Biografía de don Martín Fernández de Navarrete y Jiménez de Tejada
Posted By Todoavante on 12 de abril de 2014
Capitán de navío de la Real Armada Española.
Caballero Justicia de la Soberana y Militar Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén de Rodas y de Malta.
Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica.
Vocal nato de la Junta de Almirantazgo.
Prócer del Reino.
Senador del Reino.
Director del Deposito Hidrográfico.
Vino al mundo en la villa de Ábalos provincia de Logroño, perteneciente a la diócesis de Calahorra el 9 de noviembre de gracia de 1765, siendo sus padres, don Francisco Antonio Fernández de Navarrete y Ramírez de la Piscina y doña María Catalina Giménez de Tejada y Argáiz.
Por pertenecer a la más rancia aristocracia de la Rioja y de Navarra, por influencia de uno de sus tíos, don Francisco Antonio Jiménez de Tejada, quien residía en Malta y alcanzó el grado de maestre de esta Orden, fue recibido en ella cuando aún no contaba con tres años de edad, siendo el 9 de agosto de 1768.
Guiado por su padre comenzó el estudio de sus primeras letras, siendo una de las personas más capaces e instruidas, quién le iba explicando la religión, geografía y los primeros sistemas gramaticales. Pasando a continuación, en el mes de diciembre de 1774 a Calahorra, donde perfeccionó la gramática latina, permaneciendo en estos estudios hasta 1777.
En este año se trasladó al Real Seminario de Vergara, comenzando a destacar por su talento, sobre todo en las humanidades, matemáticas y física experimental. Realizó sus primeras letras, escribiendo poesía, por las que recibió un premio extraordinario en las juntas de la Sociedad Vascongada en el mes de julio de 1779, siendo su nombre mencionado en la Gaceta de Madrid.
Al terminar sus estudios de álgebra, geometría, trigonometría, más los principios del cálculo diferencial e integral, sus padres determinaron ingresara en la Armada, para ello enviaron un documento al ministro de Marina, marqués González de Castejón, quién expidió una carta-orden, para sentar plaza en la Compañía de Guardiamarinas de Ferrol, efectuándolo el 6 de noviembre de 1780. Expediente N.º 2.620.
Dada su sólida instrucción, el director de la Academia don Cipriano Vimercati, decidió hacerle un exhaustivo examen, del que se dedujo sus brillantes y lucidos conocimientos, llevándole a decidir pasase inmediatamente al estudio de la navegación y de la maniobra, curso que concluyó con todos los beneplácitos en el mes de marzo de 1781.
Por ello pasó a embarcarse en el navío San Pablo el 1 de abril, siendo su comandante don Luis Muñoz de Guzmán, abandonando así la tranquilidad de las aulas comenzando el ajetreo y peligros de la navegación.
Al ser incorporado este navío a la escuadra de don Luis de Córdova, viajó desde Ferrol a Cádiz. Con ella participó en la campaña franco española sobre las costas del Reino Unido o su canal de la Mancha, al finalizar está en el verano de 1781 y regresar a Cádiz, había permanecido sesenta y cinco días de mar.
De nuevo el 2 de enero de 1782, en la misma escuadra siendo su Mayor general don José de Mazarredo y con ocasión de proteger a un convoy con destino a Tierra Firme de las asechanzas continuadas de los británicos, se fijó en él por sus dotes y afición continuada a las observaciones astronómicas, le tomó gran cariño y le facilitó su mejor aprendizaje, llevado de sus muy buenos consejos, regresando la escuadra el 10 de enero a Cádiz, una vez cumplida la misión de dejar a salvo el convoy.
El 3 de junio siguiente habiendo trasbordado al navío San Fernando, el 9 de julio, se le destinó al apostadero de Algeciras, el viaje de ida lo realizó en compañía del guardiamarina don José de Vargas Ponce, a partir de este momento se unieron en una indisoluble amistad que duró toda su vida, participó en el desastroso ataque de las baterías flotantes en el asedio al peñón de Gibraltar el 13 de septiembre de 1782, volviendo a demostrar su pericia marinera y su valor, pues con su actividad, logró salvar la vida a muchos hombres de sus dotaciones, realizando con el bote a su mando muchos viajes y siempre lleno.
Permaneció incorporado a la escuadra, participando el 20 de octubre en el combate del cabo Espartel, entre la del mando del general don Luis de Córdova y la británica al mando del almirante Howe, los buques enemigos por llevar forradas sus obras vivas de cobre tenían mayor andar, permitiéndoles mantenerse en todo momento la distancia conveniente, cuando el resto de la escuadra española iba llegando al combate, decidieron por el mayor número de navíos españoles rehuirlo, viraron y cazaron el viento enseñando sus popas alejándose del alcance de la artillería española. El coloso español, el navío Santísima Trinidad, del porte de 130 cañones sólo pudo hacer una descarga completa de todas sus baterías, su lentitud le impidió poder hacer más. Regresando la escuadra a la bahía de Cádiz en 28 siguiente.
