Biografía de don Juan Antonio Gutiérrez de la Concha y Mazos de Güemes.
Posted By Todoavante on 12 de marzo de 2014
Brigadier de la Real Armada Española.
Nació en Esles, en el Valle del Cayón, provincia de Santander, el 3 de octubre de 1760, siendo sus padres, don Jacinto Gutiérrez de la Concha y Montero, y doña María Mazón y de la Sierra.
El 15 de septiembre de 1775, sentó plaza de guardiamarina, en la Compañía del Departamento de Cádiz. Expediente N.º 1.401.
Su primer embarco siendo guardiamarina lo realizó el 12 de agosto de 1776, a bordo del navío San José, perteneciente a la escuadra del marqués de Casa-Tilly, dando escolta al convoy que transportaba al ejército del general Cevallos, con rumbo a las costas del Brasil, para reconquistar los territorios españoles ocupados por los portugueses.
Participando en esta expedición y en los combates que dieron por resultado la conquista de la isla de Santa Catalina y de la colonia de Sacramento, a su regreso a la bahía de Cádiz se le ascendido a alférez de fragata el día de febrero de 1777.
Por Real orden del 4 de agosto de 1781, se le ascendió al grado de alférez de navío.
En estos cargos de oficial subalterno, estuvo embarcado en varios buques, con los que realizó la campaña del canal de la Mancha, al mando del general don Luis de Córdova; participó también en el bloqueo del peñón de Gibraltar; al mando de un falucho perteneciente al Apostadero de Algeciras, tomó al abordaje una galeota musulmana, bajo los mismos fuegos que le hacían desde el castillo de Tetuán.
Realizó dos viajes redondos uno a América del Sur y otro a las Antillas, visitando los puertos y apostaderos de San Juan de Puerto Rico, la Habana, Veracruz y Cartagena de Indias.
Participó en las dos expediciones contra la plaza de Argel, en los años 1783 y 1784, yendo embarcado en las lanchas cañoneras y obuseras, participando en los nueve ataques a la plaza, por sus dotes de mando y valor demostrado en las acciones, su general don Antonio Barceló, lo recomendó para el ascenso, por ello por Real orden del 15 de noviembre de 1784, se le ascendió al grado de teniente de fragata.
En aquellos momentos, se establecieron en el Arsenal de Cartagena unos cursos superiores, destinados para todos aquellos oficiales que más se hubiesen distinguido en los normales de la compañía de guardiamarinas, razón por la que fue designado para realizarlos, siendo decidido por Real orden del 21 de diciembre de 1784.
El profesor que impartía aquellas clases superiores, era el célebre Ceruti, en ellas se aplicaron al estudio de las matemáticas y de la astronomía, celebrándose a continuación certámenes públicos, siendo organizados por el propio departamento, al que asistían oficiales y generales, tanto de la Armada como del Ejército, en los que Concha se distinguió ampliamente.
Por Real orden del 20 de septiembre de 1789, fue ascendido al grado de teniente de navío.
La fama de científico que estas jornadas le hizo alcanzar llamó la atención de don Alejandro Malaspina, quien lo eligió para que le acompañara en el célebre viaje, a realizar con la flotilla de corbetas compuesta por la Descubierta y Atrevida, que estaría comprendida entre 1789 a 1793, pasando a formar parte de la oficialidad de la Atrevida, al mando de su paisano el capitán de fragata don José Bustamante y Guerra.
La expedición se hizo a la vela desde la bahía de Cádiz, en derrota al puerto de Montevideo, pero pasando por las cercanías de la isla de Irlanda, al llegar al Mar del Plata, reconocieron y levantaron su plano, continuando en derrota de las islas Malvinas y la Patagonia.
Llegaron al cabo de Hornos, doblándolo para ascender hasta los puertos y costa de Chile y verificar la isla de Juan Fernández, desde ésta, se dirigieron a Valparaíso, pasando al Callao, le sucedieron en el viaje de exploración Guayaquil y Panamá, hasta arribar a Acapulco.
