Pascual Cervera y Topete

Posted By on 9 de octubre de 2022

Pascual Cervera Topete. Almirante. Cortesía del Museo Naval. Madrid.

Vicealmirante. Ministro de Marina. Senador Vitalicio.

Vino al mundo en la población de Medina Sidonia el 18 de febrero de 1839, siendo su padre don Juan Bautista Cervera y Ferreras, militar ya retirado y su madre doña Rosario Topete y Peñalver, siendo bautizado al día siguiente en la parroquia de Santa María la Coronada.

        Sentó plaza de aspirante en el Colegio Naval de San Fernando el 30 de julio de 1852, con tan solo catorce años de edad, habiendo pasado el examen previo con notable calificación, mereciendo el beneplácito de los profesores. Ya tenía una esmerada formación y sus formas en el Colegio, tan serio, ayudando a los compañeros menos preparados, obedeciendo las órdenes con prontitud y un muy minucioso cumplidor del Reglamento, por ello unos meses después de ingresar y con apenas quince años, se ganó ser llamado por todos«Don Pascual». Permaneciendo en el Colegio hasta el 9 de julio de 1855 por recibir la carta-orden de guardiamarina. Expediente número 4.232. Por esa muestra de conocimiento pasó al poco tiempo destinado a bordo para ir aprendiendo las ciencias de la mar, aunque más que ser destinado fue una trashumancia pues sucesivamente embarcó en el vapor de ruedas Velasco, solo estuvo dos días, de éste recibió la orden de trasbordar al Castilla, donde también estuvo dos días, después al Lepanto, es este estuvo más tiempo, ya que su comandante recibió la orden de navegar a Barcelona, pero al regresar pasados veinticuatro días de su embarque, trasbordó al Santa Isabel, estando tres días, recibiendo la orden de nuevo trasbordo a la fragata Villa de Bilbao, en ella tuvo un descanso de traslados, pues permaneció catorce meses, con instrucción náutica y salidas a la mar en todo tiempo, con sol o sin él, más tarde se le ordenó trasbordar a la Bailén, permaneciendo ocho meses, transcurridos estos embarcó en el navío Reina Doña Isabel II, con él por primera vez cruzó el océano en un tornaviaje a la Habana, permaneciendo a su bordo seis meses y veintiún días, encontrándose en este buque preparó el examen para pasar a Guardiamarina de 1ª, del cual salió con una nota de «Muy aprovechado» lo que es igual a un «Sobresaliente», llevando el documento la fecha del 6 de febrero de 1858. En este viaje sufrió el ataque del «vómito negro», llevándole a estar al borde de la muerte, siendo ingresado en una casa de salud conocida por «Quinta Garcini» y solo la supero gracias a los buenos cuidados realizados por los dueños, quedando una entrañable amistad entre ellos y Pascual Cervera que duró el resto de sus vidas.

        Al recuperarse se incorporó de nuevo siendo destinado al Habanero, en el permaneció cinco días, pasando por un solo día al vapor Isabel II, regresando al Habanero por tres días más, siendo trasbordado a la fragata Berenguela, en ella estuvo nueve días, para pasar de nuevo al vapor Isabel II, permaneciendo otros veintisiete, ordenándole trasbordar al vapor Don Juan de Austria, cuando parecía lo iban a dejar algo tranquilo, pues estuvo a su bordo seis meses y tres días, al pasar este tiempo embarcó en el Hernán Cortés, donde estuvo otros siete meses y trece días, ocupando ya plaza de oficial habilitado, pasando a la Santa Cilia, en ella permaneció dos meses y veintinueve días, realizando el viaje de regreso a la península, arribando a Vigo el 25 de julio de 1859, para pasar en su Lazareto la debida cuarentena como todos los provenientes de la isla, por todo ello en algo menos de cuatro años había pasado por quince trasbordos, un buen comienzo.

        En estos momentos estaba en plena efervescencia la guerra de África, por ello se le destino primero a la fragata Princesa de Asturias, para trasbordar al vapor Vasco Núñez de Balboa, permaneciendo en las aguas norteafricanas, aunque no siempre pues aún le quedaba el último examen para ser oficial, permitiéndosele acogerse a la Gracia establecida de adelantar seis meses este examen, por haber sacado en todos los anteriores la calificación de «Muy Aprovechado», así el 30 de enero de 1860 pasó la prueba a bordo de la fragata Perla. Fue tan alta la nota que los compañeros le obsequiaron con un banquete, a él no solo se unieron éstos, sino todos los comandantes y jefes de estudios, había conseguido su grado de alférez de navío con veintiún años de edad y lo que hoy sería el primero de su promoción. No queriendo quedarse atrás pidió destino en Manila, para ello se le dio puesto en la goleta Valiente la cual en conserva de la Animosa iban a viajar para incorporarse a las fuerzas navales del archipiélago. Hacía poco se había comprado y a pesar de ser unas goletas de quinientas toneladas con casco de hierro a nadie le gustaba como navegaban, siendo tachadas de «mezquinas» formando parte de la compra otras dos iguales, siendo los primeros buques con casco de hierro de este tipo que tuvo España, pero no eran nada marineras y al parecer muy ‹pesadas› para el buen navegar. Zarparon de la bahía de Cádiz con rumbo a las islas de cabo Verde, después de avituallarse volvieron zarpar y poco después de cruzar la línea equinoccial repentinamente el comandante del buque falleció, no hubo más remedio que lanzar el cuerpo de Croquer al océano, pues el puerto más cercano distaba a treinta días de navegación, fue un duro golpe para todos y la primera sepultura en la mar que muchos presenciaban entre ellos el joven Cervera. Los tres oficiales restantes eran de la misma graduación, pero como es lógico (la antigüedad siempre es un grado) se hizo cargo del mando el alférez de navío Carrasco por ser el más antiguo, continuó el viaje arribando a Río de Janeiro, para de nuevo cruzar el océano y arribar a ciudad El Cabo, desde donde salieron después de reponer víveres y agua con rumbo a doblar el cabo de Buena Esperanza, al pasarlo arrumbaron a Batavia arribando, después a Zamboanga y de aquí por fin a Manila, habían transcurrido seis duros meses de trabajo y más de cuatro mil millas recorridas, eso sin contar lo muy mal que lo pasaron al doblar el cabo de Buena Esperanza, pues a pesar de navegar en conserva y no más lejos de un cable entre ambas goletas, no se veían nada más que al coincidir las dos en una cresta de las enormes olas, esto añadido a lo mal que aguantaban la mar este tipo de buques, los marcó a todos obligando a recordar a sus tripulaciones la experiencia vivida el resto de sus vidas.

        Fue destinado al pequeño Arsenal de la Isabela de Basilán, donde había un pequeño muelle en el población de Pollock en él solo admitía cañoneros por su poco calado, situado al Sur del archipiélago. Llegaron noticias al capitán general del archipiélago, el general Urbiztondo de la presencia de buques con pabellón holandés, al parecer estaban esperando algún despiste de los españoles para apoderarse de algunas islas, añadiéndose la confidencia de estar prestando apoyo a los piratas de las islas de Joló y Mindanao, lo comento con el jefe de las fuerzas navales del Sur don Casto Méndez Núñez, nadie va a poner en duda el carácter resolutivo de éste, entonces oficial, quedaron de acuerdo el jefe militar de la isla de Mindanao don José Ferrater y coronel de Estado Mayor, decidiendo efectuar una operación de castigo sobre el mayor reducto de los moros en estas islas, la cotta de Pagalugan. Este era un fuerte con terraplén de siete metros de altura, con artillería ligera y en un difícil acceso, tanto por mar como por tierra, pues por esta parte estaba en terreno cenagoso por ello era casi impracticable, muy complicado y lento para moverse, sin contar el sufrimiento y peligro de mover piezas de artillería, además estaba protegido por un foso de quince metros de ancho, cubriendo todo el perímetro de la estacada y el acceso de la mar que daba al río estaba cerrado con una talanquera o lo que es lo mismo, con gruesos troncos entrelazados y anudados impidiendo el paso a los cañoneros, únicos buques que por su calado podían aventurarse a atacar éste lugar. Se formó una columna de quinientos hombres del ejército reuniéndose en Cottabato y don Casto consiguió reunir las dos goletas: Constancia y Valiente, cuatro cañoneros: Arayat, Pampamga, Luzón y Taal, acompañados de algunas falúas a remo y los tres transportes a vela (no llevaban todavía motor) San Vicente, Soledad y Scipion. La división zarpó el 15 de noviembre de 1861, al arribar a la vista de Cottabato distante tres millas se unieron los transportes, sobre las nueve horas de la mañana se presentaron delante del fuerte, al aproximarse el 16 siguiente los moros rompieron fuego, pero los buques estaban fuera de su alcance, don Casto a bordo de la goleta Constancia izó la señal de «Fondear, conservando la línea.» así al menos las tropas quedaban fuera de tiro, se intentó ver la posibilidad de desembarcar pero el terreno ya mencionado impidió poder avanzar, por ello las dos compañías desembarcadas reembarcaron en los trasportes, se arriaron los botes de las dos goletas, con ellos se acercaron a inspeccionar el acceso del río, pero efectivamente era imposible romper aquella defensas, no siendo atacados por pensar los joloanos iban en son de paz, pero a pesar de esto no se fiaron mucho regresando lo antes posible.

        Una vez informado don Casto ordenó izar la bandera de llamada a Consejo de Guerra de oficiales, oídas todas las posibilidades que les restaban y la forma de actuar, todos dieron el visto bueno porque por encima de todo estaba el honor de España y había que demostrar a las potencias del momento, Reino Unido, Francia y Holanda que España no iba a quedarse de brazos cruzados, así todos de acuerdo se ultimaron los detalles y se dieron las órdenes, para atacar al amanecer del día siguiente. Para que el lector se haga una idea de lo difícil de la situación, ni durmieron los joloanos ni lo hicieron los españoles, pues los primeros llevaron a cabo varios ataques con sus canoas a lo largo de toda la noche, para intentar abordar y capturar algún buque español, esto obligó a estar de guardia todos toda la noche, pero esta defensa a ultranza de su territorio demuestra la astucia con la que los joloanos defendían el territorio. Al comenzar a amanecer sobre las 0300 horas, fueron trasbordando tres compañías del ejército a las órdenes de Malcampo para desembarcar, siéndole destinados los cañoneros Arayat y Pampanga con la orden de prestar todo su apoyo artillero, para obligar a los joloanos a mantenerse a cubierto e impedir pudieran realizar fuego contra los hombres, estos a su vez se les había provisto de unas escalas de siete metros y sesenta centímetros para poder asaltar la estacada. Pero no dejaba de ser un peso más a transportar. Por otra parte los cañoneros Luzón y Taal, fueron cargados con tropas para en cuanto hicieran algún hueco las primeras desembarcadas estas pasaran a formar su retaguardia. Después de una larga espera y fuego cruzado Malcampo consiguió encontrar un sitio donde poner pie en tierra, incluso pudo desembarca las dos piezas de artillería transportadas, sobre las 0430 horas comenzó de verdad el asalto, al mismo tiempo que las dos goletas rompían el fuego sobre la fortaleza y los cañoneros Arayat y Pampanga llevaban a remolque a dos de los transportes, se fueron directos contra la talanquera que daba protección al acceso del río, los cañoneros a toda máquina abordaron las defensas consiguiendo partir los troncos y penetrar en el río unos treinta metros, eso sí, pagando los cañoneros su esfuerzo a costa de sus proas deshechas así como parte de sus obras vivas, pero al llegar a esta posición comenzaron un vivo fuego causando muchos heridos y muertos a los joloanos.

        Mientras, las fuerzas de Malcampo en la que estaba Cervera, lograron a brazo transportar las dos piezas de artillería situándolas a unos veinte metros del foso, pero no había forma de avanzar más, dado que los moros no daban nada por perdido, e igual salían de improviso de entre la maleza y disparaban a boca de jarro, o bien lo hacían a pecho descubierto sin temor a morir. Así se estuvo casi tres largas horas, pero en esos momentos llegó a la Constancia con los botes que hacían de ambulancia, entre otros muchos el comandante García Carrillo, jefe de las tropas del ejército y don Casto no se lo pensó, saltó al bote y dio orden de llevarle a tierra. Desembarcó y se entrevisto con Malcampo, Francisco Moscoso y Cervera. Malcampo de espetó: «la gente no avanza» y don Casto le dijo: «Ya lo veo; es preciso tomar una decisión extrema, y vengo a dar órdenes: cuando mi barco adelante hacía la orilla, avancen ustedes también.» No dijo nada más, regresó al bote y de éste a la Constancia, reunió a la tripulación y la arengó, al terminar se dirigió a los contramaestres y les ordenó afirmaran bien las crucetas, vergas y bauprés, una vez concluido este trabajo, don Casto ordeno levar el ancla y al instante avante a toda, así la Constancia fue conducida al encuentro directo con la espesura de la fortaleza, aprovechando el hueco dejado por los cañoneros en el río. (Los españoles siempre fueron diestros en los abordajes hasta la aparición del cañón a bordo, pero ahora esa táctica ya no era viable en la mayor parte de los casos, pero se inventaba el abordaje a posiciones en tierra firme desde la mar, todo un reto para buscar una solución a un grave problema que estaba causando demasiadas bajas. Don Casto Méndez Núñez su inventor.)

        Para dejar más clara constancia del combate, nos remitimos al parte que don Casto redactó para el Gobierno: «Difícil me sería asegurar quiénes fueron los primeros que saltaron sobre el muro de la fortaleza enemiga. La marinería y las tropas del ejército se lanzaron sobre él con el mayor entusiasmo, todos a la vez, sin distinción de clases ni personas, haciéndolo por el bauprés, botalón del buque y algunas tablas, que en el acto se pusieron desde la amura, cada uno lo más pronto que pudo.» Sigue el parte diciendo: «El alférez de navío don Pascual Cervera, que mandaba la marinería de la Valiente, quedó a la cabeza de todo el trozo, después de la herida de su Comandante don José Malcampo; con él la marinería europea, y el teniente Alcoberro y varios sargentos se tiraron al interior de la cota, después de asaltado el muro.» Siguiendo el informe con las bajas: «Los cañoneros Arayat y Pampanga, que se batieron a tiro de pistola, tuvieron todas sus dotaciones fuera de combate: ocho muertos y veinticinco heridos, contándose entre éstos el valiente comandante del Arayat, alférez de navío don Basilio Torres-Linares. El cañonero Taal, un muerto y cinco heridos. La Valiente seis heridos, entre ellos don José Malcampo, atravesado el pecho gravemente por una bala. La Constancia, un muerto, el teniente don Manuel Orive, que se hallaba en el bauprés en el momento de la embestida, dispuesto a saltar el primero, y seis heridos, y las fuerzas desembarcadas un oficial, dos sargentos y cinco soldados muertos, y cuarenta y siete heridos. Casi todos los heridos lo fueron de gravedad.» En total: dieciocho muertos y noventa y siete heridos, de ellos muchos fallecieron tiempo después a causa de las infecciones.

        En el caso de Cervera, combatió denodadamente tanto que se le terminó la munición de su pistola y tuvo que ofender, y defenderse con su sable, dando golpes por todas partes, ya que al ser un oficial los joloanos lo tenían rodeado y querían matarlo por ser un gran mérito para quien lo consiguiera, en uno de los lances por estar el suelo cenagoso resbaló cayendo al suelo, cuando ya era hombre muerto, acudió en su ayuda un marinero de Medina Sidonia por nombre don Sebastián Llanos, quien son su bayoneta atravesó al agresor, malhumorado por su suerte comenzó a perseguir a los joloanos quienes comenzaban a abandonar el reducto por donde podían, llegando un momento que en su loca carrera se encontró solo, pero divisó a uno portador de una bandera enemiga, se fue hacía él y lo atravesó con el sable, le cogió la bandera y sujetando el sable con los dientes se la anudó a la cintura. En ese momento el resto de tropas españolas le dieron alcance y continuaron persiguiendo a los enemigos, hasta que estos dejaron de hacer cara a los españoles desperdigándose por las montañas y sus bosques.

        Como anécdota: Cervera se retiró como el resto de tropas al punto de partida y al fuerte recién tomado, solo se le distinguía la gran faja que llevaba, pues su uniforme blanco era más bien de colores desconocidos, llevando en él catorce cortes de machete y de esta guisa se presentó a don Casto, quien había desembarcado para reforzar con la marinería el avance de la desembarcada para el ataque así como los hombres del ejército. Al Jefe le llamó la atención la gran faja que llevaba y le pregunto que era, Cervera le contestó, una bandera del enemigo y se la quería quedar como recuerdo de su primer combate o bautismo de fuego; a ello don Casto le dijo; no podía quedársela por ser un trofeo de guerra y sería enviada a la península. Todo esto sin ser consciente que arrebatar una bandera al enemigo, es un acto calificado en el código militar de «heroico», así con gran disgusto se la desató y entregó a don Casto, quien a su vez la hizo llegar a la península, permaneciendo durante muchos años en el Museo Naval, hasta que el tiempo la descompuso por completo. Es curioso el dato que por la decidida y valiente actuación de don Pascual Cervera y Topete y don Patricio Montojo y Pasarón, los dos fueran ascendidos a los pocos días por sus grandes méritos en el combate por don Casto Méndez Núñez, siendo muy casual que los dos muchos años más tarde estarían al frente de sus respectivas escuadras y perdiendo ambos los últimos territorios de España fuera de su peninsularidad. El destino los unió para la gloria en Pagalugan y los volvió a unir para la pérdida total de nuestras posesiones, la vida es así de incompresible a veces, pero las casualidades no existen. En el mismo 1861 se le ascendió al grado de teniente de navío. Siendo a su vez los dos últimos ascensos que se dieron, pues al poco tiempo se implantó el «escalafón cerrado» impidiendo los ascensos por méritos de guerra. La escuadrilla continuó la limpieza de la isla y pasando a las islas Célebes, para continuar con esta misión harto escabrosa, pues dado el conocimiento del terreno por los moros, les obligaban a estar de guardia las veinticuatro horas y todo el tiempo en tensión de guerra, esto indudablemente agotaba al más templado, pero así eran nuestras islas Filipinas.

        A primero de marzo de 1862 se encontraba Pascual en su camastro de la Valiente, cuando de pronto recibió la visita de un emisario con una carta del jefe de la división, en ella le comunicaba que por enfermedad del comandante del cañonero Taal, debía tomar el mando interinamente lo antes posible, tal cual se encontraba, solo recogió todas sus ropas y libros personales, los arrojó sobre la sábana la recogió de las cuatro puntas y hecho el fardo, se embarcó en el bote del emisario, quien lo trasladó a donde se encontraba fondeado el cañonero, lo abordó y tomó el mando. Continuó realizando su misión en la zona de demarcación establecida para el buque, estando en la isla de Mindanao al Sur del archipiélago y como todo él de alto riesgo; en este caso lo marcaba la desembocadura del río Grande, en su descenso iba acumulando grandes “islas” formadas por todo tipo de ramajes entre mezclados con la tierra de aluvión, significando que si su buque abordaba con alguna de estas lo podía enviar al fondo; siendo un día ya de noche y estando vigilantes, al atravesar la zona no pudieron evitar por la velocidad con la que eran arrojados al mar por la fuerte corriente que el cañonero se viera envuelto con una de estas islas, tal fue el golpe que dejó al buque sin gobierno, a pesar de ello todos se pusieron a trabajar para intentar zafarse de aquello que los arrastraba al garete, después de dos horas de lucha consiguieron deshacerse de él, pero no se fue de vacío, pues media obra muerta, un bote y hasta la chimenea fue arrancada en la lucha por desasirse de aquello que flotaba. Como consecuencia de este fortuito combate tuvo que arribar al apostadero de Pollock y pasar a dique para ser reparado, al quedar sin buque a finales de diciembre seguido fue elegido por don Claudio Montero, para abordar el vapor Reina de Castilla por estar realizando la obra hidrográfica de las más de dos mil islas, demostró ser tan regular y efectivo en su trabajo que se le otorgó el mando del cañonero Prueba asignado a la comisión, permaneciendo en este trabajo hasta agosto de 1863, por haber cumplido su periodo de estancia en el archipiélago y regresar a la península, para ello embarcó de transporte en un buque de vapor de la Compañía Inglesa Peninsular y Oriental.

        A su regreso se encontró con el reciente fallecimiento de su padre, al mismo tiempo la política estaba muy revuelta y nada parecía estar en su sitio, pero tuvo la suerte de ser destinado como profesor de guardiamarinas, en esos momentos se impartían a bordo del destartalado navío Rey Don Francisco de Asís, donde pudo centrarse en las clases y olvidarse un poco del trauma nacional, corría 1865 y aprovecho el descanso para contraer matrimonio, (esto le sucede a la mayor parte de marinos aún hoy día, casi se tienen que casar a escondidas, pues no hay tiempo en la Corporación para ello) siendo el 19 de marzo con doña Ana Jácome Pareja, pocos días después se le comunicó haber sido elegido para ser oficial de la recientemente incorporada fragata acorazada Numancia, la cual zarpaba con rumbo al mar del Sur, pero al saber el nuevo estado y tan reciente de Cervera, don Casto Méndez Núñez comandante del buque tuvo la amabilidad de borrarlo de su lista, para no molestarle también en estos momentos tan íntimos. Poco después pasó con los guardiamarinas a la corbeta de vela Villa de Bilbao, donde a parte del cargo de Instructor de Guardiamarinas era el segundo comandante del buque, más tarde fueron destinados al vapor Isabel II, donde se le confió el cargo de oficial de Derrota; con este buque navegaron de instrucción al puerto de Civitavecchia, para pasar al Vaticano a ser saludados por el Papa Pío IX, quien les brindo un gran recibimiento, entregando a don Pascual una medalla conmemorativa del encuentro e impartiendo una bendición especial para toda la dotación y los Guardiamarinas, después de visitar la ciudad embarcaron y regresando a la península, pero en estos momentos ya corría 1868. Cuando el 18 de septiembre la escuadra fondeada en la bahía de Cádiz, salieron de sus cañones las veintiuna salvas anunciando a Cádiz, España y el Mundo que en el trono de España ya no estaba ocupado por doña Isabel II, hubo como es lógico una convulsión nacional.

        Don Pascual a pesar de ser pariente de Topete que junto a Prim fueron los cabezas visibles del golpe de estado, no tomó partido y simplemente esperó a recibir órdenes de sus superiores y estas fueron, que habiendo designado Topete al capitán de navío de primera Mac-Chrohon como Capitán General del Departamento de Cádiz, éste eligió a Cervera para el puesto de Mayor General y Oficial de Ordenes del Departamento, un cargo totalmente fuera de lugar, pues éste venía siendo ocupado por un general del Cuerpo y no por un teniente de navío tan joven, pero Topete nombrado Ministro del ramo, consintió, después de sospesar mucho la decisión. Como en toda revolución y la del 68 a pesar de recibir el sobrenombre de la ‹Gloriosa›, se cometieron actos de barbarie, estando entre ellas la quema de iglesias y varios asesinatos, pero llegó a conocimiento de Cervera que una turba se había puesto en camino sin razón ninguna para asesinar y destruir el Colegio, y noviciado de los Padres Jesuitas en la población del Puerto de Santa María, no se lo pensó y salió con su pistola y sable, en el recorrido del cuartel se encontró con su cuñado Jácome y éste comenzó a dar órdenes pero sin dejar de andar rápido, consiguiendo en muy poco tiempo juntar a un buen grupo, prosiguiendo camino al lugar logrando llegar momentos antes de que el desastre pudiera ocurrir, evitando así una masacre innecesaria por ruin. En estos casos siempre hay manos ocultas que muy sabiamente sin saber ni poder averiguar nadie quienes son, se aprovechan del propio pueblo al que dicen defender, para cometer por ellos los más desgraciados y tristes por luctuosos acontecimientos de la historia. Decir que la Compañía de Jesús en el Puerto de Santa María disponía de dos casas, una la Victoria el noviciado, encontrándose en esos momentos en su interior ochenta novicios con sus profesores y en el otro, el conocido como el Colegio, con doscientos niños internos y veinticuatro profesores. De haber llegado la turba la tragedia hubiera sido escandalosa por injusta y las proporciones por la cantidad de vidas allí encerradas, no era para menos la decidida acción de don Pascual y su cuñado. La acción de Cervera fue seguida por su tío el Ministro quien no cejó en el empeño hasta conseguir que los religiosos y sus novicios fueran trasladados a Gibraltar, para realmente estar a salvo de las mafias españolas.

        Continuó en el cargo y en ocasiones suplía a su general, dándose el caso de encontrase solo en todo el Departamento por la salida de los hombres a combatir en tierra, transcurridos tres meses recibió la noticia de haber sido ascendido por méritos de guerra a teniente de navío de primera, cargo creado recientemente y con ella, la orden de ser trasladado a la Habana. Con esto su tío lo quitaba del medio y verdaderamente lo ponía en el lugar que le correspondía, pues si fracasaba la Revolución nadie podría decir que había tomado partido, quitándole toda responsabilidad política a la que Cervera no había cedido, demostrando al mismo tiempo que solo cumplió como toda su vida hizo, una orden más. Don Pascual zarpó de la bahía de Cádiz el 15 de febrero de 1869 con rumbo a la Habana, a donde al arribar se encontró que el jefe del apostadero, era su anterior jefe en Filipinas, don José Malcampo, quien como es lógico lo recibió en persona y no estando su buque en le dio un permiso para recuperarse del viaje. El 22 de marzo Malcampo había recibido noticias de la intención de que una incursión filibustera intentaría en las próximas horas desembarcar en la isla, pero no disponía de ningún buque, como consolación a su pena llamó a don Pascual para contarle lo que estaba ocurriendo, el joven Cervera le pidió otorgara todo mando y él se encargaría de solucionar el problema, Malcampo se lo concedió, sin pérdida de tiempo se fue al muelle y visito la bahía, se encontró con un vapor con el nombre de El Comercio de Cárdenas, pero le faltaba de todo, sus máquinas no funcionaban y estaba medio desguazado, aún así lo embargó en nombre del jefe del apostadero ordenando al mismo tiempo fuera remolcado al muelle, allí había ya reunido a los trabajadores de la maestranza, a quienes hizo trabajar toda la tarde y noche, el trabajo no fue en balde pues a la mañana siguiente estaba listo para zarpar con ellos mismos de tripulantes. Se le había instalado un pequeño cañón y con él se hizo a la mar, consiguiendo llegar a tiempo de impedir el desembarco de los filibusteros, quienes ante el fuego del cañón del vapor se dieron por vencidos y pusieron aguas por medio, arribando de nuevo a la Habana el 10 de abril.

        El 18 siguiente por fin arribó al puerto su buque, la goleta Guadiana, pasando a reabastecerse y cumplimentado este trabajo se hizo a la mar, para permanecer cruzando e impedir el paso de todo tipo de abastecimientos militares para los insurrectos, ya que estos para impedir ser molestados por los buques españoles, siempre hacían el transporte protegidos por la bandera norteamericana, después de varias misiones su goleta debía pasar a repasar fondos, por ello la llevó al carenero y allí mismo tomó el 6 de febrero de 1870 el mando del cañonero Centinela, uno de los recién incorporados a la isla. Por esta época estaban en pleno apogeo la guerra franco prusiana y se dio el combate entre el cañonero francés Bouvet y la goleta alemana Meteor, pero se interpuso el Centinela para obligarles a combatir fuera de las aguas territoriales de España, así cortaron el combate y navegaron los dos contendientes hasta estar más allá de una milla, al alcanzar el punto de nuevo comenzaron a batirse, todo como si fuera un lance medieval pero en la mar, manteniéndose el cañonero español en el límite de las aguas españolas, para que en ningún momento fuera quebrada la fina línea de la neutralidad, sucediendo que al darse por terminado el enfrentamiento, ambos buques regresaron a la Habana a reparar su daños y enterrar a sus muertos. España siempre acogió a los que la necesitaban. Terminó de repararse su goleta el 19 de noviembre, tomando de nuevo el mando y después de avituallarse se hizo a la mar, permaneció en esta misión casi dos años más y poco antes de terminarla se le dio el caso de tener que salvar a los vapores Pinedo y Concha, por lo arriesgada de la acción recibió la felicitación del General en jefe de la isla, quien lo propuso y se le concedió la cruz al Mérito Naval con distintivo Blanco y como colofón antes de abandonar la isla, por sus largos y meritorios enfrentamientos en toda su permanencia, le concedió la cruz del Mérito Naval con distintivo Rojo.

        Regresó a la península continuando siempre en cargos de mayor responsabilidad a su grado, siendo el 1 de julio cuando se le ordenó tomar el mando interino de la fragata Lealtad, pero este tuvo que dejarlo pronto por caer enfermo y serle concedida una licencia para recuperarse, no fue muy larga pues el 21 seguido se le destinó al Arsenal de La Carraca, en el puesto de Auxiliar de armamento, siendo por ello el encargado de controlar el del cañonero Pelícano. Pasado un tiempo se le ordenó tomar interinamente la Ayudantía Mayor del Arsenal y jefe del militar de La Carraca. En esta época y solo por apuntes personales de don Pascual, sabemos hubo un intento de revolución en el Arsenal, enterado de ello lo puso en conocimiento de sus superiores y el asunto quedó abortado, tanto que no figura en ninguna historia el momento exacto del suceso, pero enterado el Gobierno y buen fin que se le dio al asunto, en agradecimiento lo volvió a condecorar con otra cruz al Mérito Naval con distintivo Blanco. El hecho debió ocurrir en 1872. Al poco tiempo pasó a Madrid por formar parte del Tribunal de exámenes en las pruebas de los Aspirantes a la Corporación, pero esto solo fue unos meses, regresando al cargo anterior de la Ayudantía del Arsenal; de aquí fue destinado otros meses para hacerse cargo de la Dirección de los Guardiamarinas que estaban entonces a bordo de la fragata Villa de Bilbao, y ya con exactitud, recibe el 9 de abril de 1873 su ascenso a capitán de fragata y el 2 de julio siguiente se le destina de nuevo a las islas Filipinas.

        En estos momentos España estaba convulsionada por la proclamación de la 1ª República, tanto que don Antonio Risco en la biografía de don Pascual Cervera dice: «Siembra vientos y recogerás tempestades, dice el refrán castellano. Los vientos sembrados en 1868, habían empezado a dar abundantísimas cosechas, más de lo que desearan los sembradores. Había rodado por el suelo el trono de España; se había ofrecido a pública almoneda la venerada corona, que ciñeron frentes tan augustas como la de Isabel de Castilla, Carlos de Austria y Felipe el Prudente, y aquella diadema, manchada por el hálito de la hidra revolucionaria, afeada por el lodo de la intriga, no pudo sostenerse tampoco sobre las sienes del duque de Aosta, del caballeroso Príncipe don Amadeo de Saboya. Devuelta otra vez a las manos de los que se la ofrecieron, por medio de su abdicación, que era para España la más amarga de las reconvenciones que pudieran hacérsele, motejando su estado de anarquía y de inseguridad política, los padres de la patria tuvieron a bien arrinconar la milenaria joya y coronarse ellos mismos como árbitros de los destinos de una pobre nación, que recibía sin cesar, los azotes que la misma revolución, coronada ahora, estaba descargando sobre sus espaldas.» Ante el desorden decidió no zarpar a su destino, quedándose en el Arsenal de La Carraca para emplearse en su defensa. Por ello lo primero que hizo fue ir a su casa y con mucha rapidez embalar las cosas más necesarias, trasladando a su esposa e hijos a la estación del tren, de donde los vio partir con destino a Madrid. Solventado esto se puso en camino de nuevo al Arsenal, decidido a no dejar pasar a la turba para que pudiera apoderarse de todo el armamento allí existente; como no había abandonado su destino, seguía en posesión de la Ayudantía Mayor de La Carraca, cargo parecido al de Gobernador de una plaza, en ella se encontró que había quien quería entregarla a los cantonales, pero desde el primer momento los Infantes de Marina a las órdenes del general Rivera se pusieron a sus órdenes, les ordenó se hicieran cargo de la defensa en principio tanto del exterior como del interior, mientras aclaraba la situación del Arsenal. Pero el 20 el capitán general del departamento ordenó que Rivera con sus infantes salieran de la Población de San Carlos, pues estos estaban incorporados a los cantonales, pero como parte de su unidad se encontraba ya en el Arsenal, desoyó la orden por ir en contra del Gobierno, por ello esa misma noche pasó a la historia como la ‹noche aciaga› se trasladaron todos a escondidas al Arsenal, siendo San Carlos casi arrasada a la mañana siguiente por los cantonales, abandonando por incapacidad física de ser transportados quinientos fusiles Berdan, de los que se apoderaron aumentando el poder de los enemigos de España.

        Pero les quedaba una duda a los que estaban en el Arsenal, no era otra que saber la decisión que tomaría la escuadra surta en la bahía, pues era la segunda en fuerza después de la de Cartagena que ya había caído en manos de los cantonales y estaba compuesta por los buques siguientes: las corbetas, Villa de Bilbao y María de Molina; las goletas, Diana y Concordia; y los vapores Ciudad de Cádiz, Colón, Liniers, Álava y Piles. Don Pascual comentó con Montojo el ir los dos cada uno a unos buques distintos y ver la forma de saber o intentar convencerles de que se unieran a ellos, la idea era descabellada pero solo ellos como marinos podían hacerlo, aunque las posibilidades eran ínfimas. Embarcaron en distintos botes y cada uno se fue a los que le había tocado. En la reunión previa a tomar la resolución estaban algunos de los comandantes de los buques y a alguno de ellos no hacía falta abordarlos por estar ya de acuerdo sus oficiales, entre los que le tocó a Cervera estaba la corbeta María de Molina, siendo su dotación la más revolucionaria de todas, al llegar a su costado pidió permiso para abordarla, al ver el vigía que era el Mayor del Arsenal se lo concedió, subió y preguntó por los oficiales, estos estaban recluido para su defensa en la cámara del comandante, les hizo llamar, subieron a cubierta y se saludaron, pero todos llevaban sus pistolas y sables, Cervera comenzó a hablar a la dotación reunida, pero no había forma de convencerlos, pasados unos quince minutos de conversación y arengas, se oyó desde tierra: «¡Ese barco, la Navas de Tolosa, que obedezca las órdenes, que se le están comunicando, o se le hace fuego!» La jugada tuvo su inmediato efecto, era el oficial Castellani quien por medio de una bocina gritó aquellas palabras, consiguiendo inmediatamente que la tripulación abandonara las armas. Cervera les había ya comunicado que todos los que estuvieran de acuerdo con la revolución podía abandonar el buque sin ningún tipo de represalia y los pocos que así pensaban desembarcaron pasando a tierra. Por haberse hecho todo de noche los cantonales no vieron nada y a la mañana siguiente se presentaron ante la puerta del Arsenal para parlamentar, Cervera les contestó que le dejaran hasta el día siguiente para exponerlo a sus hombres. Solo intentaba ganar tiempo, pues se sabía que el general Pavía estaba ya cerca de la ciudad de Cádiz.

        Por la mañana del 22 de julio se presentaron de nuevo los cantonalistas convencidos de recibir un sí aplastante, pero se encontraron con la respuesta siguiente: «La marina está dispuesta a cumplir con su deber de lealtad al país, y rechaza, en absoluto, todas las ignominiosas pretensiones, que le hace el mal llamado Comité de Salud Pública.» pero ya en previsión de esto a pesar de su convencimiento interno, al regresar a su línea comenzó el ataque, fueron respondidos de inmediato desde el Arsenal, pero no contaban con el apoyo que iban a recibir los encerrados en él desde los buques, siendo la Navas de Tolosa la que rompió el fuego, la cual al cogerlos de enfilada les obligó a retroceder. El 4 de agosto se había sufrido muchas bajas en el Arsenal, pues la artillería de los cantonales estaba muy próxima, por ello sus destrozos eran efectivos, pero vino a rebajar un poco el valor de los cantonales, cuando un tal Mota, uno de los principales cabecillas al parecer tenía una máxima: «a más pólvora más destrozos» y cargó en exceso una pieza personalmente, la cual y como resultado de ser muy poco conocedor del uso de las armas, al efectuar el disparo la mucha carga de pólvora reventó la pieza y un trozo de ella le arrancó la cabeza, la reacción fue la lógica pues quienes las tenían que disparar a partir de ese momento restaron precisamente cantidad de pólvora, disminuyendo de esta forma el poder ofensivo. (Debemos añadir aquí que a ‹menos conocimientos menos pólvora› para no salir perjudicado; los ideales están bien pero no mejoran la eficacia de los materiales, su desconocimiento quizás, solo consiguen más pérdidas humanas y acumular derrotas. Como fue el caso.) El mismo día los oficiales de artillería dados de baja por haberse disuelto su regimiento, ya que sus jefes se habían pasado a los cantonales, comenzaron a hablar con los suboficiales y estos a su vez con los artilleros que andaban desperdigados por la ciudad, a ellos se fueron uniendo personas de bien, pasando a su cuartel a coger las pocas piezas restantes y al mando de todos ellos se pusieron dos capitanes don Leopoldo Español y don Francisco de la Rocha; bajo su dirección fueron reconquistando partes de la ciudad y conforme avanzaban se le unían más ciudadanos, de forma que a la mañana siguiente acudieron en masa al Comité de Salud Pública, éste sorprendido por la reacción popular les entregó el mando de la ciudad y ese mismo 5 de agosto, entraba sin problemas las tropas al mando del general Pavía dando por finalizada la revolución cantonalista en Andalucía.

        Pero al mismo tiempo un hombre solo (y a pesar de no ser de él la biografía hay que reseñar su gran valor, decisión y alto honor por el bien de España) no siendo otro que el contralmirante don Miguel Lobo Malagamba, quien se encontraba en su residencia de Chiclana descansando, al llegarle la noticia del famoso cañonazo hecho desde la fortaleza de Galeras en Cartagena proclamando el Cantón Murciano o Cartagenero, se puso su uniforme, sable y pistola saliendo de su casa camino de Gibraltar, donde estaban refugiados unos buques españoles por ser afines al Gobierno, quienes le dieron la noticia de la resistencia en el Arsenal de La Carraca, se puso de nuevo en camino a él, pero en el trayecto le comunicaron que se iba a realizar el nombramiento de los Cónsules de la República Independiente de Cádiz reunidos en su salón del Ayuntamiento, a pesar de seguir solo se encaminó al edificio, nadie se le interpuso ni le pidió nada llegando a las puertas cerradas del salón, las abrió con tanta fuerza a pesar de su edad y estado que estás volvieron a cerrase a sus espaldas, se dirigió a la mesa presidencial y al mismo tiempo que avanzaba por el pasillo central grito «¡Alto la Farándula! ¡Tomo posesión de la ciudad en nombre del Gobierno!», al decir esta última palabra la acompañó por haber llegado, con un fuerte golpe sobre la mesa presidencial dado con el pomo (o monterilla) de su sable. Los ediles se quedaron atónitos y mirándose unos a otros (como se nota el valor de los políticos), uno algo más decidido le preguntó: «Bien, señor, pero…vuesa merced…su señoría…en fin…¿qué tratamiento se le tiene que dar?…porque no sé…»‹El Lobo de mar se le giró y espetó›«¡¡De tú; pero pronto!! Y al que chiste, le rajo de una cuchillada, so……» Ante esto los reunidos en asamblea se disolvieron y por esta razón Cádiz que había comenzado su resistencia con el desplante de don Pascual, seguido de los dos capitanes y el mismo día el contralmirante don Miguel Lobo toma el ayuntamiento sólo, consiguieron hacerse con la ciudad a pesar de haber muchos participes que desaparecieron para no dejar ni rastro, de esta forma don Miguel Lobo entregó el mando de la ciudad al general Pavía al día siguiente cuando entró en ella sin resistencia.

        Fueron tantos los plácemes recibidos por don Pascual por su abnegada decisión, valor demostrado y poder de resolución que fue alabado por el mismo general Pavía en un folleto que escribió a cerca de la pacificación de Andalucía, donde al llegar a la explicación de lo sucedido en Cádiz dice: ‹…la actuación de don Pascual Cervera debe de ser calificada como heroica y digna de pasar a la Historia, sin su ejemplo no hubiera resultado tan fácil el dar la Paz a la ciudad de Cádiz.› Como confirmación de esto, el 11 de agosto seguido las Cortes aprobaron un decreto por el que don Pascual fue declarado «Benemérito de la Patria» y un ciudadano leal a los defensores del Arsenal, hizo acuñar una medalla conmemorativa del hecho, enviándole una a Cervera quien solo la lucia en su uniforme de gala, siendo una de las que quedó sepultada al ser hundido el crucero Infanta María Teresa el 3 de julio de 1898. El entonces Presidente de la República y quien había autorizado los cantones, el señor Pi y Margall, se encontraba con que todo lo hecho o dicho se le echaba en cara y de hecho sin ninguna necesidad había provocado una pequeña guerra civil, ya que el cantón de Cartagena se había auto proclamado como Gobierno Federal Independiente, pero lo peor eran las grandes defensas de la ciudad, pues contaba con ocho mil hombres, seis piezas de artillería de montaña, diez de batalla y las quinientas treinta y tres de defensa de la plaza, a lo que se unía la escuadra compuesta por: las fragatas acorazadas, Numancia, Vitoria, Tetuán y Méndez Núñez, la de 1ª clase Almansa, los transportes Fernando el Católico y Vigilante más otros buques menores. (Recordar aquí que si bien cierto es que Cádiz no fue tomada por los napoleónicos, sobre Cartagena marcharon tres veces, pero tampoco pudieron tomarla, siendo las únicas dos ciudades de toda España que se salvaron de ser invadidas.) El señor Presidente para quitar la razón a los cantonales no se le ocurrió otro disparate que decretar a los buques allí fondeados como «piratas», lo que supuso basándose en la lógica que habiendo zarpado la Victoria y la Almansa con rumbo a Málaga, para intentar les siguieran en su locura y facilitar con su presencia se produjera el levantamiento de esta capital, se encontraron con la escuadra británica del almirante Yervelton quien informado de la pérdida de nacionalidad había zarpado de Gibraltar y como es costumbre en ellos no desperdiciaron la ocasión, siendo capturadas las dos fragatas sin disparar un tiro, pasando a ser marinadas hasta el interior del fondeadero del Peñón.

        Según los planes de don Miguel Lobo, esto le venía muy bien pues en algo igualaba las fuerzas, pues estaba pendiente de la arribada a Cádiz proveniente de la Habana de la fragata acorazada Zaragoza, pero para terminar de equilibrar las fuerzas era necesario a toda costa fueran devueltas por los británicos las dos apresadas y esto era más complicado, pues como siempre faltaba gente para dotarlas y ésta era la razón que argüían los británicos, ya que si no se podían defender por la falta de personal, podían caer de nuevo en manos de los cantonales. (Algo fútil el planteamiento, pero siendo como son conocedores de los españoles, era suficiente para no devolverlas.) Don Pascual había sido nombrado segundo comandante de la Navas de Tolosa al día siguiente de terminar el cerco de la Carraca, pero a los cuatro días se le ordenó trasbordar al vapor Colón, con la orden de unirse a la escuadra de don Miguel Lobo, éste al verle llegar le hizo llamar a su buque insignia la fragata Carmen, se dirigió a abordar el buque y pasó a la cámara, donde don Miguel le planteo el problema que pasaba por hacer un viaje a Madrid y añadió: «no quiero que se comporte como un cabo cartero.» para evitarlo le dio una lección de gramática parda: «…cuando llegue a Madrid, verá como el Ministro le comienza a pronunciar un discurso sobre política, sobre sus deberes y sus compromisos de partido…etc. etc.; pues bien; va a prometerme ahora que, cuando salga él por el registro, le contestará de parte mía, ha de ser de parte mía, pero con todas sus letras, que yo me…en toda la política.» Don Miguel acompañó a Cervera hasta la meseta del portalón, se esperó a que estuviera a bordo del bote entonces le volvió a decir: «Con que la frasecita ¿eh? Que no se le olvide. Eso es un discurso de dos horas, compendiado en una frase española.» Viajó a la capital don Pascual y ya en el Ministerio el señor Ministro Oreyro le hizo esperar unas largas horas, ni siquiera lo recibió, sino que salió el ministro y le dijo estaba todo aclarado, que debía informar a don Miguel que el Gobierno había nombrado a un ministro plenipotenciario el señor Millán y Caro, al que ya se le había informado de todo y lo encontraría en la ciudad de Alicante o en la población de Santa Pola.         Don Pascual se despidió del Ministro y se puso en camino a la ciudad de Cádiz para informar a don Miguel y éste le concretó que el tal Millán lo encontraría en Santa Pola, allí acudió Cervera se entrevistó con el señor Millán y se pusieron en camino a Alicante. Cervera comenzó a tramar el plan de hacer llegar al señor Millán a entrevistarse con el almirante británico Yervelton, quien se encontraba a bordo de su buque insignia en la misma entrada del puerto de Cartagena, por ello de alguna manera estaba ya ayudando al Gobierno español, pues con su presencia impedía que los buques cantonales salieran a intentar ganar adeptos, pero al estar en esa situación y sin poderse comunicar con él se convertía la misión en algo muy arriesgado, pues un buque con bandera española debía llegar a él, para ello barajó varias posibilidades, pero se decidieron por una, mientras estudiaban la forma de hacerlo, una era salir con algún buque y enarbolando bandera británica llegar al del almirante, pero esta acción fue desechada por el señor Millán, por parecerle indecorosa, en esos instantes arribaba al puerto la goleta Prosperidad y entonces Cervera pensó en la forma de llevarlo a buen término, con mucho riesgo pero viable. Cervera se puso en contacto con el Comandante de Marina del puerto y este accedió para poder utilizar el buque, se le puso al corriente de la aventura y por ello solo se le avitualló, el comandante de marina lo presentó al comandante de la goleta, todo listo zarpó en la tarde del 31 de agosto con rumbo a Cartagena pero la lentitud de marcha de este tipo de goletas, le hizo pensar a qué velocidad se podía llegar dentro de las limitaciones para arribar a la zona en la anochecida lo que se puso en práctica. Quiso informar de su plan a los dos oficiales, por ello les llamó acudiendo el comandante interino señor Navarro y el alférez de navío don Ramón López de Cepeda, entraron en la cámara comunicándoles la misión, los dos se quedaron perplejos y al ver sus caras, añadió que él había diseñado el plan y no había marcha atrás. Por lo que le pidió le dejara el mando del buque ya que podían ocurrir errores de apreciación y así se evitarían, el señor Navarro no puso objeción y tomo el mando.

