Álvaro de Bazán y Guzmán

Posted By on 6 de junio de 2021

Álvaro de Bazán y Guzmán. Cortesía Museo Naval. Madrid.

Capitán general del mar Océano y de la Gente, de a pie y a caballo del reino de Portugal.

Capitán General de la Galeras de España.

Capitán General de las Galeras de Nápoles.

Capitán General de las Galeras del Estrecho. Después llamada de la Avería.

Grande España.

Caballero Cruzado de la Orden Militar de Santiago.

Comendador Mayor de León en la misma Orden.

I Marqués de Santa Cruz de Mudela.

Señor de las Villas del Viso y Valdepeñas.

Consejero de Su Majestad.

Su abuelo primer Álvaro de Bazán conquistó en 1485 la villa de Baza, dejando el camino libre para que las tropas llegaran a los muros de Granada. Su padre 2º Álvaro de Bazán, defendió a Carlos I en el levantamiento de los Comuneros; estuvo al mando de las Galeras de España muchos años; fue el inventor del Galeón; mandó la escuadra que deshizo a la francesa en Muros; continuó mandando la escuadra de Galeones del mar de Poniente, participó en la toma de la Goleta y Túnez; apresó muchos buques incluso al propio Barbarroja; por un mal entendido dejó el mando de las Galeras de España y se dedicó a servir al Rey bajo la firma de asientos, estuvo al mando de las cuatro escuadra que se reunieron, para trasladar al entonces Príncipe de Asturias (don Felipe) en su viaje a Inglaterra para contraer matrimonio con la reina María Tudor.

Su padre como hemos dicho era don Álvaro de Bazán y Manuel, su madre doña Ana de Guzmán, hija del conde de Teba y marqués de Ardales, viniendo al mundo el 12 de diciembre de 1526, en el barrio del Darro (actualmente Los Cármenes) en Granada, por haber sido nombrado su padre Capitán General de las Galeras de la guarda de Andalucía, las cuales serían posteriormente las mismas que se denominaron de España, por ello su casa y cuartel general se encontraba en la ciudad junto a toda su familia.

Es de suponer que en sus primeros meses estuvo a cargo de su madre, pero dado que era el primogénito y heredero del Mayorazgo, para su educación se le buscó un ayo, siendo escogido don Pedro González de Simancas, quien como juego comenzó pronto a manejar la espada y la hípica, compartiendo sus primeras letras, quien no olvidó pasado un tiempo darle lecciones de más nivel, como el latín, algo de griego antiguo, el francés y el árabe, sin olvidar las matemáticas, altas nociones de cosmografía y geografía.

Mucho debía ser el aprecio de don Carlos I, cuando le concedió el hábito de Santiago con tan solo dos años y tres meses, por Real cédula fechada en Toledo el 8 de marzo de 1529. En el documento a su dorso levanta el acta el escribano de S. M. don Pedro de Quesada, fechada en la ciudad de Guadix donde se cuenta que los caballeros don Francisco Pérez y el prior don Andrés Fernández, quienes en el monasterio de Granada: «…e tomando la dicha carta e provisión en sus manos e la besaron e pusieron sobre sus cabezas con las reverencia e acatamiento debidos…» fue armado caballero por Francisco Pérez: «…se le calzaron ispuelas doradas e ceñiéndole espada e faciendo otras ceremonias que allí pasaron…» pasando a manos del prior don Andrés Fernández, para vestirlo con el hábito seglar: «…e le vistió un abito blanco con la cruz e abito de la dicha orden e faciendo las solemnidades e ceremonias e dándole las bendiciones que en tal caso se suelen dar…»

Se cuenta que, a pesar de tener tan poca edad sufrió toda la ceremonia sin dar nada que hablar, con un estoicismo que parecía era consciente de la solemnidad del acto. Por su corta edad no pudo permanecer el año obligatorio de estancia en un monasterio para pertenecer de verdad a la Orden, marcándose lo haría al llegar a los catorce años, pero sus prontas necesidades de prestar servicio al Monarca, retrasaron esta obligatoriedad nada menos que hasta 1568, cuando ya contaba con cuarenta y dos de edad.

Permaneció en su casa de Los Cármenes hasta 1529, viajando hasta su nuevo hogar en el peñón de Gibraltar, allí descubrió la mar y ya no se despegó de ella. Mientras proseguían las clases en casi todas las materias conocidas, sin dejar la espada y la montura, pasaba el tiempo y el niño comenzaba a dejar de serlo, de hecho como muestra del agradecimiento de don Carlos a su padre, nombró al hijo por Real cédula fechada en Madrid el 2 de mayo (fecha inolvidable por varios motivos) de 1535, por la que era nombrado: «Alcaide del Castillo de Gibraltar» contando tan solo con nueve años. Como es lógico el niño no estaba preparado para tomar ese mando por ello el Rey en el documento añade: «…tuviese el padre la tenencia, salarios, derechos y juramento de fidelidad hasta que el hijo entrase por sí mismo…»

Pero su padre no se paró por ello, pues comenzó por ampliar los muelles y montó el astillero, de donde salieron no pocos de sus inventos, los galeones, ya que desde sierra Carbonera se bajaban al astillero las maderas, bien los tramos que no se podía utilizaban los equinos, bien por los cauces de los ríos Guadarranque y Palmones, surtiendo así de todo lo necesario para mejor servicio de España. Al alcanzar la edad de doce años el padre decidió era hora supiera lo que era una nave, por ello en 1538 lo embarcó como su ayudante en las propias, sufriendo los primeros síntomas de lo que significa marearse por falta de costumbre, comprobando no estaba hecho lo mantuvo a flote constantemente, al mismo tiempo se le ordenaban los trabajos como a cualquier marinero, para aprender de verdad el arte de marear. En poco tiempo consiguió hacerlo un avezado marino, pues desde bien pequeño había demostrado aprender rápido.

El 1 de marzo de 1543 el Rey le expidió una Real Provisión nombrándolo en desagravio (dado que sus cuentas investigadas por los secretarios nada había encontrado de sus supuestas malversaciones o robos de las cuentas de las galeras de España) a don Álvaro de Bazán, como jefe de una escuadra que él mismo debía aprestar, estando destinada como guarda del mar de Poniente y de sus villas, y ciudades costeras extraer los vasos, así salieron de Guipúzcoa, Vizcaya y las Cuatro Villas, designando don Álvaro a Laredo como base principal de ella, con la orden del Monarca de transportar a Brujas al maestre de campo don Pedro de Guzmán, quien con sus dos mil hombres debía llegar a Flandes, al mismo tiempo dar protección al tráfico marítimo, el cual siempre estaba siendo molestado por los franceses. Un tiempo después don Carlos I viajaba a las mismas tierras protegido por la misma escuadra.

