1571 Combate naval de Lepanto 7 / X

Posted By on 15 de octubre de 2014

Antecedentes

En Constantinopla en 1570 se estaba terminando de formar una de las mayores escuadras, estando compuesta por unas ciento setenta galeras, cincuenta fustas o galeazas y un número parecido de velas menores, transportando en todas ellas un ejército de sesenta mil hombres con mucha artillería.

Alarmados todos los países del Mediterráneo, el Papa Pío V pidió a don Felipe II le enviara cuanto pudiera de todas sus escuadras, porque había conseguido unir a las de Venecia, Malta, más las suyas, y las que esperaba del Rey Católico. El Papa había pedido se reunieran en la isla de Sicilia y allí acudieron, nombrando como jefe de todas las Armadas españolas a don Juan Andrea Doria, quién puso todas las suyas, se le unieron las de Génova, Malta, Saboya, Sicilia y las de Nápoles al mando de don Álvaro.

Pero el Rey don Felipe II que estaba en todo, envío correo a don Álvaro para que acudiera a reforzar la Goleta, por si las fuerzas turcas como maniobra de distracción intentaban tomarla. Nada más recibir la orden se lo comunicó a Andrea Doria quien le dio el permiso para reforzar la plaza, cargó de transporte un Tercio de Nápoles y con sus veinte galeras se desplazó al lugar. Como siempre llegó muy oportunamente, pues en la mar se encontraba una escuadra al mando de Uluch, a la sazón Baja de Argel quien con sus veinticinco galeras había comenzado a dar sitio a la plaza.

Don Álvaro cargado como iba de infantería ni se preocupó del enemigo en una primera instancia, lo que al Baja no le sentó bien el desprecio, pues parecía que se desentendía de él a pesar de ser quien era considerándolo inaceptable, esta actitud que no quiso tolerar y más delante de todos sus hombres, decidió permanecer a la espera de su salida de nuevo a la mar, para atacarle con toda su furia y demostrarle que no era tan insignificante.

Desembarcó a la infantería, todos los víveres, pólvora y artillería que llevaba para reforzar la fortaleza, cumplida su orden, como siempre hizo, salió y tropezó con cuatro velas turcas a las que dio caza e incorporó a su fuerza, al mismo tiempo se le puso delante la capitana, sin dudarlo fue atacada por él con su galera, tras un duro enfrentamiento la rindió incorporándola igualmente a su escuadra. Ante esto Uluch con su Sultana se vio impotente y a fuerza de remo se pusieron en franca huída; don Álvaro les persiguió hasta verlos entrar en el puerto de Bizerta. Sabiendo que de allí no saldrían por no tropezar con él, por ello puso rumbo a Sicilia donde al arribar se incorporó a la escuadra de don Andrea Doria.

Pero Juanetín Doria (1) no estaba muy de acuerdo con el proceder de don Álvaro, aunque como se verá no utiliza el correo directamente al Rey, sino a su Secretario dirigiéndole una carta en la que entre otras cosas le dice: «…ha llegado a lamentarse con el secretario de Estado Antonio Pérez este mismo mes de 1570, solicitándole a su amigo que medie ante el Rey, y que Su Majestad envíe una Cédula a don Álvaro ordenando al rebelde que le obedezca; y no punto por punto como ahora hace, sino de continuo.»

Antonio Pérez le contesta: «Os adelanto que no se hará así. Demasiados bríos tiene el de Santa Cruz para soportar, sin revolverse, que le amusguen. Su Majestad sabe bien cuánto de fiel le es, pero no como un perro, sino como orgulloso hombre de honor.»

(Lo de ‹punto por punto›, es porque don Álvaro sino recibía la orden del Rey para cada ocasión, nunca se dejaba mandar por el genovés.)

Mientras el Papa había cometido un error, pues había nombrado a Marco Antonio Colonna general de las galeras Pontificias, pero además como Generalísimo de toda la escuadra conjunta. Para comunicarlo, el 1 de septiembre Colonna llamó a consejo de Guerra a todos los mandos, reuniéndose en su galera: don Juan Andrea Doria, don Álvaro de Bazán, don Carlos de Avalos, marqués de Torremayor, Polo Ursinos, Próspero y Pompeyo Colonna y Sforza Palaviecini, para comunicar su nombramiento por el Papa a todos y pedir opinión para llevar a buen término la campaña.

Ante esto don Andrea Doria se negó rotundamente, a estar a las órdenes de alguien al que no consideraba un buen marino, llegando incluso a amenazar a Colonna con ponerse en camino para hablar con el Rey Católico, lo que el general en jefe logró impedir, pero al mismo tiempo quedó turbado por la reacción de don Andrea e irresoluto en definir la táctica a seguir, porque solo uno de sus generales le había dado un consejo. El genovés para evitar males mayores se quedó en Nápoles, pero no anduvo inactivo, pues pasó revista a toda la flota, sacando como conclusión que la mayor parte de las naves: «acabarían con ellas el primer soplo de tramontana»

Como siempre el único que había aportado algo fue don Álvaro, comportándose como lo hizo toda su vida; aún sabiendo que era mejor general Doria, no le gustaba enfrentarse a sus jefes y solo mediaba para él concluir la campaña con éxito; así en un momento de calma dijo: «…primero que cesaran los conciliábulos y se acudiera en socorro de Famagusta y Nicosia, pues, aun cuando no había que soñar en derrotar definitivamente a los turcos, dadas las diferencias de fuerzas, una acción, por ligera que fuese, siempre aliviaría algo la situación angustiosa de los sitiados, y hasta tal vez se consiguiera pasarles vituallas de boca y guerra, imprescindibles si había de evitarse un desastre.» Como siempre se le tacho de audaz y sin sentido, sobre todo por Andrea Doria.

