Juan de Austria

Posted By on 30 de junio de 2021

Juan de Austria. Cortesía del Museo Naval. Madrid

Infante de España.

Generalísimo de la Santa Liga contra el Turco.

Gobernador general de los Países Bajos.

El 24 de febrero de 1545 vino al mundo en Ratisbona. Era hijo natural del rey Carlos I y de Bárbara de Blomberg, engendrado en estado de viudez del Rey, por ello siempre bien recibido por su hermanastro. (Aclaración para los mal pensados.) En algunas fuentes, se pretende hacer dudar de ello, diciendo que su verdadera madre «era también una Austria», comprando a Blomberg, para realizar el papel de madre ocultando así a la verdadera.

        A don Juan se le nombro como ayo a don Luis Méndez de Quijada, mayordomo del Rey, a quién se le entrego en el más estricto secreto. Don Luis lo llevó a una casa de labradores situada en Leganés, perteneciente a una de sus haciendas, aquí es donde para esconder su verdadero nombre, se le presento como Jeromín. En 1554 don Luis Méndez de Quijada lo traslado a su señorío en Villagarcía de Campos y allí su esposa, doña Magdalena de Ulloa, se convirtió en una verdadera madre para él. Don Luis Quijada, le envió a su esposa una nota en ella decía: «Es el hijo de un gran amigo mío cuyo nombre no puedo revelar.» A pesar de su corta edad se mostraba muy diestro con las armas, tanto como jinete, siendo enseñado en estas lides por el viejo escudero, de don Luis en sus campañas de Flandes, Galarza, quien al ver sus progresos influyo, en la decisión ya tomada de internarlo en un convento, logrando desviarla para seguir en el camino de los caballeros de armas, pues mostraba gran destreza y conocimiento de todas ellas, además de ser desde muy joven un gran líder, consiguiendo que amigos de juegos le siguieran como si en realidad se estuviera en una guerra. Como era un infante de España, además de enseñarle el manejo de las armas, también se le enseñaba historia, gramática e idiomas.

        Fue llamado por el Rey don Carlos I, su padre, cuando se encontraba en su retiro del monasterio de Yuste, presentado a su padre el niño al principio estuvo callado y correcto, pero al poco se soltó demostrando sus conocimientos y su gallardía, propios de un autentico príncipe, por ello don Carlos I, se quedó prendado de él al ver que era de su sangre y lo demostraba. Prosiguió viviendo con los Quijada, pero muy cerca de su anciano padre, a quien veía en algunas ocasiones, hasta que el 21 de septiembre de 1558 fallecía el rey don Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico. En el monasterio hay una inscripción colocada debajo del escudo real diciendo: «Su Magº. El Emperº. D. Carlos Quinto uno, señor en este lugar estava alentado. Quando le dio el mal a los trenta y uno de agosto a las quatro de la tarde. Fallecio a los veintiuno de setiembre a las dos y media de la mañana. Año del S. de 1558.»

        Fue informado el rey don Felipe II de la existencia de un hermanastro por el Gobernador, por ello le reconoció públicamente como hermano en el mismo año del fallecimiento de su padre; por orden del Monarca se le instaló en la Corte, le añadió su apellido siendo a partir de ese momento don Juan de Austria, se le dio una casa, bienes propios y tratamiento de Excelencia. Pero todo esto no le evitó, perfeccionarse en sus estudios con otros superiores y ser enviado a la Universidad de Alcalá en compañía de Alejandro Farnesio, donde los dos consiguieron alcanzar una gran cultura. Pero su cultura de las armas no las dejó de lado, a tanto llegaba su interés que en 1565, se fugó de la Corte sin permiso del Rey, con la sana intención de embarcar en la ciudad de Barcelona, en una galera de las que se estaba armando, para acudir al socorro de los Caballeros de Malta, quienes en esos momentos estaban siendo sitiados por sus eternos enemigos, los turcos. Estando en Fresno, un pueblo a unas seis leguas de la ciudad de Zaragoza, cayó enfermo de terciarias, por ello sus acompañantes le convencieron para regresar a la Corte consintiendo en ello; cuando estuvo recuperado, lo intento de nuevo, pero la escuadra había salido. Enterado de todo lo sucedido el rey don Felipe, no quiso intervenir en las decisiones de su hermano ni contrariarle, por ello le nombró Capitán General de los mares Mediterráneo y Adriático, aprovechando que el mando naval quedaba vacante al pasar a su casa por anciano don García Álvarez de Toledo, a quien sucedió, ostentándolo durante ocho meses.

