Biografia Pedro Caro y Sureda

Posted By on 23 de mayo de 2021

Pedro Caro Surera.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.

III Marqués de la Romana.

Capitán de fragata.

Capitán General del Ejército.

Vino al mundo en Palma de Mallorca, islas Baleares, el 30 de octubre de 1761. Era hijo de don Pedro Caro y Fontes, Capitán General de los Ejércitos de España, quien halló la muerte al mandar una carga de caballería del regimiento de Dragones de Almansa el 1 de julio de 1775 en la fracasada toma de Argel y de doña Margarita Sureda y Togores. Recibió una esmerada educación que terminó al licenciarse en la Universidad de Salamanca en las materias de Literatura y Filosofía, al mismo tiempo que en el Seminario de Nobles de Madrid.

Solicitó y obtuvo carta-orden de ingreso en la Armada, sentando plaza de guardiamarina en la Compañía del Departamento de Cádiz el 14 de julio de 1775, el mismo en que su padre moría en campaña. No figura número de expediente en la obra de Válgoma, siendo el 1.910 de su obra en el segundo tomo. Se le entregó su ascenso a alférez de fragata en 1779, al concluir sus estudios tanto teóricos como náuticos, habiendo navegado por el Mediterráneo y las aguas que baña el océano Atlántico de la península. Pasó embarcado al navío San Pascual el 2 de julio de 1781, estando al frente de la expedición el general don Ventura Moreno, quien le nombró su Ayudante personal, con su escuadra dio protección al convoy que transportaba a las tropas al mando del duque de Crillón, para recuperar la isla de Menorca y el bastión principal de ella el puerto de Mahón.

Moreno recibió instrucciones reservadas, ordenándole: «…en caso de discordia en cualquier operación, haciendo presente bajo su firma al general del ejército las razones facultativas, que tuviese y sus ideas, debía ceder a lo que dijese, opinase o quisiese dicho general, aunque fuese exponiendo a perder los navíos y cuantas embarcaciones llevaba a sus órdenes.» El conde de Floridablanca, por su parte, decía a Crillón: «V. V. no hará nada ahí ni en otra parte si no vive en perfecta armonía con los marinos; y no se le dé nada de lo que llama liga infernal de los terrestres…la desavenencia con el comandante de mar frustrará todas las ideas actuales y futuras.» Bonita forma de evitar trágicos finales que se dieron en otras expediciones, así cada cual sabía que debía de ceder siempre y cuando el más profesional, fuera en la mar o en tierra, diera su opinión aceptarla para ponerse de acuerdo.

La fuerza de desembarco era de unos ocho mil hombres, siendo transportados en setenta y tres buques, yendo protegidos por dos navíos, dos fragatas, seis jabeques, dos bombardas, tres balandras, dos brulotes y otros buques menores. Se formaron tres divisiones; la primera, a las órdenes de don Diego Quevedo, con la misión de bloquear el puerto de Mahón; la segunda: al mando de don Pedro Cañaveral que se dirigió contra Fornells y la tercera: al mando de don Antonio Ortega, a Ciudadela. Estando ya en la isla se eligió a Bouyón ordenándosele hacerse cargo de las defensas del ejército, por lo que comenzó levantando planos de la costa y de sus radas, para mejor realizar el desembarco de las tropas y aprovechar los mejores puntos más cercanos a los lugares ordenados por el mando. En este reconocimiento se vieron seis embarcaciones resguardadas y protegidas por el fuego de los cañones del castillo de San Felipe, por ello fueron comisionados varios oficiales y sus fuerzas para sacarlas de allí, pero no se dieron cuenta del gran riesgo que corrieron hasta llegar a ellas y registrarlas viendo su carga, pues se encontraron con víveres, municiones y pólvora, siendo apresadas tres de ellas y el resto hundidas.

En esta acción se distinguieron el capitán de fragata Salazar, el alférez de navío Liniers el alférez de fragata Bouyón y el ingeniero Tevern. Verificados los mejores puntos designados por Bouyón y autorizado por el mando, las fuerzas se dirigieron a ellos para efectuar los desembarcos, éstos se llevaron a cabo el 19 de agosto, alcanzando tal coordinación que les permitió realizarlo simultáneamente en los tres puntos prefijados. A Bouyón se le hizo pasar al puerto de Fornells el 5 de septiembre, con la misión de que al estar allí la parte de la escuadra y el convoy con las tropas, se abrieran posiciones fuertes para instalar artillería e impedir así que una salida de los enemigos pudiera malograr el desembarco, por ello con los brazos de las tripulaciones consiguió formar dos baterías de dieciséis piezas cada una, las cuales cerraban por completo los campos de tiro haciendo casi imposible ser hostigados por los británicos.