Después de pensarlo mucho tiempo, el cual era muy valioso, salió la escuadra con rumbo al Adriático, pero pronto comenzaron a tener epidemia sobre todo en las galeras venecianas, aumentando las dudas de Colonna, terminando de solucionar el problema, la llegada de la noticia por la que el 9 de septiembre Nicosia había caído en manos de los turcos, esto fue el final de tan trágico encuentro de diferentes escuadras, ello llevó a realizar una aparición sobre Candía, donde al regreso cada escuadra se separó para volver a su puerto base. Queriendo la fatalidad que en el viaje de vuelta se levantó un fuerte temporal, como consecuencia de él se perdieron cuatro galeras del Papa con toda su dotación.

Al disolverse la Santa Alianza, (como la llamó el Papa), don Andrea Doria zarpó con rumbo a Messina y de aquí a España, donde arribó mediado el mes de octubre para explicarle al Rey lo sucedido, pues al saber la noticia del nombramiento de Generalísimo de Colonna por el Papa, intentó hablar con Pio V, pero éste le negó la audiencia tantas veces como la pidió, razón por la que Doria argumentó al Monarca, que la culpa de la falta de entendimiento entre los generales la había provocado el Pontífice, por elegir a un general que estaba falto de conocimientos militares y sobre todo náuticos, con esas carencias no le era posible a don Andrea aceptar a un Jefe, pues el desastre estaba asegurado por su falta de experiencia.

(Esto es lo que al año siguiente motivó a don Felipe II para que no se repitiera cuando de nuevo se formó la Santa Liga, para ello se adelantó y tomó el mando absoluto de la organización, decidiendo darle el mando de Generalísimo a su hermanastro don Juan de Austria. La prueba está en la comparación de lo que se consiguió en esta ocasión y en del siguiente de 1571)

Al mismo tiempo don Álvaro arribó a Nápoles con su escuadra y gran amargura por no haberse seguido su consejo el general al mando, lo que al menos hubiera servido de ejemplo a los turcos y quizás la capital de Chipre no hubiera caído tan rápido. En el fondo se sentía culpable por haber obedecido y no haberse ido él con sus galeras a aminorar la angustia de aquellos hombres y mujeres, quienes ahora eran unos muñecos de trapo en manos de los sarracenos. Tan pesaroso estaba que al pasar unos días y en contra de su costumbre, dio de baja las dotaciones no necesarias de su escuadra, pasando a revisar como siempre en la invernada los buques y en esta ocasión ver la posibilidad de armarlos mejor con artillería, así como aumentar la flota con nuevas construcciones.

Incorporamos someramente la defensa de Chipre, porque nos parece tiene mucho que ver con las posteriores actuaciones, aparte de aclarar ese punto de vista, quedando enturbiado por algunas de las acciones que los venecianos cometieron posteriormente incluso con los españoles, al formase la Santa Liga contra el turco.

Quedaba solo por vencer la ciudad de Famagusta, siendo sitiada al conquistar Nicosia en el mes de septiembre por las fuerzas de Beyler-Bey, contra el defensor veneciano Marco Antonio Bragadín. Los atacantes llegaron a alcanzar el número de setenta mil, por tan solo cuatro mil de los defensores, siendo algo menos de la mitad de ellos comerciantes que ahora por la necesidad empuñaban las armas, pues su vida dependía de ello debiendo pasar a formar parte como soldados y a ello se pusieron.

Viendo Marco Antonio que sus fuerzas se reducían, dio la orden de demoler los torreones exteriores y pasar a defenderse mejor en la segunda muralla, mucho más pequeña y por lo tanto se podía acudir a un punto determinado rápidamente y con más gente. Siempre mirando a la mar en espera del ansiado socorro que nunca les llegó. Como era de esperar la escasez de alimentos comenzó a hacer mella en la población, declarándose una epidemia de peste, solo les quedaba morir.

En esos momentos el turco Beyler-Bey, el 9 de agosto de 1571, le envío una embajada de rendición muy honrosa por la gran capacidad de resistencia que había demostrado, no en balde llevaban casi un año sin poder tomar al fortaleza, concertando dejar en libertad a Marco Antonio Bragadín y todos los que pudieran con sus enseres viajar a Venecia. Ante esta prometedora expectativa confiando en la palabra del turco decidió rendir la ciudad.

Pero los musulmanes tiene una máxima: «Las promesas hechas a los cristianos carecen de valor.» Por esta razón entraron a saco en la ciudad, mandando a todos los hombres vivos a la esclavitud, las mujeres pasaron a formar parte de los harenes, después de ir de mano en mano de la soldadesca. Y como premio a su valor a Marco Antonio Bragadín, se le sometió a tormento sin razón ninguna, pero no se pararon ahí, sino que fue desollado vivo y su piel rellenada de paja y excrementos, para disfrutar de su victoria.