        Dejó el mando naval porque el Rey le hizo volver, pasando a ocuparse del mando del ejército, para reprimir en 1569 la llamada rebelión de los moriscos de las Alpujarras encabezada por Abén Humeya; llevó a cabo su misión, aunque con algún revés, pero demostrando un gran talento militar, el cual sale precisamente y se demuestra cuando las cosas no salen del todo bien.

        En 1570 los Estados Pontificios, Venecia y España, firmaron la Santa Liga contra el turco, saliendo elegido para su mando como generalísimo don Juan de Austria. Más bien lo impuso don Felipe, por unas desavenencias ocurridas el año anterior con los venecianos y que volverían a suceder. Su nombramiento fue muy bien acogido, sobre todo por los españoles, pues por él sentían un gran entusiasmo, no sólo el pueblo, sino además las casas nobles de España. Indiscutiblemente era la cabeza mejor dotada tanto por conocimientos, como por su nobleza, para que nadie pudiera discutir su alto rango siendo más fácil que los demás príncipes le siguieran ciegamente, además contaba con la juventud que siempre da más arrojo y menos miedos, demostrado todo ello en la reciente guerra de las Alpujarras. Por ello el enfrentamiento entre Andrea Doria y Colonna quedaba zanjado, pues Andrea Doria no admitía recibir órdenes de segundos, quien no era otra cosa el general de las galeras pontificias y nombrado segundo de don Juan de Austria, pero al ser el segundo de un primero indiscutible ya no hubo más enfrentamientos. Los venecianos siempre tan suyos, tampoco admitían ser mandados por los dos anteriores, además de haber reunido casi la mayor parte de la flota de galeras, pues fueron ciento cincuenta en la jornada de Lepanto.

        En la primavera de 1570 el sultán de Turquía, Selím II, había preparado una gran flota de acometida contra occidente, comenzando por atacar la isla de Chipre, la cual en aquellos días pertenecía a la república de Venecia. La expedición cristiana se realizó en Otranto, pero el retraso de Doria en hacer aparición provocado por las disensiones anteriores, dieron el resultado de que Nicosia capital de la isla de Chipre, cayera en manos de los turcos el 4 de septiembre de 1570, siendo sus habitantes los que sufrieron el ensañamiento de los musulmanes con sus consabidas crueldades.

        La Santa Liga se había jurado el 27 de mayo, para a partir de él todos los firmantes participarían juntos en los enfrentamientos, para intentar neutralizar la expansión turca en el Mediterráneo. Cuando hubo recibido de manos del cardenal Granvela, legado del pontífice, el estandarte de la Santa Liga e izado en su galera, en el puerto de Nápoles, se hizo a la vela en dirección a Messina, donde se reunió la escuadra saliendo el 15 de septiembre. Su primer destino fue Corfú, por noticias de haber sido saqueado por los turcos el 28 de septiembre; la escuadra turca al mando de Alí Bajá de encontraba en aguas de Preversa. Mandó don Juan a la escuadra de don Gil de Andrade en misión de exploración, comunicando a su regreso la presencia de la turca en el golfo de Lepanto.

        El 7 de octubre de 1571 mando don Juan levar anclas a las dos de la madrugada poniendo proa al golfo de Lepanto. Al amanecer levaron anclas los turcos a sus doscientas veinte galeras, treinta y cuatro galeotas y veinte fustas colocándose en formación de media luna y en esta posición atacaron a la cristiana. Su distribución era; cuerno derecho cincuenta y cuatro galeras y dos galeotas, al mando de Mehemet Chuluk, quien entre los cristianos le llamaban “Siroco” bey de Alejandría; en el cuerpo de batalla, el más numeroso formaban noventa y dos galeras y cinco galeotas, al mando en su Sultana, el kapudan Alí Pachá; en su cuerno izquierdo; sesenta y seis galeras y veintisiete galeotas, al mando de Uluch Alí, bey de Argel y la escuadra de socorro con ocho galeras, dos galeotas y veinte fustas, al mando de Murad Dragut. Los cristianos iban en una división de descubierta, tres cuerpos y una reserva:  la división de vanguardia con ocho galeras al mando de don Juan de Cardona; el cuerpo derecho, cincuenta y dos galeras, al mando de Juan Andrea Doria y marcadas con grímpolas sinoples; el cuerpo de batalla o central con sesenta y cuatro galeras, al mando de don Juan de Austria y marcadas con las grímpolas azures, el cuerpo de la izquierda, con cincuenta y dos galeras, al mando de Agostino Barbarigo con grímpolas doradas y la reserva con treinta galeras, marcadas con las grímpolas blancas al mando de don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, más las cuatro galeazas que la división de vanguardia coloco delante de la flota.

