Biografía de don Pedro Menéndez de Avilés y Márquez

Posted By on 23 de julio de 2017

Grabado de don Pedro Menéndez de Avilés.

Grabado de don Pedro Menéndez de Avilés.

Navegante y conquistador español del siglo XVI.

Adelantado de La Florida.

Capitán General de la Flota de la Carrera de Indias.

Capitán General de la Escuadra del Mar Océano.

Gobernador General de la isla de Cuba. Consejero Real.

Vino al mundo en la ciudad de Avilés (según otras fuentes, lo fue en Santa Cruz de la Zarza) en 1519. De muy joven sintió la llamada de la mar, por ello aún sin haber cumplido los catorce años, se escapó de su casa y se presentó en Santander donde consiguió ser admitido como grumete, en una escuadra que iba a realizar un crucero en persecución de corsarios franceses. Ello nos da una idea de su carácter intrépido y que estaba llamado a ser uno de los grandes del Historia Naval de España. Con diecinueve años se encuentra al mando de un bajel, con él atacó a dos corsarios franceses, consiguiendo una de sus victorias, pues apresó a los dos buques y liberó a sesenta españoles transportados como prisioneros. En 1544 el corsario francés Jean Alphonse de Saintonge, en una de sus acostumbradas visitas a las costas cántabras, consiguió apresar un convoy en las aguas de Finisterre compuesto por dieciocho velas, poniendo rumbo a La Rochelle. Enterado de ello don Pedro, zarpó en su búsqueda y arribó al puerto, sin amparase a nadie penetró en él, entabló combate con el corsario, le dio muerte y salió del puerto con los dieciocho bajeles. Enterado de todos estos actos de valor inigualable, don Carlos I le tomó a su servicio y le dio carta de corsario, para limpiar a su forma sin cortapisas la mar de sus enemigos, dándole de hecho todo lo que pudiera capturar, sin entregar nada al Monarca ni a la Hacienda de España, no siendo precisamente la costumbre. A tanto había llegado la fama de don Pedro que recibió el encargo de transportar a don Carlos a Flandes, ello significaba mandar toda una escuadra y su convoy, pues con el Rey-Emperador viajaban gran cantidad de secretarios, caballeros y personas de su confianza, así como unas unidades del ejército destinadas a su guarda personal, por ello cada vez que el Rey se movía, lo hacían miles de personas desde los pajes al mismo don Carlos; cumplió a plena satisfacción de S. M., el encargo, porque nadie se atrevió a interrumpir el paso a tan inmensa escuadra. En esta época se sabe realizó algún viaje a las Indias, aumentando sus grandes conocimientos náuticos y la confianza del Monarca.

Al abdicar don Carlos I en su hijo don Felipe II, no solo se conformó el nuevo Rey en mantenerlo a su servicio, si no que le nombró Capitán General de la Flota de Indias, pues era una garantía del buen hacer para la Corona. Pasando después a ser nombrado Consejero de don Felipe, para la cuestión de la boda con la reina de Inglaterra doña María Tudor, por ello capitaneó la escuadra que transportó al Rey hasta la isla estando presente en cuantos encuentros tuvieron, para llegar a los acuerdos preestablecidos y su desposorio. Cumplida la misión regresaron a España. Al regresar y casi sin descanso pasó a Sanlúcar de Barrameda tomando el mando de una flota para las Indias, zarpando el 15 de octubre de 1555, realizando un tornaviaje cargado de metales y sin contratiempos, a su vuelta el Rey lo nombró Capitán General de la Escuadra de la Guarda de las Costas, por ello se hizo a la mar con rumbo a Flandes donde permaneció un tiempo custodiando aquellas aguas. Como en la época los mandos de mar lo eran también de tierra, pasó a ella y al mando de sus Tercios de guarda de la escuadra, participó en el combate de San Quintín cesando en el mando al firmase la Paz en 1559.

De nuevo se le dio el mando de una Flota de Indias, zarpando de Cádiz, a su arribada a la Habana se le informa que el capitán don Lope de Aguirre, se había proclamado Rey del río Amazonas, habiendo dado muerte al Gobernador Ursúa y hecho a su esposa la suya, amén de haber abusado sexualmente de la hija de estos con solo 12 años, negándose a hacer caso a nadie y protegido por sus marañones, se enfrentó a casi todas las tribus del curso del río, habiéndose establecido muy cerca de su desembocadura. Con estas noticias, el Gobernador de la isla de Cuba recibe la orden de don Felipe II para dotar de una escuadra a don Pedro e ir a capturar al rebelde y trasladarlo a la península. Para ello escogió dos naos y ciento veinte soldados, arribando a la desembocadura del Amazonas, pero a su llegada Lope de Aguirre había sido muerto en un combate contra los indígenas y estos tenían la cabeza del español exhibida dentro de una jaula de hierro en el centro del poblado, por ello siendo innecesaria su permanencia regresó a la Habana sin contratiempos ni pérdida de tiempo. Se cargaron sus naos y zarpó con rumbo a la península, a su llegada sin conocer los motivos fue hecho prisionero él y su hermano Bartolomé, por orden de los agentes de la Casa de Contratación, lo curioso es que no mediaba denuncia ni motivos para ello. Pasó un tiempo y su hermano enfermó, ante ello como pudo se puso en contacto con gentes de bien quienes a su vez se lo comunicaron al Rey, éste sorprendido dio la orden de sacarlos de la cárcel y enviados a su presencia, el Rey siguió sin ver claro el asunto, pero para no demostrar la posible pérdida de poder de la Casa de la Contratación, ordenó se les juzgará lo antes posible, del resultado de la sentencia se desprende no serían muy graves las incriminaciones, pues solo se les impuso una multa a cada hermano de mil doscientos ducados de oro. Esta cifra aunque muy elevada para la época, fue la más insignificante dictada por asuntos con la Casa de la Contratación en toda su historia, pues la mayoría de los acusados por ella lo mínimo era perder todos sus bienes y como sentencia normal el ajusticiamiento del sentenciado. De ahí la extrañeza de todo el contencioso.

Puesto en libertad le ordenó el Rey regresar a las Indias, con una flota de 43 naves zarpando de la bahía de Cádiz, arribando de nuevo a la Habana y parte de la flota al mando de su hermano Bartolomé, continuo viaje al virreinato de Nueva España, donde se desembarcó lo correspondiente, cargando las naves con los metales de las contribuciones, zarpando con rumbo a la Habana donde al arribar se unieron los dos hermanos arribando a la bahía de Cádiz sin sufrir ninguna pérdida en 1563. En 1565 después de un largo descanso a medias, pues se mantuvo como consejero de don Felipe II, despachando infinidad de documentos leyéndolos y analizando a su parecer lo conveniente o no para cada caso, le cayó en las manos uno con la petición de formar una escuadra para colonizar La Florida. El era sabedor que su hijo Juan estaba en aquellas tierras y llevaba mucho tiempo sin tener noticias de él, por ello inmediatamente le rogó al Rey le diera licencia para embarcarse en ella. Don Felipe siempre tan generosos los Austrias, le dio el permiso de formar la expedición, pero con la condición de que la Corona solo aportaría un buque, el resto sería todo de su cuenta y riesgo. A pesar de ello aceptó sin dudarlo un instante. Se puso en camino a las costas del Cantábrico y comenzó a pedir la construcción de unas naos en los puertos Gijón, Avilés y Santander, al mismo tiempo que él se dedicaba a buscar tripulaciones para dotarlas convenientemente con hombres duros y sin temores, propios de aquellas costas. Al mismo tiempo se desplazó a la bahía de Cádiz, donde siempre había patrones y sus buques disponibles para una nueva aventura, contratando a varios de ellos, sobre todo a los que mejores y más idóneos buques encontró con las características para sus necesidades. Estando aquí le llego una comunicación Real, en ella se le informaba que nuestro embajador en la Corte francesa, se había enterado que el capitán Jean Ribault, con tres buques y seiscientos hombres y mujeres, habían zarpado de La Rochele con rumbo a la colonización de La Florida. Enterado de esto, ordenó prontitud en el alistamiento de las naos de la bahía de Cádiz, así se fueron transportando todos los bastimentos, víveres y hombres estando lista en muy poco tiempo la escuadra, con el inconveniente que la preparada en el Cantábrico aún no lo estaba, pero esto no le arredró. Reunió diecinueve buques con sus dotaciones más novecientos noventa y cinco soldados de infantería, cuatro clérigos seculares con licencia para la confesión, así como ciento diecisiete hombres de diferentes oficios, para poder cubrir la mayor parte de las necesidades, entre ellos había familias del campo con la intención de que nada más llegar se pudieran poner a trabajar y así alimentar a las fuerzas.

Hemos encontrado un documento que por su valor en este punto transcribimos: «El buque contratado por la Corona, era un galeón alquilado del porte de 996 toneladas…El galeón San Pelayo era la capitana, con el adelantado y 317 soldados, de los que 299 iban por cuenta de la Corona y armado de 4 cañones “salvajes” y perfectamente pertrechados. La carabela San Antonio, de 150, con 114 soldados; las chalupas San Miguel y San Andrés, del maestre Gonzalo Bayón, de 100; la chalupa Magdalena, de 75; la Concepción, que llevaba 96 hombres y era de 70 toneladas; la galera Victoria, de 17 bancos; el bergantín Esperanza, de 11 bancos; la carabela Concepción, cargada de bastimentos y que solo llegó a las islas Afortunadas; la carabela del maestre Juan Ginete (no pone nombre del buque); la Nuestra Señora de las Virtudes, del maestre Hernando Rodríguez, vecino de Cádiz; el navío Espíritu Santo, de 55 toneladas del maestre Alonso Menéndez Márquez y el Nuestra Señora del Rosario, del maestre Pedro Suárez Carvayo, a lo que se sumaban otros cinco, que no se sabe el nombre.» (Aunque dan el número de 19, aquí solo se reflejan 18) Zarpando el 28 (1) de julio de 1565 de la bahía de Cádiz con rumbo a las islas Afortunadas. Dos días después de zarpar alcanzó la bahía de Cádiz el capitán Luna con noventa hombres más, pero no halló apoyo en la Casa de Contratación, decidiendo contratar a su costa una nao para trasladarlos a las islas Afortunadas, de no encontrar allí al Adelantado proseguiría viaje hasta la Habana. A su arribada se encontró con la sorpresa que la escuadra del Cantábrico, por sus presiones se había alistado muy rápidamente pues don Pedro puso el dinero entregándole el mando a su segundo don Esteban Alas, quien estaba desde la noche anterior esperándole. Eran tres robustas naves cantábricas y a su bordo, bien pertrechadas y con artillería, para sitio y guarda de fortalezas, más a su mando los principales caballeros de Galicia, Asturias y Vizcaya, con doscientos cincuenta y siete marineros y mil quinientas personas, muchas de las cuales viajaron por sus medios hasta las islas para incorporarse a la expedición. A estos se sumaron dos buques más pero solo llevaban pertrechos, jarcias, víveres, proyectiles y pólvora, viajando once frailes de la Compañía de San Francisco, ocho de la Compañía de Jesús, presbíteros, un lego, un fraile de la Merced, un clérigo, más veintiséis vecinos con sus familias.

El motivo de ser tan abrumadora la participación de personas, no fue otro que el grito de ir a recuperar lo que los herejes nos querían robar; esto proporcionó esta masiva afluencia, de haber dispuesto de más medios más hubieran acudido. Esta fue la razón por la que no permitió abordar a los quinientos negros preparados para acompañarle, pues las dotaciones iban sobradas en todos los aspectos. El total de embarcados era de dos mil seiscientos cuarenta y seis personas. Por otro documento, sabemos el costo del mantenimiento de tan gran empresa, pues solo los sueldos eran: «Capitanes, 40 ducados; alférez, 15; sargentos, 8; cabos de escuadra, pífanos y tambores, 6; furrieles y picas secas, 3; arcabuceros y coseletes, 4; oficiales de más, 6; marineros, 4; grumetes mil maravedíes; pajes, 2 ducados; piloto, 24; maestres, 9; artilleros, 5 y como apoyo a sus responsabilidades: cabos de escuadra, 4 y soldados, 2.» (Esto mensual.) Zarpó la expedición de las islas Afortunadas y tan solo con dos días de navegación, se sufrió un fuerte temporal (para que se siga comprobando la inexactitud de las fechas, lo dan como sufrido el 20 de julio, o sea antes de zarpar de Cádiz), obligando a dos carabelas por su poco calado y al hacer mucha agua, virar 16 cuadras y regresar a las islas; al mismo tiempo quedó prácticamente dividida la expedición, quedando solo unidos o a la vista cinco de los buques al mando de Las Alas. Por su parte el Adelantado y su galeón aunque lo pasaron mal, no tuvieron graves problemas, pero lógicamente era mucho más grande que el resto y aguantó mejor la mala mar. A pesar de todo consiguieron arribar a la isla de Puerto Rico, pero todos los buques muy mal tratados, incluso con aparejo de fortuna. Al día siguiente llegaron otros cinco en parecida situación, por ello lo primeo que ordenó fue reparar los buques y zarpar lo antes posible. Se logró en poco tiempo zarpando de nuevo con rumbo a La Florida. Al arribar a sus costas desembarcaron para informarse, siendo los indígenas quienes le indicaron que los luteranos estaban más al Norte y como unas veinte leguas, por el favor los colmó de baratijas quedando muy contentos, regresaron a los buques levaron anclas y pusieron rumbo al lugar aproximado dicho. Al arribar a la desembocadura del río San Juan se encontraron con cuatro galeones franceses, se mantuvieron alejados y fuera de su posible vista en prevención, convocó Consejo de Guerra de Oficiales porque su intención era terminar con aquello lo antes posible, y en contra de la opinión que se le dio por la inferioridad numérica, estaba decidió a atacar pero utilizando la astucia. Esperó al anochecer, al principió navegó a toda vela para recorrer la distancia; ciertas luces en los buques franceses le permitían saber más o menos la posición y el rumbo, al llegar a una distancia prudencial arriaron velas, dejando las mínimas para poder seguir gobernando hacía su punto de destino, esto les permitió echarse encima sin apercibirse los franceses, colocando sus buques entre la tierra y los enemigos para impedir pudieran escapar. Pero no se conformó con todo esto, sino que con el San Pelayo consiguió acercarse tanto llegando a propinar un pequeño golpe en el costado de la nave almirante francesa, al mismo tiempo comenzaron a tocar los tambores y pífanos, encendiendo el buque con todos los faroles de a bordo, al mismo tiempo y perfectamente alumbrado el francés, les grito: ¡Que religión profesáis! Le contestaron eran franceses al mando de Ribault habiendo llegado a La Florida con alimentos. Ante esto don Pedro les invito a la rendición, pero hicieron caso omiso e incluso algunos se rieron, por ello dio la orden pasar al abordaje. Al ver que la invitación la iba a conseguir por la fuerza, picaron los cables de las anclas y en un santiamén desplegaron velas, a ello se unió la fuerza de la corriente del río permitiéndoles separase rápidamente. A pesar de intentar los españoles lanzar los garfios de presa, no consiguieron sujetarlos, pues los franceses se dedicaron a ir picándolos conforme se agarraban, así comenzó una persecución que duró toda la noche, pero los buques franceses descargados por completo eran más ligeros, impidiendo darles alcance. Se mantuvo en la zona, al amanecer dio la orden de virar y regresar a la desembocadura del río San Juan. Al arribar al lugar ordenó desembarcar a unos hombres con un emisario, el cual llegó al acuerdo con el cacique indígena, para poder montar un fuerte cuyo lugar incluso el propio Jefe les marco, pues era el mejor para la vigilancia de la entrada en el río. Aceptado esto regresaron al galeón siéndole notificado a don Pedro, quien inmediatamente ordenó desembarcar doscientos hombres de armas para asegurar la posición. Una vez logrado esto tres de los buques de poco calado (carabelas) entraron en una pequeña dársena y desembarcaron trescientas personas más, entre ellos todos los que transportaba con conocimientos de algún oficio, consiguiendo casi en veinticuatro horas tener al menos una empalizada bien construida dando resguardo a los trabajadores y sus familias, así como una buena protección para poder defenderse.

