1797 – Pérdida de la isla de Trinidad de Barlovento y quema de la escuadra de don Sebastián Ruíz de Apodaca.

Posted By on 6 de agosto de 2019

El 16 de febrero comenzó el ataque y el 18 seguido la isla fue entregada ante la ínfima cantidad de hombres para defenderla y la gran amada desplegada por los británicos. Ante estas fuerzas solo podía oponer sobre unos 500 hombres y la escuadra al mando del jefe de don Sebastián Ruiz de Apodaca compuesta, por los navíos San Vicente Ferrer, de 80 cañones, San Dámaso, Arrogante y Gallardo, de 74, más la fragata Santa Cecilia, de 34, lo que deja constancia de la inferioridad en todos los campos, tanto en la mar como en tierra.

El Estado de Fuerzas de Mar y Tierra británico, recogido por don José María Chacón fue repartido entre los miembros del tribunal, estando al mando del Almirante Henry Harley los; navíos: Príncipe de Gales, de 100 cañones; Belona, Venganza, Alfredo e Invencible, de 74; Dictador y Scipion, de 68; Socrates, de 58 y Ulises, de 50. Fragatas: Aretusa, de 44 más Alarma y Anna, de 40, una bombarda. Corbetas: Fhorn, Zebra, Favorita, Zefiro y Pelicano, de 20, más el bergantín Victorino, de 16. Montando un total de 1.292 cañones. El ejército al mando del general Sir Ralpf Abercombry, desembarcaron los Regimientos, 2, 3, 24, 38, 53 y 60 con 4.050 hombres. Artillería; 500 hombres y regimientos de extranjeros nombrados, Campeche, Lobastain, Cazadores de Soler, más la gente de fajina, naturales de la zona, con 2.200 hombres, sumando un total de 6.750 efectivos.

        Para que el lector juzgue con claridad, pensamos que lo mejor es dar a conocer los documentos del momento, los cuales explican con más claridad que lo podamos hacer nosotros las causas: «Excmo. Sr. — A pesar de mi eficaz deseo de economizar el tiempo que V. E. necesita para los demás vastos asuntos de que está dignamente encargado, he creído indispensable hacerle presente con toda proligidad la siguiente relación de las últimas extraordinarias ocurrencias en esta isla, así por las graves consecuencias que podrán producir, como por la urgencia con que la alarmante situación actual de esta colonia implora del Soberano el más pronto remedio.

