Alonso Martínez de Leyva Biografía

Posted By on 19 de julio de 2011

Capitán de Mar y Tierra español del siglo XVI.

Capitán General de la caballería de Milán.

Alonso Martínez de Leyva

Era hijo de don Sancho, que había sido virrey de Nápoles; era Señor de la Casa de Leyva en La Rioja. Debió de venir al mundo por los años de 1554, pues se le calculan treinta y cuatro, al hacerse cargo de su buque en la Jornada contra Inglaterra.

Siguió los pasos de su padre, participando aún siendo muy joven en la guerra contra los moriscos levantados en las Alpujarras.

Paso al Milanesado, donde obtuvo unos grandes éxitos en sus combates, por su valor y forma de mando, lo que le granjeó el apoyo Real.

Ya nombrado Capitán General de la Caballería del Milanesado, volvió a demostrar su valor y pericia, por ello fue expresamente llamado por el Rey don Felipe II, para formar parte de la Gran Armada contra Inglaterra.

Fue nombrado por don Felipe II, el segundo jefe de la escuadra en caso de que algo le pasara al duque de Medina Sidonia, a su vez era uno de jefes más popular y apreciado, de la Gran Armada contra Inglaterra o Empresa de Inglaterra (como la denomina en sus documentos el rey Felipe II), del año de 1588, con el propósito de llevar a cabo la invasión de éste reino no católico.

En la escuadra que formó la expedición, Leyva iba al mando de la nao Rata Encoronada, que formaba parte de la división de vanguardia, correspondiente a la escuadra de Levante, buques muy poco marineros para los mares del Norte, desplazaba 820 toneladas, armada con 25 cañones y cuatrocientos diecinueve hombres a su bordo, contando a los miembros de la dotación y los infantes.

Siendo un hombre con gran carisma, se le quisieron unir varios nobles, pues se suponía que si algo pasaba sería el jefe de la Jornada, por ello pidieron el acompañarle; Alonso Ladrón de Guevara, Rodrigo Manrique de Lara, Gaspar de Sandoval, Manuel Paleólogo, Luis Ponce de León, Ramón Ladrón de Mendoza, Tomás Granvela (sobrino del famoso cardenal del mismo apellido), Jerónimo Magno, Bartolomé López de Silva, Conde de Paredes y varios más.

Lo que puso en aprieto a Leyva, pues como todos estos nobles estaban acompañados por soldados de su peculio, más personal para su servicio, por lo que se sumaron a los ya mencionados de la tripulación, no siendo su número inferior a los doscientos, lo que seguro produjo una sobrecarga en la Nao.

No tenía rango de almirante en la escuadra a la que pertenecía, pero su jefe don Martín de Bertendona, no movía un buque sin consultar con él, pues sí que pertenecía a la Mayoría (Estado Mayor) de ella y en varias ocasiones, se tuvo la sensación de que el verdadero jefe era Leyva, ya que sus opiniones se convertían en órdenes para todos.

En la escuadra ocupaba el ala derecha de la flota, por lo que fue la que más sufrió en el cruce del canal, ya que participó en todos, aunque pocos combates que dieron ocasión los ingleses, y a pesar de que su nao no era un buque puro de combate, se batió como la mejor, todo por el influjo de quien estaba al mando.

Fue muy distinguido en los combates, en uno de ellos estuvo a punto de poder abordar a una de las capitanas inglesas, pero en el enfrentamiento fue herido en una pierna.

Pero los elementos siguieron castigando al buque, sobre todo al doblar el cabo de Duncansby y proseguir rumbo a Irlanda, llegando a comentar los pilotos, que parecía milagroso que la Nao pudiera todavía aguantar.

Logrando arribar a las costas de Irlanda el día diez de septiembre, desde donde pusieron rumbo a la bahía de Blacksod, en el condado de Mayo.

Todo esto fue posible, porque en la Nao viajaban varios irlandeses, de los católicos que habían tenido que abandonar su país y buscaron refugio en España, entre ellos se encontraba Maurice Fitzgerald, que fue uno de los alzados en Desmond en el año de 1584 y que le costó la vida a su padre.

Pero las heridas sufridas en los combates, más el mal estado de la mar fueron minado la salud del ilustre irlandés, que falleció el día catorce de septiembre, pero Leyva se negó a lanzar su cuerpo al mar hasta no llegar a sus aguas natales, estando ya a la vista de Donegal, que fueron cuatro días interminables, fue cuando con todos los honores y el ceremonial católico se le arrojó a la mar.