Al tercer día con casa y todo para el Adelantado, fue cuando don Pedro bajó a tierra, tomando el territorio en nombre del Rey de España, bautizándolo con el nombre de puerto San Agustín, se realizaron los actos propios de estas solemnidades, con una misa concelebrada entre varios frailes, pero mezclando estos sus respectivas Órdenes, así se daba más peso a la realidad de la unidad entre todos, para conseguir tirar a los luteranos de aquellas tierras. Luego vino el acto de ganarse a los indígenas, por ello fueron agasajados con multitud de regalos, realizando el juramento de vasallaje al Rey de España, quedando don Pedro muy satisfecho y ordenando se prepara un gran convite para todos, para felicitarse mutuamente de todo lo conseguido en tan poco tiempo. Esto no le hizo perder de vista que se había quedado fuera por ser de mucho calado dos de los bajeles, así que mientras se preparaba la comida, dio orden de desembarcar todo lo que les podía ser útil y en cuanto se terminara, les volvió a dar la orden a sus capitanes, para dar la vela con rumbo a la península y el otro a Santo Domingo, con la misma orden para los dos, de informar gratamente de su llegada y el destinado a Santo Domingo, le añadió que si hubieran arribado más buques de la expedición, se les diera el lugar de encuentro para reunirse todos con las fuerzas de don Pedro. Con esta previsión consiguió lo que pretendía, no era otra cosa que alejar a los dos buques de la costa, pues los buques huidos desde el primer momento calculo tardarían cuatro días en regresar y efectivamente así sucedió, pues zarparon a media noche y a la mañana siguiente aparecieron los buques franceses en el horizonte, por ello pudieron hacer el viaje sin contratiempos. Se tomaron todas las previsiones pertinentes, pues se había cavado una trinchera para la infantería y dispuesto el lugar de fijación de la artillería de sitio transportada, pero aún no estaba colocada en ellos, por ello al divisar las velas se dedicaron todos por completo a este trabajo, para poder responder como era debido quedando a la espera de su llegada. Estos llevaban unas pinazas de poco calado y con ellas más los botes de los buques, fueron trasbordando a estos para que los dejaran cerca de la playa. Lo grandes buques, permanecieron como a una legua de distancia y cuando los botes y pinazas se encontraban como a unos seiscientos metros del lugar posible de desembarco, de pronto el cielo desató una gran tormenta, impidiendo a los enemigos poder desembarcar, los galeones se acercaron para recogerlos una vez a bordo arrumbaron en busca de algún lugar más seguro. Entonces volvió a calcular que por los daños sufridos les impedirían regresar al menos en ocho días, por ello decidió subir por el bosque hasta el Fort Carolina, posición situada a algo más de una legua de distancia. En el fuerte había otros siete buques menores, pero en ningún momento supusieron peligro alguno, dado que no pensaron bajar por el río y enfrentarse a los españoles, pero para el Adelantado sí era de suma importancia arrasar el lugar o aprovecharse de él. Dispuso formar diez cuerpos al mando de un capitán con cincuenta hombres cada uno, la mayoría de ellos arcabuceros y rodeleros, así como los expertos en el manejo de la pólvora, cargados al máximo con todo tipo de armas y alimentos para ocho días, incluidas las banderas de cada capitán, para dar cumplido conocimiento de quienes eran, evitando actuar como simples piratas. Dividida la fuerza don Pedro escogió veinte hombres marchando él en cabeza, fueron cortando malezas e incluso árboles, para dejar un camino franco que pudiera ser seguido fácilmente por el resto, con la orden para cada capitán de marchar separado del anterior, con la intención de que nadie se perdiera, pero no tanto, como para impedir un rápido socorro entre todos. Por la misma razón dejó el mando a su hermano Bartolomé del puerto de San Agustín, en él quedaban muchos hombres y suficiente fuerza para combatir a los franceses si se adelantaban a sus previsiones, y en caso de ser atacados siguiera el camino e hiciera correr la voz de que regresasen al puerto para emplearse a fondo en su defensa. La zona a recorrer a pesar de no ser muy distante, tenía una gran dificultad, pues a lo mencionado de la arboleda, ésta a su vez estaba casi en una zona pantanosa y las últimas lluvias, aún si cabe la convertían casi impracticable, pero nada de todo esto arredró a don Pedro. Partió con los veinte hombres quienes además de sus armas y vituallas llevaban unos grandes machetes y hachas, para poder cumplir lo mejor posible la misión de abrir camino, esto complicado porque en más de una ocasión, por no decir siempre, estaban hasta la rodilla de agua y cuando no era hasta este punto, lo era hasta la cintura llegando incluso al cuello, dando estos datos una idea de lo pesado de la marcha, pues en muchas ocasiones los troncos cortados servían para salvar otros obstáculos. Don Pedro iba eligiendo los lugares para pernoctar o los de parada obligada para comer, por ello cuando localizaba un buen punto y a la distancia apropiada del anterior, se talaban unos árboles y con los caídos, se posicionaban a forma de estacada de protección para descansar mejor y algo cubiertos del posible ataque de enemigos. Caminaba en cabeza, mandando ir troceando la senda, a veces él mismo daba golpes con su hacha y ayudaba, pero siempre por delante, cuando se había hecho un trozo de camino regresaba a comprobar que todo quedaba lo mejor posible, por esta razón el camino lo realizó como mínimo el doble que sus hombres. E incluso cuando estaban penetrando los capitanes, se allegaba al lugar para comprobar que nadie se perdía ordenando a estos que los siguientes, continuaran cortando ramas y maleza para ir ensanchando el camino para hacerlo cada vez más visible al resto.

En uno de sus viajes de reconocimiento se hizo de noche, decidiendo pernoctar con esa bandera a descansar; entonces oyó que algunos hombres no estaban muy de acuerdo con aquella expedición, incluso algunos querían regresar, al principio se hizo el dormido y cuando los demás de verdad lo estaban, despertó al tambor y le ordenó tocar, siendo todos despertados sobresaltados. Don Pedro, todos despiertos les advirtió que esto era un aviso, para este tipo de descubiertas era preciso descansar con los ojos abiertos, so pena de perder la vida, añadiendo, el que no quisiera seguir podría regresar, pero que nada esperara de él y sus compañeros, cuando estos regresaran con la victoria sobre los herejes y si eran buenos españoles y católicos, entonces se arrepentirían de no haber participado; pero ya sería tarde siendo mirados con desprecio e incluso tachados de cobardes, por no haberse empleado a fondo en la victoria. Dejando a sus entendederas la decisión de regresar o proseguir. En este trabajo permanecieron cuatro días al alba de quinto don Pedro mandó callar, pues se había encontrado una senda que muy posiblemente le llevara directo al fuerte, el cual estaba muy cerca de la propia selva y solo con un trozo de terreno despoblado y limpio, facilitando poderse acercar lo suficiente. Entonces saltó la alarma entre la tropa, pues se dieron cuenta que la pólvora de los arcabuceros y la guardada estaba toda muy húmeda, impidiendo ser utilizadas las armas de fuego. Ante esto el Adelantado les dirigió la palabra preguntándoles que, desde cuando un español con espada, daga y rodela, no era capaz de abrirse camino a través de multitud de enemigos, ellos eran casi el mismo número que los del fuerte, por lo tanto la ventaja de la sorpresa, la contundencias de las armas y corazones que las manejan por tan justa razón, era imposible perder la jornada, por ello nada había que temer y mucho que ganar, para Dios y su Fé así como no para el Rey de España. Quiso don Pedro ir en descubierta pero el Maestre de Campo le dijo que iría él y se llevaría al capitán Martín Ochoa, pues S. Sª era más preciso para guardarles las espaldas, además siendo dos por los ruidos serian pocos en vez de ir más gente y alertar a los del fuerte. Se pusieron en camino y a los pocos metros tropezaron con un centinela francés, este pregunto y el capitán le contestó eran franceses, dejándolos acercarse, al estar al alcance de la espada con un rápido movimiento le puso la punta en la garganta, soltando sus armas, pero se puso a gritar para alertar a los suyos, el Maestre no se lo pensó y de un golpe lo atravesó con su tizona. Salieron corriendo los dos españoles en dirección a la puerta principal, pues alertados por los gritos los del interior la abrieron, el Maestre con gran velocidad dejó a dos fuera de combate, mientras Martín Ochoa hacía lo propio con otros dos, a las voces de estos, empezaron a salir de las casas más franceses, unos vestidos y otros como estaban en la cama, estos gritos también fueron oídos por los españoles de avanzada, dándose el grito de ¡Santiago! pronunciado por don Pedro, salieron dos banderas a grandes pasos hacía la puerta, la cual estaban defendiendo el Maestre y Ochoa, fueron los primero en llegar los alféreces don Rodrigo Troche, de Tordesillas y el otro don Diego de Maya, ellos llevando las banderas y detrás al resto de compañeros. Don Pedro se había quedado esperando en la retaguardia, la cual se iba acercando y un francés huyendo casi lo derriba, pero lo capturó y le preguntó varias cosas, asustado le indicó una cabaña a la que llamaban la ‹Granxa› estando llena de armas, víveres y munición pero ni un gramo de pólvora, para no ser confundida mandó seis hombres de guardia sobre ella, se dirigió a la puerta del Fort, nada más entrar en el lugar, dio una tajante orden «So pena de la vida, ninguno hiriese ni matase mujer, ni mozos de 15 años abaxo» Esta orden fue cumplida a rajatabla, por ello se salvaron unas setenta personas, el resto fue degollado o muerto a estocadas, y solo se salvaron entre cincuenta y sesenta, al conseguir saltar la empalizada del Fort e internarse en la espesura de la selva. Eso sí uno de los fugados era el jefe del Fort, Rné Ludonniére. Don Pedro una vez tranquilizado el recinto y todo controlado, se dirigió a la rivera donde encontró tres buques fondeados y con gente a bordo. Un lombardero fue localizado porque una de las mujeres francesa librada de la muerte, le indicó donde se encontraba y fueron a por él, allí se localizaron dos barriles de pólvora a su media capacidad, con proyectiles y todas las herramientas para cargar y disparar cañones.