En 1791, continuaron viaje en dirección Norte, en busca del supuesto paso del norte, que se decía había descubierto Ferrer de Maldonado, pero no encontraron tal paso del océano Pacífico al Atlántico, aunque persistieron en el empeño llegando a una latitud hasta entonces casi inédita, pues lo hicieron hasta los 59º 59′ pero desde aquí situaron el monte de San Elías en 60º 17’ de ella.
Por estar un poco defraudados, pusieron rumbo de regreso a Acapulco, desde éste puerto, se hicieron a la vela en dirección Oeste, cruzaron casi todo el océano Pacífico, llegando a las islas Marianas, y también la isla de San Bartolomé, las cuales reconocieron y situaron en los mapas correctamente.
Realizada esta labor científica, se dirigieron a las islas Filipinas arribando a Manila, se dispuso que en embarcaciones indígenas continuase el trabajo de los levantamientos hidrográficos, de todas las islas y sus ensenadas, que no eran pocas, realizándose las cartas de la isla de Luzón y de las Bisayas, Mindoro, Panay, Negros y Mindanao.
Al terminar estos pesados trabajos, por los insectos y las inclemencias de las temperaturas, calor y lluvias, se dirigieron otra vez a América; en la derrota se encontraron con el archipiélago de Vavao, el cual reconocieron y lo fijaron en las cartas.
Regresaron al puerto del Callao, donde se dedicaron a perfeccionar lo hecho anteriormente; terminado su trabajo se dirigieron al Sur para doblar de nuevo el cabo de Hornos, llegando al puerto de Montevideo, donde Concha desembarcó, por haber sido designado desde la península, para marcar los límites de los territorios españoles y los correspondientes al Brasil, en el virreinato del Plata.
Estando en esta comisión por espacio de ocho años, entre los cuales fue ascendido por Real orden al grado de capitán de fragata, el 25 de enero de 1794, por llegar a un acuerdo con los datos entregados, se le dio la orden de regresar a la península, embarcando de transporte el 4 de junio de 1802 en el bergantín Palomo, desembarcando en la bahía de Cádiz.
Pidió y se le otorgó una licencia para recuperar su salud, después de tantos años de navegaciones y sufrimientos, si bien con muchos más conocimientos que al salida de Cádiz.
Pero durante ella, el Gobierno le encargo corrigiera la impresión, del ‹ Curso de Matemáticas › de don Gabriel Ciscar, al concluir con su trabajo, por Real orden del 21 de agosto de 1803 se le comisionó para desempeñar con la compañía marítima del Río de la Plata ciertos acuerdos, para ello se le ordenó embarcar en la fragata Astrea, zarpando de la bahía de Cádiz con rumbo a Montevideo.
A principios de 1805 su comisión había concluido, pero se había declarado la guerra con el Reino Unido, siendo nombrado comandante en jefe del apostadero de la ensenada de Barragán, en la orilla sur del estuario del Mar del Plata y más afuera que la ciudad de Buenos Aires.
Por Real orden del 31 de agosto de 1806, se le nombró Gobernador e Intendente de la provincia de Córdoba de Tucumán.
No pudo tomar posesión de su destino, por el ataque británico contra la ciudad de Buenos Aires que finalmente capitulo el 27 de junio tan solo cuatro días después de comenzado el ataque, pues el virrey Marqués de Sobremonte había abandonado la ciudad a su suerte.
Pero en Sacramento Concha ya tenía preparadas las fuerzas de mar y tierra, rechazaron un ataque de los buques exploradores enemigos, estando al mando del comodoro Howe Popham, quien se acercaba a reconocer el fondeadero.
Dándose cuenta los británicos que allí no podían desembarcar dada la fuerte resistencia, demostrando que el ejército español estaba preparado, prosiguieron su viaje río arriba; realizaron el desembarco de las fuerzas al mando del general Beresford en Quilmes, desde donde partieron, para iniciar el ataque a la ciudad de Buenos Aires.
Don Santiago de Liniers, estaba al mando de las fuerzas de tierra y mar, en la ensenada de Barragán en Montevideo visitó Sacramento, viendo lo bien dispuesto todo, acudió a Buenos Aires, pero al llegar a la ciudad ya había caído en manos del enemigo, por ello decidió regresar a su punto de partida.
