Biografía de don Alonso de Bazán y Guzmán

Posted By on 29 de junio de 2012

Capitán General del Mar Océano.

Caballero de la Orden de Calatrava y de las encomiendas de la Orden, de Vallagas y Almoguera.

Fue el cuarto hijo de don Álvaro de Bazán y Manuel, y de su esposa doña Ana de Guzmán, hija del conde de Teba y marqués de Ardales, por ello hermano de don Álvaro de Bazán I marqués de Santa Cruz.

Es curioso que no se tengan datos sobre su lugar y año de nacimiento. Solo sabiendo que el mayor, don Álvaro nació en diciembre de 1526, podemos hacer un pequeño cálculo y al ser el cuarto de los siete hijos que tuvo el matrimonio, es posible que su fecha sea aproximadamente entre los de 1531 y 1533, en el caso de ser cierto el lugar de nacimiento sería el mismo que el de don Álvaro, en el barrio de los Cármenes de Granada, ya que allí tenía su casa su padre hasta dejar el mando de las Galeras de España en el año de 1537.

Lo bien cierto es que se le pierde la pista, hasta que su hermano le reclama para que se haga llegar al Puerto de Santa María en el año de 1564, por la razón de estar preparando la expedición contra Argel, a partir de aquí y siempre a las órdenes de don Álvaro ocupó el cargo de su Segundo al mando, mientras vivió su hermano. Quedando eclipsado por la fama y el mando del futuro Marqués de Santa Cruz de Mudela.

Cuando zarpó don Álvaro con rumbo a cegar el paso del río Martín que daba acceso a la ciudad de Tetuán, mientras don Álvaro dirigía la operación para hundir los cuatro bajeles preparados, desembarcó don Alonso con cuatrocientos arcabuceros en misión de distracción, que muy pronto pusieron en fuga a los moros allí vigilantes, pero llegaron las noticias a la ciudad y de ella salieron cuatro mil hombres de infantería y unos mil a caballo, que en loca carrera llegaron muy rápidos unos y otros, estorbando el reembarque de las tropas que habían servido como distracción, la situación se hizo tan apurada que don Álvaro ordenó a todos sus caballeros desembarcar y con ellos consiguieron frenar a los recién llegados, e incluso sufrieron graves pérdidas que le obligaron a retirarse impidiéndoles conseguir su objetivo.

En este combate en tierra, se dice que tanto don Álvaro como don Alonso, se comportaron con tanto valor que llegaron a combatir espalda contra espalda y «…que cierto fue cosa de milagro pudieran escapar, según eran muchas las pelotas y saetas que tiraban los enemigos, los cuales, a la retirada, parece serían número de qüatro mil Peones y mil lanças…»

Al arribar y desembarcar de esta misión se le entregó una Real Carta, por la que se le comunicaba que el Gran Maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén, el francés Jean Parisot de La Valette pedía ayuda a don Felipe II, pues ya le habían llegado noticias de que una escuadra turca con cuarenta mil hombres iba con rumbo a la isla de Malta. Razón por la que el Rey le ordenaba aumentar su escuadra y arribar lo antes posible a Barcelona donde don García de Toledo tomaría el mando de todas ellas y en las de don Álvaro debían de transportarse a cuatro mil hombres de los Tercios.

La isla tenía en esos momentos en torno a las treinta y dos mil almas, de ellas solo ocho mil estaban con capacidad de repeler el ataque, pero la diferencia era abrumadora a favor de los turcos. Zarpó la escuadra con rumbo a Messina, al arribar permanecieron unos días a la espera de la llegada del resto de naves, reunidas ya todas zarparon casi inmediatamente de terminar las reparaciones y el día 7 de septiembre del año de 1565 a dos leguas de Malta la Vieja desembarcaban las fuerzas.

Éstas tenían ante sí unos acantilados que había que trepar por ellos, pero justo por este motivo los turcos no pudieron ver la llegada de la escuadra; los soldados sufrieron mucho para poder ascender aquellas terribles pendientes, ya que iban cargados como había dicho don Álvaro más todas sus armas, pero la sorpresa fue, que al aparecer en la cumbre las primeras compañías, los famosos jenízaros en vez de ir a por ellos e impedir que tomaran posiciones, levantaron el sitio y se dieron a la fuga. Bien es cierto, que el jefe de los turcos el famoso Dragut que había estado cuatro años al remo en galera cristiana, había caído muerto de un certero tiro en la cabeza unos días antes, lo que había mermado considerablemente la moral de los turcos.

Por las desavenencias de don Álvaro con don García de Toledo, el futuro marqués se puso en camino a la Villa y Corte, para hablar directamente con el Rey y aclarar su situación, siendo la primera ocasión en que don Alonso se quedó de sustituto de su hermano al mando de las galeras de la Guarda del Estrecho, con base en el puerto de Cartagena.

Como siempre acompañando a su hermano zarpó la escuadra, en esa época las aguas estaban tranquilas en todos los conceptos, pues se había limpiado previamente de todo tipo de enemigos, aún así una nave argelina tuvo la desgracia de cruzarse en su camino, siendo capturada, liberando a veintiséis cristianos y capturando otros tantos musulmanes, arribando a las costas de Liguria el día 31 de mayo, donde se le dio la orden de transportar tropas de un punto a otro de la península itálica, navegando mucho entre los puertos de Nápoles, Sicilia y Malta, zarpando siempre de su base en el puerto de Génova, transcurriendo así el resto del año de 1565 y hasta principios de 1567.

En el año de 1567 el Rey conocedor por completo de todos sus sacrificios, nombró a don Álvaro Capitán General de las Galeras del Reyno de Nápoles, por lo que allí fue don Alonso siguiendo a su hermano mayor, así en este año y el siguiente estuvieron combatiendo contra los intentos turcos de volver a recuperar el Mediterráneo occidental, lo que consistía en hacer muchos días de mar y combates casi diarios, bien contra corsarios o piratas que infestaban las aguas de nuevo.

En la primavera del año de 1567, don Álvaro recibió una orden de don García de Toledo, para que regresara a España, llegándole otra de S. M. confirmándole la orden, en la que entre otras cosas le dice. «…las fustas y galeras de Argel han hecho grande daño y tomados muchos navíos en el Estrecho y fuera del, y últimamente tres navío que venían de las Indias y que además tenían ánimo de esperar la Flota…»

Viendo lo necesario que era la presencia de buques de S. M. en estas aguas, se puso a rumbo inmediatamente. Pero ya era tal su fama que ni siquiera le permitieron combatirlos, pues solo al ver sus estandartes se refugiaron todos los piratas y corsarios manteniéndose a buen resguardo, dejando limpias con su sola presencia las aguas. En esta navegación y curiosa reacción de los enemigos, don Alonso estaba ya como segundo de su hermano.

Al mismo tiempo los mercaderes que mantenían la escuadra del Estrecho, quedaron satisfecho al verla de nuevo en su verdadero fin, por ello don Álvaro escribió al Rey, con fecha del día 22 de junio del año de 1567, en ella le pide que le mantenga en el mando de las Galeras, pidiéndole una encomienda de Santiago para recuperar sus múltiples gastos, ya que su hacienda estaba pasando un mal momento por los continuos servicios a S. M. El Rey conocedor por completo de todos sus sacrificios, le nombró Capitán General de las Galeras del Reyno de Nápoles, dejando el mando de las del Estrecho y le concedía la encomienda de Santiago, de lo cual se alegró mucho don Alfonso porque sin pedir nada, pasaba a ser el segundo jefe de la Escuadra de Galeras del Reino de Nápoles.

Al mismo tiempo, don Álvaro tuvo que dejar el mando a don Alonso, ya que él debía de pasar unos días fuera, para poder acudir al Monasterio de Uclés para cumplir con el ritual de ser armado caballero de la Orden de Santiago. Por lo que de nuevo se encontró al mando de una escuadra don Alonso. Regresó don Álvaro y le fue notificado por el Rey el nombramiento de su hermano don Juan de Austria, como Capitán General de la Mar y don Álvaro como consejero.

Puesto en conocimiento de don Felipe II, que en la ciudad de Constantinopla se estaba armando una gran escuadra, con la intención de llegar al Mediterráneo occidental, lo puso en conocimiento de don Álvaro, al que por Real cédula fechada el día 31 de mayo del año de 1568, le nombra Consejero del Reyno, siendo en la misma cuando le ratifica en el mando de la escuadra de Galeras del Reino de Nápoles, por lo que don Alonso continuó a las órdenes de su hermano.

A principios del año de 1569, el Rey envío correo a don Juan de Austria para que pasase a España a combatir el alzamiento de los moros en el reino de Granda, para ello le requería que se allegara con al menos veinticuatro galeras para cortar el suministro de las regencias norteafricanas a los sublevados. Para ello se dividió la escuadra, una al mando de don Luís de Requesens con once de ellas, y otras catorce al mando de don Álvaro, pero éste se quedó unos días en Génova terminando de aprestar su escuadra.

La de don Luís zarpó de Civitavecchia con rumbo a la ciudad Condal, pasando por el canal entre las islas de Córcega y Cerdeña, para navegar a resguardo de los vientos de la época del año casi siempre de Norte, pasado éste variaron el rumbo al litoral Ligurio para navegar bojeando protegidos por la cercanía a tierra, al estar a la altura del cabo Corona, viendo que los vientos no eran muy fuertes, viraron de nuevo con rumbo directo al cabo de Creus, a las pocas horas de estar al rumbo marcado se habían separado ya mucho de tierra, en cuyo momento se desató un infernal viento de Mistral, que vapuleó a los bajeles hasta el infinito de su aguante, destrozando casi la escuadra por completo.