No obstante el almirante británico reconoció: «…el modo de maniobrar de los españoles, su pronta línea de combate, la veloz colocación del navío insignia en el centro de la fuerza y la oportunidad con que forzó la vela la retaguardia acortando las distancias» El combate tuvo una duración de cinco largas horas.
A finales de este mismo año, por sus inmejorables servicios prestados, se le otorgó el ascenso al grado de alférez de fragata.
Fue firmada la paz entre España y el Reino Unido, en Versalles el 20 de enero de 1783, ratificado definitivamente en el mismo lugar el día 3 de septiembre siguiente.
Sus últimas experiencias náuticas, le habían ocasionado un debilitamiento notable en su salud, pidió y se le otorgó licencia para regresar a su casa e intentar recuperarla, donde permaneció hasta finales de noviembre, al recobrarse totalmente viajó a Madrid donde se le prestó una gran acogida por los principales literatos de esos momentos y tuvo un trato muy cercano con don Gaspar Melchor de Jovellanos, don Tomás de Iriarte y con don Leandro Fernández Moratín.
Recibió la orden de incorporarse al Departamento y ciudad de Cartagena, donde llegó en el mes de enero de 1784, aquí se le destino a la fragata Santa Casilda, siendo su comandante don Antonio de Escaño, participando en varios cruceros por estar el buque destinado al corso, el 3 de noviembre fondearon en las islas Baleares, donde permanecieron hasta el mes de mayo de 1785, regresando al Arsenal de Cartagena.
Al poco tiempo volvió a la mar a las órdenes de don José de Mazarredo, pues se tenía que discutir la paz con la regencia de Argel y al mismo tiempo, hacer pruebas con los nuevos tipos de buques, para comprobar lo acertado de las nuevas construcciones navales. La paz la firmo don José de Mazarredo, por sus espléndidas dotes de diplomático.
Bajo el seudónimo de Pancracio Lesmes de San Quintín, dirigió una carta crítica a don Vicente García de la Huerta, por haber éste publicado un romance adulador y algo exagerado a don Antonio Barceló, por su decidida actuación en la última expedición contra Argel de 1784, a la que le contestó don Vicente García, pero al desconocer a su atrevido escritor, realizó un ataque con alusiones al abate Ceruti, a Vargas Ponce y sobre todo a Iriarte.
Al fallecer en éste año el ilustre conde de Peñaflorida, quien era el fundador y director de la Real Sociedad Vascongada, compuso un ‹Elogio póstumo›, pues aparte de mantener una gran amistad le unían lazos familiares.
En este tiempo también escribió dos cartas publicadas en el periódico el Censor en Madrid bajo la dirección del conde de Floridablanca, una, estaba relacionada con la proposición de algunas reformas en ciertas órdenes militares y la otra, trataba sobre temas del teatro.
En el mes de febrero de 1786 fue destinado ayudante a la compañía de guardiamarinas de Cartagena, encontrándose en esos momentos bajo la dirección de don Gabriel Císcar; aprovechó su estancia en la compañía de tan sabio director, para perfeccionar sus estudios en las matemáticas con aplicación a la astronomía, navegación, maniobra y arquitectura naval, alcanzando con ello unas altas cotas del conocimiento en esta materia, por ello se podría decir que con ello completaba una educación científica magistral.
Por Real orden del 28 de abril de 1787 se le ascendió al grado de alférez de navío y por casi dos años, se dedicó a escribir sobre las materias aprendidas y en sus ratos de ocio, al ver la luz el ‹Semanario literario›, en esta ciudad departamental, escribió y se le publicaron, artículos escritos en prosa y variadas poesías.
En el mes de febrero de 1789 se presentó junto a otros siete oficiales de la Real Armada a públicos exámenes, su disertación obtuvo los mayores aplausos en la materia de astronomía física.
Pero de nuevo su ajetreada vida de estudio y tareas, le hizo recaer en una dolencia que tanto sus compañeros como superiores, llegaron a temerse lo peor, viajó a la isla de Formentera y posteriormente a Alicante para tratar de mejorar, pero viendo no era así se le concedió Real licencia, para dejar el servicio activo e intentar recuperar su quebrantada salud, regresando a finales del mayo de 1789 a su villa natal, con la intención de conseguirlo con los cuidados maternos.
La tranquilidad del lugar y los cuidados de sus padres, lograron hacer lo que parecía imposible, por esa buena noticia puesta en conocimiento del Rey, éste por Real orden le concedió el ascenso al grado de teniente de fragata.
Con el mismo documento de su notificación de ascenso, le llegó la orden del secretario de Marina don Antonio Valdés, quien por su propósito de establecer una buena biblioteca en la isla de León, le otorgaba el acceso a reconocer todos los archivos del Reino y extraer de ellos cuantas noticias y manuscritos, pertenecientes a la corporación de la Real Armada, fueran o copiados o simplemente llevados a esa biblioteca o museo marítimo; por ello se despidió de sus padres y todos sus familiares, amigos, siendo la última vez que vería vivos a sus progenitores, salió de su casa el 23 de abril de 1790.