Por lo que se supone, que la feliz arribada a esta difícil bahía por su enrevesado acceso, Blacksod, fue obra de alguno de los pilotos nativos que viajan en la nao y que al ser de la tierra eran conocedores de las dificultades, pero a su vez serían unos buenos representantes para que los habitantes les pudieran prestar alguna ayuda.

Eran conocedores que en aquella misma bahía, se encontraba también la urca de la escuadra de Andalucía Duquesa Santa Ana, del porte de 23 cañones, con novecientas toneladas y trescientos cincuenta y siete hombres, que buscaban agua y alimentos como ellos, pero el lugar era posiblemente de los más desolados de Irlanda.

Leyva, ordenó el desembarcar al capitán Giovanni Avancini, que con catorce hombres comprobara si los habitantes les podían ayudar, pero fueron hechos prisioneros, por un cabecilla de un clan llamado Burke, que era una veleta, pues igual estaba a favor de los ingleses que les presentaba combate.

Les desarmaron y los desnudaron, ya que las ropas para ellos eran mas valiosas, que el dinero, pues con él no podían comprar ropas tan dignas, y después se los entregaron al jefe inglés de la zona un tal Bingham, que era de los más temidos de todos lo que en el país estaban, por lo que se supone que los españoles, murieron en las mazmorras de la cárcel de Galway ó fueron asesinados.

Don Alonso, continuó esperando a la patrulla, pero ya al ir haciéndose de noche, decidió el enviar a unos hombres que nadando consiguieron recuperar el bote, así estaban un poco a salvo de sufrir un ataque nocturno.

Al amanecer del día veintidós, se comprobó que la nao ya no aguantaba más, y que de un momento a otro se podía ir al fondo, oído esto, Leyva dio orden de recoger todas las pertenencias posibles y armas, para desembarcar a continuación, pero antes de abandonarla se le pegó fuego.

Este acto no paso desapercibido a los ingleses, pues como siempre pensaban que en cada buque español iban grandes cantidades de dinero y artillería, más buenos alimentos, por lo que acudieron raudos a ver si podían rescatar algo, pero al llegar el buque estaba ya prácticamente hundido.

Leyva había ordenado el no separarse y nada mas desembarcar, buscaron un refugio, pues también era conocedor de que la humareda llamaría a la rapiña, como así fue.

Permanecieron en el mismo lugar hasta el día veinticuatro, que fue cuando ya algo recuperados podían hacer frente a alguna sorpresa, pues la totalidad de sus hombres aún era respetable, ya que alcanzaban las quinientas personas.

Se pusieron en camino, en la búsqueda de la urca Duquesa Santa Ana, pues aún sabiendo que estaba cerca de ellos, por lo intrincado del terreno no se le veía, pero para ello debían recorrer la costa hasta dar con ella y sus supervivientes.

En su camino se encontraron con el castillo de Doona, que como estaba abandonado, les servía muy bien como zona fortificada para su protección y allí pasaron la noche.

Bingham era conocedor de la estancia de las tropas españolas, y quizás muy a gusto hubiera ido a combatirles, pero la falta de efectivos se lo impidió, contemplando a escondidas en paseo de los españoles, esto le permitió el ir consiguiendo comida a cambio de dinero, armas y alguna que otra prenda.

Decidió Leyva el ir al encuentro de los compañeros que también había naufragado, consiguiendo a un guía local, que por los senderos de las abruptas montañas que rodeaban la bahía y durante cuarenta kilómetros, los condujo hasta ellos, por lo que se unieron bajo su mando unos ochocientos hombres en total.

A su vez Bingham, fue informado por uno de sus espías, llamado Comerford, que: «Seiscientos españoles que estaban en Bellynay han llegado al castillo de Torane, un lugar muy fuerte y se han unido a otros ochocientos procedentes de un barco anclado en la bahía de Elly» Como se ve las cifras las engrosan a su parecer, así la victoria final es más sabrosa.

Los datos son claros, ya que la urca Duquesa Santa Ana, al mando del capitán don Pedro Mares, del porte de 900 toneladas y 23 cañones con una tripulación de trescientos cincuenta y siete hombres, y por las enfermedades, combate y temporales, no sobrepasaban de los trescientos.