El resultado fue, que cuatro se fueron al fondo con toda su gente, otras seis aparecieron después de correr el temporal como pudieron en la isla de Cerdeña, pero en muy mal estado y solo la Capitana pudo arribar con grandes esfuerzos a la isla de Menorca, donde se recuperó la gente y se esperó a que amainara el temporal, pasando directamente a Palamós.

Encontrándose en el puerto, los moros al remo se sublevaron, casi logrando hacerse con el botín de la galera e intentaron llevarla a su tierra, pero los hombres de armas y parte de los que quedaban de los Tercios dominaron la situación, como ejemplo se les juzgó y a treinta de ellos se les ajustició.

Le llegaron las malas noticias a don Álvaro estando en Génova, zarpando inmediatamente para socorrer a los que pudiera, arribando a Cerdeña y recogiendo en las suyas a toda las dotaciones que se habían salvado, dando remolque a las naves malparadas, las dejó en Cagliari donde con mucha prisa y muchos brazos, consiguió rehabilitar a cinco de ellas, que quedaron incorporadas a su escuadra, zarpando con rumbo a Mallorca, donde le informaron que el Comendador había zarpado con rumbo a Palamós y lo que allí había ocurrido, pensando que podía ser necesaria su presencia volvió a zarpar con rumbo a Palamós donde arribó sin ningún contratiempo, a su llegada ya todo había terminado.

Aquí ya de acuerdo con don Luís, puso rumbo con la escuadra a su mando a las aguas de Málaga, donde como siempre cumplió su misión, que no fue muy llamativa en cuanto a combates, pero si muy pesada por el constante cruzar por aquellas aguas para impedir recibieran los sublevados cualquier ayuda, aún así apresó en los meses que duró la campaña, cuatro bajeles de poco tonelaje, pero por poco que fuera de haber tenido las aguas libres los enemigos se hubiera multiplicado el socorro y su sola presencia evitó que el conflicto se alargara, ya que en tierra las cosas al principio no fueron muy bien.

La misión de vigilancia comenzó en el mes de mayo y terminó en el de noviembre del año de 1569, siendo seis meses en los que solo hubo descanso en cuatro ocasiones que tocaron tierra para reabastecerse. La escuadra fue dividida en dos, ya que de las iniciales catorce galeras se incorporaron las cinco rescatadas; como don Luis se había quedado en la ciudad Condal, don Álvaro le dio el mando de ocho de ellas a don Alonso, quedándose con once, de forma que se evitaba que la escuadra al completo realizara todo el recorrido, para ello fijaron un punto de encuentro más o menos en el centro de la demarcación, cubriendo así mucha más mar y por medio de la fragatas poder avisar de una grave situación, pudiendo acudir más rápidos a cualquier ataque, pues las aguas a cubrir tenían como límite al Norte la ciudad de Almería y por el Sur el peñón de Gibraltar.

En agradecimiento don Felipe II, sobre todo por su gran eficacia, con fecha del día 19 de octubre del año de 1569, por una Real cédula le expedía el título de Marqués de Santa Cruz de Mudela, con todos los honores pertinentes e inherentes a su nuevo grado. Por lo que don Alonso ahora ya era hermano de un marqués y nada desdeñable, por lo bien que se compenetraban en realizar su trabajo, siendo una alegría muy merecida para toda la familia.

Al mismo tiempo, en Constantinopla se estaba terminando de formar una de las mayores escuadras turcas, pues estaba compuesta por unas ciento setenta galeras, cincuenta fustas o galeazas y un número parecido de velas menores, transportando en todos ellos a un ejército de sesenta mil hombres, con mucha artillería.

Alarmados todos los países del Mediterráneo, el Papa Pío V pidió al Rey Católico que le enviara cuanto pudiera de todas sus escuadras, porque había conseguido unir a las de Venecia, más las suyas, más las de Malta y las que esperaba del Rey Católico. El Papa había pedido se reunieran en la isla de Sicilia y allí acudieron, nombrando como jefe de todas las Armadas españolas a don Juan Andrea Doria, quién puso todas las suyas, y se le unieron las de Génova, Malta, Saboya, Sicilia y las de Nápoles al mando de don Álvaro.

Pero el Rey don Felipe II que estaba en todo, envío correo a don Álvaro para que acudiera a reforzar la Goleta, por si las fuerzas turcas como maniobra de distracción intentaban tomarla. Nada más recibir la orden se lo comunicó a Andrea Doria quien le concedió permiso para reforzar la plaza, cargó de transporte a un Tercio de Nápoles y con sus veinte galeras se desplazó al lugar. Como siempre llegó muy oportunamente, pues en la mar se encontraba una escuadra al mando de Uluch, a la sazón Baja de Argel quien con sus veinticinco galeras había comenzado a dar sitio a la plaza.

Don Álvaro cargado como iba de infantería ni se preocupó del enemigo en una primera instancia, lo que al Baja no le sentó bien, pues parecía que se desentendía y le despreciaba, actitud que no quiso tolerar y más delante de todos sus hombres, decidiendo cruzar a la espera de la salida del cristiano, para atacarle con toda su furia y demostrarle que no era tan insignificante.

Desembarcó a la infantería, todos los víveres, pólvora y artillería que llevaba para reforzar la fortaleza, cumplida su orden, como siempre hizo, zarpó y tropezó con cuatro velas turcas a las que dio caza e incorporó a su fuerza, al mismo tiempo se le puso delante la capitana, que sin dudar fue atacada por él con su galera, tras un duro enfrentamiento la rindió incorporándola igual a su escuadra. Ante esto Uluch con su Sultana se vio impotente y a fuerza de remo se pusieron en franca huída; don Álvaro les persiguió hasta que entraron en Bizerta. Sabiendo que de allí no saldrían por no tropezar con él, puso rumbo a Sicilia donde al arribar se incorporó a la escuadra de don Andrea Doria.

Mientras el Papa había cometido un error, ya que había nombrado a Marco Antonio Colonna general de las galeras Pontificias, pero además como Generalísimo de toda la escuadra conjunta. Para comunicarlo, el día 1 de septiembre Colonna llamó a consejo de Guerra a todos los mandos, reuniéndose en su galera: don Juan Andrea Doria, don Álvaro de Bazán, don Carlos de Avalos, marqués de Torremayor, Polo Ursinos, Próspero y Pompeyo Colonna y Sforza Palaviecini, para comunicar su nombramiento por el Papa a todos y pedir opinión para llevar a buen término la campaña.

Ante esto don Andrea Doria se negó rotundamente, a estar a las órdenes de alguien al que no consideraba un buen marino, llegando incluso a amenazar a Colonna con ponerse en camino para hablar con el Rey Católico, lo que el general en jefe le impidió, pero al mismo tiempo quedó turbado por la reacción de don Andrea e irresoluto en definir la táctica a seguir, porque solo uno de sus generales le había dado un consejo. El genovés para evitar males mayores se quedó en Nápoles, pero no anduvo inactivo, sino que pasó revista a toda la flota, sacando en conclusión que la mayor parte de las naves: « acabarían con ellas el primer soplo de tramontana »

Como siempre el único que había aportado algo fue don Álvaro, comportándose como lo hizo toda su vida; aun sabiendo que era mejor general Doria, no le gustaba enfrentarse a sus jefes y solo mediaba para él concluir la campaña con éxito; así en un momento de calma dijo: «…primero que cesaran los conciliábulos y se acudiera en socorro de Famagusta y Nicosia, pues, aun cuando no había que soñar en derrotar definitivamente a los turcos, dadas las diferencias de fuerzas, una acción, por ligera que fuesen, siempre aliviaría algo la situación angustiosa de los sitiados, y hasta tal vez se consiguiera pasarles vituallas de boca y guerra, imprescindibles si había de evitarse un desastre » Como siempre se le tacho de audaz y sin sentido, sobre todo por Andrea Doria.

Después de pensarlo mucho tiempo que era muy valioso, zarpó la escuadra con rumbo al Adriático, pero pronto comenzaron a tener epidemia sobre todo en las galeras venecianas, lo que aumentó las dudas de Colonna, terminando de solucionar el problema, la llegada de la noticia de que el día 9 de septiembre Nicosia había caído en manos de los turcos, esto fue el final de tan trágico encuentro de diferentes escuadras, ello llevó a realizar una aparición sobre Candía, donde al regreso cada escuadra se separó para volver a su puerto base. Queriendo la fatalidad que en el viaje de vuelta se levantó un fuerte temporal, que se llevó al fondo a cuatro galeras del Papa con toda su dotación.

Al disolverse la Santa Alianza, (como la llamó el Papa), don Andrea Doria zarpó con rumbo a Messina y de aquí a España, donde arribó mediado el mes de octubre para explicarle al Rey lo sucedido, ya que al saber la noticia del nombramiento de Generalísimo de Colonna por el Papa, don Andrea intentó hablar con Pio V, pero éste le negó la audiencia tantas veces como la pidió, razón por la que Doria argumentó al Monarca, que la culpa de la falta de entendimiento entre los generales la había provocado el Pontífice, por elegir a un general que estaba falto de conocimientos militares y sobre todo náuticos, con esas carencias no le era posible a don Andrea aceptar a un Jefe, ya que el desastre estaba asegurado.

Esto es lo que al año siguiente motivó a don Felipe II para que no se repitiera cuando de nuevo se formó la Santa Liga, para ello se adelantó y tomó el mando absoluto de la organización, decidiendo darle el mando de Generalísimo a su hermano don Juan de Austria. La prueba está en la comparación de lo que se consiguió en esta ocasión y en la del año siguiente de 1571.