        Le faltaba una cosa por hacer, informar a la tripulación, así que salieron los tres y fueron llamados todos, ya presentes Cervera les espetó:«Muchachos, no hay que asustarse ¿sabéis a donde vamos?…Pues vamos a Cartagena.», todos se quedaron paralizados, prosiguiendo:«Ahora, valientes, sólo os pido dos cosas; una, como jefe, y la otra, como amigo. Como jefe, os pido obediencia ciega. ¿La tendréis?,: todos contestaron que sí.La segunda, es un ruego de un amigo; yo sé lo mucho que os va a costar. Os suplico un silencio sepulcral. Todos estáis muertos. ¿Lo oís, muchachos? y como los muertos ni hablan ni fuman, pues…» Entre Alicante y Cartagena solo distan sesenta y cinco millas, pero la velocidad de la goleta no daba más de seis y a veces ni llegaba, don Pascual tampoco quiso que se forzara, para así llegar en plena noche, por ello sobre las dos de la madrugada estaban delante del puerto, donde se encontraron con la Numancia fondeada fuera y la Méndez Núñez a corta distancia, las dos con las calderas encendidas, para llegar a donde se encontraba el buque británico había que pasar entre ellas, con mucho silencio como había pedido Cervera, se consiguió pasar por las cercanías de la Numancia sin ser detectados, pero conocedor de las aguas, sobre salía un escollo que le obligó a virar yéndose casi de proa contra la Méndez Núñez, sorteado el obstáculo pero casi tocando con el botalón la estructura de la blindada, pudo rectificarlo con un golpe de timón pasando a tocapenoles con ella, aquí si se dieron cuenta algunos marineros del paso de la goleta, pero estaban tan ebrios que realmente no se apercibieron de nada o al menos no eran conscientes de lo que estaba pasando. Unos minutos después fondearon para lanzar el bote y trasladar al señor Millán al buque británico, pero en eso se apercibieron que un bote de guerra “volaba” más que navegar hacía ellos, Cervera dio orden de sacar los pañuelos a su dotación y en cuanto abordaran la goleta lo primero era taparles la boca, pero no hubo necesidad de ello, pues los del bote eran británicos quienes confundieron la goleta por una de nacionalidad francesa y venía un oficial con su uniforme de gala a presentar sus respetos. El que se llevó la gran sorpresa fue el oficial británico, al hablarle Cervera y ver eran españoles por ello exclamó: ‹¡Oh! ¡Ustedes son unos valientes!› Informado, el señor Millán se despidió con gran cariño de los tres oficiales y pasó al bote, siendo trasladado a visitar el almirante británico. Cuando don Pascual perdió de vista la pequeña lucecita del bote, se giró y dio orden de levar, se puso en marcha y salvando ahora las distancias con las dos fragatas se fue alejando, pero la velocidad de la goleta no había cambiado y al amanecer del 1 de septiembre todavía estaba a la vista de las fragatas y de la artillería de los fuertes de la plaza, justo en ese instante se vio venir un falucho que se le echaba encima por ir dando bordadas para coger mejor el viento, se apartó de su rumbo y ordenó desplegar una gran bandera francesa y al mismo tiempo hizo una salva para afirmar su pabellón, así los vigías se dieron por satisfechos y Cervera más.

        Arribó a Almería y atracó a la espera del delegado del Gobierno, el 23 de septiembre llegaban al puerto las fragatas Victoria y Almansa, donde fue arriada la bandera británica y enarbolada la española, a su mando don Miguel Lobo quien al desembarcar abrazó a Cervera por lo mucho hecho, pues el señor Millán quien también le acompañaba le había contado la peripecia para dejarlo a bordo del buque insignia británico. El contralmirante Lobo zarpó con la escuadra rumbo a Cartagena y en pocos días cayó de la misma forma que se había proclamado, pero no olvidó a don Pascual, por ello al término de la campaña elevó al Gobierno la petición de la Cruz Laureada de San Fernando, pero para ser otorgada a parte de otros trámites, el galardonado debe de elevar su petición y para ello hay un plazo, Cervera sencillamente lo dejó pasar para no serle concedida, a pesar de estar todos de acuerdo ya en ello, entre otros el Negociado del Ministerio y la Junta Superior de la Armada, pero como él solía decir no lo hizo por: ‹no alabar sus agujas› Molestados los dos estamentos oficiales, le concedieron la Placa de la Cruz al Mérito Naval con distintivo Rojo. Y se piensa que como castigo se le otorgó el mando de la goleta Circe, lo que no tendría nada de particular por no ser que el buque estaba destinado en Manila. Cumpliendo la orden recibida el 1 de enero de 1874 embarcaba de transporte en el vapor Buenaventura, para ser trasladado a las islas Filipinas, en un segundo encuentro con ellas.

        Arribó a Manila el 27 de febrero al desembarcar se presentó al contralmirante don Juan Bautista Antequera Comandante del Apostadero, éste le remitió a Zamboanga donde se encontraba la goleta, para llegar a esta localidad se embarcó en el vapor Pasig el 1 de marzo (aquí viene un anécdota que dice mucho del estado de aquellas islas y su organización) se presentó al comandante del apostadero y éste le comunicó que la goleta Circe había sido dada de baja, pasada la comunicación del hecho don Juan Bautista ordenó se le diera interinamente el mando de la corbeta Santa Lucía, era de lo mejor que había en todas las islas. El 7 de marzo tomó el mando, justo en el momento que se estaba alistando para zarpar y dirigirse a dar una lección a los piratas joloanos, bombardeando las rancherías de Simonor, Maatabum, Lataán, Sibulu y Lupabuán, a la corbeta le acompañaban los importantísimos cañoneros formando una pequeña división y por orden del contralmirante se le dio el mando de ella. Llegados a la zona cumplieron la orden que les llevó entre el 19 y 26 de marzo, arrasando todas las poblaciones mencionadas. Aunque bien es cierto que esto era matar moscas a cañonazos, ya que en cuanto desaparecían los buques españoles, volvían al lugar a montar de nuevo sus chozas y lo antes posible estaban pirateando de nuevo la zona, por ello se convertía en un trabajo de destrozar, pero sin ganar un palmo de terreno, lo que casi afectaba más a la moral de los españoles que a los propios damnificados. La operación fue vista por el propio Antequera por ir en la corbeta del mando de Cervera, por ello al terminar la misma la división se incorporó al Sur del archipiélago al mando de la división naval del capitán de navío don José Carranza, mientras seguía rumbo a Manila el contralmirante, siéndole entregado a Cervera el mando de la división de los buques encargados del bloqueo de la isla de Joló, en la que permaneció ciento dos días, en los que no hubo descanso en absoluto, dándose el caso de entre las muchas acciones llevadas a buen término, dos de mención especial, la de la isla de Patean y la de Lagassán, aunque por ser muy parecidas en lo intrínseco, solo narraremos la primera.

        Tuvo lugar en la isla mencionada el 5 de abril, con la escuadrilla de su mando compuesta por la corbeta Santa Lucía y los cañoneros, Bulusán y Samar. Comenzó porque al acercarse a tierra los moros abrieron fuego sobre los buques y al mismo tiempo se embarcaban en sus vintas y a remo se iban tirando encima de ellos. Cervera ordenó al Samar ir a un punto intermedio entre la misma isla y un islote que cerraba las salida a las vintas, y al Bulusán hacer fuego defensivo para interrumpir el paso a las embarcaciones piratas, el fuego concentrado del buque y el de la marinería hizo verdaderos estragos entre los atacantes, llevándoles a dejar de pensar en tomar la corbeta y virar con rumbo a su isla. Pero ya viejo zorro de las artimañas piráticas, dio orden de desembarcar una columna, con la orden de exterminar todo lo que se les cruzara en el camino, después de largas horas regresaron sin haber podido ver a nadie. Como la noche se estaba tirando encima decidió esperar al día siguiente, así ordenó fondear a cierta distancia de la costa para impedir un posible asalto y las guardias a bordo dobles y las armas siempre listas. Aun así y como ya se imaginaba sufrieron varios ataques, en cuanto se le podía acertar por los reflejos de las luces de los propios buques, abrían fuego con los mismo resultados de cuando efectuaron el primer ataque, pero al mismo tiempo impedía dejar descansar a la gente. Iba amaneciendo y todo a bordo se estaba preparando, así los botes de la corbeta fueron haciendo viajes de ida y regreso hasta poner en tierra una compañía. En esto fue capturado uno de los joloanos, quien para salvar su vida indicó que si se esperaban al día siguiente él les llevaría a una cueva, estaba en el centro de la isla y donde se guardaban todas las armas incluso los indígenas se refugiaban cuando era atacada la isla, don Pascual dejó pasar el día y a la mañana siguiente se sumaron todos los marineros no imprescindibles para maniobrar los buques, incluso se desembarcó algún cañón de las fuerzas de marinería, sobre las seis de la mañana estaban todos en tierra, entregando el mando de la columna al teniente de navío don Juan López de Mendoza, mientras ordenó situar dos baterías de artillería en tierra en la cumbre de dos lomas, una sobre las montañas de Este al mando del contador don Francisco Martín y otra al Norte a las órdenes del alférez de navío don José Chacón (futuro capitán general de la Armada) Vista la protección que se les brindaba por si era una emboscada, Mendoza dio orden de separase en guerrilla a su columna, haciéndolo unas veces de pie y andando, otras corriendo para buscar resguardo, otras gateando, otras arrastrándose, todo dependiendo del tipo de terreno con el que se encontraban, siendo un avance lento y costoso en todos los sentidos, pero pasaron por un desfiladero y ante ellos se pudo ver la entrada cavada en la misma roca, ante esto se pararon unos instantes a tomar el aire e intentar entrar; pero de pronto salió un gran ruido del interior, a los pocos segundos comenzaron a salir negros lanzando de todo sobre ellos, desde balas a flechas envenenadas, viéndose atacados de frente, a sus lados la costosas pendientes casi planas imposibles de ascender y retroceder dándoles la espalda era una locura, por ello Mendoza vio que no había otra salida, se giró a su hombres y les dijo: «¡Al valle, muchachos, allí os espero!» y sin pensárselo avanzó un par de pasos y se lanzo por la temible pendiente que le llevaría a la salvación o a la muerte. Pero sus hombres tampoco se pararon mucho en pensar, ya que en la caída por la rampa alguno le supero en velocidad y le sobrepasó. Consiguieron reunirse en el valle entre la arboleda y se hizo recuento de personal, más de veinte hombres estaban heridos siendo muy necesario transportarlos a los buques, el alférez de navío Serante, el médico don Estanislao García Loranca, el soldado Uget y otro no estaban por ningún sitio, decidiendo entre todos no abandonar la isla sin recuperar los cuerpos de sus compañeros. Para ello se separaron y comenzó la búsqueda, a ellos se unieron varios marineros del cañonero Samar, enviados como refuerzo y entre todos consiguieron recuperar todos los cuerpos menos el del médico.

        Mientras los heridos comenzaron a llegar a la vista de Cervera que no cejó un instante en mirar a través de sus prismáticos como intentando atravesar la frondosidad del bosque y poder ver a sus hombres, lo peor fue la llegada de los primeros, quienes comenzaron a contar que la columna había sido atacada teniendo muchos muertos y los demás heridos buscando refugio y diseminados por la isla. Ante estas noticias Cervera dio orden de acercarse al primer estero y él mismo saltar a tierra, para ello dejó al mando de la corbeta al comandante del cañonero Samar, y en éste a un contramaestre, con el resto de gente saltó a tierra. Pero cuál fue su gran sorpresa que al penetrar en la frondosidad del valle y comenzar a avanzar, se encontró con los hombres todos con una gran moral y empeñados en volver a subir para asestar un duro golpe a la cueva. Ante la tozudez de sus tropas don Pascual ascendió para verificar la posición de la cueva y se dio cuenta que con menos de quinientos hombre era imposible conseguir un éxito, por ello ya no les pidió nada sino que les ordenó regresar a los buques, pero antes de hacerlo, en el mismo estero donde estaban fondeados los buques había un poblado, el cual fue destruido, se le pegó fuego a la cosecha, se llevaron un gran cantidad de cabezas de ganado y se apresaron cincuenta embarcaciones de diferentes tipos, al mismo tiempo capturaron a dieciocho moros y dieron sepultura a unos cuarenta cadáveres. Según notas de don Víctor Concas, dice:«En aquel entonces, la División del Sur de Filipinas estaba en un estado militar tan disciplinado, que era solo comparable con el de la escuadra que fue al Pacífico; así que, cuando quedó encargado Cervera, con alientos para utilizar el estado marcial de aquella flota, fue admirablemente recibido. La corbeta Santa Lucía llegó a ser un modelo de buque militar en todos los conceptos, y su Comandante encontró elementos con que poder desarrollar todas sus nobles iniciativas.» Al regresar de esta expedición se le ordenó incorporarse a la Comisión Hidrográfica que seguía imperturbable sus trabajos, ardua labor por la inmensa cantidad de canales y costas a revisar, pero como ahora le tocaba a la isla de Joló, no se movía de la división del Sur y lo mejor continuaba navegando. Estando en la Comisión, los anteriores mandos y oficiales le regalaron con un convite, en él se le nombró Coronel de Infantería de Marina, al mismo tiempo que por suscripción popular de los compañeros incluidos los marineros y clases, le regalaron las estrellas de oro, siéndole entregadas por el coronel señor Careaga y posteriormente el Gobierno le volvió a condecorar por toda su labor en Filipinas con otra Placa de la Cruz al Mérito Naval con distintivo Rojo, ordenando colocarle los galones de Coronel en su uniforme de gala que siempre utilizó cuando echaba pie a tierra en misiones de combate.

        El 5 de noviembre de 1875 se le entregó a parte de la Comisión Hidrográfica, tomar el mando de todas las unidades navales del bloqueo de la isla de Joló. Por ello realizó una expedición a la población de Buli-Buli en Basilán, se unió su corbeta a cinco cañoneros, siendo tan honrosa su actuación que informado el Gobierno, le envió el comunicado de hacerlo figurar en su Hoja de Servicios. Al mismo tiempo con su buque insignia la corbeta Wad-Ras, continuaba realizando los trabajos hidrográficos, pero aquí volvió a salir la experiencia, pues se acordaba de cómo realizaba los planos su maestro don Claudio Montero y no comprendía cómo se llevaban tantos años en estos trabajos con lo fácil que él los hacía, así que comenzó a seguir los consejos aprendidos y a aplicarlos, para ello comenzó por explicar el sistema a sus ayudantes, pues él mismo «se avergonzaba de ver que en tantos siglos de dominación no hubiese podido España levantar planos completos de aquellas islas.» así se pusieron a trabajar y en unos pocos meses se levantaron los planos que comprendían desde Basilán a Tawi-Tawi, pero por la rapidez el mando quiso comprobar si eran buenos, así que se contrastaron con los de varios hidrógrafos, incluidos los levantados por la corbeta británica Nassau, verificándose eran más exactos que los de este buque. Precisamente cuando ya más a gusto estaba enfrascado en su trabajo, de pronto le entregaron la orden del general Antequera, entregándole el mando de la Comisión a don Fabian Montojo y presentarse inmediatamente en Manila, al mismo tiempo el 10 de marzo entregó el mando de la corbeta a don Víctor Concas. Todo estaba provocado porque el general Antequera le había nombrado Jefe de la Comisión Hidrográfica, pero Cervera no tenía el curso de «Estudios Mayores» y la decisión de Antequera, fue contestada por otros oficiales que sí los tenían y estaban en las isla, por ello llegó al Gobierno al mismo tiempo, el nombramiento de don Pascual y la queja de sus compañeros, ante lo cual el Gobierno desestimó el nombramiento del general Antequera y esta fue la razón de ser sustituido. (Como siempre las envidias se despiertan cuando hay favor. Mientras don Pascual se dejaba la piel en los levantamientos pero solo era un interino, nadie abrió la boca, al nombrarlo jefe, ya todos los que sí podían serlo se hicieron de notar. Bonito comportamiento. Por ésta razón y no herir susceptibilidades, omitimos los nombres de los que le sucedieron, aunque alguno de los nombrados reconoce no tener la misma práctica que él a pesar de tener la titulitis.)

        El que sí estaba enfadado con las formas era el general Antequera, por ello decidió darle a Cervera el mando de la División del Norte, pasando a la isla de Cebú tomándolo el 13 de abril. Pero poco le duró este mando, ya que los dos jefes de las islas el general Antequera y capitán general de ellas don José Malcampo, le llamaron con urgencia a Manila, al presentarse se le notificó que por orden de ellos pasaba de nuevo a ser el Jefe de la División Sur del Archipiélago, entregando el mando de la división de cañoneros del Norte a don Fernando Martínez, por ello regresó a su buque insignia la corbeta Santa Lucía encontrándose en las cercanías de la isla de Joló, donde llegó el 1 de junio tomando el mando. El problema en concreto de la isla de Joló no fue otro que el tráfico de armas por parte de potencias extranjeras, quienes de esta forma mantenían a España ocupada y preocupada, aparte de tener que mantener una fuerza naval necesaria para combatirlo,  por el fuego que siempre hacían los joloanos a cualquier buque con bandera española, lo que causaba constantes bajas y mal estar, todo por no haberse cumplido el Tratado de 1851, al que no hay que culpar solo a los joloanos, sino a España, pues sus gobernantes no se preocuparon de ordenar construir en la isla al menos en la cotta Daniel el fuerte necesario, dado que desde ésta se dominaba gran parte del movimiento del contrabando, ello llevó a la ruptura firme con los joloanos, pero mientras ellos sí habían aprovechado el tiempo haciéndose más fuertes en su isla, como siempre que falla la diplomacia y el mal gobierno, no les queda otra salida que rasgarse las vestiduras y declarar la guerra, a la que ellos desde luego no van. Decidió el Gobierno enviar a don José Malcampo con el cargo de Gobernador General del Archipiélago. Su llegada al menos era acertada por el gran ascendiente que tenía sobre las tropas y sobre todo, por ser muy conocido entre los distintos Sultanes y Dattos, facilitando las buenas relaciones con el resto. Pero el general primero se dedicó a trabajarse a los demás Sultanes, así se evitaba tener enemigos a la espalda y hasta no estar seguro de todos ellos no hizo ningún movimiento, pero mientras en el lado español se iba mermando la moral por la aparente inmovilidad de don José Malcampo, hasta que en marzo de 1875 escribió una carta al Sultán de Joló, entre otras cosas le mencionaba la buena amistad que el padre de don José ya tuvo con el Sultán y que veía indigna su conducta, por ello le rogaba si iba a aceptar el Tratado de 1851 y si era así, se echaba tierra encima a todo lo ocurrido en los últimos cuatro años. Pero el Sultán le contestó que, sí aceptaba el Tratado, pero si se volvía a rehacer, significando un no encubierto. Así Malcampo llamó a Cervera conversaron y fueron concretando asuntos y objetivos, quedando en que don José podría tener lista la expedición entre finales de octubre y mediados de noviembre, mientras Cervera debía informarse todo lo posible de las fuerzas del Sultán y sus posibles enemigos entre su gente, para ello convinieron en utilizar a los chinos que traficaban con la isla, dejándoles hacer a cambio de información. El caso fue que se designo al intérprete oficial para ayudar a Cervera a entender a los chinos, pero don Pascual no se fiaba de uno ni de los otros, así que se puso en contacto con el padre Llausás de la Compañía de Jesús, quien llevaba muchos años en las islas y entendía perfectamente el idioma moro, para que le enseñara lo antes posible, llegando en poco más de tres meses a escribir, leer y hablar al menos lo imprescindible para entenderse directamente, valiéndose de un diccionario francés-español, al que le añadía los signos de la lengua joloana. Con estos básicos conocimientos salió con la Santa Lucía con rumbo a la División del Sur, al arribar se encontró con que el Jefe de la División don García de la Torre no tenía la menor información sobre los planes del Gobernador, llamándole mucho la atención, pero don Pascual le explicó por encima lo que se había planeado y no tuvo ningún inconveniente en ponerse a las órdenes de Cervera, por ello llamó al teniente de navío don Luis Angosto, para ser su ayudante pues era un gran conocedor de la zona, tanto que se fue a buscar a un chino muy rico llamado Diva, a quien se le amenazó con cortarle el tráfico que efectuaba a escondidas, éste convencido quedó para tres días después porque llevaría a un “amigo” que le podría dar toda la información.

        Acudió don Pascual a la cita y efectivamente allí estaba con otro chino por nombre Dighi, los tres permanecieron tres horas de intercambio de información, de esta Cervera sacó todo lo que necesitaba, terminó la entrevista y se marchó. Pero quiso confirmar las informaciones, embarcó en una lancha de los mismo joloanos y fue verificando los puntos concretos de que disponía, así estuvo varios días más hasta concluir la comprobación de toda la isla. Al regresar a Zamboanga, se encontró con que más “espías” moros, chinos, joloanos y malayos, le terminaron de informar del resto incluyendo trayectos interiores. Según el diario de don Pascual, por todas las informaciones recogidas calcula de esta forma la población de la isla de Joló: «Nadie sabe ni podría decir la población actual, que tiene Joló con sus islas adyacentes; autor hay que, solo a la primera, es decir a Joló, le asigna 200.000 habitantes; mientras que otros no lo hacen llegar sino a 40.000. Mi opinión es que todos han exagerado y, como estimo mi deber expresarla aquí, diré que calculo a Joló comprendiendo entre los 60 y 100.000 habitantes; sin bajar ni exceder de esta cifra; Balanguingui tendrá de 15 a 20.000, todo lo más; las Sámales, de 8 a 10.000; los grupos de Siassy y Tapul de 10 a 15.000 y el de Tawi-Tawi de 20 a 30.000» Porque lo cierto era la cantidad de guerreros que podían poner como máximo en combate: «Joló, catorce mil quinientos; Balanguingui, dos mil quinientos; Tapul, mil quinientos y Tawi-Tawi y Pagutaran, tres mil quinientos.» El 18 de junio embarcó en el cañonero Calamianes de transporte hasta su corbeta. Al arribar otros espías le informaron existían dos vaporcillos que eran veloces como el rayo, tanto que estando uno de los cañoneros españoles casi abarloándose a ellos, dieron toda la máquina y no les dio tiempo ni a verlos. Así planteado el problema, era impensable intentar capturarlos en la mar, por lo que no había otra que cogerlos desprevenidos en una operación de carga y descarga; como se le indicó que uno de ellos se encontraba en el estero de Baucanán oculto entre la maleza en esos momentos, dio orden de levar a su tripulación y zarpar con rumbo al lugar. Llegaron y todos los oficiales mirando con los prismáticos y nada se veía, pero don Pascual les indicaba que seguro estaba pues se fiaba de sus informadores, así que mirasen despacio y con mucha atención, transcurridos unos minutos uno de los oficiales le dijo: «¡Allí, comandante, allí está el vapor!» Cervera miró atentamente y efectivamente, solo por la diferencia del color de la pintura de la línea de flotación se le pudo distinguir y no toda se veía, pues incluso se le había quitado los palos y tapado con ramas hasta ocultar casi por completo el buque. No esperó más y dio orden de avanzar al lugar, al verse descubiertos los moros comenzaron a abrir fuego, pero los españoles no querían dañar el buque, así que tiraban con fusilería y por arriba a lo que se suponía la obra muerta del vapor, arribaron y dando un golpe de timón se abarloaron saltando inmediatamente los marinos e infantes, consiguiendo en muy poco tiempo hacerse con el buque. El cual se llamaba Sultana.

        Don Pascual no descansaba, pues constantemente a bordo de su corbeta estaba cruzando por la isla de Joló recogiendo más y más información, pero esta tensión le volvió a pasar factura, cayendo enfermo y postrado en su cámara, pensando hasta el médico que se les iba, de hecho se conserva en la familia una copia de un carta que dirigió al Gobernador, donde entre otras muchas cosas le dice: «…que, a mi muerte, me nombren un sucesor, que tome con cariño la obra, porque es la única preocupación de mi espíritu.» De nuevo su robusta complexión le devolvió la vida y a pesar de los malos augurios de los facultativos salió adelante, pero muy pocos días después de ser notificado don José Malcampo de la recuperación de Cervera, por haber llamado a su despacho al jefe de la división del Sur e informado de la mejoría, se le otorgó el mando interino de ella. Había zarpado en busca de más información, cuando se levantó un fuerte viento del sudoeste obligándole a buscar refugio a la división en el puerto de Malamavi, al lado de Zamboanga, estaba entrando la corbeta insignia de la división, cuando don Pascual se apercibió que el vapor correo de Balabac no estaba en la rada, mandó llamar a los oficiales y les preguntó que sabían, pero nadie le pudo aclarar nada, por ello les informó que no era normal y seguro algo había pasado, así dio la orden de embarcar la tripulación de otra corbeta y zarparan las dos juntas a ver lo ocurrido, pero el comandante (cuyo nombre no se cita para no dañar susceptibilidades) se negó a salir con aquel viento, dando por excusa que naufragarían las dos antes de arribar al lugar. Don Pascual no le miro tan siquiera y se dirigió a su buque, lo abordó y dio orden de zarpar, cruzó el mar de Mindanao y arribó a la colonia de Balabac, nada más arribar un grupo de moros nativos se acercó a la corbeta e informaron haber sufrido un ataque de piratas y pasados a cuchillo todos los europeos, aparte de saquear todas las propiedades; preguntó si todavía estaban en la isla y le dijeron que sí, no lo dudo, mandó organizar una columna mixta con los marineros y los infantes, la puso al mando de su segundo el señor Parga y desembarcaron, una vez en tierra no debía dejar con vida a ninguno de los piratas, quedándose Cervera en la corbeta con solo treinta hombres. Pasada como una hora se vieron venir a tres ‹pancos› pero curiosamente no se veía a nadie, la corbeta estaba fondeada, Cervera dio la orden de levar y meter presión a la caldera, así se mantuvo a la máquina hasta que uno de los pancos se acercó a la voz, entonces para evitar errores, don Pascual les gritó «¡Muchachos! ¡A levar y a fuera!», pero como no obtuvo respuesta, cogió personalmente el timón y pidiendo velocidad se fue proa a uno de los pancos, al llegar le dio un giro al timón y les gritó: «Ven a bordo, ven y hablaremos.» pero además en su lengua, el arráez le contestó: «Ven tú, español, que yo no tengo bote.», Cervera le contestó: «Pues ven a nado o disparo contra el panco.» y el volvió a contestar: «No sé nadar.»; viendo que aquello no llevaba a ningún sitio, giró el timón y al mismo tiempo dio la orden de ¡fuego!, con un cañón cargado de metralla. Entonces fue cuando verdaderamente comenzó la acción, ya que los pancos sufrieron inmediatamente un resurgir de vida, pues su cubierta se cubrió de cuerpos humanos y cogiendo con rabia, y mucha fuerza los remos se pusieron a rumbo de ataque contra la corbeta, en los pancos iban cientos de guerreros que eran de los salidos a buscar más presas, don Pascual viraba y viraba de una borda a la otra, siempre evitando ponerse a tiro de los piratas, pareciendo aquello un culebrear intenso y rápido, hasta que en uno de los virajes vio que podía partir el panco grande y efectivamente lo paso por ojo, al ver esto el otro intentó escapar, pero la mayor velocidad de la corbeta le permitió abordarlo por el mismo centro y partirlo, pero no se había terminado, pues la ferocidad de los piratas era tanta que a nado intentaban subir por los costados de la corbeta, así que no hubo más remedio que ir disparándoles hasta que la mar quedó en total tranquilidad y sin verse cuerpo alguno en la superficie.

        Al terminar esta acción puso la proa al muelle de Balabac para que abordara el buque la columna de desembarco, quien a su vez había cumplido su misión a la perfección, siendo despedidos por los nativos con mucha alegría al verse vengados, ya todos a bordo zarpó con rumbo a Zamboanga, al arribar el viento seguía en las mismas condiciones por lo que continuó a Malamavi, allí al verla llegar salieron todos los oficiales a recibirle en olor de multitud, pero Cervera ante el desprecio a su orden no les hizo mucho caso y como ratificación de esto, está el comentario de don Víctor Concas, quien era un segundo comandante de uno de los oficiales que se había negado a zarpar, diciendo: «¡Claro! ¡Cervera, tuvo que ir a buscarlos! ¡A nosotros nos hubiese sido necesario que nos los presentaran ya asados a la mesa, si querían que diésemos fin de ellos!»

        El 6 de diciembre de 1875 se le ordenó desembarcar de su corbeta para dedicarse por entero al plan de desembarco de cuerpo expedicionario y concluir con la toma de la isla de Joló. Presentó su plan a Malcampo para que fuera autorizado por el Estado Mayor de las islas, sea por las razones que fueren no se le autorizó, creando el propio Estado Mayor el suyo, siendo el que se llevó a cabo. Las fuerzas navales al mando del contralmirante Pezuela eran: la fragata Carmen, seis goletas y doce cañoneros, estos repartidos en dos divisiones, una al mando de don Carlos García de la Torre y la otra al mando de Cervera, a ella pertenecían los cañoneros Mindoro, Filipino, Calamianes, Arayat y Pampanga. Las tropas a transportar en total eran: los regimientos de Infantería números, 1, 4, 6, 7; una compañía de artillería de montaña; el 2º batallón del Regimiento de Artillería Peninsular y una compañía de artillería montada; una compañía de obreros ingenieros; Planas Mayores de Artillería, Ingenieros, Sanidad y Administración y dos compañías de la Guardia Civil para mantener el orden después de la conquista. A ello se sumaba, la marinería de los buques que fueron puestas al mando del capitán de fragata don Vicente Montojo. Por parte del ejército el Capitán General don José Malcampo, formado el cuerpo en tres brigadas se puso al mando de cada una a los coroneles, Paulín, Bremón y Márquez, como jefe de ingenieros el señor Villalón y de la artillería el coronel Ordoñez, el jefe del Estado Mayor el brigadier Sanchís, principal opositor al plan de desembarco de Cervera. En total siete mil ochocientos hombres. Todos los disponibles tanto en personas como en buques en esos momentos en el Archipiélago Filipino.

        Los problemas comenzaron antes de desembarcar las tropas, pues el plan del Estado Mayor, seguramente al ver lo fácil que lo planteaba Cervera debió pensar que aquello era algo parecido a un desfile, de hecho nadie llevaba un simple machete para cortar la maleza, iban con sus mochilas como si con eso se permitiera un mejor avance en la espesura del bosque, los medicamentos se colocaron en un lugar inaccesible en el vapor León, por ello no se pudieron usar hasta terminar la empresa, menos mal que por orden de Cervera se fueron acumulando las de todos los buques en sus enfermerías; para el desembarco se eligieron unos buques llamados ‹cascos› que sí tenían más capacidad, pues llegaron a embarcarse doscientos hombres cada uno, pero su calado era enorme para esa misión, por ello los sufridos soldados tuvieron que nadar hasta poder hacer pie en el fondo y como remate, no se les dotó de los utensilios lógicos para hacer las comidas en marcha, pero por el contrario sí había unos grandes calderos que para nada servían en aquellas circunstancias y para terminar de arreglar el embrolló, no se efectuó el desembarco en la parte Sur de la isla de Panticolo donde había señalado Cervera, sino en la zona contraria, o sea en el Norte. Por lo que don Vicente Montojo dio la orden de embarcar a la tropa en sus cañoneros y con ellos fueron desembarcando, en el primer asalto colocó cuatrocientos en la playa, desechando por completo las embarcaciones destinadas a ello por irracionales y fuera de toda lógica. Menos mal que los enemigos no disponían de artillería, de haber sido así hubiera resultado todo un fracaso rotundo, al llegar a tierra se vieron rodeados de maleza y grandes árboles, pero nadie se podía mover viendo la imposibilidad de hacerlo, causando un atasco las mismas tropas ya que nadie sabía por dónde desalojar la zona de desembarco. Surgió el carácter español y algunos oficiales sin miedo decidieron avanzar entre aquellos bosques sin guías, planos ni nada que les pudiera orientar hacia dónde dirigirse, avanzaron durante treinta horas sin encontrar enemigos, pero la sed, el hambre y el cansancio se convirtió en la pérdida de varios hombres, decidiendo los mismos mandos regresar al punto de partida. Al llegar se encontraron sin poderse mover pues el espacio de playa elegida impedía hacerlo, esto lo vio perfectamente don José Malcampo e inmediatamente ordeno el reembarque y utilizar el primitivo plan de Cervera.

        Por ello se arrumbó al Sur de la isla y allí por orden de Pezuela, Cervera practicó una descubierta, la cual nada más ver a su buque comenzó a recibir fuego, obligándole a virar para ponerse fuera de alcance, pero con los prismáticos fue verificando y tomando nota de por donde era posible conseguirlo, al regresar a informar a Pezuela, éste rodeado de todo el Estado Mayor en un plan algo irónico le preguntó: «¿Ha podido verlo bien todo…todo?»; Cervera le contestó: «¡Todo, mi General, y muy bien.», a ello replicó Pezuela: «¡Es que…me parece que se puso usted…algo lejillos!» a esto Cervera no le respondió porque sujetó su lengua, aunque no se le iba a olvidar. El 27 de febrero de 1876 con todas las tropas desembarcadas se dio la orden de avanzar. Al mando de la vanguardia iba el coronel Villalón, quien viendo el fracaso anterior le pidió a Cervera le apoyará con la artillería de sus cañoneros la retirada, a lo que no se negó y dándose un apretón de manos el coronel se puso al frente de su brigada, comenzando a introducirse en el bosque. Efectivamente el coronel de adentró y cuando estaban todas sus tropas rodeadas de todo tipo de obstáculos, fueron atacados por los joloanos, siendo su forma de combatir como una gran guerrilla pero simultanea, ya que ahora era por un lado y se escondían, al poco por otro y lo mismo, así los fueron arrastrando hasta llegar a las cercanías del fuerte Daniel. Cervera estaba oyendo los disparos pero por la altura de los árboles y la espesura de la selva, le era imposible saber exactamente donde se encontraba Villalón, fijándose más pudo intuir estaban en las cercanías del fuerte, mientras las tropas iban llegando a una ciénaga donde quedaban clavados hasta la rodilla, siendo inmanejable la artillería por ser imposible dejarle en tierra y había que trasportarla a brazo, a su vez impedía disparar a los artilleros que ahora eran porteadores y defender adecuadamente el avance, éste era muy lento dada la dificultad del terreno, añadiéndose no existir ningún refugio, facilitando a los joloanos del fuerte causar muchas bajas, razón por la que en poco tiempo se les daba por muertos a todos.

        Cervera calculando el avance ordenó arrumbar al fuerte por la parte del mar, se aproximó tanto a él que desde los botalones con los hombres a horcajadas sobre él hacían fuego al enemigo, pero estaba tan próximo a la empalizada del castillo que impedía a estos hacer fuego con la artillería sobre sus buques por no tener más depresión, en cambio los cañoneros cada disparo efectuado a pesar de ser de menor calibre, era un nuevo boquete en la fortaleza, viendo aquel ardor con que se batían los españoles, el padre Font de la compañía de los Agustinos, pidió un Remington y se puso a disparar a los enemigos de la Fe. Este peligro tan cercano obligó a los defensores a cuidarse de él, abandonando el lado por el que intentaban avanzar las tropas de Villalón, quien a pesar de tener que dejar allí tres piezas de artillería pudo sacar a todos sus hombres. Cervera vio la posibilidad de poder saltar a tierra y tomar el fuerte, pero había sido tan vivo el fuego que se había quedado casi sin munición, por ello hizo señales a la Carmen para que se las llevaran, pero Pezuela le dio la orden de retirarse y al mismo tiempo a la otra división de cañoneros para que ocupara su lugar. Cuando fue relevado por la otra división se puso a rumbo de la escuadra, entonces desde el buque insignia se izó la señal de presentarse a bordo, abarloó su cañonero y abordo la fragata, presentándose a Pezuela y este le dijo: «¡Muy bien, Cervera, acaba de darnos a todos los barcos una lección de valor; pero creo que la prudencia no andaba a su lado. No puede tener idea de lo que me ha hecho sufrir, al verle tan pegado a la playa!  ¿Porqué se arrimó usted tanto? ¡Llegué a temer que nos perdiese algún barco!» don Pascual que estaba esperando la ocasión, le contestó: «¡Lo hice porque creí que ahora hacía falta acercarse a la playa lo más posible, y no mantenerme tan…lejillos!» Pezuela se dio por enterado y lo primero que hizo fue sonreírle añadiendo: «Don Pascual, jamás he creído yo que usted sea un cobarde; aquello fue una broma; aunque veo que, en puntos de honor, no las admite usted ni de Pezuela.» Contestándole Cervera: «Algo delicado es ese punto para que se juegue con él, mi General; el cristal se mancha hasta con el aliento.» Pezuela no pudo por más que reconocer que sí es un punto delicado en un militar que se precie, así decidió: «¡Bien, quédese hoy a comer conmigo!» El caso es que todo no estaba funcionando como debiera, pues en la jungla en la que realmente estaban nada se podía conseguir si no era a base de vidas y está decisión costó de tomar, pero al ir alargándose el problema el resultado era parecido, por no ser de golpe, pero sí un goteo continuo; convencido Malcampo dio orden de organizar un ataque general en toda la isla y desde todos los puntos. Era el 29 de febrero los buques distribuidos para prestar su apoyo a las diferentes columnas y sobre las doce horas, todos ya preparados se efectuó un disparo desde la fragata insignia, siendo la señal de avance general, al efectuarlo así los moros no tenían lugar donde esconderse, pues huyendo de unos se ponían a tiro de la columna de al lado, así se comenzó tomando una a una todas las cottas, en un día agotador y con muchas bajas, pero si se veía el avance y sus resultados, pues los buques iban rematando el trabajo cuando grupos de enemigos intentaban huir en sus canoas, manteniéndose en combate sin cesar hasta comenzar a anochecer, el combate duró siete largas horas, pero al ir a ponerse el Sol ya estaba en lo alto de la última cotta enarbolada la bandera de España.

        Joló ya era española pero la de enfrente y al lado no estaban conquistadas, Malcampo quería dejar el terreno libre de enemigos, pero debía hacerse cómo Cervera le indicaba ir de isla a isla, (Douglas MacArthur 1942) el General quería enemistar al díscolo Hassín con su Sultán, ofreciéndole ni más ni menos que la corona de la isla de Joló, pero se decidió combinar las dos formas. Se le ordenó a Cervera que con su división de cañoneros embarcara aparte y el resto en sus canoas con los quinientos zamboangueños que eran fieles, zarpó de Joló con rumbo a Maybung, donde realizó una escaramuza pegando fuego al poblado, poniendo a continuación rumbo a Baucanán, haciendo el mismo trabajo, de aquí pasó a Tapul, pero ya enterados de lo que estaba ocurriendo le quisieron frenar oponiéndose a su fuego, lo que le causó varias bajas, pasando entonces al ataque con mayor fuerza siendo tan feroz que arrasó media isla, de aquí zarpó con rumbo a Sámales, dando orden a uno de sus cañoneros se acercara a la costa y entregara las dos cartas que llevaba para Hassín, una era la de Malcampo y la otra suya. Cervera se mantuvo a la espera de una respuesta, la cual le llegó unas horas después, puso rumbo a Joló y se la entregó a Malcampo, éste vio que el escrito era solo para alargar el tema, por ello le dio la orden a don Pascual de seguir con su plan, por ello Cervera continuo, a la mañana siguiente embarcó y zarpó con rumbo a Patean, el lugar de la famosa cueva en el centro de la isla, donde desembarcó y realizó una gran acción de limpieza; prosiguió con su trabajo hasta el 10 de marzo por recibir la orden de Malcampo de regresar a Joló. La razón, se había formado otra expedición para terminar con los problemas de las islas de Joló y esta vez le tocaba el turno por ser las más complicadas por sus gentes a las islas de Parang y Maybung, reuniendo para ello un ejército de siete mil hombres, fueron transportados y desembarcados tomando a sangre y fuego la dos islas; dando así por finalizada la pacificación de las islas de Joló.

El Gobernador General de las islas Filipinas, tomó una decisión que la elevó a Decreto con fecha del 3 de abril de 1876, por la que era nombrado primer Gobernador de la isla de Joló don Pascual Cervera, con la comisión de formar un Gobierno con los caciques de las mismas islas, siendo elegidos la mayor parte de ellos porque con casi todos se llevaba muy bien y tenían su confiaba.

        Esta fue una etapa de su vida que dice mucho de su forma de ser. Lo primero que ordenó fue reparar las cottas y fuertes para dotarlos de más artillería, al mismo tiempo para mejor poder desplazarse se abrieron caminos entre aquellos intrincados bosques, así se formaron unas plazas que estaban bien guarnecidas, no así las cottas y fuertes, pero siempre se podía llevar auxilio al que lo necesitase al tener los accesos más fáciles. Formó el Gobierno con los Dattos de la isla con la apreciación de que cada uno debía de guardar en su territorio el debido orden. Es curioso observar que estos hombres eran de religión musulmana, por lo que debieron llegar al poco de fundarse esta religión, ya que don Miguel de Legazpi se los encuentra en las islas en su viaje de colonización, pero lo grave es que estos a su vez a los naturales de las islas, lo cuidaban mucho pues eran su mano de obra y parte de los guerreros, pero como esclavos, a tanto había llegado el convencimiento de estos que don Pascual le tomó aprecio a uno por una serie de favores que le hizo, por ello le dio la libertad, pero paso que daba Cervera paso que daba él como si fuera su sombra, ya cansado de que le siguiera a todas partes, le dijo se fuera a su isla, pero se cruzó de brazos y le dijo: «¡Bien, mi amo, ¿qué quieres que haga?», así que no había forma de quitárselo de encima pues no entendía el significado de ser libre. Consiguió le llevaran a Panigayan una aldea cerca de la Isabela de Basilán; unos días después le llegaron noticias de que el Datto Sapindín uno de los más ricos, en el juego había perdido todo lo que poseía y como resto, añadió por treinta pesos a su mejor esclavo que lógicamente era Guilil, por ello Cervera se puso en camino para frenar aquella venta, pero la sorpresa fue que nadie quería que interviniera, aun así hizo llamar a Guilil y le pregunto, sino quería ser libre, a lo que contestó «¡De uno a otro…este amo es mejor que el anterior!» no hubo forma de que entendiesen el significado de la palabra, libertad.