Con este hallazgo ordenó mover cuatro piezas de artillería del fuerte y transportarlas hasta la playa, se instalaron de la mejor forma posible apuntando a los bajeles, a quienes se les invitó a su rendición, la cual no aceptaron. Envío al francés hecho prisionero por él quien al parecer era el oficial de guardia, con el encargo de decirles a los embarcados que, si se rendían no les pasaría nada y no solo eso, sino que les dejaría marchar con los supervivientes del Fort, pero si se resistían serian pasados a cuchillo por herejes. Los franceses enviaron un bote a recoger al oficial y lo trasbordaron al buque insignia, en él conversó con el jefe y lo reembarcaron en el bote regresando a tierra. Notificó entonces a don Pedro que, el jefe era el hijo mayor de Ribault éste era el Virrey y Capitán General de aquellas tierras en nombre del Rey de Francia, habiendo llegado hasta allí solo para llevar alimentos y municiones para el Fort, obedeciendo lo que su Rey le había ordenado y si el Adelantado español le hacía la guerra él se la devolvería con creces. Como respuesta a esto, don Pedro ordenó preparar y apuntar al único buque que se encontraba a tiro, pero para efectuarlo se ofreció el capitán don Diego de Maya, por ser considerado el mejor artillero de los presentes, don Pedro no puso objeción, apuntó el cañón siendo el más potente de los existentes, aseguró el tiro fijando bien la pieza y le dio fuego. Cual no fue la sorpresa de todos, especialmente de los franceses que el proyectil fue a dar en el costado a flor de agua, de forma que en muy poco tiempo la nave escoró rápidamente. Viendo el efecto de tan certero disparo, las otras dos naves no se atrevieron a acercarse, por ello enviaron botes para rescatar a todos los de la hundida, consiguiéndolo en dos viajes por estar repartidos entre los dos bajeles, estos picaron los cables y la corriente muy fuerte los fue arrastrando río abajo. Don Pedro no disponiendo de más pólvora que la existente allí, no quiso malgastarla y la repartió entre los arcabuceros, con la orden de salvaguardarla con su vida. Al ver alejarse los dos buques y perderse en la oscuridad, regresaron al fuerte donde se había dado con un gran almacén de ropa, siendo repartida entre la tropa para al menos estar algo más secos. Fuera del Fort había muchas casas, para no estar todos en el recinto, los repartió de veinte en veinte a descansar en ellas y siempre al menos uno de guardia, así pasaron la noche más tranquila de toda la semana. Al amanecer de ese mismo día se levantó el Adelantado y ordenó tocar atambores, acudiendo todos inmediatamente; una vez reunidos les dijo que el fuerte sería bautizado con nombre del santo del día, por ello se llamó de San Mateo y después se celebró una misa por la victoria. Don Pedro estaba preocupado por si los franceses hubieran intentado atacar San Agustín, por ello tenía prisa en regresar, nombró al Sargento mayor don Gonzalo de Villaroel, Gobernador del fuerte con una fuerza de trescientos hombres, con la obligación de conservarlo en nombre del rey de España. Y como último acto mandó construir dos grandes cruces e instalarlas lo más visiblemente posible para cualquiera que se acercará a él para evitar confusiones. Ordenó a los capitanes Andrés López Patiño, Juan Vélez de Mendrano y Alvarado, con sus banderas y hombres se pusieran en camino, pero los hombres se negaron pues había llovido mucho los últimos días, siendo razonable que el camino de vuelta estuviera en peores condiciones que a la ida, además había cruzado armas y no descansado del todo, si se les forzaba a regresar podrían faltar muchos por agotamiento convirtiéndose en una pérdida innecesaria, con este razonamiento don Pedro se dió cuenta no debía obligarles, pero fue a buscar a sus buenos hombres. Para ello y siempre acompañado de su oficial de guarda, quien no lo dejaba ni a sol ni a sombra, ni de día ni de noche, don Francisco de Castañeda, se fueron a repasar una por una las casas, de cada una de ellas iba escogiendo a aquellos que le convenían y gozaban de su confianza, consiguiendo reunir treinta y cinco, con ellos formó una compañía de absoluta confianza y hombres con ganas, pues todos los elegidos ninguno se echo atrás. Los reunió y les dijo que se prepararan para al día siguiente pues partirían sobre la nueve de la mañana camino de San Agustín.

Al terminar este trabajo llamó al Maestre de Campo dándole las instrucciones para salir lo antes posible con una compañía de cincuenta hombres, pues se veían los buques franceses como a una legua y fondeados, por ello era razonable pensar estaban allí esperando la llegada de los escapados del fuerte, e intentará pararlos o interrumpir su paso. Así lo hizo el Maestre desplegando sus hombres, los cuales dieron una buen batida por la selva, consiguiendo dar con veinte enemigos, pero como estos no hacían caso a las órdenes de detenerse, tuvieron que usar las armas cayendo todos muertos. Otros diez buscaron refugio entre los diferentes jefes indígenas, quienes a su vez y estando en la misión anterior fueron llegando y entregándolos al Adelantado, quien les perdonó la vida invitándoles regresar a Francia. Estos le contaron que el Gobernador del Fuerte, Rné Ludonniére junto a otros veintinueve consiguieron embarcar, por eso al final se supo la cantidad exacta y donde se encontraban todos. Al regresar por la noche el Maestre, se reunió en Consejo de Guerra de Oficiales, comunicándoles que él y los treinta cinco hombres saldrían al día siguiente, cuando llegara a San Agustín pertrecharía perfectamente dos de los tres buques allí fondeados, para remontando el río dieran caza a los dos franceses, evitando pudieran utilizar su artillería contra el fuerte. Y al Maestre, en cuanto los hombres restantes estuvieran preparados los pusiera en marcha para reforzar San Agustín, con los Capitanes Alvarado, Medrano y Patiño, pues se temía hubiera sido informado el virrey francés y pretendiera tomar de nuevo los lugares perdidos. El regreso de don Pedro fue casi un milagro, pues las lluvias bajaban encajonado las aguas por ello los riachuelos franqueados a la ida, ahora eran auténticos ríos imposibles de vadear, perdieron mucho tiempo buscando un lugar para conseguirlo, obligándoles a dejar la senda de ida perdiéndose por el monte, ante ello ordenó a uno de su hombre se subiera a un árbol, éste logro ver un claro marcándolo, se fueron hacía él, al llegar el río era mucho más estrecho, con cinco hachas se pusieron a cortar unos altos pinos, de forma que al caer sirvieran de puente, así se hizo, pero dos hombres perdieron los pies sobre la resbaladiza madera y con algún esfuerzos consiguieron rescatarlos. Al estar a la otra orilla mandó al mismo hombre volviera a subir a un árbol, el cual consiguió descifrar el bosque y señalar el posible lugar para volver a la primitiva senda, la cual después de una larga caminata, pero siempre con el agua hasta las rodillas consiguieron alcanzar. Entonces aumento de intensidad la caída de agua, parecía que la tormenta les quería impedir alcanzar su objetivo, al mismo tiempo provocó llevar sus ropas totalmente empapadas, aumentando el peso a transportar siendo más hundidos en aquellas ciénagas, convirtiéndose el camino de regreso en un verdadero calvario. Después de tres largos días se dieron por llegados, entonces un soldado de los más distinguidos en la toma del Fuerte, le pidió permiso para adelantarse para dar la buena nueva a todos los pobladores de San Agustín, a ello don Pedro (que nunca tuvo afán de protagonismo) se lo concedió, e incluso como el hombre iba muy cansado, le dijo se pararían allí mismo un tiempo para dárselo a él y poder llegar con algo de anticipación. Alcanzó el soldado la población y dio la noticia, inmediatamente todos muy contentos comenzaron a festejarlo, cuatro clérigos salieron con unas cruces a dar la buena nueva, de forma que cuando llegó el Adelantado con el resto de sus hombre, no les dieron ni tiempo de cambiarse de ropa, pues el oficio de la misa les estaba esperando, se abrazaron conocidos y amigos, en procesión se dirigieron al lugar designado para la celebración para dar agracias a Dios por la victoria, al finalizar, don Pedro ordenó preparar los dos buques para ir a por los dos franceses zarpando río arriba. Al mismo tiempo mandó excavar varias líneas de trincheras para mejorar el sistema de defensa, así como las diferentes posiciones en ellas para colocar la artillería.

Al día siguiente llegaron unos indígenas amigos, anunciando que a unas cuatro leguas había muchos franceses. Así el Adelantado escogió a cuarenta hombre para dirigirse al lugar, al llegar se dio cuenta que eran muchos, por ello mando esconderse a los suyos, a excepción de unos pocos quedando a la vista, a la voz los llamó y uno le contestó con un castellano muy claro (luego se supo que era un gascón de San Juan de Luz), a las preguntas de don Pedro le contestaron eran franceses de la nueva religión, venían para ir al Fort Carolina pero sus buques había naufragado y no podían cruzar el río, pidiéndole ayuda así como saber quiénes eran. Don Pedro le dijo eran españoles, él era el Virrey y Capitán General de estos territorios en nombre del Rey de España, habiendo llegado para convertir a los indígenas a la verdadera religión. Y si querían ayuda debían entregarle banderas y armas, entonces recibirían lo demandado. Tardaron dos horas en decidirse, pasado este tiempo le llamaron para serles enviado un bote, así se hizo pasando cinco de los más gentiles hombres, quienes le ofrecieron por sus vidas cincuenta mil ducados, a los cuales el Adelantado se negó a recibir, añadiendo que si les daba la libertad sería por la gracia de Dios, porque él no entraba en ese tipo de codicias a pesar de ser un pobre soldado. Ante esto regresaron para hablar entre ellos, decidiendo fuera lo que el Cielo deseará, por no haber otro camino, se rindieron comenzando a pasar de diez en diez, al llegar fueron maniatados con las mechas de los arcabuces, dando la excusa de ser muy pocos los españoles y ellos muchos, así lo comprendieron dejándose hacer; en cada viaje se iban aportando las banderas, llegando al total de 60 arcabuces y 20 pistolas, sumando entre todos doscientas ocho personas. También aparecieron muchas obras muy bien encuadernadas, pero luteranas, por ello don Pedro ordenó su destrucción por el fuego. Todos reunidos el Adelantado preguntó si entre ellos había algún católico de verdad, solo ocho de ellos dijeron que sí y a estos, con las armas y banderas fueron trasbordados al bote y trasladados a San Agustín. El resto se puso en camino, pero don Pedro había advertido a sus dos capitanes; al que iba en cabeza vería una raya en un arenal hecha por él, cuando llegara a ella comenzase a degollarlos a todos y al de retaguardia, siguiera el mismo ejemplo del anterior, así que en pocos minutos quedaron los doscientos franceses muertos en aquel lugar.

Regresaron a San Agustín, al amanecer del día siguiente volvieron los indígenas informando de otros muchos herejes se encontraban en el mismo lugar que los anteriores. Don Pedro pensó, era natural que el propio Jean Ribault fuera el jefe de ellos al igual que los del día anterior y muy posiblemente formara parte de ellos, como siempre agradeció a los indígenas la información volviendo a entregar las baratijas de costumbre, yéndose muy contentos. (Se estaban comportando como un buen servicio de espionaje, lo cual era de agradecer.) Ordenó se preparasen tres compañías formándose con los más descansados, reuniendo ciento cincuenta hombres poniéndose en camino al lugar, lo alcanzaron pero casi de noche, por ello mandó descansar a su gente pero sin encender nada para no delatar su presencia. Al amanecer los hombres se tiraron a tierra con las armas cargadas, a pesar que los herejes estaban como a dos tiros de arcabuz, (sobre unos cien metros), quedando ocultos a la vista solo de pie paseando por la orilla, don Pedro su Oficial de Guarda, don Francisco de Castañeda y otro Capitán. Desde la orilla opuesta hacían todo tipo de demostraciones de entrar en combate, pero don Pedro seguía hablando con sus dos capitanes como si nada fuera con él, hasta pasadas dos horas cuando los franceses levantaron un palo con un pañuelo blanco, al verlo don Pedro llamó a un ‹clarín›, por saber llevaba un gran pañuelo blanco, se lo entregó anudándolo a la punta de su espada. Los franceses querían que don Pedro cruzara el río para parlamentar, a ello les respondió que, ellos tenían una canoa de los indios y él no disponía de nada, lo mejor sería fuera ellos los que vinieran. Cruzaron varios uno de ellos dijo ser el Sargento Mayor del Virrey Jean Ribault, solo querían los buques para llegar al fuerte que estaba como a veinte leguas, para transportar a los trescientos cincuenta que eran, pues sus bateles se habían perdido en una gran tormenta, de paso el Virrey quería saber quiénes eran y quien estaba al frente de ellos. El Adelantado le contestó que, eran españoles cristianos del Rey Católico don Felipe II por orden suya estaba al mando de la tropa el que le hablaba, teniendo por nombre Pedro Menéndez, a su vez añadió que, el fuerte estaba en sus manos, habiendo sido degollados todos sus pobladores, excepto las mujeres y niños no mayores de 15 años, en el fuerte nada podían hacer, por ello le pidió se rindieran a él, (todo esto mientras caminaban al lugar donde el día anterior fueron degollados los doscientos franceses anteriores, yaciendo allí sus cuerpos), estando a la vista de tan horripilante escena le dijo mirara y viera el trato que por orden de su Rey estaba dando a los herejes. El Sargento aguantó bien el impacto, reaccionando pidiéndole poder regresar con él a la posición de los franceses, pues su jefe estaba muy cansado e impedido de viajar. Don Pedro le contesto: «Hermano, andad con Dios y dad la respuesta que os dan, é si vuestro General quisiere venir hablar conmigo, yo le doy mi palabra que puede venir é volver seguro, con hasta 5 ó 6 compañeros que traiga consigo, de los del su consejo, para que tome el que más le convenga» Comprobando el Sargento no era ningún infeliz don Pedro, no vio otra posibilidad que retornar a comunicar lo oído y visto. Media hora más tarde cruzaron el río Jean Ribault acompañado de ocho de sus principales, a quien don Pedro invitó a comer mientras conversaban. El francés no parecía convencido que el fuerte hubiera sido tomado por lo españoles, apercibo don Pedro ordenó traer a dos franceses tomados en él y que ellos le contaran la verdad, mostrándole infinidad de cosas las cuales solo era posible tenerlas si se había hecho, además de ser portadas por sus hombres como premio a su victoria. Al fin se convenció amparándose a que los dos Reyes eran cristianos, él solo quería regresar a Francia para ello solo le pedía los buques necesarios para regresar. Quiso el francés ganarse a don Pedro, pero éste le contestó lo mismo que a los anteriores, Ribault no vio otra solución que regresar a su orilla para tratar el tema con sus muchos nobles para decidir qué hacer. Embarcaron pasando a su parte, pasado un tiempo regresó Ribault, de nuevo quiso ganarse al Adelantado otra vez al menos para impedir su muerte y la de los nobles que le acompañaban, pues le dijo, le darían cien mil ducados, a ello don Pedro contestó: «Mucho me pesa si perdiese tan buena talla é presa, que harta necesidad tengo dese socorro, para ayudar de la conquista é población desta tierra: en nombre de mi Rey, es á mi cargo plantar en ella el Santo Evangelio» Esta respuesta hizo pensar a Ribault había una posibilidad de convencer a don Pedro, por ello añadió que si respetaba la vida de los nobles y la suya sería muy posible doblar la cantidad dicha. Don Pedro le dijo se fuera a su campo y lo trataran, él esperaría la respuesta, a pesar de ser casi de noche, decidiendo dejar la decisión para el día siguiente. La mañana siguiente cruzaron con la canoa los mismos, pero esta vez traían un estandarte Real, el del Almirante francés, dos banderas de campaña, entregó su espada, daga y celada todas doradas y muy buenas, así como una rodela, pistola y sello Real, para firmar los documentos en nombre del Rey de Francia, diciendo que con él cruzarían unos ciento cincuenta, pues los doscientos restantes al no estar de acuerdo con ellos, se fueron marchando durante la noche y nada podía hacer por hacerlos regresar. La escena se repitió, fueron cruzando de diez en diez y atándoles las manos, con la excusa de tener que andar cuatro leguas y no era conveniente las recorrieran de momento tan libres, así fueron llegando y se les ataba fuera de la vista de los que llegaban, reunidos todos volvió don Pedro a hacer la pregunta, si entre ellos había algún católico de verdad. Pero Ribault le dijo que todos profesaban la misma religión y comenzó a cantar el salmo «Domine memento mei», lo dejó terminar pues la orden estaba dada al capitán Diego Flórez de Valdés, les indicó se pusieran en camino y al igual que la vez anterior, cuando llegaron a la raya fueron todos degollados. A excepción de los atambores, pífanos y trompetas, más cuatro que sí confesaron ser católicos, siendo en total dieciséis personas las libradas de la muerte.