Viendo la rapidez con que se conseguía se movieran los hombre y lo rápido que avanzaban las obras, se le ordenó construir una pequeña fortaleza para instalar en ella tres piezas de á 24 libras, pero solo a un tiro de fusil del castillo de San Felipe lo que se consiguió, construyendo previamente otras defensas que les daban protección y así lograr llegar al punto marcado por los superiores. Los británicos les dejaron hacer, pero en la noche del 11 de octubre realizaron una salida en la que causaron la muerte a la mayoría de los que se encontraban trabajando, llevando a decidir al jefe del ejército se construyera una barrera con cables y maderos, impidiendo con ella el paso tranquilo a los bloqueados, pero estaba tan cerca de la mar que entre ésta y el fuego de los enemigos, se tenía que estar reparando todos los días. Pero su trabajo dio su fruto pues a los pocos días fue tomada la fortaleza y con ella toda la isla.

La fortaleza de San Felipe capituló el 4 de febrero; los atacantes estaban reforzado con cuatro mil hombres del ejército francés; el ataque en regla había comenzado el 6 de enero, rompiendo el fuego a la vez ciento once cañones de sitio y treinta y tres morteros, además de los que portaban los buques; cayeron en poder de los atacantes al entrar en la fortaleza trescientos seis cañones y cuarenta y un morteros, contando los recuperados de la mar, por haber sido arrojados por los británicos; la guarnición perdió mil hombres y los asaltantes sólo ciento ochenta y cuatro con doscientos ochenta heridos. Las fuerzas enemigas, estaban compuestas por dos mil soldados y seiscientos marineros, estando todas estas fuerzas al mando del gobernador Jacob Murray.

El 25 de marzo se ordenó el reembarque de parte de las tropas, una vez a bordo se zarpó con rumbo a Algeciras. El mismo año participó en el gran asedio de Gibraltar, en ocasión en que el general Barceló mandaba las fuerzas empleadas directamente en el ataque a corta distancia y después, cuando aquél cesó en este mando y se produjo el ataque de las baterías flotantes invento del francés D’Arçon, pero mandadas por el general Ventura Moreno, estaba apoyando con el fuego de su buque el desgraciado 13 de septiembre el ataque de éstas, volcándose en su auxilio cuando comenzaron a arder por efecto de las ‹balas rojas› disparadas por los defensores, participando con la lancha de su navío en ayuda para apagar los fuegos y salvar las dotaciones.

En los incendios y voladuras de estas pesadas baterías en teoría insumergibles e incombustibles, con circulación de agua «como la sangre por el cuerpo humano», hubieron trescientos treinta y ocho muertos, seiscientos treinta y ocho heridos, ochenta ahogados y trescientos prisioneros; pero los efectos fueron superados en mucho por el bombardeo de las lanchas cañoneras inventadas por Barceló, que lo hacían seguro y muy efectivo. En Gibraltar se defendía valerosamente el general británico Elliot. La plaza llegó a estar en gran necesidad y le fue enviado un convoy con aprovisionamientos, escoltado por una escuadra de treinta navíos al mando del almirante Howe. Le salió al encuentro el general Córdova con sus fuerzas, pero las enemigas con su convoy aprovecharon un fuerte temporal cuyos vientos les favorecían consiguiendo arribar al Peñón desembarcando los tan esperados auxilios. Se perdió el navío español San Miguel, arrojado por la tempestad bajo los mismos muros de Gibraltar.

Don Luis se mantuvo a la espera de su regreso a la mar para batirla, el combate tuvo lugar cuando la escuadra británica del almirante Howe abandonó el fondeadero del Peñón con rumbo al Atlántico y la española lo alcanzó el 20 de octubre de 1782, en aguas frente al cabo Espartel. El almirante británico admiró: «…el modo de maniobrar de los españoles, su pronta línea de combate, la veloz colocación del navío insignia en el centro de la fuerza y la oportunidad con que forzó la vela la retaguardia acortando las distancias.» El combate tuvo una duración de cinco largas horas. Los buques enemigos por ir ya forradas sus obras vivas de cobre tenían más andar, permitiéndoles mantener en todo momento la distancia de combate y cuando el resto de la escuadra española iba llegando al fuego, decidieron por el mayor número de navíos españoles rehuirlo, cazaron velas y ciñendo el viento arrumbaron, y mostrando sus popas se fueron alejando del alcance de la artillería española.