        Sobre el mediodía, comenzó la terrible batalla, que dicho por don Miguel de Cervantes «la más alta ocasión que vieron los siglos», participó en ella a bordo de la galera Marquesa, perteneciendo a uno de los tercios de Tierra y Mar. Don Juan recorrió el ala derecha de la línea, para dar ánimos tratando de evitar decayeran, pues era el enfrentamiento entre dos culturas y formas de ver la vida, mientras el ala izquierda, fue recorrida por don Luis Requesens, contribuyendo y dictando órdenes. En esto detuvo su marcha don Juan ante la galera de Veniero, por ello perdonaba su abuso de autoridad al haber ordenado ahorcar, por una reyerta a unos arcabuceros de los tercios españoles, diciéndole: «Hoy es día de vengar afrentas, en las manos tenéis el remedio de vuestros males, manejando con brío y cólera las espadas.» y dirigiéndose a los españoles les dijo: «Hijos, a morir hemos venido; a vencer si el Cielo así lo dispone. No dejéis ocasión a que con arrogancia impía os pregunte el enemigo ¿dónde está vuestro Dios? ¡Pelead en su santo nombre!, que muertos o victoriosos gozareis de la inmortalidad.» A continuación ocupó su puesto en el centro, realizando auténticos prodigios y muestras de valor, cuando tuvo que batirse su Real contra la Sultana otomana. Hubo un momento en que los turcos llegaron al palo mayor de la Real, en cuyo momento don Álvaro de Bazán, quien había previsto el tremendo choque que se produciría en el centro, había ordenado se colocaran a la popa de la Real seis de sus mejores galeras, para que de proa a popa fueran abordando a la Real, reforzando a ésta, en ese mismo instante fue cuando don Juan, espada en mano se lanzó, con brioso y bizarro valor a defender su nave, con tal impulso de acometividad, llegaron al palo mayor de la Sultana, en el instante en que un arcabuzazo le diera de lleno en la cabeza a Alí Pacha, al caer muerto se izó una bandera con la cruz en el palo mayor de la Sultana. En la excitada atmósfera que se respiraba, alguien corto la cabeza del jefe muerto, a cuya acción don Juan reprendió duramente tan inútil crueldad.

        La intervención de don Álvaro de Bazán, tanto en el ala izquierda donde dejó parte de sus hombres de guerra, como su acción en el centro y estando aquí, viendo el gran hueco dejado en la línea por Juanetin Doria, pasó a cubrirlo y con otras de sus galeras apoyó el ala derecha, fue proverbial para el buen fin de la batalla, pues Uluch Alí, se separo de su centro tratando de envolver por la retaguardia a la escuadra, lo que en primer lugar fue a duras penas impedido por Doria, pero la llegada del Marqués de Santa Cruz y después la del propio don Juan, obligó al turco a emprender una franca huída a fuerza de remo. Conocedores de la rivalidad entre los capitanes de la flota cristiana, los venecianos reconocieron que, tanto la actitud del centro de la flota como la ayuda tan oportuna de la reserva al mando de don Álvaro, había contribuido al final feliz de tan encarnizado combate.

        Los turcos perdieron en el combate doscientas veinticuatro naves; ciento treinta fueron apresadas por los cristianos, el resto se fue a pique. Murieron veinticinco mil turcos y cayendo prisioneros tres mil quinientos, dando la libertad a su vez a doce mil cristianos, forzados al remo en las galeras otomanas. Los cristianos perdieron quince naves y ocho mil hombres, de ellos dos mil españoles. El 31 de octubre llegaron al puerto de Messina, los cristianos al mando de don Juan fondeando el mismo día. Todo lo que tenía de valor y arrojo en el combate, también era generoso con el vencido; fueron hechos prisioneros dos de los hijos de Alí Pacha, ordenó se les vistiera «a la turquesa manera» y fueran tratados como sus invitados, se les alojó en la mejor de las cámaras de la galera en la que iba ahora don Juan. Al poco murió uno por enfermedad, pidió que el pontífice intercediera por el otro sobre Venecia que le reclamaba, consiguiendo su propósito; facilitando fuera devuelto a su hermana Fátima, quien con gran humildad se lo pedía «por el ánima de Jesu Cristo» Una vez devuelto Fátima le envió unos ricos presentes, los rechazo, diciéndole: «El presente que me envió dexé de recibir y lo hubo el mismo Mahamut (que era el hermano cautivo), no por no apreciarlo como venido de su mano, sino porque la grandeza de mis antecesores no acostumbra a recibir dones de los necesitados de favor, sino darlos y hacerles gracias.»