Veinte días después de estos sucesos volvieron a aparecer los indios, comunicando que a ocho días de camino y dentro del canal de Bahamas, en el cabo Cañaveral se estaban estableciendo muchos más cristianos como los que él había matado, volvió a darles sus regalos y se fueron tan contentos. Don Pedro ordeno que diez hombres con un bote a vela y remos se hicieran llegar al fuerte de San Mateo, para de su guarnición se vinieran ciento cincuenta. Mientras escogió otra vez a los primeros treinta y cinco, más al Maestre de Campo y los Capitanes don Juan Vélez de Medrano y Andrés López Patiño, quienes a su vez escogieron un total de otros ciento cincuenta. Seis días después de la noticia todos juntos oían misa, partiendo los trescientos en tres naves cargadas con víveres para cuarenta días a recorrer la costa, dándose la circunstancia que al parecer por las corrientes los buques no avanzaban más que un hombre andando por la playa. Así ordenó que la mayoría desembarcara para quitar peso de las naves para comprobar si coincidía al menos la velocidad de ambos conjuntos. Para dar ejemplo él fue el primero en hacerlo recorriendo con sus hombres la distancia a pie. Alcanzaron el punto al alba, pero desde el fuerte a medio construir los vieron y salieron todos corriendo a la selva, hizo sonar a un trompeta francés para que vieran no les haría ningún mal. Salieron unos pocos diciéndole preferían ser comidos por los indígenas que ser prisioneros de los españoles, pero aún así se rindieron unos ciento cincuenta, a estos como acaban de llegar el Adelantado los trato muy bien porque incluso ni los ató. Solo ordenó dar al fuego el fuerte, excavaron grandes hoyos y enterraron la artillería, pues era muy grande y los buques muy pequeños, así mismo destruyeron la nave a medio construir pegándole fuego, incluidas las maderas para terminarla.

No quería perder la ocasión don Pedro y dio orden para que los buques siguieran costeando, pues era seguro que por allí debía de haber alguna tribu y quería conseguir le dieran lugar donde asentarse, por estar más cerca de la isla de Cuba, así las naves encontraron como a otras quince leguas un poblado por nombre Ays, el mismo del cacique. Éste tuvo una demostración de aprecio muy importante, pues no solo no huyeron sus hombres, si no que por contra salieron todos a recibir al Adelantado, quien se llevó gran alegría de esta demostración de amistad. La falta de alimentos era el problema principal, por ello sus hombres le rogaron se acercara a la isla de Cuba con dos de ellos, para traerles comida pues era muy escasa evitando para evitar pasar hambre, ordenó embarcar con cincuenta de los suyos junto a veinte franceses, para aminorar las bocas a alimentar pues a todos se les daba la misma cantidad. La navegación no era fácil, pues la corriente del canal de Bahamas va en dirección Norte mientras ellos aproaban al Sur, no resultando una ruta fácil. Para terminar de arreglar el problema se quiso utilizar la aguja de marear dándose cuenta de estar partida, solo les quedaban cien leguas por delante sin ningún instrumento y con la corriente contraria, pero don Pedro no dejó el timón a nadie a pesar de acompañarle el piloto Mayor Juan Ribao, anduvo bastante bien siempre costeando, hasta decidir dar el viraje con rumbo al Sur, entonces avisó a la otra nave intentara no se separarse de la suya. Atravesando en canal se desencadenó una tormenta, pero con tanta suerte que la mar lo empujaba en la dirección correcta, pasadas muchas horas tuvo que entregar el timón, pero solo se lo dejó a un piloto francés, quien le había demostrado conocer la zona. Al amainar la tormenta, se dio cuenta que el segundo bajel estaba fuera de la vista, por ello continuó a su rumbo y tanto se había recorrido que se pasó del puerto de la Habana, solo cayó en la cuenta cuando vio otro buque de indios entraba en el de Bahiahonda, a los que dio alcance confirmándoselo, a estos el Adelantado les preguntó si llevaban comida, consiguiendo comprar de todo y en abundancia, pues eran cazadores llevando caza de sobra, siendo un gran alivio para todos, después de comer viró de nuevo arribando por fin al puerto de la Habana, pero esto no ocurrió hasta la noche siguiente, pues los vientos le fueron contrarios, viéndose obligado a navegar dando bordadas hasta alcanzarlo. Al ir a entrar el centinela le dio el alto, preguntó quién era y se lo dijo, le dejo casi con la palabra en la boca por salir corriendo a dar el aviso, don Pedro se mantuvo por un tiempo en la bocana, pero viendo tardaban decidió entrar, solo hacerlo comenzaron a disparar salvas todos los buques fondeados en el puerto por saber quién era, así se llevaron todos la mayor alegría arribo a un punto y soltó el ancla quedando fondeado, se arrió el bote bajando a tierra.

En el puerto se encontró con su sobrino, Pedro Menéndez Marqués, quien se había separado de la escuadra de don Esteban de las Alas y se encontraba en el puerto la escuadra de Asturias y Vizcaya a su mando, encontrándose todos muy tristes por dar por perdido al Adelantado, pero ahora el contento era mucho mayor. El mayor escoyo lo encontró con el Gobernador, don García Osorio quien nada le quiso dar a pesar de las varias entrevistas, pero se mantuvo en su postura inicial y no cedió basándose en que nadie le había ordenado hacerlo. (Una más de entre españoles. ¿Para qué queremos enemigos de fuera?) Don Pedro llamó a Consejo de Guerra de Oficiales acudiendo todos los jefes de sus buques a las órdenes de su sobrino, explicando que lo mejor era navegar hasta La Florida, desembarcar allí parte de la artillería y las provisiones posibles, para poderse mantener por un tiempo, después no quedaba otra que enviar buques a varios lugares del golfo de Méjico, para tratar de conseguir víveres para mantener las poblaciones fundadas en La Florida. Estuvieron todos de acuerdo y para ello nombró a su sobrino Almirante de la escuadra, quedando todos de acuerdo para estar listos en doce días, zarpando todos juntos. Durante este tiempo aún insistió al Gobernador, pero nada sacó en claro, por ello llegado el día fueron desplegando velas, levando anclas  y como el viento era de tierra, en poco tiempo pudieron estar todos fuera del puerto; navegadas unas leguas divisaron un buque el cual al verlos rápidamente se escondió en una ensenada, mandó a su sobrino para investigar esa actitud, al llegar abordaron el bajel no encontrando a nadie, dando por hecho estaban refugiados en las montañas cercanas. Don Pedro a voz en grito los llamó bajando uno de ellos, se dio cuenta eran españoles, mientras ellos eran portugueses, avisó a los demás de ello saliendo de sus escondites, al comprobar quien era le dijeron traían víveres y noticias del Rey de España, al acudir el jefe de ellos le informó que, el Rey don Felipe le enviaba a comunicarle que los franceses estaban armando una gran escuadra, para venir a combatirle, por ello le enviaba a mil quinientos hombre y diecisiete buques repletos de todo lo necesario incluida artillería de sitio, pensando que irían arribando lo largo de marzo. Ante esta nueva decidió quedarse en la Habana, a pesar de lo mal recibido por el Gobernador, pasando la ciudad, a los pocos días arribó al puerto don Esteban de las Alas, quien se había quedado por una tormenta apartado de la escuadra de su sobrino en la isla de Yaguana. Llegó con dos buques y doscientos hombres, siendo la alegría de los dos muy grande. Pero los buques venían maltrechos, ordenando don Pedro pasasen a ser reparados incluidos los dos con de su mando, a ellos se unió un bergantín al mando de don Diego de Maya, quien había hecho un tornaviaje entre la Habana y La Florida, para llevar víveres y bastimentos, compró en el puerto un patax francés y una chalupa nueva, así se compuso una escuadra de siete buques más para enfrentarse a los franceses en La Florida.

Terminadas reparaciones zarparon con rumbo a explorar las islas en ruta a La Florida, pues muchos buques se habían perdido en ellas, sabiéndose había un jefe indio el cual llevaba veinte años haciéndolos prisioneros y sacrificando a alguno todos los años para sus dioses, siendo demonios para los cristianos. Así dieron con él y después de muchas entregas de abalorios, espejos y telas nunca vistas por ellos, consiguió dejaran en libertad a varios de ellos, encontrándose entre ellos muchas mujeres, dándose el caso que algunas de ellas por no abandonar a sus hijos tenidos con los indios no quisieron embarcar,  escondiéndose en la selva para evitar ser separadas de sus vástagos. El cacique principal le dio incluso barras de plata como muestra de su amistad, le entregó a su hermana para ser educada en la religión católica, cuando regresará si le convencía él sería el primero en convertirse siguiéndole todos los suyos, pues estaba convencido era mejor ser católico que no indio. La hermana y demás liberados embarcaron en la nao de don Esteban de las Alas para ser transportados a la Habana, siendo entregada al tesorero a las órdenes de don Pedro, don Juan de Ynistrosa, para ser educada en la religión cristiana cuando estuviera preparada fuera bautizada, dando un plazo de cuatro a cinco meses, regresando para devolverla al cacique. Mientras tanto se fueron recibiendo a cuenta gotas más provisiones como una carabela de Nueva España, al arribar a la Habana se le ordenó viajar a La Florida, iba cargada de maíz, gallinas, miel y alpargatas, dado que las grandes distancias recorridas a pie por la zona destruía el calzado con facilidad. Este era uno de los varios buques que don Pedro estando en la Habana, mandó zarpar a buscar la ayuda que le era negada en la isla de Cuba por su Gobernador, esta carabela la había mandado cargar fray de Toral, obispo de Yucatán. En estos días en la colonia de San Agustín un grupo de hombres se amotinaron, apresaron al Maestre de Campo y a varios más de los capitanes incluido el tenedor de bastimentos, clavaron la artillería e intentando embarcar en la fragata, pero como en total eran ciento treinta hombres todos no podían ir. Hicieron un consejo entre ellos, nombraron a un Sargento Mayor, el cual eligió doce arcabuceros y seis alabarderos como escolta personal, así iban designando quien podía abordar la fragata. Al intentar abordarla él con su escolta todavía eran demasiados, ordenando desembarcar unos pocos, estos se revolvieron comenzando un pequeño enfrentamiento, momento aprovechado por el Maestre de Campo, para desasirse de sus ligaduras una vez libre desató a ocho de su capitanes y hombres, con ellos armados de arcabuces se dirigieron a los liados entre ellos, por eso no se apercibieron de nada, al llegar casi a su lado les dieron el alto haciendo fuego, muchos de los embarcados saltaron al mar, otros cayeron heridos. Como se vieron perdidos entregaron sus armas siendo maniatados y puesto bajo custodia de fieles, y buenos soldados. Acabada la revuelta regresando el orden, el Maestre de Campo formó Consejo de Guerra Sumarísimo al Sargento, condenado como era costumbre a pena de muerte por rebelión, ejecutada al instante siendo colgado de un árbol. Con ello se dio por terminado el motín, al día siguiente bajo palabra de cada uno de los presos y si faltaban a ella serían ajusticiados, los dejó en libertad pero con trabajos asignados de los cuales no se podían mover.