En 1790 por Real orden se le ascendió al grado de capitán de fragata, continuando embarcado en varios buques, llegando a ser segundo comandante de un navío.

Al declarase la guerra contra la República Francesa en 1793, solicitó su pase al Ejército, lo que le fue concedido, incorporándose a las órdenes de su tío Ventura participando en los combates en la frontera Este del Pirineo con el vecino país. Por sus dotes de valor y ejemplar militar, se le ascendió al grado de brigadier, siéndole entregado el mando de un regimiento de Cazadores, al terminar en este frente pasó al oriental, donde volvió a demostrar sus grandes dotes de mando, yendo casi siempre al frente de sus hombres, por sus grades méritos de guerra se le ascendió al grado de mariscal de campo, donde volvió a dar muestras de gran destreza en el mando de grandes unidades, por ello se le volvió a ascender al grado de teniente general.

Quedó momentáneamente como capitán general interino de Cataluña. Hasta decidir ponerle al frente de la división española del norte de Europa. Pasamos a transcribir la orden: «Estado de los regimientos que componían la expedición de tropas españolas al mando del teniente general Marqués de la Romana, destinada a formar un cuerpo de observación hacía el país de Hannover. Deberán salir de España por la parte de Irún los cuerpos siguientes: infantería de línea, tercer batallón de Guadalajara, 778 hombres; regimiento de Asturias, 2.332; primero y segundo batallón de la Princesa, 1.554; infantería de ligera, primer batallón de Barcelona, 1.245 plazas; caballería de línea, Rey, 670 hombres y 540 caballos e Infante id., id. Por la parte de la Junquera; infantería de línea, tercer batallón de la Princesa, 778 plazas; dragones, Almansa, 670 hombres y 540 caballos; Lusitania, íd.; Artillería, un tren de campaña de 25 piezas y el ganado de tiro correspondiente, 270 hombres y zapadores minadores, una compañía, 127 hombres. Existentes en Etruria, y que constituyen parte de la expedición: infantería de línea, regimiento de Zamora, 969 plazas; primero y segundo batallón de Guadalajara, 996; regimiento Algarve, 498; infantería ligera, primer batallón de Cataluña, 1.042 hombres; dragones, Villaviciosa, 634 hombres y 458 caballos. Total, 14.019 hombres y 2.859 caballos. — Id. plazas agregadas, 2.216 hombres y 241 caballos. — Madrid, 4 de marzo de 1807.»

Su misión era apoyar al ejército francés en Etruria, participando muy destacadamente en el sitio de Stralsund. Por la excelente forma de combatir de los soldados españoles fueron felicitados por el general al mando. Cuando el Emperador francés decidió invadir Dinamarca, al terminar la dominación desplegó a la división española por toda la costa, alegando que su forma de combatir le aseguraba muy bien de un desembarco enemigo y se aprovechaban mejor sus valores (aunque hay escritores que lo atañen más a los perversos planes que el Emperador tenía sobre España, dificultándoles con ello la oportunidad de poder ayudar en la península)

A mediados de junio, cuando se sospecha que en España estaba pasando algo; para acallar esos rumores el mariscal de Francia Bernadotte le obsequia con la condecoración del Águila de Oro de la Legión de Honor, concedida por el Emperador a petición del Príncipe de Pontecorvo, la cual acepta y agradece, al mismo tiempo se le comunica la llegada al trono de España del hermano del Emperador, José I, a quien no duda en enviarle una carta firmada en la población de Nyborg, en la isla de Fionia, comunicándole que tanto él como toda su división están a sus órdenes. Pero a finales de junio llegó un refuerzo de oficiales y jefes, quienes le dieron la noticia del levantamiento del pueblo en defensa de su Rey “Deseado” don Fernando VII, por haber presenciado el alzamiento nacional del 2 de mayo de 1808; al conocer la noticia tomó la decisión de regresar a España, aunque su situación a muchos kilómetros de su país, le obligó a tomar unas formas que pudiéramos llamar “afrancesadas” para poder cumplir el compromiso con su Patria.

La Juntas nacionales que se formaron coincidieron en pedir ayuda al Reino Unido, para poder recuperar esa división tan necesaria ahora en la península, por lo que el Gobierno británico envío al reverendo Roberston, quien se entrevistó en el mismo mes con don Pedro. Al mismo tiempo que otros comisionados viajaban a Londres, enviados por las Juntas de Asturias, Galicia y Andalucía, para pedir ayuda al Reino Unido, de esto se desprendió que el rey Jorge III, con fecha del 4 de julio de 1808 declarara la Paz entre España y el Reino Unido, así se fijó una fecha para acudir la escuadra británica y a don Pedro tiempo para reunir lo máximo posible de sus tropas, se movió con rapidez para que nada se notara en el campo francés y sólo se debían de poner en camino los días anteriores suficientes para coincidir en el lugar y día señalado.