Llegó a Madrid, pero la Corte se encontraba en Aranjuez, donde se desplazó, para tratar con el secretario la forma de llevar a cabo la comisión encomendada por orden de éste, dando comienzo por la Biblioteca de Madrid, por varios archivos monacales y algunos particulares, por ser conocido contenían documentos de mucho valor.
A parte de la Biblioteca de Madrid y la de San Isidro, visito los archivos de los marqueses de Santa Cruz, de Villafranca y los del duque de Alba, Infantado y Medina Sidonia, al terminar este recorrido, se dirigió a la biblioteca del Monasterios de El Escorial, donde minuciosamente la registro toda, al igual que había hecho con las anteriores.
Por espacio de casi tres años le ocupó esta labor; estando casi finalizándola en 1791, se le admitió como socio de número en la Sociedad económica de Madrid, en cuyo nombramiento tuvo mucho que ver el marqués de Castrillo y después duque del Parque.
En su presentación, leyó un «Discurso, sobre los progresos que puede adquirir la economía política con la aplicación de las ciencias exactas y naturales, y con las observaciones de las sociedades patrióticas.», el cual por su interés la misma sociedad lo publicó ese mismo año.
Solo contaba con veintiséis años, al ser ya admitido en esta Sociedad, pero no fue la única, pues a propuesta del marqués de Santa Cruz, ingreso en la Real Academia de la Lengua Española; en su presentación el 29 de marzo de 1792 leyó «Discurso, sobre la forma y progresos del idioma castellano y sobre la necesidad que tienen la oratoria y la poesía del conocimiento de las voces técnicas o facultativas.»
A petición de don Bernardo Iriarte, quien sin su conocimiento, lo propuso para su ingreso en la Academia de Nobles Artes de San Fernando, como académico de honor, razón por la que fue admitido en el mes de abril del mismo año.
Daba la sensación que ninguna de las grandes corporaciones científicas y literarias, querían dejar fuera a tan ilustre marino, a pesar de su juventud, pues ya había demostrado sus capacidades, para pertenecer a todas ellas, sin desmerecimiento de ninguna.
Pero por haber encontrado preciosos documentos de los siglos XV y XVI, relativos a los diarios del primer y tercer viaje de Colón, más mucha información respecto a éste, se puso en camino a Sevilla, para hacer un minucioso registro de su documentación, el cual resultó de gratísimo hallazgo de más documentos, siendo muy prolijo relatar.
Al estallar la guerra contra la república francesa, pensó que sus brazos en algo podían ayudar, por ello envió al Rey una rogativa, para ser incorporado a algún puesto en la escuadra.
Pero en la Corte no se consideró oportuno que tan insigne marino, se pudiera perder en una fatal circunstancia, por toda respuesta recibió un atento oficio del secretario de Marina baylío don Antonio Valdés, siéndole agradecidos sus desvelos por la patria, pero mejor continuase con su labor, pues tanto lo uno como lo otro contribuía a enaltecer a España.
Pero recibió la Real orden del 4 de junio para incorporase a la escuadra en la isla de León, para ello dejó a sus ayudantes con la orden de continuar sus servicios.
El 13 de junio se presentaba en el lugar de destino, siéndole ordenado embarcar en la fragata San Sabina, pero unos días después se le ordenó trasbordar al navío Concepción, siendo su comandante el brigadier don Francisco Santisteban, quién le nombró ayudante de la Mayoría General de la escuadra, a las órdenes del general don Juan de Lángara y casi dispuesta a zarpar.
Se realizó la derrota hasta las costas del Rosellón, donde bombardearon las defensas de Collioure y Port Vendres, siendo infructuosos, por ello se dirigieron a Tolón donde fondeó la escuadra española y la británica, los monárquicos franceses aceptaron de muy buen grado a los españoles, por su generosidad, humanidad y forma de trato; mientras a los británicos, por su dureza y sentimientos poco filantrópicos, se les enajenó.
El general don Juan de Lángara envió a dos oficiales a la Corte con la buena noticia, pero los acontecimientos se volvieron más agrios, por ello tuvo que buscar a alguien con más tacto y más formado, para recibir las órdenes, guardarlas y transmitirlas, siendo elegido Navarrete para ello.
Salió en posta el 2 de septiembre de 1793, logrando llegar al Real sitio de San Ildefonso el 11, se entrevistó con el ministro don Antonio Valdés, duque de Alcudia, don Manuel Godoy, por las largas conversaciones y la mucha información transmitida, en agradecimiento de S. M. fue ascendido a capitán de fragata, con su nuevo grado regresó a Tolón.
A su llegada y en condición a su nuevo grado, se le nombró ayudante primero de la escuadra y secretario de la Comandancia general de ella, cargos de una vital importancia y muy delicados.
La escuadra, después de reembarcar a todos sus hombres, levó anclas de Tolón y puso rumbo a Cartagena, viaje que se convirtió en una verdadera prueba de dotes de todos sus componentes, por los crudos y espeluznantes temporales desatados, logrando a pesar de ello lanzar el ancla en la dársena de su destino el 31 de diciembre.
El 2 de abril de 1794, formaba parte de la expedición con destino a Liorna, para transportar al príncipe de Parma a España.