Al llegar don Pedro la población y fuerte estaban en calma, pero del disgusto el Maestre de Campo estaba en una litera al igual que su hermano Bartolomé, por llevar varios días sin comer ninguno lo cual fue remediado por el Adelantado al arribar con la escuadra de Esteban de las Alas, cuyos buques traían alimentos para todos, así se pudo restablecer el bien estar en la colonia. Hubo otro motín en el fuerte, de éste decidió el Adelantado dar permiso a los que quisieran irse, pero era una carabela solo podían embarcar como sesenta, eran tantas las ganas de irse que al final pudieron meterse cien. Don Pedro le dio la orden al piloto de llevarlos a Puerto Rico, regresando cargado con bastimentos y víveres, pero una vez fuera de la vista del Adelantado, los amotinados invitaron al piloto a navegar a la Habana. Desconocedores de las corrientes de la mar y las temperaturas, al ir tantos el propio calor les iba a hacer mucho daño, además de cambiar el lugar de arribada significaba ir contra corriente, ello se tradujo al ir tan cargada, en vez de tardar entre diez y doce días, consiguieron arribar transcurridos más de treinta, por sus causas la mayoría fallecieron en el viaje y según las crónicas, era más que milagro no murieran todos. Llegó don Pedro a San Agustín proveniente de las dos nuevas posiciones de Santa Elena y Guale, pues no se paraba de tratar de colonizar la península, fue informado que los indígenas no paraban de atacar, habiendo matado dos soldados estando de centinelas y en un ataque nocturno, consiguiendo dar fuego al almacén de la pólvora, por ello se quedaron con la que llevaban, aparte de perderse los lienzos para los regalos de los indios, más las banderas y estandartes tanto propios como los ganados, todo se había perdido, pues el viento reinante hizo levantarse muy rápido el fuego siendo imposible dominarlo. Como muestra de lo difícil de combatir a los indios, hay un documento que por su interés transcribimos: «…que como estos indios de La Florida son tan ligeros, y están ciertos que nos los alcanzan, son muy atrevidos en llegar cerca de los cristianos, é otras veces en aguardarlos, é al retirarse los cristianos, corren con ellos mucho peligro, porque tiran tan recio con los arcos, que pasa una flecha la ropa, e la cota que el soldado trae vestida, é son muy prestos en tirar: al disparar el arcabuz el soldado, primero que lo vuelva á cargar, por la ligereza que el indio tiene, júntase con él, y tírale 4 ó 5 flechas, primero que el soldado acabe de atacar el arcabuz, y en cuanto echa el polvorín para cebarlo, el indio se retira entre yerbas é bosques, que es muy buena tierra aquella, é mira cuando el polvorín hace fuego, é abájase, e como desnudo, se muda por entre las yerbas, y en disparado el arcabuz, sale el indio á diferente parte de donde se abajó cuando le querían hacer puntería, e son en esto tan diestros, que es cosa de admiración; é todos pelean escaramuzando: Saltan por encima de la matas como venados: no son los españoles, con mucho, tan ligeros como ellos; é si los cristianos los siguen, y ellos tienen miedo, caminan á la parte donde hay ríos o ciénagas de agua, que hay muchas en la costa de la mar, é como andan desnudos, pásanse á nado, porque nadan como peces, é llevan los arcos é flechas altos del agua, con una mano, porque no se les mojen, é puestos de la otra parte, empiezan a dar grita á los cristianos é reírse dellos, é cuando los cristianos se retiran, vuelven á pasar el río é seguirlos, hasta meterlos en el fuerte, saliendo por entre las matas, é flechando los cristianos, que cuando ven ocasión, no la pierden; é por esto se les puede hacer muy mala guerra, si no es yéndolos á buscar á sus pueblos, cortalles las sementeras é quemarles las casas é tomarles las canoas é derrocarles las pesquerías, que es toda su hacienda, para que dejen la tierra, ó cumplan sus palabras con los cristianos, porque se hacen amigos con ellos los caciques é los indios: haciéndoles buen tratamiento, cuando van á los fuertes de San Agustín é San Mateo, si no les dan de comer, vestidos, hachas de hierro é rescates, vánse muy enojados; rompen la guerra, matando los cristianos que hallan: son indios muy traidores, é que desta manera, á traición, debaxo de amistad, han muerto más de cien soldados los indios destos 2 fuertes de San Mateo é San Agustín, donde los franceses residían: son estos más traidores.»

Visto el problema de la vulnerabilidad de la posición don Pedro llamó a Consejo de Guerra de Oficiales para ver las posibilidad de cambiar el lugar de emplazamiento y hacerlo más fuerte. Al terminar se decidió hacer uno nuevo en la entrada de la barra siendo más inaccesible para los indígenas, pero al mismo tiempo estaba en mejor lugar para vigilar la entrada del cauce. Al siguiente día se fueron trasladando a la barra, se dividió a la gente en cuatro partes, para ello se utilizaron los dados (forma curiosa de imparcialidad) para evitar privilegios y cada uno acudiese a donde le había tocado. Mientras don Pedro y los oficiales iban trazando el perímetro del fuerte, al terminar el reparto y ellos el trazado, se comenzó a trabajar. Como debía de haber gente de vigilancia, solo se designaron a la construcción ciento setenta personas, mientras el resto se turnaba en guardias para protegerlos. El trabajo comenzaba a las tres de la madrugada (al amanecer) se paraba a las nueve para comer y recuperarse, volviendo a empezar a las dos de la tarde, cuando el sol no daba tan de lleno, manteniéndose en ello hasta las seis parando por comenzar a oscurecer. Era tal la organización y el buen hacer que en diez días la fortaleza quedó casi lista. Al menos la artillería montada en sus lugares, en su interior las casas terminadas, así como un nuevo almacén más seguro por estar a resguardo del alcance de las flechas incendiarias. El Adelantado regresó a la Habana a por más víveres pues este era el verdadero problema de La Florida por no haber lugar para la agricultura, o al menos el suficiente para dar de comer con holgura a las tropas y pobladores. A su llegada se entrevistó con un emisario del Rey, Valderrama, quien era de su Consejo, a quien contó todo lo ocurrido con el Gobernador, el cual había recibido quinientos hombres de refuerzo en la isla, pero eran enviados o de los perdidos en el primer viaje de su expedición y no quería darles pasaporte para La Florida. Pero a todo esto no le hizo mucho caso, solo le contestó lo hablaría con el Gobernador. Don Pedro salió muy desilusionado de la entrevista, por ello paso a visitar a Juan de Ynestrosa, tesorero de la isla y de La Florida, éste le calmó diciéndole trataría de ayudarle pues sus fondos personales no daban para más, pero buscaría ayuda entre los amigos de la isla para seguir enviando vituallas, en cuanto tuviera listo un buque zarparía con rumbo a La Florida. A su vez le comunicó también que doña Antonia (la hermana del indio que se había llevado para cristianizar) era una gran mujer, le quería mucho y estaba deseosa de volver a su tierra, para convencer a su hermano Carlos, explicándole los beneficios de ser cristiano, enterado don Pedro del hecho se fue a visitarla y se llevó varias sorpresas, pues los halagos de ella hacía él eran excesivamente cariñosos, consiguiendo no les dejaran solos y convinieron en regresar a su tierra en dos o tres días, pues los bajeles estaban casi dispuestos para dar la vela de forma que muy pronto se reuniría de nuevo con su familia. Llegado el día zarparon, a los seis días arribaron a su tierra donde se entrevistó a bordo con Carlos, a quien don Pedro le preguntó si quería hacerse cristiano como había prometido, él le explicó no podía ausentarse nueve meses de su tierra como su hermana, era demasiado tiempo y sus indios podían exterminar a los españoles, por ello lo pensaría y dentro de otros nueve meses regresase, así con los consejos dados por su hermana sabría si convertirse en cristiano o no. Viendo la firmeza del cacique el Adelantado se despidió de ellos, levaron anclas con rumbo al fuerte de San Agustín.

Al arribar a la zona divisaron un galeón fondeado en la desembocadura del río, como no se distinguía su procedencia se aprestaron las armas, al ir acercándose distinguieron enarbolaba pabellón del rey don Felipe II, se abarloaron a él y demandó el Adelantado se identificaran; se le contestó venían de España con bastimentos y víveres, así como otros catorce que se había adentrado y fondeado en el puerto de San Agustín y otros dos con igual carga en Santa Elena, y entre todos desembarcaron mil quinientos hombres en la fortaleza. La alegría después de la desesperación con la que venía por la negativa del Gobernador de Cuba fue enorme, fondeó en el puerto y se dirigió a entrevistarse con el Maestre de Campo su segundo al mando de todo. Éste le contó todo lo ocurrido en su ausencia, la muerte de los capitanes Martín de Ochoa, Aguirre y Vasco Zabal, así como cinco soldados, Fernando de Gamboa, Juan de Valdés, Juan Menéndez y otros dos, siendo de los que siempre estuvieron con don Pedro y les quería mucho. Todos ellos a causa de las flechas de los indios, por no tener más remedio que abandonar el fuerte para ir a buscar alimentos, de no ser por ellos todos habría fallecido de hambre. Lo curioso del caso fue que los recién llegados se negaron a entrar en la fortaleza y estaban acampados en los alrededores, razón que no tenía ningún sentido, por ello don Pedro llamó a Consejo de Guerra de Oficiales, fueron acudiendo todos incluido el General Sancho de Archinega, quien era el jefe de la flota de apoyo, acompañado de su Almirante Juan de Ubila, a quienes don Pedro recibió con mucho agrado. El general le entregó los despachos de S. M., sentándose un poco aparte para leerlos, al concluir le dio el enterado al general. Le comunicaron haber traído catorce mujeres, don Pedro se fue a verlas saludándolas a todas, quedando muy agradecidas por el detalle. Luego se dirigió al vicario a quien él había nombrado de los cinco clérigos encargándole cuidase de ellas, siendo trasladadas a una casa para estar solas quedando a resguardo de los posibles desmanes de sus hombres. Preguntó porqué se negaban a entrar en la fortaleza, respondiéndole que por falta de espacio para todos. Don Pedro lo tuvo fácil, se volvió a hacer el sorteo a los dados y la advertencia a los Oficiales, comenzando al día siguiente ampliar el fuerte para darles cabida, a su vez ordenó a trescientos trasladarse a San Mateo, teniendo previsto que otros quinientos fueran destinados a las islas de Puerto Rico, Santo Domingo y Cuba. Por ello al tercer día zarparon con rumbo a la península los dos galeones, al mando de su general y almirante, para llevar nuevas peticiones del Adelantado a S. M., así como el capitán Zurita a Puerto Rico, capitán don Rodrigo Troche a Santo Domingo y el alférez don Baltasar de Barreda a la isla de Cuba, dejando en San Mateo a su capitán don Gonzalo de Villarroel.

Ascendió por el río hasta San Mateo donde desembarcó y se cercioró que todo estaba en su lugar. Hasta aquí había llegado con tres bergantines y cien soldados, con la intención de continuar el curso del río hacía arriba para saber de él, pues hasta ese momento no había dado lugar a ello, quería explorarlo para saber hasta donde era navegable, si se podía ver donde nacía y de paso verificar todos sus ramales por donde discurrían sus aguas, pues podía ser una buena forma de unir varias poblaciones sin necesidad de salir a la mar y con pequeños buques poderse mantener las comunicaciones con mayor seguridad, lo malo iban a ser las diferentes tribus, como estaba contento solo quería hacer amigos y no enemigos, aprestándose a ello sin vacilar. Como a veinte leguas desembarcó, llevaba un guía quien a su vez hablaba las diferentes lenguas de todos ellos. Así llegaron a un zona donde el cacique era Hotina, pidiendo hablar con él, pero le dijeron le tenía miedo, solo le pedía hiciera lo mismo que cuando visitó Guale, donde llevaba mucho tiempo sin llover y al presentarse el Adelantado coincidió que cayó una buena lluvia. Don Pedro sonreía de este detalle, pero le advirtieron que solo le dejaba entrar en su territorio con seis soldados, hizo caso y solo ellos entraron en sus tierras,  justo al estar como a media legua del poblado comenzó de nuevo a llover, al llegar al lugar le dijeron que el cacique había huido aterrorizado, pues si el Adelantado era capaz de que Dios le hiciera caso, él no quería ni verlo por tener gran temor. En el poblado hacía seis meses que no caía una gota. Insistió don Pedro en saludarlo por ir en son de paz, pero se negó por darle miedo, mandando decirle que no era él suficiente para hablar con un Dios, le consideraba como a su hermano mayor, por ello podía visitar su tierra cuando quisiera pero a él no lo vería. No quedando otra se marcharon sin poderlo saludar, embarcaron continuando el curso, a partir de aquí la navegación se hizo más peligrosa, pues las aguas estaba más revueltas, lo consideró tan peligroso el Adelantado que ordeno a uno de los bergantines retornara a San Mateo, mientras él continuaría con los dos restantes.

Después de navegar otras cuarenta leguas llegaron a tierras del cacique Macoya, muy amigo de Saturiba, el gran enemigo de don Pedro, pero Macoya había sido avisado por Hotina, diciéndole no era nada de lo que decía Saturiba, pues a su pueblo se lo había ganado, fue recibido por Macoya, en una explanada donde solo le dejo llegar con seis de sus soldados, pero se entrevistó por medio del intérprete quedando como amigos, aunque por no enemistarse con Saturiba le dijo que no siguiera río arriba, pues se estrechaba mucho y sus naves no podrían pasar. De hecho había colocado una especie de muralla con troncos y cañas para impedirle el paso, pero el Adelantado no siguió el consejo, regreso a los bergantines continuando al llegar al punto donde estaba la barrera con los trocos los rompió y prosiguió. El guía le dijo que como a unas veinte leguas más arriba había un cacique quien le había hecho prisionero en una ocasión por nombre Ays, el río llegaba a una gran laguna como de unas treinta leguas de perímetro y de allí le salían dos brazos más, uno que iba a desembocar donde esta Carlos (el jefe y hermano de Antonia) y el otro desaguaba en los Mártires. Pero como a unas seis o siete leguas encontraron otro cacique, por nombre Calabay, con quien pasó lo mismo, (ya que las voces al parecer por la selva corrían más que los bergantines), se entrevistó con él y llegó al acuerdo igual que con los anteriores, pero ellos utilizando siempre el número de seis soldados presentes para la entrevista. Llegado al punto de tener falta de alimentos, don Pedro consideró que en la siguiente ocasión podría alcanzar el gran lago, se dejaron arrastrar por la corriente, mientras transcurría su navegar por cada pueblo que pasaban salían todos a saludarlos, de hecho en algunos se acercaban y le daban regalos, llegando de nuevo a las tierras de Hotina, quien está vez convencido de no hacerle ningún mal, consideró recibirlo pero de nuevo el ceremonial; se hacían llegar como a una legua con los cuarenta hombres que llevaba, pero estos debían pararse a medio camino continuando el Adelantado con los seis de rigor, cuando en las entrevistas al menos estaban presentes unos trescientos indios. (Se debía tener mucho corazón, valor y confianza en uno mismo y en los suyos para hacer estos trabajos.)