Así don Pedro y por consejo de su Estado Mayor, envía la orden a sus unidades dispersas; en Fionia él y su Estado Mayor, el general Kindelán en Jutlandia, el brigadier Delevielleuze, jefe del regimiento de Asturias en Selandia, quien por motivo de pasar una revista el Príncipe de Pontecorvo debían reunirse todas sus fuerzas en la isla de Fionia, pero sus planes se vienen abajo, al recibir la carta del Mariscal Bernadotte con la orden por él recibida de que su división preste el juramento, a la nueva Constitución aprobada en la Asamblea de Bayona, obligándole a moverse más rápido.

La mencionada carta decía: «De acuerdo con las órdenes que he recibido, tendréis a bien hacer prestar por todas las tropas de vuestra división el juramento que deben al rey José Napoleón. Tal prestación habrá de hacerse por regimientos y mandaréis levantar un acta por cada uno de ellos. Vuestro juramento y el de vuestro Estado Mayor deberán constar en un acta particular. Por lo demás, os atendréis a la fórmula prescrita por la Constitución y a los demás usos del Ejército español.»

Mientras zarparon de varios puertos y arsenales una escuadra dando protección a un convoy de mercantes británicos, con la intención de llegar al punto de encuentro fijado el día apropiado, pero se adelantaron y permanecieron a la espera, alertando al mariscal Bernadotte, quien dio orden de bombardear a los buques, aunque estos llevaran bandera de parlamento, con ello evitó pudieran desembarcar los emisarios para ponerse de acuerdo con don Pedro, de hecho algunos buques ligeros fueron hundidos y con ellos los que intentaban comunicarse para acordar la fecha de embarque. Sumándose la negativa de las tropas a jurar al nuevo Rey y Constitución, a excepción de las fuerzas al mando del general Kindelán, siendo los regimiento de infantería de Zamora y Algarbe más el regimiento de caballería Infante y del Rey, quienes juraron llevados y confiados por las palabras de su general, quien a su vez se había visto enaltecido por los franceses, pues le concedieron la Legión de Honor, aunque más bien por la falta de buena información, pues estaban acantonados en Jutlandia y allí no llegaban las verdaderas noticias de los sucesos en España.

En cambio las tropas acantonadas en la isla de Fionia y Langueland, se negaron en redondo a prestar tal juramento, esto indudablemente ponía a don Pedro en muy mala posición para realizar lo que prácticamente nadie sabía. Pero como es normal en momentos donde se juega la vida, sale ese genio interior capaz de mover las almas más incrédulas, por ello y ante la imposibilidad de cumplir su palabra de que sus fuerzas realizarían el juramento, ideó una nueva fórmula. Esta decía: «Como individuos de la nación española, de que formamos parte y a la que deseamos siempre vivir y morir unidos, y creyendo que ella, por medio de sus legítimos representantes, habrán con plena libertad prestado o deber prestar igual juramento que el que se nos exige, juramos fidelidad y obediencia al rey José Napoleón I, a la Constitución y a sus Leyes.»

Este documento con sus respectivas actas y nombres de su Estado Mayor, es el remitido al Príncipe de Pontecorvo, quien ante la sorpresa de que todo un general no pudiera obligar a sus tropas ha realizar el juramento pedido, dio orden a su ayudante de campo M. de Villatte para viajar a Nyborg y darle un ultimátum a don Pedro, pero éste se basó en que sus tropas habían sido envenenadas por las seguro infundadas noticias de España, por ello le rogaba le concediera unos días de plazo para convencerlas, pues él estaba a las órdenes del Príncipe. De esta forma consiguió unos días más.

Así se dispuso una vez establecida comunicación con el contralmirante británico Keats, garantizar el dispositivo de embarque, éste consistía en tomar posesión de Langueland, por tener una fuerza de mil hombres del ejército danés, fortificar la orilla oriental del Pequeño Belt, para proteger ese flanco de paso obligado a Fionia, para con las fuerzas de la isla mantener a los franceses sin poder alcanzarla, pasando a tomar posteriormente Nyborg, siendo la posición de las baterías que impedían acercarse a los buques británicos, y una vez todo en su poder se podía dar comienzo aprovechando todo tipo de buques, e ir transportando al ejército para ser embarcado.