En la misma bahía de Elly Bay, Leyva distribuyó a las fuerzas entres dos fuertes, que se encontraban en sus inmediaciones, mientras que los dos capitanes, quedaron de acuerdo en intentar reparar la urca, trabajo que inmediatamente se pusieron a realizar los carpinteros.

Decidiendo, que si se lograba poner hábil para la navegación, tomarían el rumbo para volver a Escocia, pues seguía siendo libre y neutral, donde seguro serían bien recibidos.

Fue reparado el timón, se repararon algunas juntas y colocado un aparejo de fortuna, suficiente para retornar a España, por lo que revisada la galeaza, se hicieron a la mar, tuvieron que sortear los peligrosos pasos de Rossan Point y Foyle Lough, pero esa navegación a vela es muy dura y difícil, por lo que inmediatamente los vientos contrarios, por un fuerte golpe de mar les volvió a inutilizar el timón, lo que provocó fueran arrastrados a la península de Lough Erris una zona rocosa, donde fondearon pero la fuerza del nuevo temporal, rompió los cables de las anclas y la urca se deshizo contra las rocas, así que se volvieron a ver en tierra y sin buque que poder reparar.

Se sumó a la desgracia, el que al estar desembarcando Leyva, se partió el trinquete, un trozo de él le golpeo en una pierna y se la partió, sus hombres le hicieron rápidamente una litera y lo desembarcaron, pero continuó dando las ordenes para que todos se pudieran poner a salvo, incluidos los heridos y algunos de los materiales, para mejor poder soportar la estancia obligada.

Al estar ya en tierra todos, Leyva dispuso construir una pequeña fortificación, siendo reforzada por alguna de las piezas de artillería ligeras, así estaba todos algo más protegidos.

Pero los ingleses magnificaron el riesgo, ya que en esa isla estaba el clan de los M’Sweeney, declarados enemigos de ellos, por lo que se informó a «lord-deputy» Fitzwilliams, del riesgo de rebelión si los españoles se unían a ellos, pero los españoles al igual que sucedió con Luzón, Martínez de Recalde y Aramburu, no estaban por la labor de comenzar una guerra, para la que no estaban autorizados por su Rey.

Pero si que entablaron conversación y amistad, pues fueron atendidos los españoles y se les dio comida, pero aún fue a más, ya que el mismo jefe del clan informó a Leyva, que en el puerto de Killyberg, al norte de la bahía de Donegal, habían otros tres buques españoles.

Pero agotados los españoles, permanecieron en aquel lugar durante nueve días, pues la mar iba arrojando sobre las playas, partes del buque y enseres, que se quisieron recoger.

Al estar ya algo más fuertes y cargados con sus cosas, se pusieron en camino para alcanzar el puerto de Killyberg, el cual se concluyó sin sorpresas y Leyva trasladado sobre los hombros de sus hombres en la litera, pero al llegar vieron solo a uno, pues los otros dos se habían ido al fondo.

La que quedaba era la galeaza Girona, una embarcación de setecientas toneladas, con 50 cañones y con cuatrocientos veinte hombres a bordo de los que trescientos eran forzados y pertenecía a la escuadra de Nápoles, que al mando del fallecido Hugo de Moncada, se había batido muy heroicamente contra la escuadra inglesa.

Así que ahora ya eran casi mil trescientos hombres, era la primera semana de octubre y estaban al norte de la isla, y país de Irlanda.

En esa parte de la isla, el control pertenecía al clan de O’Donnell, que estos al contrario que el anterior que no había dicho nada al respecto, aquí por mediación de la cabeza del clan, que era una mujer por nombre Ineen Dolh, si que intentó el poner a los españoles a su servicio, para combatir al enemigo común, pues su hijo se encontraba en poder de los ingleses en el castillo de Dublín y pretendía a toda costa el que fuera rescatado.

Pero como ya queda dicho, ni Leyva ni ningún jefe español, tenían ordenes al respecto, pero si una muy clara, el regresar a España lo antes posible si algo saliera mal, ello le decidió el dar la orden tajante de reparar con prontitud a la galeaza y hacerse a la mar lo antes posible, para evitarse tener más enemigos.