Para cumplir la Real orden casi no le hizo falta ni moverse, solo envío emisarios y en unas semanas su escuadra alcanzó los cuarenta buques, teniendo todos ellos entre las doscientas y quinientas toneladas, escogió quince zarpando con rumbo a Brujas dando escolta al convoy trasladó al Tercio sin ninguna incidencia. Al regresar en junio siguiente, como era lo mandado debía llevar tropas en sus bajeles, para ello eligió al Tercio del maestre de Campo don Diego García de Paredes, (no el de la conquista del virreinato de Nueva España porque había fallecido) formado por otros dos mil hombres.

El 8 de julio de 1543 le llegó un correo de don Sancho de Leyva, Gobernador de Fuenterrabía, porque sus vigías situados en las alturas de Jaizkibel habían visto pasar no lejos de la costa una escuadra francesa con treinta velas, habiendo dado la vela desde el puerto de Bayona con rumbo al Oeste, reforzada con quinientos cincuenta arcabuceros escogidos de la «legión», llevando a remolque dos naos vizcaínas apresadas. Por la rapidez de los acontecimientos, Paredes no había podido reunir toda su tropa y solo contaba con mil hombres de nueva recluta, por ello inexpertos.

Don Álvaro envío un mensajero a Leyva reclamándole tropas, éste envío a los arcabuceros al mando del capitán don Pedro de Urbina, sumando unos quinientos. La escuadra francesa aunque alistada por el vicealmirante De Burye, estaba al mando del que se consideraba en aquellos momentos el mejor marino francés, Jean de Clamorgan. La escuadra enemiga continuó su navegar pasando el 10 frente a Laredo, cuando don Álvaro todavía no había recibido el apoyo pedido, por ello no pudo cortarles el paso, optando por dejarlos pasar. Pero los franceses tampoco se dieron cuenta que allí estaba la armada española, si se hubieran fijado y advertido de ello, la podían haber atacado y quizás destruido, esto favoreció a don Álvaro. (En la guerra no se pueden cometer fallos. Nunca perdonan.)

Continuaba a la espera de los refuerzos, cuando por correos seguidos se enteró del ataque y saqueo de las Villas de Laja, Corcubión y Finisterre. A ello se sumaba que en la costa no había tropas para defenderlas, pues el Gobernador conde de Castro, por no tener suficientes hombres había decidido internarse hasta Santiago, para proteger el tesoro de su catedral. Al llegarle este último mensaje el 18 de julio, lo hicieron a su vez los hombres de don Pedro de Urbina, quienes embarcaron sin descansar y se hizo a la vela inmediatamente, sacando los vasos uno a uno con los botes por tener vientos contrarios. Pero al estar fuera de puntas y doblado el cabo Mayor el viento era en parte favorable, comenzando a largar velas, se iban reconociendo todos los lugares posibles para evitar se escondiera la escuadra enemiga y ser atacados por la popa, pero no la hallaron, arribando al cabo de Peñas, para arrumbar al de Estaca de Bares donde se recaló, zarpando lo antes posible alcanzando el cabo de Ortegal, aprovechando los vientos llegó a Toriñana, continuando hasta divisar los picos de Curote y Fanequeira, siendo en este momento cuando una nave a remo de Noya se acercó a la capitana, informándole de lo que estaba ocurriendo en Muros.

Informado dio la orden de navegar rumbo a Muros, era el 25 de julio (festividad del patrón de España, fecha en la cual España no había perdido nunca un combate, ello llevó a don Álvaro a gritarlo a las dotaciones para correr la voz, éstas se enardecieron por la segura victoria) no era fácil entrar en la ría a la velocidad que iban, pero los pilotos eran de la zona, conocedores por tanto de sus problemas y marcaron unos rumbos muy adecuados, así pronto quedaron atrás los Bruyos y Meixidos, un poco más tarde Ximiela por una banda y por la otra Basoñas, aproando al monte Louro, donde pusieron rumbo directo a Muros.

Pronto divisando la escuadra francesa sobre Muros, tratando de un rescate para no ser destruirla la Villa. Luego se supo que las conversaciones las alargaron todo lo posible en espera de la escuadra de don Álvaro y estaban llegando al trato final por doce mil ducados cuando apareció la deseada escuadra. La francesa casi toda permanecía fondeada, al ver aparecer a la española a todo trapo, picaron los cables e intentaron entrar en combate lo mejor posible, pero la estrechez de la ría no les permitió conseguirlo. Don Álvaro se fue directo a pasar por ojo a la capitana francesa al mando de Jean de Clamorgan, consiguiéndolo en el centro del buque enemigo, donde casi se incrustó aprovechando para ser abordada, el golpe fue tan fuerte que la proa de la española también sufrió el encontronazo, en el combate seguido murieron cien españoles, de los franceses quedaron muy pocos.

Una nao francesa, la del mando de Hallerbarde intentó prestar ayuda a su capitana, pero fue aferrada por la de don Álvaro, sobre la cual saltaron las tropas españolas y la rindieron en muy poco tiempo. Mientras había ido entrando en combate el resto de buques generalizándose la refriega. Tuvo una duración de dos largas horas, en ellas ambos contendiente se batieron con valor, pero la fuerza de los españoles se fue imponiendo y al terminar el fuego, los franceses había perdió el galeón capitana hundido, veintitrés se rindieron y solo uno pudo zafarse, más bien don Álvaro lo dejó ir para que llevara la buena noticia, murieron unos tres mil hombres, en la española trescientos siendo heridos otros quinientos sin ninguna pérdida de buque.

En este combate por primera vez participó como ayudante de su padre, el futuro marqués de Santa Cruz quien en estos momentos contaba con quince años y ocho meses de edad, pero se batió como el primero demostrando sus buenas formas, manchando por primera vez su espada de sangre enemiga. Esto puede dar una idea de lo encarnizado del enfrentamiento, pues en algo más de dos horas por ambas partes fueron heridos o muertos casi cuatro mil efectivos, no dejando lugar a duda la dureza del combate.

Los buques capturados fueron llevados al puerto de Coruña, se desembarcó todo lo que llevaban y se clasificó, así los que había sido robados por los franceses pudieron reconocer sus pertenencias, siéndoles devueltas, luego vino el reparto del resto. Mientras don Álvaro envió a don García de Paredes a comunicar al Rey la gran victoria y el capitán Navarrete hizo lo propio con el Príncipe de Asturias, futuro don Felipe II. A su vez el Rey ordenó a su Secretario don Gonzalo Pérez escribir con los datos de la victoria, al embajador de España en la República de Venecia don Diego Hurtado de Mendoza, para ponerlo en su conocimiento.