Conquistada Buenos Aires, Liniers hizo presente al general británico, que ni él ni sus fuerzas estaban comprendidas en la capitulación, y después en un acto de desprecio del peligro, se dirigió a Buenos Aires, incluso visitó a su familia, regresando a Montevideo.
En ésta ciudad tomó el mando de las fuerzas que el brigadier de la armada Huidobro estaba organizando para proceder al ataque y reconquista de la capital del virreinato, aquí se reunió Concha llegando entre los tres a un plan de reconquista de la capital del virreinato.
Las fuerzas navales al mando de Concha estaban compuestas por; seis zumacas y galeotas, éstas estaban armadas con cañones de á 18 y de á 24, una de ellas con obuses de á 36, más nueve lanchas cañoneras y ocho de transporte.
El 28 de julio llegó el capitán de navío don Santiago de Liniers a la colonia, con las tropas de su mando, proveniente de Montevideo. El 29, hizo su aparición un bergantín británico, por el efecto del fuego de las piezas de artillería al mando de Concha, fue rechazado con serias averías en la arboladura y en su casco. El 3 de agosto, salieron las fuerzas de Sacramento fondeando en los Corrales, teniendo a la vista la ciudad de Buenos Aires. En el trayecto, se enfrentaron a una corbeta británica que iba en misión de reconocimiento, ante el fuego de los buques españoles, ésta se dio a vela forzada a la fuga.
Por consideración de Liniers, los buques no podían enfrentarse a los muy superiores del enemigo, necesitando hombres que reforzaran sus escasa fuerzas y después de consultarlo con Concha que era el jefe de éstas y su amigo, decidieron se formara una columna con ellas, quedando sólo a bordo los hombres imprescindibles para poder poner los buques en movimiento y huir en caso de ser atacados.
Puso Liniers al mando a su subordinado Concha con las fuerzas desembarcadas, en total eran trescientos veintiocho hombres, entre marineros e infantes de marina, estando secundado por los tenientes de navío don Juan Ángel Michelena y don Joaquín Ruiz; los tenientes de fragata don Cándido de la Sala y don José Posada; los alféreces de navío don Benito Correa, don Manuel de la Iglesia, don Joaquín de Toledo y don José Miranda, y el alférez de fragata don Francisco Lacoz. Siendo designado como mayor general del pequeño ejército, otro marino, el teniente de fragata don José de Córdova y Rojas.
Concha, además de ser el jefe de la columna de desembarco procedente de los buques, se le designó como segundo jefe del pequeño ejército; las fuerzas desembarcaron con gran orden y prontitud, tanto que en unos veinte minutos estaban formados y emprendiendo la marcha, atravesando el pueblo de San Isidro, al ser atravesado por los españoles los habitantes los vitorearon; Liniers, dispuso la maniobra de tomar las posiciones más ventajosas, para desencadenar el ataque contra la ciudad, situándolas desde la Chacarita de los Colegiales y los mataderos del Miserere; dio la orden de atacar y tras un duro combate, fue conquistado el Retiro, punto muy importante, por estar situado en él el parque de artillería.
El último baluarte que les quedaba a los británicos era la plaza de la Catedral, en la que éstos habían trabajado para su fortificación y armado con dieciocho cañones; en el ataque final a ésta posición, Concha se dirigió con todo su esfuerzo por la calle llamada de la Catedral, pero ya no iban con él todas sus fuerzas de desembarco, pues por la calle de las Torres, atacaba otra columna de éstas al mando del teniente de navío Michelena; el 12, cuando ya los españoles iban a dar el asalto final a la plaza que era el lugar donde se hallaba la ciudadela, último reducto del enemigo, los británicos enarbolaron bandera blanca, rindiéndose a su discreción.
Al terminar la reconquista de Buenos Aires y por sus méritos de guerra, se le ascendió por Real orden del día 24 de febrero del año de 1807 al grado de capitán de navío.
No contentos los británicos con el resultado de esta operación, regresaron con más ímpetu que en la vez anterior, con la intención de conquistar Buenos Aires y a ser posible todo el virreinato español, por ello a principios del año siguiente se volvieron a presentar ante ésta ciudad.
