Biografía de don Alonso de Ojeda
Posted By Todoavante on 3 de junio de 2014
Piloto mayor.
Descubridor.
Conquistador.
Vino al mundo en la ciudad de Cuenca, como es normal en esta época se desconoce la fecha exacta, entre las diferentes dadas por autores se centra en los años 1466 a 1470. Sus progenitores eran de noble familia, por ello de joven entró al servicio del duque de Medinaceli, más tarde un primo hermano alcanzó el grado de inquisidor, quien lo presentó a don Juan Rodríguez de Fonseca, éste a su vez más tarde fue el inquisidor general de Indias.
Quien le facilitó poder participar en el segundo viaje del almirante don Cristóbal Colón a La Española, por ser el Deán de la catedral de Sevilla y por ello el responsable nombrado por los Reyes Católicos de formarla, zarpando de la bahía de Cádiz el 26 de septiembre de 1493, con una flota de diecisiete buques, de los que cinco eran naos y doce carabelas, obteniendo el mando como piloto de una de éstas. En los bajeles embarcaron mil quinientos colonos, transportando yeguas, vacas, oveja, cabras, puercas y asnas, trigo, cebada y legumbres, ladrillos y cal para levantar casas, doce clérigos de ciencia, caballeros y criados de casa real, plateros, sastres, carpinteros y labradores. Lo que se cuenta es que por orden de Fonseca, su principal comisión consistía en observar de cerca al Almirante para a su regreso informar de su buen comportamiento con las órdenes dadas por la reina doña Isabel a Colón, de respetar la vida y no castigar a los naturales por su desconocimiento de la verdadera religión.
Colón ordenó construir la población de La Isabela (en honor a Reina Católica), estando en ello despachó a Ojeda con quince hombres en enero de 1494 para reconocer Cibao, internándose en la isla, ante ellos solo se levantaban grandes montañas, hasta llegar a la cumbre de una donde a sus faldas avistaron la que denominaron Vega Real, por estar recorrida por varios pequeños ríos y sus tierras perfectamente cultivadas, desembocando todos ellos en el río Yuqui (actualmente Yaque), donde fueron muy bien recibidos por los caciques, quienes les pusieron guías para reconocer toda la zona de Cibao, recogiendo algunas pepitas de oro, dieron por finalizado el reconocimiento y se despidieron de muy buenas formas de los nativos regresando a La Isabela, donde notificaron a Colón. Éste quedó impresionado y quiso personalmente reconocer el territorio, con su afán de colonizador en el recorrido se fijó en un buen lugar donde construir una fortaleza, trabajo que se llevó a cabo, al finalizar lo bautizo Santo Tomás, nombró alcaide a don Pedro de Martgarit dejándole una guarnición de cuarenta y cinco hombres, alcanzando posteriormente los trescientos, regresando a La Isabela el 29 de marzo siguiente.
No sabemos las razones, pero dada la idiosincrasia de los españoles podemos imaginar lo que sucedió, pues Margarit envió aviso de estar sitiado por los indios, razón y teniendo en cuenta los buenos servicios de Ojeda le entregó cuatrocientos hombres para que liberara la fortaleza de Santo Tomás, saliendo el 9 de abril seguido, al llegar derrotó a los naturales en muy poco tiempo. Enterado Colón del éxito le ordenó a Ojeda capturara al cacique principal Caonabó. Ojeda salió con nueve hombres al encuentro del jefe indígena, al llegar a los límites de su zona le salieron al paso varios hombres a los que les explico iba en son paz, pidiendo ser llevado a presencia de su jefe, lo que así hicieron, al reunirse Ojeda le dijo traía unos presentes que eran unas preseas reales y al estilo de los Reyes de Castilla a los que representaba, debía alejarse para tomar un baño en el río, distante como media legua, una vez realizado le dejaría montar en su caballo y así regresaría para presentarse a su tribu con los atributos reales.