La carta se encuentra en la colección Muñoz en la Academia de la Historia y dice: «Estando escribiendo esta, ha llegado un capitan enviado por Don Álvaro de Bazan, capitán general del armada que anda en el mar de poniente, con el cual nos escribió que habiendo tenido nuevas como cierta armada del rey de Francia había saqueado un lugar que se dice Lancha, y a Finisterre y otros casales y iglesias, y hecho mucho daño y muerto muchas mujeres e hijos, y rescatado otros, y que estaban en concierto con un lugar que se dice Muros, que les daba dos mil ducados porque no lo saqueasen, sacó gente de cinco navíos pequeños y metiola en los diez y seis mejores, y el día de Santiago por la mañana se topó con ellos en una cala del cabo de Finisterre, donde conforme al tiempo le pareció que debían estar, y peleo con ellos de manera que los rompió y les tomo diez y seis navios que traian de batalla, y en ellos dos compañias de infantería del Rey de Francia que estaban en Bayona, en que habia quinientos cincuenta arcabuceros, sin la otra gente de pelea que venia en el armada, en la que tomo mucha artillería y liberto mucha gente que llevaba presa. Ha sido buena nueva.»

Don Álvaro quiso acercarse a Santiago para dar las gracias al Santo por la victoria, dejando a su joven hijo al mando de la escuadra en la Coruña. Fue recibido en la Catedral con todo el ceremonial correspondiente a un capitán general, aparte de haber llevado la paz a la zona con su victoria, en cuyo agradecimiento estuvo desde el Gobernador conde de Castro, todo el cabildo y el pueblo al completo. Pues para dar las gracias llevó parte de sus pertenecías del botín conseguido, siendo repartido entre todos y sobre todo para el Santo Patrón de España.

Entre 1544 á 1553, permaneció en su cargo de Gobernador de la Fortaleza de Gibraltar donde había dispuesto su casa y cuando su padre zarpaba con su escuadra se incorporaba, continuando así su aprendizaje en las ciencias náuticas. El 19 de marzo de 1550 contrajo matrimonio con doña Juana de Zúñiga Avellaneda, hija mayor de los condes de Miranda, cuando él contaba con veinticuatro años de edad, de este primer matrimonio tuvo cuatro hijas, Maríana, Juana, Brianda y Ana Manuel, su esposa falleció en el mismo Peñón en 1562. Esto obligó a sus padres a fundar el Mayorazgo de las Villas del Viso y Santa Cruz, más otros muchos bienes que se le añadieron a su primogénito.

A esta edad por datos de Lasso de Vega sabemos era: «…dispuesto de cuerpo y gentil presencia, color de rostro que tiraba a moreno, recios miembros bien proporcionados, barba castaña y bien asentada, aun cuando no con nota de espesa…que tenía la cara larga, ojos grandes, facciones correctas, frente despejada, nariz fina y aspecto bondadoso…su carácter reflexivo, con una energía seca y recta, que le hizo ganar fama…era de natural piadoso y comprensivo para con sus subordinados…utilizando la sequedad para con los superiores…» Lo que dice no poco de su honor, pues los primeros era difícil le hicieran sombra, pero los segundo sí y tenían la responsabilidad del mando, de ahí el no soportar sus reacciones fuera de lugar. De hecho hay una frase de don Miguel de Cervantes, quien lo define completamente, teniendo en cuenta no habla el escritor, sino una persona que estuvo a sus órdenes: «el padres de sus soldados» Pensamos no hacen falta más explicaciones.

Con fecha del 8 de diciembre de 1554 don Carlos I firma el nombramiento de capitán general de la Armada, la cual debe reunir en el puerto de Laredo. En ella le indica su composición: las dos galeazas de su propiedad, cuatro navíos del porte de doscientas a trescientas toneladas y dos zafras de las construidas en aquellos lugares, con una dotación de hombres de mar y tierra de mil doscientos, a razón de veinte marineros o pajes por cada cien toneladas, aparte los hombres de armas, de forma que un vaso entre las trescientas y cuatrocientas toneladas, llevaba a bordo de ciento veinte y ciento sesenta hombres. Esta fue la última orden que recibió de don Carlos I, pues diez meses después abdicó.

La escuadra por el sempiterno motivo de no poder ser dotada con hombres de mar, se tuvo que recurrir a la recluta forzosa, por ello hasta mayo de 1555 no se pudo hacer a la mar. Al zarpar doblaron el cabo de Finisterre con rumbo al Sur, al estar a la altura de Lisboa rindieron un buque francés, prosiguieron su crucero haciendo escala el Lagos de la misma costa de Portugal, donde se llenaron los buques de víveres frescos, zarparon con rumbo a las islas Canarias, donde tuvieron un encuentro con los ingleses, a estos se les hundió un bajel y el resto maltratados se alejaron, limpiadas las islas pusieron rumbo a las Azores, donde se mantuvo otro combate contra franceses, siendo pareja la situación pero abandonando las aguas los enemigos, desde donde se puso rumbo a Sanlúcar de Barrameda.

A su arribada a finales de octubre de 1555 los vasos pasaron a revisar los diferentes daños de los combates, así como a cambiar las velas y toda la maniobra, tanto la fija como la móvil, pues después de cinco largos meses en la mar y los diferentes encuentros navales no se les podía abandonar. Al mismo tiempo aprovechó para congraciarse con las dotaciones y todos los que tenían familia en aquella tierra se les dio licencia para permanecer con los suyos al menos unos días. Él a su vez viajó a Gibraltar para ver a su familia, dejando el mando de la escuadra a su hermano don Alonso.

Ocurrió un hecho, que al final sentó jurisprudencia como se verá. Al poco de la marcha de don Álvaro, la marinería por la típica falta de cobro de sus sueldos se sublevó, pero en vez de hacerlo en los buques, unos cuantos se pusieron en marcha a la ciudad de Sevilla, donde su Alcalde(1) el Licenciado Calderón, ordenó fuera llevado a su presencia el Maestre don Juan de Santiago pagador de la escuadra. Se envío inmediatamente un aviso a don Álvaro para ponerlo en su conocimiento, éste viajó a la ciudad y con la ayuda de Dios consiguió convencer al alcalde de Cuadra (como se les llamaba en Sevilla, por ser así conocida la sala Capitular del Ayuntamiento) poniéndose de nuevo en camino a la escuadra.

(1) Los Alcaldes en esta época eran siempre personas de altos conocimientos y muchos de realengo, eran nombrados por el Rey, de ahí que tuvieran poderes de juez y otros, por lo que al suceder el hecho estando en su término, consideró que el problema estaba bajo su jurisdicción, por ello después de ver el error en la legislación, se dividió ésta para evitar cruces de poderes no deseables y poner a cada uno en su lugar, siendo en realidad la primera vez que se separaba la justicia militar de la civil. Un aporte más y menos conocido de los muchos que dio a España don Álvaro de Bazán y Guzmán.