        Después de una serie de combates parciales don Pascual cayó de nuevo enfermo y según el certificado médico con fecha del 22 de octubre de 1876, firmado por los médicos Domecq y Martín dice: «Cuenta seis meses de residencia en esta localidad, se halla, hace tiempo, bajo influencia de una endemo-epidemia de fiebre palúdicas, que en mayo último atacaron a nuestro enfermo, adoptando la forma de congestivo cerebral y pulmonar; poniendo en grave peligro su vida, y haciendo necesaria la administración del sulfato de quinina en altas dosis…» Los problemas surgían por todas partes, le comunicaron que un pailebote con pabellón alemán por nombre Muina, su capitán se dedicaba a comprar madreperlas, mandó un cañonero a que apresara al buque y llevaran al capitán a su presencia, sin saber muy bien si la acción tomada iba o no a perjudicar a las islas ya que los Dattos tenían sus “negocios” con el alemán, pero no se arredró y al tenerlo delante le dijo: «Tiene dos opciones, o somete a las condiciones que él le señale para la pesca, o no volver a surcar los mares joloanos, so pena de ser hundido por el primer cañonero español que le aviste.» El capitán se fue, pero don Pascual se quedó con la duda de haber actuado en defensa de los intereses de todos, pero pronto le llegó la solución ya que el Gobernador General de las islas Filipinas le envío una comunicación: «Por la comunicación de V. S. del 2 del actual, me he enterado de las instrucciones que ha creído conveniente dictar, expresando las obligaciones que ha de contraer el Capitán del pailebote Muina, en el caso que, como V. S. cree, pretenda de ese Gobierno de su digno cargo permiso para pescar concha en Tawi-Tawi. Con la redacción de dichas instrucciones, ha dado V. S. una prueba de su tacto, previsión y celo en el desempeño de su cargo…» Pero a esta nota oficial, se añadía una personal del general Malcampo de su puño y letra, no dejando duda de no haberla mandado escribir a nadie y por lo tanto totalmente secreta entre ambos, dice: «Respecto al caso concreto del Muina y análogos, y en general, mientras no reciba usted respuesta a sus instrucciones, obre discrecionalmente, bajo el concepto de que, cualquier determinación que tome, no sólo le será aprobada, sino que, en el mero hecho de tomarla, puede considerarla para sus efectos como emanada de este Gobierno General.»

        Unos días después apareció en escena el cañonero alemán Iltis, (algunos autores presuponen que por aviso del capitán del pailebote) y el buque comenzó a dar vueltas a la isla, desaparecía y unos días más tarde volvía a aparecer repitiendo la misma acción, hasta que se apercibió de que ya eran casi diarias las apariciones, por ello Cervera volvió a utilizar a sus informadores, estos le comunicaron que estaba tan presente por estar pagando a unos y otros tanto al Sultán como a los Dattos de Tawi-Tawi, para levantarse en contra de España. Conocedor del problema debía de actuar, pero las condiciones no eran como para enfrentarse, en esta época la Marina Imperial Alemana estaba rearmándose al máximo y España no disponía de fuerzas para enfrentarse al poderoso naciente país. Por ello jugó sus cartas con gran astucia. Dio la orden de en cuanto regresase se invitará a su capitán a su presencia, al hacerlo así se hizo, al anunciarle estaba en camino, se preparó un gran convite con todos los oficiales (a falta de enseñar buques) lo sentó a la mesa donde comieron con gran jolgorio por parte de todos, al llegar a los postres, el mismo Cervera se lo llevó a un lado al mismo tiempo que le decía: «Amigo mío, una nación que cuenta con hombres como Bismarck, Molke y otros, debía de sentirse poco honrada al emplear el dolo y la astucia para con otra nación, como la nuestra, de quien nada tiene que temer.» El capitán sorprendido le quiso explicar su presencia, pero don Pascual le iba diciendo a quien y cuanto había pagado, esto dejó mudo al oficial pues nada podía rebatir y vio que el Gobernador de Joló estaba en total conocimiento de todos sus pasos, al llegar a este punto, Cervera cambió de conversación, como no dando importancia a lo anterior, pero que era conocedor de sus artimañas, continuó la fiesta y al final se despidieron con un fuerte apretón de manos, dos días después el Iltis zarpó de Joló y nunca más volvió. Pero según autores, esto fue el principio de lo que posteriormente conseguiría hacer este mismo capitán y su buque causando el problema en el archipiélago de las Carolinas.

        La isla por culpa de la epidemia tenía constantes bajas, sumándose la falta de alimentos, esto indudablemente empeoraba la situación, pero como siempre don Pascual sabía que los alimentos eran al menos suficientes, así que algo estaba pasando y no daba bien que pensar. Como su forma de actuar solo era directa en combate, en una de las típicas reuniones de los oficiales, comentó lo de aumentar las raciones de la tropa y los indígenas, mientras hablaba se dio cuenta que un alférez no dejaba de realizar gestos con la boca como si estuviera a punto de soltar una carcajada pero trataba de borrarla de su cara, así que muy distraídamente le dijo: «Verdad, alférez, que están bien comidos?», éste le dijo: «¡Psh! La ración de vino y de carne…¡bien! Pero la de grasa es poquita cosa», «¿Poquita cosa? ¿No se les dan 75 gramos de tocino? ¿Quiere más?» El alférez ya no pudo controlar la risa y soltó una carcajada, diciendo: «Eso es la teoría; pero porque no descuenta lo que de eso roban los sargentos?» Don Pascual se tuvo que contener para no darle allí mismo un correctivo, porque con esa respuesta estaba dando a conocer era consciente de que los suboficiales estaban robando y él como oficial nada hacía para evitarlo, salido de sí Cervera le dijo: «¡Retírese ahora mismo de mi presencia, y no se me vuelva a presentar delante, hasta que sepa que tengo ya atribuciones para fusilar a un Oficial, sin formación de causa!» Muy alterado el Gobernador se fue a la cama y esa noche sufrió una fuerte subida de fiebre de la que llegó a delirar. Unos días más tarde el alférez de navío don José Romero Guerrero le comunicó desde Zamboanga, haber adquirido una partida de garbanzos más baratos que en España vendidos por un chino llamado Hilario. Esta simple nota le hizo caer en la cuenta, ¿cómo era posible que un chino vendiera los garbanzos más baratos que en España?, así se puso en marcha, mandó le enviaran al oficial Romero una muestra de los que había comprado, al recibirla en compañía de otros oficiales se fue a compararla con la que se guardaba en los almacenes, llegando todos a la conclusión de ser de la misma partida. Sabía que el chino tenía un pailebote llamado Estrella y hacía comercio entre Zamboanga y Joló, por ello esperó la ocasión. Está llegó cuando el Estrella arribó a Joló, el arráez o capitán del buque cargaba y descargaba sin control, pero el permiso de salida de Joló debía de firmarlo don Pascual, así que no tuvo prisa y a la noche siguiente estando cenando con los oficiales llegó el arráez para que le firmara el roll, Cervera le pregunto que cuando salía, le contestó que: «por la mañana con la marea», Cervera le dijo: «lo firmaré más tarde para que se le entregue y pueda salir a su hora.» Continuó la cena y al despedirse le hizo una señal al teniente de navío de 1ª Clase don Eduardo Trigueros, comandante de la goleta Animosa para que se quedara disimuladamente, entendiendo la orden se fue a mirar en la cocina, cuando el resto de compañeros se alejaron, salió para ver qué pasaba, Cervera le entregó dos documentos, uno el roll donde debía de estar toda la carga del buque y otro con la existencia de esa misma mañana en el almacén, con la orden expresa de que antes de amanecer se pusiera a revisar y comparar el roll con la carga, si algo faltaba o sobraba que lo comprobara con la del almacén. Unos minutos después de haberse levantado don Pascual ya estaba Trigueros ante él, con el moro atado de manos, porque en el fondo de la bodega del buque había varios sacos de garbanzos que lógicamente eran los que vendía a tan bajo precio, ya que nada le costaban así el negocio era redondo y para él. Comenzó un interrogatorio que el moro al principio supo soportar pero la presión y el juego de palabras que ejercía sobre las preguntas, y en su propio idioma hechas por Cervera, al final se le escaparon varios nombres, que coincidían con los que pensaba don Pascual.

        Tuvo enfrentamiento con algunos oficiales quienes a pesar de todo seguían sin darle importancia al asunto, razón por la cual don Pascual se salió de sus casillas y afeó públicamente a estos, al mismo tiempo daba orden de arrestar a los suboficiales. Esa noche no descansó bien, pasándosela pensando la forma más propia de actuar si por su cuenta y riesgo dando un ejemplar castigo en forma de calabozo, o la otra, presentar una denuncia por la vía judicial y que fueran llevados para ello a Manila. Al fin al levantarse había tomado la decisión de no intervenir directamente para no ser considerado un mando vengativo. Dio la orden de ser trasladados a Manila con todos los cargos bien documentados. Se formó el proceso, no se sabe de dónde salió un chino en la defensa, quien juró mil veces que los garbanzos eran de él, al mismo tiempo, los propios oficiales de Joló se dividieron entre partidarios de una parte y la otra, así el asunto se fue complicando más y más, hasta tal punto, que intervino el Gobernador General de las islas, pero no para defender o atacar al arráez, los suboficiales y el oficial, sino para impedir que se encausara al mismo Cervera como criminal por calumniar a personas honradas en la presentación de la causa. (Sin comentarios) Pero esto llevó a otro punto que fue el intento fraguado por los Dattos, con ciertos tintes de ser utilizados por algunos oficiales y suboficiales, no siendo otro que asesinar a Cervera. Como siempre una casualidad le hizo poderse zafar, ya que en la isla de Tawi-Tawi, un moro habló con otro y le comentó que cinco Dattos se estaban reuniendo todos los días para ver cómo podían asesinar al Gobernador de Joló, pero el moro llamado Leandro que recibió la información era un hombre agradecido a Cervera, así que en cuanto su amigo se fue, cogió unos pocos alimentos abordó su vinta y a remo recorrió la distancia que separa a ambas islas que es de noventa millas, avisó a don Pascual y éste en agradecimiento le entregó unas monedas, pero el moro le pregunto: ¿Qué es esto, padre? Cervera, le contestó, dinero para que te compres un buen gallo de pelea, pero Leandro le dijo: «No; lo que he hecho por ti no merece plata para comprar gallitos; lo he hecho porque tú has sido bueno conmigo.» Don Pascual no podía dejar las cosas así, decidido a todo esa misma noche acompañado de su moro guardián (uno que no le dejaba ni a sol ni a sombra y siempre detrás de él, llamado Raimundo) y un soldado español que él mismo eligió, se puso a caminar hacia el lugar indicado por su amigo donde se reunían los Dattos, llegaron a hurtadillas consiguiendo ver a través de una ranura que efectivamente allí estaban los cinco con otros cinco hombres más, pero conforme iba de humor ni si quiera dejó entrar a los dos acompañantes, derribó la puerta de una fuerte patada y ya con el revólver en la mano, diciendo que se dieran por presos, fue tan inesperada su aparición que se quedaron tan descompuestos que no opusieron resistencia, entonces entraron sus dos compañeros y les ataron las manos; a los otros cinco como no los conocía les dijo: «Vosotros podéis volveros a vuestras casas; y decidle a los amigos lo que acaba de hacer el gobernador español.»

        Volvió a caer en la cama y como era casi diario comenzó uno más de los combates parciales que se daban, esto le obligó a ponerse al frente de las unidades navales para seguir en la lucha contra los contrabandistas en la isla de Tawi-Tawi, abordó su corbeta Wad-Rás, la goleta Santa Filomena y los cañoneros Mindoro y Samar, con tropas para desembarcar bajo la protección de la artillería de los buques, arribaron al poblado de Buan que disponía de cotta o fuerte muy bien pertrechado, sobre él descargó la artillería un fuerte bombardeo, consiguiendo enmudecer la enemiga, don Pascual entonces dio la orden de desembarcar, en esta acción y posterior avance, y conquista del baluarte se sufrieron varias bajas, entre ellos el alférez de navío don José Gómez de Barreda, el cabo de mar don Eliseo Gestona y el marinero don Pablo Villana, quienes fueron las bajas mortales, esta acción tuvo lugar el 1 de septiembre. Acabando con este baluarte siguió barajando la costa pasando por un poblado que había fue sometido, continuando hasta alcanzar el 3 el de Bamlimbím, también protegido por una cotta y los moros no tenían en mente rendirse, ya que nadie sabe de dónde habían conseguido tener tan potente artillería y las mejores defensas que nunca se habían visto entre estas tribus, a lo que había que añadir no existía playa donde poder realizar el desembarco, así que una vez conseguido que sus cañones no pudieran ofender igual que al principio, se les dio la orden de a ¡Tierra! y los hombres saltaron desde la corbeta Wad-Rás, pero tuvieron que poner los brazos en alto pues el agua les cubría la cabeza y solo respiraban dando pequeños saltos para coger aire, así avanzaron hasta poder salir de aquel agujero que significaba la indefensión total, pues los moros sí estaban haciendo un buen fuego, en el avance cayeron muertos el marinero don Ramón Calefe y don Julio Romero, solo en el trayecto de intentar llegar a tierra, pero a partir de aquí las cosas fueron más fáciles y se tradujeron en un rápido asalto a la cotta, terminando su conquista y la pacificación total de la isla de Tawi-Tawi.

        El 4 de septiembre regresaban a la capital de Joló. Esta victoria tenía un doble efecto, pues sus habitantes eran tenidos por el resto de los indígenas como invencibles, al ser vencidos lo eran los españoles y esto hizo que cambiaran mucho las cosas en todas las islas de Joló. Concluida la guerra en las islas, don Pascual retornó a su puesto de Gobernador, pero cada día que pasaba se sentía peor, tanto por el tema de la sumaria que no se le había hecho ningún caso, como por, según palabras del médico que le atendía don Ricardo Aranguren, quien ya por la confianza le dijo: «…porqué sino, pronto dejará usted de ser don Pascual.», llegando a comentar con sus compañeros: «no hay en Joló un enfermo más grave que don Pascual.», estaba agotado moral y físicamente. Dejó pasar unos días para tomar la decisión y como su médico le había dicho que los tres de la isla firmarían un certificado dando la explicación de su gravedad, con esto sería suficiente para ser transportado a la península. Don Pascual al fin aceptó y los tres médicos, don Ricardo Aranguren, don Agustín Domecq y don Pedro Martín así lo hicieron, el parte lo enviaron a Manila y el gobernador Malcampo con fecha del 13 de noviembre de 1876 firmó la dimisión de Cervera como Gobernador de Joló. Recibió una carta de don Antonio Martínez, en la que entre otras cosas le dice:«Más, para llegar a ésta, se necesita mucho tacto y prudencia de nuestra parte, lo que me permito dudar tengamos tan pronto deje usted ese mando. Dios le dé a usted toda la salud, habilidad y paciencia para salir bien de ese berenjenal. Las ideas estrambóticas, que ciertos hombres tienen del deber, o, mejor dicho, manifiestan tener, y que usted, desgraciadamente, observa en algunos de los que tiene a sus órdenes, no son ideas, sino sistema, muy estudiado bajo la dirección del catedrático, llamado Sin Vergüenza, sin otro fin que el de evadir el bulto a la contingencia, como dicen los cubanos. Para destruir ese sistema, tan perjudicialísimo a los buenos, es preciso mandar como yo lo hacía y usted le extrañaba tanto. Tengo entendido que el coronel Bremón está autorizado para sustituir a usted, en caso que lo necesite, por motivos de salud. Mucho sentiré que llegue a tener lugar la sustitución, primero por usted, y segundo por…lo demás. Adiós, amigo mío…»

        Al enterarse todos de la salida de don Pascual lo sintieron mucho, hubo nativo que le indicaba que lo que le pasaba era por estar solo y le ofrecía escoger entre las más lindas indígenas para que se casara a su forma y le hicieran feliz, todo para que no se marchara, Cervera intentó hacerle entender que él ya estaba casado y su religión no le permitía tener más de una mujer, cosa que el moro no llegó a entender muy bien. Otros que le agasajaron fueron los chinos, entre ellos el más rico de todos ellos, Tiana, le dijo: «Mira, don Pascual, mientras fuiste Gobernador, no te quise hacer regalo ninguno, porque sé que no lo hubieses recibido; hoy no eres más que un amigo, y no puedes rechazar este pequeño recuerdo, que es curioso, aunque no vale nada, Don Pascual…vale mucho más.» El regalo consistía en unas conchas que tenían adheridas caprichosas y finas perlas, que don Pascual no quiso aceptar pero la insistencia y por no hacer el feo, consintió. El 30 de diciembre embarcó en el vapor Aurrerá, arribando a la península muy enfermo, tanto que tuvo que alquilar un tiro de caballos, para que le pudiera llevar a su casa, yendo ya con él su esposa e hijos. Como siempre el Gobierno no se lució mucho con el marino español. Con fecha del 4 de enero de 1877, la Gaceta de Madrid publicó un decreto por el que S. M., estaba muy satisfecho del tiempo que había estado como Gobernador de la isla de Joló. El 22 de marzo de 1878, por otro Real decreto del Ministerio de Ultramar, se le daban las gracias por el buen desempeño de su tiempo de Gobernador de Joló, y esto porque Malcampo lo envió, pero no se sabe la fecha en que lo escribió y cuanto tardó el Gobierno en hacerlo público. (Hay que hacer notar, que la diferencia entre ambos decretos es de más de catorce meses.)

        A su regreso había un nuevo Rey de la casa de Borbón, el hijo de la destronada doña Isabel II, don Alfonso XII, se había terminado la guerra civil del Norte y estaba como Presidente del Gobierno don Antonio Cánovas del Castillo, quien al haberse concluido la guerra que precisamente quitó fondos a la Comisión Hidrográfica de Filipinas, con el consiguiente enfado de don Pascual, al enterarse el Presidente quiso tomar el pulso al momento en que estaban aquellos territorios y dado que le había sido entregados los trabajos de Cervera no dudo en llamarlo a Madrid para saber de primera mano la situación. Mientras llegaba a la Corte don Pascual, Cánovas quiso saber más sobre él ordenando se le entregara todo lo que estuviera disponible para saber con quién iba a hablar; pudo apreciar que era una persona firme, pero muy amable, lo que le dio confianza para creer en sus palabras, se presentó Cervera y mantuvieron largas conversaciones, el mismo don Antonio para que fueran de dominio público, al concluir todas ellas le dijo las publicara, de aquí surgió una obra: «Memoria sobre el Estado del Archipiélago Joloano.» así todo el país pudo saber en primera persona como se encontraban aquellos territorios, ya que don Pascual no se cortaba al escribir. La obra después de explicar al lector los vericuetos de lo complicado de su composición, lo necesario de mantener una fuerza naval suficiente para poder transportar los efectivos militares, lo va poniendo en situación del alto riesgo que significa no tener esa fuerza, al mismo tiempo da una buena nota de las distintas razas de los habitantes y una buena dosis de los distintos que son a los españoles, pero al final de la obra llega a una conclusión y es que hay dos problemas básicos, uno: «El Sultán y sus magnates quedan hostiles a nosotros y entregados en cuerpo y alma a los extranjeros, no por amor a ellos, sino por odio a nosotros y por su propio interés.» y el segundo: «El pueblo joloano, que nos odia, como todos los moros, queda en situación expectante, sin querer renunciar al lucro que les proporciona nuestro establecimiento.», la obra la escribió al darle el permiso el Presidente y estando descansando de su enfermedad en su casa de Tablanes muy cerca de Sevilla.

        Al recuperarse don Antonio Cánovas quiso tenerle cerca como asesor sobre Filipinas, para ello le pidió al Almirante Antequera, Ministro de Marina a la sazón le diera un puesto en el Ministerio. Decir que don Pascual llegó a la península tan desmoralizado por todo que estaba pensando después de entrevistarse y poner las cartas sobre la mesa con el Presidente, pedir el retiro dedicándose por entero a atender a sus hijos y esposa, así como la casa que había heredado de la que podía seguir viviendo sin grandes lujos, pero sin necesidad de verse envuelto en asuntos sin estar en su mano la solución. Pero su responsabilidad de marino, hombre y español le afectaban muy hondamente todo lo que estaba ocurriendo en el archipiélago, por eso al ofrecerle un puesto en el Ministerio incrédulamente pensó que algo podía todavía servir a España y tan cerca del verdadero poder, aunque no muy convencido, pues lo pensó más de dos meses, pudo más su amor a su Patria que el desasosiego que le producía saber lo que ocurriría y la esperanza de poner fin a aquel «juego» el cual solo a unos pocos les hacía ganar algo, a costa del desprestigió de los militares y por extensión de todos los españoles.

        Era un hombre de anécdotas continuas, pues siempre tenía la fina palabra justa en el momento oportuno. Cierto día en el Ministerio un general se le acerca y le dice: «Ya ves, Pascual, esto es insufrible; los militares no podemos vivir; mis gastos me agobian; vivo tan lleno de privaciones, que me he resignado a no ir más que una sola vez por semana al Real.», don Pascual le contestó lo mismo pero en positivo y le dijo: «Entonces, yo creo que eres injusto con tu Patria. Si puedes darte ese regalo, deberías decir más bien; mira cuan retribuidos estamos los militares, que, después de cubrir todos mis gastos, aún me queda para ir al Real una vez por semana.» (Que diferente se ve la Historia, cuando uno está en primera línea de fuego y otro lo está en la primera línea del Ministerio) El Ministro lo puso al frente del Negociado de Clases Subalternas, llevado por la preocupación de estas clases que a bordo de los buques eran el alma de ellos, sabía que no estaban bien pagados, por ello intentó mejorar sus haberes, lo cual no era un regalo sino lo que en realidad les correspondía, pero se lo impidieron los de siempre y años más tarde, esta clase se sublevó para ser atendidos como lo que realmente representaban. Formó parte de la Comisión que puso los cimientos de la Escuela de Torpedos. Pero como su cargo estaba unido al de Justicia y Recompensas, aquí fue donde tropezó en más de una ocasión para rectificar ciertas prebendas que no ganadas en buena lid, como el caso de cierto político que solicitó ni más ni menos la Gran Cruz del Mérito Naval, cuando como mucho había visto la mar en las pinturas del Museo Naval, además de ser una condecoración solo reservada a los generales de la corporación. Pero don Pascual escribió y leyó su intervención ante la Junta, como si fuera el abogado del diablo, consiguiendo no le fuera entregada por la Junta Superior de la Armada, esto inmediatamente se tradujo en una persecución a su persona, solo por cumplir con su deber, razón que fue siempre la primera mira en su comportamiento como marino. Otro caso que nada le agradó fue que don Leopoldo Alas «Clarín» atacó a los oficiales de la Armada desde un diario, como medio para solucionar el problema se unieron unos cuantos oficiales y lo retaron a un duelo, pero el oficial debía de salir de un sombrero, ya que se hicieron papeles que contenían el nombre de todos y cada uno de ellos, para que alguien sacara uno y ése debería de enfrentarse al periodista, al enterarse don Pascual, les dijo que él no iba a ser partícipe de un asesinato por lo que no se les ocurriera poner su nombre porque no acudiría. Así se quedó de momento, pero el día del “sorteo” él ya llevaba una carta de dimisión en el bolsillo por si se le había hecho caso, pero no tuvo que utilizarlo, porque don Leopoldo se retractó ese mismo día y se suspendió el “sorteo”.

        Dado que no soportaba aquella tensión por innecesaria e incoherente pidió el cambio de destino al Ministro, así tuvo la satisfacción de recibir el Real decreto del 25 de abril de 1879, otorgándole el mando de la corbeta Ferrolana, la cual en esos momentos cumplía la misión de buque-escuela de Guardiamarinas, permaneciendo al mando hasta el 13 de noviembre de 1880, en cuyo espacio de tiempo se mantuvo lo máximo posible en la mar, dedicándose por completo a la buena formación de los futuros oficiales y así olvidarse de la política. Al terminar su periodo de mando se le dieron dos meses de licencia, pasándolos junto a su familia en su casa. Su faceta paternal y humana quedó plasmada evidentemente en una larguísima carta, fechada en 1881, con ocasión del ingreso en la Escuela Naval Flotante, sita en la fragata Asturias fondeada en el Ferrol, escribiéndosela a su hijo Juan Cervera Jácome. En ella le da una larga serie de consejos de todo tipo para su buena formación tanto como ser humano y como un buen profesional de la corporación. Siendo más un tratado de buena conducta y formas para poder alcanzar al menos su satisfacción personal, le fuera o no reconocida por otros por ser eso más complicado. Hacemos casi una recensión de ella para tratar de explicarla, quedando con el contenido siguiente, comienza: «Consejos que al separarse de sus padres, doy a mi queridísimo hijo Juan, los cuales le encargo lea cuando menos una vez al mes: No olvides nunca, hijo mío, los deberes que tienes para con Dios…ni tampoco de rezar algo cada día, por muchas que sean tus ocupaciones. Que la mentira, hijo mío, no manche tu labio. No descubras nunca al compañero, aunque te hubieran de imponer algún castigo inmerecido que, en llegando el caso, sufrirás con resignación. Sólo debe exceptuarse el caso en que la caridad lo exija, por ejemplo, para prevenir el daño de un inocente.
No dejes de escribir nunca a tu madre, siquiera una vez a la semana.
Estudia mucho, sin desanimarte porque encuentres alguna cosa difícil, pues no hay nada que no lo allane el trabajo. Cuando dependa de ti la distribución del tiempo, hazlo con anticipación. Sé muy respetuoso y obediente con tus superiores; para lo cual no es de ningún modo preciso que los adules. Con tus compañeros, sé afable y cariñoso con todos; pero cuando aceptes un amigo, que sea religioso y de buenas costumbres. Recibe con afabilidad todas las bromas que te den tus compañeros, y tú procura no darlas a nadie. No frecuentes nunca el trato de gentes de malas costumbres. Por ningún estilo entres nunca en ninguna casa de juego. Las diversiones lícitas, que te permitan tus recursos, y no te quiten el tiempo que debes dedicar al estudio, no hay inconveniente en que las disfrutes. No contraigas nunca deudas, ni aun pequeñas, sino que siempre has de vivir arreglándote a tus recursos. No tengas prisas en tener novia. Dedícate a tus estudios, que ya tendrás tiempo de ello. Procura no murmurar de nadie ni dar oído a tales murmuraciones, oyéndolas, cuando no puedas evitarlas, como quien oye llover. Procura no dejarte llevar de arrebatos de soberbia. No tengas tampoco envidia de ningún compañero porque aproveche más que tú. No le niegues tus elogios, ni tampoco desmayes por eso. Cumple siempre fielmente tus compromisos y sé muy leal en tus tratos, aun en las pequeñeces de la vida, sin que la pereza ni otra cosa te impida cumplir lo que una vez prometiste, en siendo bueno. En cualquier asunto difícil, consulta personas de experiencia y buenas costumbres, y no te duela guiarte por sus consejos. Si crees tú que yo puedo darte algunos, consúltame; que nadie es tan buen amigo como un padre que, como yo, todo lo quiero para mis hijos. Reflexiona también, que quien te da estos consejos soy yo, tu padre, que todo lo que quiero y a todo lo que aspiro, es a vuestro bien; por tanto, ninguna mira interesada puedo tener, y sólo deseo que pueda serviros de algo la experiencia que he adquirido rodando por el mundo desde hace treinta años.»

        Transcurrido este tiempo recibió la orden de pasar a Cartagena, por ser nombrado Comandante de Marina del Puerto. Este puesto era de los que más se rifaban, pero no precisamente el de Cartagena sino los puertos comerciales, pues la misión de este cargo era la de ordenar el tráfico dentro de él, por lo tanto era en realidad como un jefe de los prácticos, quienes a todo buque que entraba o salía le ponían la mano y algo caía, a parte lógicamente de su sueldo, los más preciados por su movimiento eran los de Barcelona, Valencia, Sevilla y Bilbao, así como los insulares de la Habana y Santiago de Cuba en esta última y el de San Juan de Puerto Rico, los cuales estaban a su alcance, ya que sus dos tíos en la Armada don Juan y don Ramón Topete ocupaban altos cargos, pero nunca los utilizó para ascender. Pero no había comenzado a sentarse cuando empezaron los problemas, aparte de no querer admitir un céntimo de lo que otros recogían, como ya se ha explicado, hubo un suceso digno de mención en la profesionalidad del marino que por serlo le corresponde figurar aquí. Ocurrió justo la noche del 24 de diciembre, Navidad, cuando estaba sentado y disfrutando de la familia, la cena y la gran noticia, pues su hijo mayor había ingresado en la Escuela Naval aquel otoño lo que era un motivo de orgullo para él, cuando más animada estaba la noche y todos muy contentos, de pronto se oyeron unos fuertes golpes en la puerta, alguien muy asustado venía a casa del capitán del puerto, porque el moderno trasatlántico León XIII se había ido por la mucha mar contra la escollera y allí se había quedado embarrancado.

        No lo dudó un instante, se cortó la fiesta, salió corriendo a embarcar en un remolcador que ya le estaba esperando, pronto llegaron al costado de buque pero el lugar era muy complicado, pues hacía el efecto de resaca por la mucha mar, impidiendo conseguir acercarse los suficiente para que don Pascual saltara a la escala, así que le dio la orden al timonel de alejarse unos metros, meter la máquina al máximo y aguantar el golpe, mientras él a pesar de que el remolcador se movía como un autentico cascaron de nuez, se situó en la proa para saltar antes que llegara a golpear, para evitar que del golpe se separara más y fuera hombre al agua, se realizó la maniobra y lo consiguió no sin esfuerzo, pero logró su objetivo aún a riesgo de su vida, pues si caía al mar podía ser aplastado entre la proa del remolcador y el costado del trasatlántico, ya a bordo lo primero que hizo fue verificar no existían vías de agua, realizándolo en pocos minutos, para subir al puente y hacerse con el timón, comenzó a jugar con la hélices y las velocidades. Como había ocasiones que el buque embarrancado salía de esa posición pero el oleaje lo devolvía, ordenó dar toda la máquina y con el timón al rumbo, más el empuje de dos remolcadores después de dos largas horas de trabajo consiguió hacerlo entrar en el puerto y fondearlo. Después reconoció que lo que más le costaba era tranquilizar al pasaje. El dueño del buque el marqués de Campos, intento una y otra vez agradecerle lo que había hecho por su buque y don Pascual siempre le contestaba lo mismo: «Lo que he hecho no merece recompensa; ha sido lisa y llanamente, cumplir con mi deber.» Negándose por completo a que de ninguna forma se le hiciera ningún “regalo”. (Igual que otros en todos los tiempos de la Historia.)

        Recibió de una personalidad la petición de establecer en el puerto un pontón para almacén de carbón, siendo enviado por la Administración del Ministerio de Fomento al gobernador de Murcia y éste lo remitió a la Capitanía del Puerto, pero las prisas o los errores de los de “arriba” no se dieron cuenta, como sí cayó en ella don Pascual, al tratarse de un pontón el trámite lo debía realizar el Ministerio de Marina, por ello devolvió el informe por no ser de su competencia, pero informó del hecho al Capitán General del Departamento, precisamente el general Pezuela, aquel de cuando en Joló le dijo a Cervera que se había puesto algo lejillos. Pero no había llegado a su despacho, cuando ya tenía otro documento con la firma del conde de Foxá, dando mayor peso al expediente, a partir de aquí se fue complicando el asunto, pues llegó a conocimiento del marqués de Villamejor, a la sazón Senador del Reino, quien: «…llamó la atención al Ministro de Marina sobre el hecho de que en la Capitanía del Puerto de Cartagena se detenían los expedientes y se evadía el dar informes pedido por Autoridades Civiles.» Mientras no salió a la luz pública una carta que don Pascual escribió al conde de Foxá, nadie sabe el motivo de ese «olvido»:«Cartagena 8 de julio de 1882. — Sr. Conde de Foxá. — Muy señor mío y de mi más distinguida consideración: La instancia, a que se refiere su favorecida del 5 corriente, hace ya tiempo vino a mi poder, remitida por el señor Gobernador de esta provincia, a cuya Autoridad la devolví sin informe, con oficio, en que fundaba el motivo de no darlo. De todo di cuenta al General de este Departamento, que, a su vez, elevó el asunto al Gobierno de Su Majestad, con cartas oficiales, números 36 y 723 de 9 de febrero y 15 de marzo último, a cuyos documentos puede Ud. acudir, si desea más pormenores. Por lo demás, debo hacer presente a Ud. que, a pesar de lo que se ha permitido decir de mí en el Senado un Señor Senador, nada tengo detenido nunca, y, por tanto, es inútil toda excitación a una brevedad en el despacho que siempre empleo, como sería completamente ineficaz cualquier presión, que se tratara de ejercer sobre mí para determinar que un acto mío se lleve a cabo en tal o cual sentido, porque mi carácter independiente y la conciencia que tengo de mi deber, hace que no tuerza mi camino, venga de donde venga la presión: Por lo demás, no digo a Ud., cuya posición autoriza para el paso que ha dado, sino cualquiera, por pobre e infeliz que sea, me honro en dar toda clase de satisfacciones. Con este motivo… — Pascual Cervera — (Rubricado)» Al final de todo un proceso de conversaciones, el Ministro contestó al señor marqués de Villamejor, después de responder con toda una serie de aclaraciones le añadió: «…por consiguiente, se ve que el señor Marqués de Villamejor fue mal informado, y que el Comandante de Marina de Cartagena ha quedado como corresponde a un Oficial de la Armada tan distinguido y de tan honrosos antecedentes.» Cuando oyó todo el discurso del Ministro el Marqués asintió con la cabeza que había sido engañado, lo que dejó claro que don Pascual no era un inepto y el equivocado era él.

        No siempre eran estas cuestiones, había otras muchas diferentes, pero ocurrió una que le toco el honor y ante esto se movió a la velocidad de la Luz, era el 24 de noviembre de 1882, estaba el carguero británico Tangier atracado en el muelle Alfonso XII y como estaba descargando tablones de pino, para hacer el trabajo más rápido los dejaba caer de una altura nada normal, así abreviaba el tiempo, pero dañó el muelle, se apercibió de ello el oficial de guardia y mando abordar el buque a un práctico, pero éste fue casi arrojado a tierra por orden del capitán, el oficial corrió a avisar al Capitán del puerto y acudió al muelle don Pascual, en el momento que desoyendo toda indicación el buque comenzaba a separase del muelle, solo había un cañonero en el puerto, el Gaditano, pero se encontraba tan alejado que no pudo evitar que el británico consiguiera salir del puerto a pesar de los disparos que se le hicieron desde tierra, todos se quedaron mirando a don Pascual quien estaba viendo salir al mercante, pero sin hacer ningún gesto ni moverse, lo cual y para su carácter llamó la atención de sus subordinados. Sabía perfectamente que debía hacer, nada se supo en Cartagena hasta pasados unos días el buque regresó, lo que volvió a llamar la atención de todos. Don Pascual por el libro de bitácora sabía el destino siguiente, por ello se puso en contacto con el capitán del puerto de Valencia, a quien notificó todo lo ocurrido, se presentó el Cónsul británico de la ciudad en el puerto y le dio orden de regresar a donde era requerido. Por eso estaba de nuevo en Cartagena, el juicio duro veinte días y la sentencia acatada por el Embajador que se desplazó desde Madrid y Cónsul de Cartagena, fue la de pagar todos los daños ocasionados y otra impuesta por el mismo Embajador personal al capitán por desobediencia a las autoridades españolas.

        Arribó al puerto de Cartagena el acorazado de bandera italiana Caio Duilio y don Pascual quiso ir a presentar sus respetos al comandante, para ello debía ir en un buque de guerra español, de lo poco que había le asignaron el cañonero Toledo, era de la serie de los construidos para la guerra civil del Norte que tenían un prominente espolón (conocidos en la Armada como los ‹narigudos›) y lógicamente al mando de un joven oficial; eran buques para río de poco calado por ello muy poco marineros, toda su seguridad consistía en los esplendidos cierres de las portas y escotillas para impedir la entrada de agua que si bien era lo necesario no eran nada elegantes, pensando en esto y no en la importancia de ellos, el nuevo comandante los había cambiado por unas carrozas doradas que efectivamente lo hacían más vistoso pero nada eficaz. Don Pascual se fijó inmediatamente en el detalle pero no abrió la boca, al parecer el comandante había recibido algún beneplácito comentario al respecto y quiso saber la opinión del Capitán del Puerto, por ello le preguntó si le gustaba el cambio realizado, respondiéndole: «Me parece que lo único bueno que tenía el barco, para luchar en la mar, se lo ha quitado usted para ponerle esos primores, que de nada práctico sirven.»

        El 1 de diciembre de 1882 llegó su sustituto para ponerse al mando de la Capitanía del Puerto, entregó el mando y al día siguiente zarpaba de Cartagena a bordo del vapor Valencia con rumbo a la bahía de Cádiz, al hacer su entrada en la bahía se llevó la sorpresa de que todos los muelles estaban llenos de gente, entre ellos los armadores, consignatarios y los descargadores, ya que todos de una u otra forma durante su tiempo en Cartagena había recibido, tanto agradecimientos como llamadas de atención por parte de don Pascual, el vapor Valencia pertenecía a la compañía de marqués de Campos, el dueño también del León XIII que él había salvado, así que subió a bordo el Consignatario y saludó a don Pascual en nombre del señor marqués, y se quedó atrás, al ir a pagar don Pascual el pasaje, el consignatario hizo una señal al cajero y éste le dijo que no podía cobrarle, Cervera se apercibió de la mirada del cobrador y se giró a su espalda, entonces el consignatario le dijo: «Señor Cervera, hemos estado esperando un año entero para saldar, por orden del señor Marqués, una cuenta pendiente, que con usted tenemos. Por no herir su delicadeza no quiso el señor Marqués hacerle ninguna demostración de afecto, cuando su hermosa acción con el León XIII, y eso por consejo mío: pero ahora ya no es usted capitán del Puerto, y no va a hacernos un desaire, cuando con tan buena voluntad queremos tener el honor de llevarle gratis en el barco.» Transportó todas sus pertenencias junto a su familia y al día siguiente se presentó en el Arsenal, donde se quedó sin destino y con plaza para cubrir la posible eventualidad que se diera. Pero no le dejaron de verdad sin trabajo, pues estuvo escribiendo estudios sobre materias de la Marina, tanto por iniciativa propia como por encargo del Ministro de turno, de uno de estos salió uno de mucha fuerza, ya que por fin ponía orden en el sistema de contratación de construcciones o eventualidades de buques por parte de la Armada, siendo su título: ‹Defectos del Sistema de contratación vigente y manera de subsanarlos.›, con todo esto pasó el año supuestamente sin destino, hasta recibir la Real orden del 30 de noviembre de 1883 nombrándole Ayudante Mayor del Arsenal de La Carraca, donde como era su costumbre desempeño el cargo con total seriedad y dignidad, hasta llegar un oficio de orden del Ministro de Marina, almirante Antequera, del 23 de octubre de 1884, con el nombramiento de presidente de la comisión del control de la construcción del acorazado Pelayo, siendo acompañado por el teniente de navío de primera clase don José Ferrándiz Niño, el ingeniero Jefe de segunda don Juan José Vélez y el contador de navío de primer clase, don Carlos Saralegui y Medina, quienes debían de asesorarle para el buen fin de su comisión.

        El 11 de noviembre entregó su cargo de Ayudante del Arsenal y a media noche del 2 de diciembre se puso en camino a Madrid, al llegar notó lo que había dejado, no era otra cosa que las formas en que algunos se sentían desposeídos por el almirante Antequera, por ser contrarios a la idea de construir acorazados, por ello el ambiente estaba enrarecido y nada parecía fuera a avanzar. Se entrevistó con el Ministro para informarle directamente de su cometido y responsabilidad, ya puesto al momento hizo llamar a sus ayudantes quienes recibieron la comunicación con mucha alegría y total apoyo a la idea del almirante, así supo que su cargo era: Inspector de las Obras del Pelayo y Jefe del numeroso personal de Ingenieros, Maestros y Operarios que viajaban al astillero francés Forges et Chantiers de la Mediterranèe, el encargado de realizar la obra, para que estuvieran a pie de ella y fueran adquiriendo la formación necesaria para el mantenimiento posterior en los Arsenales españoles el buque, pero vista esta responsabilidad añadida, le hizo una petición de aumento de facultades al Ministro para poder mejor gobernar todo aquello, así su propuesta como siempre era dura: «1ª Poder enviar a España, sin consulta ni necesidad de sumaria, expediente u otra formalidad, a cualquier operario —inconveniente—; y esto, aunque no fuese por cuestión de disciplina o moralidad, de modo que el hecho no le sirviese de mala nota, a no aconsejar otra cosa las circunstancias. 2ª Poder enviar el personal de la Comisión a donde fuera necesario para el servicio de inspeccionar las obras, aun cuando fuese cambiando de domicilio. 3ª Que en las instrucciones se especificase el servicio que debía prestar los Ingenieros subalternos y que se le acompañara todo lo convenido sobre el trabajo de los operarios.» Todo esto se lo concedió el Ministro, para evitar hubieran malos entendidos, posteriormente se redactaron unas: «Instrucciones de los operarios Ingenieros, que vienen a esta Comisión, con objeto de perfeccionar su instrucción, con arreglo al art. 4º de las Instituciones de 24 de diciembre de 1884.» Por las premuras no le dio tiempo a escribirlas en España pues él llegó a Marsella el 30 de diciembre de 1884, quedando formalmente establecida la comisión el 1 de enero de 1885 y las Instrucciones están fechadas el 17 de marzo seguido. Poco después, recibió la Real orden del 16 de abril notificándole su ascenso al grado de capitán de navío.

        Nada más empezar surgieron problemas con el blindaje, porque el Ministro lo había contratado con Schneider de Creusot, la cual lo iba a construir sin problemas, pero las pruebas de estas planchas había dos formas de hacerse, una era que se ponían varias planchas en el polígono y el ingeniero elegía una que era sobre la que se disparaba, la otra que la presentó el astillero por ser más barata, era que ellos le pondrían una plancha y sobre ella se harían las pruebas de los disparos, pero don Pascual se negó en redondo a ello, a tanto se fue alargando este problema que fue la causa real del retraso de la entrega del buque. Pero se encontró con una Real orden del 25 de agosto de 1886 firmada por el Ministro de Marina señor Beránger, por ella se le daba la razón a la Empresa y se le quitaba a él. Como era época de mucho movimiento en los Ministerios se esperó a que cambiara el Gobierno y en cuanto supo que ahora ocupaba la cartera el señor Rodríguez Arias se desplazó a Madrid a ‹visitar› al ex Ministro, la visita transcurrió como era de esperar con las evasivas del ex Ministro, quien negaba haber firmado aquel documento y Cervera se lo puso delante con su firma, viéndose acorralado se salió por la tangente, pues solo le contesto: «…que se había abusado de su buena fe…» Seguramente el señor Ministro solo miraba por el bien del Erario Público, como la gran mayoría de todos ellos. Con problemas y todo se consiguió botar el buque el 5 de febrero de 1887. Entonces sí que acudieron todos a presenciar tan magna ocasión, no en balde era el primer acorazado de torres que iba a tener España, el primero en presentarse fue el nuevo Ministro señor Rodríguez Arias y de buques la vieja fragata ahora dedicada a buque-escuela, no siendo otra que la Blanca. Cuando terminó la ceremonia y ya el buque en el agua, fue remolcado a un atraque donde siguió su construcción a flote.

        En septiembre don Pascual tuvo que viajar a la ciudad de San Sebastián, coincidiendo en que en ella se encontraba la Reina Regente doña María Cristina de Habsburgo, (a la que también se le daba el apellido de Austria) quien enterada de la presencia del comandante del nuevo acorazado lo quiso saludar, para ello envío al comandante del Destructor para avisarle de lo que S. M. demandaba, don Pascual quiso evadirse de tan augusta visita, aduciendo no llevaba el uniforme ni traje adecuado para semejante visita, ya que solo había ido para solucionar unos problemas personales, pero la Reina Regente le hizo saber que eso estando de vacaciones no era un inconveniente y apreciaría mucho ser visitada por tan famoso marino. No pudo zafarse don Pascual y conducido por don Fernando Villaamil lo llevó a presencia de S. M., en la misma playa delante de su caseta de baño (más informal imposible), la Reina le preguntó sobre el Pelayo y don Pascual se explayó en las virtudes del buque así como con los graves problemas con los que se encontraba, pero se irían solucionando poco a poco. Se despidió de S. M., pero la egregia dama se quedo con la franqueza que le había hablado. (Muchos aseguran que esta fue la causa de que posteriormente fuera elegido como Ayudante de Órdenes del joven Rey don Alfonso XIII)

        Regresó don Pascual a su lugar de pelea, pues no le quedaba por delante nada más que organizar el buque, para saber cómo distribuir la dotación y saber exactamente cuál era la necesaria en cualquier circunstancia, (cuestión nada baladí y quizás una de las más pesadas de un comandante de quilla), pero sobre todo se centró en el mando que es en definitiva el responsable máximo de todo cuanto suceda a bordo, entre otras muchas lecciones que da en su folleto hay una que destaca por su forma: «No se trata solamente de que se sepa entrar y salir de un puerto con felicidad; el manejo de un buque de guerra exige más; exige saber apreciar rápidamente el espacio suficiente para ejecutar una evolución cualquiera. Para ellos, es preciso que el Comandante eduque la vista para apreciar a ojo, desde el lugar en donde está colocado, las distancias suficientes para la evolución; pues de poco le serviría el tener delante la tabla, que contuviera los radios de la curva de evolución en relación con los ángulos del timón y tiempo necesario para describirla, sin mucha práctica en la clase de buque que guía. Para educar su ojo marinero deberá empezar por hacerse en la mar ancha, con la mar llana y viento calma o flojo, toda clase de evoluciones, dejando caer en la mar y evolucionar alrededor, hasta concluir por venir de lejos, poner las boyas desde abordo, sin necesidad de bote. Estas evoluciones han de ser de todas clases, y ejecutadas unas veces con las hélices avante; otras, una avante y otra atrás; ya parando la Máquina, etc. Y cuando se tenga éxito fijo en circunstancias favorables, podrá extenderse a evolucionar con viento fresco y mar; no olvidándose de observar el efecto que produce el ciar con ambas máquinas o con una sola y diversas circunstancias del mar y viento.» (Es manifiesto que don Pascual dejaba la marca de la buena forma, de saber dar las órdenes oportunas con el conocimiento suficiente para lo ordenando y bien cumplido acabaría dando un buen fin.) Los problemas se amontonaban, de tal forma que por ser fabricados los cañones en España, pero los afustes, torres y sistemas hidráulico en Francia, no existiendo una gran comunicación entre ambas empresas, (lo que lleva a pensar a muchos que lo intentado por los franceses era se artillara con sus piezas), tuvo que escribir en varias ocasiones a los diferentes Ministros, unos por otros el tema se estaba quedando endémico y no se veía el fin de la construcción, hasta el 18 de mayo de 1889 el Gobierno dictó una Real orden para que el acorazado, sin su artillería y sin sus redes Bullivant zarpara de Tolón con rumbo a Cartagena. A su entrada en el puerto se encontró con todos los muelles llenos de gente, para darle una bienvenida que no se olvidara, pero la verdad es que el acorazado venia sin sus colmillos. (Un dato para no olvidar: A la llegada del buque todos quisieron verlo por dentro y lo que más llamó la atención fue la espectacular Cámara del Comandante, pensando algunos quien debía de estrenarla ya que Cervera no iba a ser su comandante, por ello se le ofreció al capitán de navío don Manuel Mozo, quien estaba a bordo de la Numancia con dos cargos, pues era el Mayor General y Capitán de Banderas del buque, pero lo rechazó de lleno, aduciendo que: ‹no estaba terminado› sólo por esta razón continuó don Pascual al mando del Pelayo, ya que todos lo querían bien terminado, de lo contrario no era un buen buque para su mal entendido honor. Quizás por eso luego también acepto al Colón.)