Al mismo tiempo, don Álvaro arribó a Nápoles con su escuadra y con gran amargura por no haberse seguido su consejo, que como ya apuntó él en su momento igual la capital de Chipre no hubiera caído tan rápido. En el fondo se sentía culpable por haber obedecido y no haberse ido él con sus galeras a aminorar la angustia de aquellos hombres y mujeres, que ahora eran unos muñecos de trapo en manos de los turcos. Tan pesaroso estaba, que al pasar unos días y en contra de su costumbre, dio de baja a las dotaciones que no necesitaba de su escuadra, pasando a revisar como siempre en la invernada los buques y en esta ocasión ver la posibilidad de armarlos mejor con artillería, así como aumentar la flota con nuevas construcciones.

No hay que olvidar, que don Alonso era el segundo de don Álvaro, comentaba todo con él tanto antes de acudir a un Consejo, como de lo sucedido en él, no en balde era la persona de su mayor confianza, su hermano y su segundo al mando, por esto último, casi obligado a estas conversaciones para que en todo momento supiera a que atenerse.

Siendo conocedor don Felipe II del desastre de la anterior organización, planteó la cuestión sin ambages, tomando por anticipado la decisión de nombrar Generalísimo de la Santa Liga, a don Juan de Austria. Con esto decidido se lo comunicó al Papa, quien no tuvo opción de oponerse y éste lo comunicó a Génova, Venecia y los Caballeros de San Juan, quienes tampoco se opusieron a que un Príncipe fuera el General al mando de la coaligada escuadra.

El día 7 de octubre del año de 1571, tuvo lugar el combate naval de Lepanto, la mayor ocasión que vieron los siglos, don Alonso iba al mando como cuatralbo en su galera Santo Ángel, formando parte de la escuadra de reserva al mando de su hermano don Álvaro, donde se batió como excelente siendo siempre el matalote de popa de él, pasándole tropas de refresco cuando fue necesario, así como don Alonso las recibía de otras, para estar siempre en condiciones de apoyarle. Fue sin duda el mayor combate naval del siglo XVI y tras conseguir la victoria la salvación de Europa, al impedir que toda ella cayera en manos de los turcos.

(No hay que olvidar, que ya entonces tenían un gran poder en la Europa del Este. Que no hacía muchos años que don Carlos I tuvo que acudir a salvar a Viena de caer en sus manos; si el combate hubiera sido contrario a las armas cristianas, los turcos lo hubieran tenido mucho más fácil para conseguir su objetivo, ya que se habrían convertido en los dueños de todo el Mediterráneo, lo que significaba poder abrir varios frentes y debilitar con ello al continente)

La escuadra permaneció en el fondeadero de la bahía de Petela hasta el día 11, por tener la orden don Juan de su hermano don Felipe II, de no invernar fuera de puertos cristianos, por lo que zarpó la escuadra a pesar de que el temporal no había amainado, menos mal que la mayoría de las velas estaban medio recompuestas, arribando a Messina el día 31 de octubre, pero con la mayor parte de los buques en muy mal estado como consecuencia del combate y sobre todo del temporal, que no amainó hasta pasados dos días de estancia en el puerto de Messina, como si el viento estuviera enfadado por tan magna victoria.

Don Juan ordenó repartir las escuadras entre diferentes puertos para no estar todas juntas, pero no a mucha distancia para poder zarpar en socorro de cualquiera de ellas, así quedó don Juan en Messina, las de Palermo a la suya y don Álvaro con las de Génova a su puerto, donde de nuevo comenzó el trabajo de desmontar las galeras que en peor estado estaban y vueltas a reconstruir, al mismo tiempo que mandó la construcción de otras, para aumentar su fuerza aprovechando la inactividad que daba la llegada del invierno.

Este invierno fue muy caliente a nivel diplomático, por lo que al final solo llegaron a un acuerdo puntual, el Dux de Venecia, el Papa y don Felipe II, quien le dio la orden a don Juan de zarpar de Messina con veintinueve galeras bastardas perfectamente alistadas, a las que se unieron las treinta y seis de don Álvaro, siendo un total de sesenta y cinco galeras, dando resguardo a treinta naves, que transportaban a siete mil seiscientos infantes españoles, seis mil itálicos y tres mil imperiales, siendo los españoles y napolitanos destinados al puerto de arribada, que era el de Corfú. Al mismo tiempo dejó una reserva en Sicilia al mando de Andrea Doria con cuarenta galeras. Zarpó la escuadra el día 6 de junio, al arribar a Corfú el día 9 de julio, no se encontraba Colonna, quien arribó el día 31 del mismo mes con su escuadra compuesta por unas ochenta galeras, reuniéndose con la española contando en torno a las ciento cincuenta, zarpando el día 7 de agosto de 1572.

La escuadra navegó hasta las costas de Albania, al arribar a Navarino el día 8 de septiembre se encontraron con la escuadra turca, al mando del vencido en Lepanto Uluch-Alí, compuesta por unas doscientas galeras, pero su escuadra estaba dividida entre dos puertos, el del mismo Navarino y el de Modón, pero navegando de noche se reunieron todas en éste último, donde adoptaron la formación en fortaleza, impidiendo así y por ser menor el número de las cristianas, ser combatidas. No obstante se mantuvo la flota cuatro días y sus noches cruzando sobre las aguas cercanas al puerto de refugio, pero sobrevino un duro temporal que obligó a los cristianos a buscar el puerto de Cérigo para poder soportarlo.

Al amainar el temporal la escuadra volvió a hacerse a la mar, arribando de nuevo a la bahía de Modón, donde no vio a los enemigos poniendo rumbo a Navarino y allí estaba en la misma formación anterior. A pesar de esto don Juan ordenó un desembarco, en el que formaron ocho mil hombres al mando del Príncipe de Parma, donde se combatió con saña por ambas partes, unos defendiéndose y los otros como ya les habían vencido creyendo que volvería a suceder igual, pero las formaciones casi ni se movían y solo hablaban los pocos cañones desembarcados más los arcabuces, pero nada se avanzaba. Razón por la que don Juan pasado un tiempo dio la orden de regresar, ya que de nuevo se echaba encima la época de los temporales.

Justo era el día 7 de octubre del año de 1572, hacía un año que habían vencido en el golfo de Lepanto, pero esta vez sin obtener el mismo resultado. Ya con rumbo de regreso, esa misma mañana se divisaron velas como a dos leguas de distancia, se dio por sabido que era la escuadra de Uluch-Alí, no se lo pensó Colonna y dio la orden de regresar al combate, siguiéndole y sobrepasándolo algunas galeras españolas, que no eran otras que las del mando de don Álvaro (como destacaba por llevar, en la boga a gente de « buenas bogas » así como esclavos) pero los turcos con el viento a favor iban alejándose, por lo que solo se hizo un intercambio de fuego de artillería, el cual por la cantidad de humo propio facilitaba la huída a los musulmanes.

Por esta razón Marco Antonio Colonna no quiso seguir la persecución, aparte de que las galeras enemigas navegaba cada una a su mejor saber y entender, lo que era más peligroso al poderse producir que varias de las enemigas dieran caza a una de la venecianas. Pero don Álvaro mantuvo la boga y cazando el viento pudo llegar muy fuerte sobre la retaguardia enemiga, siendo la última de ellas la de su jefe Mahamud-Bey; la cogió de través lanzándole primero una andanada de artillería, y como continuaba ganándole aguas, le cortó todos los remos de una banda, momento que aprovechó la infantería para abordar a la enemiga, pasando el propio don Álvaro, quien se fue a buscar al jefe enemigo, tras un breve combate lo mató y se adueño de la galera con su estandarte, metió al remo a Mustafá, jefe militar de los jenízaros y libertó a doscientos veinte cristianos. Siendo Mahamud-Bey un nieto del famoso Barbarroja. Y la galera se incorporó a su escuadra con el nombre de La Presa.

Lo atrevido de este ataque del Marqués, es que a su vez dio la orden a sus galeras de no entrar a apoyarle y permanecieran atendiendo los movimientos de los enemigo, ya que solo había al principio una galera de distancia entre la atacada y la que iba a su proa, más todas las demás que iban delante unas más cerca que otras, pero al ver la formación de la galeras cristianas no se atrevieron a acudir en apoyo de su jefe y ya Uluch-Alí estaba por la proa a varias millas de distancia, quedando solos Mahamud-Bey contra don Álvaro y la experiencia de éste quedo manifiesta, a pesar de ser Mahamud-Bey el jefe de los jenízaros.

Pero a su vez el resto de las cristianas fueron formando una línea de frente, pero solo para ver el combate, ya que sabían de la protección que le daban las propias galeras del Marqués, a la cabeza de ellas estaba la de don Alonso vigilante, así que nadie intervino y en conjunto podrían haber como doscientas galeras que podían entrar en combate, pero la huída de los turcos fue tan franca, que prefirieron perder una y no cien.

Así que en todo un año de alistar la gran cantidad de galeras y permanecer en la mar desde la primavera al otoño, todo lo que se había ganado era una galera enemiga y gracias a don Álvaro. Don Juan dio la orden de reagruparse y seguir rumbo, pero el mal tiempo comenzó a hacer de las suyas, lo que llevó a don Juan a dar la orden de variar rumbo a Gumeniza, donde al arribar el día 26 de octubre se encontró con don Juan Andrea Doria y el duque de Sesa, con trece galeras que venían para unirse a la escuadra, al amainar el temporal dio la orden de zarpar con rumbo a Messina, navegando al completo la escuadra. Al cruzar frente a Nápoles don Álvaro entró en su puerto con todos sus buques.

