Biografía de don Casto Méndez Núñez y el bombardeo de Valparaiso y del Callao
Posted By Todoavante on 22 de julio de 2007
Contralmirante de la Real Armada Española.
Cortesía del Museo Naval de Madrid.
Vino al mundo en la ciudad de Vigo, el día uno de julio del año de 1824, siendo sus padres don José Méndez Guadarrama, hidalgo de Villafranca del Bierzo y de doña Tomasa Núñez y Fernández, hija del brigadier de la armada Joaquín Núñez Falcón, señor del pazo de los Núñez en Vigo.
En el año de 1824 se refundieron las tres compañías de Guardiamarinas en un Colegio, el cual debía de establecerse en la población de Puerto Real, pero se decidió trasladarlo a La Carraca, a pesar de ser un establecimiento de la Armada no se pudo poner en marcha. En el año de 1828 se suprimió el Colegio y se dio libertad de enseñanza aplicando la Constitución del año de 1812, por ello ya no era necesario ser hijodalgo ni pasar las pruebas de limpieza de sangre, al estar preparado se pasaba un examen presidido por una Junta de Jefes de la Armada, quienes al dar el Vº Bº se producía el ingreso en la Corporación. No era fácil superarlo, porque en los exámenes las exigencias eran las justas y conformes a lo que requería la profesión, fue una época muy dura pues ante la libertad de estudio los jueces de las pruebas eran implacables en ellas, no perdonando ningún error por nimio que fuera.
Pasando con todo esto veintiún años en los cuales no hubo academia ni colegio, ni compañía de guardiamarinas, siendo libre la preparación de todos los aspirantes, viviendo en « casas de confianza » e ingresando por el examen de la Junta de Jefes, llegando el año de 1845 en que por fin se abrió la Escuela Naval Militar en San Carlos.
En esta difícil época se incorporó Casto, realizó su preparación en la Escuela Náutica de Vigo, de donde pasó a Cádiz para presentarse a los exámenes los cuales aprobó, le fue concedido por la Reina Gobernadora a vestir el uniforme de guardiamarina el día uno de febrero del año de 1839 y sentó plaza de guardiamarina en la Corporación el día veinticuatro de marzo del año de 1840.
Permaneció en el Departamento de Cádiz hasta que el día cuatro de septiembre siguiente se le dio la orden de trasladarse al puerto de Pasajes, donde embarcó el día cinco de noviembre para realizar las primeras prácticas de mar en el bergantín Nervión, siendo su Comandante un capitán de fragata, con dos alférez de navío y cuatro guardiamarinas, el buque estaba armado con 14 cañones, habiendo sido comprado en Bayona de Francia el año anterior.
En el año de 1842, embarcado como guardiamarina, realizó un viaje a la isla de Fernando Poo, se distinguió tanto por su buen hacer, que por orden superior se le rebajó un año su permanencia en ese empleo, continuo su navegar bajando a las costas norteafricanas siendo ascendido a guardiamarina de 1º, pasando embarcado al vapor Isabel II, en el mes de abril del año de 1846 se le habilitó de oficial después de pasar un nuevo examen, el día once de julio siguiente se le ascendió al grado de alférez de navío. Entonces el primer grado en la Armada.
Trasbordo al bergantín Volador, recién incorporado a la Armada en el que embarcó el día treinta y uno de julio del año de 1846, donde por los grandes méritos que atesoraba, se le nombró oficial al mando de los guardiamarinas. El buque montaba 12 cañones, con un capitán de fragata al mando, más cinco oficiales, cuatro guardiamarinas y cien hombres de tripulación.
El bergantín fue enviado a una comisión nada halagüeña, pues debía de arribar para entregar unos pliegos a Montevideo, donde todavía las reminiscencias de la reciente independencia no resultaba grato ver marinos españoles por su ciudad, pero las órdenes no se discuten, zarpó de la bahía de Cádiz el día diez de octubre del año de 1846, arribó al Mar del Plata donde se realizaron las gestiones, volviendo a hacerse a la mar en marzo del año de 1848 con rumbo a Río de Janeiro, de donde volvió a salir en el mes de junio siguiente, arribando de nuevo a la bahía de Cádiz el día uno de agosto del propio año de 1848.
En el puerto de Barcelona se estaba formando una expedición al mando del brigadier don José María de Bustillo, compuesta por la fragata Cortés, corbetas Villa de Bilbao, Ferrolana y Mazarredo, bergantín Volador y los vapores Castilla, Colón y Blasco de Garay, que transportaban a las fuerzas del ejército, al mando del general Fernández de Córdoba, estando España aliada a Francia y Nápoles, para concurrir a proteger los bienes terrenales del Papa Pío IX, zarpando a su rumbo el día siete de enero del año de 1849.
A su arribada y tranquilizados los intentos de asalto a la ciudad del Vaticano, la expedición zarpó el día cuatro de mayo del año de 1849, tomando parte en la toma de Terracina, pasando después a Nápoles, Gaeta y Porto D’Auro, donde se realizaron maniobras de demostración de fuerza, contribuyendo muy eficazmente a que se alcanzara la paz evitándose derramamiento de sangre innecesario. El Sumo Pontífice le concedió la Cruz de comendador de la orden de San Gregorio, como a todos los mandos que en su auxilio acudieron. El día dieciocho siguiente desembarca en Gaeta y el veintinueve serian revistadas por el Papa Pío IX, mostrando las banderas rendidas, siendo bendecidas las que acudieron en su socorro, recibiendo a su regreso como el resto de sus compañeros las Gracias por Real orden.
Regresó el bergantín a la bahía de Cádiz, recibiendo la orden de zarpar con rumbo a Málaga donde arribó ya entrado el año de 1850, siendo incorporado a la Escuadra de Instrucción, permaneciendo cruzando entre el cabo de Rosas y la ciudad de Málaga, a su llegada se le entregó una Real orden fechada el día diecinueve de noviembre del propio año, por la que se le ascendía al grado de teniente de navío, siéndole otorgado el mando de la goleta Cruz, del porte de siete cañones, tomando el mando el día catorce de abril del año de 1851.
Eran tiempos revueltos en la Península y su comisión la de guardar las costas del sur, soportando los inevitables Levantes en el Estrecho, para evitar sobre todo el tráfico de armas que recibían los siempre sublevados, así estuvo hasta que recibió la orden directa de don Casimiro Vigodet, a la sazón capitán general del Departamento de Cádiz, que zarpara urgentemente para llevar unos pliegos a la Habana, saliendo de la bahía de Cádiz el día ocho de febrero con un fuerte Levante, que estaba obligando a muchos buque a entrar en la bahía para guarecerse del temporal, siendo uno de esos viajes que nunca se olvida, pues la goleta estaba a punto de entrar en carena, pero la premura y la escasez de buques le obligó a llevarlo a cabo, en tan malas condiciones iba el buque y los tiempos fueron tan malos, que durante el viaje no pudieron encender el fuego ni un solo día, sólo la pericia de Méndez Núñez, la hizo recalar en aquel puerto, sin sufrir graves averías, habiéndose convertido en un viaje muy arriesgado y agotador, tanto para el mando como para la dotación.
Regresó a la Península y en el año de 1853 se le otorgó el mando del vapor Narváez, que se encontraba todavía en grada, razón por la que se desplazó a Ferrol para tomar el mando, el buque montaba una máquina de 150 C.V. nominales y armado con 2 cañones. Al completar el armamento del vapor se le ordena salir con rumbo a Cádiz en el mes de enero, pero por el mal estado del nuevo vapor, ya que presentaba una gran parte de sus costados con la madera podrida, se vió obligado a regresar a Ferrol donde fue desarmado, desmontándole la máquina y vendido el casco para desguace. Pero no dejó de salir al mar, pues abordaba a los guardacostas y con ellos hacía la misma misión.
Hasta que en el año de 1856 fue nombrado oficial tercero del Ministerio de Marina, un descanso de la vida tan dura en la mar. Como nunca supo estar quieto, en los ratos libres que le proporcionaba su nuevo destino, fue traduciendo la obra « Artillería Naval » escrita por el británico Howard Douglas, siéndole otorgado el permiso Real para su publicación, por considerarla sus superiores de gran interés para la Armada, para aprovechar los grandes conocimientos que en ella se describían, viendo la luz de la imprenta en el año de 1857.
Visto el fracaso con el vapor, se volvió a colocar la quilla en el año de 1858 de una corbeta de hélice con el mismo nombre de Narváez y al igual que con el vapor se le entregó el mando de comandante de quilla, terminándose a finales del mismo año al estar alistada fue destinada al archipiélago de las Filipinas, saliendo de Ferrol con rumbo a Cádiz, donde se terminó de alistar, al estar preparada salió de la bahía el día diez de febrero del año de 1859, por la ‹ruta portuguesa› doblando el cabo de Buena Esperanza, haciendo una escala en la isla de Luzón el día veintiuno de junio, fondeando para finalizar viaje el siguiente día veintiséis en Manila. Habiendo trascurrido desde su salida de Cádiz cuatro meses y once días, algo menos que con el vapor. El buque llevaba una máquina de 160 C. V nominales y 280 indicados, que le proporcionaban una velocidad de ocho nudos, estando armada con dos cañones de á 68 libras lisos en colisa en el centro más otro de á 32 también en colisa a proa y liso, con una dotación en torno a los cien hombres ya que era variable según la misión a desempeñar.
Durante un tiempo estuvo observando las islas para ir sabiendo de ellas, sus aguas y corrientes, poco tiempo después se le entregó el mando del vapor de ruedas Jorge Juan, que pertenecía a las fuerzas navales de aquel Apostadero, el buque montaba seis cañones y una máquina de 350 C. V. con ciento setenta y cuatro hombres de dotación. En una de las rutinarias derrotas en comisión de guarda costas y protección de la navegación, siendo el día veintiuno de agosto del año de 1860 frente a la costa de Basilán, divisaron a tres barotos, (un tipo de embarcación casi insumergible), más dos bancas piratas de moros joloanos, que llevaban derrota a las islas Visayas y al mando del príncipe indígena Datto, Pau-Li-Ma; pero don Casto las espero a que salieran, al hacerlo se interpuso entre la costa y los buques produciéndose el enfrentamiento con todas las unidades piratas, que llevaban trescientos hombres de dotación y estaban armados con grandes lantacas, que disparaban proyectiles de media libra, a pesar de la dura pelea fueron echados a pique, siendo los prisioneros entregados en Cavite.
Por rigurosa antigüedad recibió la Real orden del día tres de mayo del año de 1861, por la que se le ascendía al grado de capitán de fragata y se le otorgó el mando de la goleta Constancia y con ella anexas todas las fuerzas sutiles del Sur del archipiélago de las Filipinas, al tener este mando enarboló su insignia de jefe en su buque.
Se le informó que el Sultán de Buayán, se había hecho fuerte, en la cota de Pagalungán a orillas del Gran Río, en una fortaleza que se suponía inexpugnable; estaba rodeada de una muralla de siete metros de altura y seis de espesor, la circundaba y protegía un foso de quince metros de anchura y estaba artillada con cañones de corto alcance, a más de muy bien guarnecida y pertrechada.
A pesar de todo ello decidió atacar; mandó a toda su división se pusiera en marcha hacía aquel lugar, sus fuerzas eran: las goletas Constancia y Valiente y las cañoneros Arayat, Pampanga, Luzón y Toal, en las que se embarcaron fuerzas del ejército. Al llegar ordenó el desembarco de las fuerzas del ejército, que eran dos compañías, quienes intentaron avanzar protegidas por el fuego de las goletas, pero el terreno cenagoso donde se hundían los hombres hasta la rodilla impedía un avance rápido, viendo que así lo único que se conseguía era tener bajas innecesarias, ordenó la retirada.
Después de una noche de recuperación de fuerzas, al amanecer del día diecisiete de noviembre del año de 1861 se volvió a atacar, siendo los jefes el teniente de navío señor Malcampo y el alférez de navío don Pascual Cervera, que iba como segundo de la fuerza; en el desembarco fueron apoyados por los cañoneros Arayat y Pampanga, que por efecto de sus fuegos lograron alcanzar un terreno mucho más duro, pero a una mayor distancia de la fortaleza, así mismo aunque con dificultad lograron posicionar varias piezas de artillería de desembarco; aún así la tenaz resistencia de los joloanos no permitía acercarse más a la Cota; fue cuando Méndez Núñez, decidió dar el golpe final, ordenó sondar algunas zonas con botes bajo el fuego enemigo, se le notificaron y decidió tomar al abordaje la fortaleza como si de un buque se tratara; elegido el lugar lanzó a su goleta contra ella maniobrando con maestría, logró que sus hombres asaltaran la pertinaz Cota, al mismo tiempo las fuerzas desembarcadas asaltaron la muralla, aunque en el ataque cayó herido Malcampo, con un balazo que le atravesó el pecho, saliéndole la bala por la espalda, la Cota cayó en manos de los españoles, gracias a la decidida y arriesgada decisión de su comandante en jefe.
Por este hecho de armas tan notable, recibió al Real orden del mes de enero del año de 1862, por la que se le ascendía al grado de capitán de navío, lo que le obligo a dejar las islas Filipinas y regresar a España, arribando el día dos de julio siguiente a la bahía de Cádiz.
Por contra él hace una referencia a este combate a sus padres, en la que demuestra su modestia y sencillez, diciendo: « . .Estos días hemos tenido un combate en el Río Grande de Mindanao para batir una cota o fuerte, lo que al fin conseguimos, después de dos horas de combate, dándoles abordaje con la goleta Constancia. Les hicimos un desastre espantoso, y ellos nos causaron algunas bajas, pero se consiguió el objeto. Esto nos hizo salir unos días de esta monotonía en que vivimos, y como el escarmiento ha sido grande no creo vuelvan a resollar los moros, quedándose tranquilos por mucho tiempo »
El día uno de noviembre tomó el mando del vapor de ruedas Isabel II, del porte de 16 cañones y máquina de 500 C. V. que se le había otorgado en el mes anterior, pidiendo se le hiciera un recorrido y se confirmara el buen funcionamiento de máquina y aparejo, ya verificado zarpó el día catorce siguiente con rumbo a la Habana, donde llegó el día ocho de diciembre, al hacerlo pidió que el ingeniero del Apostadero volviera a verificar sobre todo el aparejo, al hacerlo comenzaron a saltar obenques, no en balde la arboladura llevaba once años sin cambiarse, elevando al Gobierno se le cambiara en el Apostadero de la Habana, recibiendo como respuesta, entre otras cosas: « . .o en la nota del estado de salida de Cádiz del vapor Isabel II no se dijo la verdad, o la clasificación y reconocimiento de La Habana eran exagerados », algo indignado escribió al Comandante general del Apostadero, entre otras cosas le dice:
« . . réstame, Excelentísimo Señor, hacer presente a V. E., con la más respetuosa subordinación y acatamiento a las órdenes del Gobierno de S. M., rogando a V. E. se digne hacerlo a la Superioridad, la honda pena que he sentido al ver estampada en un documento oficial, y refiriéndose a otros que llevan mi firma, una frase que induce a suponer, siquiera sea condicionalmente, que es posible que en ellos se haya faltado a la verdad a sabiendas. Tal vez el no tener conocimiento profundo del idioma me haga dar a la expresión una fuerza que no tenga, y que no haya otras frases con que dar una idea perfecta de una falta de exactitud que, involuntariamente y por carecer de suficientes antecedentes, pueda haberse cometido, pues no creo que la intención del Gobierno de Su Majestad pudiera ser nunca dirigir frases ofensivas a un militar honrado, que no tiene en su carrera un solo hecho de que abochornarse, y que en su vida pública y privada son siempre su guía el honor y la conciencia del deber, a fin de no dar a nadie, y mucho menos al Gobierno de Su Majestad, motivos para dudar de la rectitud de su proceder. Pero, sea como quiera, ruego a V. E. no vea en esta manifestación otra cosa que la expresión del sentimiento profundo de mi pesar, y el deseo de conservar en toda su pureza mi honra y reputación, y la estimación que siempre he merecido de mis jefes y compañeros. Dios guarde, etc. . .»
En la isla comenzó con los ya conocidos cruceros entre Matanzas y cabo San Antonio de protección del tráfico marítimo, y la guarda de costas para impedir el libre paso del ya acostumbrado contrabando incluido las armas, permaneciendo en estos cometidos los tres primeros meses del año de 1863; al estallar la revolución en Venezuela, salió de la Habana el día veintitrés de mayo con rumbo a La Guaira, al llegar a Puerto Cabello, el Mayor General le comunicó que el puerto estaba bloqueado, pero don Casto se negó a aceptarlo, ya que en ese país no existía un Gobierno reconocido, lo que mantuvo entrando con su buque y desembarcando a la guarnición de Infantería de Marina, quienes protegieron a todos los representantes diplomáticos extranjeros, así como vidas y haciendas, llegando personalmente a un acuerdo por el que se evitó que nadie abriera fuego. El día veintinueve de junio zarpó de La Guaira para transportar al Encargado de Negocios del Reino Unido y de España, junto al general venezolano Páez, para desembarcarlos en Puerto Cabello para terminar de firmar el acuerdo, lo que se produjo a los pocos días volviendo la zona a la tranquilidad. Por este acto de valentía y diplomacia que evito derramar una sola gota de sangre, fue felicitado por el comandante general de la Habana y poco después le llegó una carta del Gobierno de España en parecidos términos.