El crucero de este golfo que participé á V. E. en 29 de febrero de este año habian empezado á hacer los ingleses, lo continúan con la mayor constancia, y en cierto modo es útil aun á la isla, porque el comercio con aquella nación se ha hecho sin riesgo de corsarios, y las cosechas de este año se van exportando con seguridad y á precios tan ventajosos como no se podia esperar de la concurrencia de compradores; pero como esta protección no es sino extranjera, nos envuelve en dificultades y nos acarrea consecuencias tan desagradables como perniciosas. Los buques franceses que han intentado venir á esta isla, ó á cruzar sobre sus costas, viéndose perseguidos de los ingleses, han tirado á vararse en las playas y escapar la gente en tierra á favor de la espesura del bosque. De estos casos ha habido varios, y por consecuencia son muchos los republicanos que se presentan pidiendo protección del Gobierno de una nacion amiga; y no pudiendo salir abiertamente porque los buques ingleses se lo estorban, permanecen aquí esperando ocasiones en que poder evadirse secretamente. En cualquier otro establecimiento serian indiferentes estas ocurrencias; pero aquí son el orígen de infinitos males que predije desde el 27 de octubre último, y lo he repetido constantemente desde entonces. La escasa fuerza de tropa, la ninguna fortificación, la carencia de obras de cal y canto, me tienen sin una cárcel, cuartel, sala de armas, almacen; y en una palabra, entregado á la buena fé de un público compuesto de indivíduos de otras naciones, y el más pequeño número de la nuestra. Por consecuencia desunidas por naturaleza, discordes por diferencia de hábitos, rivales por constitución y enemigos muchos de ellos entre sí, por espíritu de nacion y fermentacion de las actuales circunstancias. Debia yo recelar y predecir que los frecuentes encuentros en tierra de ingleses con franceses envolverian la más considerable parte de este público, y que las consecuencias serian ruinosas al todo. Desgraciadamente eran muy ciertas mis premisas y no ha podido dejar de verificarse la consecuencia. Además de infinitas alteraciones y pendencias parciales, el 21 de Marzo último á las nueve de la noche se trabó una entre varios marineros ingleses y franceses, que puso á todo el pueblo en movimiento, y resultaron dos muertos y seis heridos de gravedad. Otra escena más séria se representó el domingo 8 del corriente, que ha sido el orígen de los desastres en que queda esta colonia y que clama al Soberano con apresuración por auxilios, para poner un pronto remedio á su total ruina. A las siete de la noche del citado día, se agarraron á golpes un marinero inglés y otro francés, sin otras armas que sus manos; el capitán de la fragata de guerra inglesa Alarma, D. George Vanghan, fué advertido de este incidente; y en vez de avisar al Alcalde ú otro Majistrado, se fué con dos oficiales al paraje, y viendo multitud de gente sacó su espada, y con ella se abrió camino, seguido de sus dos oficiales que á su ejemplo hicieron lo mismo. Al primero á quien pasaron con la espada era un francés; gritó antes de espirar, y oido por sus paisanos dieron la voz de á las armas, y en un momento cargaron sobre los ingleses que se refugiaron en una casa, cerrando las puertas. Los franceses las cercaron, y siendo de tablas, iban ya deshaciendolas; el capitan Vanghan, para alejarlos empezó á hace fuego con pistola, á cuyo ruido llegaron á mí la noticia, dí providencia de enviar patrullas y partidas sueltas de tropa para cerrar las avenidas y estorbar el tumulto de gente que ya era formidable, y se hacia fuego de parte á parte. Mi principal cuidado fué el de poner en seguridad al capitan Vanghan y al nombrado Gaudetat, que hace funciones de agente de los republicanos, para que libre los dos cabezas ó Jefes de los partidos, pudieran ellos mismos ayudarme á apaciguar el furor del pueblo. El francés Gaudetat que estaba gravemente herido, pudo sacarlo mi teniente gobernador, auditor de guerra, sostenido por las partidas de tropa y oficiales que destiné al efecto, pero al capitan Vanghan no era fácil sacarle del peligro por estar su casa enteramente rodeada de franceses, todos en el más alfo grado de fermentación y entusiasmo. A las diez de la noche, que ya iba ganándose alguna cosa en retirarlos y aplacarlos, llegaron dos botes al muelle con gente armada de la fragata inglesa, que venian á defender á su capitán; pero en virtud de la órdenes que yo habia anticipado, fueron detenidos é ignorada su llegada por los franceses, que á haberlo sabido, hubiera aumentado sus esfuerzos y hecho más difícil la empresa. Al fin, á fuerza de mil astucias pude libertar al capitán Vanghan á las once de la noche y conducirlo á bordo de su bote con una salva-guardia, sin que el pueblo lo viera, así por la oscuridad de la noche, como haberle sacado por las espaldas y corral de la casa en que estaba, llevándolo de una en otra hasta salir á una calle retirada del paraje conde existia el foco del movimiento. Luego que el pueblo se satisfizo de que no estaba en su casa el capitan Vanghan y que habia retirádose á bordo de su fragata, se empezaron á sosegar, y á las doce de la noche quedó todo tranquilo; algunos fueron conducidos a prision, y dos patrullas por las calles bastaron para hacernos pasar la noche en sosiego. El siguiente día 9 del corriente á las nueve de la mañana, me avisaron que le capitán Vanghan habia desembarcado sobre el muelle con mas de 100 hombres armados, y que formados en columna venian marcando con bandera inglesa desplegada y tambores batientes y todo el aparato de un ataque. No me detendré á expresar el cúmulo de ideas que se ocuparon en aquel momento: cualquiera podrá inferir la incertidumbre y dudosa agitación con que debia providenciar, atendiendo á que el último correo que he recibido de España es el de Noviembre del años pasado, desde cuya época pueden haber ocurrido tantas alteraciones en el plan y relaciones políticas de la Europa y de tan varia combinación, que todo puede representarse como posible.

Mi objeto primero fué el de asegurarme del verdadero estado de esta agresión; y al efecto, envié inmediatamente órden al Teniente Coronel D. Matias de Letamendi, segundo Jefe Accidental de esta plaza, para que esplorase al capitan inglés y aun le hiciese venir á hablarme, bajo palabra de no molestarle; al mismo que el Teniente Coronel D. Miguel Herrera estaba ocupado en contener á los franceses republicanos, que ya se habían formado en frente de los ingleses, para que por motivo alguno hiciese el menor movimiento hasta que yo llegase. El pueblo alborotado y en la mayor confusion, corrió tumultuariamente á la sala de armas, que como de tablas forzaron y entraron á proveerse de fusiles, sin que la poca tropa reglada pudiese bastar á contener su ímpetu. Acudí allí inmediatamente, les persuadí á que entrasen en el patio del cuartel y teniéndolos en algo más seguro y en disposicion de poderlos ordenar, me fuí á hablar con el capitan Vanghan, que ya venia con el Teniente Coronel Letamendi y el capitan ingeniero ordinario D. Andrés Gonzalez, armado con pistolas y sable. Preguntado por mí de la significación de aquel procedimiento, me respondió que venía armado para su propia seguridad. Despues de haberle hecho sentir con varias reconvenciones y razonamientos la impropiedad y violencia de su atentado, respecto de que no teniamos declarada la guerra, le dejé la elección entre dos partidos, á saber: ó que se desarmase y retirase en columna, en el supuesto de que le dejaria ir sin molestia, ó que se pusiese á la cabeza de su tropa, y empezase á obrar hostilmente cuando gustase, pues yo le contestaria, una vez que él confirmase con un tiro la agresion é insulto que habia comenzado á hacer.