Parecía que todo volvía a la calma hasta pasar otros cuatro días cuando el mismo que había denunciado al Maestre, se puso delante junto a otros de don Álvaro, éste los amonestó y: «…mandó al Alguacil Real de su Armada prendiese a dicho marinero y le diese dos ‹estropeadas›…» Al terminar el castigo siendo dos fuertes latigazos, se puso en pie encaminándose de nuevo a la ciudad, volviendo a denunciar que por demandar su salario se le había castigado. Don Álvaro regresó a su casa. El alcalde sin ampararse a nadie ordenó apresar a los culpables de semejante castigo, así llegaron y apresaron al Alguacil Real de la Armada, el Maestre de nuevo y al Capitán de la nao, con estos no tuvieron problemas, pero al ir a apresar al Alférez quien además estaba de guardia, desenvainó su espada y estuvo jugando con los alguaciles del Ayuntamiento, algunos de sus tajos si fueron en serio causando heridas a sus aprehensores, pero ninguna mortal, pues se cuidaba de no ser así, pero fueron acudiendo más y más alguaciles, para evitar llegar a más dejo caer la espada, momento en que se abalanzaron varios y le pusieron cadenas.

Enterado de nuevo don Álvaro, regresó a la ciudad yendo a visitar al alcalde, éste le espetó: «…que ningún General tiene jurisdicción, ni puede castigar ningún marinero ni en la Mar ni en el Puerto…» (Algo fuera de rumbo navegaba)

Pero no se quedó ahí la cosa, pues ordenó a don Álvaro «daos preso» a ello no opuso resistencia, siendo llevado a casa de uno de sus alguaciles, don Francisco de Guzmán. Don Álvaro algo molesto por la situación, se limitó a escribir una carta al Rey entregándosela a su carcelero, éste ordenó que uno de sus criados viajara a la Corte sin perder tiempo, encontrándose en esos momentos en la ciudad de Valladolid. Por ausencia del Príncipe de Asturias, quien precisamente estaba de viaje a Bruselas, (donde el día 22 de octubre, su padre le entregó los estados de Flandes y Brabante y el 16 de enero siguiente, la corona de España y los estados de la península itálica) por ello se encontraba de Gobernadora la Infanta de España su hermana Juana.

El mensajero se esperó a tener la contestación, en el documento entre otras cosas se dice:«…estamos maravillados de vosotros haber hecho lo susodicho, lo cual diz que ha sido causa de desaviarse la dicha Armada y no podemos servir della con la brevedad que convenia, para ir a Flandes como teníamos mandado a llevar cierto dinero, y volver con mi Rey, lo cual todo diz que ha cesado por la ocasión que con las dichas prisiones se ha dado a las dichas gentes para amotinarse y salirse de la dicha Armada y dexarla desamparada y a peligro de perderse; y porque a nuestro servicio conviene proveer y remediar lo susodicho, Nos mandamos que luego ante todas cosas solteis de la prisión en que esta al dicho D. Alvaro de Bazan, nuestro Capitan General de la dicha Armada, sino le teneis preso por otra causa mas que por mandado al dicho Alguacil de su Armada que prendiese al dicho marinero y le diese trato de cuerda o estropease para que haga cumplir lo que por Nos está mandado y asimismo soltareis luego al dicho Alguacil, Maestre de la Nao y Alferez y otros oficiales de la dicha Armada, no teniendoles presos por otras causas justas mas de haber hecho cumplido y executado lo que el dicho D. Alvaro su Capitan General les ordenó…y favorecereis  en todo lo que fuere justo y conveniere al dicho D. Alvaro de Bazan y a la Persona a quien el dexare la dicha Armada para que la pueda aderezar y poner en orden con la brevedad que conviniere y le hordenamos que lo haga y no fagades ende el…»

Pocos días después y para evitar nuevo problemas al respecto se dictó una Real orden, en ella se aclara para conocimiento de todos que, el único responsable de dar justicia sin haber nada en contra, sobre las dotaciones de los buques, bien se encontraran en la mar, bien en puerto, sería únicamente el General al mando de ella. De esta forma don Álvaro había conseguido por fin la separación de poderes sobre sus cascos y hombres, pues para los alcaldes era toda una novedad dado su poco o nulo conocimiento de las cosas de la mar. En compensación por la falta de legislación al respecto, la Gobernadora de España fijó se le gratificara incluyéndolo en el sueldo de don Álvaro, la cifra de dos mil ducados más, como desagravio de la Corona y por las nuevas responsabilidades.

La escuadra como era lo habitual pasó a desarme, dándose de baja la mayor parte de la marinería regresando los Tercios a sus cuarteles, solo se quedaban a bordo de ellos un número reducido para el mantenimiento del buque, por ello al regresar en marzo de 1556, volvían los problemas de encontrar las dotaciones suficientes. Si bien era un ahorro para la Real Hacienda, era una gran pérdida de tiempo volver a formar una dotación profesional, de ahí que en ciertas ocasiones se fallara en las maniobras más arriesgadas, pero este problema se alargó con el tiempo casi indefinidamente.

Recibió don Álvaro la orden de navegar al mar de Poniente donde debía embarcar caudales con destino a Flandes para el pago de los Tercios allí estacionados, pero al doblar el cabo de San Vicente un fuerte viento de Norte le obligó a buscar refugio en la costa de Berbería, donde además se declaró una epidemia de viruela causando muchas bajas, se tuvo que buscar más tripulantes, al conseguirlo le fue comunicado que aprovechando esos vientos favorables dos buques ingleses se encontraban en el cabo de Arger, como siempre era su forma indirecta de atacar a España, pues iban cargados de armas para los berberiscos de Fez y Marruecos.

En cuanto pudo disponer de cuatro buques, se lanzó a por los enemigos, entrando en el puerto a pesar del fuego de la fortaleza que le da guarda; los buques estaban fondeados siéndole fácil darles remolque y sacarlos del lugar, pero no contento con ello a estos los remolcaban dos españoles, los otros dos atacaron siete chalupas y carabelas preparadas para capturar a los pesqueros españoles en el Cabo Blanco, no pudiendo sacarlas todas dio la orden de pegarles fuego convirtiéndose en piras muy rápidamente, disparando por las dos bandas maltrataron a todos los que acudieron a la llamada de socorro de la fortaleza, consiguiendo salir solo con algún impacto en sus cascos, arribando a la bahía de Cádiz el 26 de mayo de 1556 con los dos buques ingleses, sumando lo apresado doscientos hombres y treinta piezas de artillería.

Se encontraba en la bahía de Cádiz cuando recibió la orden del 25 de agosto siguiente, de dar de baja en su escuadra a los cuatro buques menores, quedando formada por las dos galeazas de su propiedad y dos galeras de la Corona, con ella la de partir con rumbo a la ciudad de Málaga para embarcar refuerzos con destino a la plaza de Orán, pues había fallecido Khair-el-Edin alias Barbarroja y sus segundos estaban intentando conquistar la plaza, la cual se había convertido en una floreciente ciudad al amparo de la Corona de España. Sobre el mismo puerto entre los cabos de Falcón y Agujas se encontraban las galeras turcas castigando la plaza.

Don Álvaro se dio prisa en embarcar todo lo que se pedía, más el refuerzo de tropas de tierra con víveres y pertrechos de guerra, pero justo cuando estaba a punto de levar las anclas se recibió un nuevo cambio de destino, dado que Orán se había librado de la presión de los turcos al entablar combate entre ellos, lo que aprovechó el Gobernador de la ciudad y con varias salidas les termino de convencer no era tan fácil, por ello decidieron zarpar y abandonar, pensando que pronto tendrían muy cerca las escuadras españolas.