Todo aclarado, se entrevistó con el ayudante del Príncipe, entregándole una carta con la promesa que en breve tiempo sus fuerzas realizarían el juramento, para lo cual ya estaba tomando medidas para evitar se pudieran negar. Ante esto Villatte se puso en camino para entregar la carta a su Jefe, y de tan sutil forma se quitaba del medio don Pedro a alguien tan molesto. Dio orden a varios oficiales y jefes, para partir a comunicar las órdenes de agrupamiento, aparte de llevar unas cartas secretas solo para los distintos jefes de unidad; así fueron recibiendo la orden el regimiento de caballería de Villaviciosa, el batallón de Barcelona con sus cuatro piezas de artillería para unirse al de Cataluña, el regimiento de Infantería de Zamora, Algarbe e Infante, los de Asturias y Guadalajara, estos dos últimos fueron los que no pudieron llegar al encuentro por ser parados por las tropas danesas.

Enterado el general Kindelán de los movimientos, con astucia engañó a los oficiales, pues delante de ellos dio las órdenes a sus unidades para ponerse en marcha y a los oficiales sus propias maletas con sus enseres personales, pero él partió a la zona donde se encontraban los regimientos franceses, y desde aquí puso en conocimiento del Príncipe las órdenes de don Pedro, pero la reacción fue tardía, porque cuando llegaron las unidades francesas, las españolas habían cruzado embarcados del Pequeño Belt a la isla de Fionia, salvándose así el regimiento de Zamora.

Reunidas algunas unidades, entre ellas los escuadrones del regimiento de caballería de Almansa, don Pedro se vio con la suficiente fuerza para enfrentarse a los daneses al mando de las seis baterías de costa que impedían totalmente su embarque, se puso en camino y a su jefe el barón de Guldencrone le entregó la siguiente nota: «He recibido órdenes muy estrictas de S. A. A. el Príncipe de Pontecorvo para que me apodere de toda esa fortaleza, así como de las seis baterías de costa que defienden el puerto. Os invito en consecuencia a que ordenéis que los puestos sean entregados inmediatamente a las tropas españolas, que he mandado venir en gran número a tal efecto, y me atrevo a esperar que no me obligaréis, en caso de negativa, a recibir a extremos que desearía evitar de todo corazón.»

Pero casi al mismo tiempo, recibía otra el barón de Guldencrone, siendo ésta del contralmirante Keats, que dice: «A bordo del ‹Brunswick› delante de Nyborg, el 9 de agosto de 1808. = Señor. = Su Excelencia el comandante en jefe de las tropas españolas en Dinamarca, habiendo juzgado oportuno, en las circunstancias presentes, tomar posesión de Nyborg, mi deber me obliga, naturalmente, a cooperar con las tropas de esta nación y comunicarme frecuentemente con ellas en la citada plaza. A fin de tranquilizaros todo lo posible sobre la conducta que podrá adoptar el almirante inglés que ejerce el mando en el Gran Belt en la presente coyuntura, a pesar de las hostilidades en curso entre nuestras dos naciones, tengo el honor de informaros que he dado a mis subordinados las órdenes más estrictas de tratar a los habitantes de Nyborg con la mayor cortesía, y que deseo abstenerme de cualquier acto hostil u ofensivo en tanto que las tropas de Dinamarca o las de Francia no los realicen contra las de España. = Firmado: R. G. Keats.» Como es lógico el barón de Guldencrone, se encontró de pronto cogido entre dos fuegos y no queriendo sacrificar sus hombres sin atisbo de victoria, decidió entregar las baterías a don Pedro y retirarse con sus tropas.

En el puerto de Nyborg se encontraban fondeadas cuarenta y cuatro embarcaciones de distintos tipos, éstas a su vez protegidas por un bergantín del porte de 14 cañones y una goleta de 12, de nacionalidad danesa, estando al mando del teniente de navío Rasch. A él se dirigió don Pedro con la excusa de necesitar los buques para transportar sus tropas, pero el oficial le indicó tener órdenes directas del Príncipe de impedir saliera ningún buque de los que se encontraban allí, además ya era conocedor de que los españoles se habían posicionado de las baterías.

Ante la negativa del oficial, se hicieron señales a la escuadra británica por ser imposible salir, a ello el contralmirante Keats ordenó se dirigieran al fondeadero una corbeta y un bergantín, y como vanguardia varias lanchas cañoneras, al estar a tiro de cañón comenzó un breve combate, falleciendo el bravo oficial danés Rasch y seis de sus hombres, así como otros trece fueron heridos, visto no era conveniente alargar la masacre se arrió la bandera, los británicos perdieron al teniente de navío Harvey y dos marineros, así como resultó herido uno de los artilleros españoles, de la compañía de artillería a caballo. El combate duro treinta minutos.