Convencido al parecer, se decidió por lo primero, quitándose las pistolas y mandando retirar su columna hasta embarcase á vista mia y de todo el pueblo que observó en aquel momento la mayor circunspección y silencio, subordinados todos á mi voluntad y órdenes, de modo que no se notó el menor movimiento descompuesto. Inmediatamente traté de recoger las armas que en la confusión del primer arrebato habia sacado el tropel de la jente, é hice componer las puertas y demas parajes de la casa de armas que habian sido forzados, quedando todo asegurado aunque provisionalmente. A las nueve y media de la mañana, viniendo hácia tierra otros botes de la misma fragata Alarma, se alborotó el pueblo segunda vez, pero de un modo más violento que en la primera; el número de jente era mayor, porque se habia aumentado con los del campo de las inmediaciones: el resentimiento era general, y en unos el arrojo, en otros el recelo y la desconfianza, los movian con la misma direccion aunque por distinto modo; y el concurso de jente como un aluvion inundó las calles y la plaza del muelle, despues de haber por segunda vez forzado las puertas y ventanas de la casa de armas. Ya estaba dada mi órden para no dejar aproximarse al muelle ningun bote de la fragata, como en efecto se hizo retirar el que venia; pero esto no pudo impedir que el pueblo en la confusión y desórden al instante tirara una descarga como de cincuenta fusiles, en que sólo resultó una desgracia en la muerte de un negro carpintero que por accidente se hallaba hácia la playa. Todos los oficiales de esta guarnición los empleé en distintos parajes para contener al pueblo y obligarlos á dejar las armas, como se consiguió antes de medio día, recogiéndose el mayor número de ellas.

El órden y la disciplina de la tropa reglada llega á hacer el milagro de poner al General en el caso de armar 100.000 hombres en pocos momentos y desarmarlos en otros tantos; pero no sucede así con un pueblo desordenado y sobrecojido: una vez armado, es difícil volverlo á su antiguo pacífico ejercicio, y cuando tenia á la vista el objeto de su encono, este público insultado, era tanto más resistente á la persuasion, cuanto se creia con algun fundamento en vísperas de otra agresion. Los barcos que en la bahía se hallaban fondeados entre la fragata inglesa y la batería del muelle, empezaron á expiarse hácia fuera, y este movimiento resucitó en el público otra nueva desconfianza y recelo de que la fragata iba á batir el pueblo aquella noche. En vano hice decir en público la imposibilidad de un tal proyecto, así por la distancia del fondeadero de la fragata, como por la diferencia del calibre de nuestra artillería de á 24, sobre la de la fragata que es de á 12, con algunos de 16. El recelo y temor no les dejaba concebir la fuerza de este razonamiento, y se pasó la noche en una extraordinaria vigilancia, pero sin ocurrencia particular.

El siguiente dia 10 sólo hubo varios oficios de parte del capitan inglés, quejándose de que se le prohibiese enviar á tierra los botes de S. M. B., haciendo asunto nacional mi providencia, que era sólo personal á él y particular á su fragata, como expresamente se lo dije en contestacion.(1) Los negros esclavos de las haciendas inmediatas habian venido al pueblo en el momento del alboroto, y á la retirada de algunos de ellos hicieron la relacion de lo que habian visto, atribuyéndolo á mil diferente causas que realmente no existian en el principio, pero que podrian producir las más fatales consecuencias.

La cucarda tricolor, que ellos miran como el símbolo de su libertad, fué la que se pusieron varios de los mismos esclavos, é insistian en persuadir á los otros, sus camaradas, para que siguiesen su ejemplo. Esto me puso en la necesidad de destacar varias partidas al campo para atajar en el principio este desórden, el más temible en colonias, donde la esclavitud es la fuerza agricultora. Felizmente, con el ejemplo de tres negros que se aprehendieron, y fueron azotados al momento, se cortó esta infección por el pronto; y empezado á restablecer el órden, tuve el gusto de publicar á las cinco de la tarde del 11 un bando militar, anunciando á las familias que por miedo se habian refugiado á los barcos del puerto, que ya podian volver á sus hogares, como lo verificaron sin disturbio. Desde entonces hasta ahora se mantiene todo en órden y tranquilidad; pero reina un desaliento general en los habitantes honrados, que no puedo hacerles recobrar por mi solo. El motivo es realmente bien fundado, porque la tranquilidad del momento conoce que puede ser interrumpida mientras el Gobierno se encuentre tan débil de fuerzas como se halla en la actualidad. El trato que ha tenido nuestra gente de color y negros esclavos con los franceses republicanos, les ha hecho pensar en libertad é igualdad, y á la primera chispa que se incendie quedará inflamada toda la colonia. Los ingleses están atacando las islas francesas, y cuantos republicanos pueden escaparse vienen á las costas de Trinidad, sin que haya quien se lo estorbe; la mayor parte son mulatos y negros, que aumenta por consiguiente el número de los nuestros y les infunden las mismas ideas y deseos, de modo que el riesgo es más inminente cada día, y esta consideración tiene á toda la parte sana de esta población en un terror pánico y una desconfianza tan general, que sólo piensan en irse, aun abandonando ricos establecimientos que formaban y constituyen la felicidad de esta colonia. Yo les aliento en la confianza de que el Rey no dejará de darles aquella protección que necesitan y que tengo pedida; muchos se consuelan y animan por el pronto, pero en saliendo de mi vista, que oyen la menor especie en contra, caen otra vez en su primer desaliento. La rapidez con que ha empezado á poblarse y florecer esta colonia es tal, que necesita de 4 á 5.000 negros por año; que dentro de dos ó tres necesitará muchos más. Sus cosechas son abundantes y exquisitas, la campiña es la más risueña, así por sus producciones naturales como por los edificios en casas de campo para vivienda de los propietarios, molinos, almacenes y toda especie de obra necesaria á la cosecha y manufactura rural y mixta.

