Biografía de don Domingo de Boenechea y Andonaegui
Posted By Todoavante on 4 de mayo de 2011
Biografía de don Domingo de Boenechea y Andonaegui
Capitán de fragata de la Real Armada Española.
Cortesía del Museo Naval de Madrid.
Vino al mundo en la población de Guetaria el día veintitrés de agosto del año de 1713. (Esta fecha no concuerda mucho, ya que falleció en el mes de enero de 1775, por lo que contaría con sesenta y un años de edad y sólo había alcanzado el grado de capitán de navío el año anterior)
Se sabe que comenzó muy pronto a navegar adquiriendo una gran experiencia, confirmando que en 1732 tenía el título de Piloto, con el que permaneció hasta el año de 1740, que fue cuando salió de la Real Compañía de Guardiamarinas del Departamento de Cádiz con el grado de alférez de fragata. No se ha encontrado su Expediente.
Como era normal al aprobar los exámenes teóricos se le ordenó embarcar, en buques destinados al corso pues era la mejor práctica para los futuros oficiales a pesar de que él tenía ya una gran experiencia, pero así pasaba a la práctica de los combates y encuentros navales, por la presión que se ejercía sobres las regencias norteafricanas.
Posteriormente realizó dos viajes en las Flotas de Indias, cruzando el océano con rumbo a La Guaira, Cartagena de Indias, Veracruz y la Habana, regresando con situado a la bahía de Cádiz. Entre ellos se mantuvo cruzando por las aguas de la Península, en las que mantuvo combates sobre todo con buques británicos, acreditando su valor, así como alguna comisión de transporte tanto a las islas Canarias, como a las Baleares, sobre todo con tropas.
Por Real Orden del año de 1749, se le ascendió al grado de alférez de navío, continuando con sus navegaciones como oficial subordinado.
Por Real Orden del año de 1751, se le comunica su ascenso al grado de teniente de fragata, obteniendo su primer mando de buque, siendo comisionado a combatir en corso, para controlar los buques piratas de las regencias norteafricanas.
Por Real Orden del año de 1754, se le asciende al grado de teniente de fragata, siendo segundo comandante en una de ellas, pasando posteriormente al mando de un bergantín, con el que viaja a las islas Filipinas, una pequeña experiencia de siete meses de mar solo de ida. Después de realizar algunos estudios de los múltiples canales de las islas que le habían sido comisionados regresó a la Península.
Por Real Orden del año de 1766 se le otorgan los galones de capitán de fragata y aquí es cuando se comienzan a saber cosas más concretas de su carrera militar, científica y como gran piloto que era, lo confirmaba siendo un buen cosmógrafo y uno de los últimos descubridores, una estirpe que ya se acababa por no haber nada más que descubrir en todo el planeta, al menos desde la mar.
Al poco tiempo se le otorgó el mando de la fragata Santa María Magdalena alias Águila, del porte de 26 cañones, con la que zarpó de Ferrol en el mes de enero del año de 1767, con rumbo al recién creado Apostadero de Montevideo, donde se encontraban de descanso de dotaciones después del doblar el cabo de Hornos procedentes de El Callao las fragatas Esmeralda, Liebre y Venus.
Permaneció el plazo previsto en estos destinos que consistían en estar los tres años de rigor, al cumplirse el plazo se le dio la orden de doblar el cabo de Hornos y arrumbar al puerto de Lima de Perú, el Callao, por lo que a comienzos del año de 1771 aprovechando el verano antártico zarpó para arribar a las aguas del virreinato del Perú, alcanzando así los mares del Sur, de donde volvió a zarpar con rumbo a el Callao con la misma fragata de su mando.
