Biografía de don Gutierre Guido de Hevia y Valdés Bustamante Alonso de Caso
Posted By Todoavante on 20 de agosto de 2012
Teniente General dela Real Armada Española.
I Marqués del Real Transporte.
I Vizconde del Buen Viaje.
Comandante principal de los Batallones de Marina.
Cruz pensionada de la Real y Muy Distinguida Orden de Carlos III.
Vino al mundo en Tortona, península itálica, por el año de 1704, hijo de don Baltasar de Hevia y Batres, teniente de la fortaleza de la plaza, y de su esposa doña Luisa Bustamante.
El día 20 de julio de 1720 sentó plaza de Guardiamarina en la Compañía del Departamento de Cádiz. Expediente N.º 10.
Su primer embarco fue en el navío Catalán, el día 28 de mayo del año 1722, donde comenzó una larga carrera naval. Al terminar su comisión volvió a la compañía de guardiamarinas.
Estando en esta ciudad de Cádiz, el día 17 de enero de 1723, tuvo un lance de honor con el guardiamarina don Juan Valcárcel quién falleció a consecuencia de las heridas recibidas.
Hevia se refugió en la iglesia de San Felipe Neri, con intención de acogerse a sagrado, pero el párroco de la misma le convenció de que se entregara, siendo encerrado en un lugar del castillo destinado a los guardiamarinas, por orden de su comandante don José Marín.
Fue juzgado en Consejo de Guerra, dictando sentencia de absolución, don Francisco Manuel de Herrera, defensor de los Reales Consejos. Dicha sentencia le fue comunicada por Real decreto, firmado por don José Patiño. Una vez excarcelado, al recibirse la notificación, embarcó en el navío Conquistador el día 9 de julio del año 1724, con el que realizó un viaje de prácticas a las islas Canarias transportando efectivos del ejército y regresó a la bahía de Cádiz el día 19 de septiembre siguiente.
Posteriormente se le ordenó embarcar en el navío Potencia, incorporándose a su destino el día 13 de enero del año 1727. El buque zarpó rumbo a la ruta acostumbrada en la que realizaba descarga de azogues y embarcaba caudales, pasando porla Guaira, Cartagena de Indias, Puerto Rico, Veracruz y la Habana.
Por un tiempo quedó el buque asignado a este Apostadero, y mientras se hallaba en él, le llegó a Hevia la Real orden de 3 de diciembre de 1726 por la que se le notificaba la posesión de su primer grado de oficial, el de alférez de fragata y poco después, por otra Real orden, fechada ésta el día 3 de enero de 1727, la notificación de su ascenso al grado de alférez de navío. Después de realizar varios cruceros enseñando pabellón por aquellas aguas, retornó con el mismo navío a la bahía de Cádiz, adonde llegó el día 19 de mayo del año de 1729.
Una vez desembarcado se le ordenó tomar el mando, como teniente, de la segunda compañía del cuarto batallón del Real Cuerpo de Infantería de Marina, siendo destinado el día 12 de septiembre de 1731 al navío Santa Isabel como guarnición, permaneciendo a bordo del mismo hasta el día 6 de marzo de 1732.
Por orden superior embarcó de nuevo, como oficial subordinado, el día 23 de marzo del año 1732 en el navío Castilla, zarpando de la bahía de Cádiz con destino al puerto de Alicante, para incorporarse a la expedición que se estaba preparando contra Orán. Una vez reunidas las tropas del duque de Montemar, la expedición zarpó, al mando del general don Francisco Cornejo, el siguiente día 20 de mayo. En el desembarco, un éxito total, Hevia fue el tercero en pisar la playa, ya que por delante de él solo lo hicieron el marqués de Santa Cruz de Marcenado y don Juan José Navarro.
Al concluir la toma de las plazas de Mazalquivir y Orán, viajó hacia Cartagena y desde allí zarpó con destino a la bahía de Cádiz, adonde llegó el día 25 de octubre siguiente.
Al desembarcar continuó en el servicio de los batallones de infantería de marina. El día 31 de marzo de 1733 se le destinó con su compañía a embarcar en el navío Hércules, dedicado al corso en el Mediterráneo, y tuvo varios encuentros con otros buques de las regencias norteafricanas. Una vez concluida esta misión regresó a Cádiz, el día 15 de febrero de 1734, y al desembarcar, se le entregó la Real orden de 19 de agosto del año anterior, por la que se le notificaba su ascenso al grado de teniente de fragata, y según terminaba de leerla, se le entregó una segunda Real orden de fecha 15 de noviembre del mismo año, en que se le notificaba su nombramiento como capitán de la tercera compañía del segundo batallón del Real Cuerpo de Infantería de Marina.