Todo esto promete un orígen de riqueza, no sólo bastante para los gastos de la isla, sino para otras atenciones del Estado, que igualmente sacará las ventajas de un comercio activo, consumo de nuestra metrópoli, más accion en su industria, fomento de marina mercante y todas las demás favorables consecuencias que se enuncian por sí mismas. La protección de tropas y buques de guerra que tengo pedida, á lo menos mientras dura la neutralidad ó no se hace la paz general, aseguran esta colonia, que de otro modo queda expuesta á los desastres más horribles que pueden afligir la humanidad. Todo mi artificio de ocultar la debilidad de las fuerzas del Gobierno, ha podido conservarme hasta ahora alguna opinion, pero ya es demasiado notorio este déficit de recursos; y si en esa confianza llegan á medir las fuerzas con el Gobierno, todo es perdido. Los demás establecimientos del Rey en estos dominios se han formado con lentitud: sus necesidades se han anunciado poco á poco, y el Ministerio ha tenido tiempo para pulsar con sosiego las dificultades, informándose, comparando y escogiendo los medios más adaptables. En esta colonia es todo al contrario; se trató de poblarla y cultivarla, y en pocos años se halla produciendo infinitamente más que otros establecimientos de dos siglos. Esta prosperidad es la misma que exige providencias más aceleradas; las necesidades se encuentran aquí de un modo ejecutivo; no puede procederse con aquella meditación y lentitud que en otras partes conviene: yo toco esta diferencia, esta necesidad, esta urgencia; y deseoso de llenar mis obligaciones, imploro en nombre de esta comunidad la protección del Soberano, para que con la mayor prontitud posible se digne S. M. enviar una división de dos navíos, dos fragatas y dos buques menores de la clase de bergantines, goletas ó balandras con 800 ó 1.000 de tropa que permanezcan aquí mientras dure la guerra de las naciones vecinas, para que conserven la tranquilidad de estos colonos, á quienes consuelo y animo á que sufran las inquietudes y alarmas del momento en la confianza del término próximo de estos males, con los auxilios que deben esperar de la Real benignidad de S. M. En el dia quedo ocupado en una contínua vigilancia con los pocos medios que tengo, para inquirir y atajar por la inmensa estensión de la isla cualquier principio de movimiento de esclavos, que segun repetidos partes y avisos, parecen estar en cierta agitación. Los oficiales y la tropa sufre una fatiga la más penosa y extraordinaria; la parte sana del pueblo se presta á la misma tarea, y me lisonjeo de poder mantener el órden hasta que me lleguen los recursos que debo esperar. Igual relación presento á S. M. por los Ministerios de Guerra y Marina, con el fin de facilitar las respectivas providencias, dirigiéndome á V. E. por el todo, con aquella confianza que inspira á la nación el acierto y celo infatigable con que V. E. promueve la felicidad general del Estado y el decoro de las ramas del Rey.

Dios guarde á V. E. muchos años. Puerto España de la isla de Trinidad de Barlovento 16 de Mayo de 1796. — Excmo. Sr. — José María Chacon. — Excmo. Sr. Príncipe de la Paz.»

        Pasamos al parte de la composición de la escuadra británica y el ejército transportado en ella, sacada de los respectivos Mayores Generales para sus providencias. «Fuerzas de mar. Al mando del Almirante Henry Harley. Navíos: Prince of Wales, de 100 cañones; Belhena, Revenge, Invincible y Alfred, de 74; Dictator y Scipion, de 68; Surate, de 58 y Ulises, de 50. Fragatas: Aretusa, de 44 y las Alarm y Anna, de 40. Corbetas: Jhora, Zebra, Favourite y Zephyr, de 20. Bergantín: Victorino, de 18. 8 fragatas de transporte y 30 goletas. Una bombarda con dos morteros. Dos bergantines de transporte sin cañones. Con un total de 1.292 cañones y dos bombardas. Fuerzas del Ejército. Al mando del general Sir Ralpf Abercombry. Regimiento nº 2, con 700 hombres; nº 3, con 650; nº 24, con 650; nº 38, con 730; nº 53, con 680; nº 60, con 640; de Hamspeche, con 1.000; de Lobartain, con 500; de Cazadores de Soler, con 200; Gente de color para fagina, 500; Artillería con 500, sumando un total de 6.750 hombres.» Ante estas fuerzas, solo podía oponer unos 500 hombres y la escuadra al mando del jefe de escuadra don Sebastián Ruiz de Apodaca compuesta, por los navíos San Vicente, San Dámaso, Arrogante y Gallardo, más la fragata Galgo (según otras fuentes fue la Santa Cecilia), dejando constancia de la inferioridad en todos los campos, tanto en la mar como en tierra.