De regreso de Puerto Cabello, entró en San Juan de Puerto Rico, pasando después a Santo Domingo y de allí a Santiago de Cuba donde dejó una goleta apresada a los dominicanos, quedándose en este puerto a la espera de órdenes, aprovechando el tiempo en reponer la carga de carbón, estando en este trabajo le llegaron noticias del levantamiento en Puerto Plata, en la isla de Santo Domingo; apresuró la labor que se efectuaba en el buque y ordenó el embarco de seiscientos cincuenta hombres del ejército, con una batería de artillería montada, con sus mulas y diecinueve caballos saliendo a la mar, llegó el día veintisiete ya con la noche siendo un día de luna nueva, pudo hacerse con los servicios de un práctico negro, quien le informó que unos doscientos españoles estaban en el único fuerte que conservaban, estando rodeados de unos dos mil rebeldes que al amanecer iban a asaltarlo.
No perdió el tiempo a pesar de las dificultades para poder entrar en Puerto Plata, ya que tenía varios bajos que no estaban marcados, por lo que no era fácil entrar sin conocerlo perfectamente y de noche cerrada, pero entre el práctico y él con algunos oficiales en la proa del vapor, consiguieron fondear sobre las diez dando comiendo el desembarcó solo con los botes del vapor a la columna que llevaba de refuerzo, terminando sobre las una y media, pero ya todos en tierra y formados se dirigieron con la ayuda del práctico (que igual guiaba por mar que por tierra) y sobre media hora más tarde los recién llegados atacaron a la rebeldes, siendo sorprendidos totalmente, al principio opusieron alguna resistencia, pero al oír tronar y ver los fogonazos de la artillería se vinieron abajo, saliendo todos corriendo en diferentes direcciones, alejando del peligro a sus compañeros en el fuerte siendo salvados.
Regresó a la Habana el día uno de enero del año de 1864 con el vapor de ruedas Isabel II, para darle un repaso a su buque, pero a él se le dio el mando de la fragata Princesa de Asturias, del porte de 50 cañones, con la que se hizo a la mar y siguió navegando en la misma misión que con el vapor, sobre todo estableció el bloqueo sobre Manzanillo y Monte Chisti, regresando a la Habana, el día nueve de agosto siguiente entregó el mando de la fragata, por haber sido llamado a Villa y Corte, a los pocos días embarcó de transporte en el vapor correo París y el día veintidós de septiembre ya tomaba el mando del nuevo destino, como Director de personal en el Ministerio de Marina.
Pero solo estuvo un año, en el que le quedó grabado de por vida lo mal que navegaban las cosas en España, además tomo cierta aversión a la política, tanto de civiles como de militares, pero sobre todo y por su forma de ser de otra pasta, a los militares que dejaban su verdadera profesión para dedicarse a ella, no es de extrañar que fuera así, pues en el mismo tiempo estuvieron en el poder, Miraflores, Arrazola, Mon y Narváez, lo que le advertía que nadie se entendía y así poco se podía construir, valorando que muchos lo hacían por medro y un mal sentido del honor poco procedente, de ahí su aversión a la política.
Viniéndole a salvar del desasosiego el Real decreto de principios del mes de diciembre del año de 1864, por el que se le otorgaba el mando de la primera fragata acorazada que tenía España, la Numancia, tomando el mando el día veinticuatro de diciembre, al hacerse cargo del buque elevó la suplica de poder dotarla con los mejores hombres de la Armada que estuvieran disponibles o sus puestos fueran de más fácil acceso para otros, al recibir la autorización escribo al capitán de fragata don Juan Bautista Antequera, que aceptó muy gustosamente ser su segundo al mando y a partir de aquí fue componiendo la dotación, que era revisada por don Casto, comenzando por la relación de los oficiales de arriba abajo que la compondrían.
Siendo elegidos los tenientes de navío señores; Emilio Barreda, Santiago Alonso, José Pardo Figueroa, Antonio Basañez y Celestino Lahera, que eligieron a los alféreces de navío señores; Miguel Liaño, Álvaro Silva y Bazán, Joaquín Garralda y Antonio Armero.
El ingeniero, teniente de navío don Eduardo de Iriondo; oficial de artillería don Enrique Guillén; oficial de infantería, teniente Juan Quiroga; oficial de administración, oficial 1º Jerónimo Manchón; los médicos; primer ayudante don Fernando Oliva y segundo ayudante don Luis Gutiérrez; el capellán don José Moiron y Morete, estos lo fueron por el segundo comandante, así como al resto de la dotación.
Los señores guardiamarinas de primera clase; Domingo Caravaca, Guillermo Camargo, Emilio Hediger, Pío Porcell, Pedro Álvarez Sotomayor, Leonardo Gómez, José Serantes, Francisco Sevilla, Salvador Rapallo y Álvaro Barón. Los señores guardiamarinas de segunda clase; Julián Ordóñez y Eugenio Manella.
El resto de la dotación quedo completada con; catorce, maquinistas y ayudantes de máquina; ocho, oficiales de mar; cuatro, condestables; veinte, de maestranza; treinta y siete, cabos de cañón; setenta y un, soldados de infantería; un, guarda banderas; veintisiete, cabos de mar; cincuenta, marineros preferentes; treinta y cinco, marineros ordinarios; doscientos tres, grumetes; ocho, aprendices navales; treinta y siete, fogoneros más cuarenta y cinco paleadores, sumando un total de quinientos noventa hombres de tripulación.
Las características de la Numancia eran: eslora en la cubierta alta, 96,08; manga en el fuerte, fuera de coraza, 17,34; puntal desde la cara alta de la quilla a la cubierta de la batería, 8,87; calado medio a plena carga, 7,90; desplazamiento a ese calado, 7.500 toneladas; fuerza nominal de la máquina, 1.000 C.V. siendo 3.700 los indicados; artillería, 34 cañones de á 68 libras igual a 20 centímetros de calibre, como adelantos de la época, el timón llevaba ya servomotor, un sistema de ventilación mecánica, las bombas de achique eran también de vapor y una destiladora de agua potable.
Todo el casco era de hierro, la coraza estaba atornillaba a un almohadillado de madera de teca de cuarenta y cinco centímetros de espesor sobre el que descansaba, de ésta forma todo el casco era uniforme, por lo que desde fuera no se apreciaba ninguna alteración a la vista; la coraza comprendía desde dos metros y treinta centímetros, por debajo de la línea de flotación, hasta su coronamiento en la cubierta principal, toda ella es de trece centímetros de espesor, menos la parte alta en que quedaba reducida a doce lo mismo que en los extremos de proa y popa; teniendo un peso de 1.355 toneladas.
En las pruebas la máquina de 1.000 caballos, movió una hélice de 6,35 metros de diámetro, a cincuenta y cuatro revoluciones por minuto, consiguiendo en ese momento alcanzar los 3.700 C. V. efectivos, proporcionándole una velocidad de algo más de trece nudos, en la práctica y cargada al máximo se quedaba en torno a los doce nudos.
El aparejo, era el de una fragata media, con una superficie de velamen de 1.846 metros cuadrados, por lo que no era ni tan raquítico como el de la Gloire francesa, ni tan desmesurado como en la Warrior británica, estaba a mitad de camino entre las dos, obteniendo con él los cuatro nudos de velocidad.
Para la supervivencia en combate, disponía para el Comandante y los timoneles, sobre cubierta dos grandes torres de sección elíptica, construidas de fuertes macizos de madera revestidos de un blindaje de planchas de hierro de doce centímetros de espesor, estando en la de popa la rueda del timón de combate.
Fue llevada al arsenal de Cartagena donde se le montó la artillería y se le terminó de dotar de hombres, el día ocho de enero del año de 1865, se hizo a la mar en dirección al arsenal de Cádiz, donde llegó el día once por la mañana.
En este puerto se termino de alistar, carboneando al máximo, víveres y caudales; cargada en exceso, pues se le dotó de más pólvora y proyectiles, víveres para seis meses, y mil ciento sesenta toneladas de carbón, con lo que alcanzó un calado de treinta y un pies y dos pulgadas, igual a nueve metros y noventa y seis centímetro en popa y veintisiete pies con cinco pulgadas en proa, igual a ocho metros y treinta y seis centímetros, lo que le hizo aumentar el desplazamiento a 7.700 toneladas en total.
Se hizo a la mar el día cuatro de febrero, con cuatro de sus calderas encendidas, a las 1600 horas, ya en franquicia despidió al práctico a las 1800, poniendo rumbo O. SO. con mar llana y viento fresquito del Noroeste a las islas de Cabo Verde, el día doce ya cerca de su primer destino se desató un fuerte temporal del Noroeste, el cual por su dirección era recibido de través por el buque, el oleaje era el propio del Atlántico con largas y altas olas, lo que llevó a la fragata a alcanzar escoras de 53º, lo que significaba que el balanceo era de regala a regala, incluso metiendo parte de la obra muerta bajo el mar, de cuyo efecto se adrizaba como si nada hubiera pasado sobre ella. Esto fue lo que después figuró en su libro de Bitácora y demostró al mundo que los buques acorazados podían navegar perfectamente en mares abiertos; al amanecer del día siguiente trece de febrero, entraba en el Puerto Grande de San Vicente dejando caer las anclas, para reemplazar el carbón consumido desde la salida para proseguir su derrota en demanda del puerto de Montevideo.
La noticia llegó al Almirantazgo británico, en él lord Ramsay dijo: « Ese viaje basta para hacer inmortal al marino español en los anales de la navegación del mundo » Todo porque un tiempo antes de zarpar la Numancia, un buque también blindado británico por nombre Captain, había naufragado por falta de estabilidad provocada por la mala distribución de los blindajes, lo que dejaba más alto el pabellón francés que el británico, al demostrar la española su mejor aguante ante un temporal muy superior al que hundió a la británica.
El día dieciséis, después de haberse rellenado los depósitos del carbón, leva el ancla y se hace a la mar desde estas isla desoladas de Cabo Verde; como el tiempo era bonancible se largó el velamen y se apagó la máquina, en esas condiciones de viento flojo, se pudo comprobar que el buque navegaba a cuatro nudos, en la singladura del día veintitrés al veinticuatro cortaron la línea por los 20º de longitud 0 de San Fernando.
Cruzando el paralelo de Río de Janeiro, sucedió un hecho poco corriente; « La fragata navegaba a la vela con velocidad muy moderada, y la tropa y marinería se ejercitaban en el tiro al blanco de carabina: algunos individuos que se ocupaban en pescar desde la popa engancharon a un mismo tiempo un tiburón y un dorado; no falto quien del primero se amparase como manjar sabroso y abundante para un festín opíparo; el dorado se destinó al Comandante, y al suspenderlo de la cola vomitó el animalito 32 balas de las consumidas en el ejercicio, todos quedaron sorprendidos de la voracidad de éste pez, se decidió conservar las balas, como prueba a fortiori para desvanecer las dudas de los incrédulos »
El día trece de marzo fondeó en las aguas del caudaloso Río de la Plata, abandonando éste puerto el día dos de abril, a las nueve de la mañana y saludando con trece cañonazos a los buques insignias de marinas extranjeras que allí se encontraban, los cuales respondieron de igual forma, devolviendo el saludo a la Numancia, que en franquicia del puerto, puso rumbo al estrecho de Magallanes.
En la travesía de un océano al otro, lanzaron al agua el ancla en el Puerto del Hambre, donde se reunieron con el vapor Marqués de la Victoria, que les iba trasbordando carbón, mientras le esperaban en aquel fondeadero, tuvieron varios contactos con los indígenas del lugar, de los que no salieron muy contentos, pues ellos sólo querían alcohol para beber y su olor era insoportable, el día diecinueve ya repletos otra vez los depósitos de carbón, se dirigieron al océano Pacífico, continuaron su viaje por el estrecho de Magallanes, sobre las diez de la mañana cruzaron frente al morro de Santa Águeda, extremo meridional de la costa patagónica y final de la cordillera de los Andes, situado en la latitud de 53 º y 54 ».
Al terminar la navegación de éste día, se dio fondo con cuarenta y cinco brazas de bitadura en la bahía de Fortescue, de pronto apareció un buque que sin bandera se acercaba, se dio la orden de zafarrancho de combate, se cargaron los cañones con bala y se esperó, al estar el vapor encima y ver las prevenciones tomadas, arboló su bandera y se reconoció por sus colores peruanos; era la corbeta América, una de las dos que en el Reino Unido había construido para éste país, era del porte de 16 cañones rayados, pasó cerca de la proa y fondeó por el través de estribor.
A la mañana siguiente la corbeta peruana abandonó el fondeadero desde muy temprano, la Numancia no pudo hacerlo tan rápido, consiguiéndolo a las siete de la mañana por tener que aclarar el ancla, que salió encepada con vuelta a la uña; al terminar la operación, ya con las ocho calderas encendidas, la fragata arrancó a toda máquina en demanda de la angostura formada por la isla de Carlos III y la costa, pasada la cual se penetró en la de Crooked-Reach, que presenta la sección más estrecha de todo el Magallanes.
Prosiguió después por el canal de Long Reach, fueron acompañados por multitud de lobos marinos y ballenas, más una piragua que en vano pretendía darles alcance, el tiempo se fue cerrando aunque no impedía ver las moles de tierra, sobre las 1700 se pudo marcar el Cabo Pilares, que señala la terminación del estrecho de Magallanes, era el día veinte de abril; una hora después la Numancia ya estaba surcando las aguas del océano Pacífico, siguiendo sus aguas la corbeta peruana.
Después de diez días de navegación por el Estrecho y ciento diez leguas de extensión, la salida al Pacífico fue eso, pacífica, pues se recibía una mar tendida del S. SO., que molestaba un poco por el balanceo del buque, al igual sucedió en la travesía desde las islas Canarias a Cabo Verde, pero no le iba tan bien a la corbeta peruana América, que se vió obligada a poner proa a la mar por los continuos encapillados.
A la mañana siguiente cambió el viento y ya nada perturbaba la navegación, el tiempo era bueno, la mar llana y el viento fresquito, que permitió dar la vela para ayudar a la máquina, hasta la llegada en la mañana del día veintiocho al puerto de Valparaíso, donde recalaron para verificar si en él se hallaba algún buque de nuestra escuadra, les fue confirmado que se encontraba la goleta Vencedora, que poco tiempo después su comandante don Joaquín Navarro se halló a bordo, acompañado del cónsul español señor Agacio para saludar a don Casto.
En la conversación con Méndez Niñez, se le puso al corriente del arreglo con el que se había llegado con el Perú, y se le confirmó que la escuadra estaba en el Callao, al tener conocimiento de ello poco después se hizo de nuevo a la mar con rumbo al puerto donde se encontraba la escuadra española.
Después de siete días de navegación, el día cinco de mayo hizo la entrada en el Callao, donde la escuadra al mando del general Pareja, a bordo de su buque insignia la fragata de hélice de primera clase Villa de Madrid, respondió al saludo de la entrante con los once cañonazos de ordenanza, sobre las once de la mañana fondeaba, estando presentes el Mayor General, capitán de navío don Miguel Lobo y Malagamba, estando compuesta por las fragatas Villa de Madrid, Berenguela, Resolución y Blanca, al mando respectivo de los capitanes de navío, don Claudio Alvargonzalez, don Manuel de la Pezuela, don Carlos Valcárcel y don Juan Bautista Topete, más la goleta Covadonga, al mando del teniente de navío don Luis Fery; la Numancia y la Vencedora, ésta había acompañado a la blindada desde Valparaíso.
« El día cinco de mayo fondeó en el Callao la fragata blindada Numancia, formando parte de la escuadra en el Pacífico, después de sesenta días de navegación desde Cádiz. Fue el primer buque blindado que se lanzó a resolver el problema de si era o no posible a los de su especie atravesar los mares. En aquel puerto, frecuentadísimo por buques de todas las naciones, llamó la atención el viaje de dicha fragata. Los marinos extranjeros la visitaron con interés, la prensa se ocupó de tan audaz viaje, y cundió por la América, por la Europa y por el mundo entero la feliz empresa que la blindada española había llevado a cabo. Los constructores que en Tolón la habían hecho, mostraron su modelo en la Exposición de París. El Gobierno español y la España entera, satisfecha de que un buque con su bandera y tripulado por españoles hubiera dado tal ejemplo a las Marinas todas, premió a Méndez Núñez y a sus compañeros » Esto lo escribió el entonces alférez de navío don José Emilio Pardo de Figueroa, en sus apuntes de campaña.
Se habían hecho treinta días de mar y treinta de descanso en puerto, se habían recorrido tres mil leguas y consumido dos mil ochocientas toneladas de carbón, habiendo perdido sólo a un hombre, por un infortunado golpe de mar que lo arrojó a él y nada se pudo hacer.