Sabido todo esto por los venecianos, se dieron por conocedores que de ninguna forma se podían fiar de los turcos y en este caso con su Sultán, Selim II ‹El Idiota›, no se podría llegar a un acuerdo, pues era casi seguro que a la menor ocasión sería roto en perjuicio de los venecianos, por ello a la segunda sí quisieron ayudar muy firmemente a su derrota, aunque ya Chipre nunca volvería a sus manos.

Preparativos

Siendo conocedor don Felipe II del desastre de la anterior organización, planteó la cuestión sin ambages, tomando por anticipado la decisión de nombrar Generalísimo de la Santa Liga, a don Juan de Austria. Con esto decidido se lo comunicó al Papa, quien no tuvo opción de oponerse y éste lo comunicó a Génova, Venecia y los Caballeros de San Juan, quienes tampoco se opusieron a ser mandados por un Príncipe como General al mando de la coaligada escuadra.

Por ello el 20 de mayo de 1571, se firmaron las capitulaciones o acuerdos de todos y quedó formalizada la Santa Liga, el problema se planteó con el segundo al mando, pues don Juan quiso poner a don Luis de Requesens, pero de nuevo el Papa con el apoyo de los demás menos España, querían nombrar a Marco Antonio Colonna, prolongando las capitulaciones hasta conseguir en un nuevo punto fuera nombrado. Todo por consejo del mismo don Luis de Requesens, para ceder algo a quienes iban a ser compañeros de combate.

La escuadra quedó formada por: noventa galeras, veinticuatro galeazas y cincuenta fragatas o bergantines aportadas por España, divididas a su vez en: quince de las de España, treinta de Nápoles, diez de Sicilia, once de Juan Andrea Doria, cuatro de Lomelino, cuatro de Negron, dos de Grimaldi, dos de Estefano Mari, una de Vendinelo Sauli, tres de Malta, tres de Génova y tres de Saboya; doce galeras y seis fragatas los Estados Pontificios y ciento sesenta galeras, seis galeazas, veinte fragatas y dos naves con nueve mil hombres, la República de Venecia. Siendo un total de doscientas sesenta y seis galeras, seis galeazas, veintitrés naos, más cuarenta y cinco fragatas.

Como se ve la pretensión de Venecia de nombrar como segundo a Colonna por la razón del número de sus buques es lógica, pero un historiador de la época dice: «…que esa pretendida superioridad numérica más constituyó un estorbo que una ayuda, pues los muchos bajeles causan extorsión si no van bien provistos de gente y aun la que lleva carece de la adecuada instrucción…La Señoría mandó dotaciones escuálidas no solo de gente de pelea, sino de marineros con poca disciplina y miserablemente aparejados…»

La infantería a bordo la componían: seis mil seiscientos cuarenta y dos españoles; más mil quinientos catorce que fue obligado repartir entre las galeras venecianas para reforzarlas. Siendo en total, ocho mil ciento sesenta. Italianos, dos mil setecientos diecinueve, pero al igual que España tuvieron que abordar las galeras venecianas otros dos mil cuatrocientos ochenta y nueve. Con un total de cinco mil doscientos ocho. Del Sacro Imperio cuatro mil novecientos ochenta y siete, yendo exclusivamente en las galeras de César de Avalos, aunque en su capitana fueron incorporados unos cuantos españoles. Se quedó en este número, porque estando embarcados sufrieron de mareos que les debilitaron tanto, que cinco mil de ellos fueron desembarcados en Messina. Y a todos estos hay que sumar, los aventureros y caballeros que iban como guarda del Príncipe y de los señores principales, ascendiendo a mil ochocientos setenta y seis. A pesar de solo llevar seis pajes don Juan de Austria, pero incluso estos bien armados para su custodia personal, del número dado antes los que exclusivamente estaban destinados a cubrirle eran, trescientos setenta. Y el total de efectivos de la escuadra era de veinte mil doscientos treinta y uno.

Por su parte don Álvaro embarcó en sus treinta galeras, ocho compañías del Tercio de Granada, cuatro del don Miguel de Moncada y diez de los Tercios viejos de Nápoles. El Tercio de Granada era llamado así por haber sido de los participantes en contrarrestar la sublevación de los moriscos en esta tierra, pero estaban algo mermados por las pérdidas sufridas, lo cual no le importó porque él tenía en Nápoles gente para completarlos, siendo expertos hombres de Mar y Tierra. Justo en estas fechas fue cuando los moros se hicieron con su estratagema con la última ciudad de la isla de Chipre, Famagosta.

En el reparto de formación de la escuadra cristiana don Juan de Austria le entregó a don Álvaro la retaguardia o socorro, con la orden expresa, en la que entre otras cosas le dice: «A el Marqués de Santa Cruz, a cuyo cargo dejo la retaguardia y socorro, por la grande importancia que era para todos, y de quien fiaba el peso de toda aquella jornada, que esperaba considerase con mucho advenimiento en cuál parte de la batalla prevalecía la Armada cristiana y dónde convenía, no dilatando el socorro, acudir a favor de los suyos con toda presteza y con cuántas galeras. Y porque en semejante caso era imposible dar instrucción determinada y orden expresa de lo que debía ponerse en orden, pues la resolución se había de acordar y efectuar según la necesidad y ocasión presente y remitía el orden della a la prudencia y discreción del dicho don Álvaro, que sabría bien conocer si el enemigo tendría galeras de socorro y cuántas serían, para ver si estaría a su provecho embestir la Armada contraria…»

De los nobles y caballeros a bordo de las galeras de don Álvaro se pueden citar algunos como a; don Pedro de Padilla comendador de la Orden de Santiago; don Manuel de Benavides, Mayorazgo de Javalquinto, don Pedro Velázquez, don Agustín Mejía, marqués de Laguardia, don Felipe de Leyva, futuro Príncipe de Ascoli, don Pompeyo Lanoy, hermano del Príncipe de Solmona, don Juan de Guzmán conde de Olivares, don Fernando Tello, hijo del Alférez Mayor de Sevilla y don Gutiérrez Laso.