El nuevo destino fue ir a cruzar en la obligada recalada de las Flotas de Indias, entre los cabos de San María y San Vicente, pero don Álvaro algo previsor se adentró en el océano con rumbo al Norte, al navegar unas horas se le acercó una carabela portuguesa, para informarle que los corsario franceses estaban merodeando por la zona, sabedor de esto, dio la orden de separarse sus buques a la vista para cubrir más espacio de mar, efectivamente a las pocas horas se dio aviso de vela a la vista, por ello y a rumbo de vuelta encontrada sobre el vaso avistado se fueron reuniendo los buques, al llegar a ver el pabellón distinguieron era el blanco flordelisado, sin duda sobre su procedencia se le ofreció la rendición a ello el capitán francés viendo la superioridad se entregó sin disparar, siendo capturada una galeaza por nombre Crezen y abanderada en Burdeos, arribando a la bahía de Cádiz el 13 de octubre siguiente.

Don Álvaro escribió a la Princesa Gobernadora, en la carta hace referencia a la captura de la galeaza francesa en estos términos: «…es un muy lindo navio para Armada, y boga treinta y dos remos, de dos hombres cada remo; y tenia muy buena gente y muy buena artilleria y municiones, y la artilleria eran de cinco piezas de bronce, de ellas una de veinte quintales, y catorce de hierro y mosquetes, y tendrá el navio doscientas toneladas y hechuras de galeaza…» A buen entendedor pocas palabras bastan; quedaba de manifiesto que don Álvaro quería incorporar el buque a su escuadra, lo entendió la Princesa y se la entregó para aumentarla, solo que por ser ya terciada la mala época se quedó fondeada con el resto de la escuadra para pasar la invernada.

Pasado el invierno se volvió a reunir a las dotaciones, el 31 de marzo de 1557 zarpaba la escuadra con rumbo a la población de Laredo, con la misión de transportar a Flandes sesenta piezas de artillería con su munición, pero otra vez al doblar el cabo de San Vicente los vientos contrarios les obligaron a navegar a remo, convirtiéndose en una travesía muy penosa a parte de retrasarle mucho, pero no tuvo objeción en atacar a una flota de corsarios franceses en el paralelo de Lisboa, consiguiendo apresar a tres de ellos y el resto se dio a la huida, logrando arribar a Laredo el 3 de junio.

Al fondear le entregaron una carta del Rey don Felipe II desde Inglaterra, pues le había llegado noticias del regreso de una Flota de Indias cargada con situado, estando en rumbo a las islas Azores y en su persecución Francia había enviado una escuadra para capturarla. Ante esto don Álvaro solo se paró lo justo para avituallarse y hacerse a la mar de nuevo, esta vez los vientos fueron propicios y llegó a tiempo a las islas, avistando la Flota uniéndosele para darle escolta, todo a la vista de la escuadra francesa, quienes al divisar las velas de socorro no se atrevieron a atacar, ni a la Flota ni a la escuadra de don Álvaro, éste ordeno poner rumbo a la bahía de Cádiz, dejando a salvo a la Flota en Sanlúcar de Barrameda, fondeando en la bahía el 6 de septiembre seguido.

Mientras esto sucedía en la mar, en tierra se había librado los combates de San Quintín y Gravelinas, aumentando el odio del Rey de Francia Enrique II, quien por los desastres sufridos ordenó que todo español capturado se le pusiera inmediatamente al remo sin mirar el grado. Esto fue conocido por don Felipe II, quien a su vez envió orden a don Álvaro de hacer lo mismo con los franceses, pero al mismo tiempo aumenta las penas a ejecutar, pues en la Orden fechada el 31 de diciembre del mismo año, se le indica: «…los capitanes, oficiales y maestres que fueren tomados en la navegación de las Indias, yendo o viniendo, o esperando los navíos que van y vienen a ellas o dellas, los cuales queremos y es nuestra voluntad que todos sean ahorcados y echados a la mar, sin que haya remision nenguna, porque así conviene a nuestro servicio y seguridad de aquellas partes, encargamos y mandamos os, que conforme en lo que está dicho lo hagais y cumplais y executeis así de aquí en adelante durante la guerra, hasta que otra cosa mandemos…» Para no extendernos en demasía, los siguiente años hasta 1561, las misiones, trabajos y navegaciones fueron del mismo tenor y con parecidos resultados por parte de la exigua escuadra al mando de don Álvaro.

Cuando la rotura de relaciones y declaración de guerra con Inglaterra, en julio de 1561 el Rey le vuelve a enviar una Orden a don Álvaro, entre otras cosas dice: «…los corsarios de aquellos paises deben ser ahorcados como robadores y contravenidores de los conciertos echos y personas que van contra la voluntad de sus Reyes y señores naturales, executándolos luego en la mar con todo rigor…»

En este mismo 1561 el bajá de Argel había ido conquistando sus zonas aledañas, pero al llegar e intentar cruzar el río Muluya, los moros del Rif le obligaron a retroceder, pero no cejó el bajá, pues desde Argel le quedaban muy lejanas las tierras del sur de España, por ello bojeando las costa descubrieron el peñón de Vélez de la Gomera, habitado por unos pocos pescadores, no se lo pensaron y desembarcaron haciéndose fuertes en él, levantando muy cuidadosamente una gran fortaleza para asegurar su defensa resultando harto difícil su conquistar, como el peñón quedaba en las horas de bajamar unido a tierra por un pequeño terraplén, decidieron protegerlo en tierra firme construyendo un Al-Galá o castillo en su lengua, traducido al español es un Alcalá.

Desde aquí comenzaron a hacer mucho daño dada su cercanía al tráfico de mercancías, pues daban caza a cualquier buque mercante a pesar de ir armado, esta indefensión obligó a correr la voz entre los mercaderes y mareantes, llevando a quienes la sufrían a decidir remediar la situación, así el Prior y Cónsules de la Universidad de Sevilla en 1562 piden al Rey la autorización para construir una armada con ocho galeras y una fragata. S. M., siempre preparado a recibir cualquier ayuda en sus múltiples frentes abiertos, no tardó nada en autorizar la formación naval, y a pesar de estar disponibles don Antonio de Zúñiga y don Álvaro de Portugal, nombró como su capitán general a don Álvaro de Bazán y como recaudador del impuesto de la Avería a don Juan Gutiérrez Tello. Quedando creada la Escuadra de la Avería.