Llegaron a la población de Guale, en ella le dieron la noticia que su sobrino y jefe de la guarnición, don Alonso Menéndez Marqués había fallecido, al mismo tiempo le dijeron que esperase unos días pues muchos caciques querían adoptar la religión cristiana, por esta razón permaneció ocho días, en ellos recibió a quince, todos le pedían cruces y que dejara a cristianos, pues les estaban haciendo mucho bien. Decidió dejar un nuevo capitán con treinta soldados y personas cristianas que le acompañaba para impartir la religión a la población. Don Pedro parecía no poder estarse quito. Llegó a San Mateo donde se encontraba el bergantín enviado, reunidos continuaron viaje hasta San Agustín. Pocos días después estaban listos seis bajeles para ir a navegar en busca de piratas y corsarios, así como visitar los puntos de Puerto Rico, Santo Domingo y Santa Elena, donde estaba el cacique Carlos y don Esteban de las Alas de Gobernador de aquel territorio. Formando la escuadra: Don Pedro de capitán de su nao; el Maestre de Campo, de capitán de la suya y Almirante de la flota; de una carabela, como capitán don Juan Vélez de Mendrano; de otra como capitán, el alférez Cristóbal de Herrera (el que entró primero en el Fort Carolina con su bandera); de otra, el capitán don Pero de Rodrabrán; de otra, el capitán don Baltasar de Barreda; capitán de la fragata don García Martínez de Cos y al mando del bergantín don Rodrigo Montes, (éste es hermano del Maestre de Campo y uno de los primeros en entrar también en el Fort). Así quedó compuesta la escuadra, con dos naos, cuatro carabelas, la fragata y el bergantín, en total ocho buques, pero al parecer los dos pequeños no los contaban como a tales. Antes de zarpar arribó una carabela con la noticia para la que precisamente se estaba preparando; por haber zarpado de Francia una escuadra compuesta por veintisiete velas transportando entre marinería y tropa a unos seis mil hombres, al parecer se dividieron en tres escuadras, una de ellas había regresado a la isla Tercera, pero se desconocía el punto de destino de las restantes.

Dando comienzo una autentica carrera, zarpó con rumbo a la isla de Puerto Rico y después a la Habana, donde dejó tropa y artillería, regresó a San Germán, en esta ciudad se reunió con el gobernador y le pidió parecer, éste le contestó que lo mejor era fortificar la ciudad lo mejor posible, así anduvo de aquí para allá viendo alturas y lugares posibles de desembarco, al mismo tiempo dando las órdenes, para en cada sitio dejar una guarnición para ponerse a trabajar, así iba dejando a cien soldados y cuatro piezas de artillería en cada lugar que le parecía correcto. (Por lo leído, San Germán era una ciudad de la isla de Puerto Rico) Continuó su ir y venir, en una de estas visitas se fijó que el torreón de la entrada del puerto estaba en muy mal estado, encargando al capitán Juan Ponce de León lo pusiera en orden de combate. Al mismo tiempo con el patax, viajó a la Habana para repasar como estaba quedando todo, convencido de ello regresó a San Germán. Aquí estuvo poco tiempo, pues volvió a embarcar navegaron con rumbo a Monte Cristo, la Xaguana y Puerto Real, lugares en los que intentó dejar tropas no siéndole aceptadas, por haber sufrido unos desmanes de los franceses, en opinión de sus habitantes era mejor dejarlos pasar que oponerse, pues las consecuencias eran mucho peores. Pasó a Santiago de Cuba donde dejaron cincuenta arcabuceros al mando del capitán Godoy, con cuatro piezas de artillería de bronce junto a los pertrechos y víveres para un mes. Aquí se le unió parte de la escuadra, pues se sabía no estaban muy lejos los franceses y no era razonable dejar a su Jefe solo, zarpó la escuadra con rumbo a Cabo de la Cruz, Manzanilla y Bayán; en su rumbo tropezaron con cinco buques franceses contrabandistas, al verlos no dudaron lanzándose a por ellos siendo apresados, al registrarlos encontraron iban bien cargados de todo, en especial de dinero y cueros, siendo marinados a la Habana, donde reforzó la guarnición con doscientos soldados y seis cañones, al mando del capitán don Baltasar de Barreda. Para terminar de arreglar la situación, el indio Carlos parecía no estar ahora muy de acuerdo con la religión, a pesar de los buenos razonamientos de doña Antonia, (su hermana que había sido llevada a la Habana), pues estuvo a punto de matar al capitán don Francisco de Reinoso, quien se salvó por la reacción de sus treinta hombres. Al parecer no podía olvidar que llevaba 20 años su padre y él matando cristianos de ahí todo el problema. Quedando patente con el nombre la zona bautizada por los españoles al canal de Bahamas, ‹El mar de los Mártires› Arribó a esta costa don Pedro con seis bergantines, su llegada con más de ciento cincuenta hombres cambió la actitud de Carlos, de hecho el Adelantado solo iba allí por una razón, comprobar si el río que desembocaba en las cercanías era el que le llevaba al gran lago y por él buscar el cauce, para llegar a San Mateo y San Agustín. Por ello al encontrarse con la tropa encerrada en el pequeño fuerte le llamó la atención, como precaución realizó señales, el capitán Francisco de Reinoso fue a informarle de lo ocurrido, pero al mismo tiempo el indio Carlos llegó al bergantín capitana y subió a bordo, con grandes flexiones se deshizo ante don Pedro para que este no actuara en su contra. El Adelantado llevaba tiempo pensando que el indio Carlos no era de fiar, a pesar de que según decían ellos la india doña Antonia era la mujer de don Pedro, aunque nunca la tuvo, por eso convencido del peligro que representaba tener a tan pocos hombres allí y un fuerte pequeño, ordenó levantar uno mejor construido y más robusto, aparte de dejar a cincuenta hombres más y algunos ‹bersos›, para garantizar un mayor respeto a los españoles, con ellos dejó al Padre Rogel de la Compañía de Jesús para proseguir la labor comenzada por sus soldados.

Le llegó noticia a don Pedro, por la que el Gobernador de la Habana había hecho una de las múltiples suyas. (Esto es solo para dar una idea de las luchas intestinas, provocadas sin duda alguna por las envidias típicas de los españoles y demostrar de paso que nada o muy poco ha cambiado en el fondo de la razón.) El Gobernador llamó al capitán Baltasar de Barreda, quien junto a su alférez acudieron a la cita del Gobernador, este les hizo sentarse en una sillas y rodeados de todos los principales de la capital, comenzó por decirle había dado orden y bando de que sus soldados quedaran acuartelados, pues de lo contrario serian hechos prisioneros, el capitán pidió razones, el Gobernador le contestó que allí quien mandaba era él, dando un golpe en la mesa, acudieron dos alguaciles y ocho porquerones (2) intentando capturarlos pero el capitán echo mano a su espada y se defendió; el alférez al oír el ruido del choque de los aceros penetró en el salón viendo a su capitán tan apurado intervino espada en mano, así pudo el capitán salir de allí llegando a salir a la calle, donde por el escándalo acudieron varios de sus hombres, pero don Baltasar les dio orden de retirarse al cuartel y no salir de allí. Todo esto porque el Gobernador andaba con un tal Rodabán capitán huido del fuerte de San Agustín, con quien paseaba por las calles y comían juntos, a éste le acompañaban siempre unos veinte hombres, con sus mismas condiciones de desahuciados; pues de ser honrado el Gobernador por la denuncia presentada en la Audiencia de la Habana contra don Pedro, deberían de haber sido encarcelados y enviados a la península, pero como se unieron dos que solo querían el fracaso de don Pedro, para no quedar eclipsados por sus éxitos actuaban de esta forma tan ignominiosa. Arribó don Pedro a la Habana, se entrevistó con el Gobernador, analizó lo expuesto y dio por sentado que éste no había cumplido la Ley. Por ello una vez más la cumplió él, sacó del cuartel a unos cuantos soldados, yéndose a buscar a Rodabán quien se había dado a la fuga, pero el Adelantado entregando algunas monedas fue informado de donde se hallaba, fue a buscarlos y los capturó a todos dando la orden de ajusticiarlos. Pero saltaron como siempre algunos exponiendo que no tenía potestad para ello y aún menos poder para ejercer de justicia. Para complacerlos y no enemistarse más con los mandamases de la isla, los embarcó en una nao que zarpaba al día siguiente, fueron encepados y revisados los grilletes por el propio don Pedro, los dejó en la bodega dando orden de sólo darles de comer y beber, si les soltaban ellos no tendrían miramientos y los degollarían a todos los de la tripulación, siendo su perdición y la de España. Después de un mes en la Habana ocupado en intentar conseguir que las cosas funcionaran algo mejor embarcó con rumbo al fuerte de San Agustín. Al arribar se encontró con otro problema, pues el capitán Miguel Enríquez (de los enviados en el socorro) estaba desobedeciendo al Gobernador que don Pedro había nombrado, no siendo otro que su hermano Bartolomé Menéndez. Llegó a pedir el nombre para entrar en el fuerte al Alcaide, cambió los puntos de centinelas, permitió llevar armas en el recinto, se insubordinó al Gobernador quien quería castigar a uno de sus soldados por haberle desobedecido y se lo arrancó por la fuerza, todo en contra de las órdenes dadas por don Pedro. Como siempre no se lo pensó se fue cara a él, le puso la punta de la espada en el cuello, ordenó ser desarmado y atarlo de manos, lo llevaron al recinto del Gobernador presidido por don Pedro, se le formó Consejo de Guerra, se hicieron las instrucciones, se le dejó defenderse y se dictó sentencia, todo escrito por un escribano. Ésta era regresar a la península con los documentos del juicio, dejando al Real Consejo de Indias juzgara si era o no procedente las determinaciones tomadas y de ser así, les dejaba a ellos en nombre de S. M., el castigo a cumplir.

Mandó preparar una nao, para aprovechar el viaje pidiendo al Rey más hombres y contándole lo ocurrido en la Habana. Entregó el mando de la compañía del defenestrado al capitán don Francisco Muñoz y como lugarteniente de todo aquel territorio nombró a Esteban de las Alas. Aprovechó este Consejo, para decidir acabar con el cacique Saturiba, quien seguía haciendo de las suyas para declararle la guerra cumpliendo su palabra, pues le había amenazado en tres ocasiones sino dejaba de ofender a los españoles. Parar ello salieron cuatro compañías, la primera al mando de don Pedro y se internaron en la zona del mando del cacique rebelde, dieron esta batida matando treinta indios, sufriendo la pérdida de dos soldados, al anochecer regresaron a San Agustín. Al día siguiente se embarcó con rumbo al fuerte de Santa Elena, al arribar se encontró con el capitán al mando don Juan Pardo y a sus ciento cincuenta hombres, quienes le dijeron se encontraban muy a gusto en aquel territorio, los caciques querían hacerle su hermano mayor y abrazar la religión cristiana, pero don Pedro no podía entretenerse. Las razones, en Flandes se había levantado contra el Rey, él había salido hacía allí con tropas. Mientras aquí hacía ocho meses que no llegaba ningún buque con dinero para pagar a los soldados, estaban mal vestidos y peor alimentados, además no era solo La Florida la que estaba bajo su responsabilidad, sino además se le incluían las islas de Puerto Rico, Española y Cuba, para atender debidamente todo él no tenía dinero para soportar tanta carga, por ello decidió regresar a la península para hablar en persona con su Rey, después de enviar a San Agustín y San Mateo, refuerzos y comida se decidió a cruzar el océano de regreso. Para ello escogió la fragata, era del porte de unos veinte toneles, pudiendo navegar a vela ó remos ó los dos, siendo mucho más rápido el viaje. Se cargaron cincuenta quintales de bizcocho y abordaron el bajel por su orden; el Maestre de Campo, su oficial de guarda don Francisco Castañeda; el capitán don Juan Vélez de Medrano, por tener poca salud; los capitanes don Francisco de Copero, don Diego de Miranda, don Alonso de Valdés, don Juan Valdés, Ayala, alférez del capitán Medrano, Salcedo, don Juan de Aguiniga, don Antonio clérigo y el capitán Blas de Melro, así como otros hidalgos con ellos en total eran veinticinco, las personas de más compañía-confianza del Adelantado, así como unos buenos soldados prácticos en el remo, cinco marineros y completaban la dotación los dos capitanes, quienes debían de haberse embarcado con rumbo a la península, pero en la Habana nadie se quiso hacer cargo de ellos, siendo el del desmán de ésta ciudad Pero de Rodabán y el recientemente juzgado Miguel Enríquez. Todos iban armados a excepción de estos últimos, siendo en total treinta y ocho, zarpando el 28 de mayo de 1567. Puede dar una idea el dato de lo rápida que era la fragata, pues a los diecisiete días de navegación avistaron las islas Terceras, (suponemos fue todo un record para la época), arribaron a ellas comunicándole que el Rey estaba de viaje en la Coruña para embarcar en una escuadra con rumbo a Flandes. Decidiendo que lo mejor sería navegar en demanda de este puerto, a pesar de que los buques franceses e ingleses pudieran estar esperando a la caza de cualquier buque español, él les podría dejar atrás mientras que si navegaba con rumbo al Cabo de San Vicente, se podía encontrar con los bajeles a remo de los berberiscos y estos sí podrían darle alcance; aparte podía darse el caso de llegar a alcanzar a S. M., antes de haber zarpado.