Este viaje despertó gran expectación en los círculos navales de todo el mundo, pues era la primera vez que un buque acorazado realizaba un viaje tan largo y de tanto riesgo, ya que los expertos mantenían que el peso de la coraza les haría zozobrar en cualquier momento o con un golpe de mar, pero en este caso no fue así.
Hasta la fecha, incluidos los británicos, pensaban, que si en un navío, la aglomeración de tanta gente producía a veces estragos en las dotaciones, un buque acorazado con mucha menos ventilación y mucho más duro de maniobrar, los resultados debían ser por fuerza desastrosos, por lo cual una vez más los españoles se impusieron y demostraron su gran experiencia en las cosas de la mar, sus habilidades y con la pericia suficiente por las dotes de mando de sus oficiales, máxime como en ésta ocasión con todos ellos escogidos de entre toda la flota, para lograr hacer posible el desplazamiento a largas distancias con éste tipo de buques, sin ningún tipo de referencia ni conocimiento náutico anterior, sin tener que sufrir más pérdida que la de un marinero; todo esto le valió a Méndez Núñez, su ascenso a brigadier por Real orden del día veinte de junio.
Las instrucciones que recibió Pareja del Gobierno, eran, en agravios de los chilenos: « 1.º Gritos sediciosos proferidos contra España ante su Legación, sin que las autoridades los reprimiesen, con la agravante de presenciar el hecho un batallón cívico formado. 2.ª Injurias soeces y groseros ataques a España y su Reina de un papelucho titulado San Martín, a ciencia y paciencia del Gobierno. 3.º Haber permitido que el vapor Lersundi, de la Marina militar peruana reclutara gente y se pertrechara de artículos de guerra. 4.º Haber declarado contrabando de guerra el carbón con el exclusivo objeto de perjudicar a los buques españoles. 5.º Haber permitido, a pesar de esa declaración, que carboneasen en Chile los buques de guerra franceses, demostración evidente de que se quería ofender a España. (Francia en este momento estaba en guerra con México)
Lo que exigía España: Debía pedir a Chile reparación, cuya base esencial era un saludo de veintiún cañonazos; si Chile se negaba, debía Pareja romper las relaciones y presentar un ultimátum; desatendido éste, debía bloquear los puertos de la República, impedir la extracción de combustible por el de Lota y la exportación de cobres por el de Caldera, y si después de un mes de bloqueo se obstinase Chile en su negativa, debía darse un golpe de mano en las minas de carbón de Lota o en el puerto de Valparaíso »
Estas órdenes las recibió Pareja el día siete de septiembre, encontrándose en El Callao, zarpando inmediatamente con rumbo a Valparaíso donde arribó el día diecisiete, sin pérdida de tiempo hizo saber al Gobierno de la República sus poderes y reclamación, dando el plazo de cuatro días para recibir una respuesta satisfactoria.
Después de largas deliberaciones y concesiones, no se pudo llegar a ningún acuerdo, por lo que el general Pareja, que al ir al Pacífico tenía el grado de jefe de escuadra, en el mes de abril se le ascendió al de teniente general y poco después en sustitución de Tavira, fue nombrado Embajador Plenipotenciario, estando investido de todos los poderes y cumplido el plazo sin haberse conseguido nada, a pesar de la buena voluntad de Pareja decidió declarar la guerra a la república de Chile, a las seis de mañana del día veinticuatro de septiembre del año de 1865 era entregada a las autoridades.
Por lo que el comandante en jefe de la escuadra del Pacífico, diseñó un plan de bloqueo de todo el litoral chileno, quedando la Numancia, en el puerto del Callao, acompañada del transporte Marqués de la Victoria, la goleta Covadonga, en Coquimbo y las fragatas Blanca y Berenguela, en el de Caldera.
En la Junta de Oficiales, el mayor general de la Escuadra, don Miguel Lobo Malagamba, se opuso a esta distribución táctica de las fuerzas, pues presumía que, de actuar de esta forma llevaría a poner en grave peligro y sacrificio a la pequeña, y casi indefensa goleta Covadonga, y por desgracia así fue.
Si Pareja estaba preocupado por los pocos buques y carbón de que disponía, no lo estaba mucho mejor don Casto, por ello le escribe una carta que dice:
« Callao, 17 de octubre 1865.
Todos los días estoy recibiendo avisos de que tratan de volarnos, y aunque no les doy entero crédito, sin embargo, observamos toda clase de precauciones; la verdad es que parece positivo que en Lima se reúne dinero con este objeto y otros de la misma especie. Mucho me alegraría que se le proporcionase a usted ocasión de dar un trueno gordo que castigue severamente a esa gente, si se obstina en no dar satisfacción, y sin necesidad de que se prolongue el bloqueo, pues considero todo lo incómodo y violento de la situación de usted al frente de ese Cuerpo diplomático y un comercio que no consulta más que sus intereses, y que pretende que él, y no Chile, sufre todos los rigores de la guerra, sin considerar que en ésta todos tienen que sufrir pérdidas que son irremediables, y que más adelantarían con contribuir al arreglo que con exasperar los ánimos. Así nos veríamos todos reunidos una vez más con la seguridad de que nuestra bandera no volvería a ser insultada por ninguna de estas gentes »
Recibe don Casto una correspondencia del Gobierno para que se la haga llegar a Pareja, pero como iba cerrada la lee antes de enviársela, junto con otra carta que extractada dice:
«. . .pero no quise detenerlo -el correo- por la importancia de las comunicaciones del Gobierno, cuyas copias mando a usted, pues me tenía en ascuas el que usted las recibiese lo más pronto posible. A mi me han dejado admirado, pues las encuentro en completa oposición con todo lo anterior; descubro en ellas la intención de hacer ver que han dicho a usted que apurase todos los medios pacíficos antes de entregar el ultimátum, lo que no creo, pues lo conozco a usted bastante para suponer haya obrado en contra de sus instrucciones, y sobre todo, se ve que lo que se desean es la vuelta de la Escuadra a toda costa. Comprendo lo que esto disgustará a usted y celebraría que la suerte depare el medio de arreglar la cuestión y dejar sentada la paz, pues el recurrir a destrucción de poblaciones haría un horrible efecto en Europa, y sólo lo concibo en un recurso extremo, pues yéndonos después, siempre dirán que después de haber hecho una atrocidad, huímos por temor a la responsabilidad. . .
Le admiro a usted por su manejo en las críticas circunstancias porque está pasando, enseñándonos a todos a tener paciencia, circunspección y energía, y conozco que las nuevas instrucciones del Gobierno le han de poner a usted en un compromiso, pues se ven bien claros sus ardientes deseos de que vuelva la Escuadra a toda costa, y a todo esto nada ha venido de dinero, ni créditos de ninguna parte, pues hasta el que decían abierto en California es ilusorio. . .
Los buques peruanos están todos aquí; no los temo frente a frente, pero sí temo una traición y que estando en buena amistad aparente se reúnan con la Esmeralda y Maipú el algún punto dado, para atacar juntos algunas de las fragatas que están solas y sorprenderlas, lo cual les es fácil por no tener nosotros quien pueda vigilarles fuera de aquí. En estos últimos días de la revolución yo estaba decidido a salir para Caldera si los perdía de vista, pues se corrió mucho la voz de que debían atacar a la Blanca »
La Covadonga era una goleta rasa de borda, como todos los buques de su clase y por tanto, fácilmente se le podía dominar desde un buque más alto de borda, facilitando incluso el abordaje, pues por toda artillería era portadora de dos obuses de 20 centímetros montados en colisa en el centro, con un sector de fuego de 46º de los que corresponden 23º a cada banda, de la perpendicular de la quilla dejando indefensos a proa y popa, otros dos sectores de 134º cada uno, a esto se añadía su mal estado de la máquina ya desde su fabricación y encima el estar soportando una campaña ya larga, por lo que a mucho forzar desarrollaba una velocidad que no sobrepasaba los cinco o seis nudos horarios y eso dependiendo del estado de la mar, su dotación era de ciento veinticinco hombres.
La Esmeralda, era una corbeta de hélice de batería corrida; según las declaraciones que obran en el proceso, su artillado estaba compuesto por 18 cañones de á 32 y dos más de bronce, de cuyo calibres nada se dice; la dotación entre trescientos a trescientos cincuenta y su velocidad máxima, entre siete y ocho nudos por hora, estando al mando el capitán de navío don Juan Williams Rebolledo.
El día veintiséis de noviembre del año de 1865, comenzó el combate al avistar la Esmeralda a la Covadonga, poniendo rumbo de caza, por su mayor velocidad se le fue acercando, los españoles vieron que enarbolaba la bandera del Reino Unido, y con los tapabocas de los cañones colocados, pero aún y así el comandante don Luis Pery intuyó la trampa, por lo que se dispuso dando las órdenes oportunas a entablar combate, la chilena sobrepasó a la española y se alejo unos cabos de distancia invirtió el rumbo dirigiéndose de vuelta encontrada, al llegar al costado de la goleta, le disparo una andanada por estribor dirigida a la popa, entonces cambió su bandera, colocando en su lugar la de la estrella solitaria, Pery intentó enredar la hélice de su enemigo lanzando previamente un cabo, pero no tuvo esa suerte, la española sólo pudo efectuar tres disparos, en los momentos en que el buque enemigo entraba en su sector de tiro, el combate duro cincuenta y cinco minutos, la española arboló bandera blanca, previamente Pery había dado la orden de abrir las válvulas de inundación de la goleta, pero como el primer maquinista era británico, obedeció pero no en su totalidad (era una costumbre de la época, el llevar a maquinistas de esa nacionalidad, aunque éste hecho provoco la inmediata orden en la Armada española, para fueran relevados de sus funciones inmediatamente, orden que muy pronto siguieron otros países).
Pues sólo abrió los grifos a medias, lo que unido al rápido asalto de los chilenos y su más rápida intervención, aunque con mucha agua ya en las calderas, pero los grifos del condensador aún no estaban abiertos, se estaba trabajando en el otro grifo de seguridad, que no llegó a abrirse, lo que les permitió ir cerrándolos; a pesar de ello estuvieron dos días intentando controlar el agua, que amenazaba con hundir al buque, los españoles fueron hechos prisioneros y llevados a Santiago de Chile, mientras la goleta pasó a formar parte de la escuadra chilena conservando su nombre.
Al general Pareja, le comunicó el desenlace el cónsul de los Estados Unidos el día veintiocho de noviembre, al recibir la noticia el general no se inmutó ante el diplomático sajón, le despidió con afabilidad; se pregunta si se habrá perdido también la Vencedora; se retira a su cámara. Come. Se fuma un cigarro. Vuelve a su alojamiento. Suena un disparo de revólver, se turba la tranquilidad de la cubierta. Nadie pudo suponer nada dado su cerebral mutismo de la decisión tomada. El general se ha suicidado. En un mueble de su camareta, una nota de una definitoria parquedad dirigida a su secretario:
« Perico: te estoy agradecido, abraza en mi nombre a toda la familia cuando la veas. No me entierren en aguas chilenas. Que se porten todos con honor »
Como es lógico se respetó su malograda insignia y en la fragata Villa de Madrid, el buque más marinero de todos, aquel del cual su comandante Alvargonzález decía, que para ser perfecta le sobraba la máquina, el general Pareja realizó su última travesía. Dos millas mar a dentro de las aguas territoriales de Chile se procedió a dar sepultura a su cuerpo en la mar, envuelto en marineras velas y con férreas balas de cañón como lastre a sus pies.
En el pensamiento de muchos, tanto de entonces como de ahora, se piensa que llevó demasiado lejos su pundonor y sentido del honor.
Don Casto estaba en El Callao, pero vio salir el día tres de diciembre a los buques Apurimac y Amazonas, lo que le indujo a pensar que Perú se había unido a Chile contra España, por ello y estando las fragatas casi solas, tomó la decisión de tomar a remolque al Marqués de la Victoria (por el mal estado de sus máquinas) pero muy importante ya que era el único que aún llevaba carbón para la escuadra, así la Numancia hizo de remolcador del transporte llegando a Caldera el día doce de diciembre, donde se encontraban las fragatas Villa de Madrid y Berenguela, siéndole notificado el fallecimiento de Pareja, por el capitán de navío más antiguo don Manuel de la Pezuela y Lobo que interinamente había tomado el mando de la escuadra, y comandante de la Berenguela, don Casto pasó su insignia a la Villa de Madrid, dejando al mando de la Numancia al capitán de fragata don Juan Bautista Antequera.
Méndez Núñez, fue capitán de navío a los treinta y siete años de ellos veintitrés de servicio, se le entregó el mando de la Numancia y nadie dijo nada, por su viaje al Pacífico se le asciende a brigadier, donde tampoco era el más antiguo, pero tomó el mando de la escuadra española, donde habían esforzados capitanes, pero ninguno de ellos con ser de los mejores, fue más capaz que don Casto Méndez Núñez.
Pero supo ganarse a sus comandantes, pues nada más se hizo cargo de la Escuadra, izó la señal de «llamada» a Consejo de Oficiales, para hacernos una idea de quienes eran, Pezuela comandante de la Berenguela era capitán de navío más antiguo que don Casto, pues llevaba ya treinta y un años de servicio, Alvargonzález de igual grado y comandante de la Villa de Madrid, llevaba veintinueve años, Antequera, comandante de la Numancia, a pesar de ser capitán de fragata, llevaba veintiséis años en la Armada, no llegando a los dos años más que don Casto, a quienes dejó atrás al ser ascendido a brigadier y el mismo Mayor General de la escuadra, el capitán de navío don Miguel Lobo y Malagamba, era el único más joven, pero llevaba casi veintinueve años en la Corporación, por lo que en realidad eran todos casi de los mismos años, solo que don Casto por sus méritos los fue pasándolos a todos. Con este acto de consulta se los ganó, aunque en el fondo se hizo lo que don Casto tenía previsto.
Prado, triunfalmente instalado en el sillón presidencial de la república del Perú, la Covadonga apresada en Chile, un bloqueo costoso y además no muy eficaz, el suicidio del general, la flota desperdigada y falta de recursos, tal era la herencia que don Casto Méndez Núñez recoge con su nuevo cargo de comandante general de la Escuadra de Su Majestad Católica en el Pacífico. Como se temía don Casto llegaron a un acuerdo las repúblicas de Perú y Chile, firmando una alianza para declarar la guerra a España.
Mientras llegaban a este acuerdo guiado por su instinto al terminar el Consejo de Oficiales, zarpó el mismo día con la Villa de Madrid con rumbo a Coquimbo donde se unió a la Blanca, las dos en conserva se hicieron a la mar el día dieciocho arribando a Valparaíso al día siguiente, donde se unieron a éstas, la Resolución y la goleta Vencedora, de esta forma quedó reunida la escuadra, que era así muy superior a las dos de los países aliados, solo que ya no contaba con el posible aviso de donde se encontraban, lo que obligaba a navegar constantemente, pero para ahorrar combustible se hacía a vela.
Unos días más tarde decidió solo bloquear Caldera y Valparaíso, mantenido de nuevo la escuadra dividida en dos. Todos sabían la mala situación de la escuadra incluidos los enemigos, por lo que pensaban que si aguantaban un tiempo, las presiones de otros países y la falta de casi todo a la escuadra española le obligaría a abandonar sus aguas. Pero no era solo este el problema, ya que lo peor sucedía en España, pues la prensa siempre al día en este tipo de sucesos, cometió varias indiscreciones que empeoraban la situación de la escuadra, de hecho le llegaron a don Casto, por lo que escribió al Gobierno la siguiente nota:
« El Gobierno de Chile conoce la escasez de nuestros recursos y no cederá en nada a nuestras exigencias, teniendo parte no pequeña en ello el convencimiento en que está de que la Hacienda de España se halla en tal estado que no le permite sostener una campaña tan costosa como sería preciso, convencimiento que viene a fortalecer la Prensa española de todos, absolutamente de todos los partidos. Cuando hace la oposición, se ocupa de este asunto de una manera que coloca a nuestro crédito por los suelos, y en términos que no pueden dejar lugar a duda »
Poco antes de terminar el año de 1865, vuelve a enviar casi un telegrama al Gobierno, dando su parecer para actuar y no alargar innecesariamente la campaña:
« Perú y las demás Repúblicas americanas del Pacífico nos declararán la guerra de un momento a otro; Chile, sintiéndose asistido, no dará explicaciones, seguro de que la presión e injerencia de otros países nos obligarán a alejarnos de aquí; el bloqueo de su costa es pura ficción, porque la Escuadra no puede mantenerlo; lo interesante para nosotros es salvar el honor de la bandera; se impone, por consiguiente, que destruyamos las fuerzas navales de Chile, primer objetivo de toda guerra naval, y que causemos al país el daño que podamos, en concepto de represalia »
Poco después le llegan las instrucciones del Gobierno, de las que extraemos: «. . .continuar con su Escuadra en el Pacífico hasta alcanzar la paz, bien por medio de las armas, o por avenencia del Gobierno de Chile a otorgar las demandadas satisfacciones »
Al recibir estas instrucciones, don Casto ordena levantar el bloqueo de Caldera y que se reúna toda la escuadra en Valparaíso, pero al abandonar el bloqueo anterior, en él se encontraban varias presas realizadas a los enemigos, pero ni tenía dotaciones para marinarlas, ni podía llevarlas a remolque de los buques de guerra, tampoco era posible su venta por estar toda la costa prácticamente en guerra con España, lo que le llevó a decidir pegarles fuego (práctica por otra parte normal en estas ocasiones en todas las guerras y en todos los países) al llegar a conocimiento del Ministro de Marina el señor marqués de Sierra Bullones, se permitió el lujo no solo de quejarse por ese acto, sino que lo consumo con una « Amonestación oficial a don Casto » ¿Quién era el ministro para saber la verdadera situación de la escuadra a diez mil millas de Madrid y sancionar a don Casto, sin pleno conocimiento de causa, en manos de quién estaba la Escuadra? ¿En qué cabeza cabe, que don Casto lo hiciera por gusto, cuando era el más necesitado de todo tipo de apoyos que no se le enviaban?