Se encontraban reunidos en Messina y don Álvaro formó parte del Consejo de don Juan, teniendo voz y voto en todo asunto para la preparación de la escuadra, tomándose las decisión de pasar fuerzas a las galeras de Venecia, distribuir la artillería, armas, municiones, víveres y redactando un orden de combate que bajo ningún concepto se debía de alterar para los mandos, pues la escuadra enemiga no se sabía exactamente donde se encontraba, por lo que alterar la formación podía ser causa de perder la jornada, al mismo tiempo se diseñó el dispositivo, no siendo otro que una larga línea de fila cubriendo casi tres millas, quedando asignada de la forma siguiente: la vanguardia al mando de don Juan de Cardona, con ocho galeras y las seis galeazas; ala izquierda al mando de Agostino Barbarigo, con sesenta y siete, por ello su galera capitana debía enarbolar un gallardetón amarillo, así como las restantes un gallardete del mismo color; el centro o batalla al de don Juan de Austria con ochenta y cuatro, se distinguían por llevar el gallardetón azul, así como el gallardete en las demás; ala derecha al de don Juan Andrea Doria con sesenta y ocho, con el gallardetón verde y el resto con el gallardete; la reserva o socorro al de don Álvaro de Bazán, con treinta, con el gallardetón blanco y todas las de su mando con su correspondiente gallardete de igual color. De esta forma nadie se podía confundir de escuadra, por muy rápido que se tuviera que formar la línea, pues tan sencillo como seguir a cualquiera que llevara su mismo color. Esto después fue vital para formar la línea de fila rápidamente.

El combate

La escuadra zarpó de Messina el 16 de septiembre con rumbo a Tarento doblando el cabo de Spartivento, continuando rumbo hasta la Paz, donde arribó y zarpó de nuevo el 18 con rumbo a Cabo Stilo, estando en esta navegación don Álvaro recibió la orden de a Otranto y Brindisi para embarcar a otros mil quinientos hombres, entre españoles e italianos, mientras la escuadra intentó contornear el golfo de Tarento, pero se cambió de parecer y se puso rumbo a Corfú, arribando en la noche del 26 a Santa María de Casapeli y al día siguiente 27 arribó a Corfú, donde les fue notificado la presencia de la escuadra turca en el golfo de Lepanto. Aquí don Juan formó Consejo de Generales y a pesar de estar todo muy cerca, algunos de ellos abogaban por retirarse (no se dicen los nombres para evitar susceptibilidades) solo Colonna, Barbarigo y don Álvaro quien se había unido a la escuadra, votaron por atacar a la flota turca, el 29 zarpó de nuevo arribando el 30 al puerto de Gomenizas, un magnifico fondeadero en las costas de Albania.

Estando en éste puerto, al parecer en las galeras de Venecia hubo una insubordinación, a pesar del tiempo pasado nadie ha podido averiguar cuál fue la causa en realidad, el caso es que el jefe de ellas Venniero mandó ahorcar al capitán Mucio Tortosa de las coronelías italianas y a tres de sus hombres, sin formarles Consejo de Guerra ni actuación sumarísima, solo cuando don Juan advertido pudo ver el espantoso espectáculo de los cuatro cuerpos cimbreándose del palo mayor de la galera de Venniero. Entró (cosa rara) en cólera por haberse atrevido a tal sentencia sin su consentimiento y menos en este caso sin haberle dado noticia previa, momento que como siempre aprovecharon los listos para inducirlo a hacer lo mismo con Venniero, incluso alguno llegó a recomendarle zarparan todas las galeras españolas abandonándolo a su suerte.

Solo don Álvaro le recomendó dejar el asunto para después del combate, si salía vivo de él habría tiempo para juzgarle, de lo contrario el turco haría su justicia, pero que de ninguna forma se podía romper la coalición y menos por su mismo Generalísimo, al parece consiguió calmarle, de hecho así se lo escribe a don Felipe II: «…y cuando el señor don Juan estuvo en aquel puerto de las Gumenizas, que el general de Venecia nos ahorco el capitán de infantería y los demás soldados, Su Alteza se bolviera con la harmada, apartandose de los venecianos, con ánimo de hazer la empresa de Castel-Novo por el parecer del Comendador Mayor Juan Andrea Doria, Don Juan de Cardona, Pero Francisco Doria; de que resultaría sin duda perderse toda la Armada, retirándose, viniendo ya como venía la del enemigo a buscarnos y yo supliqué al señor don Juan que el castigo de aquel desacato lo dexase para acabada la jornada y que pasásemos adelante; y aviendose votado ya en dos Consejos el Comendador Mayor dixo a Su Alteza que de mi parte avía un voto más y se resolvió en no volverse e ir a buscar a los enemigos, de que se siguió la victoria…»

