1646 Combate naval de Orbetello 14 / VI
Posted By Todoavante on 31 de diciembre de 2007
Este combate tuvo lugar, en las aguas del puerto de la costa Toscana del mismo nombre, entre una escuadra española al mando del conde de Linares, contra otra francesa al mando del marqués Maillé Brézé, el día catorce del mes de junio del año de 1646.
En estos días se estaba combatiendo en la frontera entre Francia y España, en la zona noroeste de la Península, con la disputa de los territorios del Rosellón, que eran reclamados como propios por el país vecino.
Como la situación en tierra era muy pareja y con pocos resultados, los franceses idearon el llevar la guerra a otro punto, para forzar así a España a dividir su esfuerzo, con esta premisa se organizó una fuerte escuadra en el puerto de Tolón.
Ésta zarpo con rumbo a los territorios españoles de la costa Tirrena, donde procedió a la toma o conquista de algunas plazas, entre ellas las fortalezas de San Estéfano y Telamón, que le resultaron presa fácil, lo que les convenció de arribar al puerto de Orbetello y poner sitio a la plaza.
En la fortaleza que custodiaba la ciudad, estaba solo con una dotación de unos doscientos hombres. Pero ante la posibilidad de que esto ocurriera, se le había ordenado al virrey de Nápoles, que la reforzara, lo cual había ya realizado con más hombres y pertrechando de víveres y materiales la fortaleza, por lo que al llegar los franceses, se encontraba en las mejores condiciones de soportar, la situación que iba a provocar la llegada del enemigo.
Entre los días doce al veintiuno del mes de mayo, los franceses desembarcaron y pusieron sitio por tierra a la fortaleza, mientras que por la mar, quedaba bloqueada por una escuadra de treinta y seis navíos, veinte galeras y gran cantidad de embarcaciones menores, lo que elevaba la cifra total a más de un centenar.
Al llegar la noticia a la Corte española, se dispuso y dio orden al conde de Linares, a la sazón capitán general de las galeras de España, y por tanto jefe absoluto de cuanta unidad naval permaneciera en el Mediterráneo, que reuniera a todas las fuerzas navales que se pudieran, por lo que se enviaron comunicaciones, para que se incorporaran a las de España, las de Génova, Cerdeña, Sicilia y Nápoles, a las que se agregarían una división de galeones, de los que se encontraban protegiendo al ejercito en la Península, para así conseguir el prestar el apoyo conveniente a la plaza y fortaleza de Orbetello.
Por lo que rápidamente se enviaron las fragatas, (inventadas por don Álvaro de Bazán y Guzmán “El Joven”), para que se pusieran a todos en rumbo, por ello el día ocho de junio, el conde de Linares, se pudo reunir en el cabo de Carboneras de la costa Sarda, con dieciocho galeras que se le unieron, siendo las correspondientes a las escuadras ya mencionadas, por lo que unidas a las doce suyas, se pudieron juntar treinta galeras.
A estás un poco más tarde se unieron, los galeones de la escuadra del Océano, que iban al mando de don Francisco Díaz Pimienta, que sumaban catorce, más la escuadra de Dunkerque, que al mando de don José Peeters, reunía a ocho más y se añadían los cinco brulotes o navíos incendiarios de esta escuadra, con lo que el total de la escuadra era, de treinta galeras; veintidós navíos y cinco incendiarios.
Por lo que el conde de Linares, ya reunidas todas sus fuerzas, dio la orden de zarpar el mismo día, consiguiendo llegar a las aguas de las isla de Giglio ó Montecristo, el día doce, siendo este mismo día, cuando se produjo un pequeño encuentro, entre las naves de descubierta de los españoles y las de avanzada de los franceses, que no tuvo prácticamente consecuencias, ya que los franceses retrocedieron rápidamente, para alcanzar a sus buques y advertirlo de la presencia de los españoles.
Pero el conde de Linares, no redujo velocidad y prosiguió el avance de la escuadra, alcanzando el día catorce el cabo de Argentaro, el cual doblaron, a primeras horas del día, por lo que al levantarse el Sol, fueron vistos por la escuadra francesa, apreciando que la española, se dirigí con rumbo de encuentro hacía ellos.