Con fecha del 8 de mayo de 1562, se escribe y firma el Rey la Real cédula de concesión del cargo, entre otras cosas dice:«…siendo informado de los daños que estos años pasados an rescivido el Prior y Cónsules de la Universidad de los mercaderes de Sevilla, y otros tratantes, ansí en las Indias como en Levante y Poniente, y los nuevos que al presente se tienen de la galeras y fustas que el alcaide de Vélez de la Gomera  tienen armadas para andar por el Estrecho de Gibraltar, por estar como está tan cerca del para hacer el daño pudiese…habemos acordado que anden ocho galeras y una fragata harmadas para el dicho heffeto a costas de averías por las partes susodichas por cierto tiempo; y acatando la fidelidad, avilidad y suficiencia y celo que vos Don Alvaro de Bazan, cuias son las vilas del Viso y Santa Cruz, teneis de servirnos, avemos determinado de os elegir y nombrar como por la presente os elegimos y nombramos por nuestro Capitán General de las dichas…y que administreis en ellas por vos y por vuestros oficiales la nuestra Justicia cevil y criminal todo el tiempo que andovieren en nuestro servicio…y os obedezcan y tengan y acaten por tal nuestro Capitán General y cumplan vuestros mandamientos so las penas que de nuestra parte les pusieredes las cuales Nos por la presente les ponemos y avemos por puestas y por condenados en ellas lo contrario aciendo y vos damos poder y facultad para las executar conforme a Justicia en las personas y bienes de los que remisos e inobedientes fueren…Item, allende lo susodicho es nuestra voluntad que todas las presas y cavalgadas que se hicieran con las dichas galeras, ansí por Mar como por Tierra, se repartan en la manera siguiente: quel quinto que pertenece a Nos como Rey y Señor, sea del Capitán General porque dello le hazemos merced, y de los demás que nos puede pertenecer de las dichas presas y cavalgadas hazemos merced al dicho Capitán General y a los Capitanes de las Galeras y soldados y gente de guerra dellas para que se repartan entre todos conforme a derecho y leis de estos Reinos juntamente con lo demás que a ellos podria pertenecer…Item, si en las presas y cavalgadas que se hicieren, se tomaren algunos esclavos que sea obligado el dicho General y la gente de las dichas Galeras a dar dellos los que se quieren tomar que sea utiles para el remo y de diez y siete años arriba en treinta ducados de oro, los quales el nuestro Contador de las dichas Galeras les libre y aga pagar de qualquier dinero que oviere de contado y sino dentro de algun termino conviniente y que se hechen luego a la cadena y los asienten en los libros de la dicha contaduria por la Averia…Otrosi, si el dicho General tomare algunos Moros o Turcos todos los Arraeces que tomare los han de enviar a esta corte a vuen recaudo para que se manden lo que ubiere de hacer dellos y el contador a de tener cuidado que se haga ansi y de avisarnos dello. Y los otros moros o Turcos que fueren de rescate de hasta ciento cincuenta ducados y dende arriba reservamos que se puedan tomar y tomen para los gastos de las dichas Galeras para que se pongan en ellas al remo…»

(Como se puede apreciar y eso solo la parte importante para nuestra biografía, la extensión de las Órdenes era exhaustiva por parte del Rey, nada dejaba al azar todo detalladamente explicado. Si como esto lo dictaba todo, no nos extraña que: ‹las cosas de palacio van despacio›, teniendo en cuenta la cantidad de territorios que con don Felipe II llegó a tener España, nos parece casi agotador el trabajo a desarrollar en su despacho.)

Con doce galeras de España más seis de Nápoles, seis del marqués don Antonio Doria, dos de Etefano de Mari y dos de Bendineli Sauli, se unieron para realizar un transporte de tropas a Orán por estar sitiada por los turcos de Torghut Dragut, zarparon el 19 de octubre de 1562 de Málaga, al poco de estar en la mar saltó un fuerte Levante, por ello no quiso embarrancarlas en las mismas playas de Málaga, pues serían destruidas, navegando unas cuarenta millas se quiso guarecer en la rada de La Herradura por ser más segura con ese viento, donde se lanzaron las anclas para soportar la mar, pero roló el viento al S., con tal virulencia que pronto comenzaron a faltar los cables y ser arrastrados los vasos contra la arena donde los golpes de mar las deshicieron, algunas al abordarse unas contra otras, la Capitana terminada cinco meses antes en Nápoles de 28 bancos, fue atravesada por un golpe de mar y puesta quilla al aire, don Diego Juan de Mendoza cayó e intentó nadar pero un madero le golpeo la cabeza perdiendo el sentido y con él la vida, junto a él otros cuatro mil hombres le acompañaron en tan triste fin, consiguiendo salvarse solo tres de ellas. Este desastre pasó a la Historia como ‹La catástrofe de la Herradura›

Don Álvaro se encontraba en la bahía de Cádiz preparando su escuadra, cuando por efecto del viento y la mar de Levante arribaron las tres galeras salvadas, siendo las Soberana, San Juan y Mendoza, las cuales con sus dotaciones y tropas quedaron a sus órdenes. Como era la peor época del año para ir navegando con las galeras, don Álvaro al amainar el temporal dio la orden de zarpar con rumbo al cabo de San Vicente, por haber tenido noticia de la presencia del pirata ‹Pata de Palo› en estas aguas, como siempre a la espera de alguna Flota, pero terminado el reconocimiento nada encontró regresando a la bahía de Cádiz.

Al arribar le esperaba una Orden de don Felipe II para embarcar un centenar de arcabuceros para ser transportados a Orán, rápidamente embarcaron y salió, pues la plaza llevaba entre unos motivos y otros más de siete meses resistiendo el asedio. Al llegar a sus aguas se encontró con una numerosísima escuadra otomana, evitando el encuentro por inconveniente, pero no cejó pues en dos noches seguidas, las del 22 y 23 de mayo de 1563 intentó sin éxito forzar el bloqueo, por ello con estas fechas envía cartas al Rey, pidiéndole permiso para intentarlo una tercera vez.

No recibió noticia, porque el previsor de don Felipe II se había adelantado ordenando formar otra escuadra de galeras en el fondeadero de Cartagena, al mando de don Francisco de Mendoza quien acudió en su auxilio, zarpando a mediados de mayo, arribó uniéndose las escuadras quedando don Álvaro a las órdenes de Mendoza, formando una de treinta y cuatro buques.

La reunión de las fuerzas navales españolas se hizo fuera de la vista de los enemigos, aprovechando la noche para acercarse a la plaza de Orán, al amanecer del día siguiente atacaron las galeras españolas a las turcas, por lo inesperado de su llegada no pudieron oponerse con todo su valor y fuerza, ni por ello evitar una rápida pérdida de sus buques y hombres, causando el pánico entre las huestes de Dragut, desperdigándose en todas direcciones a su mejor saber y entender. A tanto llegó la sorpresa que el mismo Dragut se salvó por la velocidad de su caballo. Don Álvaro fue quien capturó al único buque de la jornada, enfrentándose con su galera capitana a un galeón turco, tomándolo al abordaje no dejando enemigo sano a su bordo.