        Las incongruencias prosiguieron, porque don Pascual recibió una Real orden del 1 de junio de 1889, ordenándole «que el buque comenzase ya a satisfacer definitivamente las necesidades ordinarias del servicio de Escuadra.» a ello don Pascual el 15 de junio le escribe al señor García de Tudela, a la sazón Director de Material en ella entre otras cosas le indica: «…que no había cañones en el barco, ni balas, ni pólvora ni nada, absolutamente nada de cuanto hace falta para hacer la vida de Capitana.» ya no supo qué hacer cuando se presentó el 1 de julio el Comandante General de la Escuadra de Instrucción don José Carranza, para comenzar a salir y hacer las debidas maniobras, viajes y representaciones, quedando don Pascual como Capitán de Banderas del buque y dándole como escolta dos cruceros (no mencionan cuales) pero resultaban tan inofensivos como el mismo acorazado. Sucedió que los rifeños hicieron fuego sobre el cañonero Cocodrilo, por ello llegó una orden del 7 de septiembre de 1889, por la que la escuadra acudiera a pedir explicaciones a Tánger. Don Pascual se echo las manos a la cabeza, pues el acorazado seguía igual, pero había que cumplir la orden y así se hizo, para poder saludar al cañón pidió al crucero Isla de Luzón le pasara munición y con uno de los utilizados para desembarco de la marinería, pudo suplir la falta de materiales a bordo. Pero en su diario de toda su vida entre otras cosas de este día anota: «…tanta organización teatral, que podría darnos un disgusto el día del combate…» Pudo hurtar tiempo a la visita para escribir una carta a S. M., no era otra cosa que su dimisión, en ella entre otras cosas dice: «No es éste, Señora, un medio que emplea el recurrente para acusar indirectamente a nadie; sólo a sí mismo acusa; y, si no funda su solicitud en razones de salud, es porque no hablaría con verdad, y eso es contrario a mi carácter.» Como es natural se la entregó al almirante de la escuadra y éste no se sabe muy bien la razón, simplemente cursó la instancia como cualquier otro documento, sólo apostilló: «Sí se concedía aquel retiro, se reunieran en uno los dos cargos de Mayor General y de Comandante del Pelayo como medio de evitar disgustos.» Cuando la noticia se extendió comenzó a recibir cartas de casi toda la Corporación, pero hay una que nos parece tiene mucho que ver con los acontecimientos posteriores. Se la envía el capitán de navío retirado don Rafael Pardo de Figueroa y entre los puntos que contiene, éste es digno de ser conocido: «Medina, 19 septiembre de 1889. — Querido Pascual: Te felicito por la gallarda resolución, que has tomado, de pedir tu retiro, para no ser cómplice ni responsable en primer término, ante las conciencias honradas, de esa farsa. Tu resolución no es heroica, pues estás en actitud de poder retirarte; pero es digna, honrada y patriótica. No hay, sin embargo, en toda la Marina quien firme tu retiro, y a regañadientes se hará lo que se debe de hacer, no sin que conserves odios y rencores para mucho tiempo…» (Cuanto se lee este último apartado de lo mucho que aún le quedaba por pasar a don Pascual y por extensión de la incompetencia de los zorroclocos de España y los españoles incluidos algunos compañeros, es porque ya se sabía que en la primera ocasión que se presentará, sería el cabeza visible de todo el problema, es algo que empezó en Filipinas y le siguió toda su carrera, hay que recordar que quien se lo dice es también un marino.)

        El almirante don Juan Bautista Antequera, le remitió otra del 20 desde Vitoria:«Muy apreciable amigo: Mayor fue aún el disgusto que la sorpresa, que me causó su última; pues no creí que se resolviera a pedir el retiro y sí a pedir su relevo, por cualquier motivo, pues la notoriedad de la cosa, no dejaría a nadie duda sobre la causa verdadera de la protesta. De todos modos, a usted ha tocado en esta ocasión manifestar el disgusto de toda la corporación, en la única forma en que pueden manifestarlo los militares, y ha tenido el valor de llevarla hasta sus últimos límites. El servicio se ha prestado ya con su actitud, y usted no debe insistir en el retiro, dándose, como se le han de dar, todas las satisfacciones posibles. Precisamente, en el paseo del Destructor, en que Su Majestad me dispensó el honor de acompañarla, habló sobre usted conmigo, en el sentido en que usted se merece…» Recibió otra que también extractamos para no alargar en demasía ésta. Se la remite su tío don Ramón Topete:«Capitanía General del Departamento de Ferrol 16 de septiembre de 1889. — Señor don Pascual Cervera… Sería ajeno a mi sinceridad el que tratará de disminuir la gravedad de los precedentes que te arrastran a tal extremo, por el contrario, aunque esos te afectan directamente e influyen por consiguiente más fatalmente en tu espíritu, el mal, sin embargo, es más hondo y transcendental, porque hunde la Marina hasta un estado, cuyo descrédito no tiene límites, Tú podrás apreciarlos, en parte, por los casos de que eres víctima; pero yo aquí, al frente de este Departamento, donde puedo abarcar más extenso campo de desdichas, el desbarajuste, el caos y la indiferencia con todas sus consecuencias se presenta a la vista como un triste panorama del presente y del porvenir. Ya ves que no me hago ilusiones; por el contrario, he perdido toda esperanza de remedio, y tengo el convencimiento de que en esta época, y con la impotencia de los que estamos a la cabeza del cuerpo para regir la Marina, aquel no se aplicará.» Pero recibió una primera Real orden indicándole: «que se amplíe el recurso» Una segunda con fecha del 22 de octubre de 1889, en ella se le notifica: «S. M. el Rey, y en su nombre la Reina Regente del Reino, se ha servido no acceder a la petición del Capitán de Navío don Pascual Cervera.» y una tercera que era lo que realmente sí le gustó a don Pascual: «…que el Pelayo pasase a Tolón para montar su artillería gruesa y terminar su armamento.» Así se pasó la insignia del almirante a la fragata Gerona, por encontrarse fondeada en la bahía de Cádiz. Mientras el Pelayo con su Comandante a bordo se puso a rumbo, teniendo la mala suerte de coger en la ruta un duro huracán, donde se pudo ver palpablemente la capacidad del buque para soportarlo y el buen manejo que le imprimió su comandante, consiguiendo arribar sin mayores dilaciones al arsenal francés.

        Estando en él acudió a visitar el buque el Presidente de la República francesa, Carnot, quien fue recibido con los honores de ordenanza e invitado a bordo con un excelente convite, antes de abandonar el buque, le dio las gracias por el esmerado trato recibido y tuvo a bien conceder a Cervera, la Encomienda de la Legión de Honor y al segundo comandante señor Camargo, la Cruz de la Legión de Honor. La entrega fue publicada en el Le Petit Journal del 25 de abril y dice: «Nuestra población ha acogido con grande alegría le elevación a la dignidad de Comendador de la Legión de Honor al Capitán de Navío Cervera, Comandante del acorazado español Pelayo.» Pero esto no sirvió de nada pues el buque seguía con sus retrasos de entrega y justo cuando ya casi todo estaba asegurado para una fecha, le llegó una Real orden del 29 de septiembre de 1890, por ella se le ordenaba entregar el mando al capitán de navío don Luis Pastor y pasar al Departamento de Cádiz. Antes de abandonar el buque realizo una pormenorizada ‹Memoria› de todo cuanto había sucedido durante su construcción y después ya en la mar, para dejar informado a su relevo y nada se le pudiera escapar.

        Al presentarse en Cádiz lo volvieron a destinar a Eventualidades del Servicio, pero la Reina Regente enterada de su casi separación del servicio activo, no tuvo inconveniente en crear un nuevo cargo en la Corte, por ello don Pascual recibió una Real orden del 3 de mayo de 1891, nombrándole Ayudante de Órdenes del cuarto Militar del Rey. En palacio la vida era monótona y a un hombre como Cervera la inactividad no era su forma preferida de vivir, por contra le sirvió para relajarse y recuperar fuerzas perdidas a los largo de toda su vida de marino, él mismo lo define: «Era el palacio real en aquella época, en que lo perfumaba el aroma de virtud que todos los actos de la augusta Reina despedían, una especie de casa señorial, en donde reinaba la austeridad de costumbres más edificante, unida al más fino trato de corte. Se habían armonizado, afectuosa y franca, en el trato común de las personas que pertenecían a la servidumbre real.» Lobo de mar metido a palaciego, le llevaba de cabeza la etiqueta a seguir, tanto que pidió auxilio a una dama de la Corte que lo era de la Reina, siendo la Duquesa de la Conquista y condesa de Cumbres Altas, pero ni siquiera a ella sabía cómo pedirle la ayuda, así que en un descuido la abordó: «Condesa, yo comprendo la importancia que en un sitio como este tiene la etiqueta pero, como ve, yo soy hombre de mar, y mi rudeza necesita algunas lecciones de cortesía.» le respondió: «No, Cervera, nada de eso: todos admiramos su trato, sencillo, sí, pero galante.» él replicó «No, Condesa, voy a serle franco. En mi profesión, cuando no se conocen bien los parajes por donde uno tiene que entrar, se toma un práctico para no perderse. ¿Quiere usted ser mi práctico, hasta que pueda yo navegar por la corte en franquicia?», le respondió: «Trato hecho, don Pascual, yo le serviré de práctico en este mar de la corte. A ver si saco un buen marino.» El acuerdo no hubiera tenido mayor importancia, pero la Duquesa lo comentó con la Reina y ésta le dijo: «Vamos, que no se despacha mal, surcando los mares de palacio. Enhorabuena por las lecciones de practicaje.»         Acompañó a la Corte a San Sebastián y como Ayudante del Rey siempre estaba cerca de él por si le necesitaba, de vuelta a palacio siguió perfeccionándose en estos mares, hasta recibir la Real orden del 22 de noviembre de 1891, comunicándole su ascenso a capitán de navío de primera clase. (Equivalente al actual grado de contralmirante) La Reina escribió una laudatoria nota a los superiores de don Pascual, en ella le dejaba muy alto y con una gran estima. Pasó destinado como mayor General del Departamento de Cádiz, pero ya en su ambiente volvió a la carga, pues viendo lo que pasaba escribió un ‹Informe› sobre el «Código Penal de la Marina de Guerra.» dejando bien claro no estaba a la altura de la época, surtió su efecto, pero permaneció muy poco tiempo en su puesto, ya que el nuevo Ministro Beránger lo quería a su lado y después de varios escritos tomo posesión el 13 de mayo como Vocal del Consejo Supremo de Guerra y Marina, pero al regresar el Ministro de la entrevista con su antecesor en el cargo sólo estuvo un día, siendo nombrado por Real orden el 14 de mayo Director Técnico-Administrativo de los Astilleros del Nervión. Pero esto no era ningún regalo, pues su trabajo era en realidad de director de la empresa, pero como un simple funcionario detrás de una gran mesa y con un gran sillón; así que le vinieron a la memoria sus tiempos de aspirante, pues en dos días cambio de destino tres veces. Todo porque por la Ley de Escuadra de 1885, la cual no proporcionó ni la tercera parte de lo que en ella se pedía, revitalizó los Astilleros de Ferrol y Cádiz, además de la creación del de Bilbao, llamado del Nervión, con una sociedad formada con la razón social de: Martínez Rivas-Palmers, en la que el español ponía el dinero y el británico sus conocimientos y organización del personal. Así consiguió ganar el concurso de la construcción de los tres cruceros, todo guiado por la mano del Ministro de Marina almirante don Rodríguez Arias, pero no obstante el buen pedido, Martínez Rivas se dio cuenta que salía más dinero de sus cuentas del que entraba, razón suficiente para llamar la atención a su socio, el cual se enfadó porque según él hacía todo lo que le era posible para ahorrar, por ello el español planteó formar una Sociedad Anónima al cincuenta por ciento, salvando el contrato de la Armada y el Mr. Palmers accedió a ello, pero todo esto dejó muy mal sabor de boca en todas partes y el problema no se solucionó ya que Martínez seguía aportando grandes cantidades, mientras que Mr. Palmers se las gastaba sin dar cuentas, llevando a la empresa inevitablemente a la suspensión de pagos, obligando a dejar a todos los trabajadores en la calle y los cruceros parados y a medio construir. De pronto el Ministro se encontró en la situación de tener que exigir o el contrato que era la terminación de los buques o que le fuera devuelto el dinero ya pagado, a lo que la Sociedad se negó, y el Gobierno se vio obligado a la incautación de todos los bienes de la sociedad, causando un mal estar general en la ciudad que en parte vivía en esos momentos de la construcción de estos buques.

        El Ministro Arias se encontró sin nada en las manos, pero los buques ya tenían forma, se había adelantado mucho dinero para impedir su suspensión de pagos y no era hora de tirar todo por la borda, pero mientras hubo uno más de los cambios de Gobierno y asumió la cartera de Marina de nuevo el señor Beránger, provocando que Rodríguez Arias viéndose ya desbordado cayera enfermo. Dado por desahuciado por los médicos pidió que Beránger acudiera a su lecho de muerte, para pedirle pusiera al frente de la sociedad incautada a la que nadie le veía salida a, Cervera, pues era el único que podría darle forma a todo. Así como se ve, solo se le llamaba para solucionar asuntos que otros con más años, más graduación y por tanto con mayor experiencia no sabían hacer frente a un determinado problema. Beránger le comentó a don Pascual que lo había nombrado el anterior Ministro, por ello debía ir a su casa a visitarlo y el almirante Arias le dijo: «Créame, Cervera, muero contento, porque le veo ir a Bilbao, y estoy seguro de que se acabarán de construir por fin esos barcos.», don Pascual le estrecho la mano con fuerza y sin nada más que unas breves informaciones de la situación ese mismo día tomo el ferrocarril que le llevó a Bilbao, ni siquiera llevaba maleta con ropa. Eso sí, el Gobierno en pleno le había dado prácticamente todo el poder de tomar cualquier medida que fuera en bien para que los cruceros fueran una realidad, pero poco después de llegar y revisar los almacenes, que en vez de ser algo parecido a esto, era un cúmulo de planchas y aceros sin clasificar echados por toda la extensión de la nave, por lo que más parecía un arrecife repleto de agujas que el nombre que se le daba, por el que era muy complicado navegar: recibió una Real carta de S. M., la Reina Regente, en la que se alegraba de haber tomado la riendas y al mismo tiempo le pedía la tuviera al día de los problemas que pudieran surgir. En un punto el secretario de la Reina, fuera del contexto de la Real carta le comunica de motu propio que: «Tiene en ello tanto más empeño, cuanto que sólo a su iniciativa se debe el haber sido usted nombrado para esta comisión, en la absoluta seguridad de que la llenará cumplidamente y a entera satisfacción de Su Majestad. Como la augusta Señora será muy probable que lea sus cartas, se lo advierto, por si quiere echar el resto en la parte caligráfica, pues tengo observado que, por lo común, al llegar ustedes a Generales, ni las mismas firmas se entienden. Consérvese bueno…»

        Lo primero que hizo, porque si no se trabajaba no se podrían terminar nunca los buques, fue hablar con el ingeniero británico Palmers, este muy desinteresadamente le contestó a todas sus preguntas: ‹que si le entregaba doce mil duros en el acto, se quedarían todos los empleados británicos.› don Pascual no lo dudo un instante y le extendió un pagaré del Reino de España, con esto cortó el paro causado y el abandono de los profesionales británicos, quedándole ahora los españoles, a quienes con sus finos modales consiguió convencer, realizando el pago del tiempo de su permanencia en paro, pero con la condición de que como debía firmar todos los pagares, al presentarse al día siguiente a trabajar como si nada hubiera pasado les serían entregado. Pero ciertas manos ocultas que se veían salir a la superficie, continuaban intentando sacar tajada de los retrasos, así un día un maestro obrero de máquinas estropeó una herramienta imprescindible, informado don Pascual fue despedido y a los pocos minutos se le presentó algo así como un comité de huelga, que si no era readmitido irían a ella paralizando las obras, don Pascual intentó hacerles ver que no era la primera vez, además esa herramienta había que pedirla de nuevo al Reino Unido, y no le parecía tan exagerado el castigo, porque reiterativamente había demostrado su mala fe. Los representantes no cedieron un ápice en su afirmación, así las cosas el Director se dejó caer sobre el respaldo de su sillón sin decir palabra, al ver está actitud, a su vez se callaron los obreros y entonces don Pascual les dijo: «Podéis hacer lo que os plazca, pero tened entendido que, si vais a la huelga, todo obrero que abandone el trabajo será obrero que no se volverá a admitir, aunque tenga que cerrarse el Astillero.» Sabedores, porque no lo había ocultado, de que su palabra era la palabra de la Reina, agacharon las cabezas y regresaron a sus puestos de trabajo, ¡la huelga se había terminado! Pero como don Pascual era un padre de familia, sabía el daño que le estaba haciendo al maestro obrero quien además era de los buenos, por ello pasados unos días lo llamó, le dio el trabajo pero en la herrería de ribera, consiguiendo de esta forma volver a cobrar, pero separándolo de la construcción de los cruceros. No hubo bajo su mando más intervenciones de comités.

        Otra anécdota que afirma la fuerza de carácter de don Pascual, fue el día que el señor Palmers se presentó en su despacho, diciéndole que si no se pagaba a la Casa Brown de Sheffield, la encargada de la fabricación del blindaje, de las calderas y hornos suspenderían el envío de lo que faltaba. Cervera se quedó de piedra, pero el británico se fue dejándolo en el mayor de los desasosiegos, de nuevo salió la fineza de su comportamiento y decidió no decir nada a nadie, quedando a la espera de acontecimientos. Llevándose la sorpresa que un tiempo después, recibió un telegrama de la Casa Brown, comunicándole había salido para Bilbao los últimos dieciséis hornos que completaban el pedido. Cayendo en la cuenta que todo había sido una maniobra del señor Palmers, por su cuenta y riesgo sacando más dinero para su propio bien estar.

        Recibió un telegrama el 20 de julio del señor Revuelta comunicándole que: «S. M. la Reina me encarga diga a V. E. ha tenido a bien concederle la Gran Cruz Blanca del Mérito Naval, como justa recompensa a sus distinguidos servicios.» dos días más tarde recibió una carta del ayudante de la Reina, diciéndole: «Al proponerle ella(la Reina)a V. para la Gran Cruz, trató de oponerse Beránger, alegando que acababa V. de ascender y lo juzgaba prematuro, por lo que ella insistió, alegando lo satisfecha que estaba de sus servicios.» Por documentación de la familia se sabe que después de insistir S. M., sobre la gratificación de condecoración en varias ocasiones al Ministro, pues le había ido dando largas al asunto, Beránger le dijo: «Repare vuestra majestad en que no es costumbre conceder semejante distinción a generales tan modernos.» y S. M le contestó: «Bien, bien, ya lo sabía; pero sus servicios le han hecho antiguo en el empleo.» frase que repetiría la Reina Regente en varias ocasiones cuando le llegaban noticias de que alguien tenía animadversión contra don Pascual. El 10 de noviembre escribe don Pascual al Gobierno: «Me han asegurado que Palmers y Martínez Rivas han sido demandados ante los tribunales ingleses por varios acreedores.» el 29 seguido vuelve a escribir y comunica: «Positivamente sé que Palmers ha sido demandado por la Darlingthon Forge Company» y añade: «Los señores Martínez Rivas tienen verdadero deseo de entrar en componendas con el Gobierno, para poder utilizar los elementos de trabajo que están parados y los que se irán parando.» Comentario veraz y quizás irónico, pues conforme avanzaban las obras había mucha herramienta que no se utilizaba.

        Cuando todo estaba en marcha y funcionando, comenzó en junio de 1892 a recibir cartas sondeándole por si se le podía nombrar Ministro, pero las evasivas de don Pascual dejaban pocas dudas, así el encargado de hacer este trabajo don Ramón Auñón, por orden de don Práxedes Mateo Sagasta, así la situación se le ponía difícil, continuó la “persecución” a ello siempre Cervera les contestaba que los cruceros no estaban en el agua y su intención no era entrar en política. En su archivo particular se encuentran todas las cartas que se cruzaron, pero extraemos unos puntos de algunas de ellas dejando clara su posición, como: «Dirección Técnico-Administrativa. — Astilleros del Nervión. — Particular. — Bilbao 9 de julio de 1892. Sr. D. Ramón Auñón. — Mi querido amigo: Contesto su favorecida del 7…Usted tiene títulos para dirigirse a mí en la forma que quiera y hacerme las preguntas que guste, que yo tengo por un deber el contestarle, siempre que pueda…le diré que agradezco en el alma que hayan pensado en mí para Ministro de Marina; pero tengo la convicción de que yo sería un mal Ministro…absolutamente decidido a no ser Ministro nunca con ningún partido ni cediendo a ninguna presión… Tampoco convendría a ningún Gobierno tenerme a mí de Ministro, de modo que el interés de todos, Patria, Marina y Gobierno es que yo no salga de mi modesto papel de Oficial de Marina, en el que podré prestar mejores servicios mandando Escuadras, Departamentos o cualquier destino, que no tenga carácter político…Creo haber contestado con claridad y, repitiendo mil y mil gracias a quien tanto me distingue sin motivo y a Ud. por la molestia que se ha tomado, quedo affmº…  — Pascual Cervera.» En diciembre se produjo la turbonada que acabó con el Gobierno de don Antonio Cánovas del Castillo, siendo llamado a formarlo don Práxedes Mateo Sagasta, quien sin ampararse a nadie realizó la lista de los nuevos componentes y para el ramo de Marina nombró a don Pascual.         Recibiendo un telegrama del nuevo Presidente indicándole: «Deseando conferenciar con V. E. sobre asuntos de Marina, venga inmediatamente a la Corte.», ante esto no podía decir nada, pero de nuevo una anécdota nos pone en el momento histórico del suceso y nos dice perfectamente lo que se decía en casa de don Pascual respecto a la política. Cuando ya estaba preparado para salir hacía Madrid, de pronto su hija pequeña Anita se puso a llorar desconsolada, su madre doña Ana Jácome se le acerco y le preguntó: «¿Pero, que tienes tontuela?» y la niña le contesta «¡Que a papa se lo llevan a Madrid para hacerle Gobierno!» Se podrá dudar de todo, pero esto indica lo que entendía la niña por ‹Gobierno›no era nada bueno, dejando constancia fehaciente por la sinceridad e inocencia de los niños que Anita no estaba muy conforme y no es posible pensar fuera de su interior, sino influida por las múltiples conversaciones de don Pascual ante su negativa de ocupar ‹Gobierno›

        Llegó a Madrid le esperaba el coche del Ministerio, así que se sentó en él y le llevó directamente a la entrevista con el Presidente, en toda ella don Pascual siempre añadía algo que decía ¡no! pero el señor Sagasta proseguía, por ello Cervera se dio cuenta que de allí no salía sin ser Ministro, buscó una forma casi segura de no estar mucho tiempo, con sus excelentes formas obligó al Presidente a darle su palabra de honor de que: «no se tocaría para nada la cifra total del presupuesto de Marina.», cuando se le confirmó, aceptó el Ministerio. Su primera actuación como a tal, fue el darse cuenta que el Capitán General de la Armada a la sazón don Guillermo Chacón, acudía todos los días al Ministerio donde tenía su despacho, siendo como era un anciano que le costaba dar los pasos y lo más grave, que la mayor parte de los días no tenía nada que hacer, decidió dictar una Real orden, por la que el Presidente del Centro Consultivo de la Armada, sólo debía presentarse en su despacho para realizar Junta si era necesario, quedando libre el resto del tiempo. Al enterarse el señor Chacón se molestó, pues entendía que el nuevo Ministro quería deshacerse de él, una mala interpretación que al saberlo don Pascual tomo el problema por los pitones. Al día siguiente acudió al despacho del Presidente del Centro Consultivo. Don Pascual entró y don Guillermo se asustó, ya que la norma era que él acudiera a la llamada del Ministro: «¡Don Pascual, por Dios! ¿Por qué no me ha llamado a su despacho?; ― ¿Para qué llamarle, mi General, si soy yo quien debe venir a su oficina?; ― ¡Vamos Cervera, veo que no se da cuenta del cargo que tiene!: ― ¡Por eso precisamente lo hago, por saber cuál es mi cargo. Es cierto que yo estoy al frente de la Marina; pero, dentro de ella, usted es mi Jefe Superior, a quien yo debo todo género de consideraciones, aunque en el gobierno exterior ocupe el primer puesto!» Se sentó en la parte exterior de la mesa como si fuera un subordinado más y compartieron una agradable conversación en la que don Pascual le explicó las verdaderas razones de su Real orden. Lo entendió perfectamente don Guillermo desapareciendo todas las suspicacias. Fue el que llevado por aunar esfuerzos y ahorrar dinero a la Hacienda, dictó una Real orden, por ella se reorganizaba la Administración del Ministerio de Marina; a su vez creó los Estados Mayores Departamentales, uniendo en estos las antiguas Mayorías y Secretarías.

        A una reunión del Consejo de Ministros llevó unas cuartillas en la que estaba escrito la reorganización de los obreros de los Arsenales, para evitar siguieran siendo las «casa de beneficencia» (que el pueblo así les llamaba), al intentar dar la explicación le saltaron sus compañeros de gabinete como tigres, oyéndose: «¡Qué barbaridad! Señor Cervera ¿y eso va a lanzar usted al público en vísperas de elecciones?» Don Pascual se dirigió al compañero y le dijo: «¡Pero, señor! ¿No lo están pidiendo los mismos Departamentos, los particulares, los…?» Le cortó: «¡Que nos agua las elecciones, General!» Así que visto el éxito de opinión decidió guardarse las cuartillas. En la reorganización del Ministerio creó la Subsecretaría para a forma de segundo Comandante, se encargara de atender los problemas internos, dejando así tiempo y espacio para que el Ministro se dedicara a comprobar el funcionamiento exterior de éste. Lo que significó con el tiempo una de las mejores soluciones en ahorro de dinero y tiempo. Se enfrentó a algo que fue mucho más complicado. El hecho era que el Ministerio estaba al parecer subscrito a todos los diarios del país, pero en cambio no llegaban nada más que dos diarios al edificio; comprendiendo que el gasto era innecesario y subía varios miles de pesetas, decidió cortar por lo sano y solo se quedaron las suscripciones de los que llegaba. Esto provocó todo tipo de reacciones, empezando por tener que recibir a todos los directores afectados y todos más o menso con la misma cantinela: «Fíjese, señor general, que mi periódico ha estado siempre a la devoción del Ministro y…Y es que, si me priva de esa subvención, me veré obligado a cambiar de táctica.» A todos contestó lo mismo como si fuera una letanía: «Haga lo que guste; pero la Armada necesita ese dinero para comprar barcos que defiendan a la Patria. Así que si no desea más…» Pero esto fue parte del fin, pues de pronto todos los diarios del país se pusieron en contra del Ministro. Pero él prosiguió su trabajo como si nada pasara. En febrero organizó el Centro Consultivo de la Armada, reorganizó al Real Cuerpo de Infantería de Marina, el cuerpo de Archiveros (que había sufrido muy pocos cambios a lo largo de su existencia), el cuerpo de Vigías y el de subalternos. Con la reorganización del Real Cuerpo de Infantería de Marina, hubo un gran revuelo por incomprensión de la medida, pero en realidad aumentaba su efectividad como luego se demostró. Lo que no le evitó por amor propio presentar por segunda vez su dimisión al Presidente, pero el señor Sagasta le volvió a contestar: ‹todo se arreglará›

        La carta de dimisión fue esta:«Madrid, Febrero 1 de 1893. — Excmo. Sr. D. Práxedes Mateo de Sagasta. — Mi querido amigo y respetable Jefe Sabe Ud. Bien todo lo que vacilé antes de aceptar la cartera de Marina, y entonces manifesté a Ud. Que mis vacilaciones reconocían por causa el temor que abrigaba de hacerlo mal en el Ministerio por lo diferente que es mandar buques y administrar la Marina. Estos temores, que nunca me han abandonado, se han convertido en la más patente realidad de que mis ideas, que creo y sigo creyendo sanas, no son de oportuna aplicación en los momentos actuales. Yo, que no soy político, he venido aquí sin compromiso, empujado por corriente, que no son ni viene del Parlamento ni de Comités de ningún género, y esas corrientes me faltan; tengo las pruebas más evidentes de ello. Faltándome esa fuerza, y no contando con otra, quedo completamente a merced de que las circunstancias me lleven, sin norte ni guía, y mi administración sea desastrosa. Como yo no puedo honradamente continuar así, ni al Gobierno le conviene tener un hombre con el prestigio perdido al frente de un Departamento, creo que lo prudente es que yo me vaya. Aún no está firmada ninguna reforma, más que la fusión de la Mayorías y Secretarias de los Departamentos, Apostaderos y Escuadras, que ha sido bien recibida. El Ministro, que me suceda, podrá desarrollar su plan sin contradicciones, y yo, convencido de mi poca disposición para este puesto, volveré a mi vida oscura, no ya a un Departamento, donde no quepo, sino de cuartel a esta su casa.

Suplico a Ud. Piense sobre el contenido de esta carta, que nadie conoce, y mande a su affmoº., que queda esperando sus órdenes. — Pascual Cervera.»

        Pronto llegó la puntilla. El señor Sagasta, le pidió afinará el presupuesto de Marina que en el ejercicio anterior había sido de veintisiete millones de pesetas, quedando reducido por Cervera a veintitrés millones setecientas mil pesetas, los recortes se aplicaron solo a gastos superfluos, con ello se tiró encima a la prensa y otras lindezas que consideró eran más para políticos que para mejor administrar la Armada, pero se sumó a esto que la palabra de honor dada del señor Sagasta como buen político, valía lo que valía, ya que se le comunicó una rebaja al presentado por Cervera de otro millón novecientas doce mil trescientas diecinueve pesetas. A esto siguieron una serie de entrevistas entre el Ministro de hacienda don Germán Gamazo y don Pascual, intentando entre los dos dejar el presupuesto como mandaba el Ministro de Hacienda, así pasó el consejo de ministros del 12 de marzo, pero el 21 se volvía a reunir y comenzó hablando el señor Gamazo: «Con el consentimiento de todo el Gabinete, se ha decidió mantener las 400.000 para la limpieza de los Caños de la Carraca en el presupuesto de marina.»; le interrumpió Cervera: «¡Eso no puede ser. Hemos quedado en que formarían parte de las economías del Presupuesto!» Le afirmo Gamazo; «Lo siento mucho, General, pero no pueden suprimirse.» Prosiguió; «Hemos quedado también en que la cifra total del presupuesto ha de ser reducida en un seis por ciento, lo que supone en Marina una reducción de un millón cuatrocientas mil pesetas, que han de ser efectivas, es decir, hechas por supresión o reducción de servicios.» Ante esto don Pascual ya no soportó más la política, de un golpe se levantó retirando su sillón y diciendo: «Perfectamente, señores. Y como yo no puedo hacer esas economías en el ministerio de mi ramo, presento mi dimisión con carácter irrevocable y…tan amigos como antes.» Abandonó el Ministerio en el que había permaneció tres meses, pero hay que decir que en 1892, fueron Ministros interinamente don Manuel de Azcárraga; por quinta vez, don José María de Beránger; Interinamente don José López Domínguez y don Pascual Cervera y Topete, quien se mantuvo hasta el 21 de marzo, habiendo entrado efectivo el 17 de diciembre anterior. A su salida solo un diario defendió a Cervera, este fue el «Tiempo», el cual unos días antes el 17 de marzo, había publicado: «Es inútil querer resolver esta clase de asuntos en los Consejos de Ministros por medio de conferencias y de componendas. La cuestión planteada hoy está. ¿Se quiere tener Marina o se quiere destruir aún la que tenemos? Querer tener barcos con presupuestos que no los pueden sostener, y querer construir barcos, para dejarlos perder luego por falta de cuidado, eso es un absurdo.»

        Una pequeña comparativa para averiguar las razones del estado de la Armada las dan estas frías cifras:«En 1788 disponía la Marina española de un presupuesto de 75.036.514 pesetas. En 1887 a 88, se había disminuido a pesetas 44.572.322. Al estallar la guerra con los americanos, el presupuesto de ese año era de 28.344.971 pesetas. El de Italia en el mismo año era de 96.899.646 más un extraordinario de 4.275.000 liras. Chile, con tres millones de habitantes en 1899 dispuso de 42.734.919 pesetas. Argentina con 58.131.593 pesetas y Brasil, con 132.196.232 pesetas.» Estas y no otras fueron las razones de la perdida posterior de nuestros territorios ultramarinos, ya que una Marina sobre todo, es imposible activarla si antes no están activos los buques. Un buque de guerra no se puede construir en quince días, como muy bien saben todos los miembros de la Corporación, o se tienen o no se tienen. Y el mítico combate entre David y Goliat, solo se pudo dar y vencer el pequeño al grande, porque aquel utilizó un arma arrojadiza, si hubiera sido a base de fuerza contra fuerza no lo hubiera ganado. Fue sustituido por el contralmirante don Manuel Pasquín y de Juan, quien sí realizó los ajustes pedidos por el Ministro de Hacienda señor Gamazo. Pero don Pascual hizo una sola declaración al poder leer los nuevos presupuestos aprobados; «Si bien no estará demás decir que en las partidas suprimidas hay la de 250.000 pesetas para el Hospital de Ferrol; se han suprimido 312.000 pesetas, destinadas a adquisición de fusiles Mauser, que son tan necesarios, como que el ejército nos tuvo que prestar 500 el año pasado para hacer frente a las posibles contingencias del 1º de mayo; no hay consignado tampoco nada para pólvora en el proyecto, llevado a cabo con la rebaja del millón de pesetas; y otras mil cosas para que contaba yo con las economías que me produjeran las reformas y la venta de material inútil.»

        (Aclara el estado de España y es el dato del número de ministros del ramo que hubo entre 1799 y 1899, siendo solo 104 eso sin contar los interinos que, entre cambio de Gobierno o dimisión de uno, siempre había otro en el medio hasta nombrar y jurar oficialmente el cargo el propietario. Pensamos es una cifra aleccionadora de lo que en sí significó el siglo XIX español, al que definimos muy modestamente, en vez de cómo se le conoce como el ‹Romántico›, pero a nuestro entender fue el ‹Destructor› (que por cierto él nació de la mano de un español) pues las intrigas internas, Trafalgar, la guerra de Independencia, el regreso de don Fernando VII, la emancipación de todos nuestro virreinatos americanos, regreso al absolutismo, las guerras Carlistas (civiles), la guerra en Conchinchina, África, la Revolución del 68, expulsión de doña Isabel II, entrada y salida de don Amadeo I, el sistema de la 1ª República con el problema de los Cantones, regreso de los Borbones con don Alfonso XII, Filipinas, Carolinas y Cuba además de otros lamentables acontecimientos ocurridos en él, todo ello junto y revuelto dejó a España anclada y con poco fondo, impidiéndole seguir el rumbo del resto de Europa perdiendo el vapor de la industrialización que se ha venido arrastrando…¡Qué sabe nadie!)

        Don Pascual sí que aprendió y como él ya suponía, eso de la política como no estaba hecho para él, sino para personas hechas de otra pasta, menos rígida y por tanto más voluble a la opinión de los demás que la de uno. También tuvo muy claro que con esa política no se llegaba a ningún buen puerto, bueno a uno sí, a dejar de ser un país independiente pues era inevitable la bancarrota y si algún otro nos ayudaba, algo pediría a cambio, la independencia no es solo unas línea de demarcación de fronteras, una bandera y un himno, es algo más profundo y solo se nota su falta cuando el mal aparece. Como había ocupado la cartera, ahora no podía estar en la Administración, a su vez su grado no era precisamente el mejor para ocupar puestos y Escuadra no había, así que eligió permanecer en la situación de cuartel e intentar recuperarse de lo “bien” que se lo había pasado «jugando a político» Como siempre no le dejaron descansar mucho, pues se le entregó la Real orden del 14 de septiembre de 1893 con su destinó como Jefe de la Comisión de Marina de Londres. Éste destino sí era de su agrado ya que este país sí estaba a la cabeza de la industrialización y podría conocer de cerca todo cuanto de nuevo había o se proyectaba. Pero se encontró con el ‹afecto› de los ingleses; a los pocos días de estar al frente de la Comisión la Casa Green, constructora de la fragata acorazada Arapiles, reclamó el aval de fianza por la firma del contrato, pero cuarenta años más tarde, cuando ya ni el buque figuraba en la Armada, buscó y buscó, se puso en contacto con Madrid y al final se pudo demostrar que sí habían cobrado el aval. (Una más de nuestros amigos de siempre) También se enteró allí de existencia de una costumbre, ésta era que del importe de las sucesivas compras la casa vendedora realizaba un cheque para el comisionado o comprador por el importe del 5% del total del pedido, el cual iba sin nombre a donde ingresarlo. Se compraron unas anclas para el crucero Castilla, al abonar la cantidad le adjuntaron un cheque por treinta libras, al verlo don Pascual simplemente se limitó a escribir a la Casa Green la carta siguiente: «Entiendo que esas 30 libras son una rebaja que ustedes hacen al pedido que se les hizo, por lo que les doy las gracias, y he ordenado que lo ingresen en los caudales del Estado. Como estas rebajas a posteriori perturban nuestra contabilidad, les ruego que en adelante, si quieren hacernos ese obsequio, nos avisen antes de cerrar las cuentas.» ¡Sin palabras!

        Otro caso con el que tropezó fue con la Casa Withwort de Manchester, a ella se encargaron las torres, los carapachos y los tubos de conducción de munición para los cruceros del Nervión. Le indicaron desde Bilbao que no estaban listos y hacían falta, así que escribió a la empresa y acudió un representante a darle explicaciones, estás eran burdas como está: «Señor Cervera, sepa que aquí, además de los suyos, tenemos otros trabajos para nuestra Marina inglesa, y primero es nuestra marina que la suya.» Don Pascual no se lo pensó y le contestó: «Le concedo a ustedes esa primacía; pero sepan que la Marina española tiene firmado con ustedes un contrato a plazo fijo, y en ese plazo han de cumplir ustedes ese compromiso como personas de honor o, de lo contrario, les citaré a los tribunales para que se les imponga la multa estipulada.» El británico abandonó el despacho ‹algo malhumorado› pero continuó con su preferencia, por ello puesto al día don Pascual, al pasar un tiempo prudencial de la primera fecha límite, comenzó a poner denuncias por medio del abogado del estado, al final resultó, que solo se retrasaron un par de meses, pero ahorró dieciséis mil libras del valor de la compra. Y alguien quería darle lecciones de ahorro.(¡Solo con no robar ni permitir que le robasen, era más que suficiente!)

        El desgraciado 10 de marzo de 1895 se dio por hundido el crucero Reina Regente, la prensa como siempre pidió explicaciones al Gobierno, en esos momentos presidido por don Práxedes Mateo Sagasta, pero el Gobierno no pudo dar explicación alguna en la cámara, por ello el 24 siguiente presentó la dimisión al completo, subiendo a la presidencia don Antonio Cánovas del Castillo y con él por sexta vez como Ministro del ramo el General Beránger, quien no era precisamente un amigo de don Pascual. Parece mentira pero es así, el Ministro quiso encontrar culpables, por ello movió cielo y tierra para encontrar a uno sobre quien descargar el peso de la desgracia que se había expandido por toda la península, pero no encontró a nadie ya que solo se hubiera podido saber algo de poder sacar a flote al crucero, pero esto estaba fuera de toda posibilidad técnica en la época. Por lo que ni corto ni perezoso, pues continuaba el huracán molestando al Gobierno, dirigió una carta a don Pascual, para que viera la posibilidad de que tanto el Lloyd y empresas expertas británicas pudiera darle alguna luz, a lo que Cervera le escribió diciendo no era conveniente mover el asunto más, el buque se había perdido y lo mejor para todos sería tratar de olvidar, ya que nadie podía dar informaciones, pues por desgracia quienes pudieran darlas se habían ido con el buque al fondo de la mar. Pero el Ministro ordenó ser obedecido, a ello don Pascual contestó presentando su dimisión, la cual al llegar a Madrid (como siempre) nadie la firmó ni aceptó, por ello el Ministro tuvo que desistir de saber algo sobre el asunto. (Al parecer la mano de la Reina Regente, era más grande y poderosa que la del señor Ministro.)

        Don Pascual estaba obligado a desplazarse, esto significaba producir unos gastos, pero todo esto se llevaba en la contabilidad de la Comisión, de ella se enviaba un resumen mensual al Ministerio, pero no contento y demostrando su inquina hacía don Pascual, el Ministro Beránger le envío un escrito, en el que entre otras cosas le dice: «…en los sucesivo, todo efecto, por pequeño que fuera, sufriese un reconocimiento individual…» Don Pascual hombre siempre a las órdenes de sus superiores, se puede leer en uno de los resúmenes: «gastos de la Comisión, compra de unos candeleros, bombillas y pantallas, 8 libras; gastos de viaje, desde Glasgow a Liverpool para reconocer personalmente su calidad, 5 libras y media; total 13 libras y media.» Como para quitarle trabajo al Ministro.

        En estos momentos estamos en la segunda mitad de 1895, cuando ha comenzado la guerra de Cuba, pues el 25 de marzo desde la isla de Santo Domingo, los cabecillas de la revolución Martí y Gómez (apellidos muy cubanos) divulgaron el «Manifiesto de Montecristi» no era otra cosa que el grito de ¡a la guerra! Como siempre a España le pilló de sorpresa, ya que nuestros políticos estaban y seguían estando más preocupados por la poltrona que por los asuntos de Estado. Así el Presidente señor Cánovas solo pensó en proveer a la Armada de una serie de cañoneros y de lanchas para combatir el contrabando. Aquí vuelve a entrar don Pascual, ya que las noticias del otro extremo del planeta también estaban pidiendo buques, por ello consiguió la rápida construcción del transporte General Álava, con un coste de dieciséis mil trescientas libras, encargado en la casa Mac-Millán de Dumbartón, al mismo tiempo que en diferentes astilleros contrató unos pequeños cañoneros para Mindanao y una flotilla de diecinueve unidades de cañoneros y lanchas para Cuba, por su gestión a los cuarenta y tres días de firmado el contrato estaba en el agua el primero de ellos. Textualmente: «…verdaderos gritos de dolor de un alma que se parte en pedazos al tocar las heridas abiertas en las entrañas mismas de su madre Patria, que son sus gobernantes, y al verse, por otro lado, impotente para sanarlas.»(1) Esto es parte de una de las múltiples cartas que escribió don Pascual, al intuir lo que se le venía encima a su pobre país. (Pensamos que en menos no se puede decir más.)