Comenzando en un principio a realizar cruceros de guardacostas, en una de sus arribadas el Virrey del Perú el teniente general del Ejército don Manuel Amat y Junient, fue informado por pescadores de la presencia de británicos en la que ellos llamaban isla del Rey Jorge y los indígenas de Otaihiti (1), y ya en aquella zona acercarse a la de San Carlos, para buscar en ella un terreno donde establecer un Establecimiento, para comenzar a realizar intercambios comerciales con los nativos e intentar cristianizarlos, para lo que le acompañarían en el viaje dos padres misioneros, intentando el transportar a unos indígenas al virreinato para que conocieran de cerca el poder de España y sus riquezas, para que luego ellos devueltos hicieran de pregoneros de los bienes terrenales y de la iglesia Católica a los que podían acceder.
Por lo que no se sabía con exactitud donde se encontraba la dicha isla, a su fragata la Santa María Magdalena, más conocida por su alías de Águila, por ser en sí un viaje de exploración lo que sí se hizo fue añadirle varios botes y una lancha para facilitar a los marinos poderse acercar a costas inhóspitas o de difícil acceso desde la mar, por el gran calado de la fragata para esas misiones. Ya todo en orden, zarpó del puerto del Callao la expedición el día veintiséis de septiembre del año de 1772. Poniendo rumbo en principio a la que los británicos decían que existía.
El día veintiocho de octubre encontraron una isla sin alturas y llena de palmerales, que fue situada en latitud 17º 20’ Sur y en longitud desde la isla de Tenerife a 240º 28’. Lanzaron el bote al mando del teniente de fragata don Tomás Gayangos, quien se puso a navegar derecho a un arenal, en el que vieron gente desnuda pero en actitud hostil, no pudiendo verificar nada más por impedirlo una defensa submarina natural, como era una barra de coral que apunto estuvo de enviar el bote al fondo, razón por la que tuvieron que regresar a la fragata.
Se calculó que tenía una extensión dirección N. á S. de unas tres millas y en dirección E. á O. de unas cuatro, y a una distancia del Callao de mil ciento cuarenta y cinco leguas, a pesar de todo fue bautizada con el nombre de San Simón y San Judas, siendo su nombre nativo el de Tauere, en el archipiélago de Tuamotu.
Levaron anclas y prosiguieron su rumbo, arribando el día treinta y uno a otra isla, siendo situada en latitud 17º 25’ S. y 248º 40’ de longitud Tenerife. Tenía dirección SE. á NO. entorno a seis millas y media y en dirección NE. á SO. otras tres y media, calculando unas dieciséis de perímetro y en demora con la anterior E-O. 3º y a treinta y siete leguas de distancia, así como a mil ciento ochenta y dos del Callao, siendo bautizada con el nombre de San Quintín aunque era conocida por los nativos como Haraiki.
Vieron habitantes que al igual que la anterior iban desnudos y no pudieron desembarcar por la misma razón, pues parecía que todas aquellas islas estaban ya protegidas por la mano de Dios.
Volvieron a ponerse en franquicia y continuaron su rumbo, se encontraron con otra que no daba opción a desembarcar por las altas costas, siendo situada en 17º 55’ de latitud S. y 236º 55’ en longitud de Tenerife, sí pudieron distinguir al poderse acercar más que estaba al parecer mucho más poblada que las anteriores, se calculó su bojeo en veinte millas situada SE. a NO. 9º y SO. a NE. y en demora E. a O. 17º 30’ con la de San Quintín a treinta y dos leguas de distancia de ella y a mil doscientas catorce del Callao, siendo bautizada con el nombre de Todos Santos, pero su nombre nativo era el de Anaa
Prosiguieron el viaje de descubrimiento, llegando a otra situada en 17º 50’ y 234º 35’ de Tenerife, ésta es de tierra alta, pero los habitantes que se divisaron iban vestidos de blanco y los que pudieron tratar eran muy amigables, la isla de N. á S. tenía una y un tercio de milla y de E. á O. una, con una costa de cuatro y media, situada al E. O. con demora de 3º N. y a cuarenta y tres leguas de Todos Santos, y á mil doscientas cincuenta y siete del Callo, su nombre nativo era Omaito, o Meetía, pero fue bautizada como Cerro de San Cristóbal.