En el año de 1573 se volvió a reunir el Consejo de Generales de la Santa Liga, pero por las conversaciones realizadas entre Venecia y Turquía, habían llegado al acuerdo de que las tropas del Dux no volverían a atacar a las naves turcas y estos aceptaron de buen grado, así se quitaban un enemigo y producían un desconcierto en la Liga. Colonnna y los Caballeros de Malta, quería llevar a aguas turcas el combate, pero don Andrea Doria y don Álvaro preferían consolidar el Mediterráneo occidental, pero entre ellos, Doria quería atacar a Túnez, mientras que don Álvaro a Argel, ya que con Orán y Mazalquivir formaban una espina dorsal importante, para evitar los ataques al tráfico marítimo de las costas españolas.

Don Juan de Austria sin fijarse en demasía en los beneficios para España de la propuesta de don Álvaro, se inclinó por la de Doria y con esta decisión escribió a don Felipe II. Éste le contestó después de un tiempo, que era necesario pensar con cautela la propuesta y por toda respuesta de momento le dijo: «…que debían de ser tomadas Túnez y Bizerta pero se debía de posponerse la expedición hasta el mes de septiembre de 1573, porque sin un solo real y con muchos centenares de millones de ducados de deuda necesitaba tiempo para conseguir nuevos empréstitos »

Así decidido se fueron preparando los aprestos, pero sin prisa y conforme el dinero iba llegando, ya a principios del mes citado y previsto por el Rey, las cosas estaban casi preparadas, pero faltaba que todos acudieran al puerto de reunión previsto, siendo designado el de Palermo, al estar todos reunidos la expedición se componía de: ciento cuatro galeras, cuarenta y cuatro navíos grandes, veinticinco fragatas, veintidós falúas y doce buque especiales para la carga. El ejército lo componían veinte mil hombres de los Tercios de Mar y Tierra, setecientos cuarenta gastadores, cuatrocientos caballos ligeros, artillería de sitio, cantidad suficiente de munición y de víveres, ya todo embarcado y listo zarparon el día 24 de septiembre.

Arribaron a la Goleta (Halk-el-Uad) el día 7 de octubre por la noche, comenzando el desembarco el día 8 al amanecer y todos en tierra el día 9, uno de los primero en hacerlo fue don Álvaro, ya que como segundo de la escuadra, don Juan le confió estar al frente de todo y así lo hizo, desembarcando los primeros soldados del Tercio elegido por el Marqués, que eran dos mil quinientos hombres todos veteranos en combates y junto a él todos los capitanes que también había seleccionado, siendo su segundo al mando como siempre su hermano Alonso, (como hecho casi anecdótico, entre los soldados se encontraba don Miguel de Cervantes Saavedra), el desembarco se hizo justo donde aún se conservaban los restos de la ciudad de Cartago, cuando todos sus hombres estaban ya en tierra se puso en marcha, presentándose ante los muros de la fortaleza de Túnez.

Fue tan rápido todo, que los habitantes no se apercibieron de nada y cuando lo hicieron ya estaba hasta la artillería en posición, pero optaron por no hacer frente a semejante fuerza, prefirieon ir abriendo las puertas y darles paso franco, don Álvaro siempre perspicaz se puso al frente, pero dividió sus fuerzas para que se entrara al mismo tiempo por todas ellas, así si había combate en el interior al menos estarían todos los españoles dentro y por todas partes, pero nada ocurrió y fue tomada sin disparar un solo arcabuz. Pudieron admirar que aún había muchas construcciones en pie de las realizadas por los españoles en la anterior toma en el año de 1535.

Según un cronista nos dice de esta ocasión: «…que el silencio, el orden en la formación, la colocación de la tropa y el intrépido despejo con que se hizo el reconocimiento, sorprendió al enemigo, que apoderado del miedo, se figuró un repentino asalto, y sin considerar las ventajas de su posición, abandonó la plaza y buscó en la fuga su seguridad » Estos nos indica, que a pesar de la medidas de don Álvaro, los habitantes abrieron la puerta principal primero, pero ya por el resto estaban en franca huída, por eso al entrar no había nadie y no hizo falta abrir fuego.

Al entrar don Juan, en vez de ordenar destruir toda la fortaleza como era costumbre, hizo todo lo contrario, ya que en muy poco tiempo se levantaron nuevos alojamientos para ocho mil hombres, que eran los destinados de guarnición de la ciudad tomada. Estando en esto, llegó el alcaide acompañado de otros gobernantes de Bizerta, para firmar la paz y prestar obediencia al Rey don Felipe II, por lo que tampoco hubo razón de utilizar la fuerza contra ellos. Enterado el Rey, envío emisarios a Muley Hamet, para que acudiera a retomar el mando de la ciudad de Túnez, ya que había demostrado ser un buen vasallo de don Felipe II.

La escuadra seguía fondeada en la Goleta, pero allí si se levantaban los vientos del primer cuadrante podía arruinarla, por lo que don Juan dio la orden de regresar a todas las galeras aliadas, quedándose solo las españolas. Don Álvaro al comprobar que toda la fortaleza estaba en orden de defensa, decidió también salvar sus galeras y zarpar acompañando a don Juan, cuando éste pudo hacerse a la mar por haber cumplido la orden de entregar el mando a Muley Hamet.

Abandonaron la ciudad los dos juntos con sus capitanes, entre ellos se encontraba don Alonso y el resto de fuerzas, embarcaron zarpando al punto con rumbo a Sicilia, pero los vientos se levantaron y zarandearon a las frágiles galeras de tal forma que obligaba a buscar un refugió y rápido, por lo que el Marqués decidió hacer una arribada forzosa a Trápana, en espera de poder hacerse a la mar lo que realizó a pesar de no haber amainado del todo el temporal, consiguiendo con mucho trabajo arribar a Palermo. Don Juan, que había salido su escuadra un poco después, pudo arribar al puerto de Farina, donde se esperó a que amainara el fuerte temporal. El Marqués arribó a su base de destino Nápoles el día 2 de noviembre, poniendo a toda su gente a recuperar las naves, que se encontraban en muy mal estado por el temporal sufrido.

A la amanecida del año de 1574, nada se podía hacer pues las arcas de España ya no soportaban más llevar todo el peso, razón por la que no se formó expedición. Pero ya avanzado el año, se recibieron noticias de que los turcos habían pasado el estrecho de Sicilia con una gran flota, amenazando con tomar La Goleta, Túnez y Bizerta.

Ante el peligro que se le venía encima a don Álvaro, envió correo a su esposa para que vendiera todas las joyas y sacara todo el dinero que tenía disponible, reuniendo en total en torno a los ochenta y cinco mil ducados, con los cuales ya en su poder pagó a las dotaciones y Tercios, haciéndose a la mar con rumbo a Messina, donde se reunieron de nuevo don Juan con sus galeras, Andrea Doria con las de Génova y don Álvaro con las de Nápoles.

Pero de nuevo comenzaron los Consejos de Guerra de Generales y a pesar de ser tan solo tres cada uno tenía unas preferencias, por lo que se fueron dilatando las conversaciones en el tiempo tan estérilmente, que aún estando en ellas llegó la noticia de la caída en poder de los turcos de las tres posiciones. Dinero perdido cuando se tomaron las fortalezas y miles de vidas se habían perdido esperando la llegada del debido socorro, que ya nunca llegaría. Y don Álvaro casi sin un real.

Así que para no perderlo todo se retiró a Nápoles, donde de las cuarenta galeras puestas en armas, se quedó con la mitad y con ellas cruzó las aguas de su responsabilidad sin hacer más caso a nadie. De hecho en la invernada del año de 1574 a 1575, recibió la orden de hacerse llegar a la Corte viajando con don Juan de Austria, que había sido también llamado. Dejando de nuevo a su hermano don Alonso al mando de la escuadra. Después de la audiencia con el Monarca, de nuevo los dos, don Juan y don Álvaro regresaron a Messina y Nápoles donde el Marqués retomó el mando de las galeras de Nápoles.

Ambos solos se unieron en la primavera del mismo año de 1575, zarpando con rumbo a Bizerta, donde don Álvaro y don Alonso desembarcaron al frente de dos mil infantes y dieron un golpe de mano, tal fue la sorpresa de los enemigos, que no les dio tiempo a reaccionar, pero regresaron a sus galeras con un rico botín en monedas de oro y plata, así como algunas joyas. Todo para demostrarle a los turcos que no estaban tan seguros como pensaban.

El año de 1576 lo pasó don Álvaro al mando de sus galeras, vigilando sus costas y acudiendo donde hacía más falta, por ello realizó un ataque a la isla de los Querquenes capturando a mil doscientos enemigos en breve combate, posteriormente acudió en socorro del Peñón de Gibraltar, por haber desembarcado unos moros he intentado capturarlo, por ello muy enfadado por tal atrevimiento (no hay que olvidar que era su Gobernador), los arrojó al mar sin contemplaciones, zarpando inmediatamente con rumbo a Ceuta, donde de nuevo volvió a desembarcar y dar una buena lección a los moros (estaba encolerizado); estando en esto recibió noticia de que en Melilla habían bandas sueltas que estaban molestando mucho el tráfico marítimo, apretado por la necesidad concluyó rápidamente con el problema en Ceuta, embarcó y puso rumbo a Melilla, aquí no tuvo ni que desembarcar, pues solo al ver su pabellón los moros se perdieron de vista.

En una de las arribadas a su base, le fue comunicado que don Juan había sido llamado de nuevo a la Corte y nombrado Gobernador de los Países Bajos. Al mismo tiempo unos meses después recibió la noticia de haber sido nombrado con el más alto cargo de la Armada en aquella época, ya que le llegó la Real cédula por la que era nombrado Capitán General de las Galeras de España, pero por razones de estar ocupado con los enemigos de España y de la Cristiandad, no pudo hacer su entrada como a tal hasta el mes de mayo del año de 1578, arribando con diez galeras a su mando al puerto de la ciudad Condal. Como había sido siempre, don Alonso siguió también como segundo de la escuadra. La verdad es que nunca confió en nadie tanto como en su hermano. Pero éste se lo había ganado a pulso, pues nunca dejó de cumplir sus órdenes a plena satisfacción.

