Biografía de don Francisco Simón Pérez de Grandallana y Angulo

Posted By on 8 de abril de 2011

Jefe de escuadra de la Real Armada Española.

Francisco Simón Pérez de Grandallana y Angulo

Francisco Simón Pérez de Grandallana y Angulo

Cortesía del Museo Naval de Madrid.

Vino al mundo en la ciudad de Jerez de la Frontera a lo largo del año de 1816.

En el año de 1824 se refundieron las tres compañías de Guardiamarinas en un Colegio, el cual debía de establecerse en la población de Puerto Real, pero se decidió trasladarlo a La Carraca, a pesar de ser un establecimiento de la Armada no se pudo poner en marcha. En el año de 1828 se suprimió el Colegio y se dio libertad de enseñanza, para luego pasar un examen por una Junta de Jefes de la Armada, quienes al dar el Vº Bº se producía el ingreso en la Corporación.

En el año de 1837, por falta de recursos el Colegio de La Carraca seguía sin poderse abrir, el Ministro de Marina don Francisco Javier de Ulloa, intentó se habilitara el Colegio de San Telmo de Sevilla para tal cometido, que mucha falta hacía a la Corporación, pero tuvo que abandonar el Ministerio por los vaivenes de la política, razón que le impidió se llevara a buen término. Así que durante veintiún años no hubo academia, ni colegio, ni compañía de guardiamarinas, siendo libre la preparación de todos los aspirantes, viviendo en « casas de confianza » e ingresando por el examen de la Junta de Jefes, llegando al año de 1845 en que por fin se abrió la Escuela Naval Militar en San Carlos.

Justo en este largo espacio de tiempo se presentó a examen Francisco Simón, haciéndolo en el año de 1832 pasándolo sin problemas en el plano teórico, que era de lo que se trataba este primer examen.

Su primer embarque lo hizo en el bergantín Relámpago, sobre el que realizó sus primeras prácticas de mar, pasando a su término de nuevo a los estudios y exámenes, en los que permaneció hasta el año de 1836, en que por necesidades de la guerra del Norte se le habilita de oficial pasando embarcado a la trincadura Vizcaya.

Con ella pasó al Cantábrico, entre las muchas operaciones en las que participó, se saben las de la reconquista de Fuenterrabía, donde al finalizar se le entregó su despacho de alférez de navío en el año de 1837, a continuación participó en las operaciones de Ondárroa, Guetaria y Zarauz y por último en el tercer sitio de Bilbao, permaneciendo hasta el año de 1840.

Por todo ello ascendió muy rápidamente, pues en el año de 1841 se le otorga el grado de teniente de navío, siendo destinado al apostadero de La Habana, permaneciendo en estas aguas en diferentes buques, siempre en la meticulosa misión de guardacostas.

En el año de 1846, estaba al mando de la goleta Isabel II, cuando en ésta se produjo una sublevación de la dotación, por la persistente deuda del erario con las dotaciones de Armada, ante esto no olvidando que primero está el deber, consiguió apaciguar a la gente y para que no volvieran a pensar en el grave problema comenzó a dar órdenes, logrando a los pocos días que las energías se dirigieran a su destino, regresando todos a la obediencia debida; por este acto de autentica energía, valor, diligencia y sobre todo prudencia con mucho tacto, se le ascendió a capitán de fragata, además de recibir las gracias por Real Orden.

En el puerto de Barcelona se estaba formando una expedición al mando del brigadier Bustillo, compuesta por la fragata Cortés, corbetas Villa de Bilbao, Ferrolana y Mazarredo, bergantín Volador y los vapores Castilla, Colón y Blasco de Garay, que transportaban a las fuerzas del ejército, estando aliada a Francia y Nápoles, para concurrir a proteger los bienes terrenales del Papa Pío IX, zarpando a su rumbo el día siete de enero del año de 1849.

Grandallana iba en ella (no se sabe en condición de qué), a su arribada y tranquilizados los intentos de asalto a la ciudad del Vaticano, la expedición zarpó el día cuatro de mayo del año de 1849, tomando parte en la toma de Terracina, pasando después a Nápoles, Gaeta y Porto D’Auro, donde se realizaron maniobras de demostración de fuerza, contribuyendo muy eficazmente a que se alcanzara la paz evitándose derramamiento de sangre innecesario. El Sumo Pontífice le concedió la Cruz de comendador de la orden de San Gregorio, como a todos los mandos que en su auxilio acudieron.

Regresó la expedición, pasando destinado a tierra en servicios del Departamento, hasta que en el año de 1852 se le entregó la Real Orden, por la que se le notificaba su ascenso a capitán de navío siéndole entregado el mando del vapor de ruedas Pizarro, con la orden de cruzar el océano por ser destinado a las Antillas y con base en la Habana.