        No nos vamos a alargar con el desarrollo de la guerra, ya que la mayor parte no incumbe al marino, pero por lo escrito hasta aquí queda claro que don Pascual no fue culpable de esta guerra, como no suelen serlo nunca los militares, ya que por desgracia para ellos, saben el poder de las armas mejor que nadie y lo seguro es que si hay guerra ellos son los primeros en ir, y si encima añadimos la incomprensión de la ciudadanía por regla general, por ser desconocedores de la realidad, significa una bajada de moral demasiado importante para alguien, sea quien sea, porque también tiene familia y sabe que puede perfectamente no volver. En una de las cartas escritas al Presidente explicándole lo que había hacerse, entre otras cosas le dice: «…porque Cavite nos va a dar un susto en la primera guerra que tengamos en Filipinas.» y añade: «…el Arsenal de Cavite, no solo no es un apoyo para la escuadra, sino que lo creo un peligro en tiempo de guerra, y una carga en tiempo de paz.»en una contestación de Cánovas, (estamos en 1895) le dice:«La carta de Ud. Me ha servido de gran estímulo para emprender todo eso que Ud. dice, y que yo le aseguro que no quedará por mi parte en meras palabras.» La realidad fue que tres años después todo estaba igual o mejor dicho, tres años más viejos. Y no era esta una opinión solitaria, porque ya en 1800, cuando visitó el Arsenal el general don Ignacio María de Álava, hizo la siguiente apreciación al Gobierno: «No siendo Cavite susceptible de hacerse intomable, no sólo no puede servir de refugio, sino que, no es posible que haya Escuadra en Filipinas, mientras Cavite sea Arsenal.» Casi cien años después no se había solucionado el problema. Cumplido el tiempo de estancia en la Comisión regresó a España, a su llegada el Ministro Beránger le nombró Vocal del Centro Consultivo de Madrid, pero don Pascual se negó a aceptarlo y formar parte como un títere a las órdenes del Ministro.

        Por estas fechas fue cuando el Ministro recibió el telegrama comunicándole la pérdida del crucero Sánchez Barcáiztegui, la reacción del Ministro no pudo ser más acertada, pues en esos momentos también recibió la comunicación que los cañoneros estaban listos para ser transportados a Cuba, pero ante el hecho de lo sucedido con el crucero, no dudó un instante en pedir a las autoridades británicas los mandaran sus propios oficiales, porque sencillamente no se fiaba de los españoles, siendo depuestos todos los comandantes españoles nombrados para ellos, ocupándose de marinarlos la Casa Constructora británica Thomson. Todo un alarde de españolidad en un Ministro de Marina de España. No conforme con esta decisión escribió primero a Beránger, el cual se salió por la tangente, visto esto, le escribió al Presidente don Antonio Cánovas, éste todavía más viejo zorro de la política, ni siquiera le contestó. Así que el malestar en la Corporación subió varios decibelios. A pesar de no estar de acuerdo el Ministro ni el Presidente del Gobierno, se vio de nuevo la mano de la Reina Regente, quien no dejaba sin amparo a su protegido, por ello firmó la Real orden del 26 de febrero de 1896, por ella don Pascual alcanzaba el grado de contralmirante (actual de vicealmirante), siendo destinado como segundo del Comandante General del Arsenal de La Carraca, siendo su jefe el vicealmirante Carranza. La situación del Arsenal era desastrosa y el principal problema consistía en la cantidad innecesaria de trabajadores que en él había sin tener trabajo, pero cobrando el suelo como si lo realizaran. Don Pascual acababa de intentar hacer malabarismos para mantenerse dentro de un presupuesto, enterándose en este instante de donde no se podía quitar ya que se necesitaba el voto de los trabajadores. Enfadado por el proceder de los gobernantes de España, como era su obligación y por conducto reglamentario escribe tres cartas al capitán general del Departamento poniéndolo al día de la solución; una fechada el 6 de mayo y la siguiente el 7 de julio, las dos de 1896, la tercera del 8 de febrero de 1897, en esta última Cervera ya sabía la causa, pues existía un ‹convenio› y lo pone en conocimiento del Capitán General y entre muchas otras cosas dice: «…existía un acuerdo de la Junta del Arsenal de 20 de septiembre de 1887, por el cual no se podía ni admitir ni despedir obreros.» añadiendo un fleco: «…obligación de pagarles, aun no prestasen servicio alguno…», pero como no se le contestaba pidió al Jefe de Ingenieros una explicación, el cual por escrito del 28 de diciembre de 1897, entre otras le dice: «el arsenal viene sosteniendo a 1.028 operarios (año 1887), pero que para el trabajo ejecutado pudo haberse hecho con 680.» para que los números salgan añade Cervera de su puño y letra, a parte de la contestación del Jefe de Ingenieros: «Entonces se construían cuatro buques, que pudieron hacerse con el trabajo de 680 obreros; hoy sólo se construye el Princesa de Asturias, y para esta obra se sostienen a 1.304.» (Quedando claro que los astilleros del Estado solo eran una casa de Caridad, bien entendida en beneficio del voto de los políticos.) En una carta de las muchas que conserva su familia, dice:«Por fin, en noviembre de 1896 se verificó la botadura del Princesa de Asturias, cuya peligrosa situación le llegó a preocupar tanto a Cervera, que puedo asegurar que el día en que el barco entró, por fin, en el agua, sin contratiempo, se puso tan alegre como si le hubieran dado un ascenso, aquel día nos obsequió con un té, en el que rebosó el buen humor…» Aquí conviene aclarar que el crucero se botó oficialmente en septiembre, pero ante el asombro de todos, gobierno, invitados e ingenieros se negó a deslizarse hasta el agua, así que todo el mundo se quedó sin poder celebrar la ceremonia. Ya sin nadie presente excepto unos remolcadores y personal del Arsenal se intentó arrastrar al agua en octubre, pero el resultado fue peor, pues quedó la popa apoyada en el agua y la proa en la grada, por ello fue moteado como el ‹arrastrao› pero su situación podía causar la quebradura del casco y de aquí la preocupación de Cervera, siendo más que justificada, pero el 17 de noviembre sin que nadie lo tocara se deslizó solo hasta quedar en su situación natural, sin haber sufrido daños y por ello se le cambió el mote por el ‹espontáneo› Lo malo no fue esto, sino que estando ya la guerra avanzada en Cuba, la prensa muy bien informada del tipo de buque que acababa de caer al agua, comenzó a llamarlo el ‹acorazado› pero al Ministro esto le daba más publicidad y ‹fuerza› a su gestión no desmintió el engaño, aparte de que la misma lo daba como puesto en servicio para seis meses después y en cambio en la corporación sabían le faltaban de dos a dos años y medio para ser alistado, y al menos otro más para estar listo para el combate, pero como ninguna voz autorizada se levantó para deshacer el entuerto ya que era bueno para las urnas, el pueblo español siguió pensando que estaría pronto listo y de que era un ‹acorazado› (De hecho el crucero después de múltiples peripecias en su construcción fue alistado definitivamente en la Armada a finales de 1908.)

        Por otra parte la guerra en Filipinas se declaró y la de Cuba bajo el mando del general don Valeriano Weyler, se iba poco a poco sojuzgando, pero el 8 de agosto de 1897, cuando el Presidente del Gobierno don Antonio Cánovas del Castillo se encontraba veraneando en el balneario de Santa Águeda, fue vilmente asesinado. Don Pascual estaba en el Arsenal y pocos días antes había fallecido repentinamente el capitán general del Departamento el almirante Carranza, por ello Cervera pidió una licencia por estar enfermo, pero a pesar de ello se mantuvo en el puesto de interino del Departamento y en el suyo de jefe del Arsenal, hasta llegar el vicealmirante don Domingo de Castro como nuevo Capitán General y le entregó el mando. Al saber de su licencia los diarios, lo dieron como probable para ocupar la Comandancia del Apostadero de la Habana. Se le comunicó a él y a pesar de estar realmente enfermo solo comentó; lo que quisiera el señor Ministro. Efectivamente el Ministro señor Beránger le llamó para consultarle si era posible, pero ya con la orden de destino firmada. Acudió don Pascual y solo quiso se le aclarara la situación, a la que además ponía una serie de condiciones: «…no quiero ir al Apostadero de la Habana, como un maniquí, sino como un Jefe de carne y hueso.» Sus condiciones no fueron aceptadas por el Ministro y se terminó la conversación, Cervera conocedor del percal del Ministro, salió de la entrevista ‹esbozando una ligera sonrisa›, no en balde llevaba muchos años siendo comisionado a misiones que ningún otro en la Corporación quería aceptar. Regresó a su lugar de descanso en Vichi, pero hubo un nuevo cambio de Gobierno, llegando de nuevo como Presidente el señor Sagasta y Ministro de Marina don Segismundo Bermejo, así el 11 de octubre de 1897 recibió un telegrama del Presidente, quien le llamaba urgentemente a su presencia a Madrid.

        Empezaba el calvario del hombre, porque era conocedor que las presiones norteamericanas eran muy fuertes y la guerra antes o después estallaría contra un país mucho mejor preparado para ella que España y aunque no estaba seguro, sospechaba cual era esa premura para que se presentase. Se puso en camino, llegó y se le comunicó que con fecha del 20 seguido había sido nombrado Comandante General de la Escuadra, para lavarle la cara el 25 se le concede la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo y el 30 del mismo mes llega al Departamento de Cádiz a tomar el mando designado. Aunque no sea el lugar cronológico correspondiente, en una carta con fecha de 1903, don Antonio Maura le dirige unas letras, aclarándole muy bien en qué ambiente y forma se le otorgó el mando: «…camino del calvario, por donde va a hacerle subir la madre Patria, echando sobre sus fuertes hombros la cruz de las imprevisiones y desaciertos, de largo tiempo atrás cometidos…»

(En este espacio de tiempo que va desde su nombramiento como Comandante General de la Escuadra, (a la que hay que decir que mejor llamarla división, pues los principales buques de ella no estaban disponibles y de los que se pusieron bajo su mando, uno no llevaba su artillería principal) iremos solo dando algunos apuntes, para ir situando al lector, pues el combate y antecedentes están impresos en muchas obras y por mejores plumas que la nuestra, no es que lo queramos obviar, pero como esto es Historia, no es posible cambiarla en absoluto y no pretendemos dar nuestra opinión al respecto, por la mucha polémica que viene arrastrando desde que se supo que la división fue destruida y hundida, por ello solo daremos aquellas referencias dignas de mención.)

        Un buen ejemplo de la preparación de las dotaciones, incluidas las de sus mandos (contra los que en ninguna forma se intenta ir en su contra, bastante hicieron con cumplir con su deber), es que el 27 de noviembre de 1897, después de varios escritos con el Ministro se resuelve que la división realice unas maniobras con fuego real, pero con la salvedad del Ministro de: «no gastar mucho, no consumir carbón y ahorrar disparos.» y el día mencionado zarparon del puerto de Cádiz, el crucero Vizcaya, insignia, Oquendo, María Teresa y Colón, con rumbo al Mediterráneo a aguas de Santa Pola, siendo así los primero ejercicios de fuego real desde el problema con Alemania, por las islas Carolinas en 1884. (Solo hay que pensar lo bien instruidas que estarían las dotaciones en fuego real, como el que iban a recibir.) A ello se sumó que por estar en pleito por el tema de la artillería principal del crucero Colón, éste tuvo que arribar a Cartagena, donde posteriormente se presento don Pascual y sabiendo que los entregados por la casa Ansaldo eran los números 313 y 325, y estos no estaban en condiciones, les pidió aunque fueran de menor calibre se le instalaran, ya que era una cuestión de vital importancia a nivel de Estado que el buque pudiera entrar en combate en condiciones, incluso que si no se hallaba ninguno se le instalaran los defectuosos. (Más valía malo que ninguno) Así nos encontramos con un país a punto de entrar en guerra y que no se dispare mucho, no hay cañones, los servomotores de las piezas grandes no tenían fuerza, los cierres de la artillería de 14 cts. eran no inseguros, sino peligrosos; los casquillos eran de muy mala calidad y no le daban confianza, tanto que en las maniobras esta artillería por considerarla principal en caso de combate, ni siquiera se utilizó, mientras la gruesa solo efectuó dos disparos por pieza. Y lo comentado sobre las dotaciones, eran tanto el despiste que muchos oficiales tenían que indicar personalmente como debían de hacerse los movimientos y donde se encontraban las herramientas para casos de urgencia. Don Pascual en una nota de su diario dice de Bermejo con gran dolor: «…me aconsejó ahincadamente la necesidad de restringir lo más posible el uso de los cañones…» Para cualquier persona que medio sepa algo sobre lo que significa tener y mantener una escuadra, no hay que explicarle las condiciones en que se le puso al contralmirante Cervera, eran harto indeseables para cualquier mando, por eso no se le dio a otro, solo al que sabían por experiencia que al menos intentaría lo mejor por y para España.

        El 25 de enero de 1898 arribó al puerto de la Habana el acorazado de segunda Maine de pabellón norteamericano y el 5 de febrero, lo hacía el crucero Montgomery al puerto de Matanzas de la misma nacionalidad. En compensación a estas visitas de cortesía, se dio orden al comandante Eulate quien tenía el mando del crucero Vizcaya, de partir rumbo a Nueva York para devolver la visita, pero el crucero estaba a punto de entrar en carena para limpieza de fondos, recorrer sus máquinas, limpiar los condensadores, verificar el funcionamiento de la artillería de 14, afirmar su servomotor, proteger los grifos de la tuberías contraincendios, cargar víveres y entregarle dinero para gastos o pagar a la dotación, o si surgía algún inconveniente. Nada de todo esto se efectuó. Pero para comprobar el gran sacrificio y buena organización de los marinos, a pesar de ser una orden del Ministro e imprevista, se pudo localizar a todos los miembros de la dotación en la intrincadas tierras de Galicia, ya que la mayoría eran de ella y al prever una varada de algunos días de duración se les había dado permiso a todos ellos, pero ninguno faltó a la cita. Hay innumerables cartas cruzadas entre don Pascual y el Ministro, en todas la ‹confianza› del político es rayana en la inconsciencia, por infravalorar el poder de los norteamericanos y sobrevalorar el de nuestros buques, cuando precisamente los dos más poderosos él acorazado Pelayo y el crucero acorazado Emperador Carlos V no pudieron aprestarse a tiempo, y como arreglo a toda la locura, le indica Bermejo, que; «…no ve correcto que un  contralmirante español lleve su insignia con solo tres buques, por lo que en cuanto pueda le incorporara al Colón con o sin cañones.» esto a buen seguro tranquilizó a Cervera, sobre todo viniendo del Ministro. Para arreglar el tema, curiosamente el 15 de febrero a las 2140 horas se oyó una explosión que levantó una llamarada en el fondeadero de la Habana, era el acorazado de segunda clase norteamericano Maine que había volado, yéndose al fondo en contados minutos pero como había poco calado de más, quedó media estructura por encima del nivel del agua. A partir de este momento comenzaron todas las formas habías y por haber, utilizadas por la prensa norteamericana encabezadas por las publicaciones de Pulitzer y Hearst para llevar a su país a la guerra contra España para apoderarse de la isla de Cuba, en la que los grandes magnates de la naciente potencia tenían demasiados intereses como para dejar pasar la oportunidad de anexionársela. Con las ausencias de los buques asignados a otros cometidos, el 29 de marzo zarpó don Pascual del puerto de Cartagena, dando por perdido el poder montar algún tipo de artillería en el Cristóbal Colón, así que éste, el Infanta María Teresa y el contratorpedero Destructor formando la ‹escuadra›salieron con rumbo al puerto de Cádiz para unirse con los destructores de la escuadrilla de Villaamil, quien debía zarpar con rumbo a la isla de Puerto Rico según órdenes del Gobierno. Pero todo estaba tan a punto, en su sitio y bien revisado que a las pocas horas de estar en la mar el Cristóbal Colón sufrió el reventón de una caldera, por sus efectos varios fogoneros salieron despedidos y chamuscados, no quedó aquí el problema pues al doblar el cabo de Gata, la mar gruesa de Poniente obligó a buscar refugio en el puerto de Almería al Destructor, siéndole imposible navegar entre aquellas olas, arribando a la bahía de Cádiz el 30 de marzo, con toda su escuadra compuesta por el Colón averiado y el Infanta María Teresa enarbolando su insignia, aquí fue donde les pintaron los cascos de negro a los buques, (vistiéndolos de luto antes de hora) y donde cargó la única remesa de los proyectiles de 14 centímetros que sí iban a servir y mucho.

        El 4 de abril de 1898 la situación de la escuadra era la siguiente, las negociaciones con los Estados Unidos estaban ya en punto de declaración de guerra, la escuadrilla de Villaamil intentando arribar a su destino, sabiendo que los buques norteamericanos Brooklyn, Columbia y Minneapolis estaban bloqueando Puerto Rico, el Vizcaya y el Oquendo arribaban a la Habana y el Comandante de la escuadra en Cádiz, sin que el gobierno le hubiera indicado lo más mínimo que hacer, pero en cambio sí que le quitaban buques para cumplir comisiones diplomáticas, cuando la guerra estaba como solía decir él; «encima como un tren expreso» Don Pascual no se le ocurre otra cosa que escribir al Ministro Bermejo el mismo 4 de abril: «Al Ministro Bermejo. — Creo es muy peligroso que continúe su viaje escuadrilla de torpederos.»; «Como no tengo instrucciones, es conveniente que vaya a Madrid para recibirlas y formar plan de campaña. Me preocupan las Canarias, que están en situación peligrosa. Si durante mi ausencia fuese necesario que la escuadra saliera, podría verificarlo por segundo Jefe.» El Ministro no tardó en contestar, pues esa misma tarde le llegó su carta diciendo: «Ministro Bermejo al almirante Cervera. Recibido su telegrama cifrado. En estos momentos de crisis internacional no se puede formular de una manera precisa nada concreto.» Así que don Pascual se quedó paseando por la toldilla del Infanta y alguien le oyó decir en voz alta: «¡Pero Señor! ¡O yo me he vuelto loco o el mundo se ha vuelto del revés! ¡De modo que estamos a dos pasos de una guerra; vemos que el enemigo ha concretado ya sus planes reduciendo la lucha al mar, porque la guerra ha de ser exclusivamente por mar, y…precisamente por eso, no es hora de pensar en planes determinados, fijos y precisos!» En cambio continuó la correspondencia, en ella el Ministro insistía en la rápida salida de la escuadra y don Pascual en recibir instrucciones precisas del Gobierno, viendo que nada se podía sacar en claro, escribió: «Cádiz, 7 de abril. Almirante al Ministro: Mañana por la tarde efectuaré salida para Cabo Vede, donde la escuadrilla de torpederos quedarán a mis órdenes. Como desconozco los planes del Gobierno y no se me dice qué he de hacer después, esperaré sus instrucciones cubriendo Canarias.» Unas pocas horas después el Ministro le contesta: «La premura de la salida impide por el momento darle conocer plan que solicita; pero lo tendrá con todos sus detalles a los pocos días de su llegada a Cabo Verde, pues seguirá sus aguas un vapor abarrotado de carbón.» El 8 de abril Cervera envía un telegrama al Ministro: «Son las cinco de la tarde y estoy saliendo con el Teresa y Colón. — Cervera.» El 14 arribó a San Vicente de Cabo Verde, encontrándose con la escuadrilla de torpederos y su comandante el capitán de navío Villaamil, con los destructores; Terror, Furor y Plutón, más los torpederos; Ariete, Alcón y Rayo, acompañados por el transatlántico Ciudad de Cádiz.

        Previsor como siempre Cervera ordena comprar carbón, pero Villaamil le dice que en las isla no les venden, pues en Cardiff están de huelga y si se alarga no tendrán ni para los propios buques, además su precio se ha disparado a cincuenta y un chelines la tonelada, así que sigue a la espera del vapor con el carbón y las instrucciones. A pesar de esto, sí consigue hacer una buena carga de víveres, aunque casi acabó con las existencias de la zona. Por carta del Ministro se le indica que a pesar de no haberse declarado la guerra, le han comunicado que los buques; Massachusetts, New York, Texas, Columbia y Minneapolis, la escuadra volante norteamericana habían zarpado el 13 con rumbo a Cuba. Del diario inédito de Cervera, se lee: «Por fin, el 18 de abril tuvimos la alegría de ver entrar al San Francisco, que fondeó tan cerca de los buques como pudo y a barlovento, con objeto de aprovechar el tiempo, que nos urgía.» Por ello el contralmirante mandó inmediatamente un bote a recoger las ‹instrucciones› pero si algo le faltaba, al abrirlas lee escuetamente: «Salir para puerto Rico y defender la isla.», pero la sorpresa fue mayor ya que las ‹instrucciones› llevaban fecha del 7, cuando él zarpó el 8 de Cádiz, poniendo de manifiesto que el Ministro lo estaba engañando, al parecer todo estaba motivado porque el Gobierno así se evitaba tener que soportar al metódico Cervera, razón por la que lo despacharon lo antes posible. Ante esto el pensamiento de Cervera le lleva más lejos, «¿Por qué en vez de ir a Cabo Verde, no le dieron la orden de arribar a las Canarias ya que aquí hubiera llegado la división de Villaamil, en ellas no hubiera tenido ningún problema para cargar combustible y víveres, ahora de lo último si tenía, pero de lo primero no?» Y sigue sacando conclusiones: «¡queda claro que por la ceguera del Gobierno, por quitárseme de encima está poniendo en grave peligro a la escuadra y todos sus hombres! ¡O sea, que porque uno molesta, que lo paguen todos incluida España!» Una reflexión que el almirante no perdonaría jamás a los gobernantes. El 19 ya muy desalentado ordena izar la señal ‹comandantes a la orden› inmediatamente fueron acudiendo todos, pues la señal indicaba acudir a un Consejo de Guerra. Para mejor definir a los distintos jefes sacamos como siempre de su diario su opinión sobre todos ellos: «Concas representaba la técnica naval, acreditada por largos años de estudios y trabajos marítimos; Paredes, Eulate y Lazaga eran el prototipo de la caballerosa tradición española; Bustamante representaba la ciencia militar; Villaamil y Díaz Moreu, el ambiente de la época, la política, a la cual ambos, con bastante buen sentido habían colaborado.» Reunidos a bordo del Teresa don Pascual les preguntó: «¿Conviene que esta escuadra vaya desde luego a América o que cubra más bien nuestras costas y Canarias, para desde allí acudir a cualquier contingencia?», después de conversar entre ellos se decidieron por una sola respuesta: «…teniendo en cuenta las deficiencias de nuestra escuadra, en relación con las del enemigo, y los escasísimos recursos que actualmente presentaban tanto Cuba como Puerto Rico para servir de base de operaciones, y no ocultándoseles los inconvenientes graves que a la nación reportaría un descalabro de nuestra escuadra en Cuba, por dejar entonces casi impune la venida del enemigo sobre la Península e islas adyacentes. Por lo que se acordaba por unanimidad proponer al Ministro les designase un puerto cualquiera de las islas Canarias, manteniéndose la escuadra lista a la espera de órdenes.»

        Como contrapartida el Ministro convocó una junta de generales de marina, la presidió Bermejo asistiendo; el almirante Chacón, los vicealmirantes, Valcárcel, Beránger, Butler y Martínez, contralmirantes, Pasquín, Navarro, Rocha, Warleta, Mozo, Cámara, Reinoso y Guzmán, más los capitanes de navío de primera clase; Gómez Imaz, Terry, Lazaga, Cincúnegui y Auñón. El primer efecto y curioso por su organización fue que los presentes se preguntaban para que habían sido llamados. El Ministro les hizo una breve puesta al día. El contralmirante Pasquín, le preguntó, si era una ‹junta de guerra› o una reunión ‹de amigos› Pero la chispa saltó al explicar el Ministro que la escuadra ya estaba en Cabo Verde, recibiendo una gran protesta de Beránger, Gómez Imaz y Mozo, pero al ser informados de que la pretensión era llegar a Puerto Rico, las opiniones se dividieron, siendo Auñón el más participe de que fuera cumplida la orden, mientras Gómez Imaz, pedía se esperaran en Cabo Verde, hasta unírseles el Pelayo y el Emperador Carlos V, y a pesar de esto, estaban en contra Butler, Lazaga y Mozo. Pero la política es la política, por ello el Ministro envío un telegrama a don Pascual, entre otras cosas dice: «Oída la Junta de Generales de Marina, opina ésta que los cuatro acorazados y los tres destructores salgan urgentemente para las Antillas…; la derrota, recalada y casos y circunstancias en que V. E. debe empeñar o evitar combate, quedan a su más completa libertad de acción. En Londres tiene a su disposición 15.000 libras; los torpederos deben regresar a Canarias con los buques auxiliares…La bandera americana es enemiga.» y como se ve más arriba, la unanimidad no existió, ni siquiera la mayoría para emitir tal orden. (Pero obsérvese que insisten en denominar acorazados a los cruceros, incluso los profesionales.)

        La división zarpó de Cabo Verde el 29 de abril por la mañana, con rumbo al noroeste como si regresaran a Canarias, hasta perder de vista las islas por no dar pistas a posibles espías, virando entonces y dando remolque a los destructores, comenzando al principio a navegar sobre los diez nudos, pero al poco se vio que los destructores metían demasiado sus proas, dándose la orden de disminuirla a siete. A esto se añadía los constantes fallos de remolque, así como pequeñas averías en los destructores reduciendo aún más la media a una velocidad totalmente insoportable para unos buques de guerra y en guerra. Al respecto el autor americano Mahan dice: «…el 29 de abril abandonó Cabo Verde la escuadrilla de Cervera con rumbo desconocido, y desapareció durante catorce días a toda investigación de los Estados Unidos…sospechas lógicas nos inducían a creer que irían primero a Puerto Rico, para tomar al menos carbón y víveres, y si su destino final era el puerto de la Habana, tendrían que pasar irremisiblemente por el vigilado canal de Barlovento, entre Cuba y Haití…por esta razón se dio la orden al almirante Sampson de vigilar este canal con los buques; Yowa, Indiana y New York, dos monitores y un buque carbonero…lograron desorientarnos del todo.» A pesar de ello aun desplazaron dos vapores rápidos de aviso los; Harward y San Luis, situados a ochenta millas al Este de las islas de la Martinica y Guadalupe, realizando cruceros de vuelta encontrada entre ellos en rumbo Norte-Sur. Estando en las cercanías de las Antillas menores, don Pascual ordenó a Villaamil para con los destructores Terror y Furor, acercarse a la isla de la Martinica y a su capital de Fort de France, para recabar información sobre la escuadra americana. Todo porque el Ministro le había indicado se informara en Martinica y en Curaçao pues encontraría a un buque carbonero con 5.000 tn., para abastecerse. Por esta razón el 10 de mayo a las diez de la mañana se separó Villaamil para cumplir su misión, quedando la división navegando a muy baja velocidad con rumbo al canal de Santa Lucia, para darle tiempo al comandante de la flotilla de destructores a poder regresar. En esos momentos todavía la división no sabía si se había declarado oficialmente la guerra. Al amanecer del día siguiente se vieron por el horizonte dos columnas de humo, llevándoles a pensar había llegado la hora del combate, pero aquellas columnas se fueron acercando muy despacio y para acortar el tiempo viró de vuelta encontrada, pronto se distinguieron por medio de los prismáticos que eran los destructores, pero el Furor remolcando al Terror, al estar relativamente cerca de pronto el Furor, zafó el cable de remolque y virando se alejó rápidamente, dejando al Terror, al que le había reventado varias de las calderas, ya que con las prisas de hacerse a la mar los buques no fueron probados a navegar a toda máquina y al hacerlo las del Terror saltaron, dejando al buque casi sin propulsión, por lo tanto inútil para el combate, de hecho fue remolcado a Fort de France y fue el único buque de la división que regresó a España posteriormente. El Furor viró y se alejó por no haber podido cumplir su misión.

        Al anochecer del 11 de mayo se fue acercando la división a la isla de la Martinica, para evitar abordajes entre los mismos buques, solo se llevaba una tenue luz en popa, como aviso de la cercanía de entre ellos. Como es de suponer las dotaciones llevaban dos días durmiendo y comiendo en sus puestos de combate, por ello los nervios a flor de piel, añadido a no descansar bien empezaba a dar muestras de agotamiento entre ellos. Ya de madrugada cuando todos casi daban por perdido al Furor, se vio en la oscuridad de la noche el reflector que daba la señal convenida ya que se podía leer una —R— del alfabeto Morse, al verla desde el Infanta encendió el reflector con la letra —A— señal convenida para identificarse, así sobre las tres de la madrugada el capitán de navío Villaamil ascendía por la escala del Teresa, pasó a la cámara de don Pascual al quien le contó lo sucedido; se había entrevistado con el cónsul español, éste no tenía ningún tipo de noticia del Gobierno y solo le cupo el honor de ponerse a las órdenes del almirante, cuando terminó la entrevista el Gobernador Francés no lo quería dejar salir del puerto por ser neutral, y no hacía veinticuatro horas que el vapor rápido de aviso armado norteamericano Harward había abandonado el puerto, por ello se podrían encontrar y sería su responsabilidad; Villaamil le contestó, que o le dejaba salir o comenzaba a bombardear la ciudad, esto convenció al Gobernador, pero tropezó con la astucia de éste, pues había dado la orden a todos los prácticos para retirarse del puerto, para evitar con ello pudiera zarpar, pero apareció el capitán don Antonio Genís, quien lo era del trasatlántico español Alicante que se encontraba allí enviado por el Gobierno para servir de buque hospital, don Antonio ordenó a varios de sus contramaestres que con linternas indicaran al comandante del Furor, al menos donde estaban los límites de su buque y los que estaban a proa y popa de él, así pudo desatracar y salir del puerto, pero al mismo tiempo el curioso capitán, había estado recortando noticias de diarios que le entrego a Villaamil, para don Pascual, siendo todas las que pudo conocer el almirante.

        Aclarar que el Gobernador tenía razón, pues en la prensa norteamericana del día siguiente se dio la noticia del encuentro naval, entre el Harward y el Furor, dando el hecho como el primer encuentro naval de la guerra, siendo como casi todo un montaje, pues efectivamente el crucero vio al destructor, pero pensando que era la avanzadilla de la división, presentó la popa y a toda máquina puso mar por el medio perdiéndose en la lejanía, tanto que el menor franco bordo del destructor le impidió ver al crucero. Y al mismo tiempo las noticias que pudo recabar fueron: Que la guerra estaba declarada. Que desde Cárdenas a Cienfuegos estaba la isla con un riguroso bloqueo. Que otra división al mando Sampson se encontraba bombardeando San Juan de Puerto Rico. Que dos cruceros auxiliares estaban cruzando sobre las islas de Martinica y Santa Lucía. Que Puerto Plata y Savannah estaban en poder de los americanos. Que la escuadra de Montojo en las Filipinas había sido destruida por la americana al mando de Dewey. Que en España había crisis ministerial (suponemos que a ésta fue la que menos caso le haría, ya que no era ninguna novedad), por ello solo quedaba libre de acceso el puerto de Santiago de Cuba en toda la isla. Viendo que el peligro podía ser inminente se decidió remolcar al Terror a Fort de France, cruzaron el canal de la Mona y ya en franquicia de posibles enemigos, volvió a enarbolar la señal de ‹Comandantes a la orden› Fueron llegando todos y al estar reunidos don Pascual les dijo: «¡Y bien! ¿Qué hacemos ahora?», después de deliberar, se concluyó que, a San Thomas colonia holandesa no se podía ir ya que los americanos hacía poco que se la habían querido comprar y como estaba muy cerca de Puerto Rico era de suponer la estaban utilizando como base.

        El Ministro Bermejo había cometido un grave error, pues cuando comunicó las órdenes a las islas de Cabo Verde lo hizo utilizando un cable extranjero, por eso la creencia de los americanos de que la división iría a Puerto Rico, lo que automáticamente quedó descartado por unanimidad, además de mantener a los cruceros auxiliares Harwardy Saint Paul en constantes cruceros en la zona, por ello el posible paso a Punta Maisí quedaba fuera de discusión por excesivamente peligroso; que el bloqueo de la isla de Cuba no dejaba nada más que Santiago de Cuba libre y para arreglar el panorama, para poder hacer cualquier movimiento, tanto de combate como de ocultamiento las reservas de carbón eran escasas. Por ello solo quedaba una oportunidad, saber si el Ministro de verdad había enviado el carbonero a Curaçao y poder rellenar las carboneras, para decidir después que se hacía. Ésta ultima isla era de propiedad holandesa, por lo tanto neutral. La navegación se realizo entre ambos puntos a catorce nudos, los máximos que daba el Vizcaya, arribando el 14 al amanecer frente al puerto de Santa Ana. Aquí el Gobernador con el tema de la neutralidad se puso firme y solo permitió la entrada de dos cruceros y para cargar entre ambos seiscientas toneladas, y a un precio casi imposible de pagar, pero el carbonero que el Ministro afirmaba les esperaría aquí no estaba, ¿dónde estaba? Un telegrama del Ministro decía: «Madrid 12 de mayo: Ha sabido con satisfacción Gobierno su llegada a ese puerto (Fort de France). Península sin novedad…Vapor Alicante debe encontrarse ahí, y otro vapor inglés con 3.000 toneladas debe llegar a ese puerto, a las órdenes capitán Alicante; puede disponer vuecencia de ambos buques.» La tarde del mismo 12, el Ministro envía otro cable al comandante General de Puerto Rico, indicándole envíe al mercante inglés a Fort de France, por pensar que la división se encontraba allí. El mismo 12 otro telegrama diciendo: «El Ministro al Almirante. — Martinica. — Madrid, 12 mayo 1898. — Desde su salida han variado las circunstancias. Se amplían sus instrucciones, para que, si no cree que esa escuadra opere ahí con éxito, pueda regresar península, reservando su derrota y punto recalada, con preferencia Cádiz. Acuse recibo y exprese su determinación.» Aquí ocurren dos cosas, se ofrece al Alicante, pero no por llevar carbón para la división, sino como buque hospital o de almacén. Y la segunda y más importante, de estos tres telegramas, solo se enteró don Pascual en su Consejo de Guerra en España, puesto que nunca llegaron a sus manos. (¿Quién los retuvo?)

        Cervera considero que los más faltos de carbón eran el Vizcaya y el Teresa, siendo los que entraron a cargar, pero en el puerto no había (o no vieron) medios para realizar la carga más rápidamente, así que con solo los botes de los cruceros, el gran nervio de la dotaciones y muchas ganas de zarpar de allí, les llevó a realizar el trabajo casi a mano, mientras Cervera ordenó al Colón le diera carbón al Plutón por estar ya ‹a plan barrido› Bajó a tierra el almirante para convencer al Gobernador que al menos le diera permiso para cargar los buques de ‹capitán a paje› de víveres para treinta días, a lo que no se opuso ‹judaico comercio› (como lo nombra el mismo almirante en su diario) le puso las cosas muy difíciles ya que siendo conocedores de las prisas y necesidad de la división, los precios eran astronómicos. Aprovecha su estancia en tierra para poner un telegrama al Ministro: «Curaçao, 14 mayo 1898. De acuerdo con segundo Jefe y Comandantes de los buques, vine aquí con esperanza encontrar buque carbonero, anunciado en el telegrama de 27 abril. Buque carbonero no ha llegado, y no he podido adquirir el que necesito, lo que crea conflicto del que veré cómo salgo. Sólo han permitido entrada dos buques, limitando permanencia 48 horas. — Cervera.» Y al no cumplir el Ministro con su promesa perfectamente expresada en su telegrama, es cuando se suceden los desatinos por todas partes con el tema del carbón. Pero el Ministro parece que no leía los telegramas, ya que envía uno al capitán del Alicante, para que ponga rumbo a Curaçao, pero cuando llegó y además no llevaba carbón, la división ya había zarpado de este puerto. Al día siguiente Bermejo envía otro telegrama: «A Cervera. Curaçao. — Madrid 15 mayo: Recibido su telegrama. Se ordena al trasatlántico Alicante, surto en Martinica, salga inmediatamente para esa. Si creyese no alcanzase el tiempo para esperarlo. Telegrafíe urgente Comandante (pero aquí debió añadir del Terror que está en Fort de France) para donde lo quiere. En vista su ida a Martinica, vapor encargado ir a Curaçao se ordenó fuese a Martinica. Si no pudiera esperar al vapor trasatlántico Alicante, deje órdenes en esa, para que a su llegada pueda dicho buque dirigirse a donde vuecencia ordene, así como vapor inglés Tuickhand, que también lleva carbón.» ¿Cómo —que también lleva carbón—? ¡el Alicante solo llevaba para él! Casi inmediatamente envía otro al Comandante General de Puerto Rico señor Vallarino: «Madrid 15 mayo. Procure por todos los medios que lleguen a conocimiento Almirante escuadra, que está en Curaçao, los telegramas que para él tiene, así como noticias sobre situación escuadra enemiga, y disponga inmediatamente salida del vapor inglés Roath, si tiene carbón a bordo para escuadra.» Por notas de don Pascual al pie de estos telegramas a los dos primeros le añade: «Estos tres telegramas(uno de ellos no está)no fueron conocidos hasta estar en Santiago de Cuba, donde se recibieron.» y al último: «Éste telegrama lo he conocido mucho tiempo después de mi llegada a España.» Por ello al amanecer del 16, por haberse cumplido las cuarenta y ocho horas del tiempo fijado se ponía en marcha la división, con la incertidumbre de don Pascual de no haber recibido ningún telegrama durante todo ese tiempo.

        Se alejaron con rumbo invertido al que se suponía debían llevar y al perder de vista la isla ya que el tiempo acompañaba ordenó izar la señal: ‹Comandantes a la orden›, reunidos todos volvió a repetir la pregunta: «¡Y bien! ¿Qué hacemos ahora?» se analizó la situación de nuevo; la escuadra americana estaba rondándoles; los principales puerto de la isla de Cuba estaban bloqueados y la falta de carbón les impedía hacer millas en falso. Por ello vistas todas las posibilidades y las condiciones de poder arribar a la isla, solo les quedaba la encerrona de Santiago de Cuba, decidido así por unanimidad el almirante solo dio una orden, «que fueran apagadas las calderas innecesarias en cada buque para ahorrar combustible, que en cualquier momento podía hacerles mucha falta.» se trasladaron los comandantes a sus buques y se formo la división, en cabeza de ella iba el Plutón, un tiempo después de ponerse en marcha izó la señal de ‹hombre al agua› por lo que viró y los demás pararon máquinas, se recogió al caído y volvió a ponerse en marcha la división. Los 15 á 18 fueron de vigilancia constante de hecho no se movía nadie de su puesto, excepto por turnos para que estos no quedaran totalmente abandonados, comer rápido y regresar. El último día a punto de anochecer se pudieron divisar por babor las cumbres de las montañas de la isla de Jamaica, porque la división cruzó por el canal entre ésta y la de Haití, sobre media noche pudieron comprobar que los dos cruceros auxiliares americanos, el Saint Paul y el Harward con sus reflectores encendidos les pasaron por la proa, de hecho los haces casi alumbraron las bandas de los buques españoles, pero está claro que no los vieron porque nada sucedió y prosiguieron su rumbo (quizás esta es la razón de pintarlos de negro), facilitando que la división les dejara alejarse y pasando por sus estelas, a la mañana siguiente 19 de mayo casi viendo el canal de entrada al fondeadero de Santiago de Cuba, consiguiendo arribar y atravesar la difícil entrada para a continuación en el interior ir fondeando todas las unidades. No solo don Pascual sino varios de los comandantes explican muy gráficamente que llegaron: «quemando el último carbón que le quedaba.»

        Aquí vienen los parabienes de todos, entre ellos el del nuevo Ministro Auñón, el general Blanco y otro telegrama de Auñón en nombre de la Reina Regente, pero cuando don Pascual regresó a España anotó en su diario al pie de estos telegramas: «Todos estos plácemes y enhorabuenas, me sonaban a ese ruido especial que forman las palmas y ramos de olivo durante la procesión del Domingo de Ramos. ¡Que cerca estaba el Viernes Santo y el Calvario!» Sobre su arribada a Santiago de Cuba, se ha discutido mucho y largo, pero en aquel momento y visto lo visto, no había otro puerto a su alcance y mucho menos intentar ganar otro teniendo que combatir antes de reabastecerse de carbón. Aunque hay serias dudas en cuanto al escritor y marino A. T. Mahan, sobre la verdad de mucho de lo que se escribió en su momento, respecto a esto dice algo que bien pensado es casi seguro y correcto: «Suponiendo que hubiera podido tomar otro puerto, aun el mismo de la Habana, esto hubiera facilitado la concentración de las fuerzas de los Estados Unidos, y dándonos la posición más favorable que hubiéramos podido soñar, no sólo por contener y encerrar del todo al enemigo, sino por poder al mismo tiempo y de la manera más apreciable defender nuestra base naval y estratégica de Cayo Hueso.»

        Sobre el manido tema del carbón, se encontró don Pascual que en Santiago de Cuba, sólo existían dos mil toneladas como reserva de los cañoneros de la vigilancia de costas y otras mil doscientas, de muy mala calidad pues eran para las minas y el ferrocarril de Juragúa. Para transportar el carbón a los buques solo había un remolcador de puerto, pero tenía la máquina averiada y para transportar el agua necesaria a los buques, otras quinientas toneladas, sólo existía la que estaba en el muelle de Las Cruces, con dos lanchas y en cada una dos pipas del líquido elemento y es que nadie sabe porque se quejaba el contralmirante Cervera, ya que el nuevo Ministro le comunica: que en Fort de France hay un carbonero con tres mil toneladas para él, pero no puede zarpar sin ser apresado; que otro estaba en rumbo a Curaçao con cantidad parecida; que el Restormell había salido de Curaçao con Cardiff y el marqués de Comillas, había donado siete mil toneladas a España, pero estaban en Cádiz. ¿No entendemos como se quejaba don Pascual, si tenía carbón por medio planeta pero no donde estaba él? Por todo esto antes de salir de Cádiz no hacía falta hacer planes previsores, porque se estaba casi en guerra. Dejando en clara evidencia la imprevisión de la orden de salir, de ahí que Cervera insistiera para mantener la entrevista con el Ministro Bermejo, que no era para ver que hacía como Comandante en Jefe de la división de buques, sino precisamente concretar a qué punto del planeta debía acudir, para ir en su búsqueda y poder abastecer sus buques con sus dotaciones: Lo intentó repetidas veces antes de salir para perfilar una táctica, negándosele totalmente, pero no tardó en caer en la cuenta de donde se encontraba, cuando al estar en Cabo Verde recibió las instrucciones que se le daban y fechada un día antes de su salida (ni el Ministro sabía mentir), todavía le confirmaba más que no había ninguna previsión, todo fue decidido por galones sin pensar en ningún momento que la división iba a la guerra, pero como siempre eso a los políticos les importa poco, lo importante es tener votos y continuar en la poltrona, del ordeno y mando.

        Algo que pudo con la moral de don Pascual, fue enterarse de lo que ocurría en la isla. No era otra cosa que lo que se ha venido repitiendo en la Historia de España, de soldado a general llevaban nueve meses sin cobrar, los hombres desnutridos y flacos mermados de toda fuerza, siendo una prueba sacada de su diario para hacerse una idea del estado de los hombres, invitó a un oficial a comer a su mesa y el hombre no pudo dar bocado, porque ni fuerzas tenía para masticar, además se disculpó, porque aquellos alimentos «eran demasiado fuertes para que los soportara su estomago.» Esto no era conocido en la península. Por un telegrama del general don Arsenio Linares a Correa, sabemos que: «Esta plaza, podrá subsistir lo más hasta mediados de julio. Se consumen 250.000 raciones mensuales por el personal y 20.000 por el ganado. Necesitamos medicamentos para hospitales, especialmente quinina y bismuto. Los cuerpos en enero de este año la consignación de abril del año pasado; los generales, jefes y oficiales y comisiones mixtas tienen en descubierto nueve pagas, con la circunstancia de que las tres últimas recibidas se les dieron en billetes que no circulan aquí.» Volvemos a su diario inédito: «Pensé en regresar a Puerto Rico, pero para ello debía cargar todo el carbón disponible, para por lo menos poder arribar y allí recargar de mercante, por lo que di la orden de apagar todas las calderas de los buques, ya que la media de carga con un gran esfuerzo sería de 250 toneladas, pero si mantenía las máquinas en marcha la escuadra consumía 200, por lo que el régimen de carga no daba ni para mantenernos con vapor, al mismo tiempo había que limpiar al Vizcaya, ya que en el último tramo daba con dificultad y a base de mucho consumo los 14 nudos, por lo que se reunieron todos los buzos de la escuadra a su bordo para intentar realizar el trabajo, todo lo bien que permitían las circunstancias.» El 21 se vieron de lejos varios buques americanos, lo que llamó la atención de los comandantes y si la división se mantenía con las calderas apagadas, cualquier ataque incluso dentro del fondeadero sería complicado defenderse, por ello Cervera ordenó encender de nuevo las del Infanta y Colón, lo que confirmó la presencia de la división, de hecho el 23 se acercaron mucho más y seguro que las columnas de humo de los dos cruceros eran inconfundibles aunque no se pudieran ver los buques, así que el 24 ya casi entraron en el puerto, solo les paró un disparo desde la Socapa, pero seguro que esto confirmó su presencia. Y viene a confirmarlo un telegrama de Auñón a Cervera del 23 de mayo: «Salió escuadra enemiga almirante Schley de Cayo Hueso para sur Cuba día 20 noche y después la de Sampson. Créese cuatro monitores y algunos cruceros guardan canal de Yucatán.» El general Linares recibe uno del general Blanco: «Habana 23 mayo. — Hoy 12 buques enemigos, en frente de Cienfuegos.» Unas horas después recibe el general Linares del general Blanco: «Habana, 23 mayo. — De los barcos que había frente a Habana, se han dirigido hacía barlovento acorazado Indiana, crucero acorazado New York, crucero Montgomery, aviso Dolphin, cañonero grande Wilmington y otros.» El 25 desde el Morro se avisó se acercaban dos mercantes. Don Pascual por si uno de ellos era el carbonero Restormell dio orden al Colón de salir a darle escolta, poco después de la primera señal, se repite: «uno de los dos barcos parecía ir en persecución del otro, que era más pequeño.» pero todavía el Colón no había levado anclas, cuando se advirtió por el vigía de nuevo: «el barco pequeño ha sido apresado por el grande.» Efectivamente luego se supo que era el Restormell, el apresado por el crucero auxiliar americano Saint Paul, pero lo raro es que venía al mando de un capitán británico, no pidió auxilio a pesar de lo cerca que estaba, no llevaba ninguna señal para darse a conocer y lo más grave, no iba a bordo como marcaba la Ley ningún responsable diplomático. El caso es que don Pascual se quedó sin su necesitado carbón.