Al arribar y desembarcar don Álvaro, recibió la noticia de presentarse en la Corte, todo estaba provocado por el retraso habido en la toma del mando de las galeras de España y don Felipe II, quería saber de primera mano cuales habían sido las razones, por esta causa fue la primera vez que don Alonso se quedó de general de las galeras de España. Mientras que su hermano viajaba a Madrid, pero no debió de ser muy duro el Monarca o las razones del Marqués fueron de mucho peso, ya que solo le ordenó regresar a la base de las galeras en la Península, siendo desde el principio el puerto de Cartagena.

Desde este puerto zarpaba la escuadra llegando incluso en sus derrotas hasta el cabo de San Vicente, para dar resguardo a una Flota de Indias por estar avisado de la presencia de corsarios franceses. Demostrando en parte, que las frágiles galeras también podían llegar a aguas del océano y si era necesario combatir en ellas con los buques redondos.

A principios del año de 1578 don Felipe II recibió la noticia de que don Sebastián Rey de Portugal, iba a realizar una expedición al norte de África, de lo cual el Rey intentó convencerlo de que no la llevara a término, pero don Sebastián no le hizo caso. Zarpando la escuadra de Lisboa en los primeros días del mes junio con rumbo Arcila donde puso a la gente en tierra, para desplazarse a pie a Larache para sitiarla, pero ya en tierra hubieron dudas de si hacer el camino a pie o volver a embarcar y realizarlo frente a la misma plaza (en tomar las decisiones se perdieron quince días vitales) porque fue el tiempo que necesitó el Sultán Abd-el-Melik para reunir sus fuerzas.

Al fin se decidieron hacerlo por tierra y se pusieron en camino. Pero al llegar frente a Ksar-el-Kebir (Alcazarquivir) se encontraron al ejército del Sultán de Fez, fuertemente atrincherado y compuesto por cuarenta mil jinetes más treinta mil infantes. El ejército portugués se encontró al enemigo bien preparado para el combate, el cual tuvo lugar el día 4 de agosto del año de 1578, el combate fue duro y sangriento, ya que muy pocos de los efectivos del Rey Sebastián se salvaron, pues la potente caballería mora prácticamente los deshizo. Quedando solo unos pocos que fueron hechos prisioneros.

Pereciendo el mismo don Sebastián con sus veintidós años de edad, pero lo grotesco es que nadie encontró su cuerpo (lo que se tradujo en una leyenda más). Al tener conocimiento don Felipe de lo sucedido, envió correo a don Álvaro, para que cargara en sus galeras con cuarenta mil ducados para el rescate de los pocos que habían quedado vivos. A su vez, que reforzara las plazas portuguesas en la costa norteafricana, especialmente la fortaleza de Ceuta y que se informase bien, de la posibilidad de tomar la fortaleza de Alarache aunque fuera de noche.

Al morir el Rey de Portugal ocupó el trono el anciano Cardenal don Enrique y por la sospecha de que fuera quien nombrara al Prior de Crato don Antonio como su sucesor, por estar éste muy apoyado por el Rey de Francia, esta fue la razón que decidió a don Felipe a actuar, pues no estaba dispuesto a que se le colara por la puerta trasera un enemigo más y en su propia península, así que comenzó a disponer la toma del reino, para ello envió carta a don Álvaro para consultarle los medios necesarios para llevar la jornada a buen término. Una vez cumplidas todas sus misiones el Marqués se puso en camino a la Corte para hablar con el Monarca, dejando de nuevo a don Alonso que había estado a su lado en todo momento al mando de las Galeras.

De las conversaciones se llegó al acuerdo de llamar a las galeras de los reinos de la península itálica, que eran en total veinticinco uniéndose a las sesenta y una que había en las costas de España. Al mismo tiempo se formó una escuadra con treinta galeones, fijando su base en Coruña para que realizara cruceros y vigilara, para interponerse ante cualquier ayuda que intentara llegar a Oporto o Lisboa. Y que don Álvaro viajara con sus galeras hasta la ciudad de Lisboa, para prestar su apoyo a don Enrique vigilando con astucia que no se firmara el documento de nombramiento de don Antonio.

El Marqués así lo hizo y costeando se adentró en el océano arribando a la capital de Portugal, allí comenzó su trabajo de ir pagando informaciones para estar al momento de lo que pudiera ocurrir. Como medida de diversión de su verdadera razón de estar allí, zarpaba de vez en cuando con rumbo al cabo de San Vicente, desde donde daba protección a las Flotas provenientes de Tierra Firme. Estando en esto le llegó aviso de que el gobernador musulmán de Argel, estaba formando una expedición con cincuenta bajeles, transportando numeras tropas turcas con la intención de desembarcar y tomar la fortaleza de Tetuán, por lo que intentó acudir en su protección pero ya lo adelantada de la estación otoñal del año de 1579 no hubo movimiento.

Era tanta la confianza de don Felipe II con el Marqués, que al fallecer el Cardenal don Enrique el día 31 de enero del año de 1580, recibió al poco tiempo una carta de S. M. en la que le indicaba que regresará a la bahía de Cádiz con su escuadra, como así lo hizo, al arribar se encontró con otra carta del Rey por la que debía de hacerse llegar a la Corte para concertar la forma de tomar el país vecino.

Una vez acordado con el Rey, éste le indicó que se pusiera en contacto con el Capitán General del ejército, que no era otro que el duque de Alba, III de su título, don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, conversaciones que se realizaron en la población de Llerena, donde los dos concertaron con gran fijeza y puntualidad los objetivos a conquistar. Terminadas las conversaciones el Marqués se puso en camino a la bahía de Cádiz.

La conquista fue relativamente fácil, ya que por primera vez en la Historia, un ejército y una escuadra actuaban apoyándose mutuamente, a pesar de la falta de comunicación de la época, de hecho el territorio del Algarbe se rindió sin más a don Álvaro, por lo que ni siquiera en esta zona sur del país entró el ejército y en poco tiempo se puso cerco a Lisboa que cayó inmediatamente, mientras que otras unidades perseguían a don Antonio, consiguiendo huir de Portugal embarcado en un pequeño buque de pesca.

Se tuvieron noticias de estar en navegación con rumbo a las islas Azores una escuadra de galeones, que Portugal mantenía acantonada en Brasil. Cuando don Álvaro supo de ello, en el momento que tomaba las ciudades del Algarve, destacó diez galeras al mando de su hermano don Alonso, para que impidiera la posible llegada de las naves portuguesas con ayuda a la capital de la isla Tercera, la ciudad de Angra.

Estando precisamente en la conquista de la ciudad de Lisboa tanto don Álvaro como el duque de Alba, don Alonso divisó a los galeones con el pabellón portugués, como su desventaja en poder artillero era mucha optó por maniobrar, primero de vuelta encontrada para poder descargar su artillería y posteriormente de enfilada por la misma razón, les hizo mucho daño y está forma de combatir les obligó a forzar de vela, poniéndose en franca huída, ya que era muy difícil poderlos apresar por ser buques de alto bordo, los navíos pusieron un rumbo alejado de la costa española para arribar al Sur de Francia, siendo ésta la última acción de esta conquista.

Pero se había quedado un territorio sin conquistar y donde al parecer el pretendiente al reino de Portugal, don Antonio Prior de Crato buscó refugio, que eran las actuales islas Azores, pero entonces más conocidas por las Terceras. A su vez a principios del año de 1581, llegaron a Lisboa unos emisarios de la isla de San Miguel, otorgando su acatamiento a don Felipe II y poniendo en su conocimiento la situación de la isla, esto provocó que fuera nombrado don Pedro de Valdés Capitán General de la Armada de las Azores, por Real cédula del Rey fechada en Roniges el día 1 de marzo del año de 1581, para ponerse al frente de la Armada de Galicia compuesta de ocho buques e intentar conquistarlas.

Por diversas razones don Pedro Valdés fracasó en su intento de conquista, lo que llevó a no realizar de nuevo ese año la conquista, ya que los enemigos estaban alertados y era menester disponer de mucha más fuerzas para no volver a fracasar, por ello don Pedro resolvió regresar a Coruña, desde donde escribió al Rey para ponerlo en su conocimiento.

Como aportación a la Historia de las islas Azores estas fueron descubiertas por don Gonzalo Velho, la primera de ellas bautizada como Santa María, el día 15 de agosto del año de 1432, el día 8 de mayo del año de 1444, la de San Miguel, a partir de ésta ya fueron sucesivamente, la Tercera, San Jorge, Graciosa, Fayal y la de Flores en el año de 1458, siendo ésta la última de ellas. Se les dio el nombre de Terceras, por haber sido descubiertas, después que las islas Canarias y las de Cabo Verde.

Malhumorado don Felipe II por la torpeza de su general, dispuso con fecha del día 8 de febrero del año de 1582, que se formara una escuadra en Lisboa y otra en Cádiz, estando ésta al mando de don Antonio de Oquendo y las dos al de don Álvaro, como General del Mar Océano. Por razones de vientos contrarios no pudo unirse la de Oquendo a la de don Álvaro y como el verano avanzaba, no quiso esperar y zarpó rumbo a las Azores, donde al estar delante de la isla Tercera, tuvo lugar el mayor combate del siglo XVI detrás del de Lepanto, donde se enfrentaron sesenta buques por parte del Prior de Crato, la mayoría franceses contra los veinticinco al mando de don Álvaro, siendo el resultado el que se relata a continuación.