Como era habitual en él no desperdició el viaje, pues visitó las ciudades de Pisa y Florencia, de las que escribió una minuciosa relación de todo lo visto y de todas sus cosas notables. Que por desgracia no han visto la luz de la imprenta.
Regresado a Cartagena el 11 de mayo de un viaje muy bien aprovechado; a mediados de julio se hizo la escuadra a la mar con rumbo a Rosas, para con el apoyo de otra británica de nueve navíos, navegar para combatir a la escuadra francesa logrando bloquearla; por los méritos que obtuvo en esta misión, quedó para ser ascendido a capitán de navío en la primera promoción a ese grado.
Desde Rosas se dirigió a Cádiz y desde aquí a la ciudad de Sevilla, donde mientras tanto sus subordinados seguían extrayendo documentación, al llegar vigiló que se estaban siguiendo sus instrucciones, para ello y no dejar nada al azar se acercó a reconocer la biblioteca del convento de San Acacio y al terminar, continuó con la privada de los condes de Aguilar, estando en ello se le entregó un correo del general don Juan de Lángara, siéndole ordenado desplazarse a Cádiz y embarcar en el navío Reina Luisa.
Al poco tiempo la escuadra se hizo a la mar con rumbo a Rosas, donde llegó a principios de enero de 1795, comenzaron a hacer cruceros por esta costa y evitando con ello que el ejército francés instalado en tierras españolas pudiese ser socorrido.
En el mes de julio, a general al mando don Juan de Lángara, se le nombró capitán general del departamento de Cádiz y se llevó con él a don Martín, donde permaneció hasta ser firmado del tratado de Basilea, poniendo fin a la guerra contra la república francesa y se le declaraba al Reino Unido, por ello de nuevo se hizo a la mar, como secretario particular del general don Juan de Lángara.
Durante esta campaña don Juan de Lángara fue nombrado secretario de Marina y no quiso desprenderse de su ayudante particular, pues le podía ayudar en su elevado destino por la facilidad y tacto demostrados, además alejaba de un posible mal encuentro a don Martín, por volver a tener su salud quebrantada, por todo ello ambos llegaron a la Corte y en ella se le nombró oficial tercero en la Secretaría del Despacho de Marina.
Al tomar posesión de su nuevo cargo, quedando apartado de los peligros de su profesión; pero por otra parte podría mejorar su endeble salud, se le ordenó redactar un reglamento, para la manutención a bordo de los comandantes y oficiales, después de pasar por el Consejo de Estado, recibió la aprobación general, siendo publicado el 11 de febrero de 1797.
Por fin le dejaron pensar en sí mismo, por ello en el mes de mayo de 1797, contrajo matrimonio con doña Manuela de Paz y Galtero, en la ciudad de Murcia por ser la residencia de sus padres, pertenecientes a una de las familias de más alta dignidad de la ciudad.
Pronto regresó a la Corte donde continuó trabajando en la secretaría de Marina, con su acostumbrada forma logró mejoras, siendo una de ellas establecer el Depósito Hidrográfico, proyecto que ya traía entre manos consiguiendo fuera una realidad, redactó su reglamento y años después siendo su director, consiguió elevarlo como uno de los mas notables de Europa.
En el mes de junio de 1799, se le otorgó el ya referido ascenso en propiedad, del grado de capitán de navío.
En el mes de octubre de 1800, la Real Academia de la Historia, lo elevó al grado de supernumerario; leyendo en su ingreso «Discurso histórico sobre los progresos que ha tenido en España el arte de navegar.», publicado en 1802.
En este año vio la luz de la imprenta su gran obra, el Depósito Hidrográfico, publicó la «Relación del viaje de las goletas Sutil y Mejicana al reconocimiento del Estrecho de Fuca.»; obra escrita para que sirviese de introducción a la «Noticia histórica de las expediciones hechas por los españoles en busca del paso del noroeste de la América.», y como subtitulo e introducción «En la que con abundantes datos históricos se vindica las glorias de España, que inútilmente tratan de empañar injustos y envidiosos extranjeros.», dejando muy clara su intención.
En 1803 se le ascendió a oficial mayor de su Secretaria, permaneciendo en este destino hasta ser creado a principios de 1807, el Supremo Tribunal del Almirantazgo, a la creación de éste, se le nombró Ministro Contador Fiscal de este Cuerpo, cargo que desempeñó con sus ya demostradas dotes.
Sobrevino la invasión francesa en 1808, fue nombrado Rey de España José Bonaparte, el ministro de Marina, invitó a don Martín para que prestara su juramento de fidelidad al nuevo Rey, como Ministro Contador Fiscal del Almirantazgo.
En ese día tan luctuoso para España que fue el 2 de mayo de 1808, desapareció uno de sus criados, cuando todo Madrid era un hervidero de personas, unas defendiéndose y los franceses ejecutando los famosos fusilamientos; pues salió a la calle en busca de los generales franceses, poniendo su vida en peligro constantemente, pero no se arredró, consiguiendo al fin salvar al pobre sirviente de caer victima de la metralla, junto al monumento que hoy recuerda a aquellos días trágicos.