        Para comprender mejor lo ocurrido, transcribimos el parte de los hechos escrito por el brigadier Chacón al señor don Miguel José de Azansa. «Excmo. Sr.: La série de contratiempos que ha afligido esta colonia desde el año pasado, segun tengo representado á V. E., ha seguido sin interrupcion agravando nuestros males hasta el último estremo. El 16 del presente mes á las tres de la tarde, se presentó en este golfo la escuadra y expedición inglesa, que se relaciona en el copiado estado. Para oponer á estas fuerzas, se hallaba esta isla indefensa, por no haberse aun concluido ninguna de las obras de fortificación empezadas. La combinacion de tantos y tan desgraciados accidentes, habian frustrado las acertadas providencias del Ministerio, y toda la actividad y vigilancia que fué posible por nuestra parte. El retardo inevitable de los situados y la presa del que conducia el bergantín El Galgo, nos tenian en la aflictiva situacion de no tener con qué asistir á la subsistencia de la tropa, que se mantenia á ración por un asentista que la daba á crédito en los mismos términos que las hospitalidades. Los indios y peones que el Capitán General de Caracas y el Gobernador de Cumaná aprontaron para enviarme á ayudar á los trabajas de fortificacion, no pudieron venir por estar bloqueadas aquellas costas con buques enemigos, y por consecuencia las obras se hacian con una lentitud tan perjudicial como inevitable.