En una relación de la Jornada de la Liga, se puede leer: «El Sr. Don Juan, se levantó del Consejo sin haber tomado resolución, bien confuso y el Comendador mayor le dijo de allí a poco: V. A. vea lo que quiere hacer, porque de la parte de don Álvaro hay un voto más que de la nuestra. S. A. respondió con gran resolución; pues así es, vamos adelante y sigamos el parecer de don Álvaro; y así se encaminó adelante a un puerto que se llama Petela, que está cerca de las Escochulazas y Lepanto» A pesar de no tomar decisiones al respecto, sí ordenó una, siendo la de dejar fuera de los Consejos de Generales a Venniero y nombrar en su lugar al Proveedor de la escuadra de Venecia Agostino Barbarigo, con esta orden evitaba tenerlo a mano, por si se le iba a la empuñadura de su espada y hacía justicia por sí mismo.

El 3 continuó a rumbo la escuadra arribando y fondeando en cabo Blanco, situado en el extremo sur de la isla de Corfú, donde arribó el capitán Gil de Andrada con la noticia de que al parecer la escuadra turca no eran tan numerosa, dando con ella muchos más ánimos de combatirla dando por ganada la jornada, salió la escuadra con rumbo al puerto de Ficardo en la isla de Cefalonía, arribando y fondeando el 5 de octubre. A todos les vino a la cabeza para darse más ánimos, la venganza que debían de hacer con los enemigos de la cristiandad, recordando la traición y caída de Famagusta lo que sin duda aumentó el odio contra estos, la escuadra zarpó al día siguiente con rumbo al golfo de Lepanto; al amanecer del 7 se encontraban entre la isla de Oxia y el cabo Stropha, cuando los vigías dieron el aviso de «¡velas a la vista!»

Al dar el aviso don Juan ordenó forzar de remos para salir lo antes posible de la ratonera en la que se encontraba metida la escuadra y conforme se saliera de ella ir formando la línea de frente; al seguir avanzando le llegaban nuevas noticias de lo que estaba apareciendo en el horizonte, era la escuadra turca pero con muchas más velas de las que le habían dicho, volviendo a ordenar se forzara más de remo y se fueran intercalando las galeras en sus respectivas escuadras sin perder tiempo en ello.

Quedando compuesta como ya se había ordenado: el ala derecha al mando de don Andrea Doria, con cincuenta y cuatro galeras; el centro o batalla al de don Juan de Austria, con sesenta y cinco galeras, a su izquierda las del mando de Marco Antonio Colonna, con treinta y dos, a su izquierda las del mando de Sebastián Venniero, con treinta, a la popa de la Real se encontraban la del mando de don Luis de Requesens Comendador Mayor de la escuadra y la Patrona; en el ala izquierda al mando de Agostino Barbarigo, con sus cincuenta y cinco galeras, por último las del mando de don Álvaro, las de Nápoles, con su treinta galeras. La escuadra de Barbarigo, siempre estuvo a dos millas de la costa, y como otras tres detrás del resto. Por orden de don Juan, ninguna escuadra pertenecía por completo a la procedencia de su jefe, pues ordenó que se interpolaran quedando prácticamente todas mezcladas, para ello había ya dado la orden de marcar con colores el gallardetón de capitana de cada división y con gallardete el resto de bajeles, dejando a su libre albedrio y conocimiento la de Socorro, cuya unidad iba a dar la fuerza necesaria estando toda ella compuesta por españoles. Recordar que en vanguardia iba la escuadra al mando de don Juan de Cardona, con ocho galeras para servir de aviso de toda la escuadra.

En totales, la escuadra portaba a veintinueve mil soldados; diecinueve mil novecientos marineros; cuarenta y tres mil quinientos bogantes y dos mil cañones, éste número era igual en la otomana.

Sobre la escuadra turca hay diferencias de autores en su número, por ello daremos un número intermedio entre todas ellas: La escuadra estaba al mando de Kapudán Bajá Zadi (Alí Bajá), compuesta en total por doscientas cuarenta y cinco galeras, más setenta galeotas, formando una media luna con las alas izquierda y derecha adelantadas al centro, para intentar formar una tenaza, aunque luego las circunstancia no se lo permitieron, además de formar en cuatro grupos o divisiones.

La aportación por territorios a esta enorme escuadra, según un documento consta: «Constantinopla, doscientas once galeras; Ochialí, siete; Natolia, veinticuatro; Trípoli, una y Caracosa, dos. Galeotas: Constantinopla, cincuenta y siete; Ochialí, doce; Trípoli, una y juntos, entre fustas y bergantines, cuarenta » Indicándonos el número total de velas; galeras, doscientas cuarenta y cinco, galeotas, setenta, y entre fustas y bergantines cuarenta, con un total de trescientas cincuenta y cinco velas.