El jefe francés, marqués de Brézé, ya había demostrado su pericia marinera, en sus encuentros anteriores con los españoles, que todo habían sido victorias, como la de Cádiz, cabo de Gata y el de la ciudad de Barcelona.
Por ello ordenó que su escuadra se fuera posicionando para el enfrentamiento, pero intercalando galera con galeón, con proa al Oeste, pues al venir el viento aunque flojo de tierra, así le permitía el mantener el barlovento.
Como siempre en esta época, hay diferencias de la cantidad de unidades, que unos las dan inferiores a los franceses y otros superiores, por ello daré los datos de las dos posibles: veinticuatro navíos; treinta galeras y ocho brulotes, esta es la inferior a la española, mientras, que la otra: con treinta y seis navíos; veinte galeras y diez brulotes, era superior a la española, así que cada cual saque sus conclusiones.
Aunque como se podrá apreciar, las diferencias eran mínimas, por lo tanto no debió de existir tanta diferencia como dicen algunos autores.
Como casi siempre en estas ocasiones, el Dios Eolo no quiso que se enfrentaran tan pronto, por lo que sobrevino una calma absoluta, que dejo a las dos escuadras a una distancia de unas cuatro millas, por lo que ambos mandaron a sus galeras, que remolcaran a los navíos ó galeones.
La escuadra francesa, estaba dividida en cuatro formaciones, siendo el centro, el que estaba al mando directo del marqués de Brézé, a quién le cubrían los flancos, las divisiones al mando de Montigny y Daugnon, manteniendo una reserva de seis navíos al mando de Montade.
El conde de Linares, conocedor de aquellas aguas y vientos, supuso que al atardecer cuando se levanta el viento, lo haría de la parte de afuera, por lo que ordenó a las galeras, que remolcasen a los navíos hacía aquella posición, acción que se logró fácilmente, por tener los españoles más galeras que navíos, lo que se tradujo en poder llegar a los lugares previstos; cosa que no ocurrió en la escuadra francesa, por ser lo contrario en su composición.
Efectivamente, el conde de Linares no se había equivocado, por lo que a partir del medio día comenzó a soplar el viento y él y su escuadra a barlovento, por lo que dio la orden de forzar de vela, para cortar lo antes posible la distancia y así, conseguir hacer blanco con mayor facilidad en los buques enemigo.
Pero además, ya había dado la orden de que se formaran las divisiones siguientes y con las previsiones procedentes, de esta forma, las divisiones de Pimienta y Contreras, debían ir de frente al enemigo para sujetarlo, mientras que las naves de Peeters, que eran más ligeras, debían doblar por el ala izquierda al enemigo, para así forzarlo a combatir sin impedirles el virar, a parte lógicamente de cogerlos entre dos fuegos.
Visto esto, Brézé, que se encontraba sin poder utilizar el arma favorita de los franceses en esta época, que eran los brulotes por estar a sotavento, pues impedido de poder utilizarlos, dio la orden de virar y forzar de vela para volver a tierra.
A pesar de la premura en dar estas ordenes, no pudo evitar que los galeones de Pimienta, se le vinieran encima, además de que el propio Jefe con su galeón insignia, el Santiago, que era una hermosa nave de mil doscientas toneladas y con 60 bocas de fuego, le cortó la retirada, pues lanzó tal cantidad de fuego sobre la insignia francesa, que no pudo zafarse de nada y recibió un duro castigo.
Pero tampoco el galeón Santiago, salió muy bien parado del enfrentamiento, pues una bala de cañón francesa, fue a hacer blanco en el palo mayor, el cual se vino a bajo, impidiendo a la nave el proseguir la persecución que habían emprendido los franceses, que fue de desbandada total, ya que se corrió la voz, de que en él marqués de Bréziér, había sido partido en dos por una bala de cañón española, lo cual se tradujo en esa desmoralización total del enemigo.
Lo que provocó, que las líneas se perdieran y por tanto la formación, a parte de que al percatarse Contreras de la situación de su buque capitana, se dirigió a él con varios de sus galeones, para evitar que le pudieran lanzar los franceses algún brulote e incendiarlo, por lo que abandonó la persecución de los franceses.