Con el comienzo del año de 1866 se llevó una alegría, pues arribó procedente de Montevideo la fragata Guardián, con víveres y carbón que le estaba ya haciendo mucha falta, unos días después le llegó una nota del cónsul francés en Panamá, en la que le daba la noticia del envío de varios buques cargados con alimentos y más carbón. Por contra, también se le notificó justo el mismo día, trece de enero, la ratificación de la alianza de Chile y Perú, pero se añadió al día siguiente, la declaración de guerra a España de las Repúblicas de Bolivia y Ecuador, de forma que la escuadra quedó aislada por completo a lo largo de toda la costa del Pacífico, y lo peor, no poder cruzar a Argentina, Uruguay o Paraguay para mejorar la comunicaciones con España.
Se abastecieron los buques con lo recién llegado y muy esperado, dando comienzo a las operaciones ya previstas, la primera intervención militar, fue buscar donde podían haber dejado a la presa española, la goleta Covadonga, en primer lugar por una información navegaron a la isla de Juan Fernández, pero no se halló, por otra información, se registró el Puerto Inglés, se encuentra a un vapor sin documentación y desde tierra se hostiga con fuego de fusilería al bote, que a pesar de ello registra al vapor, éste pertenecía a la fragata Berenguela, al ver su comandante que se le hace fuego responde, al comprobar que el bote se había alejado, primero hunde al vapor, después eleva su artillería comenzando a batir las alturas desde donde se continuaba haciendo fuego al bote, poniéndolos en franca huida, cesando su acción al dejar de disparar los atrincherados en los montes.
A su vez se unen las escuadras de Chile y Perú, quedando compuesta por las fragatas, Amazonas, de 40 cañones y Apurimac, de 40; corbetas, América, 16, Unión, 16, Esmeralda, 22 y Maipú, 3, más la goleta apresada Covandonga, 3, a la cual no le cambiaron el nombre, pero si aumentaron con un cañón su poder ofensivo, junto con el vapor peruano Lersundi, con 2 cañones.
Reunida la Junta de Oficiales, se resuelve emprender la búsqueda de la flota combinada chileno-peruana, que se supone está estacionada en el laberinto de Chiloé.
Constituyen la mas meridional de las provincias en que está dividida la República de Chile, una pequeña parte del continente, el archipiélago de Chiloé, entre los 41º y 44º de latitud Sur y el de Chonos, situado entre el anterior y la península de tres Montes, perteneciente a la Patagonía, está compuesto por más de sesenta islas, de las que no todas están habitadas y de multitud de islotes de reducida extensión, rodeadas a su vez por muchos bajíos que no figuraban en la carta de navegación británica de la que disponían.
Para esta misión son escogidas solo las fragatas Villa de Madrid y Blanca, primero reconocen de nuevo la isla de Juan Fernández, al no encontrar rastro de la escuadra enemiga, prosiguen hasta el archipiélago de Chiloé, llegando el día cuatro de febrero del año de 1866, fondean en Puerto Oscuro el día seis, al siguiente día la Blanca descubre a la fragata peruana Amazonas varada y totalmente pérdida; lo que puede dar una idea de las dificultades con las que se encontraban los buques españoles, pues si los propios habían perdido uno de sus mejores buques, en aquel laberinto de escollos e islas, que no les podía pasar a ellos que ni si quiera llevaban un práctico de la zona; se les acerca un bote con naturales de la región quienes informan de la situación y fuerza de la escuadra aliada; esto ocurre por que los indígenas de esas islas aún reconocían al Rey de España y ellos como sus súbditos, a tanto llego el aprecio demostrado, que se les entregaron unos retratos de la reina Isabel II, haciéndoles ver que no había Rey sino Reina en España en esos momentos.
Estudiado el estero se decide por desconocimiento de los fondos e inexistencia de cartas de navegación fiable, efectuar pasadas en línea de fila, sondando y disparando progresivamente en andanadas cortas contra la escuadra enemiga.
Ésta, avisada también de la presencia de parte de la escuadra española, forma su defensa en arco en un fondeadero natural y cubre los bordes del mismo desde las alturas en tierra, con los cañones rescatados de la varada Amazonas. El intercambio artillero, a unos mil quinientos metros de distancia, no tiene consecuencias especiales, salvo pequeñas averías que son subsanadas con presteza.
Sobre las 1730 horas, el comandante de la Villa de Madrid, puso término al combate, porque apenas quedaba luz suficiente para salir de aquel dédalo de arrecifes, donde no era posible pasar la noche sin arriesgar la pérdida de las fragatas.
La Blanca se había atracado un momento a la costa de Abtao para taponar un balazo a flor de agua, que había recibido en la aleta de estribor, estando en este trabajo, apareció la Covadonga, que se había navegado rumbo al Sur del estero, descargó sus cañones contra ella por encima de la isla, que en aquella parte era muy baja, la Blanca le respondió con toda su batería y la goleta averiada se dirigió apresuradamente a su fondeadero, consiguieron salir de aquel laberinto con las debidas precauciones, cruzando entre los arrecifes de Carva y Lami.
Ya en mar abierto se aguantaron toda la noche con poca máquina, esperando al enemigo y disparando de vez en cuando algunos cañonazos para que salieran, pero no lo hicieron, de nada servía invitarlos al combate.
A la mañana siguiente volvieron a presentarse a su vista, pero los enemigos sabiéndose a salvo en aquella situación inexpugnable, hicieron caso omiso de las pretensiones de llamada al combate por parte de los españoles, éstos viendo la inutilidad de lo acontecido el día anterior, tampoco volvieron a realizar ninguna acometida, por lo que decidieron abandonar el archipiélago saliendo por el Sur de Chiloé, fondeando en el puerto de Valparaíso el día catorce.
El resultado de éste combate fue que la Villa de Madrid recibió siete balazos en el casco y cuatro en la arboladura, ninguno de importancia, no tuvo más que cuatro heridos, entre ellos el guardiamarina don Enrique Godines y tres contusos; por su parte la Blanca recibió ocho balazos en el casco y otros tantos en la arboladura y jarcia, pero con sólo dos hombres heridos.
El mayor efectos de los disparos de los buques enemigos, fueron de las corbetas América y Unión, que iban artilladas con cañones rayados de dieciséis centímetros de calibre, siendo iguales a los que montaba la Villa de Madrid en la batería del alcázar, por lo que quedó demostrado la superioridad de la artillería rayada para el combate a distancia.
En cuanto a los enemigos, de momento no se supo nada del resultado, pero poco después, porque no lo pudieron ocultar llegó la noticia de que la Ampurimac, había sufrido bastante daño en sus máquinas, y la América, salió con averías de mucha consideración, al punto de dudarse si quedaría útil, habiendo sufrido algunos muertos y mayor número de heridos; al mando de la escuadra combinada estaba el capitán de navío peruano señor Villar, comandante de la Ampurimac, por la ausencia del jefe de la división, que era el comandante de la Esmeralda, señor Williams Rebolledo.
En el parte que le pasó Villar a Rebolledo de lo sucedido en el combate, le decía con tono de cuya intención no se le ocultó a nadie « que esperaba tener el honor de combatir a sus ordenes, si se presentaba un nuevo encuentro con el enemigo » Esto que a simple vista parece una cortesía, era casi un desafío, pues informado Rebolledo que con su buque estaba en San Carlos, sólo envió una lancha con un oficial para dar ánimos porque « él estaba muy ocupado con la contabilidad » Lo que produjo un menoscabo en la reputación de los chilenos y originó graves disensiones entre las dos marinas.
Al arribar a Valparaíso las dos fragatas españolas, sus comandantes informaron a don Casto de la imposibilidad física de forzar la entrada de la rada, en la que está escondida la flota combinada. Éste resuelve hacer un nuevo intento, en contra de la opinión de sus comandantes, pues piensa realizar el ataque arriesgando a la fragata Numancia, acompañada por la Blanca, todo por su constante forma de entender el honor de España, siendo más importante que disponer de buques sin utilizarlos debidamente.
Al mismo tiempo que se alistan los buques, don Casto escribe al Gobierno en estos términos: « Reconozco las dificultades de la empresa y sus peligros, que es muy probable que no encontremos al enemigo, o que éste se haya situado en punto donde no lleguen los fuegos de las fragatas, pero creo de mi deber poner todos los medios para destruirlos. Si al intentarlo perdiese un buque, aunque éste fuese la Numancia, juzgo que esta consideración no debe hacerme vacilar cuando se trata de la honra de nuestro país y su Marina »
Después de reparar bien las averías sufridas, la Blanca y la Numancia se hacen a la mar a las órdenes directas de don Casto, abandonando el fondeadero el día diecisiete de febrero, yendo la Blanca de guía, se efectúa un completo registro de Chiloé; Hecho honroso escasamente conocido es el que a continuación se referiré. « Méndez Núñez se determina a librar combate con la huidiza flota combinada chileno-peruana y acude en su busca con la Numancia y la Blanca. La primera la acorazada, estaba provista de una torre acorazada para uso del comandante durante el combate. Méndez Núñez manifestó al comandante Antequera que él afrontaría la presumible acción desde el puente. Esta resolución sería más que suficiente para honrar la memoria de un marino que, poco después, en razón al (ordenado por el Gobierno) bombardeo de Valparaíso, sería ignorante e ignominiosamente acusado de cobarde y salvaje »
Unos días después vuelve a escribir al Gobierno: « Si así fuese (poder entablar combate), nuestra retirada de estas aguas sería honrosa, pues cualquiera que fuese el resultado, se vería buscábamos al enemigo; pero si aquel carbón no llega y no tengo que dar a la Numancia del que hoy tienen las fragatas, ya no veo Excelentísimo Señor, qué operación pueda emprenderse, pues el bombardeo de Valparaíso sería un acto que reprobarían todas las naciones, y ocasionaría a España compromisos de tal magnitud, que dudo pudiese resolverse a ello sin una orden expresa de V. E. »
El resto de la escuadra se quedó bloqueando el puerto de Valparaíso al mando de don Manuel de la Pezuela y Lobo.
Los dos buques recorren incansablemente todos los canalizos y hallan a los aliados en Huito protegidos, pues solo tenía un canal de acceso que además había sido obstruido, al serle imposible forzar la entrada, don Casto resuelve no arriesgar en balde a sus buques y regresar a Valparaíso, en este viaje cerca de Lota se avista a un vapor de ruedas y la Blanca, pone rumbo de caza comenzando su persecución, el vapor iza la bandera británica y huye a su máxima velocidad, pero la fragata efectúa varios disparos de aviso, al ver que le caen muy cerca decide parar máquinas y ser permitir ser abordada por una dotación de presa, siendo incorporado a la escuadrilla española, al igual que posteriormente se apresa al Paquete del Maule, que transportaba a ciento veintiséis soldados y seis oficiales, que en un principio se hicieron pasar por súbditos británicos, pero un oficial español de pronto les grita « ¡De dos en fondo y alineación por la derecha! », orden que los simpáticos supuestos civiles cumplen con total rigurosidad, quedando al descubierto su pertenencia militar y que entendían el español, siendo una más de las muchas ironías de esta guerra.
Al llegar al puerto de Valparaíso, se encuentra con que está fondeada una división naval norteamericana y otra británica, la primera al mando del comodoro Rodgers, compuesta por cuatro vapores y un monitor de dos torres y la otra al mando de lord Denman, con dos fragatas acorazadas y un vapor.
Le llega una carta del ministro de Estado señor Bermúdez de Castro, en la que entre otras cosas le dice: «. . .Confiando a Dios, a la virtud de nuestro derecho y al honor y bravura de nuestras Armada el triunfo de nuestra causa, en la firme inteligencia de que más vale sucumbir con gloria en mares enemigos que volver a España sin honra ni vergüenza » Documento que llegó muy tarde, pues está fechado en Madrid el día veintiséis de enero.
Pero don Casto le contesta inmediatamente, estando su carta fechada el día veinticuatro de marzo del año de 1866, en la que le dice: « Si desgraciadamente no consiguiese una paz honrosa para España, cumpliré las órdenes de V. E., destruyendo la ciudad de Valparaíso, aunque sea necesario para ello combatir antes con las escuadras inglesa y americana, aquí reunidas, y la de Su Majestad se hundirá en estas aguas antes que volver a España deshonrada, cumpliendo así lo que Su Majestad, su Gobierno y el país desean; esto es; Primero honra sin barcos, que Marina sin honra »
Tanto lord Denman como el comodoro Rodgers, hablan con don Casto ofreciéndose como mediadores, invitando al español a que haga un último intento, así que se puso a escribir:
« 1.ª Declaración de Chile de que no pretendió ofendernos, de que respeta nuestra dignidad y desea mantener con nosotros relaciones cordiales, devolviéndonos, en prueba de buena fe, la goleta Covadonga, apresada, con su bandera, cañones y tripulación, presa igualmente.
2.ª España declarará que no aspira a conquistas, que reconoce la independencia y autonomía de Chile, y devolverá, como demostración, los buques apresados por su escuadra.
3.ª Hechas ambas declaraciones, cambiarán los dos países un saludo de 21 cañonazos, que iniciaran Chile, y devolverá, tiro por tiro, uno de los buques de la escuadra.
Si no se recibe del Gobierno chileno la nota a que se refiere la primera condición antes de las ocho de la mañana del día 27 del actual (marzo de 1866) daré un manifiesto al Cuerpo diplomático, en que señalaré un plazo fatal para el bombardeo de Valparaíso »
Lo que casi nadie cuenta, es que por estos días recibió una carta de su madre, en la que entre otras cosas le dice: « Cumple con tu deber, ya sabes que antes quiero verte muerto que cobarde, y tu madre quedará en este mundo para pedir a Dios por ti »
Ya durante la guerra de la Independencia se hizo famoso un casi cantar, que dice: « La madre mata a su amor, / y cuando calmado está, / grita al hijo que se va: / ¡Pues que la Patria lo quiere, / lánzate al combate y muere, / tu madre te vengará. . ! »
En un claro ejemplo de superioridad, Rodgers visita a Méndez Núñez y le dice terminantemente que: « él no puede permanecer impasible ante la destrucción de una ciudad indefensa, llena de extranjeros » considerando que lord Denman será de su misma opinión. La digna y fulminante contestación al comodoro americano por parte del comandante general español, fue ésta:
« Sensible me sería romper con naciones amigas. . . . pero ninguna consideración en el mundo me impedirá cumplir con las órdenes de mi Gobierno. Éste me dice que preferiría ver hundida su Escuadra en el Pacífico a verla deshonrada en España y yo estoy resuelto a cumplir fielmente su pensamiento, sea cual sea la oposición que encuentre »
Ante ésta manifiesta determinación, Rodgers le expone: « Si nos encontramos frente a frente en este asunto, crea Ud. siempre en mi amistad y aprecio »
Mientras lord Denman le envía una nota en la que dice: « Para evitar el bombardeo, tendría que adoptar medidas, cuya extensión no podía precisar »
Recibiendo la respuesta de don Casto en estos términos: « Cualquiera que sea la actitud que tomen las fuerzas navales surtas en la bahía, por poderosas que sean, no bastarán a detenerme en el cumplimiento de mi deber »
Pero como no, faltaba el toque perfecto del Gobierno chileno, quien escribe una propuesta que envía al comodoro Rodgers y que dice así: « S. E. el Presidente de la República ha juzgado conveniente quitar a ese acto de guerra bárbara el más débil pretexto que pudiera servir para excusarlo. Con este fin me ha dado instrucciones para ordenar a V. S. lo siguiente: V. S, se dirigirá al jefe enemigo, D. Casto Méndez Núñez, proponiéndole un combate entre las fuerzas náuticas de que hoy disponen Chile y el Perú, y las que tiene el jefe español bajo su mando. Como estas últimas fuerzas son, por ahora, incomparablemente superiores a las primeras, tanto por el número de cañones como por el blindaje y demás ventajas de la fragata acorazada Numancia, esta nave no deberá tomar parte en el combate, y los elementos de agresión que se empleen en él deberán igualarse por una y otra parte. Con el objeto de que las nieblas y canales de Chiloé no sean parte a rehusar esta proposición, la refriega deberá tener lugar a 10 millas de distancia de este puerto, punto al que se trasladará sin demora la flota chileno-peruana. Por lo demás, los pormenores del combate serán reglados por el señor comodoro de la Estación naval de los Estados Unidos en estas aguas, que se presta bondadosamente a ser juez de la contienda. El resultado de este combate importará la terminación de la presente guerra. Si España desea sinceramente la paz, si el espíritu denodado y caballeresco de que blasona no son vanas palabras, mal podrá el Sr. Méndez Núñez negarse a admitir un duelo internacional, que consulta juntamente la lealtad de la guerra civilizada, los intereses de la paz y la humanidad, y que le evitará la perpetración del acto odioso de que se prepara a ser instrumento bombardeando a Valparaíso »
Esto leído sin más, da la sensación que don Casto cometió algo así como un asesinato al bombardear Valparaíso por orden del Gobierno de España, pero hay que leerlo despacio y se verá que todo era un trampa, en la que don Casto estuvo a punto de caer, pues se negaba la asistencia al combate de la Numancia, entre otros falsos razonamientos, pero era por una sola razón, ya que Chile estaba a punto de recibir a dos blindados, el Huáscar y la Independencia porque estos no podían con la Numancia, pero no estando ella la victoria chileno-peruana era segura, de ahí que se negara su asistencia al combate, puesto que los chilenos dispondrían de buques acorazados y España no.