En su contestación al Ministro no es necesaria explicación, pues después de una larga carta añade: «Repugna a mi conciencia y al derecho natural contribuir a la muerte de mis padres, hermanos y parientes, y, en fin, al de toda mi nación, ligándome a una causa que ésta resiste con las armas en la mano. En tales circunstancias todo lo que se puede exigir de mí, es que sea un ciudadano pacífico, y bajo estas consideraciones renuncio a todos los empleos que puedan forzarme a ir contra estos principios de honor, de patriotismo y de sana moral.»
A pesar de ello y de esta respuesta tan enérgica, el gobierno del Rey intruso intentó persuadirlo, por ser conocedor de las inmejorables condiciones que en don Martín se encontraban, por ello se le nombró Consejero de Estado e Intendente de Marina, pero por su firmeza y pundonor ya descritos se negó a aceptar.
A pesar de mantenerse al margen de toda cuestión política, don José de Mazarredo le pidió informes sobre varias materias que en atención a su antigua amistad le realizó, pero sin aceptar nada más a cambio.
Se dedicó a escribir unas «Reflexiones sobre los montes de Segura de la Sierra y sobre las ventajas que resultarán al Estado de convertirlos en propiedades de particulares.», además de reunir gran cantidad de material para escribir la vida de don Miguel de Cervantes Saavedra, razones que le tenían ocupado, pero no le pudieron evitar sufrir graves incomodidades, por las viles calumnias y delaciones, a pesar de no entrar para nada en el tema de política; pudiendo al fin y en un descuido de sus vigilantes, huir de Madrid a finales de 1812.
Logrando llegar a Sevilla a principios de enero de 1813, continuando viaje hasta Cádiz, donde la Regencia del Reino inmediatamente, le comenzó a confiar diferentes comisiones, siendo una de ellas la de extraer una «Noticia de todos los españoles que habían escrito de la Real Armada desde el año de 1750.»
Al año siguiente se desplazó a Murcia y al regresar el rey don Fernando VII volvió a Madrid, al llegar la Academia Española le encargó preparara una felicitación por el regreso del Rey y celebrar así su subida al trono en 1808.
En 1814 solicitó y se le otorgó su jubilación de Consejero, por advertírselo los disturbios y disensiones intestinas, comenzando a verse venir lo que por desgracia supuso la tan aclamada vuelta del “Deseado”, por esta razón se quiso alejar de la vida pública.
Ya en su retiro, se dedicó de pleno al estudio y al trabajo, fruto de ello, fue la reforma de orden de la Academia de «La ortografía de la lengua castellana.», introduciendo en ellas las aprobadas por la misma.
Pasó a la clase de numerario de la Academia de la Historia, para ello leyó en las juntas de 1815: «Disertación histórica sobre la parte que tuvieron los españoles en las guerras de Ultramar o de las Cruzadas, y como influyeron estas expediciones desde el siglo XI hasta el XV en la extensión del comercio marítimo y en los progresos del arte de navegar.»
En el mes de mayo siguiente, la Academia de San Fernando propuso a S. M. fuera nombrado su Secretario, cargo que acepto aunque con mucha renuencia pues nada de lo que salía de la mano del Monarca le era grato.
Durante su retiro en el Madrid ocupado, se ha dicho que reunió una gran documentación sobre Cervantes, del que era un entusiasta seguidor, pues por encargo de la Academia la terminó de escribir, viendo la luz en 1819.
A pesar de estar jubilado, el Gobierno no dejaba de pedirle informes y sugerencias, para casi todas las ramas del estado, las cuales cumplía sin menoscabo de su integridad moral, pues las convirtió siempre en «Consejos», que si se llevaban a cabo lo hacían con la firma del titular de turno y si no, pues al olvido, llegando a escribirlas con seudónimo.
A tanto llegó su negación al sistema establecido que el Gobierno en 1820, lo nombró Individuo de la Marina de la Instrucción Pública y de la Academia Nacional por decreto de las Cortes, pero al final no llegó a buen término, siendo esta decisión la que mayor satisfacción le dio.
Se le planteo un problema entre regiones, los riojanos pedían ser separados de Burgos y de Soria, pues nada tenían que ver los unos con los otros y menos entre ellos, pero si así se hacía Soria perdía las zonas fértiles de Calahorra y Logroño, para acabar con el problema escribió; «Juicio crítico de la exposición dirigida al Congreso nacional por unos apoderados de Soria para que no se altere el estado presente de sus provincia y capital. Carta de un riojano á un diputado a Cortes en la que se ilustran con este motivo varios puntos históricos y geográficos de la Rioja.», siendo manifiesta e ilustrada la razón de esa separación, basándose toda ella en documentos históricos, se publicó en Madrid, pero firmada por un tal don Justo Patricio de España, seudónimo que utilizó para no ser descubierto, pero como es evidente contiene su enjundia.