Al mismo tiempo que, varias de las galeras, pasaron a ponerse a disposición de la capitana, para prestarle sus auxilios y remolcarla, con lo que aún quedaron menos buques que persiguieran a los franceses.
Por lo que el resto de buques, tanto galeras como galeones, continuaron la persecución, pero al no actuar como escuadra, sino que cada uno iba por si mismo, en busca de su gloria personal, no se pudo dirimir en una gran victoria este encuentro, pues tanto por la disposición de las formaciones, como por la perspicacia del conde de Linares, de saber donde colocar a sus bajeles, le dio una ventaja que dejó a los franceses fuera de sitio, a pesar de estar mandados por uno de sus mejores almirantes, pues con sus veintisiete años, ya llevaba tres victorias consecutivas sobre nuestras escuadras.
Por su parte los españoles, sufrieron muchas bajas, ocasionadas por la buena dirección de los proyectiles enemigos y porque hubieron combates parciales, en los que las galeras intentaron el abordar navíos, lo cual produjo muchas bajas.
Al mismo tiempo, los cuatro galeones que formaban la cabeza de la vanguardia, que fueron a su vez los que soportaron el mayor fuego de los franceses, también salieron muy dañados, sobre todo por proteger a su capitana, al quedar esta prácticamente sin trapo y por ende sin maniobra.
También resulto muy mal parada la galera capitana de Nápoles, pues sufrió el impacto de un proyectil a flor de agua, lo que le produjo inmediatamente una grave inundación, hasta que los carpinteros de a bordo, consiguieron el taponar el agujero producido y pasando toda la tripulación, a realizar el achique de la que había entrado.
A pesar de todas estas desgracias, que no eran pocas, nada podía igualar a la pérdida del almirante marqués de Maillé Brézé, que en esos momentos era irremplazable para los franceses.
A la muerte de Brézé, se nombró como jefe a su segundo, Daugnon, éste mantuvo las posiciones frente a la plaza, sin decidirse a presentar combate, a pesar de que el conde de Linares, en los días sucesivos, hizo desfilar a la antigua usanza de los griegos a su escuadra ante la vista de toda la población.
Pero Daugnon, no se dio por aludido, por lo que en la noche del día veintidós al veintitrés, aprovechando la claridad de la Luna, ordenó el abandonar el puerto, poniendo rumbo al puerto de Tolón.
Al amanecer, se apercibieron los españoles que la escuadra francesa ya no estaba, por lo que por orden del duque de Linares, zarparon las fragatas en busca de ella, y solo una, pasado el medio día la localizo, pero al tener que regresar para comunicarlo, ya casi era de noche otra vez, por lo que la ventaja que sacaban era casi imposible el acortarla para entablar nuevo combate.
Esto llevó a la conclusión de que habían abandonado el mar del combate, signo evidente de la guerra en la mar, de ser una gran victoria y así se proclamó.
Se dieron vivas al rey desde las jarcias, cubiertas por tripulantes, y se puso rumbo al puerto, al arribar fueron entrando en él y lanzaron las anclas, siendo recibidos con gran alboroto y alegria por la población y sobre todo, por los defensores de la fortaleza de Orbetello, que así se veían libres del cerco y bloqueo de sus enemigos.
Así concluyó este combate, que por la fatídica rotura del palo mayor del galeón Santiago, obligó a perderse una ocasión de oro, para destruir a la escuadra francesa.
Aunque la mayor pérdida de él, fue la del almirante francés marqués de Maillé Brézé, que fue muy sentida en todos los aspectos, ya que sus victorias unidas a su juventud, le auguraban un lugar destacado en la Historia de la Armada de Francia, y muy posiblemente, en la mundial, pero una vez más quiso el destino, truncar una gran vida.
Bibliografía:
Enciclopedia General del Mar. Garriga, 1957, Compilada por Ángel Dotor.
Fernández Duro, Cesáreo. La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Museo Naval. Madrid. 1973.
Compilada por Antonio Luis José Martínez y Guanter.
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