De hecho era tan notable la trampa, que el mismo lord Denman, le dirigió una nota a don Casto en la que se expresaba así: « Señor brigadier: Esta carta justifica por sí sola el acto que va usted a llevar a cabo; usted se ha conducido de la manera más digna, y su generosidad ha sido muy mal correspondida por el Gobierno de este país »
El comandante general de la Escuadra del Pacífico, el día veinticuatro de marzo del año de 1866, comunica al Gobierno de Chile su decisión no siendo otra que la ordenada por el ministro de Estado señor Bermúdez de Castro, el día veintiséis de enero pasado.
El plazo otorgado se agota. Se remite el Manifiesto en el que se dice que los establecimientos diplomáticos sean vistos por su bandera desde la escuadra, así como señalar los restantes por su importancia como hospitales, iglesias y otros con banderas blancas, dándose un plazo de cuatro días para que la parte del pueblo que esté cercana a las zonas a bombardear, puedan abandonar la ciudad para evitar muertes que a nadie beneficiaban. Éste fue el comportamiento de don Casto, ante una orden que consideraba fuera de toda regla del honor y de la guerra.
Se informa a la población y ésta abandona la ciudad en número de unos cuarenta mil, se arbolan banderas blancas en los hospitales, casas de asilo, iglesias y demás edificios que son respetados en semejantes circunstancias; en los primeros días del plazo se observó gran cantidad de movimiento a todas horas del día y de la noche; luego se supo que los habitantes, impidieron a los extranjeros, que pudieran retirar todos los efectos de comercio depositados en los almacenes del puerto, como venganza por no interponerse las fuerzas neutrales al bombardeo de la ciudad.
Las dos divisiones británica y norteamericana incrementaron sus blindajes colocando las cadenas de las anclas de repuestos en sus costados y pintando éstos de negro, quitaron los tapabocas de los cañones y estos quedaron alistados, todo presagiaba un duelo total, por una parte contra las dos formaciones navales, y por la otra intentar cumplir la orden del Gobierno.
En medio de la violencia que lleva consigo un acto de esta naturaleza, es preciso confesar que no cabía mayor lenidad e indulgencia, y la historia no presenta seguramente otro ejemplo de bombardeo en que las miras humanitarias, hayan predominado a más alto punto en los jefes encargados de tan dolorosa misión.
Los buques del convoy, donde estaban los prisioneros chilenos, fueron conducidos al fondeadero de Viña del Mar, al Este de la bahía, bajo la custodia de la fragata Berenguela, donde fueron acompañados por los buques de las naciones neutrales, británicos y norteamericanos, que nada hicieron por impedir el bombardeo, sólo pintar sus buques y de negro, y enseñar sus dientes, pero se quitaron del ángulo de fuego para evitar que «algo» les cayera. Es casi seguro que lord Denman tuvo mucho que ver en esta forma de proceder.
Fueron designadas para llevar a cabo el bombardeo las fragatas Villa de Madrid, Blanca y Resolución, más la goleta Vencedora, con la orden expresa de destruir los almacenes fiscales, los edificios de la Intendencia y la Bolsa, más la estación y material del camino de hierro; así todo el daño lo recibiría el Estado y no los ciudadanos de la ciudad en sus propiedades, mientras la Numancia se quedaría entre los buques y la mar para impedir cualquier intento de estorbar en el bombardeo, en el cual ordenó don Casto no utilizar granadas y solo proyectiles redondos como eran los antiguos, para evitar que se produjeran incendios y que estos afectaran a propiedades privadas.
Amaneció el día treinta y uno de marzo, era sábado Santo, el plazo fatal espiraba, desde las seis de la mañana todos los buques estaban en movimiento, a las ocho de la mañana la Numancia se aproximó al centro de la población y disparo dos salvas, anunciando como se había dicho, que en el plazo de una hora comenzaría el bombardeo.
Los buque encargados de realizarlo se fueron colocando en sus lugares predeterminados; la Villa de Madrid y la Blanca se aproximaron a los almacenes fiscales; la Resolución al ferrocarril y la Vencedora a la Intendencia y la Bolsa; a las ocho y media se toco zafarrancho de combate y las banderas que habían estado a media asta por la muerte del Redentor, se izaron al pico.
A las nueve se izó en la capitana la señal romper el fuego; el fuerte de San Antonio que se suponía debía defender a la ciudad en tales circunstancias, sobre las nueve y doce minutos silbó el primer proyectil disparado por la Blanca, contra él pero no hubo contestación alguna, allí estaba el fuerte, ondeando la bandera tricolor de Chile pero los cañones que debieron afirmarla yacían desmontados, los hombres que debieron defenderla para cumplir la primera obligación que tienen con su patria, allí no estaban; la estrella de la República luciendo en aquel pabellón abandonado, se debió eclipsar de vergüenza, porque dejaba ya de ser un símbolo de gloria.
El fuego se generalizó al momento en toda la línea de los buques españoles, se oía el ruido de los derrumbes de los edificios oficiales, levantando grande nubes de polvo, solo quedaban amortiguados por los disparos de los proyectiles al explosionar la pólvora que los lanzaba, se alzaron algunas columnas de humo por existir en los almacenes productos inflamables, cuando ya casi todo se había conseguido la Villa de Madrid hizo un alarde de su habilidad, disparando por elevación contra la bandera chilena, todos sus proyectiles tangentearon el asta y roto por fin uno de los vientos, (que era mucho más fino que el asta) el peso de la bandera obligó al asta a inclinarse, quedando el pabellón chileno y su estrella tocando el suelo de la fortaleza.
Más tarde los buques intercambiaron sus posiciones, dirigiéndose la Resolución a los almacenes y la Blanca al ferrocarril, a las 1155 horas, izó la Numancia la señal de cesar el bombardeo. La ciudad quedo sumida en la deserción, desde la bahía los buques se pusieron en movimiento con rumbo a Viña de Mar, en cuyo trayecto se cruzaron con los neutrales, que fueron ejemplo de neutralidad.
En el bombardeo solo catorce proyectiles dieron en lugares no debidos, de ellos tres impactaron en la iglesia Matriz, dos en la de San Fernando, cuatro en un improvisado hospital y cinco en la iglesia de los P.P. Jesuítas, de los dos mil seiscientos disparados, de todos estos, ninguno ofendió en Consulado extranjero alguno, ni el asilo del Buen Pastor, ni el Arsenal, ni la plaza de abastos, ni el hospital inglés, ni en otro privado, ni en ningún otro excepto los nombrados de los muchos que tenía la ciudad, pero nada de esto se dijo, el bombardeo había causado muchos daños a los edificios oficiales, (evaluados después, se supo que en torno a los quince millones de pesos) y que era un ataque fuera de toda la lógica de la guerra (como si la guerra tuviera alguna), pero lo malo si fue arrojado por todos contra don Casto.
El estado anímico de los hombres de armas no se ve complacido atacando a indefensas poblaciones; hay una carta del Mayor general de la Escuadra, don Miguel Lobo, a su esposa Elena, que es muy reveladora, le dice: « 2-4-66, Fragata Blindada Numancia, Valparaíso (. . . .). Te aseguro que he pasado un rato desagradabilísimo por ser cosa en extremo bárbara y bien en contra de mis ideas (el bombardeo). Yo me alegraré no volver a presenciar semejante acto; y siento en el alma que los cañones hayan resonado para verificarlo. Méndez Núñez y todos han sufrido bastante en aquellos momentos (. . . .) Era una vista terrible »
He aquí a lo que dio lugar la obcecación de un Gobierno, que con una palabra hubiera podido conjurar la tormenta, recodando que se le pedían cinco millones de pesos y se negó a pagar, sufriendo con el bombardeo la pérdida de quince millones, sin mencionar el sufrimiento de su pueblo. ¡Sobre él recaiga toda la culpa!
El día nueve de abril arriba desde España la grande y poderosa fragata de 1ª clase Almansa, a su mando está el paladín glorioso que ponía en práctica el consejo de Cromwell; « Ten confianza en Dios, pero. . . conserva seca tú pólvora », don Victoriano Sánchez Barcáiztegui, que estaba destinado en la Estación Naval del Mar del Plata, permutó su cargo por el del comandante de la fragata, con el único objeto de trasladarse al Pacífico; el buque de muy robusta construcción llegaba al máximo de su capacidad con pertrechos de guerra y boca, pero también con una joven e inexperta dotación.
Como desquite a la desesperada en un diario chileno publicado el día ocho de abril, comentaba: « El Jefe español no castigará igual a los peruanos, porque ellos si tiene plazas fuertes muy bien protegidas, como por ejemplo la de el Callao es plaza poderosamente fortificada, que será con vigor sostenida, y hay en atacarla un lance arriesgado, en el que probablemente quepa a los españoles la peor parte »
Don Casto nada contento en cumplir la orden del Gobierno y notificado de lo que se hablaba en Valparaíso, decidió el día catorce, incendiar las últimas presas capturadas, formando dos divisiones la Escuadra se hizo a la mar con rumbo al Norte. Su destino la isla de San Lorenzo frente al puerto peruano de El Callao, para dar un descanso a sus hombres y de paso verificar que todo estaba en su lugar.
Las dos divisiones se componían: la primera por la Numancia, Berenguela, y Blanca, goleta Vencedora y los vapores Marqués de la Victoria, Matías Cousiño y Uncle Sam; la segunda por las Villa de Madrid, Almansa y Resolución, vapor Maule y fragatas de transporte María, Mataura y Lollé-María.
La segunda división realizaría la travesía a la vela levando anclas a las nueve de la mañana, mandando largar todo el aparejo a la orden de la capitana, al mando de don Claudio Alvargonzález en la Villa de Madrid.
La primera división lo realizó a las 1600, por estar a bordo el comodoro Rodgers, con nuevas proposiciones del Gobierno chileno, que consistía en un canje de prisioneros, pero con la condición de ser pedido por el jefe español; a lo que éste repuso que accedía, a condición también de que se dejase en libertad de salir de Chile a los súbditos españoles que, no siendo militares estaban prisioneros; y agregó que, no siéndole dado en aquel momento detenerse podría recibir la contestación, por el paquete británico en cualquiera de los puertos a donde sus operaciones le llamaban; después de todo esto y desembarcar el comodoro norteamericano la división se hizo a la mar.
El día veinticinco recalo en la isla de San Lorenzo la primera división por haber realizado el viaje a máquina, a su llegada ya estaba la bandera de España en las aguas del Callao y casi al mismo tiempo lo realizaba el vapor Vanderbilt con la insignia del comodoro Rodgers y el monitor Monadnock.
Hasta el día veintisiete no fondeó la segunda división, cuyo viaje fue más lento de lo que debiera, en razón a que la fragata mercante María andaba muy poco, pero la Villa de Madrid encontró una digna rival y compañera en la Almansa, lo cual se había ya presumido por la navegación que hizo ésta desde España; para darse una idea, baste decir que mientras la María navegaba con todo su aparejo de cruz, alas y rastreras, la Villa de Madrid y la Almansa, llevaban sólo el velacho y aún así se adelantaron en varias ocasiones, viéndose obligados a tomar rizos para no dejarla atrás y aguantarse sin pérdida de control de los buques.
El día siguiente a la llegada de la primera división al fondeadero, llegó a bordo una comisión del cuerpo diplomático acreditado en Lima, fueron llevados a la cámara del Comandante general, le suplicaron concediera un plazo para la salvación de los intereses neutrales; a lo que nuestro digno Jefe contesto que accedía, a pesar de lo perjudicial que era darles ese tiempo, que aprovecharía el enemigo para fortalecer sus defensas, lo cual hizo efectivamente y que le asistía todo el derecho para atacar desde luego, ya que el provocador era el Gobierno del Perú; pero quería dar esa prueba más de la consideración con que siempre había mirado los intereses extranjeros, con la intención noble de no perjudicara a España y verse metida en otra guerra.
Concedió en efecto un plazo de cuatro días, que sirvió grandemente al enemigo para dar los últimos preparativos de sus formidables defensas. En los días siguientes, llegó la fragata francesa Venus, que venía cargada al máximo de sus posibilidades con los españoles, que habían podido huir de la persecución del Gobierno peruano, logrando por fin pisar tierra española, gracias a la ayuda prestada por este buque de una nación hermana.
Los buques españoles tampoco estuvieron inactivos los días del plazo, todas las fragatas calaron sus masteleros de gavia, echaron abajo las vergas mayores y culebrearon las jarcias, era parte muy importante resguardar en todo lo posible las arboladuras de una avería, pues de ellas solas dependía en caso de éxito poder o no seguir viaje, también se pintaron de negro las fajas blancas de los costados, para disminuir la visualidad del enemigo y evitarle hacer mejor puntería, la Blanca blindó son sus cadenas la parte del centro, correspondiente a la zona de las máquinas, la Almansa realizó un día de ejercicio de fuego al blanco, para que su bisoña tripulación no fuese al combate sin haber disparado ni una sola vez siquiera con bala, en todos los buques se habilitaron hospitales de sangre para la pronta asistencia a los heridos y multiplicaban las precauciones, que sugería la previsión de una lucha en la que se iba a jugar a vida o muerte.
También los peruanos trabajaron con actividad extraordinaria en los últimos preparativos de sus formidables defensas.
El uno de mayo se presentó a don Casto, el alférez de navío don Pedro Álvarez de Toledo, con pliegos en que el Gobierno le ordenaba regresar a España, consciente de que el honor nacional y de las armas españolas necesitaban demostrar de verdad sus gran potencia, no le quedaba otra posibilidad que llevar a efecto el bombardeo y destrucción de las mejores defensas artilleras de toda América, como era el caso concreto del Callao dejando así lavado el honor de España, pues se había castigado a la indefensa Valparaíso.
Abrió los pliegos y los leyó, al saber lo que se le ordenaba, no consideró que era justo para el país a quien representaban seguir sus órdenes (la diferencia de siempre, entre un supuesto político y un militar) optando por hacer la vista gorda y no haber leído aquellos pliegos, se los devolvió a don Pedro diciéndole: « Convengamos que hasta el día tres de mayo no ha llegado usted al Pacífico; entonces me entregará usted esas instrucciones »
De esta forma tan sutil y educada, desoyó o dejó de cumplir las órdenes que se le daban, aquí precisamente es donde se pone de manifiesto con toda cordura y responsabilidad de Jefe, demostrando que los zorroclocos no saben nunca de verdad, la verdad de lo que ocurre si todos cumplieran sus órdenes al pie de la letra en todo momento. Al mismo tiempo la grandeza de carácter de don Casto, sabiendo que si era conocida esa treta y perdía, se estaba jugando su maravillosa carrera militar, pero como siempre ocurre en estos casos, uno queda en lo más hondo de la fosa, cuando la responsabilidad de la que se le había investido estaba por encima de cualquier Gobierno u orden, que no fuera encaminada a favorecer a España y no solo a unos señores sentados en unas poltronas, por otra parte que duraban poco en ellas y no suelen ver más allá del propio cristal de su monóculo.
La escuadra se partió en tres divisiones: La primera división y sus fuerzas oponentes. Destinada a batir la zona Sur del Callao, es decir, el cuello existente entre La Punta y la población y muelle.
Fragata blindada Numancia, 34 cañones, comandante, el capitán de navío don Juan Bautista Antequera. Fragata Blanca, 36 cañones, comandante, el capitán de navío don Juan Bautista Topete. Fragata Resolución, 40 cañones, comandante, el capitán de navío don Carlos Valcárcer.
Se enfrentaría a: un campo minado y con torpedos eléctricos. Batería de Abtao, 6 cañones de á 32 libras. Torre, La Merced, con dos cañones Armstrong de á 300 libras. Batería Maipú, con 6 cañones de á 32 libras. Fuerte Santa Rosa, con dos cañones Blackely de á 500 libras, 1 de á 68 y 7 de á 32. Batería Chacabuco, con 5 cañones de á 32 libras y batería Provisional, con 5 cañones de á 32 libras.