Con la abolición del sistema constitucional en 1823, su gran obra, el Depósito Hidrográfico, se quedó sin su eminente director don Felipe Bauzá, quién tuvo que huir por la represión del “Deseado”, por ello el secretario de Marina don Luis de Salazar, pensó quién mejor que su fundador para dirigirlo, siendo llamado para ofrecerle el puesto.
Lo aceptó, pero con la condición de ser ‹Interino›, pues le repugno hacerlo como titular, por las consecuencias de los vaivenes políticos los cuales habían provocado la huida de su verdadero Director y pensando que en algún momento la situación podría cambiar y el señor Felipe Bauzá retornara para hacerse cargo de él; pero acedía para evitar la pérdida de las valiosas contribuciones que este Depósito estaba realizando para el bien de España.
Como Director titular mantuvo una frecuente correspondencia científica y literaria con el barón Zach, cuyas cartas se publicaron en Génova en idioma francés.
En 1824 presentó su renuncia a la Secretaría de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y dando muestras de “benevolencia” el Rey se negó a aceptar tal desaire, pues añadió a su cargo el de Consiliario de la misma Academia y previniéndole se mantuviera en su anterior cargo.
En 1825, se le nombró vocal de la Junta de Dirección de la Real Armada y de la Academia de la Historia, después de haber sido nombrado Tesorero y Censor, le eligió para su Director Trienal, cargo en el que permaneció hasta su muerte ganando siempre las elecciones trianuales.
A pesar de tener tantos cargos, estaba trabajando en su gran obra escrita, siendo la que abrió las puertas de todas las Academias Literarias de ambos hemisferios; «Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV, con varios documentos inéditos convenientes á la historia de la marina castellana y de los establecimientos españoles en Indias.», un lujo literario que no ha sido superado.
Al “Deseado”, le gustó la obra y ordenó su publicación por cuenta del erario público, siendo admirada y con gran entusiasmo por los más sabios conocidos del siglo, entre otros Mr. Alejandro Humbold, Washington Irving y H. Prescott; de esta gran obra vieron la luz el primero y segundo tomo en el año 1825, el tercero en 1829, el cuarto y quinto en 1837, quedando inéditos el suficiente material para publicar otros dos más.
Entre los años 1828 a 1834, publicó varios opúsculos en el estado General de la Real Armada, a parte de una serie de biografías, entre las más destacadas, la del marqués de la Ensenada, Blas de Lezo y marqués de Santa Cruz.
Como secretario de la Academia de las Bellas Artes de San Fernando, realizó el resumen de las actas de las sesiones entre los años 1808 hasta 1832. En estos veinticinco años, como no se habían sucedido Juntas de distribuciones de premios y los actos fueron contados, su mayor trabajo fue la realización de las necrológicas de los académicos y profesores que en ese tiempo fueron falleciendo, entre ellos; el marqués de Ureña, Jovellanos, Ceán, Ortiz y Sanz, Bosarte y Munárriz; de los jesuitas Márquez y Requeno; pintores, Maella, Ferro y Goya; escultores, Vergaz, Michel, Adán, Hermoso, Ginés, Álvarez, Barba y Folch; arquitectos, Villanueva, Aguado, Rodríguez y Pérez; grabadores de dulce, Selma, Carmona y Enguídanos; grabador en hueco o medallas, Sepúlveda, y de otros profesores, convirtiéndose en la más curiosa e interesante de todos los escritos de actas, de cuantos fueron publicados por la Academia.
Al fallecer el rey don Fernando VII en el año 1833, se le nombró Consejero Decano de la Sección de Marina del Consejo Real de España é Indias y poco después Prócer del Reino.
Don Felipe Bauzá falleció el 3 de marzo de 1834 en el exilio en la ciudad de Londres, cuando se encontraba embalando todos los documentos del Depósito, a llegar la noticia le rindió un homenaje a su memoria, en ella con su afable pero firme convicción afirmó lo que la mala política había logrado, no siendo otra cosa que dejar perder un talento y demostrando así su aprecio hacía la familia, prestándoles su protección y la ayuda económica que pudieran necesitar.
Lo movimientos políticos de la época, provocaron graves disturbios, logrando estos que en 1836 se restableciese la Constitución de 1812, hasta ser redactada una nueva, con pocas variantes a la anterior siendo sancionada en 1837, por ello don Martín fue propuesto como representante de su provincia, en todas las legislaturas del Senado.
Al mismo tiempo y no sabiendo que más ofrecerle, se le nombró y permaneció durante veinte años, como secretario de la Diputación en la Corte de la Sociedad Riojana, la cual cada vez que se realizaba un cambio, la Corona sancionaba a su favor cuantas propuestas recibía, aunque no eran suyas.
Pero dado su carácter de persona pacífica y algo candoroso, no era la apropiada para hacer política, estando por ello fuera de su forma de ser y pensar, no era su trabajo ni para lo que estaba preparado, por esta razón en estos procesos no pudo brillar mucho. Ni falta que le hacía, solo su trabajo ya demostraba luz propia.