En la isla de Cuba, fue destinado a la comisión de guardacostas pues siendo un vapor ya era independiente de los vientos, a pesar de no tener una gran velocidad esta cualidad le daba la oportunidad de atacar a cualquier enemigo, que los vientos no le fueran favorables, pero lo hacía más dependiente de las arribadas a puerto para abastecerse de carbón, lo que le obligaba a ir de uno a otro y aprovechar sirviera como descanso de la dotación, a principios del año de 1854 arrumbo al puerto de Mariel, cuando por una falta de cartas náuticas embarrancó en la Punta Maysi, de la cual pudo salir por sus propios medios y arribar a la Habana. (1)

Entre los años de 1856 a 1858 fue destinado como capitán del puerto de Cádiz, desempeñando con su alta consideración y buen trato una inmejorable labor, pero no perdió el tiempo, pues el mismo año de su nuevo destino se presentó a las elecciones siendo elegido Diputado a Cortes por la jurisdicción de Jerez de la Frontera, puesto que repitió hasta el año de 1863. En el año de 1860 por Real Orden fue ascendido al grado de brigadier.

En éste último año al dejar el puesto político, se le destinó como capitán del puerto de Sevilla, permaneciendo en este destino hasta que en el año de 1864 se le nombró como segundo jefe del apostadero de la Habana, permaneciendo en éste puesto hasta finales del año siguiente, en que recibió la orden de regresar a la Península.

En el año de 1866, fue ascendido a jefe de escuadra, siendo nombrado comandante general del Arsenal de Ferrol, que como siempre desempeñó con su celo acostumbrado, hasta que una grave enfermedad le obligó a retirarse, después de largos y valiosos servicios, prestados a la Armada y a España.

Le sobrevino el óbito a lo largo del año de 1868.

Siendo uno de los pocos que conquisto y poseyó la mayor parte de las cruces y condecoraciones, que se podían ganar en la época, entre ellas y como muestra: Comendador ordinario y Placa de comendador de número de la Real y Muy Distinguida Orden de Carlos III; Cruz de Caballero de la Real Orden Americana de Isabel la Católica; dos Cruces de la Real y Militar Orden de San Fernando; dos Placas de la Cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando de 1ª clase; Diadema Real de Marina; Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo; Cruz de la Orden de San Gregorio Magno; Cruz de Liberadores del 3er Sitio de Bilbao; Medalla de San Sebastián; Medalla de Restauración del Solio Pontificio y Medalla de Irún.

(1) En gran cantidad de obras se da como perdido al Pizarro en la fecha de su embarrancamiento anterior, incluso hace muchos años hubo una discusión en la Revista General de Marina entorno a los años 60 al respecto, encabezada por don Rafael González Echegaray como defensor de ser cierto. Pero al parecer fue una pérdida inventada o tergiversada, ya que en el librito (no llega a 70 páginas que se menciona en la bibliografía) dice textualmente:

« El vapor de ruedas Pizarro, del porte de seis cañones, fuerza de 350 caballos indicados y 1080 toneladas de desplazamiento, era en la época de su naufragio (1878) un buque madaro (madero), en aparente buen estado por la sanidad que acusaba el maderamen de su obra viva. Fue construido en el Arsenal de la Carraca con las más excelentes maderas de roble, álamo, cedro, pino y sabicú. Salió á navegar por primera vez el 29 de junio de 1851.

La solidez de su obra quedó probada en la terrible varada que sufrió en la Punta Maysi (Cuba) al comenzar el año de 1854. Largó la zapata y la mayor parte de la quilla, desprendiéndose los tablones de aparadura, magullados á manera de filamentos, por los tremendos golpes que dio contra el fondo de piedra. No fueron suficientes tan violentas concusiones para destrozarlo completamente; salió de la grave embarrancada y pudo ir sin ayuda á la Habana, sostenido tan sólo por la buena unión y calafateo de sus ligazones y tablonería del aforro interior »

Bibliografía:

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Enciclopedia Universal Ilustrada. Espasa. tomo 43. 1921. página 679.

González de Canales y López-Obrero, Fernando.: Catálogo de Pinturas del Museo Naval. Tomo II. Ministerio de Defensa. Madrid, 2000.

Guardia, Ricardo de la.: Notas para un Cronicón de la Marina Militar de España. Anales de trece siglos de historia de la marina. El Correo Gallego. 1914.

Lazaga, Joaquín Mª.: El naufragio del Pizarro. (Recuerdos de mi vida de mar) Carta abierta de don Manuel de Saralegui y Medina. Madrid. 1903.

Compilada por Todoavante.

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