Desembarcó un ejército fuerte británico, conquistando Montevideo el 3 de febrero de 1807, (Concha no era conocedor de su ascenso por la victoria del año anterior, las comunicaciones eran algo lentas), e iniciaron el ataque a la ciudad de Buenos Aires el 23 de junio.
En la defensa que siguió a éste nuevo ataque, Concha era el jefe del cuerpo de reserva, estando compuesto por dos divisiones, en la que precisamente se encontraban todas las fuerzas de marinería e infantería de marina.
En la defensa del Retiro, al frente de cuatrocientos de sus hombres, mantuvo un encarnizado combate con los enemigos, pero a pesar de la diferencia de fuerzas, siempre favorable a los británicos, pues ascendían a tres mil, los mantuvo durante tres horas, sin que éstos pudieran mover la cabeza.
Cuando ya el número fue imponiéndose y los españoles habían perdido más de la mitad de sus hombres, entre ellos a siete oficiales y el propio Concha haber recibido dos heridas, aún permanecieron aguantando el empuje de los británicos con denuedo, hasta que por aplastante mayoría fueron hechos prisioneros.
Aún y así, el general en jefe británico Whitelocke, dándose cuenta, que en un solo día había perdido, entre muertos y heridos, a más de cuatro mil hombres, mandó a un emisario a parlamentar con Liniers, pidiéndole la suspensión de las hostilidades, accediendo a ello el brigadier español.
En las capitulaciones que se firmaron, se estipulaba la devolución de prisioneros hechos por las dos fuerzas enfrentadas, entre otras cuestiones, por ello Concha fue puesto en libertad al igual que los demás compañeros de armas inmediatamente.
Al terminar la confrontación, le fueron reconocidos todos los méritos en ellos conseguidos, puesto que su defensa del Retiro había permitido a Liniers, avanzar sus líneas y poner en grave aprieto a los enemigos, por méritos de guerra fue ascendió por Real orden del 2 de diciembre de 1807, al grado de brigadier.
Regresó a tomar posesión del cargo de Gobernador de Córdoba de Tucumán que no lo había podido ocupar oficialmente, a causa de la primera invasión británica.
Llevaba Concha tres años en el puesto, desempeñándolo con su buen hacer, cuando a mediados de 1809 llegó a Córdoba, el ex-virrey jefe de escuadra don Santiago Liniers, quien estaba a la espera de la llegada de su pasaporte para regresar a la península.
Al poco tiempo comenzó a desatarse la tormenta de acontecimientos; se recibieron noticias de Buenos Aires por las que había sido destituido el virrey Hidalgo de Cisneros, con la fecha que ha pasado a la historia del 25 de mayo de 1810, así como la petición de éste, envió a un joven llamado Lavin, quien inadvertidamente se dirigió a casa del deán Gregorio Funes, con quien le unía una relación de amistad, para que Liniers por su gran ascendente sobre los ciudadanos de aquella capital, regresara y restableciera el orden, y la paz en el virreinato.
Para iniciar los trámites sobre tal propósito, Concha como Gobernador, después de consultar con Liniers, propuso convocar una junta, a las cinco de la mañana se reunió el consejo, formado por el obispo, general Liniers, oidor jubilado Moscoso, honorario Zamalloa, los alcaldes de primero y segundo voto, coronel de milicias Allende, oficiales reales, asesor del gobierno Rodríguez para reunir diferentes pareceres y por política, el deán Funes, a pesar de las sospechas que sobre él recaían.
El obispo recibió juramento de todos para que guardasen el secreto más absoluto, Liniers, desconfiando de las tropas cordobesas, propuso salir para el Perú, para levantar allí un ejército con el que reducir a Buenos Aires y presentar un combate definitivo, con las fuerzas allí reunidas.
La sesión de ésta junta fue abierta por Concha, con estas palabras: « Mi resolución es derramar hasta la última gota de mi sangre por defender al rey don Fernando VII, los derechos de la nación y la autoridad que está a mi cargo »
A su vez Liniers también tenía agentes, quienes le informaron de las intenciones del deán, por ello suspendió su salida y hizo circular órdenes para que las tropas se concentrasen sobre la plaza de Córdoba. Ésta medida tuvo fatales consecuencias para los realistas, pues el espíritu revolucionario de la ciudad, conquistó pronto a las tropas concentradas.