Para saber lo que ocurrió, pasamos a un documento que habla por sí solo de lo que allí sucedió. Comenzó al ser separado de la formación el galeón San Mateo por los vientos, momento en el que un testigo presencial nos dice: «…y siendo nuestro dicho galeón cercado de cinco galeones enemigos, comenzó a pelear con todos cinco, y demás desto fueron reforzados de infantería que bajeles medianos venían a posta cargados de gente, sólo para reforzar sus galeones, y como el viento les era a ellos a favor, nuestra armada, que estava a sotavento, no nos podía socorré sino era dando bordos, de suerte que podía ser con ninguna brevedad el socorrernos. Peleose de esta manera de cuatro a cinco horas del día, dejando a la consideración del que esto supiere y entendiese de cómo debió ser. Fué Nuestro Señor servido de dar tanto valor y gracia a D. Lope de Figueroa y a D. Pedro de Tassi y a los caballeros, aventureros y soldados que adentro estaban, que serían en todos hasta 250, que habiéndoles echado fuego de muchas bombas y artificios del y pegádole en el galeón por más de veinte partes y habiéndole tirado más de quinientos tiros de artillería y trayendo el dicho Phelipe Stroz y conde de Vimioso en su Capitana 400 soldados escogidos sin más de 120 caballeros aventureros para el efecto de embestir con dicho galeón San Mateo y que su Almirante (el galeón de Brissac) se le puso al lado con otros 400 soldados y siendo estos dichos cinco galeones tan grandes y tan bien artillados como el San Mateo se defendió de todos ellos habiendo peleado cerca de cuatro horas sin tener ningún favor ni ayuda de ningún bajel de nuestra armada…»

El resultado del combate se refleja en los datos numéricos: las bajas francesas, se pueden calcular entre los dos mil quinientos y tres mil hombres, de ellos mil quinientos muertos, incluido el almirante Strozzi, que falleció de resultas de sus heridas anteriores y también falleció el conde de Vimioso. Pero estos datos son del combate, debiendo fallecer muchos más en su viaje a Francia puesto que a ella solo llegaron dieciocho buques de los sesenta que formaban la escuadra.

Por su parte los españoles sufrieron un total de doscientos veinticuatro fallecidos, más quinientos cincuenta y tres heridos, sin perder a ningún buque en el encuentro, si bien el galeón San Mateo, que fue el centro del combate, su casco estaba acribillado pero soportó estoicamente el castigo, a más de haber quedado mocho como un pontón y habiendo sufrido entre su dotación, ciento catorce bajas en total, a esto hay que sumar los cuatro buques que se vieron en medio del combate, que también habían sufrido sus cascos, arboladura y la pérdida de algunos hombres.

Pero si el desastre fue en lo personal y  material, lo peor de todo fue la pérdida del valor moral de los franceses, que les dejó en desmayo absoluto, ya que a pesar de las pérdidas, aún continuaban teniendo una abrumadora superioridad numérica, que en ningún momento supieron o quisieron aprovechar y la demostración de esto, es que su armada quedó completamente dislocada y sin conexión entre ellos.

Hay constancia de que la derrota fue casi total, ya que de los sesenta buques iniciales a Francia solo regresaron dieciocho. Esto sin haber podido entrar en combate la escuadra de Andalucía. La actuación en él de don Alonso fue premiada por su hermano, con lisonjeras palabras, ya que poco más podía hacer.

Enterado don Álvaro por un correo del Rey de la próxima llegada a las islas de una Flota de Indias, prosiguió desembarcando a los heridos, dejando a su vez soldados que en total sumaron dos mil en la isla de San Miguel, zarpando de inmediato a la espera de la Flota, a la cual encontraron y dieron protección hasta la bahía de Cádiz, puesta a salvo viraron y con rumbo al cabo de San Vicente para doblarlo, arribando a la ciudad de Lisboa donde les esperaba el mismo don Felipe II, siendo recibidos con toda pompa y fiestas.

El Rey de nuevo tuvo noticias de un nuevo armamento en Francia, facilitado por la Reina Madre y el mismo Rey siguiendo sus órdenes. Las pretensiones iniciales eran enviar una flota compuesta por más de cien velas, pero ante el fracaso anterior nadie les seguía, razón que provocó que al final solo enviaran una escuadra con catorce galeones y otras velas de transporte, que llevaban a bordo a un ejército de dos mil hombres, al mando del gobernador del Dieppe señor Chartres.

Estos arribaron a la isla mucho antes, nada más hacerlo se prepararon para el enfrentamiento, construyendo varias fortalezas y con las cien piezas de artillería que llevaban, fueron colocadas donde más podían ofender y así estaban ya concluidas las obras a la llegada de los españoles.

Pero antes de saber este punto final, don Felipe II, por carta a don Álvaro fechada el día 10 de febrero del año de 1583 en la misma ciudad Lisboa, (donde se había desplazado para asegurarse personalmente del nuevo armamento) le ordena formar una nueva escuadra, compuesta de: dos galeazas, doce galeras, cinco galeones, treinta y un pataches, zabras y carabelas, más unos buques a remolque, (que eran los lanchones de desembarco, con una porta plana en proa que por un sistema de polispasto, se elevaba y pegaba a los costados evitando la entrada de agua; soltando los cabos por su propio peso caía hasta tocar el fondo, dejando así el paso libre a las tropas para su desembarco, teniendo muy poco calado en toda ella y de fondo plano) siendo en total noventa y ocho buques, con una dotación de seis mil quinientos treinta y un hombres.

Zarpó de Lisboa el día 23 de junio, pero por culpa de los vientos contrarios, el día 26 ordeno al general de las galeras que se adelantara a la escuadra, las galeras arribaron a la isla de San Miguel el día 3 de julio, el resto de la escuadra lo hizo el día 14, repartiéndose entre los puertos de Villafranca y Punta Delgada, reabastecidos zarparon el día 19 de julio con rumbo a Angra, que es la capital de la isla Tercera, arribando a su vista el día 21, don Álvaro con su hermano Alonso a bordo del galeón San Martín, se acercaron a la costa para averiguar la fuerza del enemigo, la cual quedó patente al ser seguidos a cañonazos desde la costa, calculando que habían en torno a las trescientas piezas en la defensa, lo que indicaba que había que buscar otro sitio.

Por ello esa misma noche y contra toda costumbre de la guerra hasta la fecha, don Álvaro dio la orden de arrumbar a una pequeña cala llamada Das Molas (Las Muelas) que en su inspección anterior había descubierto, al llegar ante ella dio la orden de comenzar a trasbordar tropas a las galeras, zafras y pinazas, ya casi al amanecer del día 26 de julio (aniversario de la victoria del año anterior) las galeras comenzaron a acercarse a la pequeña playa existente, empezando el desembarco sobre las tres de la madrugada desde las pinazas; en la playa habían cuatro compañías de infantería francesa y portuguesas, por lo que fueron descubiertos por los enemigos que comenzaron a hacer un furioso fuego, que al principio era respondido desde las galeras con su artillería para proteger a los infantes españoles.

Las tropas que iban en ellas eran todas del Tercio de don Lope de Figueroa, hombres bien curtidos en la guerra de entre cubiertas. Por el fuego de esa primera línea de defensa, se percataron los que estaban con la artillería en las lomas cercanas, dando principio al bombardeo de las galeras, ya que se distinguían por el fogonazo de los disparos de sus piezas. Pero a su pesar fueron desembarcando todos y por orden de don Álvaro se desembarcaron los cañones de las galeras, con lo que apoyaron el avance de las tropas. Los enemigos al ver la formidable formación de los españoles decidieron darse a la fuga, lo que a su vez permitió que el resto de fuerzas fueran desembarcando sin sufrir pérdidas.

El combate fue recio y sangriento, ya que las tropas francesas eran de viejos soldados en su ejercicio, lo que impedía vencerlos con facilidad por ser combatientes expertos, a lo que se sumaba que al estar más tiempo en la zona eran mejores conocedores del terreno, esto solo retrasó en un día la conquista de la isla incluida su capital, donde en su puerto se capturaron a mil seiscientos hombres, más de trescientas diez piezas de artillería y los treinta y cuatro buques franceses, entre ellos dos ingleses piratas allí refugiados. Don Alonso se quedó al mando de la escuadra y entró en la capital al recibir la orden de don Álvaro, siendo quien realizó las capturas de los buques enemigos.

Todas las disposiciones tomadas, los representantes del Rey nombrados, zarpó del puerto de Angra el día 17 de agosto; al poco de salir a la mar rolaron los vientos a contrarios impidiendo avanzar a la escuadra con la velocidad normal, pues no quedando otro remedio que navegar dando bordadas, obligando a un trabajoso esfuerzo a las dotaciones para mantenerse a rumbo, de hecho se avisto el día 13 de septiembre el cabo de San Vicente, consiguiendo tirar las anclas frente a la ciudad de Sevilla el día 15 siguiente, por lo que casi duro el viaje de regreso un mes. La entrada en el río Guadalquivir fue triunfal, ya que se llevaban las cuarenta y seis banderas capturas arrastradas por sus aguas, a lo que se sumó el estruendo de las salvas mutuas de los fuertes y los buques, acudiendo a recibirlo prácticamente todos los habitantes de la ciudad.

Don Álvaro, estando en el puerto de Angra, ya escribió con fecha del día 9 de agosto al Rey, para preparar la siguiente conquista, no siendo otra que la preparación de la Jornada de Inglaterra, pero el Rey tenía en esos momentos estado de paz con la reina de Inglaterra y no quería ser él el primero en comenzar una nueva, por lo que se fue posponiendo a pesar de que don Álvaro le recordaba que dejar pasar el tiempo iría en contra de los buenos servicios a S. M.