Segunda división y sus fuerzas oponentes. Designada a ofender la zona Norte del Callao, es decir, sobre la población y su puerto. Fragata Villa de Madrid, 50 cañones, comandante, el capitán de navío don Claudio Alvargonzález. Fragata Berenguela, 36 cañones, comandante, el capitán de navío don Manuel de la Pezuela.
Se enfrentaría a: Batería Independencia, con 6 cañones de á 32 libras. Torre Junín, con 2 cañones Armstrong de á 300 libras. Batería Pichincha, con 5 cañones de á 32 libras. Fuerte Ayacucho, con 2 cañones Blackely de á 500 libras.
La tercera división y sus fuerzas oponentes: Su misión consistía en enfrentarse con los buques de guerra peruanos, ofender a la población y muelle del Callao. Fragata Almansa, 50 cañones, comandante, el capitán de navío don Victoriano Sánchez Barcáiztegui. Goleta Vencedora, 3 cañones, comandante, el teniente de navío don Francisco Patero.
Se enfrentaría a: El cañón del Pueblo, un Blackely de á 500 libras. La escuadra del Perú compuesta por: monitor Loa, monitor Victoria, vapor Tumbez, vapor Sachaca y vapor Colón.
Quedando una batería la Zepita, de 6 cañones de á 32 libras, quedando sin oponentes.
El día dos de mayo del año de 1866, amaneció con neblina ocultando la población y fuertes que debían ser el objetivo de la escuadra.
A las nueve de la mañana se realizó una alocución en todos los buques, leída por los comandantes de estos a sus respectivas dotaciones:
« Marineros y soldados: Después de una larga y ardua campaña, hoy se nos presenta la ocasión de cerrarla dignamente, castigando cual se merece la osadía y perfidia de un enemigo, que nada ha dejado de poner en práctica para vilipendiar a nuestra querida España: a España, que hoy espera de nosotros que la venguemos dignamente.
Un mismo deseo nos anima a todos, y yo no puedo dudar que, con vuestro valor, decisión y entusiasmo, lo veréis satisfecho, volviendo al seno de vuestras familias después de consignar una página de gloria en la historia de la marina moderna, dejando su honra a la altura que nuestra patria tiene derecho a esperar de nosotros. ¡Viva la Reina! — Vuestro Comandante General, Casto Méndez Núñez »
Las defensas terrestres del Callao consistían en cincuenta y seis cañones, a los que había que añadir los de la escuadra, en total eran (con diferencias en las fuentes) entre 94 y 96. Por parte de la escuadra española montaban en total 249, pero como solo podían disparar al mismo tiempo por una banda (en este caso se presentó la de estribor), quedaba reducido a 123, quedando este número aumentado por los 2 que cambio de banda la Numancia y los 3 restados en la partición son los pertenecientes a la goleta Vencedora, que por estar en el eje si podían disparar en ambas bandas, siendo los reales 128. Si a esto añadimos que según el propio Horacio Nelson comentó en una ocasión, que: « Un cañón en tierra valía por diez embarcados » Las diferencias aumentan infinitamente a favor de las defensas de la plaza. Es lógico ya que las tareas de carga eran más cómodas y rápidas, pues no tenían el movimiento de balanceo y cabeceo de los buques, lo que les proporcionaba una mejor puntería, de ahí la diferencia marcada por el almirante británico que en poco se desviaría de la autentica.
En la espera, por culpa de la neblina, la Numancia iba a presentar la banda estribor al enemigo, por lo que se traspasaron dos cañones de babor a ésta, así presentaría 19 cañones en el combate en vez de 17, al mismo tiempo se arrió la lancha de vapor al agua, para amarrada al costado de sotafuego con su oficial al mando, el alférez de navío don Joaquín Lazaga, estuviera pronta a desempeñar las comisiones que el mando le pudiera ordenar.
A las 1115 horas, ya despejaba la atmósfera, entonces se vió ondear en el tope del palo mesana de la Numancia, las banderas que prevenían entrar en zafarrancho de combate, por lo que todos los buques, se dirigieron a sus puestos ya preestablecidos; entonces se oyeron los toques de genérala y calacuerda en todos los buques, izándose a tope de palo las banderas de combate.
La Numancia, marchando a la cabeza de la división del Sur, que corría la menor distancia, llegó la primera a su puesto, frente a las fortificaciones de Santa Rosa y gobernando a presentar su batería de estribor al enemigo, en cuanto estuvo a distancia disparo el primer cañón de proa, rompiéndose el fuego a las 1155 horas.
Se generalizó el fuego por ambas parte, la Blanca llegó a situarse a ochocientos metros de las baterías, desafiando casi temerariamente la mala puntería de las defensas, lo que llevó a su comandante don Juan Bautista Topete a acercarse mucho más, pues la mayor parte de los proyectiles le pasaban por alto, aunque la razón era casi seguramente por la dificultad de poder alcanzar mayor depresión los tubos de las piezas, de ahí que decidiera acercarse lo máximo posible, lo que le permitiría quedar más oculto al tiro enemigo y él ganar que el suyo fuera más eficaz.
El fuego de la escuadra era tan certero que a las 12:10 horas, voló la torre blindada del Sur, al parecer fue una bala de la Blanca, la que penetro en el interior de la torre y alcanzó los repuestos de pólvora, haciéndola saltar por los aires.
Para no entrar en los detalles del combate, sólo se mencionaran los que correspondan al biografiado. Comenzando por decir, que no se metió como era su obligación en el puente blindado de la fragata, permaneciendo en el de mando a descubierto, para dar ejemplo a sus hombres en todos.
Pasó la Numancia aquel peligroso círculo realizando una tangente, pero por falta de buenos planos de la zona fue a dar con un fondo de cinco brazas, quedando casi embarrancada, siendo necesario ciar apresuradamente pero la hélice solo removió el fango, se tuvo que dar toda la potencia a la maquina alcanzando su máxima potencia, razón por la que todos sus grandes cojinetes se recalentaron, costando excesivo trabajo sacar al buque de aquella crítica posición; al percatarse el enemigo de la mala situación en la que se encontraba el principal buque enemigo, multiplicó sus fuegos contra él y fue en esta ocasión cuando: « En los momentos en que una granada de nuestra escuadra hacía volar la parte superior de la torre del Sur, un proyectil enemigo, rompiendo la baranda del puente y llevándose la bitácora allí situada, me hirió directamente, pasando entre mi costado y brazo derecho, y causándome los astillazos varias heridas en las piernas (seis) y caja del cuerpo. Por el pronto abrigué la esperanza de poder continuar en mi puesto; pero transcurridos algunos minutos, caí en brazos del comandante de este buque, capitán de navío don Juan B. Antequera. Cuando me conducían al hospital de sangre, el señor Mayor general, acercándoseme para averiguar cuáles eran mis heridas, le dije consideraba no eran de cuidado; que se pusiese de acuerdo con el comandante de la Numancia y continuase la acción, sin dar parte del suceso a los demás buques » Sacado del Parte de Campaña escrito por don Casto.
Recayendo el mando de la escuadra en el Mayor General de ella, don Miguel Lobo Malagamba, porque el jefe más antiguo se hallaba en el otro extremo de la línea y la prudencia aconsejó no revelar tan triste noticia a la escuadra.
A las 1500 horas se retiro de la línea la Blanca, por haber consumido toda la munición.
A la misma hora la Almansa recibió una granada del cañón del Pueblo, un Blackely de á 500 libras, que le reventó en la batería, produciéndose un incendio que amenazaba con hacer saltar al buque por los aires, al ir propagándose de uno a otro de los depósitos de las piezas; avisado el comandante de lo ocurrido, se le aconsejo inundar la Santa Bárbara para evitar la voladura de la fragata, se le insistió en varias ocasiones pues él no contestaba nada al respecto, al último que le pregunto le respondió « hoy no es día de mojar la pólvora », por toda solución, accedió a salirse de la línea para que toda la dotación se afanara en apagar aquel maldito fuego, lo que se consiguió muy rápidamente, no en balde por las respuesta del comandante, o se apagaba o volaban todos, al estar fuera de peligro regresó a la línea solamente treinta minutos después de haberla abandonado. Éste era nada más ni nada menos que don Victoriano Sánchez Barcáiztegui.
A las 1600, sólo tres cañones enemigos respondían a los nuestros en toda la línea de las fortificaciones.
El Mayor General ordenó que las fragatas Numancia, Resolución, Almansa y Vencedora, rompieran el fuego contra la población, aunque convencido estaba de no producirían grandes efectos, por haber consumido todos los buques las granadas y quedar reducidos a tirar sólo con proyectil igual que se hizo en Valparaíso.
A las 1630 horas, se le comunicó a Méndez Núñez, que sólo contestaba la plaza con tres cañones; entonces don Casto preguntó « ¿Están contentos los muchachos? » El oficial que era transmisor de la comunicación le contesto que « ¡Sí! » A lo que añadió: « Pues entonces, sólo falta que en España queden satisfechos de que hemos cumplido con nuestro deber. Diga usted a Antequera que cese el fuego, suba la gente a las jarcias y se den los tres vivas de ordenanza antes de retirarnos »
A las 1640 horas, no habiendo ya enemigo a quien combatir, pues sólo seguían disparando de tarde en tarde los tres cañones de Santa Rosa, acercándose el ocaso y comenzando a subir la neblina a cerrar el horizonte, se izó la señal desde la capitana de cesar el fuego, las dotaciones cubrieron las jarcias dando tres vivas a la Reina, siendo ardientemente contestados por todas las dotaciones, cumpliéndose así la ordenanza y lo dicho por el comandante General, se dio por terminado el bombardeo del mejor puerto defendido del Perú.
Pusieron rumbo al fondeadero de la isla de San Lorenzo, al llegar se lanzaron las anclas, dando comienzo a repasar los buques y por orden de prioridad empezar las reparaciones, de los daños recibidos en el combate.
A la mañana siguiente se dio la orden del día, que decía:
« Soldados y marineros de la escuadra del Pacífico: Una provocación inicua nos trajo a las aguas del Callao; la habéis castigado apagando los fuegos de la numerosa artillería de grueso calibre, presentada por el enemigo, hasta el punto que sólo tres cañones respondían a los nuestros, cuando la caída del día os obligó a volver al fondeadero.
Habéis humillado los que, arrogantes, se creían invulnerables al abrigo de sus muros de piedra, detrás de sus monstruosos cañones; ¡como si las piedras de los muros y el calibre de la artillería engendrasen lo que ha menester todo el que pelea: corazón y disciplina!
Impulsados por ambas condiciones, que tan sobradas concurren en vosotros, y movidos por el más puro patriotismo, habéis vengado ayer largos meses de inmundos insultos, de procaces denuedos.
Y si después del castigo que vuestro valor a impuesto al gobierno del Perú, apagando los fuegos de sus cañones, y primero que todos, los de aquellos cuyos proyectiles creía que sepultarían nuestros buques en esta agua, y de haberle destruido una parte de su más importante población marítima, osa presentar ante nosotros las naves blindadas, que con tanta arrogancia anuncia ese mismo gobierno como infalibles destructoras de las nuestras, dejadlas acercarse, y entonces responderéis a sus cañones monstruosos saltando sobre sus bordas y haciéndolas bajar el pabellón.
Tripulantes todos de la escuadra del Pacífico: habéis añadido una gloria a las infinitas que registra nuestra patria: la del Callao.
Os doy las gracias en nombre de la Reina y de esa patria.
Ambas os probarán en todos tiempos, en todas circunstancias su común agradecimiento.
Ambas y el mundo entero proclamarán siempre, y así lo dirá la historia, que los tripulantes todos de esta escuadra, no dejaron por un solo momento de ser modelo de la más extrema abnegación, del más cumplido valor. — Vuestro Comandante General, Casto Méndez Núñez »
Los daños recibidos por la escuadra se traducían del siguiente modo: la Numancia había recibido cincuenta y dos impactos; la Almansa, sesenta; la Resolución, treinta; la Villa de Madrid, cinco, pero uno de ellos le inutilizo la máquina, por lo que tuvo que abandonar la línea remolcada por un vapor, al igual que la Berenguela, que también se tuvo que retirar por sufrir graves averías; siendo, cuarenta y tres los fallecidos, ochenta y tres los heridos más sesenta y ocho los contusos, entre los fallecidos se encontraban los guardiamarinas don Enrique Godinez de la Villa de Madrid, dándose el caso que murió en el mismo sitio, donde fue herido en el combate de Abtao don Ramón Rull de la Almansa.
Entre los heridos figuraban el propio Méndez Núñez, el comandante de la Blanca, don Juan Bautista Topete y el alférez de navío don Félix Bastarreche, de la dotación de la Villa de Madrid, resultando contusos varios oficiales más.
Del enemigo no se tiene datos fiables, pero sólo la voladura de la torre Sur, debió de causar más de cien muertos, entre ellos el Ministro de la Guerra, coronel Gálvez, que estaba acompañado por todo el Estado Mayor; el ingeniero General Borda, los coroneles Zavala, Montes y otros, a más la cantidad de dotación para mover aquellos temibles cañones. En algunas fuentes se habla de otras dos mil bajas, dado que el Ministro fallecido en el combate estaba convencido que habría un intento de desembarco, sic., para contrarrestarlo habían sido puestos en línea unos cuatro regimientos de infantería, siendo estos lo que mayores pérdidas sufrieron, pues al disparar con granada la escuadra, los proyectiles caían donde querían pero siempre cercanos a las piezas, de ahí que los que no daban en ellas lo hacían sobre las trincheras de la infantería.
Éste fue el glorioso epílogo de una penosa y larga campaña, de mucho mérito, pues la circunstancias, la falta de abastecimientos y sobre todo la lejanía de ellos, llegó a producir efectos muy nocivos en las dotaciones, como un principio de escorbuto y un cansancio, casi secular, que ya venia sufriendo desde el bombardeo de Valparaíso, pero que en nada se noto en el ataque a la plaza fuerte del Callao.
Al ver lo aprisa y eficazmente que se trabaja en la reparación de los cascos, don Casto fijó zarpar el día diez de mayo, del fondeadero de la isla de San Lorenzo, pues para ese día ya todos los buques habrían reparado sus averías, salvo la goleta Vencedora, que fue la única que no recibió ni un solo impacto de los enemigos, por lo que estaba dispuesta a realizar el viaje de vuelta a casa desde el primer momento.
Méndez Núñez, mandó formar dos divisiones, una bajo su mando compuesta de las fragatas Villa de Madrid, Almansa, Resolución y Blanca, que doblarían el cabo de Hornos y se dirigirían a la bahía de Río de Janeiro.
La segunda al mando de don Juan Bautista Antequera y Bobadilla, con la fragata blindada Numancia de su mando y la fragata Berenguela, con rumbo a las islas Filipinas, realizando escala en la isla de la Sociedad. Al entregarle el mando le dice a Antequera: « Nadie mejor que V. S., con quien me unen, además de los estrechos lazos de amistad y de compañerismo, los del reconocimiento que debo al que siempre, y en los momentos más críticos, he visto a mi lado para darme, con franca lealtad y verdadero espíritu militar, su opinión y decidida cooperación; nadie mejor que V. S., repito, podrá expresar a la dotación de la Numancia los sentimientos que hacía ellos me animan. . . .No sólo es el General el que a ellos se dirige, es su antiguo Comandante, su Antiguo compañero, título con que me honro »
Cuando zarpó de Manila (Filipinas) puso rumbo al cabo de Buena Esperanza y una vez en el Atlántico, lo cruzó fondeando en la bahía de Río de Janeiro, dando así la vuelta al mundo por primera vez un buque acorazado, dejando boquiabiertos a los almirantes de los países, que disfrutaban de poder poseer este tipo de buques; por esto se le concedió al buque el uso de una placa con la inscripción: « Loricata navis quae primo terram circuivit »
Méndez Núñez, por esta brillante actuación en la campaña del Pacífico, fue ascendió al grado de jefe de escuadra, se le concedió la Gran Cruz de Carlos III y la Reina le escribió una carta autógrafa que dice: « Méndez Núñez: La escuadra de tu mando ha sostenido el honor de nuestra bandera en el ataque a El Callao, respondiendo a mis esperanzas, inspiradas ahora, como siempre, por el más ardiente patriotismo. Te doy particularmente las gracias. Y te encargo las des a los jefes y oficiales, soldados y marineros que han cumplido tan notablemente con su deber. Yo tenía la seguridad de que todos esos valientes sabían arrostrar la muerte recordando las glorias de nuestra Marina, a la cual tanto afecto profeso, invocando mi nombre como símbolo nacional. Sepan ellos también, que sus triunfos y sus padecimientos penetran en mi corazón como en el una madre cariñosa, pues sólo esta clase de sentimientos abriga para sus súbditos vuestra Reina. — Isabel. — Palacio de Madrid a 9 de julio de 1866 »
Don Casto Méndez Núñez le contestó: « Comandancia General de la Escuadra de Su Majestad Católica en el Pacífico. — Señora: Los jefes y oficiales, soldados y marineros de la escuadra de V. M. en el Pacífico, han recibido con la más respetuosa veneración y entusiasta gratitud la afectuosa expresión de los sentimientos de «madre cariñosa» con que V. M. honra a todos en la carta autógrafa que se dignado dirigir al que suscribe con motivo del ataque de El Callao. Siempre dispuestos a derramar hasta la última gota de su sangre por la Patria, invocando el augusto nombre de V. M. como símbolo nacional, yo, en su nombre y en el mío, reverentemente a V. M. suplico se digne admitir benignamente esta manifestación de nuestro profundo reconocimiento por la insigne merced que a todos, y muy particularmente a mí, se ha dignado hacernos. Así lo esperan, señora, vuestros más respetuosos y leales súbditos, que ruegan a Dios guarde muchos años la vida de Vuestra Majestad. — A bordo de la fragata de Vuestra Majestad Villa de Madrid en Río de Janeiro, a 24 de agosto de 1866. — Señora: A los Reales Pies de V. M. — Casto Méndez Núñez »
Se quedó en el puerto de Río de Janeiro, por un tiempo con las fragatas Almansa, Navas de Tolosa y Concepción, con las que realizó varias salidas por aquellas aguas, aunque no repuesto totalmente de sus heridas, en algunas de estas salidas hicieron algunas presas, fondeó varias veces en Montevideo, en Buenos Aires, llegó a Santiago de Cuba, regresó a San Thómas y regresó a Río de Janeiro, permaneciendo varios meses de navegación continua, siempre al mando de la escuadra.