Levaron anclas y continuaron el viaje, arribando a la que se buscaba que era la de Otahiti, situada a 17º 29’ latitud S. y a 233º 32’ de longitud de Tenerife, en dirección NNO. á SSO. con nueve leguas de distancia y en dirección ONO. á ESE con trece y media, lo que les dio un perímetro de cuarenta y tres, situada a dieciséis del Cerro de San Cristóbal y a mil doscientas setenta y cuatro del Callao. Sus gentes a pesar de haber ocurrido algún tropiezo, en su gran mayoría eran muy amigables y a pesar de estar más tiempo que en las anteriores no surgieron diferencias.
Primero la fragata buscó una ensenada donde poder fondear, pero se lanzaba el escandallo y no daban fondo, lo que les hizo confiarse, ya que de pronto y terminado de sacar el escandallo rozaron con algo, volviéndolo a lanzar inmediatamente y dando solo cuatro brazas de fondo, por lo que sufrió un fuerte golpe al instante desde el portalón de popa de la fragata que recorrió toda la quilla hasta golpear por último en el timón, así como la roda, dando la orden de orzar para poder salir de allí, lo que se consiguió sin volver a darse ningún otro golpe.
Una vez en franquicia pero sin fiarse de nada ni de nadie, pues desde cuatro puntos de la fragata se seguían lanzando el escandallo, hasta dar no muy lejos de donde se había recibido el golpe con una zona de veintisiete brazas de fondo, allí (se amarró en cuatro) lanzaron cuatro anclas cada una en una dirección opuesta formando sus puntos una gran cruz, quedando aproada al SE. Por lo que el buque quedó casi inmóvil; al puerto se le llamaba Tabalabu ó Tayarabu y en la quietud de sus aguas los buzos comenzaron a trabajar, verificando que los daños no eran importantes y que se podían reparar perfectamente para el regreso al Callao, comenzando inmediatamente a trabajar para dejarla lo antes posible lista.
Mientras ordenó Bonaechea que se prepara la lancha para levantar el plano de la isla, para ello se cargaron víveres y agua para ocho días, el mando se entregó al teniente de fragata don Tomás Gayangos a quien acompañaban el 2º piloto Ramón Rosales y el fraile franciscano José Amich, más unos hombres con armas, se separaron el día cinco de diciembre, cumplieron su misión sin encontrar ninguna oposición, regresando el día once a la fragata.
Por el plano se supo, que en su parte central con dos leguas de anchura, quedaban unidas a forma de dos penínsulas, éstas mucho más anchas y largas por lo que entre ellas se formaban dos hermosas ensenadas, con la mar en calma y muy seguras, además de contar con varias ensenadas más pequeñas, que cumplían ampliamente su misión como fondeaderos para realizar escalas, sobre todo por la seguridad de los buques al no existir corriente alguna.
Y como protección a sus entradas cuenta con un arrecife de rocas, alejado de la propia costa entre tres y seis cables, lo que hace que la mar esté totalmente en calmada dentro de ellas; la marea solo varía entre una á una y media brazas y lo único peor es el fondo, que al ser de piedra por efecto del rozamiento los cables de las anclas si se está mucho tiempo se deshacen o rompen. Solo se pudo hacer con exactitud el portulano de una de las ensenadas, siendo lógicamente en la que fondeó la fragata, del resto solo lo que buenamente se pudo hacer con la lancha.
Confirmada la existencia de la isla y aparentemente en condiciones de aceptar a los españoles, se le bautizó con el nombre de Amat en reconocimiento al Virrey del Perú, levaron anclas el día veinte de diciembre, con rumbo al Callao, el día veintiuno y veintidós estuvieron reconociendo una nueva isla, siendo situada en 17º 26’ Sur y 233º de Tenerife, con seis millas en dirección N. a S. y siete de E. a O. con un círculo de unas veintiuna millas, a una distancia de la de Otahiti de tres a cuatro leguas por su O.