La tropas que llegaron de España en septiembre último y los equipajes de los navíos que las condujeran, tuvieron la desgracia que ordinariamente acontece á los recien llegados de Europa en la estación de lluvias. Un tercio pereció y los demás se hallaban enfermos ó convalecientes. Trescientos y dos hombres de infantería del batallon provincial, era toda la fuerza con que me hallaba en este puerto, y de ellos estaban de servicio 157 sin incluir los de patrulla y ronda, y en la isla de Gaspar Grande, que forma el puerto de Chaguaramas tres leguas de distancia directa de este pueblo, sólo habia 132 hombres con tres oficiales del citado batallon. El contraste que visiblemente formaba la fuerza enemiga con nuestra debilidad, esparció de tal modo el terror en la milicia y paisanaje, que 200 hombres nombrados para ir al puerto de Chaguaramas á reforzar los navíos, desaparecieron y se retiraron al bosque con las mismas armas que habian recibido, y á su ejemplo empezaron á hacer lo mismo las compañias de milicia, cuyos oficiales se presentaron solos, sin poder reunir los soldados. El enemigo siguió á apoderarse de las bocas del puerto de Chaguaramas, fondeando los navíos de guerra en las inmediaciones de ella al anochecer, y dejando de este modo cortada la comunicacion por la mar con el puerto; las fragatas y demás buques de guerra cruzaban sobre nuestras costas, y así se mantuvieron durante la noche, sin que por nuestra parte hubiese otra fuerza que dos lanchas armadas, y el pequeño corsario francés nombrado el Patriota, su capitán el ciudadano Ferret, que espiaban á los enemigos en las inmediaciones á la playa de este pueblo de Puerto España. A la una y media de la madrugada descubrimos las llamas del incendio, que creimos por las explosiones ser de los navíos, sin saber el modo ni las circunstancias, hasta las nueve de la mañana que el General de la escuadra D. Sebastian Ruiz de Apodaca entró en el pueblo, y me informó, que atacada por los enemigos la isla de Gaspar donde no había agua, é indefensas las alturas que dominan el puerto de Chaguaramas, le habia sido imposible dar la vela, sin una casi certeza de que los enemigos apresasen los navíos, y habia tomado la resolución de quemarlos, segun acordó con los comandantes en junta que celebró al efecto, avisando al Comandante de la citada isla de Gaspar Grande el capitán ingeniero ordinario D. Andrés Gonzalez, quien se retiro dejando clavada la artillería. Lo largo y fragoso del camino, su estrechura por varios parages, el bosque inmediato y estado de enfermos y convalecientes en que se hallaba el mayor número, dieron ocasion á los equipajes de detener su marcha y dispersarse á pesar de haberlos formado en órden su General, de modo que no llegaron unidos sino algunos soldados de marina y artilleros de brigadas. Todos los buques enemigos se pusieron á la vela para atracar nuestra costa, amenazando el desembarco en tres puntos de ella, media legua distante entre sí y una legua al mas cerca de este pueblo; en todos tres puntos desembarcaron gente á las doce y media del dia, sosteniéndolos con artillería desde las embarcaciones pequeñas apostadas sobre la costa, y consiguiendo de este modo cortar el camino á los equipajes de la escuadra, que como llevo espuesto se habian dispersado. Al mismo tiempo se acercaron á este pueblo de Puerto España varias fragatas y buques menores con artillería gruesa, y empezaron á hacernos fuego; pero como nuestra batería del muelle está más avanzada y tenia cañones de gran calibre, pudimos contener los buques enemigos, manteniéndolos á una distancia tal que no llegaron sus tiros á la poblacion, aun cuando los nuestros pasaban más allá de sus embarcaciones. No teníamos igual resistencia por parte de tierra, y sólo contábamos con el cortísimo número de veteranos que dejo citado, y algunos que llegaron de los que estaban destacados en Chaguaramas, 200 de marina pertenecientes á la escuadra al mando del capitan de navío D. Bernardo Escalante, y 34 del batallon que salieron aquella misma tarde del hospital á pedimento suyo, y sin embargo de estar realmente enfermos tomaron las armas. Entre estos y algunos que saqué de los puntos precisos, pudieron formarse como 600 hombres, los más enfermos ó convalecientes. De ellos envié un destacamento de 150 hombres al mando del teniente de fragata D. Juan Tormo, para esplorar los movimientos del enemigo, con órden de retirarse en caso de ser superiores, y á las tres de la tarde habiendo encontrado la vanguardia enemiga y habiendo reconocido ser infinitamente más fuerte, avisó aquel oficial al Teniente Coronel Comandante del batallo don Francisco Casabaño, y este, dándome parte, salió á sostener el destacamento de Tornos, que había empezado el fuego y no podia resistir el de los enemigos, cuyo número aumentaba por momentos y aspiraba á cortarnos, en cuyas circunstancias hice retirar la tropa y lo verificó en el mejor órden posible, hasta ponerse bajo los fuegos del reducto avanzado de la plaza como á las cinco y media de la tarde. Mientras la columna enemiga obligó á retirarse á la nuestra, se dirigieron otras dos con cazadores, infantería y artillería, por caminos más al N., y se posesionaron de las alturas que dominan por la espalda el citado reducto, cuyo puesto se cubrió con parte de la tropa de marina que se acababa de retirar, y algunos indios de flecha; y quedé con solo 340 hombres del batallon en el campo de la Ventilla á espalda de la línea de defensa formada por el citado reducto y apostadero; pero los enemigos, dueños de las alturas en una superioridad incomparable, nos tenia cercados á todos con artillería, y tan decidida ventaja que no dejaba la menor esperanza de salir del empeño. Nuestra comunicación estaba cortada con la batería del muelle, que sin embargo de esta circunstancia y no tener agua que beber, continuaba su comandante el capitan de artillería D. José Miller haciendo fuego á los buques que se acercaban. Lo interior de la isla no me prestaba el menor recurso para retirarme, falto de víveres, de municiones y de gente, y el pueblo pidiéndome los libertase con una capitulación del estrago horroroso que les amenazaba en un momento de dilación. A pesar de tan apuradas circunstancias, mantenia mi resolucion la esperanza aunque remota de poder hacer parecer alguna de la gente de armas y marinería, para llamar al enemigo la atención por los cerros de la espalda, y aspirar á variar de posicion; pero por mas diligencias y emisarios que despaché por todas partes nada pude conseguir; y aunque fuí á buscarlos al mismo puesto citado para cuartel general, me hayé allí solo con el general de marina, sin que se me presentase un alma. Tal era nuestra situación á las ocho de la noche, cuando el General Abercombry dió la órden para suspender las hostilidades por su parte, y me envió un oficial pidiendo hiciese yo lo mismo por la mia, convidándome á una conferencia. Este recado hace tanto honor á la generosidad de aquel General que creo de mi deber copiarlo tal como lo recibí.»