Al ver el rápido resultado, el contralmirante Keats desembarcó para conferenciar con don Pedro, para ver la forma de activar el embarque de las tropas para pasar a Langueland. Keats dio orden a todos sus carpinteros y calafates que desembarcaran y alistaran las naves de mayor porte. Mientras seguían llegando más unidades españolas, entre otras mencionar la casi heroica marcha de los tres batallones del regimiento de infantería de Zamora, quienes recorrieron a pie bajo una lluvia incesante nada menos que noventa kilómetros en veintidós horas, con aquellos uniformes empapados y toda su impedimenta de combate. Durante la noche aún consiguieron llegar más unidades, como los tres batallones del regimiento de infantería Princesa.

Los dos Jefes de común acuerdo decidieron trasladar todas las unidades a la punta de Slipshevn, donde quedaban en una posición inmejorable, pues tenía fácil acceso para el embarque, quedando a su espalda las baterías de costas y en la mar la escuadra británica, así la operación se podría llevar a cabo sin grandes molestias, a pesar de tener las tropas que recorrer la legua que les separaba del lugar determinado. Comenzaron a embarcarse el 11 por la mañana, pero se vieron obligados a abandonar muchos caballos por la imposibilidad de poderlos embarcar, por no estar preparados para transportarlos, al mismo tiempo y por peso se abandonaron las monturas. Así se consiguió reunir a unos nueve mil de sus hombres, pero por la falta de apoyo del general español Kindelán, quedaron prisioneros de los franceses, unos doscientos cincuenta oficiales, cinco mil suboficiales y tropa, así como los tres mil caballos.

La misma tarde del 11, abordó don Pedro el navío insignia de la escuadra británica el Superb, donde fue recibido con los honores de ordenanza a su rango y con muestra de gran satisfacción de la oficialidad por su decisión y arrojo. El embarque duró hasta la mañana del siguiente 12, cuando el contralmirante dio la orden de zarpar, pero los duros vientos contrarios les impidieron navegar a su rumbo, la isla de Langueland, el 13 rolaron y por fin pudieron mirar por la popa el alto riesgo corrido. Se dieron múltiples casos de todo tipo, pero lo más notable fue la alocución del mariscal Bernadotte y el general Kindelán a los hombres de los regimientos de infantería Guadalajara y de caballería de Villaviciosa, quienes quedaron rodeados en la isla de Fonia, diciéndoles: «…el general marqués de la Romana había vendido a sus tropas a los ingleses, que serían transportados a la India o al Canadá de donde nunca regresarían a su patria como les había prometido, en cambio ellos se habían librado de ese triste fin y que si cambiaban su actitud, sometiéndose a las órdenes de su jefe(el general Kindelán)serían acogidos con los brazos abiertos y perdonadas todas sus culpas.», utilizando esta misma soflama consiguieron pasar a la isla de Langueland tratando de convencer a los españoles para cambiar de bando.

Al enterarse de esto don Pedro, realizó a su vez otro manifiesto para contrarrestar al francés; sus partes más significativas son: «¡Soldados!: Las Juntas de Sevilla y Galicia, en nombre de todas las provincias españolas que hoy sufren los horrores de la invasión, se han dirigido a mí pidiéndome que nos apresuremos a volver a nuestra Patria para salvarla y para vengarla. Toda España ha tomado las armas para humillar a sus opresores…, que pretendían forzarnos a prestar un juramento de fidelidad absoluta, como si no fuéramos hijos de la Patria que ahora nos llama…Queremos vivir y morir con nuestro pueblo…Nada hay más justo ni más noble que volver a la Patria para defenderla, en lugar de servir como mercenarios bajo banderas extrañas…Allí seremos recompensados con la admiración general y el agradecimiento eterno de nuestros conciudadanos; aquí sólo nos espera la infamia y el envilecimiento, insoportable para el soldado español, que nunca retrocedió, en cambio, ante una muerte honrosa.»