Se desconfiaba de las tropas de ésta plaza, pero entre los ciudadanos de la capital se movían muy bien los correligionarios del deán Funes y su hermano, a tanto llegaba su poder de convicción, que reunidas las nuevas fuerzas en torno a la capital, a los pocos días estaban de parte de la Revolución, con su idea principal; la independencia.
Por las mismas fechas, la Junta de Buenos Aires, envió a Córdoba, a uno de sus más representativos personajes, Mariano Irigoyen, quien además era cuñado de Concha, para entrar en conversaciones con el Gobernador, llevándole unas cartas del presidente Saavedra, en las que se trataba de hacerle entrar en razón, tanto a Liniers como a Concha, para que abandonaran sus posiciones de defensa a ultranza del Rey de España, a lo que los dos se negaron rotundamente, pues significaba traicionar a su patria y a la que habían prestado juramento de defenderla.
A finales de julio llegó la noticia por las que los habitantes de la ciudad de Buenos Aires, se habían puesto en marcha contra la de Córdoba, salió Liniers con sus escasos mil hombres en armas al encuentro, más en las primeras jornadas ya se produjo la deserción masiva, llegando a quedarse con el general solamente veintiocho oficiales, la mayor parte de ellos de origen europeo.
El ejército enviado desde Buenos Aires, se estaba aproximando a su posición y estaba al mando de Balcarcer, por ello había que salir pronto de la ciudad de Córdoba.
Liniers ordenó que no marcharan todos juntos, pues serian un fácil blanco, lo mejor era dispersarse en dirección al Alto Perú, donde ya el virrey había sido advertido, por medio de un sacerdote cordobés, el doctor García, con la prevención de reforzar las fronteras entre los virreinatos, en la cordillera andina, incluso se llegó a fortificar algún paso más transitado.
El 12 de agosto sobre las seis de la tarde, Liniers y su grupo se encontraban por las arenosas márgenes del río Seco, les precedían tres indios montados a caballo, quienes hacían de guías y exploradores.
El grupo estaba compuesto, por el Gobernador Gutiérrez de la Concha, el obispo Rodrigo Antonio de Orellana, el asesor del gobernador Victoriano Rodríguez, el coronel de milicias Santiago Allende, el oficial real, Joaquín Moreno y el presbítero Pedro de Alcántara Giménez, además de don Santiago Liniers; llevaban siete días de marcha, iban muy cansados y hambrientos.
Llegaron a la posta de la Estancia, se pusieron a desensillar los caballos para que los animales descansasen también, terminado esto cayeron rendidos al suelo con intención de descansar, de pronto los indios guías azuzaron sus caballos y desaparecieron, les habían engañado llevándolos por caminos y veredas, que a ningún sitio llevaban para impedir consiguieran su propósito de pasar la cordillera Andina.
Pasado un rato de desconcierto por la inesperada huída de los guías, se apercibieron que en la lejanía se acercaban un numeroso grupo de jinetes, era el destacamento al mando de Barcarcer, que se les venía encima llevando tras de sí a cien hombres, eran las fuerzas enviadas por el general Ocampo desde Córdoba de Tucumán, para hacerles prisioneros, pues Córdoba ya estaba ocupada por los independentistas, todos fueron capturados.
Desde el 19 que fueron capturados hasta el día 25 que llegaron a la posta de Gutiérrez, el coronel French se hizo cargo de los prisioneros, por orden del Dr. Castelli, que era el delegado de la Junta Revolucionaria.
Fueron conducidos en medio de malos tratos, de cárcel en cárcel, hasta llegar al llamado Monte de los Papagayos, distante unas tres o cuatro leguas de la posta denominada Cabeza de Tigre, en este lugar se encontró con Balcarcer, quien comunicó a Castelli la fatal sentencia: « La Junta manda que sean arcabuceados…»
Siendo excluidos de ésta pena de muerte, los dos sacerdotes, el obispo Orellana y su capellán secretario que fueron expatriados.