Caonabó creyó en las palabras y con muy poca comitiva se pusieron en camino, al llegar Ojeda lo alejó un tanto y le ofreció montar su caballo, le colocó unas esposas y los grillos dorados, siendo estas las preseas reales, llevando de las bridas el caballo lo alejó mucho más, al considerar estaba fuera del alcance de las flechas, pegó un salto a la grupa, dando orden a los suyos de seguirle y todos lo hicieron al galope alejándose definitivamente en un corto espacio de tiempo, así llevó prisionero ante Colón al rebelde cacique nativo. Al ser conocida la noticia en la corte, los Reyes por este acto de valor y sin utilizar la fuerza, por Real cédula le concedieron seis leguas de terreno en La Española en el término de la Managua.
Permaneció en la isla hasta 1498, contribuyendo tanto en la seguridad de los colonos como ir barajando otras costas, en las cuales no podía poner el pie por no tener permiso del Almirante, ello le decidió a regresar y buscar el apoyo de Fonseca para conseguir para sí unas capitulaciones siempre y cuando no tocara zonas ya descubiertas por Colón.
En estas capitulaciones siempre firmaba don Juan Rodríguez de Fonseca, por haber sido elevado por los Reyes a obispo de Badajoz, Palencia y Burgos, y ministro de Ultramar. Contando con él Alonso fue el primero (después del Almirante) en ser autorizado a realizar una expedición, al conseguirlo se asoció con Juan de la Cosa como Piloto Mayor y al florentino Américo Vespuccio, reunió cuatro buques de entre 50 á 70 toneles con ciento veinte hombres, zarpando del Puerto de Santa María el 18 de mayo de 1499 con rumbo a las islas Afortunadas para coger los vientos alisios que le llevarían al nuevo continente, al estar cerca variaron rumbo arribando a tierra algo antes de alcanzar el Ecuador, continuó rumbo bojeando la costa pasando por la desembocadura del río Esequivo y más adelante el Orinoco, arribando a la isla de Trinidad donde vieron señales del paso de Colón, prosiguieron su derrota divisando las bocas del Grado, descubrieron el golfo de las Perlas, donde se hicieron con algunas y lo bojearon por completo, al igual que la siguiente isla de Margarita, el cabo Codera y continuaron avanzando, divisaron la isla de Curaçao de donde viraron al sur hasta dar con la costa del actual Venezuela, arribando a una zona que los nativos la llamaban Maracaibo.
Un escrito de Vespucio dice: «…encontramos una población que se levanta sobre el agua, como en Venecia; alrededor de veinte casas en total, como chozas levantadas sobre gruesos palos y sus puertas o entradas dispuestas como puentes levadizos, pudiéndose ir de una casa a otra por medio de los puentes levantados de casa en casa» por ello pasó a conocerse como Venezuela, un diminutivo de Venecia.
Continuaron hasta el cabo de la Vela después de haber navegado unas doscientas leguas por casi toda Tierra Firme, al no encontrar nada de valor y sí conocer los peligros de los nativos, por ser casi todos guerreros y utilizar flechas emponzoñadas, decidieron virar y arribar al puerto de Yaquimo en la isla de La Española. Solo había conseguido algunos adornos de oro y plata a cambio de los típicos abalorios de cuencas de cristal y algunas perlas por el mismo medio.
Su llegada al puerto el 5 de septiembre de 1499 en cambio levantó sospechas por su presencia en la isla, sufriendo varios altercados con Roldán y varias otras autoridades, por ello en cuanto pudo zarpó con rumbo a la península tocando en las Lucayas, arribando y lanzando las anclas en la bahía de Cádiz a mediados de junio de 1500.