        El 26 se levantó un fuerte temporal que obligó a los bloqueadores a separase de la costa, así que don Pascual estaba más seguro de poder con el temporal que los buques americano, y a pesar de no contar con todo el combustible a bordo, dio orden de encender las calderas con intención de abandonar la ratonera, para esperar a que la noche cayera y en su oscuridad aprovechar la nula vigilancia, para intentar volver a burlar al enemigo, así solo quedaba esperar y todos en sus puestos, pero don Pascual no se fiaba mucho de la laja que cruza el acceso al canal, ya que al producirse esas grandes olas quiso saber si el Colón podría pasar, si a su paso le cogía un seno de ellas, lo que era de prever. Existía un precedente y de ahí las dudas, fue la fragata Gerona entre 1871 á 1875 estuvo destinada en el apostadero de la Habana, y en uno de esos años arribó a Santiago, se formó un temporal parecido y quiso zarpar, al pasar por la laja se dejó en ella la ‹zapata› —pieza que protege la parte más baja del timón—, esto le obligó a volver a entrar y pasar a reparar, teniendo en cuenta que la Gerona calaba en popa 6,40 metros, mientras que el Colón tenía 7,60 y la laja estaba en mar llana a 8,39 metros. Para ello don Pascual hizo llamar al práctico Miguel y le dijo revisara la posibilidad de que pudiera pasar el crucero, se embarcó en una lancha, se fue a sondear y ver los vaivenes de la mar; pasada una hora regresó a presencia del almirante, éste le pregunto: «¿Viste ya el sitio? ¿Observaste bien la laja?, ¡Sí, mi General! ¿Y crees que podrá pasar el Colón?» Y don Miguel le contesto: «Creo que lo más probable; lo muy probable es que, con la marejada que hay, el barco dé una ‹culá› en la laja.» Se convocó ‹Comandantes a la orden›, y se dedujo que lo mejor era seguir en Santiago, de esta opinión fueron; Paredes, Eulate, Lazaga, Díaz Moreu y Villaamil, mientras por la salida estaban Bustamante y Concas, por ello Cervera optó por dar la orden de apagar calderas, suspendiendo la orden de salir. Pero mientras esto ocurría el viento fue bajando de intensidad y con él la mar, de forma que a media tarde casi estaba como antes de empezar el temporal, apareciendo un poco después los bloqueadores americanos y aún quedaban dos horas de luz.

        Por los partes americanos se sabe que el mismo 19 fue comunicada la llegada de la división, siendo informados Sampson, Evans y Mahan, pero estos no dieron crédito a la noticia por haber recibido ya varias que cada una era más peregrina que la anterior, añadiéndose que debían de haber pasado entre los dos cruceros auxiliares y pensaban que era imposible haberlos burlado, no obstante enviaron a los cruceros auxiliares, Saint Paul, Harward, San Louis y Jale con el crucero rápido Minneapolis sobre Santiago de Cuba, siendo los que se vieron el 21 y después de que estos aseguraran que estaba la división española en el fondeadero, fue cuando el 19 el Departamento de Marina de los Estados Unidos dio la orden a Sampson de acudir a verificar de verdad la noticia, por ello se puso a rumbo con el Oregon y New York, arribando el 1 de junio dando así comienzo éste día como fecha oficial del bloqueo, pero de verdad éste empezó el 27, pues ya estaba bloqueado por Schley. (Es curioso observar que aún siendo confirmado por marinos, no se lo crean y envíen a Sampson a confirmarlo.) Aun contando la fecha oficial como buena, solo habían transcurrido once días desde la arribada de la división, pero solo nueve desde que comenzó la carga del carbón, si nos atenemos a las cifras dadas por don Pascual solo se habría cargado el carbón bueno, pero a ese habría que descontar que al mismo tiempo dos de los cruceros ya estaban consumiendo para estar listos e impedir un asalto y se había encendido las caladeras de toda la división en varias ocasiones.

        El 31 de mayo se presentó parte de la escuadra americana, estando presentes los acorazados: Iowa, Massachusetts y Texas, con los cruceros Brooklyn y Amazonas, se situaron a unos siete mil metros y comenzaron a bombardear, por ello se dio la orden al Colón y Mercedes de apostarse en la entrada, entonces sucedió que uno de los vapores rápidos que hacían de cruceros auxiliares, tuvo la temeridad de acercarse demasiado, al verlo los dos cruceros españoles abrieron fuego con sus piezas de 16 centímetros. Consiguiendo un impacto, ya que el capitán Evans en el diario Century Magazine de mayo de 1899, reconoce que al parecer una granada del Colón atravesó el casco del auxiliar y le dio fuego a la botica. Pero esta forma de combatir, ya le dijo al almirante como iba a ser el encuentro, los americanos se mantendrían siempre fuera del alcance de sus cañones y valiéndose de su mayor calibre batirlos de lejos hasta dejarlos dañados, para luego sin riesgo ir acortando las distancias para rematarlos. (Un retrato de lo que pasó.) Sobre las dos de la madrugada del 2 de junio, se oyó un intenso fuego en el canal de entrada, el almirante pensando era un ataque americano mando ‹zafarrancho› y al poco cesó el fuego, un rato más tarde se acercó el oficial Caballero a don Pascual, diciéndole que un acorazado americano había intentado forzar la entrada. Esto llamó la atención de Cervera, pues no era lógico por la forma de actuar el día anterior se atrevieran a hacer un acto de este riesgo, por ello ordenó que se abarloara a su insignia una pequeña lancha de vapor, la cual abordó y junto a otros oficiales pusieron rumbo al lugar, al llegar no se veía nada pero si se oyeron unas voces que gritaban «¡Prisioneros de guerra!» fueron buscando en la oscuridad a estos hombres, consiguiendo dar con ellos por las voces que no paraban de dar, al llegar se dieron cuenta eran ocho, pero todos vestidos con traje de baño, entre ellos se destacó un oficial pues llevaba su pistola, guantes, gemelos y una cantimplora con whiskey, estaban agarrados a una balsa hecha a propósito para la misión, pero tuvieron la mala suerte que al arriarla dio la vuelta, impidiéndoles coger los remos y regresar a su buque, el cual además les abandonó. El oficial se presentó como Hobson y sus siete hombres voluntarios todos, con la misión de abordar al carguero Merrimack, de 4.117 toneladas, equipado con un buena cantidad de carbón, su casco a flor de agua con un sinnúmero de jarras todas ellas cargadas de pólvora, para poder hacer fuego sobre ellas y que estás comunicaran el fuego a la carga interior, lo que conseguiría hacer saltar toda la obra viva, pues en su interior se le había cargado con grandes piedras, con la intención de bloquear el canal de acceso al puerto de Santiago, pero el fuego de tierra desde Punta Gorda consiguió hundirlo y curiosamente sin tocar ninguna de aquellas jarras, impidiéndoles conseguir su objetivo. Al saber don Pascual todo lo intentado por boca del oficial Hobson, solo le dijo: «¡Bien, muy bien! ¡Sois unos valientes! ¡Os felicito!» Está actitud del almirante dejó perplejo a Hobson y además tuvo unos efectos muy valiosos, pues la noticia corrió inmediatamente por todos los Estado Unidos, porque hasta ese momento en toda América la misma prensa había comunicado incansablemente que caer en manos de los ‹Salvajes españoles›era una muerte segura, pero fueron tratados como lo que eran, militares y por lo tanto se les dio de todo lo que se podía, pero no contento con ellos Cervera, ordenó a su Jefe de Banderas capitán de navío don Joaquín Bustamante se entrevistase con Sampson, quien fue recibido en el Iowa y comunicándole que sus hombres estaban bien, pero ante la escasez de medios en Santiago, le rogaba les diera ropa y sus pertenecías personales, para que no echaran nada de menos, así se le entregaron a Bustamante y éste a los prisioneros. Pero al mismo tiempo Sampson comunicó a la prensa lo sucedido y a partir de aquí la opinión de los norteamericanos cambio por completo sobre los españoles, actitud que por desgracia posteriormente pudo comprobar el mismo almirante al estar prisioneros.

        Se intercambian más y más telegramas entre el Ministro y don Pascual pero por estar ya en la obra publicada del propio almirante no consideramos sean novedad y alargaría ésta sin necesidad. Lo que sí dejó claro el almirante, es que por lo visto la intención era bloquear el canal de acceso, para conseguir sana y salva la división al completo, de esto a él no podía hacérsele responsable, ya que la artillería de costa instalada era del ejército y sobre ellos él no tenía mando, además de ser poca y menos poderosa, por ello volvió a enarbolar la insignia: ‹Comandantes a la orden›, volviéndose a reunir, el almirante la única solución para evitar caer los buques en manos de los americanos, era la de salir, las opiniones no variaron mucho: según Concas, habría que esperar a un día en que tanto el New York y el Brooklyn por ser los cruceros más rápidos, no estuvieran y debía de ser de día, ya que de noche podían incluso abordarse entre ellos; Bustamante, dijo que lo mejor era salir de noche en el primer novilunio y al estar en franquicia que cada cual saliera en una dirección, así alguno podría salvarse; la opinión del resto, fue que lo mismo daba salir de día o de noche, pues las esperanzas de poder zafarse de la poderosa escuadra americana eran nulas y además seguían sin tener las carboneras llenas, y parte del carbón que se había cargado era de mala calidad. Como único comentario a todo lo que se cruzó de telegramas, nos vamos a un testigo presencial a la sazón teniente de navío don Müller Texeiro, quien nos dice: «La escuadra enemiga vigilaba constantemente la entrada del puerto con sus proyectores eléctricos, iluminándola como si fuera de día; en cambio, la salida, que aun de día es difícil, de noche y deslumbrados con los reflectores, hubiese sido punto menos que imposible, y hubiera sobrevenido irremisiblemente una catástrofe mayor.» El almirante americano Chadwick, comunicó a su Gobierno el informe de Sampson: «El uso de los proyectores durante la pasada noche demuestra claramente que en la oscuridad de la misma pueden ser empleados con eficacia, si se hace con suficiente cuidado. Es necesario que se mantenga el haz de luz constantemente dirigido hacía la parte superior del canal, con objeto de llegar hasta el fondo del puerto. De este modo se considera prácticamente imposible el que pueda escapar ningún buque, ni que haya siquiera tentativa alguna de salida que no sea inmediatamente descubierta. A este fin ordené a los capitanes del Iowa, Oregon, Massachusetts que avanzaran en sus respectivas posiciones hasta llegar a dos millas de la entrada. El servicio empezará por el Iowa, a las siete y treinta de la tarde, que aplicará su proyector hacía la boca, manteniéndose así constantemente. A las nueve y treinta de la noche será relevado por el Oregon y éste por el Massachusetts. Es importantísimo que el haz de luz se mantenga lo más fijo posible y que no se le permita distracción alguna a la persona que manipule con el proyector…» Nos aclara de nuevo el almirante French Ensor Chadwick: «…esta orden fue de las más importantes de la guerra, y a ella se debió, más que a ninguna otra circunstancia, la captura de la escuadrilla de Cervera; pues quedó convencido plenamente el Almirante español de que los buques que salieran durante la noche tenían que ser vistos necesariamente, y alejamos además el peligro de cualquier ataque por parte de los torpederos. Antes de esta medida, la luna se consideró como una excelente amiga nuestra; después no solo fue de poca importancia su luz, sino más bien contraria, pues el proyector resultaba más brillante y oportuno.»

        Se suceden los telegramas, entre ellos el de Cervera a Linares, pidiéndole se refuerce la artillería de costa para poder hacer una salida nocturna, pero el general Linares le dice que solo dispone de los cañones de la Socapa de 16 centímetros y estos no llegan a ofender a enemigo tan poderoso. Otro del general Linares a Cervera del 12 de junio, pidiéndole que si hay desembarco enemigo pueda contar con sus compañías de desembarco, a lo que don Pascual le reitera todo su apoyo que le pueda prestar, solo con el límite de los fusiles disponibles. El del general Blanco a Linares para que interrogue al almirante a ver cuáles son sus propósitos. Y otro del general Blanco del 20 de junio al Ministro de la Guerra Correa, en el que viene a decir que como no tiene mando sobre la división naval, no puede ordenar nada a su jefe, tratándolo como si fuera un rebelde o independentista. Este mismo día se produce el desembarco americano en Daiquiri y don Pascual ordena el desembarco de sus compañías. El 22 el almirante envía un telegrama al Ministro Auñón: «El enemigo desembarca por Punta Berracos. Como la cuestión ha de resolverse en tierra, voy a desembarcar las tripulaciones de la escuadra hasta donde alcancen los fusiles. La situación es muy crítica.»Pero el 23 recibe respuesta de Auñón a su anterior telegrama; —que no sabemos si alguien puede entender—, lo que demuestra que no es lo mismo estar al mando y bajo el fuego que en un sillón a miles de kilómetros de distancia, porque el telegrama no tiene desperdicio:«El Gobierno aplaude propósito salida en primera ocasión propicia que deja a su arbitrio. Llegaron víveres a Cienfuegos. Enviase expedición por tierra a Santiago y se enviaran cruceros auxiliares costa enemiga.» Y para terminar de arreglar las cosas, recibe otro de Auñón diciendo: «Madrid, 24 junio. Almirante Cervera. Para dar completa unidad a la dirección de la guerra en esa isla, considérese vuecencia, mientras opere en aguas de ella, como Comandante General de la escuadra de operaciones, y proceda en sus relaciones con el General en Jefe conforme Real Orden de 13 de noviembre de 1872, dictada por este Ministerio, y artículos Ordenanza que menciona; pudiendo desde luego ponerse en comunicación directa con dicha Autoridad y cooperar con la escuadra a la realización de sus planes.» Por esta el almirante pasa a ser un general subordinado del general Blanco Capitán General de la isla de Cuba. (Orden que lo puso todo más negro.)

        El ejército español dislocado en la isla en mayo estaba compuesto por ciento cincuenta y un mil trescientos cuarenta y tres hombres de línea, más treinta y cinco mil ciento ochenta y uno que fueron de los movilizados que quedaban después de sufrir las bajas desde el comienzo de la guerra, lo que da un total de ciento ochenta y seis mil quinientos veinticuatro. De estos, el general Pando afirma que más de cincuenta mil estaban en los hospitales e imposibilitados de combatir. Pero el Doctor Losada Inspector general de Sanidad, asegura que al final de la guerra quedaban ochenta mil hombres de línea y treinta y cinco mil de los movilizados. Pero de toda esta fuerza el general Linares solo disponía de ocho mil hombres, de ellos cinco mil estaban repartidos en ciento diecisiete posiciones todas por el interior y los tres mil restantes para proteger la costa entre Aguadores y Daiquiri, con el único apoyo de veinte piezas de artillería de bronce de un antiguo parque y con cureñas hechas por las propias tropas para poderlas desplazar, así como cubriendo los pasos obligados para acceder a Santiago de Cuba que eran los del Caney y las Lomas de San Juan. Ninguna ayuda recibió del resto del ejército de la isla, siendo estos los únicos militares que de verdad defendieron Cuba contra los americanos quienes pusieron en tierra a veinte mil hombres. Para rematar el panorama, los labradores y cultivadores de la isla ese año no recogieron nada, por ello los alimentos estaban a precios desorbitados y se añadía el problema no menos pequeño que nadie se fiaba de los españoles, por lo que ni siquiera se les daba a cuenta alimentos.

        Se acumulan más telegramas, hasta llegar al del 2 de julio enviado a las cinco y diez minutos de la mañana, por el general don Ramón Blanco al almirante: «Urgentísimo. En vista estado apurado y grave de esa plaza, que me participa general Tovar embarque V. E. con la mayor premura tropas desembarcadas de la escuadra, y salga con ésta inmediatamente.» El almirante llama al segundo jefe de la escuadra y a los comandantes de los buques, les transmite la orden recibida y que le vayan notificando buque a buque cuando esté toda la marinería a bordo, pues tiene previsto salir a las cuatro de la tarde del mismo 2, saldrían por el orden siguiente: el Teresa, insignia, con rumbo al Oeste siguiéndole el Vizcaya, Colón, Oquendo y los destructores; una vez en franquicia el de su mando enfilaría al primer buque de la línea americana, para romper el fuego nada más estar a tiro y si podía llegar a él lo embestiría, pero el resto no debía preocuparse del Teresa, deberían salir a toda máquina pegados a la costa y entre ellos los destructores a sotafuego por donde les darían alcance, para si se presentaba la ocasión salieran de la protección de los cruceros y atacar con sus torpedos al enemigo con el fin de que todos pudieran salvarse. Con esta orden cumplía con el artículo 153 título 1º Tratado 3º de las Ordenanzas de la Armada, que dice textualmente: «Deberá combatir hasta donde quepa en sus fuerzas contra cualquier superioridad, de modo que aún rendido sea de honor su defensa entre los enemigos; si fuese posible varará en costa amiga o enemiga antes de rendirse, cuando no haya un riesgo próximo de perecer el equipaje en el naufragio, y aún después de vararlo será su obligación defender el baxel y finalmente quemarle sino pudiera evitar de otro modo que el enemigo se apodere de él.»

        En los buques se trabaja deprisa, ya que el almirante había dado la orden de desalojar toda la madera que se pudiera, puesto que los cruceros llevaban demasiada y no era útil, por ello hasta la puerta de su Cámara fue destruida, lo peor en el posterior combate no fue esta la madera que ardió, sino la que formaba parte de las estructuras del buque, como toda la que estaba en el interior de la segunda batería, la cual al recibir los impactos de los enemigos salían las astillas en forma de metralla, hiriendo y matando a todo el que alcanzaba, además de ser la que ardió ya que esta batería no tenía ninguna protección de acero, solo el de la construcción que no tenía más de un centímetro de espesor. (¿Acorazados?) Cuando se acercaba la hora prevista, preguntó el almirante por señales si se podían poner en marcha, pero don Antonio de Eulate comandante del Vizcaya, comunicó que su marinería todavía no había llegado, el almirante esperó otra hora y volvió a repetir la pregunta al mismo buque, la respuesta fue la misma, por ello decidió posponer la salida para el día siguiente a las nueve de la mañana. Un dato que narra su hijo don Ángel Cervera su ayudante durante toda la campaña de las Antillas. Don Ángel le dijo a su padre dejar en Cabo Verde sus pequeños baúles con lo innecesario para la campaña, pero don Pascual le dijo que no. Estando en Santiago y a punto de zarpar, la misma noche del 2 de julio don Pascual le dijo que para no ir buscando cosas, lo mejor era reunir en un saquito de mano las condecoraciones y el dinero de ambos. Don Ángel le propuso guardarlo en algún lugar seguro, pues ya no tenían ni puertas que cerrar, pero don Pascual le dijo que lo colocara en un rincón de la Cámara, dándole está explicación: «Si se entera la gente de que el Almirante anda escondiendo sus alhajas, sospechará que teme un desastre, y caerá el hermoso espíritu que hasta ahora ha reinado.» En este lugar ardieron o se fundieron junto al resto de los mamparos de la Cámara.

        Los buques enfrentados: Españoles: Infanta María Teresa, Vizcaya y Oquendo. Categoría: Crucero acorazado. En realidad, crucero protegido. Desplazamiento: 6.800 toneladas, según fuentes hasta las 7.300. Potencia máxima: 13.700 C.V. Velocidad máxima: 20 nudos. Carboneras: 1.050 toneladas. Autonomía: 9.700 millas a velocidad de crucero de 10 nudos, que varía según fuentes. Protección blindada: cintura: 306 m/m; cubierta: 50 m/m; barbetas: 250 m/m; torres: 250 m/m y puente acorazado; 250 m/m. Armamento: 2 piezas de 280 m/m; 10 de 140 m/m: 8 de 57 m/m; 8 revólveres de 37 m/m; 2 ametralladoras y 8 tubos lanzatorpedos. Colón. Categoría: Crucero acorazado. Desplazamiento: 6.840 toneladas. Potencia máxima: 13.000 C.V. Velocidad máxima: 20 nudos. Carboneras: normal; 680 toneladas, máxima 1.050. Autonomía: 4.400 millas, según fuentes hasta 8.300 a velocidad de crucero de 10 nudos. Blindaje: cintura: 152’4 m/m; cubierta: 76’2 m/m; barbetas: 152’4 m/m; torres: 152’4 m/m; batería secundaria; 152’4 m/m y puente acorazado; 152’4 m/m. Armamento: 10 de 152’4 m/m: 6 de 120 m/m; 10 de 57 m/m; 10 revólveres de 37 m/m; 2 ametralladoras y 5 tubos lanzatorpedos. Furor y Plutón: Categoría: Destructor. Desplazamiento: 450 toneladas. Potencia máxima: 4.000 C.V., crucero, 6.000 a tiro forzado. Velocidad máxima: 28 nudos. Carboneras: capacidad máxima 70 toneladas. Autonomía: 1.000 millas, a velocidad de crucero. Armamento: 2 piezas de 75 m/m: 2 de 57 m/m; 2 ametralladoras y 2 tubos lanzatorpedos de 350 m/m.

        Norteamericanos: Indiana y Oregon: Categoría: Acorazado. Desplazamiento: 10.288 toneladas. Potencia máxima: 8.000 C.V. a tiro forzado 9.500. Velocidad máxima: 15 nudos, a tiro forzado 17. Carboneras: 400 toneladas, máxima 1.800. Blindaje: cintura: 431’8 m/m; cubierta: 76’2 m/m; barbetas: 431’8 m/m; torres: 215 m/m; torres secundarias: 152’4; sus barbetas: 203’2; batería: 152’4 y puente acorazado: 250 m/m. Armamento: 4 piezas de 330’2 m/m; 8 de 203’2 m/m; 4 de 152’2 m/m; 20 de 57 m/m; 4 ametralladoras y 4 tubos lanzatorpedos de 457’2 m/m. Iowa: Categoría: Acorazado. Desplazamiento: 11.410 toneladas. Potencia máxima: a tiro forzado 11.000 C.V. Velocidad máxima: a tiro forzado 16’5 nudos. Carboneras: 625 toneladas, máxima 1.780. Blindaje: cintura: 355’6 m/m disminuyendo hasta la cubierta 280 m/m; cubierta: 76’2 m/m; barbetas: 203’2 m/m; torres: 355’6 m/m; torres secundarias: 152’4; sus barbetas: 203’2 y puente acorazado: 254 m/m. Armamento: 4 piezas de 304’8 m/m; 8 de 203’2 m/m; 4 de 101’6 m/m; 22 de 57 m/m; 4 ametralladoras y 4 tubos lanzatorpedos de 355’6 m/m. Texas: Categoría: Acorazado de 2ª. Desplazamiento: 6.300 toneladas. Potencia máxima: a tiro forzado 8.000 C.V. Velocidad máxima: a tiro forzado 17 nudos. Carboneras: 500 toneladas, máxima 950. Blindaje: cintura: 304’8 m/m; cubierta: 76’2 m/m; buque de reducto central en diagonal de babor a estribor, encerrando en él las torres de las piezas principales a forma de casamata todo él con: 304’8 m/m; mantelete de las piezas secundarias: 152’4 m/m y puente acorazado: 304’8 m/m. Armamento: 2 piezas de 304’8 m/m; 6 de 152’4 m/m; 12 de 57 m/m; 2 ametralladoras y 2 tubos lanzatorpedos de 355’6 m/m. Brooklyn: Categoría: Crucero acorazado. Desplazamiento: 9.215 toneladas. Potencia máxima: a tiro forzado 18.000 C.V. Velocidad máxima: a tiro forzado 21 nudos.

Carboneras: 900 toneladas, máxima 1.650. Blindaje: cintura: 152’4 m/m; cubierta: 76’2 m/m; barbetas: 203’2 m/m; torres: 203’5 m/m; casamatas piezas secundarias: 101’6 m/m y puente acorazado: 190 m/m. Armamento: 8 piezas de 203’2 m/m; 12 de 127’5 m/m; 12 de 57 m/m; 4 ametralladoras y 5 tubos lanzatorpedos de 457’2 m/m. New York: Categoría: Crucero acorazado. Desplazamiento: 8.200 toneladas. Potencia máxima: a tiro forzado 16.500 C.V. Velocidad máxima: a tiro forzado 21 nudos. Carboneras: 750 toneladas, máxima 1.150. Blindaje: cintura: 152’4 m/m; cubierta: 101’6 m/m; barbetas: 254 m/m; torres: 177’8 m/m; mantelete de las piezas centrales de calibre: 203’2, protegidas por: 177’8 m/m; casamatas piezas secundarias 101’6 m/m y puente acorazado: 177’8 m/m. Armamento: 6 piezas de 203’2 m/m; 12 de 101’6 m/m; 8 de 57 m/m; 4 ametralladoras y 5 tubos lanzatorpedos de 355’6. A lo que hay que añadir los buques llamados Yates armados que a pesar de no ser buques de guerra, demostraron su eficacia al menos en esta ocasión y de los cuales Norteamérica armó varios para esta guerra pero solo dos entraron en el combate. Gloucester: armado con 4 piezas de 57 m/m; 4 de 42 m/m y 2 ametralladoras, según fuentes la velocidad máxima era de 18 nudos y en otras de 25, con un desplazamiento de 800 toneladas. Siendo el buque que dejó fuera de combate a los dos destructores españoles y su capitán, el teniente de 1ª clase Wainrigth fue uno de los más distinguidos en el combate, reconocido posteriormente hasta por el Congreso. Wisen: también artillado con cuatro piezas de 57 m/m, no se menciona su velocidad, con un desplazamiento de 165 toneladas y al mando del capitán; teniente Sharp. Participaron casi al final del combate: Ericson, un torpedero de 120 toneladas y el Hist, un buque menor sin mucha importancia, estos buques acudieron al fuego, pues estaban acompañando al New York en el que iba a bordo Sampson con rumbo a Siboney, al oír tronar los cañones dio orden de virar y regresar, llegando en el último momento y solo su crucero tuvo tiempo de abrir fuego dos veces con los dos cañones principales, pero jugó bien sus cartas y se alzó como el vencedor del combate. Cuando se hicieron públicas en los Estados Unidos estas cuestiones, a pesar de la alegría de todo el pueblo Sampson realizó unas intervenciones en la radio consiguiendo con ellas dividir aún más a sus conciudadanos.

        Amaneció el 3 de julio de 1898, se repartió el desayuno a la tripulación, sobre las nueve de la mañana se izó en el crucero insignia la orden de ‹levar› todos los comandantes contestaron ‹listos›, se prorrumpió en un fuerte ¡Viva España! en toda la división y fueron aproando por el orden establecido, para pasar el canal de acceso-salida, éste a parte de la laja obligaba a mantener unos minutos el rumbo al Sur, para poder virar después de pasado el bajo del ‹Diamante› al Oeste, momento en que el Teresa puso proa al costado del primer buque de la línea cóncava en que estaba posicionado el enemigo, siendo el elegido por estar ahí el crucero Brooklyn, con la insignia del comodoro Schley, el cual al ver la intención del insignia español cayó atrás a su estribor y dando avante se refugió entre el Iowa y el Texas. Después en cualquiera de los libros de la bibliografía está referido el combate, con una duración sobre una hora y media.         Al mismo tiempo en Madrid eran las cuatro de la tarde, cuando en Santiago de Cuba eran las nueve horas y treinta minutos de la mañana por la diferencia horaria de seis y medias horas, comenzaba una corrida de toros, en la que Guerrita iba a lidiar seis, por ello duró lo mismo la corrida que el combate.

        El total de hombres de las dotaciones fueron por parte española; dos mil doscientos veintisiete y por los norteamericanos tres mil quinientos veintitrés. El tonelaje de los buques españoles en total sumaba veintiocho mil doscientas ochenta toneladas y por parte norteamericana cincuenta y seis mil setecientas setenta y cuatro. Mientras que el poder de fuego de los españoles en peso de andanada era de dos mil setecientos cincuenta y cuatro kilos, por parte norteamericana era de ocho mil seiscientos treinta y dos, siendo la proporción de más de tres a uno a favor de los americanos. La escuadra americana montaba; 8 cañones de 330’2 m/m; 6 de 304’8; 38 de 203’2; 12 de 152’4; 12 de 127’5; 16 de 101’6 y 76 de 57. Por su parte la división española montaba; 6 de 280 m/m; 10 de 152’4; 30 de 140; 4 de 75 y 28 de 57. España perdió todos sus buques. Como contrapartida los norteamericanos, después de reparados sus buques se supo, el coste de los desperfecto sufridos en el combate siendo; el Indiana, 4.693 dólares; Iowa, 4.078; Brooklyn, 1.303 y Texas, 752, la suma de todos ellos ascendió a 10.826. O lo que era lo mismo en esa época 54.130 pesetas, pero de aquellas que eran de plata con un peso de 5 gramos, ya que la paridad era de cinco pesetas un dólar, por pesar ambas monedas 25 gramos del mismo metal y en su misma pureza. Aclarar también, porque las maledicencias sobre este combate son múltiples y variadas, como decir que el comandante del Oquendo, capitán de navío Lazaga, se había suicidado. Según el informe médico de don Adolfo Núñez Suárez, Primer Médico del Colón confirmó con su colega del Oquendo, que lo sufrido por el señor Lazaga fue un colapso, ya que viendo lo que estaba ocurriendo y él ya venía padeciendo del corazón desde hacía mucho tiempo, debió de ser un fallo cardiaco el que acabó con su vida; de hecho aún dio tiempo de llevarlo a la enfermería donde falleció a los pocos minutos.

        Son muchas las frases y casi discursos de los americanos después de conocida la victoria y muchas las acciones que les merecieron el mayor de los respetos, como reconocer el valor de Eulate y dejarle conservar su sable de honor, o como un punto y parte de los dicho por el capitán Evans que es para todos los españoles: «Con respecto al valor y energía, nada hay registrado en las páginas de la Historia que pueda asemejarse a los realizado por el almirante Cervera. El espectáculo que ofrecieron a mis ojos los dos torpederos, meras cáscaras de papel, marchando a todo vapor bajo la granizada de bombas enemigas y en pleno día, sólo se puede definir de este modo: ‹fue un acto español›» A forma de colofón del combate transcribimos una parte que dice mucho. El yate Glouscester había recogido al almirante y lo transportó al Iowa, y así nos lo dice el propio Evans: «El Almirante Cervera fue trasladado desde el Glouscester a mi buque. Al saltar sobre cubierta (según Concas sin ropa que le pudiera distinguir de otra persona o grado) fue recibido militarmente con todos los honores debidos a su categoría por el Estado Mayor en pleno, el Capitán del barco y los mismos soldados y artilleros, que, con sus caras ennegrecidas por la pólvora, salieron casi desnudos a saludar al valiente marino, que con la cabeza descubierta pisaba gravemente la cubierta del vencedor. La numerosa tripulación del Iowa, unida al del Glouscester, prorrumpió unánimemente en un ¡hurra! ensordecedor cuando el Almirante español saludó a los marineros americanos. Aunque el héroe ponía sus pies sin insignia ninguna en la cubierta del Iowa, todo el mundo reconoció que cada molécula del cuerpo de Cervera constituía por sí sola un Almirante. Avanzó hasta mí y me saludo, no pude por más que decirle: ‹Caballero, sois un héroe: habéis realizado la hazaña más sublime de todas cuantas guarda la historia de la Marina.›»

        Se organizaron los prisioneros y después de varios arreglos entre los capitanes americanos quedaron divididos de la forma siguiente: en el San Louis,(2) el almirante y muchos más oficiales y marineros no heridos acompañados de los Médicos don Antonio Jurado y don Eduardo Parra, con rumbo a Annapolis en el estado de Maryland, donde llegaron el 10 de julio; en el Solace, buque hospital preparado para los propios americanos, se embarcaron a todos los heridos, con rumbo a la base de Norfolk en el Estado de Virginia, para poder ser atendidos en su hospital, yendo con ellos como herido también el médico don Nicolás Gómez Tornell y el resto de marinería en el Harward, con rumbo a Portsmouth, pero como iban sin oficiales, don Pascual pidió al Mr. Goodrich pasaran unos a bordo para mantener el orden por sus propios mandos, por lo que abordaron el buque los tenientes de navío don Antonio Magaz (Vizcaya), don Fernando Bruquetas (Teresa), don Adolfo Caladria (Oquendo) y don Antonio Cal (Colón), quienes tomaron el mando de todos ellos y cada uno a los de su buque, quedando además los Primeros médicos, don Adolfo Núñez Suárez, don Salvador Guinea y don Alejandro Lallemand con el Segundo médico don Gabriel Montesinos y los capellanes don Matías Biesa y don Antonio Granero. Las deferencias hacia los españoles fueron muchas y dignas, ya que por ejemplo para agilizar las comunicaciones entre el Almirante y el Secretario de Defensa, se nombró por parte de éste al contralmirante McNair como jefe de todos los prisioneros, así cualquier sugerencia o petición por parte de don Pascual, sería atendida de inmediato por el Secretario sin intermediarios. Ocurrió el incidente del Harvard, donde resultaron asesinados cinco españoles y heridos catorce. Al serle comunicado al almirante realizó una reclamación jurídica, pero el Gobierno americano no quiso entrar en pormenores y se quedaron sin castigo los asesinos. Estando en la Academia americana recibió a mucha personas, desde periodistas a sacerdotes católicos que quisieron verlo, así como damas que querían estar al lado del héroe. Así mismo recibió miles de felicitaciones, entre ellas la más curiosa fue la de un español residente en Norteamérica, quien le envío el siguiente telegrama: «Los Ángeles (California) Almirante Cervera. — Leónidas, y no Jerjes, fue el héroe de las Termopilas. Reverentemente saluda al héroe de Santiago, con oficiales y marineros. Magin S. Liébano, español.»

        Los americanos aprovecharon los últimos momentos del Colón cuando ya estaba casi totalmente hundido y no había españoles a bordo, para que algunos buzos lo investigaran, teniendo la suerte de encontrar el ‹Cuaderno de Bitácora› a través del cual pudieron saber todo lo sucedido y como fueron burlados sus cruceros auxiliares, así como todo el trayecto desde Cabo Verde a Santiago de Cuba. Mientras en la isla siguieron los combates, pero de todo ello, lo más ignominioso a nuestro parecer para cualquier militar, es el telegrama que envía el general Blanco al Ministro Correa: «La Habana 17 de julio general Blanco a Ministro Correa. — La rendición de Santiago se ha verificado esta mañana, sin intervención alguna de mi autoridad.» (Claro que se habían rendido, no tenían munición, no quedaban alimentos hacía ya tres días, pero el general Blanco no hizo nada por ayudar a sus hombre y encima se lamenta de la capitulación sin su autorización, es todo un detalle de cómo estaban las cosas en la isla y sobre todo que el general Blanco no se enteró de nada. ¡Qué bien se vive, cuando se vive bien!) El 20 de agosto el contralmirante McNair, Director de la Academia Naval de Annapolis, entregó al almirante Cervera un escrito del Gobierno de los Estados Unidos pensando sería del agrado de don Pascual, pero el documento llevaba una condición: «…dar su palabra de honor de no hacer armas contra los Estados Unidos mientras durase la guerra.»el almirante indignado le espetó a su carcelero:«Excmo. Sr.: El Código penal de la Marina militar de España define como delito y pena la aceptación de la libertad bajo palabra de no hacer armas durante la guerra; por tanto, nosotros no podemos hacerlo, y tengo el honor de ponerlo en conocimiento de V. E. —  De esto doy parte a mi Gobierno. — Quedo…» Esta negativa fue comunicada al Gobierno americano, pero valorando la realidad por la que España ya no tenía buques con que hacerles la guerra y la isla se había rendido el 31 de agosto, se les comunicó la libertad incondicional. Solo hubieron en ese tiempo tres personas que sí se acogieron a la primera condición, el médico don Antonio Jurado que estaba enfermo, el capellán don José Riera para cuidarlo en el viaje y el caso nada normal del capitán de navío señor Díaz Moreu, el único militar como se ve que se acogió, pudiendo ser la causa que después en el Consejo de Guerra no saliera muy bien parado, añadiéndose que solo de su buque los americanos pudieron sacar el «Cuaderno de bitácora» del cual estaba obligado por Ley a hacerlo desaparecer.

        A partir de este momento don Pascual se mueve a gran velocidad, manda una comisión de oficiales y un médico para contratar un medio de transporte a poder ser todos juntos, unos días más tarde se contrató al trasatlántico británico City of Rome, el cual fue acondicionado sobre todo con medicamentos, ya que solo dos marineros se quedaron por su gravedad en el hospital de Norfolk. El 12 de septiembre salieron del puerto de Nueva York todos a bordo formando la expedición; dos generales, Cervera y Paredes, ocho oficiales superiores, setenta oficiales y guardiamarinas, más los mil quinientos setenta y cuatro, contramaestres y marineros, más veintiún soldados, teniendo un coste el transporte por persona de seis dólares con sesenta y seis centavos. Quedaron en la isla y en sus aguas (aunque hay diferencias de las fuentes) alrededor de quinientos cuatro hombres, siendo los fallecidos en el combate naval y en las Lomas de San Juan. Estando en la mar recibió don Pascual un telegrama del Gobierno, para evitar entrar en un puerto militar, así la población no se alarmaría al ver descender a tantos heridos, por eso dio la orden al capitán del buque para que lo hiciera sobre el puerto de Santander, en vez de hacerlo sobre Ferrol. (Una más de los políticos que en estas cuestiones parecen más infantiles que personas adultas y a forma de avestruces, esconden la cabeza y se les queda el culo al aire. Pero ellos son así, ¡siempre políticamente correctos! Tratando de ocultar al pueblo la verdad) Llegaron el 19 a Santander pero por ser casi de noche fondeó a la entrada y realizó el atraque al día siguiente nada más amanecer; al atracar desembarcó el almirante y puso un telegrama al Ministro Auñón: «La travesía se ha efectuado con un tiempo hermoso, y todo el mundo ha ganado extraordinariamente, en especial los enfermos, cuyo número, que eran más de 300 cuando yo llegué a Portsmouth, se ha reducido a 180, y los que quedan están mejor en general.»

        De poco sirvió el cambio de puerto, porque rápidamente se fue corriendo la voz enterándose toda la ciudad y estos avisaron a los familiares, por ello en pocos días Santander estaba lleno de personas, a las que nada o muy poco se les escapaba. Al mismo tiempo fueron muchos los oficiales que con los remolcadores abordaban el buque y felicitaban al almirante, así como al resto llegando un momento que en el comedor del buque ya no cabía un alma. Aparte de los telegramas, de los capitanes generales de Ferrol, Cartagena y Cádiz, más la de muchos familiares de los embarcados dándoles todos las gracias al almirante por el alto honor en que había dejado la bandera de España y a su Marina de Guerra. Don Pascual con todos sus jefes y oficiales subieron a un tren que les llevó a Madrid. Al llegar en el andén les esperaba el Ministro Auñón y todo su Estado Mayor (curiosamente todos de paisano) recibieron al almirante y sus acompañantes. Cervera se dirigió a Auñón y saludándolo militarmente le dijo: «Señor Ministro, agradezco a vuecencia el que se haya molestado para venir a recibirme y, tan pronto como cambie de traje, iré al ministerio para ponerme a sus órdenes.» (Esta frase es para leerla al menos un par de veces, porque contiene una enjundia más que merecida) al parecer el Ministro cayó en la cuenta y no sabiendo por donde salir, le preguntó: «Siento mucho lo ocurrido, mi general. Supongo que habrá usted perdido todo lo suyo en el naufragio.» Cervera no se cortó y le respondió: «¡Así es, todo, menos el honor!» de esta entrevista en cierta prensa extranjera se escribió: «Que el Ministro le quiso dar un abrazó, pero Cervera se llevó la mano a la cabeza, respondiéndole así con el saludo militar, impidiendo por tanto que el tal abrazo se pudiera llevar a efecto.» El 13 de septiembre ya estaba en el Tribunal Supremo incoada la causa contra los generales y jefes por la pérdida de la división, pero don Pascual se temía que solo buscasen a un ‹culpable› para descargar sobre él todas las culpas, y como el jefe de todo ello era él, se puso a pensar en su defensa. Vino su familia de Puerto Real y se alojaron en el chalet de su tío don Ramón Topete, a las afueras de la capital. Solía dar paseos para ejercitarse y en uno de ellos se apercibió de que era seguido por un guardia civil, esto le llevó a la conclusión que el Gobierno le había puesto ‹escolta›, así que si en algún momento se daba cuenta de que no iba detrás se paraba hasta que aparecía, para que viera no estaba en sus intenciones ‹fugarse› La causa se fue retrasando, por lo que el 23 de septiembre elevó una instancia al Ministro de Marina, para que se agilizará el proceso: «Excmo. Sr.: En algunos periódicos, en los discursos del Congreso y en otros síntomas, que observo a mi llegada a España, he creído descubrir que hay una parte del país que no aprecia los hechos ocurridos en la escuadra que fue de mi mando como fueron en sí, y hasta puede sospecharse que hay quien cree que se ha padecido nuestro honor. Por estas razones me atrevo a molestar la superior atención de V. E. para suplicarle que cuanto más pronto pueda se llegue al fallo del expediente, que tanto interesa a todo el mundo. Dios guarde…Madrid 23 de septiembre de 1898.» (¿A quién interesaría tanto retrasar el Consejo de Guerra? ¿No sería a los mismos de siempre para ver si se cubría todo y no se oía la voz de don Pascual?)

        Por fin el Ministro se movió y el 28 se formó la Junta, pero al ser interrogado ‹como procesado› notó con su fino olfato que el Instructor de la Causa, el almirante señor Martínez Espinosa, siendo éste el más interesado en la defensa del Ministro Auñón en la Junta de Generales cuando se obligó a Cervera zarpar de Cabo Verde rumbo a Puerto Rico. Así que por estar involucrado y dudar de su imparcialidad, don Pascual elevo recurso de incompatibilidad, siendo tan notable el caso que el Ministro no tuvo más remedio que dejarlo fuera. Quedó el Consejo de Guerra formado por: Presidente, señor Castro; Instructor, señor Fernández Celis; Consejeros: señores Martínez Illescas, March, Muñoz, Zappino, López Bordon, Jiménez, Rocha, Piquer, Urdangum, Campa y Herrera. El 11 de octubre se formalizó el Consejo en la Sala Suprema, por: «…la causa se dirigirá contra el comandante General señor Cervera, contra el Segundo Jefe, don José Paredes y contra los respectivos Comandantes de la Escuadra destruida en Santiago de Cuba.» La Corporación toda ella estaba a favor de don Pascual, por eso se enteró y pidió al guardiamarina don Mario de la Vega que viajaba a los Estados Unidos para terminar de traer a España a los que seguían vivos y recuperados, para al pasar por Ferrol se acercará al Arzobispo de Santiago y le recogiera la documentación que don Pascual había dejado antes de salir, don Mario se la entregó a don Juan Cervera y éste se la entregó a su vez al capitán de Infantería de Marina señor Baleato, quien finalmente se la entregó a don Pascual, la tranquilidad de tenerlos en sus manos le devolvió la fuerza. Pero don Pascual no tranquilo por si se ‹perdían› consiguió fueran guardados en una caja fuerte particular a nombre de don Luis Martínez de Arce en el banco de España. Al mismo tiempo ocurría que otros documentos aparecieron en la prensa, pues los publicó el New York Journal, el 20 de noviembre de 1898 en su ‹Suplemento›. Esto es una muestra, porque a nadie más se le puede culpar, de que el general Blanco no era…digamos…muy escrupuloso en el trato de sus ‹papeles› ya que lo descubierto en la Habana no era otra cosa que todos los: «Despachos oficiales cifrados: de Blanco, del Almirante Cervera, del Presidente Sagasta, del Gobierno de Madrid y de los espías españoles.» (Vamos, una bagatela de nada, sin importancia ninguna, al parecer ‹olvidada› por el responsable de guardarla y a muy buen recaudo, pero ¡se olvidó de ello! Esto nos puede dar una idea de la organización de la isla y el gran conocimiento de algunos mandos de sus responsabilidades, aunque pedirlas si sabían, pero no cumplirlas. A las pruebas nos remitimos.)