Tomó la decisión de navegar con rumbo a Coruña, se encontró con vientos contrario, obligándole a echar los remos al agua con el consiguiente cansancio de todos. Pero lograron acortar las distancias con el puerto y como era de esperar, cuando solo les faltaban como tres leguas para arribar se encontraron con dos corsarios franceses y uno inglés quienes al verlo intentaron darle caza, pero tomó un rumbo contrario a ellos y favorable a la fragata, esto le permitió alejarse sin problemas, arribando de esta forma al puerto de Vivero a los dos días. Desembarcaron y pidió información sobre el lugar donde se hallaba S. M., le comunicaron seguía en la Corte, pues no tenían noticias de haber partido para la Coruña. Decidió enviar al alférez Ayala con los dos prisioneros, para ser entregados en la cárcel de la Corte y una carta de él para el Rey, en ella le decía que había vuelto y en breve se acercaría a la Corte para besarle las manos. Como dato curioso: Decidió al estar a tan solo veintiocho leguas de Avilés acercarse a ver a su familia, así se hicieron a la mar de nuevo, pero la fragata iba tan bien que recorrieron la distancia en un solo día, arribando al puerto pero caídas las tinieblas de la noche. Dio la casualidad que en el puerto hubieran diez buques de carga, al ver a aquello nunca visto pensaron eran berberiscos mediterráneos entrando a saquear la población, la reacción fue lo que no le gusto a don Pedro, pues abandonaron los bajeles, por sus causas uno se fue contra los bajos sobre la costa. Decidió quedarse al medio del puerto fondeado, hasta que pasada medianoche se acercó una nave a remos, pidiéndoles se identificaran, les respondieron era don Pedro Menéndez. Los del bajel les contestaron que a él le conocían y si les hablaba sabrían era cierto. Por ello don Pedro se levantó y les habló, pero primero llamaran a los capitanes de los bajeles que habían sido abandonados, pues quería hablarles a ellos, estos convencidos le saludaron y le dieron la bienvenida, dejándoles por ir a cumplir la orden. Con las primeras luces del día se apercibió que los buques estaban con dotación, pero sin sus capitanes no habiendo cumplido sus órdenes, por la desidia de estos se enfadó, abrió fuego de salva con sus tres piezas, al mismo tiempo tocaban los clarines y desplegaban un guión de damasco carmesí y su bandera de campo. Esto hizo ver a los capitanes quien era en realidad, comenzando a abordar sus botes y acercarse a la fragata, don Pedro les ordenó intentaran recuperar entre todos el bajel medio destruido en las rocas, cuando lo hubieran hecho se presentaran a él otra vez. Después se aclaró todo, eran cinco carabelas portuguesas cargadas de sal, tres barcos de pescadores, uno cargado con hierros siendo el que casi se había ido a pique y el restante cargado de madera. Por ello el Adelantado no les formó Consejo de Guerra, por considerar eran mercantes y nada tenían que ver como soldados, pero esto no les libró de una buena charla, con el punto final de que eso no debía de repetirse, aún en las peores condiciones pues era una demostración de cobardía y pérdidas causadas al Rey de España.

Al desembarcar, lo primero fueron los comentarios de los marineros y lugareños, sobre el tipo de buque que a pesar de su bajo bordo, había sido capaz de atravesar el océano y lo bien artillado que iba, más la cantidad de pendones, banderas y grimpolas que portaba. Don Pedro con todos los suyos se dirigió a la Iglesia a dar gracias a Dios y su excelsa Madre por tan rápido viaje, y lo bien que había funcionado todo, al terminar el oficio de la misa, se dirigió a su casa de la cual por sus largos periodos de embarco, pues había comenzado por ser el Capitán General de las armadas de Asturias y Vizcaya, de Flandes y de la Carrera de Indias, servicios que llevaba prestando desde los dieciocho años y en los cuales solo había estado en su casa cuatro veces, pero todos de muy corta duración pues el servicio de S. M., no daba para más. Siempre acompañado por todos los de la población al llegar a su casa lo recibió su mujer e hijas, los hermanos y sus sobrinas. De hecho en esta ocasión tampoco estuvo mucho tiempo, pues se puso en camino a la Corte a besarle las manos al Rey, refiriéndole todo lo conseguido: Le relacionó los combates contra los herejes de Ribault, habiendo reconocido trescientas leguas de las costas, descubriendo cuatro puertos con cuatro brazas de agua en pleamar, más otros veinte de dos brazas y media, junto a sus compañeros los había sondeado y marcado en unos mapas, marcando sus entradas y la extensión aproximada de todos ellos. Había hecho las paces con todos los caciques de esa zona, menos con un tal Saturiba, quien se había negado por completo y estaban en guerra con él. Había levantado siete poblaciones, de ellas tres con fortalezas y cuatro eran pueblos, siendo los fuertes los de San Agustín, San Mateo y San Felipe, pero a su vez en el interior había otros cinco, siendo: Ays, Tequesta, Cárlos, Tocobaga y el que mandó construir al capitán Juan Pardo, el cual aún estaba más tierra a dentro. El Rey se quedó muy a gusto por lo descrito, además en la entrevista le fueron presentados los seis indios con sus arcos y flechas, a los cuales S. M., les dio las gracias por haber hecho el viaje y así darle a conocer que grandes gentes eran. Pero como el Rey Prudente no dejaba de serlo, le refirió diera por escrito todo lo acontecido para ser entregado al Real Consejo de Indias, esto le permitió estar unos días en la Corte para cumplir la orden de escribir la relación de los hechos con la ayuda de escribanos. Así consta en documentos del Archivo de Indias de Sevilla, en ellos se lee que, el Adelantado después de relacionar los hechos contra los herejes, hace verdadero hincapié en los sucesos de la Habana y del comportamiento de los ‹cobardes›, quienes no solo se le fueron a dicha ciudad, sino que por sutileza “u otros motivos” el Gobernador llegó a creerles a ellos estorbando al Adelantado en todo lo que pudo, todo esto se tradujo que si no fuera por él, pues de hecho tenía bastantes problemas con mantener las colonias de La Florida, y en ningún momento pensó en atacar a sus propios compatriotas, las razones no eran de menor importancia estando a punto de plantearse hacerlo, pues no solo le impedían hacer las cosas bien, sino que perjudicaban a S. M. haciendo creer que los problemas eran de La Florida y no de España.

Don Pedro conforme iba contando como hombre avezado a estos menesteres, se iba fijando en las caras de los miembros del Consejo, le pareció que no le terminaban de creer que quizás estaba exagerando en sus palabras, con algún propósito oculto. Advertido de ello, al terminar su relación sacó de sus bolsillos unos papeles y comenzó a hablar: «Yo antes de ser Capitán General, contaba con dos galeones y treinta mil ducados, había realizado muchos viajes a las Indias y ganado mucho dinero, por lo que era una persona feliz y sin necesidades. Pero me llamó S. M. y me entregó el mando de las escuadras del Cantábrico, después me dio el mando de la expedición a La Florida, el cual acepté sin preguntar, en la preparación de la primera ida, me gasté un millón de ducados los cuales aun debo. Mis buques, zabras y pataches, en este tiempo me dieron otros doscientos mil ducados, y estos también han ido a parar para sueldos de tropas y capitanes, más los bajeles que se han construido, todo por que S. M. y sus ministros en ningún momento me han auxiliado; nunca cobré un maravedí si no estaba al servicio del Rey; mi sueldo como Adelantado, es el más bajo de todos los del mismo cargo; nunca he gastado en nada que no fuera preciso y hoy me encuentro, no solo pobre sin un maravedí, si no que tengo mis deudas sin pagar, que superan los novecientos mil ducados. ¡Esa es toda mi doble intención!» Por consejo de don Felipe II se cerró el caso sin más discusión, dándole un mes de licencia para permanecer entre los suyos, pues había quedado palpable era hombre de fiar nada esplendido ni mal gastador, fiel a mi persona y grata para el servicio de España. Añadiendo: el Consejo vería la forma de que el Adelantado pudiera recibir el dinero suficiente para pagar sus deudas, pues todas ellas estaban producidas por el buen servicio a su Real persona y la grandeza del reino.

Mientras esto pasaba en la Corte, pues no fue una resolución de un día, sino que pasaron casi dos meses en todo este proceso, (las cosas de palacio van despacio) sabiendo los franceses que don Pedro estaba en España, se decidieron a enviar una pequeña flota a recuperar sus anteriores posesiones. El jefe de los luteranos de Francia, un tal Domingo Gourgues, viendo que la Corte de su país no le prestaba ningún apoyo, decidió contratar tres bajeles con doscientos soldados y ochenta marineros dando la vela. Pero todo iba de engaño en engaño, pues a la gente contratada le dijo era para hacer un viaje al Brasil, lugar en el que él había estado varias veces y pretendía establecer allí una colonia de luteranos. Estos advirtieron que los rumbos no eran para llegar al Brasil, por ello le pidieron explicaciones, contestando no era a donde había dicho que iban, sino a recuperar sus colonias en La Florida pues mantenía un espía en ella, uno conocido por el nombre Pedro Bren, quien estaba en fraternidad con el peor enemigo de los españoles siendo muchos los descontentos, considerando era el momento de desquitarse de las atrocidades cometidas por el Adelantado español en aquellos territorios con sus feligreses. Arribaron al río Mayo ó de San Mateo, los españoles los vieron pero no les hicieron caso, porque al parecer llevaban banderas Reales españolas, por esta razón les dejaron el paso franco, consiguiendo llegar más arriba del fuerte de San Mateo, entablando conversaciones con Saturiba, quien a su vez convenció a otros caciques, por ello al unirse eran miles de indios con sus arcos y flechas. Se presentaron de noche ante el fuerte de San Mateo a pesar de la desesperada resistencia de los españoles, eran tantos que no pudieron pararlos logrando tomar el fuerte, del cual solo se salvaron unos pocos entre ellos su Gobernador el capitán don Gonzalo de Villarroel, su venganza fue en toda regla no dejando nada por robar o destruir, así como ahorcar a todos los españoles, aunque solo les quedara un último aliento. Lógicamente se llevaron la artillería, con toda su munición y los víveres, así como la pólvora. Pero el valiente de Gourgues temiendo la reacción de los españoles del fuerte de San Agustín, ordenó embarcar en dos bajeles que le quedaban dejándose arrastrar por la corriente, consiguió llegar al mar libre. La noticia fue llevada a San Agustín por el propio capitán Villarroel, quien mientras los luteranos se entretenían destrozando el fuerte, abordaron unas canoas de los indios teniéndose que esconder al ver venir a las dos naos, continuando posteriormente hasta alcanzar el fuerte, de donde zarparon a toda prisa varios buques españoles en persecución de los luteranos, pero era tanta la ventaja y por la rápida reacción de abordar y zarpar que no llevaban víveres para mucho tiempo, ello les obligó a dejar la persecución regresando a San Agustín. Los luteranos solo habían perdido ocho hombres más el bajel mencionado. Arribaron los luteranos a la Rochele, de aquí pasaron a Burdeos la artillería capturada del fuerte. Pero en la Corte no se les dio ningún recibimiento quedando Gourgues muy desilusionado, pero el asunto llegó al embajador de España en la Corte de Francia, quien demandó justicia, por ello el Rey francés ordeno se le buscara para ser juzgado, sólo se libró de ello porque el resto de su vida anduvo por todo el país protegido por los suyos.

Don Pedro continuó en la península hasta recibir el nombramiento Real, de Gobernador de Cuba y todos sus territorios anejos, se le entregaron doscientos mil ducados con la orden de desplazarse a Sanlúcar de Barrameda, donde le esperaba una nueva escuadra para conducirla a la isla en ella iban diez nuevos misioneros, nombrados por el Santo Duque Don Francisco de Borja. El buen tiempo les permitió hacer un agradable viaje arribando a la Habana, donde comenzó a trabajar, al tener los asuntos un poco claros quiso viajar a La Florida, al arribar se dirigió al fuerte de San Mateo apreciando de primera mano el destrozo causado por el luterano, pero no se cerraba aquí el problema, pues los españoles andaban casi vestidos como los mismos indios, padeciendo mucha hambre con cierto desorden y lo peor las tribus en estado de guerra. Peor panorama imposible. Ordenó atender las necesidades de todos ellos y para ello viajaron a la Habana varios buques, al poco regresaron con todo tipo de socorros para retornar a la normalidad, pero lo peor seguían siendo las muestras hostiles de las tribus. Para arreglar el problema ordenó a don Esteban de las Alas que con doscientas setenta y tres personas se dirigiera al lugar, distribuyéndolas a casi doscientas en el fuerte de San Felipe y las demás en el de San Agustín. A estos acompañaron varios religiosos, con ellos a su encargado el Padre Rogel, quien era conocido por los indígenas, con la intención de intentar de nuevo ganárselos poco a poco. De regreso a la Habana fundó un Seminario, para servir de guía de estudios e instrucción de todos los indígenas que quisieran abrazar la religión cristiana, teniendo un buen lugar de recogida, siendo nombrado superior el Padre Rogel, pero como éste estaba en San Agustín, nombró como a su segundo al más querido de todos los de la isla, el hermano Villareal. Habiendo tomado todas estas disposiciones embarcó de nuevo con rumbo a la Península.