El 26 de agosto de 1810, sobre las once de la mañana, con el doctor Juan José Castellí delegado de la junta revolucionaria, Nicolás Peñas, asociado en clase de secretario, el coronel French, el teniente coronel Juan Ramón Balcarce, varios oficiales y cincuenta soldados, dispuestos a ejecutar a los prisioneros.
A las 1400 horas de éste día, Santiago Liniers, Gutiérrez de la Concha y sus compañeros, con gran serenidad y grandeza de ánimo, colocados todos ante el piquete de ejecución, tomó la voz de los que iban a morir con él, diciendo: « Morimos con la satisfacción de haber sido fieles hasta el último instante a su Rey y a la nación española. »
Ni Liniers ni Concha, permitieron les vendasen los ojos, se arrodillaron todos dando frente a la tropa, Liniers se dirigió a los soldados diciendo « Ya estamos », sonó la primera descarga y en ella todos cayeron a tierra, en una segunda exhalaron sus almas.
Fusilado el 26 de agosto de 1810 en el Monte de los Papagayos, República de Argentina a los cuarenta y nueve años de edad.
Los cadáveres fueron trasladados y dejados a la intemperie para ser comidos por las aves carroñeras, por estar cerca de una casa de postas llamada Cabeza de Tigre, por el ruido salieron varios hombres, al confirmar que los ejecutores se habían perdido de vista, abrieron una zanja donde fueron depositados siendo quienes les echaron la tierra encima.
Un fraile de la Merced colocó sobre ella una tosca cruz de madera en la que grabó la palabra « CLAMOR », siendo una clave, demostrando su clara visión pues estaba formada por las iníciales de los que allí yacían, pero ocultando sus nombres, para evitar posteriores profanaciones: Concha, Liniers, Allende, Moreno, Orellana y Rodríguez.
Por esta señal fueron localizados cincuenta y cuatro años después, pudiendo identificarse los restos y ser trasladados a España.
El 23 de octubre de 1863, se dispuso que al regresar el bergantín Gravina del Río de la Plata, se trajeran los restos de los jefes y de todos sus compañeros de infortunio, sacrificados por el odio revolucionario en Buenos Aires, víctimas de su lealtad y patriotismo a su juramento.
Mandaba el bergantín el capitán de fragata don Domingo Medina, el cual recibió del cónsul de España en el Rosario tan venerables cenizas, llegando a la bahía de Cádiz el 20 de mayo de 1864, pasando seguidamente al Arsenal de La Carraca, donde el capitán general del Departamento, conde de Bustillo las recibió con toda clase de honores, verificándose la solemne traslación al Panteón de Marinos Ilustres el 9 de junio siguiente.
El monumento donde hoy reposan había llegado a Cádiz con anterioridad, en abril de 1864, y se conservó en depósito, hasta terminar las obras de habilitación del Panteón.
Terminadas aquellas en el año 1867, fueron enterrados en dicho mausoleo los restos de Concha y sus compañeros, perpetuándose de tal suerte las virtudes y nombres de tan esclarecidos jefes de la Armada.
El monumento, de forma esbelta y elegantísima, tiene dos inscripciones, siendo:
Aquí reposan las cenizas
del Excmo. Sr. D. Santiago Liniers
Jefe de Escuadra Virrey que fue de
Buenos Aires
Y del Sr. D. Juan Gutiérrez de la Concha
Brigadier de la Armada
y Gobernador Intendente de la
provincia de Córdoba del Tucumán.
Vencedores juntos en la gloriosa reconquista y defensa
de Buenos Aires (1806 y 1807)
dieron también juntos la vida
por España el 26 de agosto de 1810
Sus respectivos hijos
le dedican este monumento en 1863.
Bibliografía:
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Válgoma y Finestrat, Dalmiro de la. Barón de Válgoma.: Real Compañía de Guardia Marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes. Instituto Histórico de Marina. Madrid, 1944 a 1956. 7 Tomos.
VV. AA.: La Expedición Malaespina 1789-1794. Ministerio de Defensa-Museo Naval-Lunwerg Editores. 1987-1999. Obra en 9 tomos y 10 volúmenes.
Compilada por Todoavante ©
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