Continuaron los arreglos en la Girona, se reparó el timón, frecuente avería en este tipo de naves, se recompuso el aparejo, se entablaron los agujeros de los proyectiles enemigos y se instalaron nuevas planchas en la cubierta, todo lo cual reforzó en parte el maltratado buque.

Pero el gran problema vino a continuación, pues eran como unos mil trescientos hombres a abordar el buque, en él no había espacio para todos, así que primero se quedaron voluntarios los irlandeses que iban a bordo de los tres buques, después se decidió el dejar con los O’Donnell a los heridos y los enfermos, pues seguro que no aguantarían el viaje, pero al final aún quedaban demasiados, por lo que se optó por hacerlo a sorteo, a los que les tocó quedarse lo aceptaron por el bien del resto, pero eran conocedores de que no tenían muchas posibilidades de sobrevivir en aquellas tierras, así que con dolor de unos y de otros, pero no había más solución y esas son las decisiones que pesan, pero hay que tomarlas.

Así el día veintiséis de octubre, zarpó la Girona de Killybergs, pero lo que todavía le quedaba por pasar al buque y tripulación no era poco, pues las tormentas continuaban, las aguas muy frías, el buque en no muy buenas condiciones, y por delante doscientas millas a recorrer, solo unos desesperados se hubieran atrevido a semejante aventura, pero los españoles no lo estaban, solo cumplían órdenes.

Solo unas horas después de la partida, ya el timón volvió a dar muestras de no estar en condiciones, lo que fue avisado por los pilotos, pero ellos mismos le dieron como máximo una vida de tres o cuatro días, que era suficiente para arribar a Escocia.

El día veintisiete, uno de los pilotos le informó a Leyva, que con el «grato viento» que les empujaba, si cambiaba el rumbo se podría alcanzar España en siete días, lo cual le tentó y no poco de dar la orden, pero ser conocedor del estado de la galeaza no le permitiría el aguantar tanto, prefirió el ir a lo más seguro por ello se mantuvo el rumbo inicial.

El día veintiocho, el viento proveniente de Norte, comenzó a mover la mar y lo trasformó en temporal, lo que haría casi imposible el que aguantara la galeaza, ocurriendo al poco tiempo, que el timón se destrozo de un golpe de mar, se dio la orden de echar al mar los remos e intentar con ellos el gobernar la nave, pero con las grandes olas era imposible el mantener el rumbo, así que el destino quiso una vez más, que con todos los elementos en contra, fuera arrastrada hasta que se estrelló contra los arrecifes de Lacada Point, era una noche cerrada y estaban sobre las costas de Giant’s Gauseway.

Por lo que el desastre fue casi total, ya que perecieron de los mil cien hombres todos menos nueve, que consiguieron alcanzar las rocas.

Perecieron más de setenta nobles, entre ellos y familiares, pues de los mencionados al principio fallecieron todos, pero se habían sumado, Fabricio Spínola, capitán de la Girona; Francisco Vidal, capitán de La Rata Encoronada; Pedro Mares, capitán de La Duquesa Santa Ana; Diego Martín de Leyva, hermano de Alonso, más otros muchos, cuya relación sería casi exhaustiva.

La suerte de los nueve que consiguieron salvarse, fue mejorada aún por suceder el hundimiento en el territorio del clan de los McDonell, que al igual que había ya realizado con otros españoles, consiguieron el devolverlos a España.

El propio Rey, estaba en constante preocupación por la suerte de su preferido capitán, don Alonso Martínez de Leyva, pues las noticias que iban llegando no dejaban dudas del trágico fin de su admirado capitán y amigo.

Y efectivamente fue así, pues le fue notificado el triste fin, al recibir un documento firmado por padre Juan de Victoria de la Orden de Predicadores y que dice así:

«Dio don Alonso Martínez de Leyva al través en la costa de Irlanda en unos berrocales con su bajel en medio de una borrasca. En esta desventura don Alonso pereció con otros muchos caballeros, mayorazgos, capitanes, soldados viejos, y gente lúcida, como lo afirma unos pocos que se salvaron y han arribado a La Coruña al fin del año de 1588. Hace gran sentimiento al Reino la pérdida de tanta gente lúcida que hace terrible falta para las guerras que hay; que hay pocos tales. Era casado don Alonso con la hija del conde de La Coruña, de quien tiene hijos».