        Quiso don Juan de Austria explotar el éxito obtenido en el combate de Lepanto y llevar la guerra hasta la Sublime Puerta o sea Constantinopla, para intentar liberar a los cristianos de Albania y Macedonia, pues estaban muy esperanzados de verse libres de la opresión de los mahometanos. Pero Venecia no estaba por la labor, arguyendo que los turcos podían haberse rehecho, pero más bien se negaban, para continuar los negocios con ellos evitando se vieran turbados por tanta hostilidad, pues podía perder un gran cliente. Un año más tarde efectivamente los turcos estuvieron en disposición otra vez de hacer frente a un nuevo ataque, todo por no seguir los Venecianos el parecer de don Juan, no obstante él prosiguió con su intento en solitario de acabar con el poder turco, por ello hubo otro encuentro, esta vez en Modón, pero no se llego a trabar combate, sólo se realizaron escaramuzas entre divisiones, pero en una de ellas y una vez más, don Álvaro de Bazán se cubrió de gloria, pues apreso a la galera de Mahomet Bey, hijo del dey de Argel, realizando la acción a la vista de toda la flota otomana, sin que éstos reaccionaran para defender a su jefe.

        Vistos los resultados Venecia se retiró de la Santa Liga, demostrando que los intereses comerciales primaban sobre los de la religión, por ello firmó por separado una paz con Turquía, provocando la indignación de don Juan, a tanto llegó que si el Rey no lo para hubiera acabado con la traidora República. El papado veía con ilusión se fundara un estado cristiano en el norte de África, esto llevó a don Juan a pedir a su hermano el rey don Felipe II, el proyecto de atacar Túnez y conquistarla, el “Prudente” Rey, se lo pensó un tiempo, pero ante la insistencia de don Juan, al fin consintió en ello. El 5 de octubre de 1573 fondeaba la escuadra española frente a la Goleta, don Juan llevaba ciento cuatro galeras, un centenar de transportes y en ellos a veintiún mil hombres de desembarco. De nuevo don Álvaro de Bazán fue el primero en desembarcar con los tercios, ocupó la Goleta y poco después Túnez, la cual se rindió sin haber disparado un tiro, por ello se cobró un rico botín, entre las muchas cosas había algo especial, pues se encontraba un cachorro de león, al que don Juan le puso de nombre «Austria» siendo tan dócil como un perro, pues le seguía a todas partes sin abandonarle nunca.

        A los seis días de haber tomado la plaza de Túnez, se presentaron unos emisarios con la entrega de un documento, por el cual la ciudad de Bizerta admitía su sumisión al monarca español. Regresó la expedición a España, habiendo previamente construido o reforzado, castillos y plazas fuertes, completamente guarnecidas con tropas españolas. Pero los rehechos turcos en 1574 volvieron a conquistar la Goleta, esta vez al mando de Uluch Alí, la resistencia fue tenaz y heroica, pues hasta no caer el último español, no pudieron entrar en la plaza. Don Juan de nuevo pidió a su hermano, le permitiera recuperarla pero el Rey ésta vez se negó, pues las envidias de los cortesanos, le habían hecho creer que lo pretendido por don Juan, era ser nombrado Rey de aquellos territorios, fundando así el país cristiano del norte de África separándose de España. Algo sencillamente impensable de poderse llevar a efecto por un solo hombre y encima hermano del Rey y en contra de España, cuando se estaba batiendo contra imperios mucho más poderosos, y lo mejor siendo derrotados todos sus grandes enemigos.

        En 1576 las cosas comenzaban a empeorar en los territorios de Flandes, por ello el secretario del Rey, Antonio Pérez, propuso fuera nombrado don Juan, accediendo por ello firmó la Real cédula de nombramiento el 13 de mayo, como Gobernador de los países Bajos. Su ausencia como general de la flota sólo iba a ser temporal y se nombró para su puesto al mando de ella al duque de Sesa. Aún así don Juan, quien a la sazón estaba en Nápoles no se dirigió a Flandes, sino a la Corte, vino a España y se entrevistó con su hermano, tratando de explicarle y hacerle comprender que su vocación eran las armas, no la política, pero el Rey no quiso escucharle, pues sus intereses estaban en alejarlo del Mediterráneo, para evitar que los rumores se hicieran realidad, por ello don Juan siempre obediente a su Rey, se puso en camino a los Países Bajos. Al poco de llegar le fueron presentadas, las proposiciones inspiradas por Guillermo de Orange, en los Estados Generales para los Países Bajos, éstas eran en grado sumo ofensivas a la soberanía ejercida por España, ello se tradujo en un estado de guerra general en todo el territorio. Don Juan llevaba a su gran amigo Alejandro Farnesio como segundo del ejército, se enfrentaron a los sublevados, siendo derrotados en la plaza de Namur, la rotunda derrota produjo un decaimiento en los enemigos, causando que las victorias se sucedieran. Pero la falta de higiene y la insalubridad de aquellos terrenos, en su mayoría pantanosos provocó una epidemia de peste entre sus tropas, viéndose obligado a paralizar las operaciones militares.