        El 23 de noviembre don Pascual recibió una carta del naturalista norteamericano don Leopoldo Arnaud, desde Detroit en el Estado de Michigan, la cual iba acompañada de un paquete de documentos que Cervera leyó y eran efectivamente todos o parte de los escritos en aquellos momentos, y como el americano solo quería dijera don Pascual si eran ciertos o no, ya que de serlos el almirante quedaría libre por completo de toda responsabilidad en la pérdida de la división. Pero como el almirante era ante todo un hombre de honor, antes de contestar lo puso en conocimiento del Ministro Auñón, quien en pocas palabras le dijo: «que no era normal que hiciera publicidad de su caso.» Cervera muy obediente contestó a Arnaud; «por estar todavía encausado por la pérdida de la división, no era recomendable dar ninguna opinión al respecto de esos papeles.» Así se excusó y no contestó a la pregunta que a nivel mundial lo hubiera exonerado de la causa que tenía que pasar en España. Mientras en las Cámaras de las Cortes españolas se oían estas frases: Sagasta: «…porque es el sentimiento que animó a nuestros padres cuando desde Covadonga hasta Granada regaron con su sangre los campos para levantar la cerviz, oprimida por el bárbaro agareno; porque es el sentimiento que dio fuerza y aliento a Daoiz y Velarde y levantó el espíritu a este país, para que solo, abandonado por su pérfido rey, entregado al extranjero, sin ejército, sin armas que el valor de sus pueblos y sin más escudos que sus montañas, detuviera en su carrera al gigante del siglo, hiriera en la frente al capitán de los tiempos modernos, dividiera sus invencibles legiones y recobrara su pérdida independencia…» Moret: «Hablando en términos generales, el pueblo americano, al menos esa parte de él a que se refiere el mensaje, tiene un prejuicio contra España. Doloroso es decirlo, pero es provechoso saberlo. Porque cuando las circunstancias nos obligan a adoptar una línea de conducta que pueda envolver gravísimas consecuencias, para resolver con acierto importa conocer exactamente lo que es y lo que significa el adversario que tenemos enfrente. Pues bien: los Estados Unidos tienen un prejuicio contra España; nosotros somos para ellos crueles, reaccionarios y tiranos: prejuicio que se explica por los componentes del ligero e incompleto juicio que de nosotros han tenido ocasión de formar.» Sr. Conde de las Almenas: «Hay que arrancar del pecho muchas cruces y subir muchas fajas desde la cintura al cuello.» «¿Por qué todavía no hemos visto a ningún General ahorcado?» y «¿Por qué no haber utilizado las lanchas de abordaje sobre el acorazado Iowa?» Silvela: «…porque pueden venir sobre nosotros desgracias y catástrofes que quiera Dios que la Providencia aleje para siempre; porque para esos momentos de desgracia y de dolor de los pueblos, de sufrimiento y de sacrificio, es para los que necesita que los sentimientos morales estén levantados, unidos y enérgicos; porque cuando esto sucede y las catástrofes vienen, esas catástrofes a veces dignifica, se comportan con dignidad, y son motivo y ocasión para que los vínculos del cariño con las instituciones fundamentales se estrechen, sabiendo, como saben todos, que éstas comparten su dolor y sus aflicciones con el pueblo…» Castelar: «En la educación patriótica nacional, española, debe, como un factor necesario, entrar un recuerdo de la guerra de la Independencia, pues así como los griegos enseñaron de generación en generación por Marathon el nombre de Milciades, por las Termópilas el nombre de Leónidas, por Salamina el nombre de Temístocles, por Platea el nombre de Aristides, nosotros debemos guardar por tantas glorias parecidas a estas los nombres de Daoiz, Velarde, Mina, Castaños, Palafox y Moreno en la eterna liturgia de nuestra historia nacional.» Romero Robledo: «Frente a los actuales conflictos de la patria, no hay que preocuparse del partido que pueda suceder al que gobierna. Sea el que sea, sólo hay que pensar en hacer política generosa de abnegación, de patriotismo, de dignidad nacional. Somos españoles antes que todo, está por encima de todo la patria, y a la patria debemos salvar de los peligros que la amenazan. ¿Qué importa que gobiernen conservadores o liberales? En los actuales momentos no hay distinción de partidos. Todos, todos serán buenos con tal de que honren la tierra en que han nacido…» Pidal: «Si la nación española está destinada a salvar con honor y con gloria las dificultades que la rodean, es necesario que cada uno de nosotros la preste su concurso, llenando su obligación en su respectivo lugar; y si cuando oímos hablar de guerra todos nos sentimos soldados y todos quisiéramos empuñar las armas homicidas para lanzarnos al combate, es necesario que reflexionemos que el medio mejor de ayudar a nuestros hermanos que luchan denodadamente allá por el honor de la bandera, por la misión providencial y por la integridad del territorio, es deliberar con serenidad y con acierto sobre la resolución de las cuestiones sometidas a nuestro fallo.» Labra: «No habrá persona que conozca medianamente las condiciones de España, que pueda dudar de la vitalidad que aquí queda aún para ciertas cosas. Yo creo que el sentimiento monárquico declina, pero, creo que en cambio lo que aquí vive de una manera poderosa, incontrastable, lo que por todas partes se siente palpitar, es la pasión del soldado, el ánimo de guerrero dispuesto, de todas suertes y sin reparar en condiciones ni medios, a la pelea. De manera que el que crea que España ha de empequeñecerse ante la lucha que hubiera de renovarse en América, ese desconoce por completo las condiciones de nuestra raza y el estado general de la sociedad española.» Vázquez Mella: «No: nosotros tenemos que salir de allí con esplendor y con grandeza; el pueblo que tiene las tradiciones del nuestro, el pueblo que tiene la sangre que el pueblo español y el valor heroico que ahora está demostrando, tiene que venir de América de otra manera: tiene que venir después de una catástrofe gigantesca, si es necesario, o después de una inmensa y definitiva victoria: pero expulsado indignamente, jamás.»

        (Todo bonitas palabras pero ni habían buques, ni entrenamiento, ni carboneros y esa fue la principal causa de la pérdida de la división. Todo esto aplicado unos años antes, con un buen plan de construcciones navales y hubiera pasado como en la década de los 70 anterior, cuando en la Habana estaban la Tetuán y la Arapiles, se apresó al Virginius y sí hubo protestas diplomáticas, pero nadie en los Estados Unidos levantó la voz para enfrentarse a España. «Si vis paces parabellum»)

        Las cosas en España seguían poniéndose a favor del almirante. El 28 de noviembre declaró en el Consejo don Víctor Concas, su declaración tan precisa de los hechos, fue un gran motivo de que los jueces se lo empezaran a pensar. Al mismo tiempo y aunque don Pascual no había dado su consentimiento, en los Estados Unidos fueron publicando telegramas y documentación que al llegar a España las noticias, el pueblo empezó a ver las cosas de otra forma y lo terminó por convencer a casi todo él, pues el típico boca a boca de los marineros que habían estado en el combate, se iba propalando diciendo la verdad de lo ocurrido, por eso todos ellos no vacilaron en seguir a su almirante. Todo este conjunto de factores iba poco a poco venciendo la balanza de la justicia a favor de los generales y jefes responsables de la división. Parte de la publicaciones decían: «New York Heral: La figura más heroica de esta guerra, en lo que se refiere a los españoles es sin duda la del Almirante Cervera, ejemplo de buen marino, valiente y caballeroso.»; «Le Journal de Bruxelles del día 22 de febrero de 1900: ¡Vae victis!; Este es el grito eterno que se lanza al siguiente día de las derrotas. ¿Cómo nos vamos a sorprender de haberlo oído el lunes en la tribuna de las Cortes españolas? Se ha encontrado un estratega de cámara que hace caer sobre los Generales y Almirantes españoles la responsabilidad de los desastres militares…Para comprender toda la injusticia y toda la odiosidad de las críticas lanzadas en el Senado contra el Almirante Cervera por el Conde de las Almenas, es necesario recordar la terrible situación en que se encontraba este valiente militar la víspera del combate…En resumen; ha sido una de las derrotas más gloriosas que registra la Historia, y los mismos vencedores han rendido tributo a ese valor desgraciado.  No es al Almirante Cervera sino a los demás que desde Madrid dirigían las operaciones a quien el conde de las Almenas ha debido dirigirse. El Almirante no hizo más que cumplir sus órdenes, pero cuando se proclama en el Parlamento que el vencido en Santiago es —hombre al agua—, cuando se pretende robarle la aureola de Héroe, entonces se empaña una de las glorias más puras, se desalienta a los valientes y se despedaza a la Patria.» A esto se añadió la publicación en 1899 de la obra escrita por don Víctor M. Concas y Palau, a la sazón comandante del Teresa en la acción y Jefe de Banderas del Almirante, ‹La escuadra del Almirante Cervera.› en la que entre otras muchas cosas dice: «Si España estuviera tan bien servida, por sus hombres de estado y empleados públicos, como ha sido por sus marinos, ¡todavía podría ser una gran nación!» Con la típica sorna española, circulaba un poema al respecto, que fue publicado en la revista El Mundo Naval Ilustrado del 1 / X / 1898, decía así: «En bordados y galones, mil millones; / en instrucción general, 14 duros y un real; / en viajes y elecciones, mil millones; / en disparos de cañones en ejercicios navales / y otras varias 125 reales; / en fósforo cerebral ni un real; / aunque la suma repito, / de ésta cuenta, que irrita no me sale ¡Dios bendito!, / o más dedos necesito o necesito más guita.» Una carta del almirante dirigida al Sr. Díez en la que entre otras cosas le dice: «Yo no sé aún el tiempo que me tendrán aquí, y por eso he tomado casa en la calle del Barco, 8, bajo. Por el momento, mi necesidad, mi interés inmediato es defenderme; pero tengo el propósito de examinar las causas que nos ha traído a este desastre y que nos preparan otros muchos peores si no nos corregimos como debemos…» (Una premonición nada desdeñable a los males que los españoles tuvieron que hacer frente en los próximos años. Debía de ser una persona con agudizado sentido común.)

        Lo que vino a colmar el vaso de su defensa, fue el hecho de que los tripulantes de la división fueron reuniendo dinero y entre todos le compraron un bastón de mando a don Pascual, el cual estaba todo labrado y con la empuñadura de oro. Al llamar a la puerta la representación de sus hombres en el combate, apareció en primer lugar Díaz Moreu y Aznar, a quienes consiguieron sus subordinados convencerles para que le fuera entregado por sus compañeros. Al verlo el almirante les dijo: «Mi gratitud tiene que ser más honda de lo que es la gratitud ordinaria, porque, cuando a los hombres les acompaña el éxito, vienen en pos de él las manifestaciones de admiración y de entusiasmo; pero, cuando se trata de un vencido, como yo, esta delicadísima prueba de afecto que recibo de mis compañeros de desgracias, créanme ustedes, me llega al alma, porque sólo puede fundarse en su cariño y en la plena convicción que tienen ustedes de que, si no les pude llevar a la victoria, les llevé aún más lejos, al sacrificio por el cumplimiento del deber.»

        Prestó su declaración a mediados de diciembre de 1898, unos días después el doctor don Jacobo López Elizagaray quien venía atendiendo a don Pascual, (ya que desde que estuvo en Filipinas destinado la primera vez y vino enfermo, con una afección al estomago que no se le curó nunca, de hecho para comer el resto de su vida, solo comía arroz hervido y lo que cabía en un cuenco de los que utilizaban los mismos joloanos) añadiéndose la tensión del momento, le dio un ataque que su médico firmó una baja para dejar de asistir al juicio, so pena de culpa por parte de los integrantes de éste de causarle la muerte. Ante esto se le dio permiso para abandonar Madrid y trasladarse a su casa de Puerto Real, donde comenzó a recuperarse. Para evitar tuviera que estar pendiente del juicio el Presidente Sagasta le obligó a presentarse para ganar un sillón en el Senado, lo que se llevó a cabo, pero como los mismos senadores debían de dar el visto bueno a los nuevos, no fue aceptado por la ecuánime y demócrata Cámara por lo que nunca ocupo su puesto ganado en la urnas. Mientras y para no perder la costumbre hubo cambio de Gobierno, pasando a ocupar la Presidencia el conservador Silvela el 3 de marzo de 1899. Pero el juicio se iba alargando sin saber nadie muy bien las causas, por ello pasó abril le siguió mayo y no se avanzaba, además en la Sala el tono había comenzado a subir. Mientras salieron a la luz una parte mínima de los documentos del almirante publicados, lo que comenzó a levantar aún más si cabe el conocimiento del pueblo y de muchos políticos sobre la verdad de lo ocurrido en Santiago de Cuba. Pasó también junio y seguía con la misma tónica, aunque lo que sí había cambiado era el tono y ciertas formas, por lo que uno de los vocales de cómo el mismo Cervera lo tildo ‹esta pantomima› quiso poner fin a aquello, este era el general March sucediendo el hecho a primeros de julio que: «…al general Toral se le pedía la pena de muerte.» como ponente (defensor) de él era el general March, y como todos habían pedido la absolución para sus defendidos el general hizo lo propio, consiguiendo lo que pretendía, ya que saltó uno de los consejeros que no pudo controlar su lengua y dijo: «De modo que ha habido una guerra; en ella hemos perdido las Colonias; hemos perdido la escuadra; hemos perdido todo, y…señores, aquí no ha pasado nada; ninguno es responsable de esta hecatombe…» el general March le interrumpió diciendo: «¿Qué no hay responsables? ¿Quiere que se los cite? Ahí van…y empezó a nombrar a Ministros de Marina y del Ejército.» el Presidente, general Azcarrága le interrumpió diciéndole: «Señor consejero limítese al asunto de su ponencia.» pero el general March hombre ya curtido por los años y campañas militares, sin inmutarse le contestó: «¡Estoy dentro del asunto!» Fue tan rotundo el clamor que el 6 se llegó al acuerdo de la sentencia por parte del Tribunal Supremo de Guerra y Marina, quedando el almirante Cervera sobreseído su caso (nos ceñimos al biografiado) al llegarle la noticia a don Pascual ya pudo dar rienda suelta a lo que tenía en mente desde hacía muchos años, pero que el servicio a España siempre lo antepuso incluso a su salud, hay que recordar que al ser nombrado como Director de la Junta de construcción del acorazado Pelayo, ya pensó dejar la Corporación en cuanto fuera ascendido a capitán de navío, pero no le dejaron por encomendarle la comisión citada.

        Libre de carga y limpio su honor solicita a S. M., la Reina Regente:«Señora: don Pascual Cervera y Topete…con el más profundo respeto, expone: Que, como consecuencia de las penalidades sufridas en la última campaña, se ha resentido mi salud en términos de no encontrarse con el vigor que exige el servicio activo, sobre todo, en los altos puestos que en adelante había desempeñar, donde la lucha con los elementos contrarios al bien ha de ser constante y empeñada, si se ha de aspirar a ser útil. Por estas causas me veo en el caso, muy doloroso para el exponente, por el amor que tiene a su carrera, de suplicar rendidamente a V. M. se digne concederme el pase a la situación de reserva. Es gracia que… — Madrid, 13 de julio de 1899.» La respuesta no tardó en llegar: «Excelentísimo señor don Pascual Cervera y Topete. El señor Ministro del Ramo dice en Real Orden de esta fecha al Presidente del Centro Consultivo lo siguiente: Como resultado de la instancia del contralmirante de la Armada don Pascual Cervera y Topete, en solicitud de pasar a la situación de reserva, fundado en el resentido estado de su salud, S. M. el Rey (que Dios guarde) y en su nombre la Reina Regente del Reino, ha tenido a bien concederle licencia ilimitada para atender debidamente al restablecimiento de su salud, quebrantada en el desempeño de una ruda y honrosa campaña, y en atención a que sus relevantes cualidades hacen esperar a la Nación y al Cuerpo…Y de Real Orden comunicada por dicho señor Ministros lo traslado… — Dios guarde… — Madrid 8 de agosto de 1899. — El Subsecretario, Manuel J. Mozo.» Como probanza de la sinceridad de don Pascual de quedar fuera de todo movimiento, al ver que no se le concede escribe a su amigo don Francisco Díez:«Vichy 16 septiembre 1899. — Mi querido amigo…El Gobierno me ha negado el pase a la reserva, concediéndome licencia ilimitada; pero yo no desisto; realmente, me encuentro viejo y con un convencimiento tal de que caminamos a mayores desastres, que nada de provecho podría hacer, y si realmente vamos a nuevos desastres, ‹No quiero ser otra vez el Primer Galán.›»

        El Consejo de Guerra para él había terminado, pero en el fallo de la sentencia se debía de proseguir contra don José Paredes Chacón, segundo jefe de la división y el comandante del crucero Cristóbal Colón don Díaz Moreu, así que se abrió un nuevo Consejo de Guerra de Oficiales Generales, pues en el parecer de la sentencia anterior estos dos marinos no habían llegado al final de lo que las Ordenanzas mandaban y se entregaron con el buque entero, al conocer esta parte de la sentencia se presentó don Pascual como defensor de los dos, realizó una elocuente defensa que dejó al tribunal sin palabra, ya que en realidad no había nada que defender que no estuviera respaldado por la verdad, así que se cerró el caso por completo y los dos fueron absueltos. El resto de su vida se la pasó reclamando a los sucesivos Gobiernos las recompensas para los que estuvieron a sus órdenes, a pesar de no ser una victoria, pero el sacrificio de muchos llegó casi a lo sublime, a pesar de que siempre que escribía decía: «…las pido para quienes fueron mis subordinados, exceptuando al recurrente, de sobra recompensado con haber cumplido con su deber.» Sólo pudo lograr después de mucho insistir que algo se consiguiera, pero es justo para saber la verdad explicar que ese «algo» fue efectivo porque en abril de 1900 el Presidente Silvela sustituye al Ministro de Marina señor Gómez Imaz, siendo entonces cuando escribió a Cervera diciéndole: «En este sentido, he propuesto una solución a S. M., que se ha servido aceptarla, y he dictado una Real Orden, que en breve se insertará en el Boletín, y procederé con sujeción a esas bases a extender las concesiones de las clases de marinería y tropa, y otorgar distinciones ‹meramente honoríficas› a los Jefes y Oficiales heridos, siguiendo el mismo criterio con la escuadra de Filipinas.» La Real orden se firmó el 13 de junio; limitando las cruces pensionadas a los de clase y marinería; suprimiendo toda clase de pensión para los Oficiales y Jefes, pero aún la endureció más, pues también limitó las ‹no pensionadas›: «para solo los Jefes y Oficiales que, en medio del heroísmo con que todos marcharon a un combate tan desigual, dando tan relevante ejemplo de disciplina y de valor ante el sacrificio, derramaron su sangre y no han sido aún recompensados.» Al respecto en El correo Gallego del 30 de junio de 1900, en el que se comenta la Real orden dice: «Nuestros marinos sabían que iban a la derrota y a la muerte y, sabiéndolo, haciendo culto del deber, del honor y del amor a la patria, a la muerte y a la derrota fueron. Para recompensar este heroísmo hay una cruz ‹no pensionada›, y esto sólo para los que derramaron su sangre. En cambio, en la larga lista de recompensas al ejército hay a granel ‹pensionadas› No calificamos de injustas, al contrario, las recompensas dadas al ejército de tierra; pero, puestos en el fiel de la balanza de la justicia, no merecerían menos nuestros marinos de Santiago y de Cavite. ¡Pobre Marina española!» Todo el agradecimiento de los Gobernantes, (no el de la Patria, no confundamos el sentimiento del pueblo, con el de sus gobernantes, ¡siempre por desgracia es distinto y distante!) se tradujo en una Real orden del 29 de julio de 1916, reglando que en las Hojas de Servicios de los individuos que estuvieron en el combate, en el apartado de ‹Calificación de valor› se cambiara lo anotado en su día: ‹valor acreditado› por la de «valor heroico», pero esto ya no lo pudo ver don Pascual.

        El almirante llevaba tiempo queriendo publicar su ‹Colección de documentos.› pero no hizo nada hasta que el Tribunal Supremo no dijese la última palabra, al ser conocedor de la sentencia que confirmaba la ya dictada, eleva una instancia a S. M., el 18 de agosto de 1899 y se le concede por Real orden del mismo 22 para poderlas publicar. Pero al mismo tiempo, el Gobierno estaba realizando la preparación del «Libro Azul.» viniendo a ser lo mismo pero quitando todos los telegramas, los beneplácitos que recibía el almirante en ellos, evitando así el seguro escándalo que produciría la publicación de los del almirante Cervera, quedando a su vez muy mal parada la clase política. Para no extendernos en este asunto aunque es de vital importancia, solo transcribir lo que se publicó en ‹El Correo Militar› del 7 de noviembre de 1899, encabezado por el título:«Tirando de la manta. La opinión busca responsabilidades, ¿no es cierto? Pues la publicación de esos Documentos Oficiales implica a primera vista una especie de instrucción sumarial con cargos, que difícilmente habrían de ir al banquillo de los acusados las fajas y los fraques en doloroso consorcio…¿Producirá la grave publicación de esos Documentos alguna tempestad parlamentaria? Al desgarrar el Almirante Cervera la herida dolorosa que padece la patria, al abrirla y renovarla, ¿arrancará a esta especie de cadáver nacional siquiera un rugido de dolor?…No confiamos en nada; no creemos nada…ahora nos preocupa mucho si la Sara Bernhard interpreta bien o no a Hamlet. ¡Que se hayan puesto de relieve unas cuantas vergüenzas más; que con trazos sangrientos se hayan escrito unas cuantas páginas más en la historia de nuestra generación! ¿Qué puede importar a las muchedumbres modernas…? » La prensa de la capital quiso silenciar la existencia de la ‹Colección de Documentos› pero los diarios de Barcelona, Valencia, Sevilla, Almería y Granada, comenzaron a publicarlos; para no quedar descolgada la de Madrid tuvo que hacer lo propio, ya que de no hacerlo nadie compraba los diarios impresos en la capital y así se convirtió en imparable. El Gobierno Americano la tradujo al inglés realizando una tirada de quince mil ejemplares, regalados en los pueblos y ciudades de todos los Estados Unidos, teniendo la deferencia de enviar uno a su embajador en Madrid, quien se desplazó a casa de don Pascual, siéndole entregado primorosamente encuadernado, pero con una pequeña condición que, por favor lo leyera y si algo no estaba como debía lo aclara, para ponerlo en conocimiento del editor y rectificar lo escrito para dejarlo totalmente veraz.

        Se dio el caso en particular (ya que fueron muchos en todo el planeta) de un redactor del Century Magazine, quien se desplazó desde Nueva York a casa del almirante, pero don Pascual se negó rotundamente a aprovecharse de algo que era doloroso para su patria y para él; viendo la negativa el periodista le ofreció cinco mil dólares, por un artículo que pasase de cien palabras, ante ello el almirante Cervera solo sonrió, y el redactor le dijo: «Señor Cervera, me vuelvo mucho más admirado de esa delicadeza para con el honor de su patria, que alegre me hubiese vuelto si llevase las cuartillas que deseaba; pero sepa que no desisto y que si usted cambia alguna vez de modo de pensar, no tiene más que enviarme el artículo convenido.» ¡Nunca lo recibió! También se le propuso hacer un viaje con todos los gastos pagados, más una cantidad fija por cada conferencia que diera, tanto en el Reino Unido como en los Estados Unidos. Don Pascual solo le dijo que, no veía con agrado dar esas conferencias de alguien que había perdido su escuadra, eso debería de corresponder a los vencedores. La misma persona Mc Guffey al llegar a su ciudad, Chattanooga, en el Condado de Hamilton, siguió presionando a don Pascual, llegándole a escribir que si iba a los Estados Unidos y daba una conferencia, el mismo Presidente Mr. Roosevelt sería quien haría su presentación, el almirante ni se movió. Pero tuvo el detalle de enviarle la foto en la que don Pascual esta de uniforme sentado, para presidir el aula donde los alumnos de la Escuela de español de Chattanooga pudieran verlo, escribiendo personalmente al pie de la foto: «La Sociedad, en que cada cual cumpla con su deber, será feliz.» Don Pascual adelantó su viaje a Ferrol, pues llegaban los restos mortales de teniente de navío Carranza proveniente de la Martinica, por haberle sobrevenido el óbito al regresar a España al mando de su cañonero Diego Velázquez, junto a la división que se formó para regresar, pero fue enterrado allí y ahora llegaban al Arsenal a bordo del Ferrolano, para ser enterrado en el cementerio del mismo Ferrol donde se encontraban sus familiares.

        Pocos días después se cumplía el segundo aniversario del combate de Santiago y se le comunicó para celebrarlo, él dijo que lo importante era hacerlo muy modestamente, con unas honras fúnebres en sufragio de los caídos en el combate, por lo que el 3 de julio de 1900 en la iglesia de San Francisco se celebró la ceremonia. Al terminar todos dejaron pasar al almirante, quien se dirigió a su casa, pero todos los asistentes en la iglesia y todos los que no pudieron entrar, le acompañaron en silencio hasta su hogar, al ver este comportamiento don Pascual se sintió como muy recogido entre todos y al llegar a la puerta de su casa se dirigió a todos ellos diciendo: «Gracias, señores, en nombre de los vivos; los muertos, que deben estar ya gozando de Dios, vista la grandeza de su sacrifico, habrán oído vuestras oraciones con agradecimiento desde la gloria.» Al mismo tiempo en la primera página del diario del Correo Gallego, se podía leer: «¡El 3 de julio! ¡Memorable fecha! Porque evoca recuerdos que contienen un mundo de errores, de pasiones y de virtudes. ¿Quién puede olvidar a Casado cuando, herido, fue nadando al Teresa para salvar a Bellas, moribundo? ¿Quién a Zaragoza, pidiendo en la agonía un jirón de la bandera para que le sirviese de sudario? ¡Y tantos otros que bastarían para formar la historia de un pueblo! Y estos hechos individuales se destacan de un cuadro, cuyo fondo no puede ser más hermoso. Del personal que salió de España no tuvo la escuadra ni un desertor; aquellos hombres, cristianos y patriotas, sufrieron sin murmurar las penalidades de tan ruda campaña y, sabiendo lo que les esperaba, puesta su confianza en Dios, salieron todos, enteros, viriles, sin jactancia, a consumar el sacrifico que se les exigía en nombre de la patria. Siempre consideraré como mi mejor blasón el haber mandado a aquellos valientes, y tengo una complacencia especial en hacer por vez primera esta manifestación pública en las columnas del Correo Gallego, periódico que siempre nos hizo justicia, y que se publica en la capital del Departamento Marítimo, que fue el primero en asociarse a nuestra desgracia con un expresivo telegrama, el cual concluía con estas hermosas palabras, que han dejado impresión perdurable de gratitud en nuestros corazones; ‹siempre con vosotros›. — Pascual Cervera.» De igual forma en casi toda la prensa del mismo 3 de julio y en toda España, salvo unas raras excepciones, había cambiado los términos de sus adjetivos y de un año antes a éste de 1900, los que no servían para nada pasaban a ser héroes y mártires.

        En febrero de 1901 el vicealmirante don Alejandro Arias Salgado, pasó a situación de reserva por su avanzada edad, (recordar que en estas fechas el cargo máximo en la Corporación era el de Vicealmirante, ya que el grado de Almirante pasó a sustituir al anterior Capitán General de la Armada, por ello solo había uno con ese grado) y como don Pascual era el contralmirante más antiguo fue ascendido, pero lo importante dentro de ocupar tan alto cargo, es la carta que le escribió don Alejandro: «He tenido una verdadera satisfacción en que haya recaído mi vacante en el general de mayor prestigio con que cuenta este desgraciado Cuerpo, que mucho debe y tiene que esperar de usted, si no lleva usted por fin a la realización lo que me anunció en el Ferrol.» Se refería a la pertinaz idea de darse de baja de la Corporación, pero como nunca se la admitieron, no había otra que seguir fielmente las órdenes de sus superiores. Por los típicos (que no deberían de ser tales) movimientos de Gobiernos, en diciembre de 1902 cayó el partido Liberal y al frente de la Marina estaba el duque de Veragua, don Cristóbal Colón de la Cerda, subiendo al poder el partido Conservador y ocupando la Cartera de Marina don Joaquín Sánchez de Toca, con éste don Pascual había mantenido una gran correspondencia en los momentos críticos pasados, por lo que inmediatamente le llamó. El almirante había comentado de él: «Creyendo de buena fe, que, al subir un hombre civil a este puesto, vendría halagado por la confianza que en él depositaban los marinos, y pondría al servicio de la Marina su elocuencia, sus relaciones políticas, el prestigio de su partido, evitándose así lo que sucedía con los Ministros almirantes, quienes huérfanos de apoyo en el parlamento, inexpertos en las lides políticas, quedaban aislados, sin pesar casi nada su prestigio ni en el parlamento ni entre los ministros sus compañeros. Sánchez de Toca, por su parte, jurisconsulto afamado, hombre de un talento culto y vasto, con posición política propia, y habiendo demostrado con anterioridad sus conocimientos técnico-navales, si bien sus publicaciones adolecían a veces de un estilo difuso y aún difícil de desentrañar, fue recibido muy bien por la Marina, a pesar de las corrientes, contrarias en general a los Ministros civiles, que no dejaban de tener valiosos e inteligente prosélitos.» Así el 6 de diciembre de 1902 juró el cargo el nuevo Ministro y el 9 envío un telegrama a don Pascual, en el que entre otras cosas le decía: «…porque deseo conferenciar con usted sobre asuntos de la Corporación…» el almirante no tardó en ponerse en camino, se presentó en el Ministerio y durante unos días mantuvo conversaciones muy largas con el Ministro, ya que parte de su interés era organizar la Armada y para ello había que empezar por arriba, para que fueran cayendo las Leyes que la mejorarán, todo esto se tradujo en nueva organización y como cabeza de la Corporación iba a figurar una nueva institución denominada «Estado Mayor Central de la Armada», traduciéndose en una Real orden fechada del 24 de diciembre siguiente por la que se nombraba a don Pascual Cervera y Topete Jefe del Estado Mayor Central de la Armada. De esta forma, casi se cumplía un sueño de don Pascual, pues era totalmente rehabilitado ante sus compañeros y ante el pueblo español.

        Decidiendo entre ambos donde ubicar al Estado Mayor, don Pascual pensó que por más práctico en el mismo Ministerio, pero el Ministro le dijo que mejor en el antiguo Depósito Hidrográfico y allí se hizo el traslado de mesas y enseres para poder trabajar. Pero se tropezó con un problema, el edificio estaba siendo utilizado como vivienda de muchos trabajadores del Ministerio, pero Sánchez de Toca designó una de las viviendas para don Pascual, pero éste le contestó: «que por él no se iba a desalojar a nadie, ya que tenía vivienda en Madrid que era pagada con el sueldo que le pagaba el Estado.» Se le autorizó a elegir un grupo de oficiales para ayudarle en sus trabajos y fueron: marqués de Arellano, Aznar, Castellote, Concas, Fery, González Rueda e Iglesias, más otros como ayudantes de estos. No se hizo esperar la rapidez con que a lo largo de su vida don Pascual resolvía sus trabajos, pues el 31 de diciembre presentó un proyecto sobre la construcción de unos buques escuela, que sería el último paso de los guardiamarinas para poder acceder a su carrera, con la intención de que estuvieran unos meses a bordo para completar su formación náutica. El 14 de enero de 1903 dictó el Ministro un Decreto por el que se organizaba la impresentable práctica, la cual don Pascual había sufrido cuando fue capitán del puerto de Cartagena, por éste decreto saltaron chispas por doquier, siendo encabezados por los capitanes de los puertos de Ferrol y Cádiz a los que se añadieron casi todos, pero Sánchez de Toca no retrocedió un milímetro, pues le parecía una práctica de un país fuera de todo sentido legal, quedando establecido que: «El título de práctico lo concederá el Gobierno, mediante unos exámenes de oposición, que se realizaran en los mismos Puertos y ante un Tribunal mixto, compuesto de personal de las Comandancias de Marina y Capitanes de Marina mercante conocedores del Puerto, asesorados por Prácticos del mismo en ejercicio. Lo derechos de Practicaje los fijará libremente una Junta mixta, compuesta por Consignatarios, Armadores, Cámaras de Comercio, Obras del Puerto, etc. En la que la Marina de guerra no tiene más representante que el Comandante de Marina o Capitán del Puerto.»

        El 22 de enero de 1903 presentó un proyecto de escuadra, al mismo tiempo que había redactado el actual estado de la Marina. Como era sabedor que lo político en España era una noche de verano, el proyecto solo era para ese año, pero formando parte de uno más ambicioso para recuperar el poder naval perdido. A estos sucedieron muchos más, ya que la pluma le iba muy rápida al tener las ideas muy claras, nadie mejor que él sabía lo bueno y lo malo de ser marino, de ahí que como si tuviera las lecciones aprendidas no pasaba día que el Ministro recibiera alguna comunicación para mejorar la Marina, bien en arsenales, buques de apoyo, prácticas de tiro de los buques, mucho más tiempo de estancia en la mar de las tripulaciones, etc. etc. etc. De todo su trabajo al frente de esta Institución, salieron muchas Leyes aprobadas, entre ellas: «Reglamento de insignias y distintivos para los buques.»; «Reforma de la Escala de Reserva.»; «Ley para la organización de las brigadas de aprendices marineros.»; «Ley, sobre reservas navales, personales y buques.»; «Asignación de personal a los Departamentos.» etc. etc. etc. También le cayó encima el tema del dique flotante de Mahón, para la construcción de él se había formado una empresa de la que eran socios los ciudadanos de la población, pero por estar en un lugar del Mediterráneo poco frecuentado por buques no daba ni para mantenerlo, pues en los puertos de Barcelona, Marsella, Cartagena, más los existentes en la costa de Italia no le permitían sobrevivir, por lo que llegó a un acuerdo con los accionistas, estos aumentarían el capital y la Armada se comprometía a darles trabajo, esto surtió el efecto deseado y la empresa comenzó a funcionar. Para hacer este viaje aprovechó para ver el estado de los buques de guerra, salió de Madrid el 29 de marzo y llegó al puerto de Málaga, donde le esperaba el crucero Río de la Plata, embarcó siendo transportado a Mahón, allí solucionó el problema que el Ministro no quiso atender y que él con su tacto solucionó. En el puerto de Mahón se encontraba la fragata acorazada Vitoria a la que le paso una revista de policía, regresando al puerto de Málaga el 3 de abril, comprobando que la escasez de medios era acuciante; los buques se mantenían a flote de puro milagro, sin dotaciones al completo y éstas poco adiestradas por la imposibilidad económica de hacer más días de mar y prácticas. Pero le causó un gran efecto el cuidado y esmero con el que se conservaba la efectividad de la Vitoria, esto le llevó a redactar una nota al Ministro para que se aplicará en toda la flota los mismos sistemas y medidas que en ella estaban dando tan buen resultado, por ello se le pidió a su comandante redactará los trabajos que diariamente se realizaban en el buque de su mando y de aquí salió una nueva Ley para el buen mantenimiento de la Flota. Dejando en muy buen lugar su forma de trabajar, pues no solo eran ejemplares sus modales, sino también su proceder, demostrando estar abierto a cualquier sugerencia que diera mejor resultado para el bien de la Armada, aunque viniera de un subordinado.

        El 8 de mayo de 1903 recibe don Pascual la Real orden nombrándole Senador Vitalicio, ésta ya firmada por el joven Rey don Alfonso XIII, pero poco después se supo que de nuevo la mano de la Reina Madre había tenido mucho que ver, pues el año anterior intentó que acudiera a Palacio el almirante, pero escudándose en sus pocas energías y menos salud lo evitó, doña María Cristina no quería se pasara por alto el reconocimiento de la Casa Real al verdadero sacrificio realizado en la campaña de Cuba, así que de esta forma y con total sorpresa de don Pascual se encontraba en un puesto, al que nunca había ni pretendido alcanzar, pero de nuevo los designios de España estaban por encima de su pobre persona y había que seguir el rumbo. Como Senador pronto comenzó a trabajar, en junio seguido planteó un fondo de caja para cubrir las necesidades económicas de las familias de los contramaestres, por causa de viudedad, orfandad y retiros dignos, le siguieron en la propuesta los compañeros; Seoane, Vincenti, Lombardero y Suárez Inclán, logrando que el Gobierno de turno lo aceptara y lo convirtiera en Ley. Entre otros muchos trabajos realizados, fue el que consiguió en muy poco tiempo, ya que lo expuso en mayo y se aceptó en junio, evitar las constantes Comisiones que tenía que sufragar el Estado para que los marinos realizaran éstas, trayendo a España las últimas noticias de primera mano y los adelantos en el extranjero, su plan no fue otra cosa que crear e integrar en las embajadas de España a los ‹Agregados Navales› siendo de esta manera permanente la ‹investigación› y a más bajo costo, pues los agregados tendrían despacho en la propia embajada e incluso en las que se pudiera su propio alojamiento, así fueron designadas para empezar las establecidas en los países de Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Francia, Rusia e Italia. Destinando a ellas los oficiales mejor preparados de la Corporación, con la condición de que hablaran el idioma del país al que iban y a pesar de estar bajo las órdenes del Embajador Plenipotenciario de turno, no era obligación del Agregado Naval comentar con él cosas que solo fueran del interés de la Armada, para eso ya tenía a sus jefes naturales en Madrid a quienes debía informar.

        De nuevo la noria de la política volvió a girar, cayó el Gobierno conservador de Silvela y el 20 de julio formó Gobierno el liberal Villaverde, siendo sustituido Sánchez de Toca por el señor Cobián y en uno de los plenos el senador López Morla, atacó al nuevo Ministro porque le había llegado noticias de una molesta forma de comportamiento (las novatadas) en la Escuela Naval Flotante no eran de recibo, todo con la intención de derribar al nuevo Ministro, éste no se calentó mucho la cabeza y firmó ese mismo día la destitución del Director de la Escuela Naval. Ni que decir tiene que esta forma de solucionar los problemas no era ni presentable, por no decir incoherente y al enterarse don Pascual, no lo planteó en la Cámara, ya que hay cosas que es mejor decirlas bajito y así lo hizo, pero consiguió que el Director regresará a ocupar su puesto. Al año siguiente llegó el presupuesto de la Marina a las Cortes, era el de 1904 y como siempre se había previsto a la baja, un Senador disertó largamente sobre el tema en defensa de disminuir el gasto del país, el mencionado no era marino y esto enfureció a don Pascual, quién al terminar el susodicho se tuvo que oír una verdad, que sigue vigente: «Los marinos deseamos que nos discutan; con lo que no podemos transigir es con que aquellos, que no entienden una palabra de marina, se crean doctores cuando hablan de ella; por eso, ni mis compañeros ni yo nos permitimos hablar de lo que no entendemos.» De sus notas personales, don Pascual hace este comentario del nuevo Ministro: «Parecía que el Gobierno se preocupaba de la vida de la Marina, pues el Ministro, cuando se hizo cargo del ministerio, nos dijo que él tenía seguridades de que así se obraría, es decir, que tendríamos los recursos necesarios. Nos dijeron que el Gobierno había comunicado a los Ministros de Hacienda y Marina para que estudiaran el asunto y fijaran la cuantía de los créditos; pasó el asunto al Consejo de Estado y a la Intervención General, y ambos Centros informaron bien, y, cuando todo el mundo, incluso el Ministro, daba por hecha la cosa, sale el Consejo de Ministros con la negativa de los créditos, ofreciendo emplear a los obreros de la Carraca ¡en carreteras! ¿No es esto el INRI? En el acto presenté la dimisión; pero el Ministro me manifestó deseos de que esperara tres o cuatro días, y por eso no ha ido oficialmente mi solicitud hasta hoy.» y añade: «¡Emplear en las carreteras como peones a unos obreros inteligentes, insustituibles en los Arsenales para forja y ajuste, que llevaban manejando el material y adiestrándose años y años…!»

        La dimisión irrevocable la presentó el 19 de agosto, escribiendo tres cartas, una a Cobian como amigo, otra como Ministro y una tercera a don José Ferrer. Como siempre los políticos redondearon su éxito, pues unos días más tarde se publica la Real orden que dice: «Se suprime el Estado Mayor Central de la Armada, creado por Real Decreto de 24 de diciembre de 1902. Las funciones, que se habían segregado de otros Centros del Ministerio de Marina para asignarlas a dicho E. M. C., volverán a ser desempeñadas por aquellos.» Don Pascual regresó a su casa de Puerto Real, sin querer mirar atrás.

(Pensamos que precisamente este último punto y seguido es el que nos da las razones de que don Pascual ‹molestaba›, ya que el Gobierno había perdido ‹poder› con esa segregación de ‹funciones› y no eran capaces de asimilar tal determinación.) De nuevo la noria giró y el Presidente Villaverde solo estuvo en el poder dos meses. Regresó el conservador Maura, quien nombró Ministro de Marina al vicealmirante Ferrándiz. Elevó un nuevo presupuesto por importe de treinta y ocho millones hasta 1907, pero como a su vez este Gobierno dimitió en pleno el 14 de diciembre de 1904, poco o nada le dio tiempo a realizar. Se formó el nuevo Gobierno el 20 del mismo mes y el Presidente y Ministro de Marina era el general Azcárraga, a quién inmediatamente don Pascual le escribió, para que hiciera lo posible por la Armada por estar deshaciéndose por momentos. Pero de nuevo la noria volvió a girar, el 14 de junio se abrieron las Cortes y se comenzó a hablar del presupuesto de la Marina, (al parecer todos los Cortesanos no querían saber nada de la Marina, porque ya era la tercera vez consecutiva que se negaban a ampliar los gastos del Ministerio), por ello el 20 dimitió en pleno el Gobierno. Se formó el siguiente el 5 de julio y como Ministro del Ramo el señor Cobian, el cual llamó a don Pascual con el cargo de Consejero del Supremo de Guerra y Marina, llegó el 5 de agosto y como siempre se puso a trabajar, de hecho ese año no tuvo vacaciones; pero llegó octubre y de nuevo se abrieron las Cortes, comenzando por el tema de los presupuestos, por causa de los cuales el Gobierno casi dimite, pero para evitar la caída el Ministro de Guerra suprimió doce millones y el de Marina otros once, con ello se quedó en solo treinta y tres, pero no se pudo aplicar, pues el 27 de octubre el Gobierno dimitió en pleno, siendo en este 1905 el cuarto Gobierno que caía. Como se acercaba el fin de año, suplieron los unos a otros y entre las dos mayorías formaron un gobierno, nombrando Ministro de Marina al general Weyler. Pero ni siquiera así se ponían de acuerdo, por ello el 1 de diciembre volvió a dimitir el Gobierno, entrando en esta ocasión un nuevo Presidente el señor Moret, quien eligió como Ministro de Marina a don Víctor Concas.

        Don Víctor intentó ponerse inmediatamente en contacto con don Pascual, pero al haber sufrido dos ataques de disnea casi seguidos por su causa lo puso en la regala de su vida, por esta razón se encontraba en su casa con licencia, pues seguía presidiendo el Consejo Supremo de Guerra y Marina. En cuanto se alivió de sus males regresó a Madrid, llegando el 11 de abril y se presentó al Ministro, Concas había pensado algo con menos movimiento para don Pascual por sus últimos achaques sufridos, a parte estaba deseoso de poner otra vez en servicio las capitanías general de los departamentos, los cuales fueron rebajados a Apostaderos desde el desastre del 98, pero como el erario no daba para mucho, en principio pensó en hacerlo solo en Ferrol, de esta forma ya tenemos al vicealmirante don Pascual de Capitán General del Departamento de Ferrol, tomando posesión de su cargo el 28 de abril de 1906. Se encontraba tomándole el pulso a su nuevo cargo y responsabilidad, cuando sobrevino un nuevo giro de la noria, siendo a finales de mayo el cierre de las Cortes con la dimisión del Gobierno en pleno, por ello don Víctor solo había estado un poco más de cinco meses en el cargo, siendo sustituido por el señor Alvarado nombrado por el nuevo Presidente el general López Domínguez el 6 de junio, y la suerte de que el nuevo Ministro era un diputado sin conocimientos sobre la materia, esta soledad del desconocimiento le llevó a confirmar a todos en sus puestos, teniendo una deferencia especial hacía don Pascual por considerarlo un gran marino. Comenzó don Pascual por ver que había un grado de inmigración muy alto y sin permiso de las autoridades, llamándole poderosamente la atención. Pero al mismo tiempo poco podía hacer dado que en España no existía Ley alguna que la regulará, no obstante ordenó al comandante del guardacostas Vasco Núñez realizará una investigación, por ella supo que aquello era un simple negocio del cual solo unos pocos se lucraban traficando con vidas humanas, pero lo curioso es que estaban apoyados por compañía extranjeras, se entrevistó con ellos y conminó a los implicados para viajar a Madrid y expusieran el caso al Ministro, de lo contrario él actuaría en consecuencia. Por la rectitud y decisión firme de don Pascual no tuvieron más remedio que realizar el viaje. Al mismo tiempo el almirante Cervera puso en conocimiento del Ministro la visita y la causa, por ello al presentarse ante Alvarado tuvieron que dar muchas razones, el Ministro entró en cólera sobre todo al saber que cuando alguien de los que eran transportados fallecía por causas sin determinar, se le arrojaba al mar, lleno de asombro se puso a trabajar en una Ley que si bien él no pudo ver aprobada, si lo fue posteriormente en un pleno de las Cortes del 25 de enero de 1907.