Toda ella con la misma defensa natural que las primeras por rodearla un fondo coralífero, que la hacía temible de intentar traspasar o acercarse a sus costa, destacaba en su zona O. un alto pico en forma piramidal que la distinguía de lejos, supieron que se le llamaba por los habitantes Moorea, pero se le bautizó como Santo Domingo, sus nativos tenían las mismas formas y vestiduras que los de Otahiti, lo que indicaba que por la proximidad se conocían y compartían formas y comercio.
Después de todos estos trabajos levaron anclas y se pusieron a rumbo, en la octava singladura cruzaron el Trópico y en la vigésimo quinta, se encontraban en 38º de latitud S. y 218º 30’ de longitud de Tenerife, arribando felizmente a Valparaíso el día veintiuno de febrero del año de 1773.
Pasó muy poco tiempo, hasta que de nuevo el Virrey dispuso formar otra expedición, está ya en firme para montar el Establecimiento. En ésta como se necesitaba más espacio a bordo, se agregó a la primera fragata un paquebote fletado llamado Júpiter, siendo su dueño el capitán y piloto don José de Andía y Varela, y el piloto de la fragata en los dos viajes fue don Juan Herbé, con todo ya en orden zarparon del Callao el día veinte de septiembre del año de 1774, arribando a Otahiti el día quince de noviembre.
En el paquebote viajaban sobre todo los materiales para la construcción por mandato del Virrey, que debían levantarse en la isla entre otras, fijar los límites de un pueblo pequeño pero bien abastecido, con una casa Misión, con su capilla, un reducto de protección fortificado suficiente para dar alojamiento a todos los vecinos, con un pequeña guarnición del ejército y como en todas, viajaban los futuros pobladores, más los especialistas con sus herramientas y los labradores con las suyas, estos acompañados por diferentes animales, como reses vacunas y lanares y gallinas más gran cantidad de semillas, para sembrar y no carecer de lo vital para vivir, al mismo tiempo como muestra de lo adelantada de la civilización católica, añadido a esto los dos indígenas llevados en el primer viaje, pero vestidos como grandes hombres para que pudieran convencer a sus amigos y habitantes.
Para ello viajaban en la fragata dos padres de la Orden de San Francisco. Y una orden muy expresa a don Domingo de que: « Debería evitarse la más mínima efusión de sangre inocente, ó hacer fuego contra estos miserables salvajes, cuya sumisión y condescendencia había de ser obra de las caricias y halagos y no del rigor y severidad » Más la orden de levantar un portulano correspondiente de las islas, para mejor conocimiento de posteriores viajes, deberían de estudiar su idioma y traducirlo al castellano, así como sus costumbre y con ello congraciarse con los indígenas. Y a ser posible por la muestra de sus dos compatriotas, que voluntariamente se pudieran transportar a Lima a varios más de ellos, para ser educados en la capital del Perú, pero siempre que fueran voluntariamente, nunca forzados.
Por las dificultades encontradas en el primer viaje para fondear, estuvieron bojeando la costa hasta encontrar uno más apropiado, que según fuentes era el de Fatutira ú Ojatitura, donde el acceso era sin impedimentos, por lo que desembarcaron con todos los materiales y herramientas para su construcción.
Al mismo tiempo se llamó a los dos principales « eries » o caciques de la isla, para dar formalidad escrita del establecimiento y aceptación de sus pertenencia a la corona de España, así el día uno de enero del año de 1775 se formalizó el documento de cesión del terreno para la construcción del establecimiento, con el consentimiento para colocar en sitio cerca de la costa y muy visible desde la mar una gran cruz, signo inequívoco de la pertenencia a la corona española, pero los españoles se habían adelantado para el acto, ya que en el mismo día se inauguró la Casa-Misión, lo que agrado a los « eries » y facilitó su conformidad. Todo el contrato se pasó a la firma de todos los presentes, realizando el trabajo de notario como representante del Rey de España el contador Real, don Pedro Freire de Andrade.
Los marinos zarparon acompañados de los « eries » Otú, Vejiatua y Jinoy, quienes le llevaron al punto exacto donde había estado el buque británico, Toledo tomó buena nota de todo y levantó el plano del puerto, regresando a la fragata a la noche siguiente, donde se despidieron de los « eries » dándoles las gracias por su buena conducta para con los españoles.