En una de sus visitas a la capital bonaerense, se enteró que en ella vivía don Gabriel Álvarez, un veterano del combate de Trafalgar, al que sin pensarlo fue a visitar y a quién don Casto casi interrogó sobre el famoso combate, al fin consiguió que le contará una parte y fue esta: « ¡Qué gran persona el general Gravina! ¡Qué afable! ¡Qué sencillo! Yo servía a sus órdenes directas en el navío Príncipe de Asturias, que arbolaba su insignia, y en uno de los momentos más duros de la acción tuve necesidad de cruzar para transmitir una orden; quise dar la vuelta y pasar por detrás de su persona, que es lo correcto y lo que se ajusta a Ordenanza, pero el almirante no lo consintió; me detuvo diciendo: ‹ No ande en cumplimientos, amigo › y se crispo su rostro, porque en aquel instante un proyectil le hirió en su brazo » El señor Álvarez le quiso hacer un regalo, pero no encontraba nada apropiado, al fin lo encontró, siendo un crucifijo que le había acompañado siempre y le tenía en gran estimación, el cual aceptó don Casto maravillado del gesto de don Gabriel y sobre todo por no desairarlo.
Recibió una carta de «alguien» que no se sabe, ya que en la contestación de don Casto, (borrador) se tachó el nombre a quién iba dirigida, solo están unas iníciales y el escrito, que dice así: « Señor D. X. I. Z. — A bordo de la Fragata Navas de Tolosa, Montevideo y abril de 1868. — Mi estimado amigo: Recibí su favorecida del 8 de marzo último, y agradezco sus bondadosos consuelos y sentido pésame por mis desgracias de familia. También agradezco a usted sus ofrecimientos, pero no están los tiempos para proponer reformas por más que aquéllas sean indispensables, limitándome yo a hacer presente aquellas que, sin faltar a mis deberes, no podrían dejar pasar desapercibidas. Por lo demás, el ceño de los ministros, las contestaciones agrias y las comunicaciones inconvenientes no me hacen la menor mella. A mí se me podrá mortificar, se me podrá maltratar, se me podrá faltar a la consideración a que acaso podría alegar algún derecho, pero mis convicciones no ceden ante ningún interés propio, y firme en la conciencia del cumplimiento de mis deberes y con fe en el porvenir, no hay ni puede haber ninguna consideración personal que me haga desviar de la senda de los principios de honradez que mis padres me enseñaron y de los que me imponen mi empleo y mi uniforme. Sé perfectamente cuáles son las consecuencias de esta conducta en los actuales tiempos, pero esto es para mí de poca o de ninguna importancia. No me importa ser pobre, y si algún día llego a tener hijos y no pueden ser doctores, procuraré que sean zapateros, pero zapateros hombres de bien. Deseo que usted salga pronto avante de la empresa, y es siempre de usted con el mayor respeto y consideración atento y s. s. q. b. s. m., Casto Méndez Núñez » Como se puede apreciar esta carta la recibió estando todavía en Montevideo.
Cansado ya de casi todo, decidió al enterarse de la firma de la Paz entre Chile y Perú con España, que su misión había concluido, puesto que permanecía en Río de Janeiro a poco más de un mes y medio de navegación para regresar si era necesario a las aguas del Pacífico, lo que le llevó a pedir el relevo en la escuadra o mejor todavía para ahorrar dinero a la Real Hacienda que la escuadra fuera disuelta por innecesaria, su escrito a S. M. dice: « Comandancia general de la Escuadra de Su Majestad Católica en el Pacífico. — Señora: Don Casto Méndez Núñez, jefe de la escuadra de la Armada y comandante general de la del Pacífico, a V. M. reverentemente expone: que estando en la conciencia de todos que no volverán a renovarse, a lo menos por ahora, las hostilidades entre España y las Repúblicas enemigas, y siendo el estado de guerra la única circunstancia que hasta el día le ha hecho abstenerse de rogar a V. M: tuviera a bien relevarle del mando de esta Escuadra, aunque por ello se haya visto obligado a hacer abstracción de todo, ante un sentimiento de honra que se sobrepone a cuanto le sea personal; viendo hoy terminado de hecho el estado de guerra, a V. M. respetuosamente: Suplica se digne concederle el cuartel para la provincia de Pontevedra, a fin de que en el seno de su familia pueda encontrar el reposo y la tranquilidad que harto necesita; favor que espera le sea concedido por V. M., cuya vida ruega a Dios guarde muchos años. — A bordo de la fragata de V. M. Navas de Tolosa, en rada de Montevideo, 11 de julio de 1868. — Señora. A los R. P. de V. M. — Casto Méndez Núñez »
Tan convencido estaba de que pronto regresaría a España que escribió a sus hermanas, con carta fechada el día 15 de julio: « Ahora espero abrazaros pronto porque en este correo pido mi relevo y cuartel para Pontevedra, pues si hasta hoy, haciendo abstracción de todo, he permanecido aquí por un sentimiento de honra, ahora que está en la conciencia de todos que no se renovarán las hostilidades, no quiero ver con impasibilidad lo que creo inconveniente. No dudo me lo concedan inmediatamente, y en ese caso, pronto me veréis por ahí, que es hoy mi más vehemente deseo »
Como queda demostrado no pide el relevo por «estar enfermo», sino por haber cumplido con su deber y ante la ineficacia de la escuadra en aquellas aguas, lo conveniente para todos era que regresase la escuadra, pero se le olvidó que se estaba negando a tomar parte en algo que él no entraría nunca, pero que sus propios compañeros ministrables iban a tratar de impedir que regresase a España, pues su fama y formas estaban de parte de la Reina, y esto podía ser un grave inconveniente si estaba presente por ser en esos momentos con casi total seguridad el más conocido y famoso de toda la Corporación.
Como explica Mendivil en su obra: «. . .el clásico procedimiento de la burocracia española, civil o militar; más clásico aún entre militares que entre civiles; es conocidísimo; consiste en dar de oficio, en papel sellado, determinadas órdenes e instrucciones, y al mismo tiempo, en carta particular, explicaciones más o menos vagas, que rebajen o anulen aquellas órdenes, terminado siempre con una frasecilla de ritual: « Usted tiene, amigo mío, amplia autonomía, y obrará en cada caso con arreglo a su sano juicio » Se logra así que el burócrata, el emboscado del Ministerio, no tenga nunca responsabilidad alguna, porque siempre dispone de un texto favorable que esgrimir, y logra también que el destinatario del mensaje sea prisionero del burócrata, que procederá contra él en cuanto el éxito abandone su gestión, invocando o el oficio o la carta, según convenga »
Pronto recibió la notificación del Ministerio, en la que entre otras cosas le dice: « Considerando que sólo por motivos de salud, de que V. E. no hace méritos, podría otorgársele la gracia que solicita. . .» Al leer la carta de oficio, don Casto también de oficio contesta: « Excelentísimo señor: He recibido la Real orden que con fecha 24 de julio se sirve V. E. comunicarme, y en la que me notifica que Su Majestad, de acuerdo con el Consejo de Ministros, ha tenido a bien no acceder a mi solicitud de relevo del mando de esta Escuadra y cuartel para la provincia de Pontevedra. Acatando como debo y acostumbro las Soberanas disposiciones, veo con sentimiento en ésta de que me ocupo, que el Gobierno de Su Majestad me niega una petición a que me dan derecho las Reales órdenes vigentes sobre el particular para todos los oficiales de la Armada destinados en Ultramar, sin necesidad de recurrir al manoseado pretexto de falta de salud a que yo no apelaré ciertamente, aunque acaso podría hacerlo con fundamento, por un sentimiento de dignidad y de respecto al uniforme que visto, que no me permite alegar como motivo lo que no es verdad en absoluto. Por lo demás, Excelentísimo Señor, yo espero, con espíritu tranquilo y con la calma y resignación propias de quien tiene la conciencia de cumplir horadamente sus deberes, que al fin llegará un día en que Dios quiera concederme lo que hoy me niega el Gobierno de que V. E. forma parte, después de una no interrumpida campaña militar de diez años con mando de fuerzas sobre todos los mares del globo, excepto los de la Península »
Pensamos que podría ser más larga, pero mejor escrita por sincera y clara es imposible, porque efectivamente salvo el destino en el Ministerio toda su carrera militar la desarrolló en las Filipinas y en los mares del Sur, en todos demostró estar por encima de su responsabilidad con un gran acierto a la hora de tomar decisiones nada fáciles.
La España de aquellos días era un volcán, los políticos no se ponían de acuerdo en casi nada y estaba a punto de saltar una revolución, que provocaría una vez más la sinrazón de los habitantes contra el régimen establecido, con sus múltiples tropelías y asesinatos. De hecho fue elegido (sin presentarse) diputado a las Cortes, por la circunspección de Coruña y Pontevedra a la que renunció, dado que no quería saber nada de política, pero el Gobierno no se la admitió expresando que: «. . .sólo puede admitirla el Congreso, ante él, y después de aprobada el acta. . .» pero no hubo poder ni interés en que fuera relevado del mando de la Escuadra, por ello la Cámara se quedó sin su presencia, saltándose los mismos políticos las Ordenanzas de la supuesta Cámara democrática.
Todo ello provocaba a Méndez Núñez en esos momentos, una animadversión hacía los generales políticos, profesionales de preparar revueltas o golpes de estado, con la insana actitud de conseguir por el medro poder y dinero, (como él mismo dice) «. . .pero ignorantes, faltos de preparación e indocumentados para desarrollar su trabajo, pues se salía del de su formación y principios » añadiendo: «. . .pues debían limitarse a ejercer su profesión y cumplir sus deberes con ahincado celo, manteniéndose dentro de su campo, sin acercarse a la heredad ajena. . .debiendo las instituciones militares no olvidar su misión y no emplear las armas en imponer su voluntad al pueblo »
Al terminar la revolución de 1868 llamada La Gloriosa, en la que por primera vez en nuestra Historia un marino tuvo mucho que ver (hasta ésta nunca la Armada había participado en golpe alguno contra el poder establecido), siendo nombrado Ministro de Marina el capitán de navío al mando de la Blanca en el Callao, el que había sido ascendido a brigadier por su gran valor en él, don Juan Bautista Topete gran amigo de don Casto, por ello le envío un larga carta para ponerlo al día de las circunstancias de España, intentando ponerlo de parte de la Revolución. Por ser tan extensa recortamos los tramos más importantes de ella que no hacen perder el hilo de lo acontecido:
« Excmo. Sr. D. Casto Méndez Núñez.
Cádiz, 6 de octubre de 1868.
Querido Casto: Grande será la ansiedad en que habrá usted estado desde la llegada del anterior correo, portador de la noticia de los gravísimos sucesos iniciados en España. Grande será su sorpresa al saber que todo está hoy terminado. Doce días han bastado para derribar del trono a doña Isabel II, haciéndola emigrar con toda su familia, precedidos de los innumerables y malvados consejeros que a este extremo les han conducido. . .Pues bien amigo mío; en la imposibilidad de darle a usted minuciosos detalles de sucesos tan graves, en los límites de una carta, he creído oportuno comisionar al teniente de navío don José Pardo, oficial de confianza y ya conocido de usted, para que sea el portador de la presente y de los documentos de la revolución y periódicos, y al mismo tiempo de viva voz pueda dar a usted cuanto antecedente y noticia desee. Como verá usted en mis manifiestos, tanto a Cádiz como a la Marina, doy a usted el puesto que le corresponde, y tan sólo en su representación he creído deber ponerme al frente del Cuerpo. . .Para la destrucción, el país estaba preparado; ahora, para construir, hay que enseñarle, guiarle. Dios nos dé acierto, como puras son nuestras intenciones.
Designado ya para ministro de Marina, la primera orden que firmaré a mi llegada a Madrid será el regreso de usted a la Península, para ponerlo al frente del Almirantazgo que debe regir la Marina; por tanto le ruego que, sin esperar la noticia oficial, entregue usted el mando de esas importantes fuerzas a nuestro amigo Lobo, al que escribo por separado. Mucha, muchísima falta nos ha hecho usted; no se haga usted desear, y ya que la suerte o la desgracia lo ha tenido a usted alejado en la primera etapa de nuestra colosal empresa, venga usted a ser lo que le corresponde en la principal, en la más importante, en la regeneración. Concluyo ésta, querido Casto, asegurándole siempre mi gran cariño. Si usted no viniese con la Navas, por creer conveniente su permanencia ahí hasta su relevo, y Lobo tuviese gran interés en venirse, tampoco encuentro inconveniente en que se quede José Izquierdo mandando lo que sí le suplico es que le deje instrucciones muy categóricas al que se quede, haciéndoles entender a todos la necesidad en que todos estamos de ser muy decididos, pero muy prudentes. Adiós, querido Casto; Pardo es una carta viva, pues de todo le he hablado. Usted sabe que mi amistad y lealtad para con usted nunca se desmentirá, pues le quiere muy de veras, Juan Bautista Topete. ‹ Usted leerá de ésta a los comandantes lo que crea conveniente › »
Don Casto no salió y espero la llegada de Pardo para que le informara, éste le puso al día de todos los acontecimientos ocurridos en España, pero de sus labios no salieron palabras algunas excepto unos ¡Sí! que casi cortaban el viento, no era hombre dado a discusiones. Don Juan Bautista Topete que alardea de conocerle y quererle, no parece que fuera así, no en balde don Casto había ya manifestado a los treinta y dos vientos, que no era participe de insubordinaciones como la que había ocurrido, ahora solo era posible seguir arrastrando el lastre por haberse utilizado su nombre en pragmáticas al pueblo sin haberle pedido permiso, obligándole a tomar parte de algo en lo que no creía ni compartía, demostrando a la nación y a él mismo que no había otra causa mejor, convirtiendo a la Corporación en su fondo una insubordinada en la que ya nadie creería y por ahí don Casto no estaba dispuesto a pasar. Por todo ello sí aceptó más tarde, para poder dejar cada cosa en su sitio, algo que le era imposible si no ocupaba el puesto.
Aún le llegó el decreto por el que era relevado del cargo de Comandante en Jefe de la Escuadra del Pacífico, lo transcribimos por lo inusual de su forma pesando que es único en su clase: « Siendo de alta conveniencia que el Gobierno provisional cuente en la capital de la nación con funcionarios que por sus méritos e importantes servicios se hayan conquistado un puesto distinguido en el país, y encontrándose en este caso el jefe de escuadra de la Armada, Excelentísimo Señor D. Casto Méndez Núñez, en uso de las facultades que me competen como individuo del Gobierno provisional, de acuerdo con él y como ministro de Marina; Vengo en disponer. . .»
Ante la previsible llegada de don Casto, don Juan Bautista avisó al almirante don Casimiro Vigodet, comandante en jefe del Departamento de Cádiz, para que todos los generales, jefes, oficiales y dotaciones que en él se encontraban, recibieran a don Casto como al héroe que era, nombrándolo Vicealmirante (nuevo grado, que era el equivalente al anterior de teniente general) de la Real Armada. Don Casto entregó el mando de la escuadra a don Miguel Lobo Malagamba el día cinco de noviembre, zarpando con la fragata Navas de Tolosa al siguiente día desde la bahía de Río de Janeiro, llegando a la de Cádiz el día quince de diciembre.
Al llegar no se le pudo recibir como el Ministro quería, ya que la zona estaba tomada por Salvoechea, por lo que atravesó en una tartana escondido entre sus cortinas a las desbandadas tropas, llegando a Madrid el día dieciocho (lo que nos hace pensar que solo paró en alguna ocasión, pero ni siquiera para dormir, ya que en solo tres días recorrió la distancia de Cádiz a Madrid, en 1868); el mismo día de su llegada a la capital tomó posesión del nuevo destino como vicepresidente de la Junta provisional de gobierno de la Armada, pasando después del acto oficial a descansar del viaje.