Permaneció en su cuartel hasta que le llegó una nueva orden de embarque, de día 16 de enero de 1736, esta vez a bordo del navío Asia. Este buque navegaba en Comisión Real especial, y poniendo rumbo al Mediterráneo, fue tocando los puertos de Nápoles, Liorna, Tolón, Rozas, Barcelona y Cartagena, de donde zarpó con destino a la bahía de Cádiz, fondeando en ella el 13 de mayo del año de 1737. Al llegar con su unidad, recibió el mando de la quinta compañía del segundo batallón, quedando acuartelado.
Por Real orden de 28 de Agosto de 1740 fue ascendido al grado de capitán de fragata. Embarcado en la escuadra del general don Rodrigo de Torres, partió desde Ferrol, en el verano de ese año, rumbo a Cartagena de Indias, adonde llegó el día 31 de octubre; a los pocos días de su estancia en este puerto, recibió la orden de transbordar a uno de los navíos que estaban bajo el mando del general don Blas de Lezo y allí, al año siguiente, tomó parte en la defensa de la ciudad cuando ésta fue atacada por la enorme escuadra británica del almirante Vernon, en el marco dela Guerrade Asiento o dela Orejade Jenkins; llegando a caer herido en uno de los últimos combates librados. Hasta la fecha, éste ha sido el mayor desastre naval sufrido por el Reino Unido.
Quedó destinado en esta ciudad y allí recibió la Real orden de fecha 28 de mayo de 1747 en que se le notifica su ascenso al grado de capitán de navío. Unos años más tarde, en la primavera de 1750 ya estaba al mando del navío Nueva España, con el que retornó a la bahía de Cádiz el día 15 de mayo de 1751.
Ante la necesidad de frenar el contrabando en el seno mejicano y aguas del Caribe, el Rey firmó la orden de armar los navíos Castilla y Europa, poniéndolos a las órdenes de don Gutierre de Hevia; a esta división inicial se le añadieron las fragatas Aurora y Bizarra, más el paquebote Diligente. Asumió el mando el 19 de abril de 1751, estuvo durante cuatro años en aquellas aguas, a las órdenes del virrey de Nueva España, realizando numerosas presas, tantas que consiguió frenar drásticamente esta actividad ilegal que tanto perjuicio ocasionaba a la Hacienda Real.
Por ser necesario carenar los buques, zarpó de la Habana rumbo a la bahía de Cádiz, donde fueron desembarcadas todas las dotaciones, haciéndolo él en último lugar, el día 9 de julio del año de 1755.
El día 18 de marzo de 1756 recibió el mando del navío Tigre, siendo nombrado, al mismo tiempo, comandante principal interino de los Batallones de Infantería de Marina. Ejerció el mando de este buque hasta el 30 de septiembre de 1757, en el que ya se dedicó exclusivamente al mando de los batallones.
El día 19 de agosto del año de 1759 se le dio el mando del navío Fénix, en el que arbolaba su insignia el capitán general dela Real Armada, don Juan José Navarro, marqués de la Victoria, zarpando rumbo a Nápoles, con la misión de embarcar al nuevo rey Carlos III, que sucedería así a su hermano, Fernando VI, fallecido nueve días antes, y llevarlo a España. Zarpó el navío de este puerto el domingo día 7 de octubre, resultando el viaje tranquilo, con días de poca mar y viento flojo, arribando al puerto de Barcelona el día 16 de octubre, donde desembarcó Su Majestad junto a su real familia.
En este viaje tuvo ocasión de probarse el Código por Banderas creado por el marqués de la Victoria, al realizarse varios ejercicios de demostración que obtuvieron la aprobación del Rey, que ordenó su impresión inmediata para que lo llevaran todos sus bajeles, siendo de obligado cumplimiento.
Una vez finalizados los múltiples agasajos al nuevo Rey, zarpó la escuadra rumbo a la bahía de Cádiz, adonde llegó el 3 de diciembre siguiente.