En la carta muy larga y pormenorizada de detalles, le expone: « Se necesitaran ciento cincuenta naves, cuarenta urcas de carga, trescientas veinte embarcaciones de cincuenta a ochenta toneladas, cuarenta galeras, seis galeazas, con un total de velas de quinientas cincuenta y seis, sin contar cuarenta fragatas y falúas, y doscientas barcas destinadas al desembarco, con una tripulación de treinta mil trescientos treinta y dos hombres y el ejército debe de estar compuesto por sesenta y tres mil ochocientos noventa hombres y mil seiscientos caballos, siendo el total de la expedición noventa y cuatro mil doscientas veintidós bocas…»

El día 15 de septiembre del año de 1585, zarpaba de Plymounth Drake, con una escuadra de veintitrés buques, poniendo rumbo a Bayona de Galicia donde pensaba terminar de cargar sus buques de alimentos, sobre todo reses y aves; se presentó ante el puerto y avisado el gobernador don Diego Sarmiento de Acuña, movilizó todo los disponible incluso las milicias gallegas, consiguiendo después de unos enfrentamientos devolver a los ingleses a sus buques, pero en vez de mantenerse alerta dio la orden de que abandonaran sus habitantes las poblaciones marineras, prosiguiendo su rapiña en algunas poblaciones del norte de Portugal, de forma que al final el pirata consiguió parte de lo que quería.

Posteriormente pasó (según él, por la capital de Lisboa, llamando al combate a los marinos españoles y estos no salieron de su refugio. Pero él tampoco entró) arribó a Lisboa los pocos días don Álvaro, siendo informado de lo ocurrido y de la presencia del pirata, regresó a su buque y enarboló la bandera de preparase para zarpar, al estar listo el resto de buques zarpó en su búsqueda, de todo esto fue informado el inglés, quien a su vez dio la orden de separarse de la costa con rumbo opuesto, pues lo hizo a las islas Afortunadas donde pensaba cargar el vino que tanta falta le hacía, arribando a la isla de Palma, donde desembarcaron pero las tropas y vecinos unidos los devolvieron a sus barcos, decidiendo acercarse a la isla de Gomera, donde de nuevo intentó previo desembarco tomar prestado el vino, de nuevo las tropas y los vecinos los devolvieron a sus buques, esto le convenció que ya no podría conseguirlo en islas tan bien protegidas, poniendo rumbo a las de Cabo Verde donde al parecer sí que lo logró, embarcando lo robado y continuando viaje con rumbo a las Antillas, donde también le cupo la suerte de apresar a un mercante, que se lo encontró de viaje entre la Guayra a la Habana cargado con plata del Virreinato del Perú.

Como primera respuesta de don Felipe II le envía una carta en la que le ordena, la composición de una escuadra para la vigilancia de las costas Atlánticas. Al mismo tiempo le pide con detalle máximo la composición de la escuadra para la Jornada de Inglaterra, ya que está decidido a llevarla a buen término, pero quiere saber todo respecto a ella y lo que será necesario para ir preparándolo con el tiempo suficiente, terminado la extensa carta: «…con resolución que hecho esto, después os ire avisando de las otras cosas que se fuese ofreciendo y convendrá proveer, para que no quede cosa por prevenir.— De Valencia á 26 de Enero de 1586. — Yo el Rey. — Por mandato de S. A. Antonio de Eraso. »

Vuelve a escribir don Álvaro al Rey y éste al fin se decide a autorizar la Gran Armada contra Inglaterra, siéndole comunicado por una carta fechada en Madrid el día 16 de abril del año de 1586, escrita por el Secretario don Juan de Idiáquez. Anunciándole al mismo tiempo que el Rey envía Cartas orden a los diversos jefes del ejército para que vayan concentrándose en la ciudad de Lisboa, así como a los generales de mar que deben de incorporarse al mismo lugar con sus escuadras respectivas, añadiendo en todas ellas que es nombrado General en Jefe de Mar y Tierra, el mismo Marqués de Santa Cruz.

La constante falta de dinero en la Hacienda de España, impide a don Álvaro ir a la velocidad deseada para la formación de tan importante Jornada, a lo que se añade que el mismo Rey le sigue enviando correos preguntando porque no sale al escuadra, don Álvaro siempre le contestaba lo mismo, que la falta de fondos disponible le impedía acelerar la conclusión y que él era el más interesado por servir de nuevo a su Rey con una nueva victoria. Desconfiando el Rey de la aptitud del marqués, le envía al conde Fuentes para que averigüe e informe al Monarca directamente, lo que no le sentó nada bien a don Álvaro.

Dejando una clara muestra de ello, en la carta que le escribe al Monarca, que dice: « Señor:

Mucha merced me ha hecho V. Md. En imbiar al Conde de Fuentes para que entienda el estado de la armada y pueda informar a V. Md. particularmente a su vuelta de en la orden que va, la qual está tan a punto como he escrito; y assi quando llegue la orde de V. Md. Y el dinero me podré luego hazer a la vela.

Dios guarde la C. persona de V. Md.—De Lisboa 30 de henero 1588.—El Marqués de Sta. Cruz (Rubricado) »

(Obsérvese que le dice « y pueda informar a V. Md. particularmente a su vuelta » dándole a entender, que mientras esté en Lisboa no habrá información que no pase por sus manos antes de ser enviada)

Decir, que en todo esto don Alonso estaba informado al segundo de todo lo que ocurría, ya que seguía siendo la mano de descanso de su hermano, quien incluso le consultaba por si se excedía en el trato o en sus escritos, dado que don Álvaro era un hombre de rápidos reflejos, pero de muy mala pluma y no estaba demás que alguien le ayudara a envainar la pluma, para no caer en desgracia. Cosa muy fácil en la época.

Don Álvaro ya encamado por su incapacidad de poderse mantener en pie, le sobrevino el óbito el día 9 de febrero del año de 1588, contando con sesenta y un años, y cincuenta y nueve días, de los que estuvo a las órdenes del Rey cuarenta y cinco años. Y su hermano se quedó sin su gran ayuda, pues a pesar de ser unos de los mejores generales de Mar y Tierra de la época, como el resto quedó eclipsado por el resplandor de su hermano.

Recibió una carta de don Felipe II, en respuesta a la suya en la que le comunicaba el fallecimiento del Marqués de Santa Cruz su hermano: « He reçebido vuestra carta de 9 deste y la muerte del Marques vuestro hermano es de sentir como gran perdida, pero hase de lleuar con paçiençia todo lo que Dios ordena.

De mi creed vos y vuestros sobrinos que en lo que se offreziere terne con vuestras cosas y las suyas la quenta y memoria que es razón.

De Madrid a 15 de Hebrero 1588 »

Pero la cosa llegó a más en su caso, ya que siendo conocedor el Rey de los inmejorables servicios prestados por don Alfonso y que había estado como siempre en todos los asuntos de su fallecido hermano, no le entregó el mando de ninguna división o parte de ella en la Jornada de Inglaterra, caso curioso que nos deja entrever, que don Felipe II era muy desconfiado, ya que siendo en parte culpable de la muerte de don Álvaro, no se fió de que su hermano cumpliera con su deber de defender a España, cuando quizás detrás del marqués era el mejor informado de todo el aparato que rodeaba la Empresa, no en vano estuvo junto a su hermano los casi dos años que costó el reunir todos los buques, hombres y elementos para ella.

Al año siguiente de 1589, fue la Reina de Inglaterra la que quiso invadir España y favorecer al Prior de Crato para que se instalara en el reino de Portugal, para ello zarpó del puerto de Plymouth el día 13 de abril una escuadra con ciento cincuenta velas y un ejército de veintitrés mil trescientos setenta y cinco hombres, la escuadra al mando del ya almirante Francis Drake y las tropas al de John Norreys, pero desobedeciendo a las órdenes de la Reina, en vez de dirigirse directamente a Lisboa, lo hicieron sobre Coruña, por saber que ésta plaza estaba muy mal guarnecida y suponiendo que en ella se estaba volviendo a concentrar otra Jornada contra Inglaterra.

Pero las cosas no le salieron como espera Drake, ya que la resistencia encontrada le iba causando bajas, efectuando cuatro ataques sobre la fortaleza, los dos últimos después de haber hecho estallar una mina que dejó una gran brecha en la muralla, pero entonces se unieron las mujeres a la defensa y les resultó imposible doblegarla, por lo que Drake decidió abandonar el territorio, lo peor de su huída es que se dejaron casi todo el bagaje del Prior de Crato y entre ellos los documentos de todos los que formaban parte de la expedición.

Variaron el rumbo y arribaron al pueblo de Vigo, que en ese momento solo contaba con ciento cincuenta habitantes, el cual fue dado al fuego, pero la llegada de más tropas españolas le impidió mantenerse, así que volvieron a reembarcar y puso rumbo a Peniche, donde la guarnición desalojó la fortaleza, lo que le permitió a Drake desembarcar a doce mil de sus hombres, llegando Norris a Torres Bedras, donde proclamó al Prior de Crato. Drake continuó viaje hasta alcanzar la desembocadura del río Tajo, pero se encontró en la misma entrada con dieciocho galeras al mando de don Alonso enfiladas en fortaleza, por lo que el almirante inglés no se atrevió ni a intentar forzarla.

Pero se mantuvo a distancia, fuera del alcance de la artillería de las naves españolas, al poco comenzó a caer en la cuenta que no era tan fácil mantenerse, ya que por detrás las fuerzas del conde de Fuentes con su caballería estaba dejando al ejército invasor sin fuerzas, a lo que contribuía don Alonso con el bombardeo constante de las posiciones enemigas y para terminar de desalojar al enemigo, el adelantado mayor de Castilla, don Martín de Padilla con nueve galeras, había transportado a varias compañía de los Tercios.