En 1840 por instancias del almirante Duperré, a la sazón ministro de Marina de Francia, le propuso el duque de Dalmacia a Luis Felipe, para serle concedida la Cruz de Comendador de la Legión de Honor, lo cual le fue comunicado en el mes de enero del mismo año; concesión que se le hacía por sus trabajos en aquél país y por el apoyo a ella de la Roquete y Verneuil, Berthelot y la muy apreciable de Dufflot de Mofras.
Por este tiempo y en compañía de los académicos de la Historia, don Miguel Salvá y don Pedro Sáinz de Baranda, comenzaron la publicación de su obra «Colección de documentos inéditos.», de los que solo pudo ver publicados cuatro de sus tomos, pero para impedir la pérdida de tan interesante colección, por su gran aportación a la Historia, la continuaron sus compañeros de trabajo, hasta verla terminada, sin arrogarse estos en ningún momento su autoría.
En 1841 el ministro de Gobernación, le nombró viceprotector de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en cuyo cargo se mantuvo hasta su fallecimiento, a pesar de las muchas veces que se dirigió pidiendo su cese, pero el gran cariño de todos los miembros de esta institución siempre le fue negada, aunque a pesar de su edad el Gobierno no cesaba de pedirle su parecer a veces por cuestiones nimias, pero él siempre consideraba que era un bien para España y nunca se negó a aportar al menos su idea.
Por propuesta del célebre historiador Miguet, del Instituto de Francia, ingresó el 15 de enero de 1842, en la Sección de la Academia de Ciencias Morales y Políticas; un honor que ha sido concedido a muy pocos que no fueran de nacionalidad francesa.
En este mismo año aprovechando el verano, viajó hasta su casa natalicia para visitar a sus parientes, siendo la última vez que esto lo podría realizar; pero estando en ella enfermó de tal gravedad que estuvo a punto de fallecer, pudo con los cuidados que siempre se le daban restablecerse en contra de la opinión de los facultativos que le atendieron, los cuales se alegraron de haberse equivocado.
Al serle posible viajar de nuevo, se dirigió a Madrid para volver al trabajo, logrando atender con su asistencia a todas las Academias y Cuerpos, de los que formaba parte; pero preocupados casi todos sus compañeros le decían que debía de cuidarse un poco más, a lo que él siempre respondía con fuerza y viveza, siendo una de sus frases «El hombre a nacido para el trabajo, y no pudiendo trabajar debe morirse.»
Pero todo tiene un aguante y su fin; proseguía con sus diarias visitas al Depósito, sin importarle la época del año, lo que le produjo contraer un catarro, el cual se convirtió en crónico pulmonar, pasados unos días se le agravó, de esta forma los fríos otoñales lo llevaron a su final, siendo el 8 de octubre de 1844, cuando se produjo su fallecimiento en Madrid, contando con setenta y ocho años de edad.
En un rápido recorrido de su currículo, estaba en posesión de las siguientes condecoraciones: Caballero de Justicia de la Orden de San Juan de Jerusalem, Gran Cruz de la Real Orden americana de Isabel la Católica, Comendador de La Legión de Honor de Francia y varias más de menor importancia.
Había sido Senador del Reino por la provincia de Logroño, del extinguido Consejo de España e Indias, vocal nato de la Junta del Almirantazgo, Director de la Real Academia de la Historia y del Depósito Hidrográfico, Viceprotector de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Bibliotecario y Decano de la Española, Individuo del Instituto de Francia, del Histórico de Río de Janeiro, de la Academia de San Lucas de Roma, de la de Ciencias de Turín, de la misma de Berlín, de las Sociedades de Anticuarios de Copenhague y Normandía, de la Filosófica americana de Filadelfia, de las de Geografía de París y Londres, Presidente de la Sociedad Riojana, socio de la Económica Matritense y de varias más en todo el reino.
Nunca se había hecho un perfil de sus cualidades personales, pero vaya esto para definir a la persona. «Exacto en el cumplimiento de sus deberes, religioso sin afección, modesto, dulce y probo hasta el extremo; nunca apeteció los honores y condecoraciones, que se le otorgaban, por pensar que no era merecedor de ellas y al darse cuenta de que generalmente, solo sirven para encubrir a los ambiciosos ignorantes y para adornar al intrigante audaz, los miró con indiferencia, por ello rehusó en varias ocasiones la Gran Cruz de Carlos III y sólo por sus altas consideraciones, aceptó la de Isabel la Católica, más por respeto del nombre, que por lo que se le entregaba. Engolfábase principalmente en el exámen cronológico de los hechos y en concordar la razon de los tiempos; y esta investigacion de suyo tan árida y enojosa, le deleitaba á él que tenía un instinto particular para comparar y fijar épocas, y aun adivinarlas aproximadamente cuando le faltaba la luz de la historia ó de los documentos coetáneos, o como solía decir: «Yo siempre voy armado de la cronología, para no equivocar los hechos; y si el trabajo es duro se compensa con la alegría que se apodera de mi alma cuando hago algun descubrimiento.»
Su amor por las ciencias jamás las utilizó para su interés, pues las amaba tanto por sí solas y por su patriotismo, siendo lo que le llevaba a anhelar el saber sólo por el bien de España, para que lo oculto se diera a la luz, ofreciendo así una visión clara y consciente, de la grandeza escondida en tanta biblioteca y entidad, contribuyendo con ello al conocimiento de la realidad de las cosas.