El Monarca, en atención al buen comportamiento de todos durante el viaje, por Real orden del 15 de octubre de 1759, aprobó una promoción general, de la que lo más destacable fue el ascenso a capitán general de don Juan José Navarro, y el ascenso de don Gutierre de Hevia al grado de jefe de escuadra, concediéndole además en propiedad el mando, como Comandante Principal, de los batallones del Real Cuerpo de Infantería de Marina.
Un tiempo después, ya instalado enla Villay Corte, el Rey le concedió otros parabienes, entre ellos, y por Real Cédula de 25 de febrero de 1760, los títulos de Castilla, para sí y sus descendientes, de marqués del Real Transporte y vizconde del Buen Viaje.
Por Real orden de 20 de marzo de 1761 recibe el mando de una división compuesta por dos navíos, el Aquilón y el Firme que llevaban en conserva a un nuevo tipo de buque, el chambequín; transportaban entre todos a dos compañías de Infantes de Marina. Zarparon de Cádiz el día 18 de mayo con rumbo a Cartagena, donde aumentó su fuerza en otros dos navíos y una fragata y desde este puerto zarparon para navegar por el mar de Alborán, obligando allí a unos jabeques argelinos a salir al océano, donde continuaron su persecución hasta que se les perdió de vista.
Al terminar esta comisión, continuaron viaje a Argel y Tánger, donde don Gutierre entregó unos pliegos, y desde donde salió hacia la bahía de Cádiz, llegando a finales del mismo año, enarbolando su insignia en el navío Héctor.
El día 19 de febrero de 1761, en plena guerra de los Siete Años, asumió el mando de una división formada por los navíos Tigre, escogido como buque insignia, Asia y Vencedor, con los que zarpó el día 14 de abril con destino a la Habana; y a los que sumó una flota de doce navíos que habían arribado allí anteriormente: América, Infante, Soberano, Aquilón, Conquistador, San Genaro, Tridente, Castilla, Europa, Neptuno, Reina, en carena y el San Antonio, desarmado; cinco fragatas: Ventura, Venganza, Fénix, Águila y Flora; los paquebotes Tetis, Marte y San Lorenzo; el bergantín Cazador, la urca San Antonio, el jabeque San Francisco y las goletas San Isidro, Regla y Luz; a los que había que añadir los buques mercantes, el navío San Zenón, las fragatas Asunción, Santa Bárbara, Perla, Atocha, Santa Rosa y Constanza, y la balandra Florida.
El entonces gobernador de la isla, don Juan de Prado, recibió con fecha de 24 de noviembre de 1761, una Real orden del Secretario de Indias, en la que, entre otras cosas, se le dice: « Bien conocerá V.S. por la continuación de socorros con que el Rey procura poner esos dominios á cubierto de cualquier insulto, que no vive sin recelo de él » a lo que el gobernador, por carta confidencial fechada el día 20 de mayo de 1762 respondía: « Yo no creo que piensen venir aquí, porque no pueden ignorar la disposición en nos hallamos de recibirlos »
Por todo ello no es de extrañar que Carlos III escribiera una carta a su amigo y consejero Tanucci, fechada el día 27 de julio del año 1762, en la que entre otras cosas, le dice: « He tenido el gusto de recibir cartas de La Habana del 20 de mayo, y de ver por ellas que aquella isla se halla en el buen estado que yo puedo desear y aguardando á los ingleses con el mayor ánimo; y así espero que los romperán bien la cabeza y que les quitarán la gana de ir a otras partes. » A lo que añade Ferrer del Río en su obra: « Solo que el buen Monarca no sospechaba que su capitán general de la isla de Cuba era tan flojo y negligente como confiado y palabrero. »
No sabía el Rey que el día 6 de junio de 1762, se había presentado ante el puerto de la ciudad, una escuadra británica compuesta por veintidós navíos, diez fragatas y ciento cuarenta embarcaciones de transporte, al mando del almirante Pocock; en ella se transportaba un ejército de diez mil hombres, con dos mil negros gastadores y cuatro mil infantes de marina, al mando del conde de Albermale.
Por su parte los españoles contaban, sumando los infantes y supuestos jinetes, con cuatro mil hombres y unos ochocientos marinos. A estas fuerzas podrían haberse añadido las milicias locales y la población civil, grandes conocedores del terreno, pero como se recelaba de ellas, carecían de organización y armamento.