Ya todo en regla se comenzó a construir el resto de edificios que formarían el establecimiento, mientras los marinos zarparon a reconocer más a fondo las islas cercanas, ya descubiertas pero no exploradas, para ello se hicieron a la mar el día siete, después de verificar algunas de ellas, Bonaechea se encontró enfermo, por lo que pusieron rumbo a Ojatitura ó Fatutira donde arribaron el día veinte.
El día veinticinco Bonaechea sintiéndose muy mal mando llamar a los padres, quienes acudieron inmediatamente a la Cámara del comandante, donde comenzaron a asistirlo, realizó su testamento y pasó la noche en muy malas condiciones.
Falleció a las 1630 horas del día veintiséis de enero del año de 1775 acompañado de los padres fray Gerónimo Clota y fray Narciso González, al ser sacado de su Cámara y trasbordado su cadáver a la lancha, la fragata efectuó las siete salvas en su honor.
Se remó despacio, mientras los frailes iban realizando sus rezos y al llegar a tierra, fue desembarcado y llevado a donde se encontraba la gran cruz, lugar en el que se había preparado una profunda fosa donde se introdujeron sus restos, se cerró en presencia de todos y los padres continuaron con sus responsos y rezos. Posteriormente la isla se llamó Tahití.
Del primer viaje existe una: « Relación de la navegación que de orden del Excmo. Sr. D. Manuel Amat y Juniet, Teniente general de los ejércitos, Virrey, etc. del Perú, ha ejecutado el capitán de fragata D. Domingo de Boenechea, en la nombrada Águila, al descubrimiento de la isla nominada por viajeros el Rey Jorge o San Jorge, y por los naturales Otaeiti, y al presente Amat, como asimismo de otras halladas en la misma navegación. Asimismo de lo ocurrido en su regreso hasta el puerto de Valparaíso el 21 de Febrero del presente año de 1773 »
Y otra: « Relación diaria del viaje que hizo en la lancha alrededor de la isla el teniente de fragata D. Tomás Gayangos con el fin de reconocerla »
Y las: « Instrucciones al capitán de fragata D. Domingo de Boenechea para el viaje con la nombrada Águila que va á hacer del orden del Rey en demanda de las islas del mar del Sur, conocida la una de ellas antes por la de la tierra del Rey Jorge y los naturales de Otaheiti, con arreglo á las facultades comunicadas á este superior Gobierno con fecha 9 de Octubre y 11 de Diciembre de 1771. Firmadas en Lima á 30 de Marzo de 1773 »
Y otra relación escrita por el capitán del paquebote Júpiter, don José de Andía y Varela, cuyo título es: « Relación del viaje hecho á la isla de Amat y sus adyacentes, de órden del Excmo. Sr. D. Manuel de Amat y Juniet, caballero del órden de San Juan y del Real de San Genero, del consejo de S. M., su gentil hombre de cámara con entrada, teniente general de los Reales ejércitos, virrey, gobernador, y capitán general de los reinos del Perú » Éste se encuentra en la biblioteca del Excmo. Sr. Duque de Osuna. Manuscrito en 4.º, el cual va precedido de otra relación anónima de un viaje anterior a la misma isla de Otaiti.