        El 16 de septiembre de 1578 estando en la plaza de Namur, sitiándola con sus fuerzas se sintió gravemente enfermo. Esto le indujo a disponer sus últimas voluntades, siendo mucho sentido común y por ello nada escandalosas; pues concedía una pensión a sus servidores y le pedía al Rey guardase de doña Bárbara de Blomberg; añadiendo muy humildemente, rogándole a su Rey y hermano que sus restos fueran depositados en El Escorial, lo más cerca posible de los de su padre el Rey don Carlos I, si el monarca no disponía otro lugar o inconveniencia. El 1 de octubre mes de la gran victoria del combate de Lepanto y estando en los brazos de su viejo y querido amigo don Alejandro Farnesio, después de haber sido preparado para el tránsito final, tan católica y devotamente como lo había hecho en vida, entregó su alma a Dios, en un mísero palomar de la población de Bouges muy cerca de Namur.

        Su cadáver fue paseado a hombros por sus fieles maestros de campo, por delante de todo el ejército, quienes arrastraban las picas y las negras banderas. Dejó dos hijas naturales; doña Juana de Austria y doña Ana de Austria, siendo la primera hija de doña Diana de Falanga, señora de Sorrento y la segunda, de doña María de Mendoza, siendo ésta quien se retiró a la vida monacal en las Huelgas de Burgos, monasterio en el que falleció siendo abadesa.

        Han corrido ríos de tinta sobre su persona, pues de los grandes Señores, siempre hay grandes leyendas y casi por entero mal sanas. Se ha escrito que su ambición era tan grande que pretendió crearse un reino el Albania, fundar un estado cristiano en Túnez, intentar casarse con la reina de Escocia, María Stuard, incluso el proponérselo a la mismísima reina Isabel I de Inglaterra y que soñó con hacerse príncipe de los Países Bajos, a consecuencia de todo esto, tampoco lo dejaron tranquilo después de muerto, pues se difundió el haber sido envenenado, por todas sus pretensiones señalando al Rey como inductor de ello, otros dicen fue el secretario del Monarca don Antonio López, pero nada hay demostrado, ni de las causas y de los efectos del veneno. Por no existir pruebas fehacientes, hay que deducir que habiendo sufrido de terciarias ya de joven, su salud no estaba preparada  para soportar la insalubridad de Flandes, no habiendo más que considerar su muerte por causas naturales, mientras alguna prueba científica no demuestre lo contrario. Vander Hammen, historiador de Flandes, describe a don Juan de Austria: «Inclinado a lo justo, de agudo ingenio, agradable, cortés y gran honrador de las letras.», en cuanto al físico: «Era de temperamento sanguíneo, señoril presencia y algo más que de mediana estatura…tan fuerte, que armado andaba como si nada llevase sobre sí. Excelente hombre a caballo. A su faz asomaba la nobleza de su alma; frente amplia, clara, espaciosa, los ojos grandes, despiertos y garzos y con mirar grave y amoroso; hermoso rostro y poca barba, lindo talle y airoso.» Algunos dicen; seguro llevados por la envidia que su carácter era altivo, pero se trocó por orgulloso y caprichoso. Si no hablasen las malas lenguas y así hubiera sido, tendría una gran disculpa, pues su principio fue de aldeano en Leganés, pasó a ser acogido en una gran casa de nobles en Villagarcía de Campos y de pronto se sabe hijo del Rey más poderoso de su época, ¿no es para cambiar la vida de cualquiera? Pero en contra de esta afirmación demostró ser tan prudente en el consejo, como valiente en el combate: siendo tan prudente que a los generales puestos bajo su mando, quienes todos tenían canas y callos en las manos de empuñar las armas, los dejó asombrados con las órdenes dadas, por su propiedad, corrección y justicia.

        La inscripción en el mausoleo de don Juan de Austria en el monasterio de El Escorial, en el panteón de Infantes de España, son las palabras dichas por el Papa Pío V, (Luego Santo) al repetir las palabras de San Juan Evangelista.

«Fuit homo missus a Deo, cui nomen erat Joannes.»

«Hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan.»

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