El día 11 de junio, con objeto de obstruir el posible paso de buques enemigos, la junta, de la que formaba parte Hevia, ordenó barrenar a los navíos Neptuno, Asia y Europa en el muelle dela Contaduría, impidiendo así, al mismo tiempo, que la Armada pudiera salir y apoyar la resistencia.
El ejército británico desembarcó en Cojimar y en Chorrera, esquivando las defensas del Morro y tras vencer la feroz resistencia de Guanabacoa logró tomar el cerro dela Cabaña, débilmente defendido. Desde allí dominaban el puerto, la ciudad y la fortaleza, castigada por su artillería de manera inmisericorde, dado que sus defensores se negaban a rendirse. Al fin, y tras minar un baluarte, los ingleses entraron en el patio de armas y consiguieron rendir el Morro el día 30 de julio. La población continuó luchando hasta el día 12 de agosto, en que capituló la ciudad.
Se salvaron de ser presa de los británicos el navío Tridente y sus avisos, las fragatas Águila y Flora, por ser enviados unas semanas antes a Veracruz, los navíos Castilla y Vencedor, que habían salido a su espera en alta mar y el Arrogante que se encontraba en Jaqua, sondeando la isla dela Tortuga.
Cuando la Habana fue atacada, los efectivos españoles se habían visto mermados en torno a mil ochocientos hombres, por haberse declarado una epidemia de malaria y disentería. En el asedio y conquista del Morro que duró treinta y ocho días, cayeron sobre la fortificación dieciséis mil proyectiles, por lo que no es de extrañar el gran número de bajas que produjeron, que fue en torno a los trescientos muertos y mil doscientos heridos. Por su parte, los británicos perdieron a quinientos sesenta hombres, pero la epidemia también les afectó, pues sufrieron, según datos propios, cuatro mil setecientos ocho hombres muertos.
Las vencidas fuerzas españolas fueron transportadas a la península por dos fragatas en las que viajaban el gobernador de la plaza, don Juan de Prado y el general Hevia, con sus estados mayores; en otro buque iba el conde de Superunda y don Diego Tabares; en otras nueve naves iban embarcadas las tropas del ejército, y en otras dieciocho más se distribuían los oficiales, tropa y marinería de la escuadra; haciendo en total una flota de treinta buques de transporte. Así fueron repatriados los defensores de la Habana con destino a Cádiz, adonde arribaron el día 31 de octubre del mismo año de 1762.
El enojo de Carlos III ante la pérdida de la isla que creía bien guarnecida fue tal, que él mismo eligió los miembros del tribunal del Consejo de Guerra que había de juzgar a los miembros de la junta, entre generales de amplios conocimientos, y así, por Real orden de 23 de febrero del año de 1763, fueron llamados a ocupar sus puestos, como Presidente, el capitán general del ejército, Conde de Aranda; como vocales del Ejército, los tenientes generales marqués de Ceballos, el duque de Granada de Ega, el marqués de Siply y el mariscal de campo Diego Manrique; y en representación de la Armada, el teniente general conde de Vega-Florida y el jefe de escuadra don Jorge Juan y Santacilia. El proceso fue muy largo, pues no duró menos de dos años, y del cual emanó la sentencia firme, ratificada por Real Decreto firmado por el rey Carlos III que dice:
« Para satisfacer á la nación, al honor de las armas y á la recta administracion de justicia de que pende la seguridad de la Monarquía, mandé formar una Junta de siete Oficiales Generales del ejército y de la Armada, que con toda integridad examinase, como lo ha ejecutado, la conducta de los oficiales á quienes estaban encomendadas la defensa de la plaza y la escuadra de la Habana, que con los caudales de mi Real Hacienda y del comercio se entregaron á los ingleses, y la de los demás oficiales que se hallaron en la plaza y concurrieron á la Junta y deliberaciones hasta la entrega. Concedí a la Junta de Generales todas las facultades necesarias á fin de que se instruyese el proceso, y oyendo los defensores de los reos, pronunciase sentencia, consultándomela antes de publicarla para su aprobacion. Por los votos de seis jueces de los siete que componen la Junta, y en donde menos por la mayor parte, con exceso resultaron reos, que han sido procesados, responsables, culpados en su conducta y acreedores al condigno castigo. Y conformándome con las penas y responsabilidad que producen los votos de dichos Jueces; habiéndose combinado su espíritu segun el de las ordenanzas militares y leyes del reino, vengo en declarar les corresponden sufrir las siguiente penas, advertencias y responsabilidades con distincion.