Si dura fue la situación de muchos en aquella Jornada, no nos cabe la menor duda de que lo sucedido a Leyva, fue de las más trágicas de toda la empresa, sino la más de ellas.

Haciéndose notar, la perseverancia y el gran valor de tan insigne capitán, que como otros muchos es un gran desconocido para nuestra Historia, pero demostró que el aprecio Real no era un capricho del Monarca, sino una serie continuada de éxitos, que fueron truncados por los «elementos», se piense lo que se piense.

Su fama no pasó desapercibida para los ingleses, pues uno de ellos Michael Lewis, que es uno de los que más ha profundizado en esta jornada y publicado su «Spanish Armada», no deja de señalar que era la estampa de un caballero español, terminando por definirlo así: «Era joven, gallardo y desde luego, valiente. Pertenecía a la exclusiva hermandad del inglés Sydney y del francés Bayardo “Chevalier sans peur et sans tache”; era el ídolo de su patria y de su corte: un hombre de talento y de iniciativa».

(No sabemos si creernos tanto elogio, pero como murió sin vencer en esta ocasión, ya estamos acostumbrados a la alabanza de nuestros “amigos”, pero solo cuando ganan).

Mientras que James Machary, uno de los irlandeses que se quedó en su tierra, causa por la que se salvó y pudo escribirlo, nos lo describe así: «De elevada estatura, fina figura, blanca piel, cabello canosos, hablar bueno y liberal, conducta impecable y admirado no sólo por sus hombres, sino por todos los que le conocían».

El duque de Medina Sidonia escribió a don Felipe II a su regreso dando un informe de todo lo ocurrido y con referencia a las buques de la escuadra de Levante una vez leído el mismo Rey dice: «Bien veo que, como decís, las naves levantiscas son menos sueltas y más tormentosas para estos mares que las que se hacen por acá».

Por lo que falleció el día veintiocho de octubre del año de Señor de 1588.

Para intentar destruir el mito de la gran derrota española por las armas de los ingleses, aportamos datos recientes que aclaran mucho la verdadera situación de las pérdidas: La escuadra que zarpó de Lisboa estaba compuesta por 127 buques, al arribar a Ferrol y zarpar de nuevo, quedaron en él las cuatro galeras y una nao de la escuadra de Vizcaya; por accidentes entre los mismo buques se perdieron tres; perdidos en combate, cuatro; por temporales, veintiocho, regresando a la Península en diferentes puertos noventa y dos, bien es cierto que los que se perdieron eran de los más grandes, lo que significó la pérdida del 39’20 % del tonelaje, regresando el restante 60’80 % a España.

Para lo que cuentan otros, hay una gran diferencia, ya que realmente en combate solo se perdieron cuatro. No sabemos dónde se encuentra la gran victoria inglesa. Añadiendo, que desde el principio fue una operación que era casi imposible que saliera bien, sobre todo que los Tercios de Alejandro Farnesio pudieran cruzar el canal, ya que iban en buques planos y tenían que ser remolcados, lo que impedía lanzar cabos a ellos desde los grandes galeones y buques, por no tener acceso dada la falta de profundidad o demasiado calado de los buques de guerra, por esta razón Farnesio nunca movió un dedo para conseguir el salto a la isla, puesto que no quiso en ningún momento arriesgar el gran valor que tenían esos Tercios. Además de que las comunicaciones siempre llegaban con días de retraso, lo que ya convertía la operación en casi imposible. Fue sencillamente una gran demostración de poder, que en definitiva no sirvió para nada. Pero tampoco la gran derrota que nos quieren hacer ver.

Bibliografía:

Casado Soto, José Luis: Barcos españoles del siglo XVI y la Gran Armada de 1588. Editorial San Martín, 1988. Premio Virgen del Carmen 1988.

Enciclopedia General del Mar. Garriga, 1957. Sin iníciales del compilador.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Museo Naval. Madrid, 1973.

González-Arnao Conde-Luque, Mariano: Los náufragos de la Armada Invencible. Anjana Ediciones, S.A. 1988.

VV. AA.: La Armada Invencible. Círculo de Amigos de la Historia. Madrid, 1976.

VV. AA.: La Batalla del mar Océano. Ediciones Turner, 1988-1993, 5 tomos.

VV. AA.: La verdadera Historia de la Invencible. Extra de Historia 16. Agosto, 1988.

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