quise hacer caso de las palabras de V.S. que dice dijo al capitán Pedro Lobay, en razón de darme bastimentos, considerando el mucho gasto de las galeras y los cortos alimentos que le dan a V.S. de que poder dispensar, habiéndosele acabado el gobierno de Nápoles.

Dice V. S. que el desacato tan grande que un hombre como yo hice a la persona de V.S., dejándole en Francia, no pudo ser sin expresa orden de S.M., y que cuando yo la hubiera tenido, había de replicar y no dejarle así solo con tanto riesgo de su persona, sabiendo la licencia que los ministros tienen de replicar y suspender los Reales mandatos: y para ello pone V.S. por ejemplo las muchas mercedes que dice haberme hecho, con tantas y tan expresas órdenes de S.M., y sobre esto discurre V.S. muy a lo largo, persuadiendo ser muy lícito y necesario contradecir los ministros los mandatos de su rey cuando les parece, a lo cual respondo: Que mi partida de Marsella fue, como tengo dicho, muy mirada y considerada, y lo demás fuera muy en detrimento de mi honra y notorio peligro de las galeras. A mi rey he servido desde que nací en cuantas ocasiones de mar y tierra se han ofrecido, con muy gran fidelidad, como quien soy, como honrado aventajado caballero y soldado, por lo cual, y por la esclarecida memoria de mis pasados, he merecido y merezco mucho más que V.S. que S.M. me haga merced, y de sus reales manos reconozco las recibidas, y no de otro ninguno del mundo.

Y el no cumplir con puntualidad las órdenes de S.M. que V.S. tanto facilita, en ninguna manera me puede parecer bien, ni parecerá a ningún caballero que esté con atención a los puntos de honra y estado; y así yo desde luego repruebo la opinión de V.S., como muy contraria a la fidelidad que se debe al rey, y muy peligrosa al estilo y orden de caballería.

Y no piense nadie autorizar una opinión errónea con las réplicas que en Nápoles hizo V.S. al cardenal Borja, al tiempo de su partida, porque éstas han parecido tan mal, y fueron tan escandalosas y perjudiciales, que si aquel reino no estuviera conforme en la debida obediencia de su rey, fueran ocasiones de perderse. De donde infiero que los caballeros en todos estados han de obedecer a sus reyes sin réplica, y sin pedir causas, porque lo demás, por mucho que se dore, tiene especie de traición.

Dice V.S. que contra orden de S.M., y siendo yo siciliano, me entregó las escuadras de aquel reino con 800 mosqueteros españoles para la jornada de los Querquenes, a lo cual respondo, jurando como juro solemnemente, en ley de caballero, que si yo hubiese sabido que contra la voluntad de mi rey me enviaba V.S. a aquella jornada, no tan solamente no fuera a ella, pero tuviera contra V.S. el sentimiento que en lugar y ocasión me permitiera, sin detrimento de mi honra, y de suyo se ha de entender que por pensar que D. Octavio de Aragón había de servir al Duque de Osuna, es imposible tan grande, que no hay nadie que le ignore. Pero apurándose en este caso, yo confieso que fui a aquella jornada por mandato de V.S. y en ella me porté con tanto valor como el mundo sabe: imitando yo a mis pasados y V.S. a los suyos; yo al buen D. Alfonso de Aguilar y V.S. al Conde de Ureña tercero.

Dice V. S. que en todas sus acciones ha procedido como quien es y que yo he procedido en todo como quien soy; y en esto sólo me conformo con V.S. y confieso llanamente ser así, y en toda la llamada carta o cartel no viene razón ni palabra que traiga forma de verdad sino ésta, de que quedo satisfecho y contento.

También dice V.S. que no se atrevería a venir en mi galera, temiendo las desgracias que por mi vida y costumbres podrían suceder, y otras cosas cifradas a este propósito, harto digna de dirección; a lo cual respondo: Que si V.S. predicase por el mundo libertad de conciencia, ninguno hubiera en él que no creyese salirse del corazón y del alma; pero predicar V.S. recatos, santidades y escrúpulos de su propia persona, entienda V.S. que se creyera con mucha dificultad, ante tengo por seguro no haber nadie que lo crea, y ansí sobre este punto digo que las propias obras de V.S., y y el mundo entero responda por mí. Y es cierto que saben todos el recato con que yo vivía cuando V.S. entraba en mi galera, que como le conozco, y tan bien, que es incurable enfermedad que a V.S. tanto persiguió, temía, y con mucha razón, alguna notable desgracia, como incendio o cosa semejante, donde pagasen justos por pecadores.