Esto es parte de la biografía, aunque no le atañe directamente a don Pedro, sino al coste de vidas y grandes sacrificios que a veces ocurrieron de los cuales poco o nada se cuenta, y menos aún se escribe por eso lo incluimos aquí. Estaba don Pedro en la península, mientras el Padre Rogel se encontraba en Santa Elena, cuando recibió el Padre Segura a la sazón Vice-provincial, la orden de regresar a la Habana y llevarse él a los indios de las tribus de Saturiba y Tacatacuru, quienes querían ser cristianos e ir al Seminario para recibir las enseñanzas propias de la religión, pero no pudo hacerlo por andar los indígenas revueltos y en constante guerra, pero si se llevó al Padre Sedeño continuando viaje. Al arribar a la Habana se encontró con el Adelantado, acabado de regresar de la península, quien iba a pasar revista y llevar víveres a las fortalezas cumpliendo las órdenes recibidas, pero don Pedro le entregó unos documentos del Santo Duque don Francisco de Borja. Al ser leídos por el Padre Sedeño de inmediato se volvió a embarcar con don Pedro, pues el Adelantado no quería dejar en manos de nadie la custodia de los Padres, pues las cartas le decían debía de expandir la religión por toda provincia de Axacán. Al estar en alta mar, se declaró una epidemia nunca vista, gracias a los auspicios del Padre los que murieron lo hicieron en la Fe, y el estar muy cerca de La Florida les permitió al arribar atender a los enfermos, siendo por ello pocos los fallecidos, pero no se libraron de contraer la enfermedad el Padre Sedeño y el hermano Villarreal. Yendo en los bajeles el indio don Luis de Velasco, el cacique de la provincia de Axacán quien regresaba a su tierra después de haber conocido al rey don Felipe II, pues viajó a la Península y regresó con el Adelantado. Ante las promesas del indio don Luis, de querer extender la religión por todo su territorio, era la causa de los pliegos recibidos por el Padre Sedeño por eso se iban a esta provincia, en la creencia de estar a salvo dado que era una del interior y con poco apoyo de los fuertes, por lo difícil del terreno y la lejanía de ellos. Desembarcaron en Santa Elena donde se encontraba el Padre Segura esperándolos, unidos se pusieron en camino dirigidos por el indio don Luis, la ruta tortuosa con ciénagas y siempre mojados, así como muy pocos descansos por las premuras del cacique, al alcanzar la provincia de Axacán se envió a un indio emisario, para comunicar a don Pedro que estaban a salvo en la tribu, por ello éste que permanecía a la espera de la noticia, ordenó levar anclas y zarpar con rumbo a la Habana para seguidamente zarpar con rumbo a la península. Desconociendo don Pedro que mientras él tan convencido estaba de viaje, los padres eran asesinados por la mano del cacique don Luis, quien lo hizo con todos menos con uno, llamado Alonso quien se libró de la matanza gracias a un hermano del indio don Luis y en cuanto pudo lo pasó a territorio de otro cacique por ser fiel a la religión.

En 1572 zarpo del puerto de Sevilla al mando de la Flota de Tierra Firme, no hubo problemas de mención en el transcurso del viaje, pero al llegar a las costas de la isla de Cuba, en el golfo de las Yeguas sin que nadie pudiera advertirlo a tiempo el galeón San Felipe, comenzó a arder, siendo tan voraz la propagación del fuego que no se salvó nadie ardiendo por completo. Arribaron a la Habana tan solo el tiempo justo para desembarcar lo que para la isla se traía, se hicieron de nuevo a la mar con rumbo a La Florida, arribaron a la ciudad de San Agustín y en ella se encontró con que se habían celebrado ocho bodas de vecinos, comunicándole que en Santa Elena otras cuarenta y ocho, afirmando con estos datos era una realidad su trabajo inicial de poblar y expandir la religión cristiana. Le llegaron las noticias de la triste suerte corrida por los misioneros, lo que calificó de alta traición, por ello volvió a embarcar con ciento cincuenta hombres con rumbo a la provincia de Axacán, al arribar desembarcaron todos e inmediatamente se pusieron en camino tras una larga caminata alcanzaron la provincia; quedaba claro que el indio don Luis estaba advertido de su presencia, pero poco le importaba eso a don Pedro pues llevaba muy claras sus ideas de vengar la traición, demostrando que aun no estando podía volver tarde o temprano y quien incumplía la Ley sufría sus consecuencias, esperando que con este ejemplo la zona quedara por fin pacificada. Al llegar a la población principal efectivamente el indio don Luis no estaba, intentó comprar información pagando sumas de dinero para serle indicado donde se hallaba, pero no obtuvo ningún resultado eficaz, a cambio si le dieron los nombres de participantes en la matanza, aunque solo fuera sujetando a los misioneros; localizados y hechos presos, los juzgó y colgó de los árboles. Eran en total ocho, los cuales supuestamente eran convertidos al cristianismo por el Padre Rogel, a quien se ampararon y el Adelantado les dio tiempo para ser bautizados y confesasen para irse al otro mundo en paz con Dios, como así se hizo. Regresó don Pedro y envió por delante al Padre Rogel junto a sus compañeros, a quienes se había unido el que se salvó de la matanza, Alonso, con rumbo a la Habana. Don Pedro nombró Gobernador de La Florida a su sobrino don Pedro Menéndez Marqués y a su vez embarcó también con rumbo a la Habana. El nuevo Gobernador embarcó en cuatro bajeles y con ciento cincuenta hombres, se dedicó a recorrer sus costas visitando sus poblaciones y fuertes. Consiguió atraer a muchos indígenas a la religión, por ello aumentó el número de pobladores de los asentamientos. Descubriendo al mismo tiempo nuevas ensenadas donde se podían hacer más ciudades y puertos. Recibió la ayuda de nuevos religiosos, quienes poco a poco iban aumentando el número de los cristianizados. Al año de siguiente don Pedro fue llamado a la Corte por S. M., por ello cruzó de nuevo el océano, al alcanzar el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial para besar la mano del Rey, éste le dijo le necesitaba para poder llevar con conocimiento las cosas de Indias, quedando asignado a la Corte. Le fueron pagados un millón quinientos noventa y un mil doscientos maravedíes, por el socorro en su día a unos soldados de la corona y un tiempo después, se le pagaron otros seis mil ducados por parecidos motivos.

El Rey en secreto estaba preparando una escuadra fuerte, con destino a Flandes e Inglaterra, con la intención de acabar de una vez con las falsas religiones en esas tierras, pero su tiempo no era suficiente para atender todo, como era su costumbre, por ello decidió nombrar a don Pedro como Capitán General de ella, a su vez tenía que sustituirlo del mando de las Flotas de la Carrera de Indias, por su consejo se nombró a don Diego Flórez de Valdés en su lugar, así don Pedro se podía dedicar totalmente a este trabajo, al mismo tiempo como un gran honor para con don Pedro, el Rey ordenó fuera retratado y colgar su cuadro de las paredes de sus estancias, como el mejor general que le había servido. Don Pedro, como era habitual en él se dedicó de lleno a complacer al Monarca, pero como siempre con las miras de la grandeza de la monarquía, pero sin despilfarrar el dinero que siempre fue escaso. Al mismo tiempo, como Consejero Real nada ordenaba el Rey en los temas de las Indias que previamente no había contrastado con don Pedro, ello le llevó a mantener una correspondencia muy cotidiana, tanto con el Monarca, como con los Consejeros de Guerra, Estado e Indias. No en balde, don Pedro había conseguido que la navegación entre la península y las Indias, fuera algo cotidiano y normal, como muestra de ello él había cruzado el océano en cincuenta ocasiones, por ello había roto al conocimiento de todos y dando a la luz los entresijos de esta nueva ruta, demostrando no era un viaje de angustias y desesperaciones, si no casi un crucero normal como lo eran las comunicaciones en toda la península.

Una de sus decisiones fue abandonar las navegaciones de los buques de toda la costa norte peninsular, a las costas de Terranova para traer la sal, pues era evidente que los corsarios siempre las interceptaban y no solo se perdía el ansiado elemento, sino que con él se engrosaban de buenos buques los corsarios, quienes por su fácil aumento después se traducía en más apresamientos y la pérdida de más gentes de mar muy adiestradas, siendo ésta la necesidad más perentoria para la formación de una escuadra. A esta penuria constante en nuestra historia, se unía la de siempre, la falta de dinero, siendo otra constante de todo el devenir de la fortaleza de España en la mar. Pero ésta se pudo subsanar, pues por un escrito al Rey y las repetitivas demandas de don Pedro, S. M., tuvo a bien dar la orden para entregarle todo lo que pidiera, de esta forma logró completar una escuadra, con trescientas velas y veinte mil hombres. Por fin se reunió toda la escuadra, la celebración fue muy espectacular, pues hubo momento que toda ella disparó en salva y el rugir de los miles de cañones hizo temblar la ciudad. Se sintió enfermo siendo atendido por lo médicos de la escuadra, quienes diagnosticaron un “tabardillo violento” pero tanto que lo dieron por muerto, recomendándole aprovechara el tiempo para hacer el testamento, falleciendo el 17 de septiembre de 1574.

Lo del testamento era casi un broma macabra, pues habiendo llegado a ser una de las personas con más dinero de España, a su muerte no tenía un maravedí, aparte de haber empobrecido a toda su familia y amigos, por ello solo le dejó la casa a su mujer e hijos, para que por lo menos tuvieran un techo. Y surgió la verdadera amistad pues ninguno de sus parientes y amigos le reclamó nada, a ello se sumaba la pérdida de un hijo y dos hermanos en la empresa de la colonización de La Florida. Hablando por si solo de la grandeza de éste gran soldado de España, quien nunca se echó para atrás ni se arredró a proseguir por el bien del reino y su Monarca. El dolor fue muy grande en toda la población, tanto que cundió el desánimo y la escuadra se deshizo, porque a su vez el Rey no disponía de nadie más en quien confiar aquella magna empresa. Este fue don Pedro Menéndez Marqués, apodado el «de Avilés», por éste precisamente ha pasado a los libros de Historia.

El testamento fechado en la ciudad de Santander el 15 de septiembre de 1574 estaba cerrado y se abrió para saber cuáles eran sus últimos deseos, los cuales se cumplieron siendo los siguientes: Ser enterrado en la parroquia principal de San Nicolás en su ciudad natal de Avilés, pero no fue hasta el 8 de agosto de 1591, cuando fueron depositados en el lugar pedido por él, en el sitio reservado para su familia en el lado del Evangelio, empotrado en la pared a seis pies de altura y encima de él, el escudo otorgado a sus ancestros por el Santo Rey don Fernando; partido en su derecha un buque con proa de sierra, en acción de embestir las cadenas fijadas a dos castillos y en su izquierda, cinco flores de Lís. Para su transporte desde la villa de Llanes a su ciudad natal, se construyó un arca barreteada de hierro con sus aldabas y cerraduras, así cerrado, se introdujo en el lugar señalado, debajo de él hay una lápida, correspondiendo a su primogénito enterramiento siendo trasladada para colocarla en el segundo y definitivo, con la siguiente inscripción.

AQVI IAZE SEPVLTADO EL MVY YLVTRE CAVALLERO PEDRO MENEZ DE AVILES NATVRAL DESTA VILLA ADELANTADO DE LAS PROVINCIAS DE LA FLORIDA COMENDADOR DE SANTA CRUZ DE LA ÇARÇA DE LA ORDEN DE SANTIAGO Y CN GENAL DEL MAR OCCEANO Y DE LA ARMADA CATOLICA QUE EL SEÑOR FELIPE 2.º JVNTO EN SANTANDER CONTRA YNGLATERA EN EL AÑO 1574 DONDE FALLECIO A LOS 17 DE SETIEMBRE DEL DICHO AÑO SIENDO DE EDAD DE 55 AÑOS.

(1) En este punto nos vemos obligados a omitir todas las fechas, dado que las fuentes consultadas dan las mismas y curiosamente no hay error en las transcripciones, pero son harto difíciles de dar por buenas, pues su cronología falla, para ejemplo y que opine el lector. ¿Cómo es posible en ese año, si un buque zarpa el 28 de julio de la bahía de Cádiz, tarda cinco días en llegar a las islas Afortunadas, lo damos por bueno, pero el siguiente dato nos dice, alcanzó la isla de Puerto Rico, habiendo sufrido un temporal, ‹el día 9 de agosto otras cinco naves más›?, si zarpan el 28 de julio y arriban a las islas Canarias, en ellas se cargan las naves de nuevo, sufren el temporal y arriban a Puerto Rico por lo que dicen como mínimo el mismo 9. ¡O sea ya en 1565 cruzaban a vela el océano Atlántico en 7 días! Esto nos lleva a la conclusión de no aportar más fechas, pues si al principio ya no son exactas, el resto cuando menos son dudosas. Por ello y por el bien de la Historia, mientras no se puedan contrastar mejor, en esta biografía las omitimos por no ser creíbles a nuestro entender.

(2) Ministros de justicia.

Bibliografía:

Aguilar y de Córdova. Diego de.: El Marañón. Transcripción del códice del año de 1596 e impreso. Atlas. Madrid 1990. El códice se conserva en la Biblioteca de la Universidad de Oviedo.

Basanier, M.: Historie notable de la Historie de la Floride. 1566. Traducida al español por primera vez en 1992.

Gorgues, Capitán.: Historie memorable de la reprinse de I’Isle de la Florida. 1568. Traducida al español por primera vez en 1992.

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana. Espasa-Calpe. Completa 116 tomos.

Menéndez de Avilés, Pedro.: La Florida. Transcrita al castellano actual, por don Eugenio Ruidiaz y Caravia. Madrid, 1893. Premio de la Real Academia de la Historia.

Pi Corrales, Magdalena.: España y las Potencias Nórdicas ‹La otra Invencible ›. Instituto de Historia y Cultura Naval. San Martín, 1983. Premio Virgen del Carmen 1982.

Ribault, Capitán.: Decouverte de la Terra Florida. 1563. Traducida al español por primera vez en 1992.

VV.AA.: Colección de Diarios y Relaciones para la Historia de los Viajes y Descubrimientos. Instituto Histórico de Marina. Madrid 1943 a 1975. Siete tomos. Tomo II: Pedro de Valdivia 1540-50, Menéndez de Avilés 1565-6, Flores Valdés y Alonso de Sotomayor 1581-3, Bodega y Quadra 1776. Revisado por el capitán de fragata don Julio Guillén Tato.

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