Al Mariscal de Campo D. Juan de Prado, privación perpetúa de sus empleos militares, destierro de la córte 40 leguas en contorno por 10 años, y que de sus bienes resarza los daños y perjuicios á la Real Hacienda y al comercio mancomunadamente con el Marqués del Real Transporte, Conde de Superunda y Don Diego Tabares.
Al Jefe de escuadra Marqués del Real Transporte, la misma pena.
Al Teniente General Conde de Superunda, suspension de 10 años de sus empleos, destierro 40 leguas de la córte por 10 años, y resarcimiento de daños y perjuicios á la Real Hacienda y al comercio.
Al Mariscal de Campo D. Diego Tabares, lo mismo.
Al Coronel D. Dionisio Soler, Teniente Rey de la Habana se le prevenga su extraña condescendencia en firmar Juntas á que no concurrió, y le sirva de pena el arresto.
A D. Alejandro Arroyo de Rozas, Coronel del Regimiento Fijo de la Habana; á D. José Crell, Comandante de Artillería de la plaza, y á D. Carlos Caro, Coronel del regimiento de Dragones de Edimburgo, lo mismo.
A D. Juan Antonio de la Colina, capitan de navío, sirva de pena el arresto y acreedor de mi gracia para sus ascensos.
Al Coronel D. Baltasar Ricant, Ingeniero en Jefe, suspension de sus empleos militares por dos años, y destierro 40 leguas de la córte por otros dos.
A D. José García Gago, Secretario que fué de la Junta de la Habana, se le inhabilita para ejercer empleo de Secretario y se le haga entender su poca exactitud y muchas omisiones en la extension de las actas de las juntas y formalidad que debió observar.
En su consecuencia, no cabiendo en mi Real ánimo apartarse en causa tan grave de los que se ha estimado en justicia, mando se lleve á debido efecto esta sentencia, y cometo su ejecucion á la misma Junta de Generales, la cual hará concurrir á la que se celebre para su formal aplicación á todos los oficiales expresados personalmente, para que allí la oigan y entiendan, notificándoles á puerta abierta. Tendráse entendido en la Junta de Generales formada sobre el suceso de la Habana, y dará las órdenes necesarias á su pronto y puntual cumplimiento, y verificado lo pondrá en mi Real noticia. Rubricada por Real mano. En el Pardo á 4 de Marzo de 1765. — Al Conde de Aranda »
El marqués del Real Transporte era yerno de un insigne marino, el marqués de la Victoria, capitán general de la Armada y Hevia se acogió a la intercesión de su padre político, hasta que la piedad del Rey se manifestó con ocasión de la boda del príncipe de Asturias.
Por Real resolución de 18 de septiembre del año de 1765, se le permitió volver al goce de su empleo y honores: «…atendiendo S. M. a los dilatados y buenos servicios del capitán general marqués de la Victoria, y el último que acaba de ejecutar en el mando de la escuadra que condujo á Génova á la Serma. Sra. Archiduquesa y trasportó á España á la Serma. Princesa de Asturias, no sólo reponía S.M. en su empleo de Jefe de Escuadra y le levantaba el destierro que sufría, sino que de nuevo lo nombraba Comandante principal de los Batallones de Marina. »
Por fallecimiento de su suegro, el marqués de la Victoria, Hevia ocupó de forma interina la Dirección General de la Armada y del Departamento de Cádiz, por ser cargos anexos, desde el día 1 de febrero del año de 1772, hasta el día 28 siguiente, sin dejar su cargo anterior hasta que lo asumió el nuevo titular, el teniente general dos Andrés Reggio y Brachiforte Saladino y Colonna.
Por Real orden de 25 de marzo del año de 1772, se le concedióla Cruzpensionada de la Real y Muy Distinguida Orden de Carlos III.
Falleció repentinamente el día 2 de diciembre de 1772, en la isla del León, nueve meses y veintisiete días después de haberlo hecho su padre político, el marqués de la Victoria. Contaba con sesenta y ocho años de edad y cincuenta y dos años, cuatro meses y doce días de servicios ala Real Armada.
Bibliografía:
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