Esta presión constante, decidió a Norris al tercer día a abandonar sus conquistas y retornar a sus buques, pero en la huída tuvo que abandonar sus caballos y todo objeto que embarazaba la buena marcha, ya que detrás iba el conde de Fuentes, don Pedro Enríquez de Acevedo con sus tropas hostigándole, pero sin apretar, pues solo contaba con mil doscientos hombres contra más de seis mil, se mantuvo un poco a la expectativa sin dejar de hacer fuego, hasta la llegada de don Francisco de Toledo con nuevas tropas de refresco, viendo que ya estaban embarcando los dejaron ir, aunque los arcabuceros a caballo los siguieron hostilizando hasta que se pusieron fuera de alcance.

A finales del mes de mayo, Drake dio la orden de regresar a Inglaterra, porque ya la epidemia declarada en sus buques le estaba dejando sin brazos, al ver la virada del pirata y enseñar sus popas a la escuadra de don Alonso, éste dio orden de perseguirla consiguiendo hundir a tres buques, lo que sumado a los dos que fueron hundidos en Coruña y los cuatro que hundió el adelantado de Castilla, don Martín de Padilla, sumaban en total nueve buques perdidos, pero en la huída se perdieron la inmensa mayoría, ya que hay datos demostrando que al final a Inglaterra solo llegaron cinco mil hombres, a los que sus armadores les dieron cinco chelines a cada uno por su trabajo.

Por una carta del capitán inglés Tho. Fenner sabemos que: « En mi navío de 300 hombres de tripulación, solo tres se libraron del contagio, y murieron 114 » y del libro Europa Portuguesa, se dice: « De las enfermedades contraídas por la falta de lo necesario para sustentarse fueron (los ingleses) arrojando muchos cadáveres al mar y perdiendo navíos; y convertido el mal en pestilencia, la sembraron en Plemua, de donde se transmitió por toda Inglaterra con grave daño, en que se mantuvo largos días. Éstas fueron las ganancias llevadas de Portugal a aquel reino, que tan grande las esperaba, con que apareció agora mas pena en aquella isla por haber enviado una armada a España, que en España antes por la que había enviado allí »

Para una reflexión: A la muerte del Rey de Francia don Enrique III, quien falleció sin sucesor, inmediatamente se levantaron los hugonotes para entregarle la corona a don Enrique de Navarra, conocedor don Felipe II que si llegaba a ser proclamado Rey, con él sobrevendría la pérdida del catolicismo en Francia, actuó rápidamente llegando a varios acuerdos con otros reyes como el Dux de Venecia, pero al mismo tiempo debía de formarse una escuadra para transportar a Bretaña a un cuerpo de entre cuatro a cinco mil hombres, para ello le ordenó a don Alonso formar la escuadra, se puso a trabajar y consiguió reunir a siete naos, cuatro galeazas, dos galeras, veintisiete pataches y zabras, con mil ochocientos doce hombres de dotación y cuatro mil quinientos setenta y ocho de guerra, con un total de treinta y siete naves y seis mil cuatrocientos setenta hombres, zarpando en el mes de septiembre del año de 1590, pero no al mando de don Alonso, sino al de don Sancho Pardo Osorio y como su capitán general de Mar y Tierra don Juan del Águila.

O sea, que sí era bueno para organizar una escuadra (experiencia tenía, desde luego y confirmada), pero no se le entrega el mando. Hay decisiones a veces inconcebibles, que no pueden por demás dejar de llamar la atención y dejarnos asombrados de los movimientos de hilos de los cortesanos, llevados por la envidia y el estar a la sombra de don Álvaro, por ello al morir todos pusieron sus ojos en contra de don Alonso.

En el año de 1591 le llegaron noticias al Rey don Felipe II de que una escuadra inglesa, al mando de Thomas Howard conde de Suffolk, se encontraba al acecho en las islas Terceras, lo puso en conocimiento de don Alonso de Bazán para que tomara el mando de la escuadra a formar, dándole la orden de enviar mensajeros para que acudieran las distintas armadas, ya que S. M. estaba ya cansado de tanta arrogancia y estaba decidió a darle una lección a los ingleses.

Para cumplir la Real orden don Alonso ordenó el envío de sus fragatas para transmitirla al resto de los generales de las escuadra de galeones, a su llamada acudieron todos; Antonio de Urquiola, Martín de Bertedona, Marcos Aramburu, Sancho Pardo y la portuguesa al mando de Luis Coutiño, con ocho de sus filibotes, reuniendo en total sesenta y tres galeones más lo filibotes, con una tropa a bordo de siete mil doscientos hombres de los distintos Tercios. Los ingleses por su parte contaban con veintidós velas de las que seis eran grandes galeones.

Sabedor del punto exacto por donde debían cruzar los buques procedentes de Tierra Firme entre las islas del Cuervo y de Flores, lugar conocido también por los ingleses, a ese punto arrumbó la escuadra al completo. Don Alonso quiso coger al enemigo al amanecer o empezando a hacerlo, para que todavía estuvieran fondeados, así que calculó las distancias y velocidad a mantener para arribar en el momento predicho, acoplando la marcha de la escuadra para que fuera así yendo él en cabeza de ella y la orden de que  nadie se separara ni adelantara, pero por causa de una racha de viento arrancó de la cepa el bauprés de la capitana de don Sancho Pardo, lo que obligó a que se quedaran al pairo hasta que se reparara la avería, esto provocó un retraso que impidió dar la sorpresa al enemigo.

Efectivamente se alcanzó el lugar a las cinco de la tarde, cuando la escuadra inglesa estaba ya en alerta, maniobrando Howard para ganar barlovento, al llegar a tiro de cañón comenzó el combate, pero los ingleses con ese miedo total al abordaje de los españoles, permanecieron siempre maniobrando para evitarlo, el único que no lo hizo fue el galeón almirante, que era uno de los más poderosos de la escuadra inglesa, pues estaba armado con 43 piezas de broce, de ellas 20 en la primer cubierta de cuarenta a sesenta quintales, siendo el resto por ir más altas de entre veinte y treinta. El galeón era el famoso Revenge de Drake, con el que había realizado el viaje a Indias y el ataque a Coruña. En esta ocasión estaba al mando de Richard Greenville.

Cometió el error de no estar pendiente de las maniobras de sus supuestos compañeros, ya que estos llevados por las evasivas que realizaron se fueron alejando, hasta poder cazar bien el viento consiguieron huir dejándolo solo y sin ningún miramiento hacía su almirante, así que se le vino la escuadra española prácticamente encima. Pero bien organizados, el primero que llegó a aferrarlo fue el galeón de Claudio de Beamonte y ya con diez hombres dentro del buque enemigo se partieron los cables, siendo visto esto por Bertendona fue quien se aferró por la banda contraria, mientras que por el tercio de cuadra (popa) le entró Aramburu, pero la luz del día comenzó su ocaso.

Al entrar los hombres de Aramburu por el tercio de cuadra, fueron los que ganaron el estandarte enemigo, a pesar de esto sus hombres consiguieron llegar al palo mayor, pero el fuego que se les hacía desde el tercio de amura (castillo), les obligó a retroceder, viendo esto acometieron a la vez dos nuevos galeones, el de Antonio Manrique y el de Luis Cotiño, así que ya eran cinco contra uno y a pesar de tener la proa deshecha seguían soportando el fuego, la bizarría del inglés hay que dejarla muy clara, ya que en esa situación aún se mantuvo por espacio de tres horas y ya entrada la noche, cuando el galeón enemigo estaba sin palos, el casco con más agujeros que madera y ciento cincuenta de sus hombres muertos o heridos, fue cuando decidió rendirse.

Fue trasportado Greenville al galeón de don Alonso, quien lo recibió con todos los honores, como no era menos de esperar después de tan gallarda defensa, los médicos le atendieron por llevar una gran herida en la cabeza, por su forma debía de ser un tiro de arcabuz, lo que no le permitió vivir mucho tiempo a pesar de los esmerados cuidados que se le dieron.

Los daños propios fueron elevados, ya que la embestida de los dos últimos galeones no solo contra el buque enemigo, sino entre ellos, les causo graves daños en sus proas y a lo largo del combate fueron como un centenar las bajas. Por parte de los bajeles enemigos que huyeron, según los partes de los distintos capitanes, debieron de ser graves, ya que en su huída ‹ descubrían los navíos el sebo › o sea que iban muy escorados por cazar el viento, lo que significó que se pudieran contar varios impactos de la artillería española en esa zona, lo que es muy posible que alguno no llegara a su isla.

Al regresar a Lisboa y pasar la correspondiente relación del combate al Rey, se alzaron voces contra don Alonso, del porque no había perseguido a la escuadra enemiga y haber acabado con ella. Pero todo esto fue subrepticiamente, a él solo le llegó otra Real cédula por la que se le exoneraba del mando y que se marchara a su casa hasta que tuviera a bien S. M. llamarlo de nuevo a su servicio.

En este momento se le pierde la pista y no se vuelve a saber de él hasta el año de 1604, cuando ya reinaba don Felipe III quien ordenó llamarle y ante su presencia le entrego el titulo y cargo que ya obtuvo su hermano, como Capitán General de la escuadra del Mar Océano.

Lo que por si demuestra, que durante el reinado de su padre don Felipe II, a don Alonso se le marginó totalmente. Las envidias son siempre parte importante de las pocas o nulas esperanzas de los grandes hombres que no tienen el acceso directo a los Monarcas de turno y sus cortesanos. Que más bien deberían de ser llamados cortemalos.

Pero este reconocimiento fue muy tardío a su persona, no le duró mucho, pues ese mismo año falleció.

Ninguna fuente dice el lugar, por lo que es muy probable que fuera nombrado general del Océano, pero ni siquiera llegara a tomar el cargo, ya que la capital de la escuadra era Lisboa y eso no es tan fácil de olvidar por los biógrafos, por lo que damos como más probable que falleciera en su casa.

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