Por los enfrentamientos en la isla actuó su protector y nada se le pudo demostrar en su contra, comenzando a moverse para una nueva expedición encontrando apoyo en dos personajes nada recomendables, Juan de Vergara y García de Ocampo, con la condición de dividir entre los tres todos los beneficios de la empresa, al tener el problema económico resuelto firmaron los Reyes las capitulaciones el 8 de junio de 1501 en Granada, y el siguiente 10 en la misma ciudad la concesión del título de Adelantado de Coquibacoa, para confirmar este algo cargo (el máximo en aquellos momentos) debía regresar y construir una población en la zona, comenzando a buscar bajeles y hombres, logrando reunir a la Santa María de la Antigua, al mando de García de Ocampo, Santa María de la Granada, al de Juan de Vergara y las carabelas Magdalena, al de Pedro de Ojeda, sobrino de Alonso y la Santa Ana al de Hernando de Guevara, al concluir este complicado trabajo zarpó con ellas de la bahía de Cádiz en enero de 1502.
Tocaron en las islas Afortunadas, pasando a las de Cabo Verde desde donde cruzaron el océano arribando al golfo de Paria, con arribadas en la isla Margarita, puerto de Codera, Maracaibo, Curaçao y Cumaná, a pesar de negarse a lo que realizaba sus socios, pues fueron apropiándose de todo cuanto pudieron, capturaron naturales para ser vendidos y mucho oro, con la escusa de así poder levantar la población con buenas construcciones, ante ello decidió proseguir viaje, siempre bojeando arribaron a la península de la Goagira, donde ordenó desembarcar, los naturales parecían pacíficos y les acogieron muy dignamente, por ello decidió levantar allí la población bautizada Santa Cruz (Bahía Honda) y se pusieron a ello.
Pero de nuevo comenzaron a escasear los alimentos, sus socios en vez de conseguirlos a base de intercambios, comenzaron a atacar las poblaciones y así hacerse con las vituallas, a esto se negó por completo, pero de nada le valió su queja pues le pusieron grillos y embarcado en la Santa María de la Granada fue llevado a Santo Domingo, donde le acusaron de haberse querido quedar con el quinto Real, a su vez Ojeda presentó la denuncia contra Vergara y Ocampo en septiembre de 1502, pero el juicio no empezó hasta el 30 de diciembre, siendo dictada la sentencia el 4 de mayo de 1503, mientras fue juzgado Ojeda sin más defensa que sus palabras siendo condenado a pagar una considerable suma, firmada por el licenciado Maldonado, al saber la sentencia de sus compañeros al siguiente 5 demando poderse dirigir a los Reyes y al Consejo de Indias, lo que se le permitió, recibiendo la absolución del Consejo fechada en Segovia el 8 de noviembre de 1503, ante esta sentencia sus compañeros no suplicaron nada, por ello los Reyes mandaban le fueran devueltas todas sus pertenencias por Real cédula del 5 de febrero de 1504 firmada en Medina del Campo, comenzando a hacer algo de fortuna al darle trabajo algunos de los asentados en la isla.
Reunido algo de dinero, por ello en 1508 envió a Juan de la Cosa a la península, para pedir de nuevo a los Reyes unas capitulaciones para fundar una población algo más adelante del cabo de la Vela, dando la fatalidad que el muy acomodado don Diego de Nicuesa estaba a su vez pidiendo lo mismo y para los mismos territorios, por ello el Consejo de Indias dividió el territorio, dándole a Ojeda desde el cabo de la Vela hasta el golfo de Urabá y a Nicuesa, desde el Darién al cabo de Gracias a Dios, la Cosa había prometido fundar cuatro poblaciones en su territorio, por ello la Reina doña Isabel le concedió a Juan de la Cosa el nombramiento de lugarteniente de Ojeda y gobernador de Urabá.