Su ala derecha al mando de Mehemet Chuluc (Mohameet Sirocco) Gobernador de Alejandría, con ochenta galeras; el centro por Alí Bajá y como segundo Seras-Kier Pertev Bajá, con ochenta y cuatro, el ala izquierda al mando de Uluch-Alí, Sultán de Argel, con ochenta y la reserva o socorro al mando de Murat Dragut, con una galera, (la suya) y las setenta galeotas, con unos ciento veinte mil hombres en la escuadra. (No se indica el número exacto de infantería, aunque si se cita que iban unos dos mil quinientos genízaros como refuerzo de la galera de Alí-Bajá)

Ésta era la duda de don Juan, si la escuadra turca llevaría o no reserva, efectivamente si la llevaba y por eso vio que las fuerzas estarían muy equilibradas, por ello a pesar de no estar las galeras cristianas formadas, don Juan se pasó por todas ellas, y en alguna se paraba, para arengar a las fuerzas, cuyas palabras eran: «A morir hemos venido; a vencer si el cielo lo dispone. No deis ocasión a que con arrogancia impía os pregunte el enemigo: ¿Dónde está vuestro Dios?»

Cada división adelantó a remolque unas dos millas de la línea a las seis galeazas, las cuales portaban cuarenta y cuatro piezas de artillería cada una, con un total de doscientas sesenta y cuatro, siendo las encargas de romper el fuego y fue de tal efectividad, que la escuadra turca por unos largos minutos quedó descompuesta y muchos de sus bajeles ya considerablemente dañados, tanto que a pesar de tener el viento a su favor les retrasó en el ataque, y para favorecer a los de la Santa Liga al poco tiempo el viento calmó, retrasando aún más poder volver a tomar la formación inicial y por ello el contacto, dando así tiempo a la escuadra cristiana quedara perfectamente formada y cerrando huecos en su larga línea.

El primer contacto se trabó entre las divisiones de Uluch-Alí y las de Andrea Doria, pero como si huyese el encuentro el turco se fue alejando del cuerpo principal, con la intención que una vez conseguida la separación del ala derecha cristiana, a fuerza de remos colarse en su línea y atacar por la retaguardia a la cristiana, a su vez el ala derecha turca al mando de Sirocco rompía la línea de Agostino Barbarigo, quien a pesar del esfuerzo cayeron muchas galeras en el típico atropello de los mahometanos, pero no consiguieron su objetivo, pues don Álvaro avizor como siempre de la situación, marchó con su reserva a contrarrestar la fortaleza de los turcos, entro con tal ímpetu que en poco tiempo restableció la composición la línea cristiana. En la acción fueron hundidas varias galeras enemigas, otras tantas fueron rendidas y quince de ellas más diez galeotas viraron, alejándose con rumbo a Lepanto. Por parte de las galeras del Marqués, en su propia galera la Marquesa sufrió la pérdida de cuarenta hombres entre ellos el capitán de la nave y con más de ciento veinte heridos, entre ellos el célebre «Manco de Lepanto» don Miguel de Cervantes Saavedra.

Entre tanto los dos Generales se buscaron hasta contactar y fue tan duro el golpe recibido por la Real de la Sultana, que el espolón de ésta penetró hasta el cuarto banco de boga, pero con esto su proa se metió casi debajo de la quilla de la Real, (esto se producía porque don Juan había dado al orden de aserrar los espolones a las cristianas) obligándole a levantar la popa dejando al descubierto sobretodo su Carroza con los múltiples hombres que allí se encontraban, momento aprovechado por los arcabuceros españoles para barrer con su fuego toda la zona, causando graves pérdidas que no obstante fueron cubiertas por las diez galeras y dos galeotas abarloadas turcas para poder pasar mejor sus guerreros, pero antes de esto, los españoles habían entrado en la galera enemiga consiguiendo llegar hasta el alcázar de popa, pro al llegar debieron retirarse por la gran cantidad de enemigos que había abordado la Sultana.

Un infante de marina inmortal, nos describe con su gloriosa pluma, todo lo que significaba en aquellos momentos abordar un buque enemigo.

«Y si este parece pequeño peligro, veamos sí le iguala o hace ventaja el de embestirse dos galeras por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales enclavijadas y trabadas, no le queda al soldado más espacio del que concede dos píes de tabla del espolón; y, con todo esto, viendo que tiene delante de sí tantos ministros de la muerte que le amenazan cuanto cañones de artillería se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo que al primer descuido de los pies iría a visitar los profundos senos de Neptuno, y, con todo esto, con intrépido corazón, llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería, y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario. Y lo que más es de admirar; que apenas uno ha caído donde no se podrá levantar hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mismo lugar, y si éste también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede sin darle tiempo al tiempo de sus muertes; valentía, atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra» Miguel de Cervantes.

En socorro de la Real acudieron Andrea Doria, Sebastián Venniero y Marco Antonio Colonna, pero el apoyo de estas tres galeras a pesar de llevar muy buena gente no dejaban de ser pocos para soportar a los cientos de turcos que ya estaban entrando en la Real, incluso con tanta fuerza que llegando a la Carroza, obligando a la guardia de don Juan y a él mismo a utilizar la espada, pero justo en ese momento el ojo avizor de don Álvaro, se había apercibido del peligro, por ello solucionado el problema con su socorro en el ala izquierda, ordenó de nuevo boga arrancada para llegar lo antes posible en ayuda del centro, tan oportunamente lo logró que en esos momentos dos enemigas había doblado la línea intentaban atacar por la popa a la Real.