A pesar de esto la impaciencia crecía en el campo español por la tardanza de la flota británica del Báltico que, al mando del almirante James Saumarez debía llegar para poderlos sacar a todos de allí. Por fin el 18 apareció la esperada escuadra, enarbolando su insignia de almirante en el navío Victory (sí, el de Trafalgar de Nelson, ahora amigo) acompañado por una fragata y un bergantín, fondeando muy cerca de donde se encontraba el mando español, don Pedro pasó a bordo de navío siendo recibido con veintiuna salvas de artillería, todos los buques izaron el pabellón español en su palo mayor, a cuya salva desde tierra contestó nuestra artillería volante.

La noche del 20 al 21 cinco lanchas cañoneras y dos bombardas que habían zarpado del puerto de Svendborg, estuvieron hostigando la costa occidental de la isla de Langueland, pero no resultó ningún español herido, quedando claro no se podía estar ya en ella, pues sabiendo que la escuadra estaba en una zona, por la proximidad podían bombardear la contraria y desaparecer cuando lo hiciera la escuadra británica, además no se conocía la fecha de llegada de los transportes, por lo que de nuevo los dos Jefes, acordaron que las tropas fueran embarcadas en los mismos buques que les había servido para dar el salto de Nyborg a Langueland, pero esta vez desde este último al puerto de Gotemburgo en Suecia, siendo escoltados por la división naval del contralmirante Keats, así el almirante Saumarez se ponía a rumbo de vuelta encontrada con la escuadra rusa, pues sabía había zarpado de Kronstadt con la misión de bombardear a la escuadra sueca y así lo impediría.

El 21 comenzó de nuevo el embarque protegidos por la batería de Spodsberg, quedando todo listo para zarpar sobre las 15:00 horas. Mientras en la misma batería se dejaron las armas cogidas a las tropas danesas, también los pocos caballos salvados del primer embarque e indemnizados los ciudadanos con dinero en efectivo, quedándose unos pocos españoles por no tener cabida en los buques, concluido todo esto se dio orden de levar anclas y zarpar con rumbo a Gotemburgo. Arribaron el 27 de agosto, pero se encontraron con la orden del Rey de Suecia, por la cual se les prohibía desembarcar dada la escasez de víveres en la ciudad, obligándoles a diseminarse por las pequeñas islas de su entrada, siendo abastecidos en lo que podían por los buques de la división británica.

Por fin el 5 de septiembre aparecieron en el horizonte los treinta y siete mercantes para su definitivo embarque, don Pedro estuvo vigilando el trasbordo de sus tropas, viendo iba despacio el alojamiento de sus hombres, el 9 dejó como responsable al brigadier conde de San Román como jefe de las tropas y él embarcó en el bergantín Calypso zarpando inmediatamente con rumbo a Londres, el resto de la expedición lo hizo el 12 al completo.

Poco antes de zarpar el total de la fuerza, se recibió a bordo y se pasó de un buque a otro la gran noticia de la victoria de Bailen, alegrándose tanto los españoles como los británicos, no en balde era la primera derrota de los ejércitos napoleónicos en la ya larga guerra Europea. La expedición realizó una corta escala en Inglaterra el 17, prosiguiendo viaje a Ferrol donde arribó el 27 siguiente, pero por los malos tiempos se le dio orden de arribar a Santander, consiguiendo empezar el desembarco el 9 de octubre. (1)

Don Pedro desembarcó y se fue directo a dar las gracias por el apoyo prestado a Canning, éste le notificó al mismo tiempo que el nuevo embajador británico en la España no ocupada iba a ser su íntimo amigo, su fiel Frere, con quien conversó y decidieron embarcarse juntos, por ello zarparon del mismo Londres en la fragata Semiramis, arribando el 19 de octubre a Coruña. Después de un descanso y los buenos recibimientos que tuvo por su audaz forma de abandonar tierras tan lejanas, le tuvieron un tiempo ocupado, hasta recibir el mando del ejército de la Izquierda, para tomarlo volvió a embarcarse en la misma fragata, siendo transportado a Santander, donde arribó el 10 de noviembre seguido, donde lo tomó del ejército español combatiendo junto al británico del general Moore.

(Es de suponer que con esta acción el Emperador de los franceses, debió enterarse de lo que realmente vale en una guerra a pesar de ser terrestre, ser dueño de la mar, pues de su propio territorio se le escapó una gran unidad y sin poderlo impedir.)