Regresó la Cosa y comunicó a Ojeda lo conseguido, así pudo fletar una nao y dos bergantines, uniéndosele Martín Fernández de Enciso con otro bajel repleto de vituallas, con trescientos hombres y doce yeguas, curiosamente entre los soldados figuraba un tal Francisco Pizarro y otro llamado Hernán Cortes, quien no pudo embarcar por estar aquejado en una pierna que le impedía moverse, además y como costumbre, se embarcaron religiosos e indígenas de La Española, para tratar de convencer a los belicosos nativos de las buenas intenciones de los españoles, zarpando el 10 de noviembre de 1509, los límites concedidos por el Consejo de Indias no fue aceptado por Nicuesa, comenzando unas agrias disputas, tan en contra estaba Ojeda del proceder de su enemigo que le retó a duelo, decidieron ambos fuera juez la Cosa y éste vistos los territorios lo partió por el río Grande del Darien, los dos aceptaron la decisión y se llegó a un acuerdo que cerró las diferencias, por ello al haber desembarcado en el golfo de Urabá para levantar su primera población se vio obligado a reembarcar y alejarse de Santo Domingo.
Pero Ojeda no siguió los consejos de la Cosa, quien le indicó que primero fueran y fundaran la población en Urabá, pero algo receloso por ser el alguacil de esa tierra Cosa, prefirió ir a la actual Cartagena de Indias donde ya Cosa había sufrido el taque de los indígenas con sus flechas envenenadas, por estar muy escarmentados de la primera visita de Cristóbal Guerra.
Al arribar desembarcaron y en la misma playa sufrieron un ataque, del cual salieron bastante bien librados aumentando su confianza y la seguridad de Ojeda de poder penetrar en esas tierras, así se pusieron en camino hasta Yurbaco (Turbaco), al llegar fueron de nuevo atacados pero esta vez eran muchos más los nativos, refugiándose en una casa construida de piedra, la lluvia constante de flechas iba haciendo sus estragos cayendo muchos muertos por la ponzoña de las saetas entre ellos Juan de la Cosa, pero Ojeda pudo salir de aquella situación al parecer por agilidad y su rápida forma de correr.
Al llegar Nicuesa con sus tropas como refuerzo, se internaron encontrando a Ojeda y otro compañero, olvidando las rencillas anteriores se abrazaron, internándose a Turbaco y según relato de Ojeda, encontraron a Cosa como un erizo, hinchado y deformado por el efecto del veneno, diciendo: «y con algunas espantosas fealdades» esto enfureció a los españoles uniéndose todos para vengar su muerte, por ello hicieron descubiertas y arrasaron la zona, recogieron el cuerpo de Juan de la Cosa dándole cristiana sepultura en lugar seguro.
Se separaron Nicuesa y Ojeda con un abrazo y cada cual siguió a sus territorios, prosiguió bojeando pero de pronto los vientos fueron contrarios logrando arribar a una isla pequeña a la que bautizo Fuerte, donde apresaron varios nativos y recogió algo de oro, al rolar los vientos doblaron la punta de Carivana, entrada al golfo de Urabá bojeándolo para encontrar el río Darien, pero no pudo dar con él y se fijó que los nativos eran muy peligrosos, por ello eligió un cerro para comenzar a construir la fortaleza, al que por asociarlo a las flechas lo bautizo como San Sebastián.
Le comunicaron que tierra adentro, unas cuatro leguas se encontraba un territorio llamado Tiripi, siendo su cacique Tirufi de quien se decía era muy rico, pero guerrero sin igual, decidió dejar el fuerte bien dotado y se internó con el resto de tropas, al llegar a su territorio comenzaron a atacarle, pero por temor a sus armas Tirufi ordenó arrojarles oro, cuando los españoles se agachaban a recogerlo las flechas comenzaban a caer, de forma que iban cayendo a los pocos minutos por efecto del veneno, por ello dejaron de avanzar y conociendo que en otro lugar había otro con abundante cantidad de víveres, se encaminaron a él, donde al llegar siendo pacíficos pudieron llevarse los ansiados víveres.