Pero como previsor don Álvaro, escribió con fecha del 8 de junio al Presidente del Consejo de las Indias, comunicándole los acontecimientos:«…El socorro de Orán es acabado, porque como los Turcos descubrieron la Armada, huyeron luego todos los de tierra y los de mar, dexandose los de tierra en las empalizadas cinco piezas de artilleria y tres que tenían ya embarcadas en un navío de alto bordo que yo tomé y otra en la playa que aun no habían embarcado: las Galeotas se fueron todas en dos bandas, diez y nueve la vuelta de Poniente y ocho al de Levante; zabordaron en tierra cinco Fragatas de hasta siete bancos que también las dexaron con otras muchas barcas que tenían para el servicio del campo; la batería que hicieron en Mazalquivir fue muy grande y cierto los de dentro se defendieron muy bien y es razón que S. M. les haga toda merced. Aquí habemos hallado ocho Galeras que con treinta y cuatro que veníamos, estamos agora cuarenta y dos, y pues ya ay tantas y los corsarios es de creer que irán de buelta del Poniente, me parece que seria de gran importancia que estas cuatro Galeras llevase a juntar con las otras para rehacellas todas de buena gente, porque yo les truxe toda la mejor y la que allá quedó fue el desecho, digo de la gente de remo, y es de creer pues ya no hay cerco de Orán que iran algunos corsarios la buelta de Poniente; yo escribo a S. M. advirtiéndole desto, V. S. haga allí la diligencia que más le pareciere convenir al servicio de S. M.…»

Como respuesta don Felipe II le escribe y entre otras cosas le dice: «…el cuidado y diligencia con que nos servistes en ella os tenemos en servicio, y así la voluntad con que somos ciertos lo habeis hecho, que es la que siempre habéis acostumbrado, de lo cual ternemos memoria para favoreceros y haceros merced como es razón…» El problema del Peñón de Vélez de la Gomera se iba retrasando, pues no había un solo día de descanso y viéndose don Álvaro con fuerzas suficiente para intentarlo, por la anterior desbandada de los turcos, decidió salir con rumbo al Peñón, al arribar los buques enemigos salieron huyendo, esto le dio confianza y desembarcó quinientos arcabuceros al mando de don Sancho de Leiva, los cuales tomaron la fortaleza de Alcalá, pero casi convencido de su éxito, comenzaron a acudir fuerzas por tierra siendo imposible mantener la fortaleza, dándose la orden de abandonarla, para ello don Álvaro acercó sus galeras lo suficiente para batir a los enemigos, al mismo tiempo que facilitar el reembarque de todos sus hombres y ciando, se separaron del alcance del fuego enemigo, virando con rumbo al puerto de Málaga.

No por ello pasó a reposo, pues llegó una nueva orden de S. M., por ella debía de ir a proteger la arribada de una Flota de Indias, pues los corsarios ingleses, franceses y escoceses estaban a la espera del deseado botín, razón suficiente para salir lo más rápido posible y arribar al cabo de San Vicente. Esto le llevaría en las próximas fechas a cruzar su espada por primera vez con los isleños de Albión.

Corriendo el otoño de 1563 don Álvaro tuvo ese primer encuentro con los ingleses. Pero mejor que relatarlo, pensamos es más importante pasar a transcribir su carta a don Felipe II, en ella le cuenta lo ocurrido: «…El savado pasado a los veinte deste, me llegó un correo del Corregidor de Gibraltar al Puerto de Santa María, donde estaba de imbernada con las Galeras de mi cargo, con aviso de cómo 8 naos Inglesas con gran desvergüenza, se avian movido dentro del puerto de aquella Ciudad a tomar una Nao Francesa que allí estaba surta y la avian tirado muchas piezas de Artilleria y abordola y como realmente la tomaran si la Nao Francesa, metiéndose debaxo del Artilleria no fuera favorecida con muchos cañonazos que del Castillo y de la Ciudad tiraron a los Ingleses y como las dichas naos le prendieron un Alguacil y se lo tuvieron preso en las dichas naos como todo lo verá V. M. por las copias del testimonio y carta que escrivio, que serán como esta, visto lo qüal y la calidad del delito que en lo susodicho cometieron y el atrevimiento con que quebrantaron aquel Puerto tan en deservicio de V. M. y de la autoridad de su Justicia y contra las pazes que V. M. tiene con los Príncipes de a quellos Reynos, yo apreste con toda prisa 5 Galeras de las de mi cargo y sali en busca de las dichas al Estrecho y oy martes 23 del presente ube vista de las dichas 8 naos que yban a la vela la buelta de Levante tres leguas del monte de Gibraltar, y dándolas caza, ellas se pusieron en huida puestas en horden y todas juntas, hechas sus cinturas al árbol para pelear; como llegue cerca de esta Galera Capitana, les hize tirar sin pelota dos piezas de Artilleria y capealles para que amaynasen; nunca lo quisieron hacer, aunque espere gran rato; gue necesario tiralles de cañonazos y a fuerza de Artilleria les hizo que lo hiziesen; tengo presa toda la gente y aquí he pedido al Corregidor la ynformacion que contra ellos tiene hecha, para juntar centenciallos y castigallos conforme a la Justicia como V. M. me lo tiene mandado por su Instrucción. Despues desta escrita se ha hallado muchas mascaras en las naos inglesas, y dice un Muchacho que se las ponían quando tomavan algún navio y se ha hallado pan de Caçaui, que es de Santo Domingo y algunos Panes de Azucar de la dicha Isla o de las Indias y les vieron echar a la mar de las Galeras, Cochinilla y otras cosas que no se pudieron determinar, por donde se entiende ser de Corsarios; de lo que todo se hiciere será V. M. avisado…»

La actuación de don Álvaro se conoció en toda Europa, principalmente en Inglaterra, desde donde se pedían explicaciones al Rey de España, cuando éste había firmado la Paz Chateau-Cambresis con el Rey de Francia, sin obligarle a la pretensión inglesa de ser devuelta Calais. Todo porque había fallecido la esposa de don Felipe II la reina de Inglaterra doña María Tudor, y la actual reina Isabel I tenía un gran encono con su padrastro, siendo la causa de muchas de las acciones que esta Reina tomó contra el Rey de España.

Por otra parte para don Álvaro los ingleses no eran santo de su devoción, pues los conocía de su anterior estancia en las Antillas, pero como corsarios, de ahí que estuviera al día de saber con quién se media y los sinsabores que le traerían a España, por otra parte, aunque había actuado en defensa de un buque francés, a éstos no les perdonaba la acción de Muros cuando tuvo que combatir contra ellos estando a las órdenes de su padre y los consideraba unos ingratos e insolentes sin medida. Por eso en su escrito al Monarca recalca lo de las máscaras, el pan de Santo Domingo y los prejuzga como piratas, sabiendo de antemano cual sería la sentencia. (Aunque de no ser así, ¿Cómo tenían en su poder esas mercancías si solo crecían en las Antillas?)

Efectivamente la mayoría fueron pasados por las armas, unos ahorcados y otros arcabuceados, dejando solo a unos pocos para el remo, quedándose con todos los vasos, pues las Leyes dictadas por don Felipe II, al ser súbditos de reyes con los que estaba en Paz, se convertían en piratas y sus penas estaban muy claras, mientras los buques al no llevar bandera reconocible, se quedaban en poder del Monarca para sufragar por medio de su venta los gastos ocasionados por su ataque.