Viendo el gran peligro conforme venía con la fuerza de los remeros, embistió por el centro contra la primera la cual del golpe la partió yéndose al fondo con toda su gente, casi al mismo la segunda era aferrada y abordada, deshaciendo en muy poco tiempo toda posible defensa, su gente fue pasada a cuchillo, en este encuentro don Álvaro recibió dos tiros, uno le dio en la rodela y el segundo en la escarcela, que por ser de acero ambas solo se abollaron, pero muy bien podía haber caído en el combate; como siempre no se inmutó y prosiguió su trabajo, dos de su galeras llegaron a la Real, de forma que por la arrumbada de ellas se accedía fácilmente a la escala Real, dando acceso directo a la Carroza, pero con tal ímpetu que los de detrás empujaban a los de delante y así consiguieron expulsar a los enemigos de la Real.

Con esta acción don Álvaro había de mostrado estar en todas partes y tan oportuno como eficaz  en toda la línea, pues de no haber llegado a tiempo hubiera podido hacerse los turcos con la Real de don Juan y con ello ganar la jornada, pero lo evitó. Un cronista del combate dice de él en este instante: «No se sabe qué apreciar más en él, si su heroísmo, si aquel golpe de vista que le hacía precisar el momento oportuno en que su intervención era conveniente, o aquella sangre fría que le permite en el ardor de la contienda, cuando ha visto su vida en inminente peligro y morir a su lado compañeros queridos, separase de aquel punto para observar con toda tranquilidad dónde es necesaria su presencia, dónde se halla comprometida la victoria, para ir como una avalancha a arrancarla de manos de los enemigos. Allí donde la balanza se inclinaba a favor del estandarte de Mahoma, allí aparecía don Álvaro, y con el peso de su espada le hacía bajar hasta el abismo. Atento a los incidentes de la batalla, con una serenidad sin igual y un conocimiento exacto de las fuerzas de que disponía, caía de improviso sobre la posición más comprometida, y la Armada cristiana lo estuvo aquel día en que se jugaron los destinos de Europa…»

Por dos veces más entraron los españoles en la Sultana, en la tercera algún soldado o capitán (nunca se ha sabido) llegó hasta Kapudán Bajá Zadi (Alí Bajá) y de un tajo le cortó la cabeza, siendo clavada en una pica y enseñada en signo de victoria, mientras otros desvalijaban las nave para llevarse los recuerdos de tan gran día, aunque los objetos de más valor fueron entregados a don Juan, éste preguntó quien había cometido el atropello de cortar la cabeza a Alí-Bajá, pero nadie salió como culpable y con los cientos de hombres que había llegado a la Carroza de la galera enemiga no era posible saber quien había sido. No obstante dio la orden de arrojarla al mar, porque eso no era un trofeo de guerra para los cristianos. Llegando en ese momento el capitán de los Tercios, don Andrés Becerra natural de Marbella, con el estandarte de Alí-Bajá siéndole entregado a don Juan, quien ordenó izarlo al tope del palo mayor de la Real para anunciar la victoria a todos, tanto compañeros como enemigos.

Un hecho notable de este combate es que por tres veces entraron los españoles en la Sultana y dos  los jenízaros lo hicieron en la Real, éste último con tal ímpetu que obligaron a don Juan a defenderse, entrando en acción la guardia personal del Generalísimo, en él se distinguió mucho un soldado de los Tercios puesto por don Álvaro por su demostrada destreza en el manejo de la espada; al darse el grito de victoria entre abrazos y medios golpes de amistad por la alegría, le arrancaron la camisa, descubriéndose era una mujer vestida de hombre. Don Juan al verla, ordenó se retirara a su Carroza y se cubriera con sus propias ropas. (Por desgracia nada más se sabe de ella, ni siquiera su nombre, todo un olvido imperdonable de la Historia.)

Pero no había terminado el combate, pues se fue corriendo la voz y en ese momento los turcos se dejaban matar, pero quedaba por ver que estaba sucediendo en el ala derecha cristiana y siniestra turca. En ella Uluch-Alí, se puso furioso yéndose con sus treinta galeras a por las de Sicilia y Malta, ésta ya muy maltratada por haber conseguido hundir cuatro enemigas. Sobre ella cayó el enemigo con tanta furia que en pocos minutos fue tomada, pero solo cuando quedaban seis caballeros de Malta y heridos. Le dieron remolque los enemigos pensando era suya, por ello no avanzaban a su debida velocidad, causando poder ser alcanzados por parte de la escuadra de don Álvaro, al verlos picaron los cables dándose a la fuga a fuerza de remo.

En el combate otras de las galeras de Malta habían echado a pique a varias y apresado a tres, la patrona de Sicilia y otras dos del Papa, fueron apresadas por la escuadra de Uluch-Alí, pero igualmente fueron recuperadas por las de don Álvaro.

Regresaba don Álvaro a la línea dando remolque a la capitana de Malta, cuando vio a cuarenta enemigas huyendo, se pico el cable y dio orden de dar de boga de arrancada, las persiguió hasta el mismo golfo de Lepanto, al entrar en él iba acompañado por su hermano Alonso y Juan Andrea Doria, atacando a las enemigas como si fuera el principio del combate, fue tan contundente el enfrentamiento que el resultado fue la captura de diez, hundidas un número igual, quince se fueron directas a las playas a varar y solo cinco pudieron escapar, no siendo perseguidas porque todos sus hombres estaban agotados, sobre todo los bogantes.