Ojeda capturó a una mujer, pero no para sí, sino para traerla a la península, su marido los siguió y dio alcance, preguntándole que quería a cambio para recuperar a su esposa, conocida la respuesta le dijo volvería pronto con lo demandado, efectivamente regreso con otros ocho nativos, pero en vez de darle el oro pedido los nueve comenzaron a lanzarle flechas, siendo atacados por los españoles y muertos todos, pero Ojeda fue herido en un muslo, reaccionando inmediatamente encendiéndose un fuego, en él calentó al rojo una daga de vela que le fue aplicada a la herida, evitando con ello morir en poco tiempo, aunque le dejó secuelas, regresando a San Sebastián.
Un tiempo antes había enviado a La Española un bergantín en demanda de auxilios, al no regresar ordenó enviar otro, mientras pasaban los meses y nadie llegaba, la falta de víveres era alarmante, a los pocos días apareció en el golfo un navío al mando de don Bernardino de Talavera, quien lo había conseguido con engaño, llegando con gran cantidad de víveres y setenta hombres para reforzar la guarnición, pero a cambio a Talavera le tuvo que entregar oro y esclavos.
A pesar de este refuerzo sus hombres querían regresar a la isla, todo porque Enciso no había cumplido su promesa de abastecerlo, así las cosas Ojeda apaciguo a los suyos, dejó al mando a Francisco Pizarro y embarcó para personalmente pedir el apoyo en La Española, regresando junto a los suyos en cuanto reuniera todo lo necesario, indicando que si no regresaba en cincuenta días quedaban en libertad de embarcar en los dos navíos y regresar a La Española o si así lo consideraban Pizarro se quedaría con todo lo por él descubierto, todos convencidos embarcó y zarpó el bajel.
Como Piloto mayor que era comenzó a dar órdenes, esto no gusto a Talavera quien ordeno se le pusiera grilletes, navegaba con rumbo a Cuba, cuando de pronto se levantó un duro temporal huracanado, viendo que sus pilotos no se podían hacer con el buque Bernardino ordenó quitarle los grilletes y se pusiera al mando, pero al dárselo era imposible salvar el bajel perdiéndose frente al puerto de Jagua de la isla de arribada, pudiendo llegar en jangadas al mismo, donde los nativos los recibieron muy amablemente, tanto que le entregaron unas canoas con las que pasaron a Jamaica, donde se encontró con Juan de Esquivel jefe de la colonia allí instalada, quien le entregó el mando de una carabela pasando a La Española.
Por miedo a la justicia Bernardino de Talavera se quedó en Jamaica con sus hombres, pues sabía el castigo que le esperaba por haberse portado tan mal con un Piloto mayor, al llegar Ojeda fue de lo primero que denunció entre otras cosas, entonces fue cuando se le explicó que el tal Talavera estaba buscado por fechorías anteriores, por ello el gobernador ordenó se fuera en su búsqueda, fueron capturados y juzgados, terminando por ser todos ejecutados.
Las envidia de nuevo hizo aparición, pues el mismo Ojeda era acusado al igual que Talavera, pero muy bien debió de defenderse (no le era tan complicado poderlo hacer) que el Gobernador hizo oídos sordos y no se le llegó a molestar por tan insidiosas maniobras.
Tan asqueado había quedado de todo que al quedar libre ingresó en los Franciscanos, recogiéndose en el convento levantado al efecto por la orden en la isla.
Falleció a finales de 1515 o principios de 1516, sus restos fueron enterrado en el Monasterio de San Francisco de Santo Domingo en la actual república Dominicana; en la guerra civil sufrida por éste país en 1965 sus cenizas fueron profanadas, desconociéndose actualmente su paradero, si es que no fueron hechas desaparecer definitivamente.
A Ojeda nos lo describen: «…era de pequeña estatura, ágil hasta causar gran sorpresa, diestro en el manejo de todas las armas, su carácter de genio pronto y perspicaz vista, pendenciero y duelista, vengativo hasta llegar a ser cruel, valiente en extremo rayando en temerario, por lo mismo, de corazón tierno con los débiles, pero cortés con las damas y creyente religioso en extremo, por ello no olvidó nunca sus deberes religiosos.»
Bibliografía:
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