«Diga V. al Gobernador, que veo con dolor el sacrificio que hace de sus tropas, sin la menor esperanza de conseguir sus deseos; que las superioridad incontestable de mis fuerzas, me ha hecho dueño del pueblo, y los tengo cercados por las alturas, y cortada toda comunicación de recursos como es notorio; que á unas fuerzas tan desiguales no hay resistencia, y que antes de dar lugar á una considerable efusion de sangre sin la menor probabilidad de poder resistir, le pido me cite lugar donde hablemos, y que le ofrezco una capitulación la mas honrosa que se debe á esos buenos y fieles soldados, que de otro modo son sacrificados inútilmente» «Este mensaje me puso en la necesidad de consultar á los oficiales principales; á saber, el segundo Jefe de la isla y los comandantes de los cuerpos de la guarnición; mi resistencia á pedir capitulación me pareció que pasaria á ser temeridad, si propuesta en los términos precitados persistiera en rehusarla, y siendo todos de la opinion de admitirla por necesidad é imposibilidad de sacar otro partido, dadas las órdenes de suspender las hostilidades, me fuí á ver con el General Abercombry, y convenidos en tratar de capitulacion, se avisó al Almirante Harwey para que á las ocho de la mañana del siguiente dia 18 nos convocásemos en mi casa, como se verificó, y se acordó la referida capitulacion en los términos propuestos. En medio del dolor que debe causarme esta desgracia, tengo la satisfacción de que los oficiales han hecho su deber, y que la tropa se prestó con la mejor disposición y deliberada voluntad, sin embargo de la desigualdad tan considerable y notoria en el número y estado débil de salud, el espíritu sustituia en muchos de ellos la falta de fuerzas para llevar las armas, y el General enemigo no se gloría de haber reducido un puñado de gente; aunque se debe de justicia la gloria y título de generoso á un Jefe que en lugar de proseguir haciendo uso de la decidida ventaja de sus fuerzas, abraza de preferencia el partido de atender al hombre, respetándolo aun en medio de la desgracia y de los inevitables infortunios de la suerte de la guerra. No puedo asegurar el número que ha habido de muertos por nuestra parte; pero debe ser muy corto, y sólo he sabido de unos seis de bala de fusil y el subteniente práctico de la brigada de artillería de esta plaza D. Mateo Martinez; hay muchos más heridos y contusos. Ignoro igualmente la de los enemigos, y únicamente tengo noticia de que perdieron al Mayor del regimiento aleman de Hamspeche. El General de Marina sale de aquí á bordo del navío de 74 cañones Alfred, y los oficiales, tropa y marinería van en diferentes buques de transporte, todos á la Martinica, desde donde se les ha de facilitar embarcaciones parlamentarias que los lleven á Cádiz. Varios oficiales de esta guarnición pasan á dejar sus familias en la Costa Firme y entregarán la caja militar en la Capitanía General de Caracas, y yo quedo haciendo diligencias de buque que con bandera parlamentaria ó neutra, me lleve directamente á Cádiz con el resto de los oficiales, algunos de los empleados y los enfermos que pueda haber en estado de seguirme. Díos guarde á V. E. muchos años. Isla de Trinidad 27 de febrero de 1797. — Excmo. Sr. — José María Chacon. — Excmo. Señor D. Miguel José de Azansa.»

        Se tardó en preparar el Consejo de Guerra quince meses, pero Chacón se pasó casi trece encarcelado en el castillo de Santa Catalina de Cádiz. Pasamos a su sentencia: «Habiéndose formado por los Sres. D. José Serrano Valdenebro, Brigadier de la Real Armada, y D. Francisco Latorre, comandante del regimiento de infantería de órdenes militares, el proceso que procede contra el Brigadier D. José Maria Chacon, Gobernador que fué de la isla de Trinidad de Barlovento, por su entrega y rendición á los ingleses, y contra el Jefe de escuadra D. Sebastian Ruiz de Apodaca, por el incendio de la que mandaba en el puerto de Chaguaramas; en consecuencia de la Real órden inserta por cabeza de él, que les comunicó el Excmo. Sr. Conde de Cumbre Hermosa, Teniente General de los Reales ejércitos y Gobernador de esta plaza, y héchose por dichos señores relación de todo lo actuado al Consejo de Guerra de Oficiales Generales celebrado en este dia en casa de dicho Excmo. Sr. Conde de Cumbre Hermosa, que le presidió de Real órden, siendo Jueces de él los Excmo. Sres. Marqués de Arellano y D. Basco Morales, Tenientes Generales de la Real Armada, y D. Ildefonso Arias de Saavedra, Teniente General de los Reales ejércitos; y los señores D. Pedro Autran, Jefe de escuadra de la Real Armada, y Don Francisco Solano y D. Jacinto Taboada, Mariscales de Campo de los Reales ejércitos, y Asesor D. Juan de Mora y Morales, que lo es del Juzgado de Guerra de esta plaza por S. M.: oidos los descargos de los acusados, con las defensas de sus procuradores y todo bien examinado: Ha deliberado el Consejo unánimemente que los dos están plenamente justificados y que se ponga en libertad inmediatamente, que merecen que S. M. tenga á bien mandar se publique su inocencia en todos sus Reales dominios de Europa y América, con especialidad en la provincia de Caracas é islas, en prueba del celo por su Real servicio como han procedido, y al esfuerzo con que se han socorrido mútuamente; asimismo de que S. M. tenga á bien concederles la gracia á que se halle más inclinado su Real beneficencia, así para acreditar que han sido de su Real agrado sus servicios, como para borrar las erradas impresiones que de su buena conducta y acrisolada circunstancias puede haber formado el público, en vista de la dilatada, penosa y dura prision que han sufrido, con los cual se evita tambien el equivocado concepto de que la libertad que se les concede en la única recompensa de sus citadas penalidades. Que tambien están justificados plenamente los Comandantes del navío San Dámaso y bergantin Galgo, pues el no haberse incendiado el primero y el haberse apresado por los ingleses el segundo, han sido puros efectos de la desgracia é inevitable casualidad de accidentes, y de ningun modo culpa de dichos Comandantes. Ultimamente, que los comandantes que dieron parecer para el incendio de la escuadra, están exonerados de todo cargo y del mismo modo plenamente justificados. Cadiz 26 de Mayo de 1798. — El Conde de Cumbre Hermosa. — El Marqués de Arellano. — Basco Morales y Souza. — Ildefonso Arias Saavedra. — Pedro Autran.— Francisco María Solano. — Jacinto de Taboada.»