Viendo don Juan de Austria que las armas ya no se oían en toda la zona, a don Álvaro acercándose llevando a remolque muchos buques enemigos, dio la orden de reunirse y buscar un lugar donde descansar todos, además el cielo comenzaba a nublarse y al mismo tiempo anochecía por ello era vital llegar a un lugar seguro, fueron reuniendo las naves poniendo rumbo a la cercana bahía de Petela bien protegida de vientos y mares, fue tan justa la medida tomada que al poco de arribar todas las naves y algunas aún por fondear, se desató una fuerte tormenta propia ya de la época del año.

Por ello todo algo más calmado fueron atendiendo los cirujanos a los heridos más graves y a continuación los menos, al mismo tiempo los muertos en los últimos momentos fueron enterrados cristianamente, pues no había galera en la que no hubiera un fraile y en algunas muchos más. Lo que nadie cuenta es, si también empuñaron las armas, lo que no sería de extrañar en la época. Don Juan le dio la orden a don Lope de Figueroa se hiciera a la mar, para llevar una carta del Generalísimo a su Rey don Felipe II. Al mismo tiempo los calafates y carpinteros fueron remendando en lo posible las múltiples averías de los bajeles. Recibiendo don Juan a bordo de su Real (que estaba en reparaciones) a todos los generales de la escuadra, dándoles las gracias por su buena vista, tesón y eficacia razón por la que la victoria era para la cristiandad.

No en balde a los turcos se les habían capturado en el combate; ciento setenta y una galeras, de las cuales treinta y nueve eran de Fanal, cuarenta galeotas y las setenta fustas; ciento veinticinco cañones gruesos, veintiún pedreros y doscientas noventa y cuatro piezas de artillería de diferentes calibres; treinta y nueve estandartes turcos; habían perecido seguro treinta mil turcos, más cinco mil setecientos sesenta cautivos y casi lo más importante, había recobrado la libertad nada menos que doce mil cristianos, las hundidas resultaron: cincuenta y ocho galeras más treinta y tres galeotas, por ello solo pudieron salvarse del total inicial, dieciséis galeras. Por parte de la Santa Liga, se perdieron ocho galeras de Venecia y cuatro de Andrea Doria, en total en torno a los diez mil muertos, pero de ellos siete mil seiscientos fueron posteriores al combate, bien por las heridas sufridas o porque los moros utilizaron saetas y flechas envenenadas, contra lo que nada se pudo hacer.

Por un documento sabemos el reparto posterior de los buques y cautivos turcos:

«Cupieron al sumo Pontífice Papa Pio V veinte galeras, diez y nueve cañones gruesos, y cañones pedreros tres y cañones chicos cuarenta y dos, y esclavos mil doscientos.

A su Majestad del Rey Don Felipe nuestro señor ochenta y una galeras, cañones gruesos setenta y ocho, y cañones pedreros doce; cañones chicos ciento sesenta y ocho; y esclavos de cadena tres mil seiscientos.

A la Señoría de Venecia cincuenta y cuatro galeras; cañones gruesos treinta y ocho; cañones pedreros seis; cañones pequeños ochenta y cuatro; esclavos de cadena doscientos cuarenta.

Al Príncipe D. Juan de Austria le cupo la décima, que fueron diez y seis galeras, y esclavos de cadena setecientos veinte, y otras cosas.»

La mejor de las presas del día fue sin duda la galera al mando de Mustafá Esdrí, encontrándose a popa de la Sultana, pero al ver la cabeza y estandarte de Alí Pachá, dio por perdido el combate e intento huir, pero Juan de Cardona se le puso por la proa y lo intimidó a la rendición, la cual aceptó no de muy buen grado. La presa era importante por dos razones, primero era una hermosa galera capturada diez años antes, siendo entonces la capitana de los Estados Pontificios, significando un gran alegría para el mismo Papa, pero la segunda, casi tan importante para todos por ser la portadora de todos los fondos de la escuadra otomana, de ella se sacaron varios cofres llenos de monedas de oro y otras alhajas.

La escuadra permaneció en el fondeadero de la bahía de Petela hasta el 11 seguido, por tener la orden don Juan de su hermano don Felipe II, de no invernar fuera de puertos cristianos, por ordenó levar a la escuadra a pesar de no haber amainado el temporal, comenzando a salir de la bahía, pudiéndose cumplir dada la rapidez y eficacia de los carpinteros y calafates al poderlas poner en orden de marcha al menos en tan poco tiempo, fondeando en Messina el 31 siguiente, pero con la mayor parte de los buques en muy mal estado como consecuencia del combate y sobre todo del último temporal sufrido, el cual les persiguió hasta pasados dos días de estancia en el puerto, como si el viento estuviera enfadado por tan magna victoria.

(1)    Conviene decir aquí, que don Juan Andrea Doria no era el famoso, pues había fallecido el 25 de noviembre de 1560 a las diez de la mañana a punto de cumplir los noventa y cuatro años de edad, heredando todos sus bienes y el mando de la escuadra personal su sobrino Juan Andrea Doria, hijo de Gianettino Doria, quien a su vez falleció en 1547, siendo en vida nombrado el sucesor de don Juan Andrea Doria, por ello navegó con su tío varios años participando en diferentes combates, convirtiéndose en su heredero directo. En alguna ocasión se le distingue al llamarlo Juanetin.

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