Para dejar constancia de sus formas, nada mejor que recurrir al general Gómez Arteche, quien le dedicó un Discurso en la Real Academia de la Historia pronunciado el 12 de mayo de 1872, entre otras importantes cosas dice: «Era hombre el Marqués de la Romana de ideas muy levantadas, enemigo ardentísimo de la Francia, aun habiéndose educado en ella, sin duda por conocerla y por haber combatido con fortuna y gloria en la última campaña, denominada generalmente de la República. Apasionado por lo antiguo, con el mismo ardor con que se entregaba á la lectura de los clásicos, había procurado adquirir la resistencia corporal y las dotes que distinguían á los hombres de los tiempos heroicos; siendo esto quizá el origen de las singularidades y de la distracción que sus contemporáneos le echaban. Ilustrado, valiente y generoso, la bondad y llaneza con que á todos trataba permitían á su lado influencias que en ocasiones podrían debilitar su autoridad y hasta comprometer la fama, tan sólidamente cimentada de su patriotismo. Cuando llegase una época de crisis suprema, de esas en que la menor perplejidad mata una causa y produce la ruina de una reputación, el marqués de la Romana, sacudiría la indolencia á que tan frecuentemente se inclina, rompería las trabas con que el miedo y la ignorancia pretendían contener sus nobles instintos, y despreciando las amenazas con los halagos, se decidiría á las resoluciones más patrióticas y arriesgadas…»

Cuando todo estaba preparado para que el ejército de la Izquierda, ahora en Portugal se pusiera en camino para apoyar al ejército británico en su ataque a Badajoz, a don Pedro le sobrevino un violento ataque de disnea produciéndole el fallecimiento en la población de Cartaxo, antes de cruzar la frontera del vecino país el 23 de enero de 1811. Después de la muerte del general Moore, fue nombrado el general Arthur Wellesley, el posterior duque de Wellington, Grande de España, duque de Ciudad Rodrigo y primer Laureado de la Real y Militar Orden de San Fernando, quien al saber la muerte de don Pedro y siendo un crítico de todo lo español, en este caso dijo: «El ejército español ha perdido en él su más bello ornamento, su nación el más sincero patriota y el mundo el más esforzado y celoso campeón de la causa en que estamos empeñados.»Al regresar a España después de la aventura corrida con casi todas sus tropas, el pueblo agradecido le cantó un pareado:

«Lidió con la traición y la injusticia; / salvó sus huestes, rescató á Galicia.»

(1) Por el parte rendido a su llegada a Santander por el conde de San Román quedan claras las cifras: Los efectivos que regresaron a España fueron nueve mil ciento noventa. Quedaron prisioneros en Dinamarca y Sacro Imperio, cinco mil ciento setenta y cinco. De estos, correspondían los hombres de los regimientos de infantería, Asturias, Algarbe y Guadalajara al completo; una compañía del regimiento de Zamora y otra del Princesa; una sección de caballería del regimiento del Rey y otra del Infante, éstas por formar parte de la guardia del Príncipe de Pontecorvo, más algunos hombres sueltos por estar destinados a unidades de los depósitos, más un número de oficiales, por serles ordenado acudir a la fiesta del aniversario del Emperador celebrada en Hamburgo. Todos fueron hechos prisioneros y trasladados a campos de concentración dispersos por Francia, de los que se tiene conocimiento de parte de ellos como los de Mézières, Thionville, Besançon, Lille, Amiens, Peronne, Dijon y Perigueux. Hasta que algunos por salir de aquella situación, decidieron pasar a formar parte del nuevo regimiento formado por el general Kindelán el 7 de marzo de 1809 en la ciudad de Aviñón, con el nombre de José Napoleón.

Bibliografía:

Alcaide Yebra, José Antonio.: Tamarit Sáenz, Manuel. La Toma de Menorca 1782. La Espada y la Pluma. Madrid, 2004.

Arteche y Moro, José Gómez.: Guerra de la Independencia. Historia Militar de España de 1808 a 1814. Imprenta y Litografía del Depósito de la Guerra. Madrid, 1868 á 1903.

Bueno Carrera, José María.: La Expedición Española a Dinamarca 1807-1808. Aldaba. Madrid, 1990.

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1968. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Enciclopedia Universal Ilustrada. Espasa. Tomo 11. 1911, página 1210.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

Priego López, Juan.: Guerra de la Independencia 1808-1814. Tomo I á VI. Servicio Histórico Militar. Editorial San Martín. Madrid. Obra que se comenzó a publicar en 1972 y se terminó en 2007, en cuyo espacio de tiempo falleció el autor que la comenzó, que era Coronel de Estado Mayor y la terminó su hijo, también Coronel de Estado Mayor don José Priego Fernández del Campo. Tomo VII á IX.

Válgoma y Finestrat, Dalmiro de la. Barón de Válgoma.: Real Compañía de Guardia Marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes. Instituto Histórico de Marina. Madrid, 1944 a 1956. 7 Tomos.

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