        A pesar de los escasos medio, tuvo que hacer frente a una huelga de trabajadores del Arsenal, a la cual le dio una solución pasajera pues otra no cabía. Fue poner en seco a la corbeta Nautilus para ser recorrida pues en ese momento era el buque Escuela de los Guardiamarinas y nadie le podría decir lo contrario, ya que debía salir a instruir, no a que se jugasen la vida por su mal estado. Paró por completo una disminución de salario de los Aprendices Maquinistas, que le costó otro disgusto, ya que él se mantenía en que: «…el personal para que sea bueno y trabajador, debe estar bien retribuido…» Fundó la Escuela de aprendices, aprovechando para ello el viejo casco de la Villa de Bilbao. En lo tocante a la Jurisdicción de Marina no permitió a nadie se la tomara como algo inexistente, por ello en varias ocasiones recurrió al Supremo ganando en todas ellas. Por otra parte tuvo que negar no sin esfuerzos el cambio de Práctico Mayor del puerto de Avilés, pues la persona recomendada por altos cargos muy influyentes, era una un anciano y no podía desempeñar correctamente su trabajo, aparte de que un mal paso en la escala le podía causar la muerte, consiguiendo fuera retirado con pensión pero sin ejercer el puesto. Como favor a tanta actividad y dada su avanzada edad, pidió como era reglamentario un carruaje para trasladarlo de un punto a otro, después de intentarlo en varias ocasiones sin conseguirlo, sacó dinero y se compró una cestita, tirada por dos caballos de los nacidos y criados en Galicia y el pueblo casi con ironía al verlo pasar le decían: ‹ahí va el coche del General› Mientras en Madrid las cosas se dispararon pues el Diputado señor Moret, propuso en las Cortes, la: «La Ley de asociaciones» y la «Ley del servicio obligatorio» lo que obligó entre otros ministros al de Marina a dejar su cargo y por carta le comunica a don Pascual: «Caso de cesar en el cargo con que S. M. me honra, reitero a V. E. la expresión de mi profunda gratitud por su eficacísima cooperación.», así entre diciembre de 1906 y enero de 1907, hubieron palabras mayores en las Cortes, por que de nuevo el Gobierno en pleno dimitió y a finales del mismo mes entraron los nuevos, ocupando la presidencia don Antonio Maura y en la cartera de Marina el contralmirante Ferrándiz.

        (No vamos a inclinar la balanza por ninguno de los dos «Cervera — Ferrándiz», ya que la historia ha puesto en su lugar a ambos, pero en vida a pesar de que los dos miraban por el bien de la Corporación, sus vías eran distintas y de ahí los abordajes que tuvieron, para dejar las cosas en su sitio solo añadiremos documentos que por sí hablan y que cada lector saque sus propias conclusiones, no está en nuestro ánimo crear separaciones, no son buenas ni en nada contribuyen a construir que es de lo que se trata.)

        El 23 de enero de 1907 falleció el Almirante de la Armada (cargo igual al anterior de Capitán General de la Armada) don José Beránger. Don Pascual era el vicealmirante más antiguo en activo y basándose en que la Ley no había sido modificada y el puesto era obligado cubrirlo, le escribió al Ministro, pero éste no hizo el menor caso, así don Pascual pasado un tiempo volvió a insistir y Ferrándiz con fecha del 1 de abril le contesto que el Gobierno no estaba por cubrirla. Ante esta respuesta don Pascual le escribió una nueva carta diciendo: «Ciertamente que la cuestión de la provisión de la vacante del Almirantazgo no será motivo de disgusto entre nosotros; si en mí hay disgusto, no es contra su persona de usted en que veo siempre al amigo antiguo, sino contra el Gobierno, que en el caso presente creo que falta a más de una ley, que, si lo hiciera un rey absoluto, le llamaríamos déspota y tirano. Si matar esa aspiración de un Cuerpo respetable lo juzga el Gobierno necesario para poder gobernar, hubiéralo hecho por una Ley; pero, mientras exista la vigente, debe cumplirla, como la han cumplido todos los anteriores.» (La realidad se demuestra posteriormente, pues estuvo vacante la plaza justo hasta dos meses después de fallecer don Pascual, siendo el señor Canalejas Presidente la cubrió con el vicealmirante más antiguo, el nuevo Almirante fue don Juan Bautista Viniegra, pues durante el tiempo en que no estuvo ocupada ninguna Ley se promulgo en su contra.) El mismo almirante Viniegra en contestación por la felicitación de su ascenso del hijo de don Pascual, le escribe diciéndole: «En esta ocasión se une a esta satisfacción mía el desconsuelo de pensar que, si tu buen padre hubiera vivido algo más, hubiera quedado el cargo mucho mejor cubierto por las dotes de bondad, carácter y prestigio que reunía.» Aún mucho más tarde, en 1910 un hijo de don Pascual escribió felicitando por su ascenso a vicealmirante a don Ramón Auñón y éste le escribe dándole las gracias y diciéndole: «No olvido que, si su buen padre hubiera vivido, sería hoy nuestro Almirante.»

        El otro caso sonado, fue el tener que contratar a unos calafates para el Arsenal por estar en seco el Reina Regente, de cuyo trabajo y su coste lo había calculado el ingeniero Jefe don Cayo Puga, de la que se extraía que los necesarios eran veinte, pero tendrían que trabajar doscientos ochenta y cinco días, ya que estaba esperando el mismo repaso la Vitoria, pero el trabajo se complicó y fue necesario contratar más calafates. Existía una Real orden del 15 de marzo anterior prohibiendo se diera entrada a más obreros en los Arsenales, por ello una vez planteado el problema al Capitán General del Departamento, este escribió al Ministro, pero no contestaba y los días iban pasando actuando en contra de la Armada, ya que el trabajo no se hacía y era de necesidad perentoria. (Hay muchas cartas y telegramas cruzados, entre la Junta del Arsenal y el Capitán General y de éste al Ministro, pero las acortamos para mejor entendimiento.) Por la tardanza en contestar el Ministro se da entrada a cuatro obreros que después de un examen son considerados capaces, de entre veintitrés presentados, el penúltimo correo cifrado del Ministro dice: «Aparte de las razones expuestas por la Junta administrativa de ese Arsenal en 25 del actual, que podrán ser todo razones atendibles que se quieran, el Gobierno de S. M. no puede admitir que, no siendo en caso de suma urgencia y gravedad, que no dé tiempo a consultas, se deje de cumplir o se haga lo contrario de lo que de Real orden se dispone. Ordene, pues, V. E. que se dé cumplimiento a la del 15 de marzo, en tanto que se estudia y resuelve lo que proceda.» Don Pascual no da crédito a lo recibido, pues solo eran cuatro empleados y el Gobierno se gastaba sus sueldos nada más levantarse de la cama, en cambio para el servicio le los buques que en sí son los medios de la Armada, no se podía conceder un mínimo como lo que realmente representaban esos cuatro sueldos. Así que dicta el siguiente telegrama: «Al admitir temporalmente los calafates, que difícilmente podrán encontrarse más tarde, no me ha guiado otra idea que el mejor servicio; despedirles, me pareció y sigue pareciéndome perjudicial y, como por telegrama cifrado de V. E., que traslado al Arsenal para su conocimiento, veo que no sé interpretar bien el pensamiento del Gobierno, ruego a V. E. aconseje a S. M. nombre a otro de su confianza.» Al parecer esto era lo que se estaba esperando, porque le fue admitida la dimisión y salió de la capitanía el 31 de mayo. Lo prueba que para ocupar su puesto fue nombrado el Marqués de Arellano, éste vio lo mismo que don Pascual, pero a él no le pusieron trabas, pues no solo se quedaron los cuatro calafates, sino que se admitieron en total cincuenta y siete. Por lo que unos meses después en un folleto que publicó don Pascual con el título de: ‹Observaciones al Proyecto de Ley…› entre otras muchas cosas dice: «…Lo que por sí solo demostraría (lo concedido a su sustito en el cargo de Ferrol) que lo desaprobado no fue la admisión sino la iniciativa»

        Don Pascual regresó a su casa de Puerto Real para recuperarse de su sempiterna dolencia, mientras en Madrid el Ministro Ferrándiz comenzaba a presentar su plan de escuadra, por la gran cantidad de amigos que bien por una vía bien por otra le llegaba toda información sobre ella, la cual estudió y como en toda obra notó fallos, pero bien estaba en su conjunto si por fin las Cortes consideraban ya era hora de empezar a formar la nueva escuadra de España. Pero el Ministro no se olvidaba de Cervera, de hecho el 25 de enero de 1908, lo pasa de su estado de ‹cuartel› a ‹eventualidades› por ello en cualquier momento podía ser llamado para ponerlo al frente de lo que el Ministro considerará, acción que no gusto a don Pascual, más que nada porque su enfermedad prácticamente no le dejaba moverse y si ocurría el hecho, tendría forzosamente que pedir una licencia o abandonar la Corporación. Pero la duda como siempre era, si se la admitirían. Una vez aprobada por el Senado que fue mucho más exigente que el Congreso, robando partes del programa quitando sobre todo sueldos a las clases inferiores, decisión que tampoco gustó a don Pascual. Al mismo tiempo y para que nadie de la Corporación interviniera en la Ley, cerró por Real decreto el Ministro: «no admitiendo ni permitiendo replica alguna al respecto», por eso en el diario de don Pascual se puede leer al respecto: «…no contentos con injuriarnos se nos amordaza…» El 1 de enero de 1908 siguiendo su curso la Ley fue aprobada, el 21 de abril fueron publicadas las bases generales de concurso, centrando la construcción en los Arsenales de Cartagena y Ferrol, esto fue el detonante por entrar en este instante a mandar el Oro, por ello comenzaron a llover concursantes, pero el responsable final de aceptarlas era el Almirante Viniegra, íntimo amigo de don Pascual durante toda la carrera de ambos. Así que le llegaron al final solo cuatro concursantes, pero el «pastel» era muy grande, así ‹entre bastidores› había sus más y sus menos para decir a quien se le daba el contrato, por lo que el Almirante Viniegra estuvo un tiempo soportando el mal humor del Ministro y los enfrentamientos con el Presidente de la Junta, a tanto llegó la presión que Viniegra decidió presentar la dimisión irrevocable. Pero Viniegra lo hizo con todo el conocimiento del mundo, ya que sin la firma del Almirante según Ley, no se podía hacer nada ni avanzar ni retroceder, lo que obviamente al Ministro le sentó muy mal, pero por una vez quizás en toda la historia del siglo XIX era un marino quien ponía firmes a un Ministro también marino, no siendo poco avanzar. Por ello y como un acto reflejo todos pensaron en ese vicealmirante despreciado y casi olvidado que estaba de ‹eventualidades› en su casa de Puerto Real, pues una vez más no había nadie ni en Madrid para sustituir a Viniegra.

        Inmediatamente el Ministro telegrafió a don Pascual el 9 de septiembre, quien en primera instancia advirtió, por ser éste mes de otoño muy malo para su enfermedad y después venía el invierno, en Madrid ello podría resultar fatal para su vida. A pesar de eso y mirando siempre al mismo sitio el Ministro le remitió inmediatamente otro, diciéndole que no se trataba de pasar el invierno en Madrid, pues solo se le iba a encomendar dictar a quien se le daba la contrata y que cuando estuviera terminado el trabajo, se iría a donde él quisiera sin restricciones. Don Pascual otra vez obediente a las necesidades de España, ya que retrasar la operación solo perjudicaba a la Armada, ‹porque ésta necesitaba barcos›, se puso en camino llegando a Madrid el 13 y el mismo día se le nombró por Real orden de la misma fecha Jefe de la Jurisdicción Central de la Armada y Presidente de la Junta de Adjudicación de la Escuadra. (¿Con que las cosas de Palacio van despacio? ¡Depende para qué y para quien!) Al ser nombrado lo primero que hizo fue buscar un ayudante que entendiera del tema, por ello le pidió al Ministro fuera nombrado como Secretario y Ayudante, el capitán de corbeta e ingeniero naval don Eliseo Sanchiz, ya que tenía grandes referencias de éste oficial y así no perder tiempo en buscar más ayuda, lo que a buen seguro traería más controversias. Al presentársele lo eximió de todo otro servicio y no solo le entregó los documentos oficiales, sino los que sus amigos le habían hecho llegar con referencia al caso, por ello Sanchiz disponía de una información que ni siquiera el Ministro tenía.

        Pero de nuevo, como en todo político hay actos incomprensibles. Don Pascual llegó el 15 a tomar posesión de su cargo y comenzar a trabajar, cuando dos días después el Jefe de Estado Mayor Central don Federico Estrán, preparaba una reunión con don Pascual con todos sus oficiales solo de amigo a amigo y presentarle todos sus respetos con un simple apretón de manos. (Las envidias como siempre informaron al Ministro de lo que se proponían) Ferrándiz viendo en aquel gesto una desaprobación a su proceder con respecto a la persona del vicealmirante Cervera, pensó era un acto en su contra, (el que teme algo debe) por ello le envío un oficio a Estrán prohibiéndole tal reunión. Don Pascual enterado del acto del Ministro no pudo más que sonreír, ya que otra cosa no cabía, pues él nunca había utilizado tan tajantemente ese ‹ordeno y mando› sin razón ninguna, dejó pasar un par de días y fue a visitar a Estrán para que no intentara de nuevo ir contra el Ministro, ya que eso afectaría a todos; pero Estrán le contestó, ya que en general no podían ir y como un gesto de amistad, lo harían en grupos pequeños, pero que no era él el que tenía la iniciativa total, sino más bien empujado por sus oficiales, ya que muchos habían oído hablar de don Pascual, pero no tenido la oportunidad de saludarlo personalmente y no querían dejar pasar la ocasión. Ese mismo día don Pascual pensando que el Ministro estaría más tranquilo y con la intención de que comprendiera las razones del intento de visitarlo los oficiales, aparte de que le parecía de justicia y legalidad, que los que nunca le habían podido saludar lo hicieran ahora, le envío un oficio en el que entre otras cosas le dice: «El Gobierno de S. M. no ha cubierto aún la vacante de Almirante, y como esa dignidad tenía facultades propias, se dispuso en Real Orden de 4 de abril de 1907 que esas facultades pasasen al Jefe de la Jurisdicción de Marina, y ahora reside en mí ese cargo. Entre esas facultades está la de poner: ‹Cúmplase lo que Su Majestad manda› que se estampa en las patentes, y esto constituye al Jefe de la Jurisdicción en Jefe de todo el personal de la Armada en orden constitutivo. Parece, pues, lógico y de la más elemental disciplina que ese personal venga en cuerpo, de un modo oficial, a rendir ese tributo de cortesía a su Jefe, sin que esto afecte a nada en los ejecutivo del mando…»

        (Obsérvese que sí se cambia la Ley para que el Jefe de la Jurisdicción de Marina al mando de un Vicealmirante quede autorizado con los mismos poderes que el Almirante ó Capitán General de la Armada, pero todo por no nombrar a quien tocaba, por ser el mismo don Pascual, para evitar que figurase en la Historia de la Corporación y de la Real Armada, como el trigésimo segundo Capitán General de ella, o más bien por fallecer en 1909 y cambiar la Ley en 1912, hubiera sido el octavo Almirante.)

        Esto surtió su efecto pues el 21 se publica una Real orden que dice: «La voluntad de S. M. es que, en atención a los elevados cargos que desempeña el Vicealmirante Jefe de la Jurisdicción Central, y habiendo recaído en él las atribuciones concedidas al Almirante, sea obligatoria la presentación a dicha Autoridad de todo el personal que se halle en esta capital…Y es asimismo la soberana voluntad que, al hacerse cargo un Vicealmirante de dicha Jurisdicción, los Inspectores Generales y los Jefes de los distintos servicios de este Ministerio, al presentarse a dicha Autoridad, le pedirán día y hora en que deben pasar a cumplimentarle con los Jefes y Oficiales a sus órdenes.» (Como se verá en todo momento estaba con la Ley bajo el brazo, con ella repartía a diestra y siniestra incluso a compañeros que por ocupar un puesto político parece se olvidan muy alegremente sus propias Ordenanzas, pero ahí estaba don Pascual para con su fineza y firmeza, volverles a recordar quienes eran y porque estaban donde estaban.) Al mismo tiempo esta toma de decisión no era una cuestión baladí, al parecer el Gobierno estaba por dar el contrato a la casa Vickers, y en caso de que la Junta no se la concediese darla por desierta. Mientras don Pascual se mantenía en pie con los preparados de los boticarios que llevaba siempre su hijo don Juan Cervera Jácome y que en esta etapa de la vida de su padre, no lo dejaba ni a sol ni a sombra, ya que los ataques cada vez eran más fuertes y persistentes, lo que a veces le impedía seguir con una reunión y esto era vital para poder llegar a un buen acuerdo. Porque no en balde había enviado a los departamentos a Vocales de la Junta, Jefes de Construcciones Navales, de Artillería, Intendencia, al Asesor General y al Jefe del Estado Mayor Central, para que cada uno revisará la parte correspondiente de la contrata, así se aunarían esfuerzos y por expertos en cada materia, asegurando con ello un buen éxito al proyecto. A su vez no había día que no permaneciera en su despacho doce o catorce horas, entre conversaciones, aclaraciones y demás pormenores del proyecto. A esto se sumaba que don Pascual pedía consejo a sus mejores y más competentes hombres de la Corporación, lo que también le quitaba un tiempo tremendo, pero que lo daba por bueno con tal de que su decisión no fuera errónea, y no por su prestigio por el cual nunca había mirado, sino por no hacerlo bien por España y su Real Armada.

        El proyecto del Gobierno no estaba muy claro, de su archivo personal se extrae una parte de un escrito que dice: «Hay un gran trust de corazas, en que cada uno tiene su radio de acción, habiéndose repartido entre sí las naciones en donde no hay fábricas, en cuyo reparto se quedó Krupp con España. Así, pues, Vickers, Armstrong y Beardmore, que son del trust; ni pueden hacer corazas ni darlas si Krupp no se las da. Y ahí va lo gordo. Estrán me ha dicho, luego es cierto, que hay una carta de Krupp, quien, con la excusa de que no pudo reunir capital, aconsejaba no diésemos a Inglaterra las bases de operaciones. Es decir, que la cuestión se ha convertido en política y es evidente que la carta es del Emperador (Káiser), que no consiente en que se den corazas; luego las proposiciones Vickers y Toca son nulas…Yo no dudo que Krupp hoy les daría corazas (a Vickers) y lo mismo a Creuzot, que también es del trust, pues lo consentiría el Kaiser y aun quizás ayude a los italianos (Ansaldo); pero toda solución inglesa está por completo descartada, y de ahí los grandes trabajos que hace una semana están haciendo para declarar desierto el concurso…» (Obsérvese que el Gobierno estaba por la empresa Vickers, no estando ni entraba en el trust, ¿entonces porque querían a esta empresa? Recordemos la forma de trabajar de las empresas británicas y sus descuentos a posteriori por compras, ¿Dónde irían a parar en esta ocasión?)

        Este destino con sus graves problemas, propiciaron que don Pascual fuera perdiendo la poca salud que le quedaba a pasos agigantados, de hecho donde más se nota es la firmeza de su letra, la cual era de un trazó firme incluso en su prisión de Annapolis, pero a partir de octubre sus documentos casi se vuelven ilegibles, por la cantidad de temblores en la mano al escribir. Él ya había advertido al Ministro que si aquello duraba mucho perdería su vida y no se equivocó un ápice, pero no se daba por rendido, incluso su familia para estar más cerca se alojada en una fonda de Madrid, donde casi ni se podían mover y le instaban a regresar a su casa, que dejará de mirar por algo que iba a terminar con su vida y que al final se haría lo que dijesen los políticos, pero él contra viento y marea seguía sin hacer caso, hasta que el 28 de octubre hizo un tremendo frío en la capital, le acometió otro de sus ataques, pero con tal virulencia que el médico de dijo; ‹que o salía inmediatamente a climas más templados o lo haría dentro de una caja de madera.› Esto parece que le hizo efecto y escribió al Ministro, recordándole su anterior carta y que el invierno se estaba adelantando y el trabajo parecía no tener fin, por lo que le rogaba lo pasara a situación de cuartel, para poder regresar a su casa. El Ministro parecía que lo estaba esperando, pues el 4 de noviembre entregó el mando de la Jurisdicción Central de Marina al vicealmirante Sostoa. Sentado aún en su despacho redactó una nota de despedida para todos su compañeros, la cual dice: «Señores, tengo el sentimiento de despedirme de ustedes por cesar en el destino que dejo hoy al digno general Sostoa. Mi sentimiento al dejarles a ustedes es profundo; primero, porque dejo de tener a mis órdenes a Jefes y Oficiales tan distinguidos y cumplidores de su deber; segundo, porque siento mucho dejar este puesto en las circunstancias actuales; y tercero, porque tengo la convicción de que les dejo a ustedes, mis buenos amigos, para siempre; que ya no les volveré a ver más, y que me separo de una vez de lo que ha sido mi vida de cincuenta y seis años. Pero ustedes lo ven, no puedo más.»

        El Ministro se despidió de él por carta, en cambio personalidades de la política y de otros estamentos del Estado fueron a la estación, donde subió al ferrocarril que lo devolvería a su casa, siendo acompañado por su médico el señor Bernal, quien al llegar a Puerto Real vio con satisfacción que su mejoría era notable, llegando a afirmar: «tenemos hombre para muchos años», pero don Pascual separado del servicio, sencillamente no era feliz, llegando a comentar con su familia «ya he dado todo lo que tenía que dar» demostrando con esta frase que su estado anímico no era el mejor para llevar adelante la enfermedad. Se unió que ese invierno fue duro de los de verdad en toda España, pues se llegó a sentir incluso en las zonas marítimas, lo que no suele ser muy normal, el conjunto no le daba muchas alegrías. Así se decidió a dar por finalizada su carrera marítimo-militar y elevó escrito suplicando su pase definitivo a la reserva. En uno de los párrafos de la suplica dice: «…mi afán de ser útil a Vuestra Majestad y a la Patria me ha tenido en el servicio activo mientras creí que podía servir, a pesar de mi deseo de descanso, como lo prueba el hecho de haber solicitado pasar a la situación de reserva el año 1899.» Este documento lo escribió estando su amigo y compañero don Víctor Concas, quien al conocer la noticia de pedir el pase a la reserva se desplazó hasta su casa y él mismo hizo de correo, pues se lo entregó al Ministro, quien le dijo sentía lo sucedido y le daría curso lo antes posible, pero don Víctor no se paró aquí pidió poder ver y hablar con el Rey, a quien le comunicó todo lo que estaba ocurriendo y por ser: «un infatigable paladín de la honra española y en el extranjero se apreciaban sus cualidades de manera ponderativa» se debía de hacer algo que fuera conocido por todo el pueblo español, aparte de que el Monarca pensó concederle el Collar de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III. Siendo firmado por el Rey el Real decreto de su pase a la situación de reserva el 17 de diciembre de 1908.

        En el diario de la Correspondencia de España del 31 de julio de 1908, se dice: «Hace pocos días comenzó a circular entre la colonia española de la capital de Francia un rumor sensacional. Se decía que el vicealmirante de la Armada española don Pascual Cervera se encontraba en París, y que había visitado a muchas personalidades de la política francesa.» Se descubrió poco después por el seguimiento de la policía que era un impostor que iba dando ‹sablazos› excusándose en que se encontraba allí, por ser perseguido por sus propios compañeros y el Ministro en su país, habiendo llegado de incógnito y con lo puesto. Le dio la noticia a don Pascual su amigo el conde de Torres Cabrera, quien después del peregrino cuento le dijo: «Desengáñese don Pascual, que, cuando el río suena, agua lleva; cuando para fingirse un Cervera y explotar su prestigio se toma como medio para explotarlo el contar las injusticias y desplantes de sus compatriotas, algo hay en la realidad.» Al parecer don Pascual entró en un estado casi de dejadez, (suponemos que lo que hoy se llama una depresión), ya que de su diario se extrae una frase con la que él mismo se define, lo que nos hace pensar lo mal que se encontraba psíquicamente, pues decía: «soy un barco viejo borrado de la lista de la escuadra y convertido en pontón» además España no estaba en uno de sus mejores momentos; la Ley de escuadra paralizada; la reforma del personal de la Armada, igualmente; la Corporación atacada sin desmayo por la clase política y casi desprestigiada por culpa de ellos, en definitiva una España en una situación crítica por la crisis, a la que los políticos la habían llevado, significando la miseria y con ello la angustia diaria de muchos españoles, para dar de comer a sus hijos y poderlo hacer ellos mismos. Este era el panorama de un país moral y económicamente deshecho. No era un cuadro para exponer en ningún sitio y mucho menos como él pensaba, para soportarlo un pueblo fiel muy dado a perder la vida por sus políticos, no por ellos, sino por defender a su patria, pero en cambio el pago era simplemente el olvido de los que seguían y seguían en la poltrona, disfrutando de poder ir al Teatro Real un día por semana y encima quejándose de no disponer de más medios económicos.

        A él le quedaba su título de Senador Vitalicio, pero ni siquiera desde esa butaca por causa de su enfermedad podía defender a nada ni a nadie y esto para su forma de ser, no era precisamente una situación agradable ni soportable, porque como queda demostrado toda su vida la estuvo regalando por el bien de la Armada y de España, sino más bien insoportable por estar relegado por sus males a una vida que ya no tenía sentido y nada podía hacer para variar alguna cuarta el mal rumbo de su amado país. Comenzó por dejar por primera vez en su vida que sus hijos escribieran las cartas de respuesta a todos aquellos amigos que se preocupaban por su estado. Poco tiempo después comenzaron a salirle unas manchas rojas y con ellas una hinchazón en las piernas, por lo que acudió el doctor Bernal, dictaminando que eso era producido por falta de un buen riego sanguíneo y por desgracia la ciencia y sus manos ya no podían hacer nada, siendo cuestión de la fortaleza de don Pascual que durase más o menos tiempo. Como buen católico no le faltaba el apoyo espiritual en la persona del párroco don Antonio Macías, quien diariamente iba a confesarle, aparte de conversar con él un rato entreteniéndole y tranquilizándolo. El 3 de marzo acudió como siempre su párroco, lo encontró más abatido de lo normal y le preguntó porque estaba así, la razón era que no podía ayunar para tomar la comunión, acto que cumplía todos los días 3 de cada mes desde lo ocurrido en Santiago de Cuba, llevando por ello ya dos meses sin poder comulgar, ante esto el sacerdote le comunicó que el Santo Padre Pío X hacía unos días había dictado poder llevar al Santísimo a casa de los que no pudieran acercarse a la iglesia, pero para ello debía de ser ya in extremis y por lo tanto debía primero llevar el Santo Viático, ante esta noticia a don Pascual se le encendió la cara y abrió una gran sonrisa, por lo que le indicó al sacerdote que si le era posible, mañana me trae el Santo Viático.

        Pero al salir del dormitorio le acompañó su hijo don Juan Cervera y el párroco le comunicó que, no solo era conveniente traer el Santo Viático sino también darle la Extrema Unción, porque le había visto muy mal y en contra de lo que piensa la gente, este Sacramento no es solo cuando ya no hay otra opción, sino que se debe de hacer cuando el enfermo ya se entiende que le queda poco tiempo, porque sirve y apoya, tanto a la limpieza de los posibles pecados, como de poder sanar si Dios está en ello. El cometario se hizo en la puerta del dormitorio de don Pascual, por lo que éste que aún estaba en su sano juicio, hizo un movimiento con la cabeza y su hijo acudió a ver que deseaba y don Pascual le dijo: «Sí, hijo mío, dile al párroco que desde luego; es más, que lo deseo.» El 4 sobre a las once de la mañana don Juan se fue a por el párroco, ya de vuelta se fueron uniendo al pequeño coche varias personas, llegando a la puerta de su casa donde se encontraba su esposa doña Ana Jácome, su hijo Pascual, un sobrino de don Pascual y habiendo sido avisados, la familia Cozar, otros amigos de ella y muy católicos, entró el Arcipreste con el Santo Viático, don Pascual no podía arrodillarse y lo recibió de pie firmes, como si estuviera saludando a un Rey o Jefe de Estado, se acercó a don Pascual y le hizo la pregunta de rigor en este Sacramento: «¿Perdona usted a sus enemigos?», don Pascual permaneció unos instantes repasando su vida, eran tantos y tantos todos ellos, que no quería contestar si no estaba seguro de ser sincero, pasados esos segundos que se hicieron eternos a todos con voz firme, como si estuviera en el puente de uno de los buques bajo su mando, dijo: «Antes de recibir a su Divina Majestad, aquí presente, tengo que decir que siempre he vivido en la Fe católica, apostólica, romana, procurando ajustar mis actos a los que manda la Ley de Dios y dispone la Santa Madre Iglesia. Pido perdón al Señor de mis pecados, y me entrego en asistir a este acto, y a mis criados se las doy también por el cuidado y afecto con que me asisten. A mis enemigos o personas, que no me quieran bien, hace tiempo que las tengo perdonadas; pero aquí nuevamente lo declaro en esta solemne ocasión, y a mis amigos les doy las gracias por el interés que me demuestran, y les pido que me encomienden a Dios. Tengo también que declarar que no ha habido una sola vez en que haya hecho un llamamiento al honor y al deber de mis marineros, en que éstos no hayan respondido plenamente a mi apelación, y que, si alguna falta pudo haber, nunca fue de ellos, sino mía.» Terminado este acto, le preguntó el Arcipreste si quería recibir la Extrema Unción y don Pascual respondió: «Sí, señor», lo descalzaron su hija Anita y su hijo Pascual, y se realizó la ceremonia, el Arcipreste salió de su casa y don Pascual se sentó en su despacho a leer, luego fueron entrando su esposa y todos sus hijos. Al día siguiente llegó desde Vigo uno de los hijos, don Ángel Cervera, y el 8 los dos que vivían en Tuy, doña Rosario y don Luis llegaron al atardecer significando una gran alegría para todos verse reunidos, por las pocas veces que esto había ocurrido a lo largo de sus vidas. (Esto lo escribimos, porque quien no pertenece a una familia de marinos, sean de la marina que sean, no saben lo complicado y a veces imposible que resulta reunir a toda la familia. Es algo normal y cotidiano para los terrestres, pero para los dedicados a la mar en general, es algo como queda dicho por diversas circunstancias imposible y solo lo saben quienes los sufren)

        Tanta era la ilusión de don Pascual de tener a la familia reunida, que cuando anunciaron su llegada para el 8, él se pasó el día contando por donde estarían y en un determinado momento dijo; «ahora están en Madrid y seguro que le pilla el golfillo salado»y comenzó a contar una  anécdota, que le sucedió en una de sus llegadas a Madrid «Al bajar yo del tren una vez en la estación del Mediodía de Madrid, le encargué a un mozo, joven y con cara de truhán, que me bajase una maleta. Al irle a pagar, le di un duro para que se cobrase, pero él se guardó el duro en el bolsillo, me dio las gracias con mucha zalamería, y se dispuso a marchar — Oye, ¿pero no me das la vuelta? — me contesto: ¿La…la?— ¡Sí, hombre la vuelta del duro! ¿No sobra nada? — le respondió: Sí, señor, sobra. Pero es que pasa una cosa; lo que  tengo yo que devolverle, no le hace a usted gran falta y…¡si viera usted lo bien que me vendría a mí!, don Pascual le contestó: ¡Pues quédate con todo!» Continúo en estos días recibiendo toda clase de apoyos, entre los más destacados, la Reina doña María Cristina telegrafiaba todos los días para saber de él; los mayores diarios de los Estados Unidos insertaban noticias de su estado de salud; la Escuela Española de Hamilton hacía lo mismo recordando a su socio de Honor; el secretario de Defensa de los Estados Unidos estuvo toda la enfermedad pidiendo al Ministro de Asuntos Exteriores de España noticias sobre su estado de salud; periódicos de Chile, Argentina y Cuba principalmente. Ahora en sus últimos momentos todos preocupados por el contralmirante que perdió los restos del Gran Reino de España. (Lo que demuestra, que como siempre, nadie es profeta en su tierra) La enfermedad seguía su curso destructor, fueron aumentando los ataques, en uno de ellos se le pudo escuchar: «¡Dios mío, dios mío! ¿Qué haría yo para no ahogarme?» El 3 de abril era sábado y por lo tanto día de la Virgen, y además era día 3, el cual él siempre celebraba con una comunión. Se encontraba sentado y con los pies sobre una silla, cuando de pronto su hijo Ángel se dio cuenta que le entraban unos temblores, se acercó y le preguntó, pero don Pascual le contestó muy débilmente: «¡Nada, nada!» pero iban en aumento y llamó a sus hermanos, entre todos le llevaron a su lecho, avisaron al párroco, quien se desplazó inmediatamente y le dio la comunión, siguió aumentando el malestar del paciente y unos momentos después, un suave estertor y un ahogo que en breves minutos le arrancó la vida. Eran las dos y cincuenta minutos del 3 de julio de 1909, cuando el ‹hombre al agua› de Santiago de Cuba dejó este amargo mundo.

        A la mañana siguiente después de oír misa toda la familia y llegar a su casa, abrieron el testamento que estaba con fecha de cuando era capitán de navío y en él figuraba una cláusula por la que no quería ningún entierro con esplendores ni honores de ningún tipo ni forma, pero ante esto todos los compañeros de la Corporación se opusieron, pero la esposa y los hijos con firmeza defendieron los dictados de su esposo y padre, por ello la conversación duró varias horas hasta que la familia fue convencida y cedió en contra de los designios de don Pascual. Se formó un convoy desde Madrid con diez vagones, en ellos todos los compañeros tanto de la Corporación como Senadores y Diputados, llegó la columna de desembarco de la fragata Numancia, al mando de su tercer comandante señor Pérez Rendó, una Sección de artillería de mar con dos piezas al mando del teniente de navío señor García Velázquez y el primer batallón del Real Cuerpo de Infantería de Marina al mando de su teniente coronel don José Sevillano. A esto se unieron lanchas de particulares y de la Armada, éstas con todos los jefes del Departamento y Arsenal de Cádiz, a ellos se unieron todos los habitantes de Puerto Real, quienes abrieron sus casas para poder ofrecer a los visitantes una silla y un vaso de agua. Sobre el féretro una corona con la cinta con los colores de la bandera de España y con la leyenda: «Al Vicealmirante Cervera, la Marina del Apostadero de Cádiz.» del mismo féretro pendían ocho cintas, eran portadas por; don Antonio Eulate, capitán de navío de primera clase; don Julián Sánchez Campos, brigadier de artillería de la Armada; don Pedro Biondi, intendente de Marina del Apostadero; don Miguel Rechea, inspector de segunda clase, don Eladio López, inspector de Sanidad; don Manuel Cerón, teniente coronel de Artillería de la Armada; don Pedro de la Calleja, fiscal de Marina del Apostadero y don Andrés Sevillano, teniente coronel de Infantería de Marina. Al frente de la comitiva su amigo el vicealmirante don Juan Viniegra, a quien seguían todos los compañeros del Apostadero de Cádiz y en representación de la familia, el contralmirante de la Armada don Juan Jácome y Pareja, marqués del Real Tesoro, cuñado de don Pascual. En el itinerario se intentó hacer por dos veces la despedida del duelo, pero pasaban todos daban su pésame y al comenzar de nuevo a caminar la comitiva se volvían a juntar a ella, así nadie abandonaba a don Pascual hasta el mismo cementerio, siendo depositado en un nicho del mismo.

        El 14 de abril siguiente, en el pleno de las sesiones del Senado, nada más comenzar el señor Moret pidió la palabra y dijo: «Lo que me ha movido hoy a pedir la palabra es algo que sin duda encontrará las simpatías de su señoría (dirigiendo la mirada al Ministro de Marina contralmirante Ferrándiz), y de toda la Cámara, es a saber; el ruego de que se conceda la autorización para que el cadáver del Vicealmirante Cervera pueda recibir digna sepultura en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando. No hemos de hablar de las circunstancias pasadas; pero, por lo mismo que son tan tristes y tan desgraciadas, debemos honrar al vencido, a aquel hombre que cumplió tan notablemente con su deber, y que goza por ello en el extranjero de una reputación que debemos apreciar y aumentar aquellos que recibimos el honor de que se batiera por nosotros todos con tan heroico entusiasmo.» El Ministro contralmirante Ferrándiz pidió la palabra y dijo: «Con mucho gusto acojo la petición, que se ha dignado dirigirme el señor Moret, respecto al que fue Almirante, don Pascual Cervera. La acojo además con simpatía, y creo que tendrá también la de todos los marineros, y prometo a su señoría que, en cuanto dependa de mis atribuciones y de mi celo, haré lo posible para que ese deseo se realice lo más pronto posible.» La verdad es que poco se movió, porque la noria volvió a girar y el 21 de octubre el Gobierno conservador de señor Maura cayó, siendo sustituido por el liberal Moret y como Ministro de Marina, don Víctor Concas, por ello tan solo dieciocho días después se publicó en el Diario Oficial del Ministerio de Marina del 9 de noviembre el Decreto que dice así: «Señor: La historia del finado Vicealmirante Cervera es de la generación actual sobrado conocida para que sea pertinente y, mucho menos, necesario consignar los hechos gloriosos de su vida militar en honor y servicio de la Patria y de sus Instituciones, y que sirva de fundamento al Ministro que suscribe para proponer a V. M. sean trasladados sus restos al Panteón de Marinos Ilustres. Es este un honor que la Marina tributa a los que enriquecieron con labor austera en la guerra o en las ciencias sus timbres de nobleza, y consíguese con tal homenaje al que se fue, perpetuar su recuerdo en el espíritu del personal de la Armada, para que le sirva de ideal y de guía en el cumplimiento de sus arduos deberes militares. Creo, Señor, que entre la pléyade de nombres gloriosos que ilustraron la historia de la Marina, figurará en lo venidero y en posición relevante el del Vicealmirante Cervera, y por este motivo y los que antes quedan expresados, cumplo un deber sometido a la aprobación de V. M. el siguiente proyecto de R. D.— Madrid 6 de noviembre de 1909.»

Esta petición se hizo al Monarca el 6, pero el Rey lo firmó como Real Decreto el 9, por eso se publica ese día en el Diario Oficial del Ministerio de Marina, tanto la elevación del Ministro como el Real Decreto: «Real Decreto. — A propuesta del Ministro de Marina, y de acuerdo con el Consejo de Ministros, vengo en decretar lo siguiente: Artículo 1.º Los restos mortales del Vicealmirante don Pascual Cervera y Topete, serán trasladados al Panteón de Marinos Ilustres. — Artículo 2.º Serán de cuenta del Estado todos los gastos que origine tanto la traslación como la erección del mausoleo.— Dado en Palacio… — Alfonso.» Para que el trámite fuera más rápido y como reconocimiento de todo el Gobierno y con él el de España a la vida de don Pascual, llevó personalmente el Presidente señor Moret a Palacio la súplica del Ministro de Marina. (Nuestra aportación es dejar patente que el Ministro Ferrándiz tuvo por delante más de cinco meses y medio para hacer esto mismo. En cambio tanto el señor Moret como Concas, lo llevaron a buen término en tan solo dieciocho días. Cada lector que saque sus conclusiones, no tratamos de influenciar, ni a favor ni en contra, solo contrastamos los datos que nos da la Historia.)

        Don Víctor Concas comunicó a la familia el acto a realizar, por ello el primogénito de don Pascual, entonces teniente de navío don Juan Cervera Jácome se desplazó a Madrid, donde se le entregaron dos mil quinientas pesetas para sufragar los gastos para el trabajo de talla del mausoleo, la esposa doña Ana, los hijos y el gran amigo de don Pascual de la misma población donde vivía, don Francisco Díez, comenzaron a trabajar en su diseño básico, pues se quería sencillo y honrado como en vida había sido don Pascual, ya definido se buscó a un escultor que tallara el mármol, siendo elegido el joven don Gabriel Borrás, valenciano y el mejor discípulo de don Mariano Benlliure afamado escultor. Se tuvo que esperar a pasar el tiempo dictado por la Ley para poder hacer el traslado. Al mismo tiempo en abril el Ministro de Marina almirante Miranda dictó un Real decreto, en él se realizaba un presupuesto especial de cuatro mil pesetas para el pago de todo lo que se debía realizar y una comisión de marinos para planificar todo el movimiento y los honores a recibir. Todo preparado el 19 de junio de 1916 se trasladaron del cementerio de Puerto Real a San Fernando, donde al llegar en el sitio previsto se encontraba una caja en la que al fin dejarían descansar a don Pascual. (Escribimos esto, por ser la primera vez que lo sabemos y desde luego es algo de mucho valor y sentimiento por parte de su familia, hacía el generoso y amado padre) Pues de la caja donde se encontraban los restos del almirante, solo sus hijos los podían tocar, por ello fueron quienes realizaron el traslado hueso a hueso de su padre a la nueva caja. Como dato curioso citar que los presentes, a parte de su familia al completo, las numerosísimas autoridades, múltiples sobrevivientes del combate del 3 de julio en Santiago de Cuba, trabajadores del arsenal de La Carraca y habitantes de San Fernando, en el cortejo fúnebre formaban parte los Aspirantes a oficiales de la Armada, figurando entre ellos su nieto Pascualito Cervera. Fue depositada la caja en su lugar y allí quedó don Pascual, rodeado de Marinos Ilustres y quizás por primera vez, de verdad recibió de parte sobre todo del Gobierno lo que él tantas veces había dado: ¡Cumplir con su deber!

En la lápida superior está escrito:

Al Vicealmirante Cervera

Bizarro militar, entendido marino,

Esclavo fiel de su deber,

Modelo de abnegación, caballerosidad

Y virtudes cristianas

La Patria honra su memoria.

R. I. P. A.

18 febrero 1839             3 abril 1909

       En la parte más baja que soporta la primera ya descrita, en sus lados figuran el lugar y el año de los combates en los que participó, siendo estos mirando desde los pies a la izquierda: Pagalungan, 1861 — Carraca, 1873 — Filipinas, 1874-76. A la derecha: África, 1859 — Cuba, 1869-70 — Cartagena, 1873 — Joló, 1876. Al pie: Santiago de Cuba, 1898.

Mausoleo en el Panteón de Marinos Ilustres. Cortesía del Museo Naval. Madrid.

        Vivió setenta y trece años, de ellos permaneció en servicio activo, cincuenta y tres, cinco meses y ocho días. Entre otras condecoraciones estaba en posesión de: Gran Cruz del Mérito Naval, Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo; Cruz de Comendador de la Real Orden Americana de Isabel la Católica; Cruz y Placa de San Hermenegildo; Cruz de la Marina de la Diadema Real; Cruz al Mérito Naval de primera clase con distintivo Rojo; Cruz al Mérito Naval con distintivo Rojo de segunda clase; Cruz al Mérito Naval con distintivo Blanco; Cruz al Mérito naval con distintivo Blanco de segunda clase; Medalla de la Campaña de África; Medalla de La Carraca por su defensa en los cantonales; Medalla de Joló, Medalla de la Guerra Civil; Medalla de Cuba; Medalla de la Regencia y Medalla de la Coronación de don Alfonso XIII y las extranjeras: Gran Cruz de Santa Ana de Rusia y Encomienda de la Legión de Honor de Francia.

(1) Alberto Risco, S. J.: Apuntes biográficos del Excmo. Sr. Almirante D. Pascual Cervera y Topete.

(2) Para dejar claro que estos buques mercantes llamados Yates armados con piezas de 57 m/m no eran para menospreciar, del San Louis y San Paul, se ha conseguido saber estaban botados en 1895, con un desplazamiento a plena carga de 11.629 toneladas, con 164’70 metros de eslora, 19’21 de manga y 11’44 de calado, movidos por 18.000 CV., a una velocidad máxima de 19 nudos. ¿No eran tan inofensivos? y menos contra los destructores españoles.

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