Escrita por Fray Pedro González de Agüeros, padre Franciscano de la regular observancia en el Perú, procurados de su órden en Madrid, fue recopilando datos de unos y otros y años más tarde escribió: « Descripción historial de la provincia y archipiélago de Chiloé, en el reino de chile y obispado de la concepción. Dedicada á nuestro Católico Monarca D. Carlos IV » Impreso en MDCCXCI, en la imprenta de D. Benito Cano. Es una gran obra que recoge toda la historia de los descubrimientos que se realizaron en los mares del Sur, hablando de la primera de don Domingo Bonaechea nos dice:
« Se reconocieron varias islas y entre ellas las de San Simón, San Quintín, Todos-Santos, Matutarna, San Cristóbal, Otahiti, Morea, Genuá, Tapuamanú, Mavavá, Tirá, Paraporrá, Opijá, Tajaá, Oyateá, Oaginé, Tupá, Aboyó, Guayopé, Ayuayú, Tautipá y Quenuaurá »
Del segundo viaje existe un: « Diario de navegación que de orden de S. M., comunicada por el Excmo. Sr. Don Manuel de Amat, Virrey, etc., del Perú, hizo á la isla de Amat y sus adyacentes el capitán de fragata D. Domingo de Boenechea, comandante de el Águila y el paquebote Júpiter con el fin de restituir á su patria, pertrechados de muchos útiles, a los dos naturales Pautu y Teuauvi, transportar dos padres misioneros del Orden Seráfico para que diesen principio á predicar el Santo Evangelio, y una casa de madera para su establecimiento, semillas herramientas, etc. Dado á la luz por el teniente de navío D. Tomás Gayangos »
De la obra de Fray Pedro González de Agüeros, como en la del teniente de navío don Tomás Gayangos, anterior se encuentra una copia manuscrita de muy mala escritura y presentación, en tamaño de 4º que están en la biblioteca del duque de Osuna.
Por su parte Boenechea dejó otro manuscrito con el título:
« Descripción de las islas del océano Pacífico, reconocidas últimamente de órden de S. M. » Es un cuaderno manuscrito, que esta en la biblioteca de la duquesa de Medinasidonia, pero que al parecer en el año de 1851 había pasado a la del duque de Alba de Tormes.
Empieza por las tierras de Quirós, y sigue con las islas de San Narciso, Ánimas, San Simón y San Judas, los Mártires, San Juan, San Quintín, Todos Santos, San Cristóbal, Amat (Otahiti), Santo Domingo, Tres Hermanos, Pelada, Pájaros, Hermosa, Princesa y Tajaa, San Pedro, San Antonio y Santa Rosa.
Haciendo alguna referencia de los indígenas y formas peculiares, tanto de vestir como formas de llevar los cabellos, al que acompañan ocho planos de algunas de las islas y otras descubiertas por los buques de S. M., que salieron á esta empresa de los del Perú el año de 1774, estando en competencia con los británicos capitaneados por Cook y otros capitanes de esta nación, así como de la Francia y que por casualidad dieron con la isla de Otahiti, la que inmediatamente sabido acudieron los españoles. El original fue remitido a la señora duquesa desde Lima por don Blas de Barreda, el día veinticuatro de abril del año de 1776.
Tuvo además la desgracia de no enterarse de su ascenso a capitán de navío, pues lo fue por Real Orden del mes de octubre del año de 1774, cuando hacía unos días que había zarpado en su segundo viaje, a parte que la noticia tardaría otros tres meses en llegar a Perú, por lo tanto no pudo disfrutar de su verdadero grado.
Un español más, que encontró reposo a sus restos mortales muy lejos de su patria, como tantos otros que lo están en otras tierras o sencillamente en el mismo océano Pacífico, aquel que otrora fuera reconocido por propios y extraños como « El Lago Español »
(1) Aunque también viene escrita en diferentes obras con los nombres de: Otageiti, Otaeiti, Tajiti, Tahiti, etc.
Bibliografía:
Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1968. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.
Enciclopedia Universal Ilustrada. Espasa. Tomo 8, 1910, página 1.294.
Fernández de Navarrete, Martín.: Biblioteca Marítima Española. Obra póstuma. Madrid. Imprenta de la Viuda de Calero. 1851.
Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Museo Naval. Madrid, 1973.
González de Canales, Fernando.: Catálogo de Pinturas del Museo Naval. Tomo III. Ministerio de Defensa. Madrid, 2000.
Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.
Válgoma, Dalmiro de la. Finestrat, Barón de.: Real Compañía de Guardia Marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes. Instituto Histórico de Marina. Madrid, 1944 a 1956. 7 Tomos.
Compilada por Todoavante.
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