Al presentarse al día siguiente, se le notificó su ascenso, pero una vez más volvió a salir el hombre, que con su entereza y probidad, resolvió enviar un oficio al Gobierno rehusándolo, siendo dirigido a don Juan Bautista Topete, Ministro de Marina, diciendo: « Ruego a V. E. y al Gobierno tomen en consideración que apenas hace siete años me honraba yo con las modestas charreteras de Teniente de Navío, y que para que pueda ser útil a mi Patria y al Cuerpo de la Armada no es indispensable la concesión de un nuevo empleo, que sólo desearía obtener cuando nuevos servicios prestados al país me hicieran digno de él, no solamente en concepto del Gobierno, sino también en el de la opinión pública y en el mío propio »
Con esta renuncia se separaba de los arribistas, que solo buscaban estas ocasiones para lucir más entorchados, marcando meridianamente la diferencia con ellos, solo se hacía cargo del puesto pero no de los bienes ni medios en los que se le otorgaba, pues él solo lo hacía por intentar mejorar la imagen de la Armada mezclada con esta revolución que de ninguna forma compartía. Sí recibió en cambio, muchas cartas de compañeros en las que le manifestaban no estar conformes con lo que se había hecho y que lo justo era entregar el trono al Príncipe de Asturias, don Alfonso.
Comenzó el año de 1869 y al igual que al tomar el nuevo destino ya tuvo sus diferencias, las cosas empeoraban por días, se promovieron motines en Andalucía, posteriormente y casi seguido en Cataluña, siguiendo Valencia y Zaragoza, fueron asesinados varios gobernadores, cuarenta mil paisanos en armas, el duque de la Torre Regente del Reino, estaba encarcelado por orden de don Juan Prim Prat, como anteriormente fue prisionero el general Espartero del mismo duque, lo que indica la estabilidad política de España y la cantidad de golpes que se dieron en ese desgraciado siglo XIX, sin lugar a dudas el peor de la Historia de España.
Como eje de la nueva Armada don Casto volvió a poner en marcha el Almirantazgo. Recibía más y más correspondencia de compañeros, para que se uniera a la revolución, todos con grandes palabras, que como ya había dicho don Casto en otra ocasión, en él no causaban mella, puesto que su sentido del honor y rectitud le hacían desoír los cantos de sirenas, estando convencido que no sería posible que la revolución durara mucho tiempo.
Pero no cejaba en querer cumplir con su obligación, así que diseñó un plan que cercenaba casi por completo los miles de sucesos por los que se escapaban los duros de la época, a ello añadía la inquebrantable fe obligatoria del buen militar, el sacrifico, para ello imponía en ciertos puestos un « medio sueldo » y con ello ahorrar, o mejor dicho gastar mejor el dinero de los españoles, dedicándolo a la construcción de nuevos buques, que eran necesarios para mantener el estatus conseguido en esa época. Pero a todas estas medidas, la mayoría de la Corporación dejaron de mirarle a la cara, lo que sí cabe aún le confirmó más su buen hacer, aumentando su desprecio a todos aquellos que vistiendo uniforme se dedicaban a la política.
Al llegar a su casa el día treinta de marzo, el portero le entregó una carta, no llevaba remite ni destinatario, miró al hombre y éste se encogió de hombros, optando por quedársela y al llegar a su despacho se sentó y la abrió.
« Excelentísimo Señor D. Casto Méndez Núñez.
La cualidad anónima de esta carta me elude de la necesidad de guardar etiqueta alguna, y alejará de V. E. toda sospecha de interés y de que trato de lisonjearle.
Gran número de personas reunidas hace muy pocos días hablaban de la deplorable situación en que se encuentra España. Tocáronse cuantos puntos estuvieron al alcance de aquellos hombres para conseguir la felicidad de la nación y a todos se les pusieron inconvenientes. Por último, de aquel núcleo de personas entre las cuales se hallaban de todos los partidos y todas las ideas, salió la opinión imparcial, nacida únicamente de las puras simpatías a V. E. y de la nobleza de sus sentimientos, acreditada siempre, y hoy más con la digna conducta política seguida en los últimos acontecimientos, que V. E. es el único en España digno de ocupar el alto puesto que otros reservan a personajes extranjeros.
Adjunto es un ejemplar de los impresos hechos con objeto de publicarlos. Los esperan con anhelo en Barcelona, La Coruña, Sevilla, Badajoz y otros puntos en que ya saben nuestro fausto pensamiento. El partido de V. E. se extiende por España como la luz de la alborada por los campos, pura y resplandeciente, sin la menos mancha que la empañe.
Ahora bien; de 3.000 ejemplares que he mandado tirar sólo han salido de mis manos 100, y eso fué sin mi permiso, y sólo con el buen deseo el que lo hizo de observar el efecto que producían. Ya habrá sabido V. E. que ha sido maravilloso, puesto que en cafés y en todas partes donde se ha sabido han aplaudido semejante idea y han creído el único medio conciliador para los partidos.
No obstante de este buen resultado, el objeto de esta carta es que sin que V. E. conozca a los que nos vanagloriamos de haber tomado esta iniciativa, podamos contar con la opinión de V. E., teniendo presente que nadie puede privarnos en las actuales circunstancias de que emitamos libremente nuestras opiniones y las defendamos en cuantos terrenos fuese necesario, pues a todo estamos dispuestos.
Por tanto, espero de V. E. se sirva aconsejarnos respecto a tan delicado asunto, y manifestarnos si consiente en que corran las hojas volantes, en cuyo caso se imprimirán y circularán por toda España con rapidez; pero si V. E. cree inconveniente este paso, con el más profundo dolor pondremos en su poder, de una manera anónima, pues que juramos no nos conocerá nunca para evitar torcidas interpretaciones, todos los impresos cerrados y lacrados para que no sepa nadie lo que es.
Hoy mismo esperamos que V. E. contestará a esta carta, poniendo la suya sin sobre escrito, y entregándola al portero para que éste lo haga a quien esta misma noches la pida.
Reciba V. E. nuestra más cordial enhorabuena y las muestras de la extremada simpatía que nos inspira y la expresión del afecto de Algunos de sus partidarios.
Hoy 30 de marzo »
A su vez la hoja volante dice:
« Españoles: Las revoluciones que no adquieren inmediatamente el fruto de su desarrollo, fatigan el ánimo de los ciudadanos, como la fiebre al enfermo débil. Ante el espectáculo actual, ante las inexplicables peripecias que a sus ojos se presentan, el más valiente corazón desmaya, la fe más íntima vacila.
Cuando nuestra patria gemía bajo el yugo tenaz de sus ciegos opresores, se entregó sincera a los brazos de los que la ofrecían salvarla, y con el anhelo de romper sus cadenas, les proporcionó todo lo que hubieron menester para conseguir sus fines. ¿Tan fatal había de ser el destino del heroico pueblo español, que facilitara a sus caudillos revolucionarios, como Solón en Atenas, todos los elementos necesarios para convertirse en modernos Pisistratos? No es posible que tal suceda.
Apenas el grito de libertad resonó en los mares gaditanos, estremeciendo los cimientos del difamado trono, los regeneradores aparecieron entre nubes de incienso y vítores, llenos de fe, llenos de entusiasmo, justificando su amor a la patria y la igualdad para con sus hermanos. Demócratas se llamaron y demócratas se llaman; pero ¡ay! demócratas como los de Esparta y Atenas.
¡Demócratas los que derribaron el castillo de una dinastía para levantarlo tal vez de nuevo sobre los mismos cimientos! ¡Demócratas los que acaso piensen sacrificarla al impulso de exageradas simpatías, de impremeditados compromisos!
Pero no desmayéis a semejantes dudas; no os entreguéis al desaliento ni al escepticismo. Los pueblos, mientras más sufren más se ilustran; mientras más se iluminan más aseguran su progreso, y España ha aprendido mucho desde la revolución de septiembre, y no puede retroceder.
La revolución, sí, conquistó y dió la libertad, pero ¿acaso está hecho todo? ¿Bastará esto para que sus legítimas consecuencias sean lógicas e impresentables? Os engañáis. . .¡ Son tan raros los Perm, Franklin y Wáshington!
Y cuando habéis comprendido esto, cuando veis que más y más se eleva en la esfera oficial la forma de la Monarquía, y que la de la República decae, hay que pensar en el medio salvador de fatales conflictos, con noble y absoluta independencia, a impulso sólo de un patriotismo acendrado y ante ideas sinceramente conciliadoras.
Allí se levantan unos proponiendo para el trono de España al Duque de Montpensier; más allá, otros, al de Aosta; aquí, a D. Fernando de Coburgo; allí a D. Carlos de Borbón; cuál al ilustre Duque de la Victoria; cual piensa en la restauración.
¿Qué es esto? ¿Por quién y para quién se ha hecho la revolución? La revolución la ha hecho España para España; el pueblo para el pueblo. Pues bien; de España debe salir el jefe del Estado; del pueblo debe salir su Rey.
¿Acaso no halláis ninguno en la nación con la aptitud suficiente? ¿Acaso porque haya de respetarse en el invicto héroe de Luchana el cansancio de sus años, el reposo de sus largas fatigas, para abrumarlo con el enorme peso de una corona, no encontráis otro español digno de ella y ha de pretenderse en extranjero suelo? ¿O créese, quizás, condición imprescindible para ese trono estirpe regia o aristocrática? Absurda sería tal idea cuando se trata de establecer una Monarquía democrática, según las significativas y generales tendencias de la mayoría.
¿Queréis que yo os designe un hijo legítimo del país? ¿Queréis que yo os nombre un ciudadano, simplemente, de pura sangre española, nacido del pueblo y digno y apto para ello? ¿Queréis que os señale un hombre político, cuyos talentos y valor heroico han sido reconocidos por toda la Prensa, por todos los partidos, por todos todas las naciones? ¿Queréis un hombre digno por su abnegación en pro de su patria, por la lealtad de su carácter, por su desinterés probado rechazando recompensas deslumbradoras, a la vez que honrosamente merecidas, por las simpatías, respeto y popularidad que se ha captado dentro y fuera de España? ¿Un hombre cuya elevación al trono sería la más económica al país por sus modestas aspiraciones y ningunas exigencias, cuya elección haría desaparecer animosidades, emulaciones y diferencias entre propios y extraños?
¿Queréis saber quién es? Ese ciudadano, ese español, ese hombre que reúne tan especiales condiciones, es el que, arrostrando sereno el fuego abrasador de los cañones Armstrong y Blakeley, al verse desfallecer por la pérdida de su sangre, pronunció estas palabras tan sublimes como el ¿Quid times? del Cesar: « Tapadme la cara, para que no desmayen los marineros al verme herido » Ese es el héroe del Callao, ese es Casto Méndez Núñez »
Don Casto al leer esta proclama, simplemente la estrujó con su mano y tiró a la papelera de su despacho. Él no estaba por esa labor a la que siempre se había opuesto y ahora no iba a caer en la trampa contra sí mismo. Lo que todavía dice más de su honor contra cualquiera que intentara jugar con su nombre, aunque todos los partidos estuvieran de acuerdo, se mantenía en la firmeza de su carácter y fe en su oficio, que ya lo había demostrado.
A pesar de no entrar en el juego, como siempre no pudo evitar encontrase en una mala situación, pues de pronto le salieron enemigos por todas parte, unos de su misma Corporación, otros porque no era aristócrata, otros, en fin por pertenecer a ciertas sectas no tan secretas, el caso es que debió de sentirse tan mal que no soportó más permanecer en el Ministerio.
Pero la vida es así, de vez en cuando gasta malas pasadas cuando menos se le espera y ni siquiera pudo presentar su dimisión, dado que a finales del mes de julio al estar subiendo la escalera del Ministerio, cosa muy rara en él que era un hombre robusto, casi no pudo llegar a su despacho; según nos narran, se sintió muy cansado, un mal estar general, una opresión extraña en las sienes, unos súbitos escalofríos que lo destemplaban, por todo ello decidió bajar de nuevo la escalera y regresar a su casa en la plaza de Santa Ana, al llegar a su domicilio fue llamado un médico y añadió a lo mencionado una fiebre no muy alta.
Don Casto en principio no le dio importancia, pues el día uno del mismo mes de julio había cumplido los cuarenta y cinco años, y en realidad era la primera vez que se sentía tan mal, se le dieron medicamentos pero no mejoraba, esto le llevó a desplazarse a su casa paterna en Pontevedra, abandonó Madrid el día veintiocho del mismo mes, con destino a Lisboa pues a esta capital había un tren directo; el día treinta manda un telegrama al Ministerio: « Sin novedad, me traslado bordo desde estación, Méndez » al llegar le estaba esperando el vapor de ruedas Colón, el cual abordó y lo desembarcó en Marín a tan solos siete kilómetros de su ciudad, desde aquí el comandante del vapor con fecha del día dos de agosto comunica al Ministerio: « El contralmirante Méndez Núñez ha llegado a su casa esta mañana, bastante mejorado » estaba ubicada su casa en la plaza de la Hierba (hoy lleva su nombre)
Con fecha del día cinco otro telegrama al Ministerio: « Sigo bien, mejorando muy lentamente; agradezco el buen deseo » El día diez vuelve a saberse de él: « Sigo bien, pero sin mejoría notable agradezco interés del ministro y del Almirantazgo »
Unos días después se le agudizó la enfermedad, con vértigos, desvanecimientos cortos pero profundos, dolores agudos en distintas zonas del su cuerpo, nadie pensaba en un fatal desenlace dada su fortaleza natural, el día diecisiete su hermano don Genaro Méndez Núñez envía un telegrama al Ministerio: « Casto, muy mal; médico, poca esperanza », el día diecinueve vuelve a enviar otro en estos términos: « Casto está expirando; a las nueve pidió confesor, confesándose tranquilamente; está haciendo testamento; deja al Museo Naval el sextante y reloj que le regaló la Marina » el día veinte envía otro que ya no da opciones: « Fatigosa agonía; desde las tres continúa sufriendo, casi sin vida, aunque con conocimiento » y al día siguiente veintiuno: « Contralmirante Méndez Núñez está con Dios desde las cinco y diez minutos, después de una muy penosa agonía »
Falleció, el día veintiuno de agosto del año de 1869, en la ciudad de Pontevedra, cuando sólo contaba con cuarenta y cinco años de edad.
Hasta el último aliento demostró que nada quería para sí, si no se lo había ganado, por ello al testar devuelve al Ministerio, a su Museo Naval los regalos que de éste había recibido en vida. Ni siquiera muerto quería que nadie pudiera decir, se ha quedado con esto o aquello, mayor honradez imposible. Y ejemplo a seguir.
Para aseverar e capitán general de la Armada y I almirante, Excmo. Señor don Casimiro Vigodet y Garnica, escribió un pésame al finado, destacando un párrafo que dice: «. . .pidamos a Dios conceda a la Armada muchos hombres que calcen los puntos del finado que hoy lloramos. . .»
Entre otras condecoraciones estaba en posesión de las condecoraciones siguiente: Caballero de la Orden de Pío IX de Roma; Cruz de Fernando Poo; Comendador de la Real y Muy Distinguida Orden de Carlos III; Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden de Carlos III y Caballero de la Real y Militar Orden San Hermenegildo.
A lo largo de la historia naval de España, hay pocos jefes que hayan estado más compenetrados con sus subordinados, que lo estuvo Méndez Núñez; los que formaron parte de las dotaciones de los buques de la Escuadra del Pacífico, sencillamente le idolatraban; en el Museo de Pontevedra, existe la muestra palpable de ellos pues se encuentran centenares de fotografías, en la que el jefe esta fotografiado hasta con el más humilde de los marineros o soldados a sus órdenes.
En el año de 1872, se otorgó a su familia la merced del título de marqués de Méndez Núñez, para perpetuar las glorias de este esclarecido patricio español, llevando hoy tan honroso título un ilustre ingeniero de caminos sobrino suyo (1929).
Los restos mortales de don Casto Méndez Núñez, fueron enterrados en Pontevedra, al cumplirse el periodo establecido de cinco años, fueron inhumados en el año de 1874, siendo trasladados al panteón de la familia en la capilla de El Real, en Moaña, provincia de Pontevedra, bahía de Vigo, donde fueron visitados el día dos de agosto del año de 1877 por S. M. don Alfonso XII, quién decretó que fueran trasladados al Panteón de Marinos Ilustres, cuyo acto se verificó el día nueve de junio del año de 1883, conduciendo los restos la fragata Lealtad, asociándose a los honores la escuadra británica al mando del almirante Dowell, que se hallaba fondeada en el puerto de Vigo.
En el Panteón, capilla segunda de la izquierda, o del Este, reposan para siempre estos venerados restos bajo un mausoleo en que se leen las inscripciones siguientes:
R. I. P. A.
El Excmo. Sr. Contralmirante
Don Casto Méndez Núñez
Falleció en 21 de agosto de 1869.
Modelo de grandes virtudes
Consagró su vida al servicio de la Patria
Cuyas glorias enalteció en el mando
de la Escuadra del Pacífico.
En una corona:
Los españoles residentes
en la República Argentina
Al insigne Almirante D. Casto Méndez Núñez.
1885
Bibliografía:
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