Jamás busco la gloria ni el deseo de lucro, de hecho a cuantos le pedían o demandaban algún documento, no le importaba entregárselo, con tal de ilustrar la verdad de lo ocurrido y no distorsionar la Historia, aunque de ese trabajo otros se lucraran de ello, de hecho y a pesar de los altos cargos que ocupó, toda su herencia consistió en dejar los mismo que había recibido de sus mayores, a lo que se añadió la dote de su esposa al contraer matrimonio; así suelen comportarse los sabios.
Para finalizar y a renglón seguido al punto anterior, sí hubieron dos que se aprovecharon de sus trabajos, pero que él demostró a sabiendas de ser engañado, su acción iba a servir para mejorar el conocimiento de la historia de España, por ello no les negó en ningún momento su apoyo.
Uno de ellos fue el archí conocido autor norteamericano Washington Irving, 1783-1851, quien publico su obra «Vida y viajes de Colón.», al que poco tiempo después añadió «Los compañeros de Colón.», siendo dos obras muy celebradas, pues desmentían mucho de lo escrito hasta ese momento, pudiéndolas escribir gracias a que don Martín le cedió sin pago alguno, tres mil folios manuscritos con toda la información que al respecto disponía. Irving consiguió la fama y el dinero, por ello se quedo en España viviendo larguísimas temporadas. Pero Navarrete consiguió lo que se proponía, pues fueron publicadas después de su fallecimiento, lo que le hubiera impedido a él poderlas dar a la luz y desde entonces hay material suficiente, para contrarrestar toda la bazofia vertida sobre los españoles por plumas muy versadas.
El otro autor, fue el historiador nacido en Boston, William H. Prescott, 1796-1858, quien también publicó dos obras; «Historia de la conquista del Perú.» y «Historia de la conquista de Méjico.» siendo por ellas proclamado como el ‹ Homero de la conquista de Méjico ›, como si él fuera el que hubiera hecho algo, y decimos esto, porque al igual que sucedió con Irving, sus obras fueron publicadas después de fallecido Navarrete, lo que le hubiera impedido hacerlo a él, en ellas también se desmienten cantidad de malversaciones vertidas por otros autores, pues la documentación que le cedió don Martín, estaba compuesta por ocho mil folios manuscritos, con los que Prescott pudo llevar a cabo su publicación, pero reducida a solo dos mil páginas. De nuevo Navarrete había ganado otro combate después de muerto, porque por primera vez salían a la luz cantidad de documentos inéditos que echaban por tierra los vilipendios vertidos por otros, con lo que se repetía la historia, al conseguir que España volviera a salir victoriosa, siendo en el fondo la única razón que siempre le interesó.
Sirvan estos apuntes, casi anecdóticos de la labor llevada a cabo, por este marino-escritor español que sólo su seudónimo utilizado, deja muy bien a las claras de quién se consideraba así mismo: don Justo Patricio de España; a Fé que lo consiguió y sólo con la pluma.
Bibliografía:
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Fernández de Navarrete, Martín. Biblioteca Marítima Española, Obra Póstuma. Imprenta de la Viuda de Calero. Madrid, 1851. A pesar de que el autor omitió su propia obra, en ésta se incluyó, por alguien que al mismo tiempo dice: su extremada modestia y delicadeza no le permitieron hablar de su persona. Pero quién la incluye, tampoco se da a conocer.
González de Canales, Fernando. Catálogo de Pinturas del Museo Naval. Tomo III. Ministerio de Defensa. 2000.
Irving, Washington.: Vida y viajes de Cristóbal Colón. Madrid, 1833. Traducida por J. García de Villalta. Mundus Novus. Madrid, 1987.
Irving, Washington.: Viajes y descubrimiento de los compañeros de Colón. Biblioteca Ilustrada de Gaspar y Roig Eds., Madrid, 1854. Traducida por N. Fernández Cuesta. Mundus Novus. Madrid, 1987.
Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.
Prescott, William H.: Historia de la Conquista de Méjico. Facsímil. Ediciones Istmo, 1987.
Prescott, William H.: Historia de la Conquista del Perú. Facsímil. Ediciones Istmo, 1986.
Rodríguez de Campomanes, Pedro. Conde de Campomanes.: Itinerario de las carreras de postas. Facsímil de la edición príncipe de 1761. Ministerio de Fomento. Madrid, 2002.
Válgoma y Finestrat, Dalmiro de la. Barón de Válgoma.: Real Compañía de Guardia Marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes. Instituto Histórico de Marina. Madrid, 1944 a 1956. 7 Tomos.
VV. AA.: Colección de documentos inéditos para la historia de España. Facsímil. Kraus Reprint Ltd. Vaduz, 1964. 113 tomos. Esta obra es conocida como el CODOIN. Abreviatura de Colección de Documentos Inéditos de la Historia de España. Para esta biografía, el tomo 6 entre las páginas 5 á 11.
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