        Por la misma se puso en libertad a Chacón, Apodaca y el resto de compañeros de aquella desagradable situación, lo que no se les pudo devolver fue el tiempo de permanencia en prisión y el mal nombre reputado, como muy bien se refleja en el acta de la sentencia. Cambiando todo esto por la justa sentencia de unos profesionales y competentes jueces, pues es muy difícil juzgar estos complicados asuntos sin ser un gran conocedor de la profesión. Pero treinta y cuatro meses después cuando casi nadie se acordaba o al menos no lo demostraban, llegó una Real orden para el Excmo. Sr. Director General de la Real Armada, por haberse dignado S. M., a revisar el caso, diciendo: «Excmo. Sr.: — Al Comandante General del ejército de Andalucía con esta digo de Real orden lo siguiente. — Excelentísimo Sr. — La entrega de la isla de Trinidad de Barlovento, que hizo á las fuerzas británicas el Brigadier de la Real Armada don José María Chacon, Gobernador de ella, y el incendio que dispuso el Jefe de escuadra D. Sebastián Ruiz de Apodaca de los cuatro navíos y una fragata que se hallaban en el puerto de Chaguaramas de la misma isla, con dos sucesos en que las armas del Rey no han quedado en el lugar correspondiente por culpa de unos Jefes que, olvidados de su honor, no cumplieron con sus deberes en ocasión tan interesante al real servicio: los repetidos acaecimientos de esta naturaleza han convencido á S. M. ser necesario, aunque se violente su real é innata piedad, no permitir el menor disimulo de unas faltas tan punibles y vergonzosas para el verdadero militar que no sabe otro camino de llegar á la cumbre de la gloria que la exactitud y puntualidad en el servicio, y el valor firme é intrépido que haga respetar los derechos del Rey y sus reales armas. Aunque S. M. dispuso fuese juzgada esta causa por los términos de ordenanza, se vió obligado á mandarla formar de nuevo á la vista de las muchas nulidades que, salva la defensa de los reos, contenia contra la justicia y vindicta pública de sus excesos, y de lo que se prescindió en la sentencia absolutoria que se ha publicado; pero habiendo oido el dictámen de Ministros de su confianza, ha hallado sobrados motivos en lo que de sí arrojó el proceso para proceder, sin necesidad de que tenga efecto su expresada previdencia, á un castigo, que sin embargo de no ser todo el que correspondia á sus delitos, sirva de ejemplo á los que se hallan en iguales casos para cumplir con lo que exije el honor y la obligación del servicio: en su consecuencia, se ha servido S. M. declarar que el D. José María Chacon no defendió como pudo la isla de Trinidad, y que D. Sebastian Ruiz de Apodaca se determinó prematuramente al incendio de los buques de su mando, y sin observar el órden gradual prevenido para estos casos en la ordenanza; y por lo tanto ha condenado á uno y otro á privación de sus respectivos empleos, cuyos despachos se le recogerán, y además al primero á destierro de todos sus dominios perpetuamente; y en atención á que segun declaran los Comandantes de los buques incendiados, el Brigadier D. Gerónimo González de Mendoza y los capitanes de navío D. José Jordan, D. Gabriel Sorondo, D. Rafael Bennazar y D. Manuel Urtezabel, fueron de dictámen en la última junta que celebró Apodaca de que se procediese al incendio en los términos que se hizo, los suspende Su Majestad de sus respectivos empleos por cuatro años, apercibidos de que en lo sucesivo arreglen sus votos á lo literal de la ordenanza; sin que á ninguno de estos reos, ni a Chacon ni á Apodaca se les admita recurso alguno, á cuyo fin les impone S. M. perpétuo silencio. Lo que aviso á V. E. de Real órden para su puntual cumplimiento, y que con remisión de los despachos de Chacon y Apodaca, me dé cuenta de haberse ejecutado para ponerlo en la Real noticia. — De la misma Real órden lo traslado á V. E. para que obre los efectos prevenidos en la ordenanza general del ejército, y ruego á Dios guarde su vida muchos años. — Aranjuez 20 de marzo de 1801. — José Antonio Caballero. — Señor Director General de la Real Armada.»

(1) De este hecho se notificó por vía diplomática al Gobierno británico, el cual desaprobó la conducta de su oficial por ello fue llamado a la metrópoli, nada más arribar y desembarcar se le exonero del mando de su buque siendo encarcelado en una fortaleza; al parecer se sintió despechado y se suicidó.

Bibliografía:

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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