Acaba V.S. su carta y cartel con decir que si yo dijera lo contrario de lo que en él dice, miento como ruin caballero y también dice miento si negase que soy vil y infante, y que aunque entre persona de V.S. y la mía hay tanta desigualdad, sustentará V.S. con la espada en la mano ser un ruin caballero, a todo lo cual respondo: Que si V.S. lo fuera, y fuera de las calidades que se imagina, y hubiera profesado Orden de caballería, como todo caballero y honrado soldado es obligado, no desmintiera tan fuera de propósito a quien no sabe si ha dicho o piensa decir; por lo cual, la injuria que contra tal acto pensó hacer, se queda sobre V.S. que ni pido ni supo inventarla.

De mí sé decir que desde que nací dije verdad, y la diré, mediante Dios, aunque pese a V.S., en tanto que viviese.

Y en lo demás que decís cerca de levantar vuestro linaje más que el mío, y vuestra persona más que la mía, mentís como infame y ruín caballero y esto os lo haré conocer con las armas en las manos en cualquier lugar del mundo que quisiéredes escoger, como no sea en tierras sujetas a turcos y moros, porque en esto sería seguir a vuestra persona y no a la mía, por la causa que vos bien sabéis; pero quiero daros esta ventaja, que así como escogisteis las armas escojáis el campo, para que el mundo vea la poca estimación que hago de vuestra persona y fuerzas; y por ésta, firmada de mi nombre, prometo buen tratamiento a cualquier caballero o escudero que me enviáredes con esta razón, como traiga conclusión fija.»

Escrito por don Cesáreo Fernández Duro, dice: «Conocido el carácter de Osuna, es de presumir que sin la prisión y vicisitudes que le acabaron, por estos lamentables documentos hubiera tenido lance personal con D. Octavio, personificación de la miseria humana. En la “Colección de Documentos Inéditos” se hallan las órdenes en que efectivamente, y con repetición, prevenía el Rey que el mando de las galeras de Sicilia se entregara a D. Melchor de Borja; inserta asimismo ciertas cartas de la Marquesa de Ladrada, hija de D. Pedro de Leiva, con grandes inculpaciones contra D. Octavio, entre la que se nota la de haber tomado las órdenes sagradas por escapar a la justicia; inculpaciones de que con calor le defiende el Duque, escribiendo a S. M. La carta de desafío, salvo la forma y los reproches, en cuanto al agravio del abandono en Marsella y desacato a su persona es racional, ofreciendo por la contestación insolente la mejor prueba de ser D. Octavio de Aragón un ruin caballero.»

A esto añadir por haberlo encontrado en un documento, lo que le dice el Rey al Duque de Osuna en carta privada, entre otras cosas le hace saber: «…y con esto cesará el fin que se llevaba de hacer general a D. Octavio de Aragón, de que se os avisó antes de agora, para vos solo. Madrid 28 de enero de 1620. — Yo el Rey. — Antonio de Aróstegui.»

No obstante don Octavio por orden de S. M. pasó cinco meses de encierro en un castillo, dado que el infractor no cesaba de enviar cartas a la corte, el Rey concluyo que al término de la prisión pasara a Palermo teniendo la ciudad como cárcel.

Continuo su lucha por acreditarse de nuevo y por fin en 1622 se le entregó el mando de una escuadra de ocho galeras, salió rumbo al canal de Constantinopla donde en septiembre seguido realizó un desembarco en Modón, capturando algunas piezas de artillería y recuperando unos cuantos cristianos, a su regreso mantuvo varios enfrentamientos con naves turcas de las que capturo algunas. A su regreso no volvió a tener mando, pues no consta en las siguientes expediciones que dieron la vela tanto desde Sicilia como Nápoles, desconociéndose la razón y no ser nombrado de nuevo en ningún documento, bien pudiera ser pasara a la península y encerrándose en su villa permaneciera sus últimos días, donde la muerte le sorprendió a principios de 1623.

Bibliografía:

Fernández Duro, Cesáreo: El Gran duque de Osuna y su marina. «Sucesores de Rivadeneyra» Madrid. 1885.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Guardia, Ricardo de la.: Notas para un Cronicón de la Marina Militar de España. Anales de trece siglos de historia de la marina. El Correo Gallego. 1914.

VV. AA.: Colección de documentos inéditos para la historia de España. Facsímil. Kraus Reprint Ltd. Vaduz, 1964. 113 tomos. Esta obra es conocida como el CODOIN. Abreviatura de Colección de Documentos Inéditos de la Historia de España. En esta ocasión Tomo XLVI, pág. 395… y Tomo XLVII, pág. 467…

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