Cuando las penas máximas estaban cumplidas por la rapidez en los juicios y por ende de las sentencias, llegaron las peticiones de Inglaterra con algo ya imposible, siendo éstas; le fueran entregados todos los tripulantes y sus capitanes, o que al menos lo hicieran con los enviados al remo, y por supuesto le fueran devueltos sus buques a la Reina. (Esto de por sí aclaraba quien los había enviado, pues la mayor parte de ellos eran de esta nación, y siempre han sido propiedad de la Reina, porque los pagaba de su peculio personal, por lo que se hacía un hincapié especial sobre ellos) A todo esto no se tienen noticias de haberle hecho caso alguno, pero si hay una cierta constancia, por la que don Felipe II estuvo satisfecho un tiempo por el gran triunfo conseguido, lo era casi personalmente pues él y solo él había dictado las ejemplares Leyes al respecto de la piratería.

De nuevo a finales del mismo año de 1563, se recibieron alarmantes noticias sobre Solimán, estaba fuera de sí por las últimas derrotas de sus jefes navales, por ello estaban organizando otra gran escuadra para volver a recuperar todo lo perdido en el Mediterráneo occidental. Llegadas a don Felipe II éste llamó a Cortes en la ciudad de Monzón, como siempre era para pedir dinero para poder armar una escuadra e ir en busca del Turco. Al concluir éstas se puso en camino a la ciudad Condal, donde le llegaron más noticias al respecto, en forma de ayuda y apoyo de los venecianos, caballeros de Malta y los Estados Pontificios, ante esta ayuda el Rey no la dejó caer en saco roto.

El 24 de febrero de 1564 escribió a don Álvaro para presentarse en la ciudad Condal. Al mismo tiempo con fecha del 31 de enero próximo pasado, don Álvaro había escrito a S. M., porque había notado en sus buques del tráfico con Indias, ciertas anomalías que ocurrían en la ciudad de Sevilla y quería ponerlo en su conocimiento pero en persona. Por ello la llegada del correo Real le vino de perlas e inmediatamente se puso en camino a la audiencia con don Felipe II. Primero habló don Álvaro (don Felipe sabía muy bien manejar a sus hombres) éste le contó que al parecer corrían las propinas, sobre todo en el abastecimiento de los víveres, lo cual no tendría mayor importancia si no fuera porque la mayor parte de ellos estaban corruptos, causando malestar entre las dotaciones, sin olvidar las enfermedades que padecían por culpa de ello. Al terminar su exposición (de ella tomó nota el secretario para pasar posteriormente S. M., a tomar medidas). El Rey le contó lo que sabía sobre Solimán debiendo organizar una escuadra en las costas de Andalucía, cuando ésta estuviera presta debía de acudir a Barcelona.

Conocedor del problema, se puso en camino a las costas cantábricas donde tanto su padre como él tenían gran ascendente, al llegar a Vizcaya fue recorriendo la costa de posta en posta, contratando o embargando cuanto buque le parecía idóneo para la escuadra, como se lo había mandado el Rey, de aquí pasó a Asturias y Galicia reuniendo treinta buques y cuatrocientos buenas bogas, se trasladó por mar a Cádiz, pasando por obligación a la ciudad de Sevilla, porque la escuadra era mantenida por el Gremio de Mercaderes, al no estar don Álvaro dejaron de pagar a las dotaciones, diciendo en su defensa que la escuadra no estaba cumpliendo con los objetivos fijados.

Adelantó el dinero de su peculio y alistó las doce galeras, con ellas salió de la ciudad con rumbo a Cádiz, donde recibió la orden de arribar a la ciudad de Málaga, por haber zarpado el resto de buques con rumbo a la ciudad Condal, puerto de reunión de toda la escuadra. Con todos estos viajes y traslados, no pudo hacerse a la mar hasta el 6 de junio de la bahía de Cádiz con rumbo a Málaga, de donde volvió a salir con rumbo a Barcelona; en el crucero se encontraron con una galeota argelina, a la que capturaron siendo remolcada y arribando a Cartagena, donde dejaron los prisioneros y los libertados, desde donde escribió al Rey, diciéndole entre otras cosas: «…tomaronse entre heridos y sanos 45 turcos y Moros, libraronse de la cadena 80 Christianos y Mochachos y un Biejo, que avian tomado en los Alfaques, por yndustria de un Francés que se les espió, del cual mande oy hacer justicia…Por el despojo de los soldados an avido en la Galeota parece que venía rica de presas que avian hecho; yo se lo he dejado todo por ser la primera Galeota que an tomado debajo de mi mando…»

Cuando arribó a la ciudad Condal le comunicaron que la escuadra no era necesaria, pues al parecer Solimán no se había movido todavía de Constantinopla, por ello el riesgo de atacar las costas de la península itálica o el levante español, dado lo avanzado del verano no le sería posible. Enterado el Rey de este acontecer y para no perder la ocasión, dio el mando de la escuadra a don García Álvarez de Toledo, pasando don Álvaro como segundo jefe, con la orden de conquistar el peñón de Vélez de la Gomera.

Fueron llamadas otras escuadras, al final la expedición se componía de 57 al mando de don García Álvarez de Toledo, a ellas se sumaron las 22 de don Álvaro, 14 de Portugal, a las órdenes de don Francisco de Barreto y 5 de Malta. Con un ejército de dieciséis mil hombres, más quinientos portugueses y doscientos cincuenta arcabuceros sin sueldo solo por ser amigos de don Álvaro. Terminaron de reunir en Málaga de donde salieron, arribando el 31 de agosto a aguas del Peñón, el 1 de septiembre don Álvaro pasó con un bote a reconocer la roca, en esta acción se acercó tanto a ella que los arcabuceros moros le causaron varias bajas entre los que estaban en su entorno, pero a él no le acertó ninguno, continuando impávido hasta bojear todo el islote y saber de verdad por donde se le podía atacar.

Al llegar a la Capitana se formó Consejo de Guerra de Jefes, acordándose dividir el ejército en dos, uno a las órdenes de don Sancho de Leyva y el otro al de don Francisco de Barreto, desembarcando a la cabeza el mismo don García Álvarez de Toledo, ocupando rápidamente la fortaleza de Alcalá. La escuadra enfilo las proas de las galeras y comenzó un duro fuego de artillería sobre las murallas, éstas al principio resistieron, pero como el fuego no cesaba incluso turnándose en él por divisiones los buques, comenzó a ceder abriéndose grandes boquetes, viendo el Alcaide moro no había solución en la noche del 5 al 6 de septiembre abandonaron la fortaleza los pocos supervivientes que se valían, siendo asaltada el mismo 6 al amanecer, al poco entraban en ella todos los jefes, habiendo apresado tan solo a trece moros dejados para defenderla pero por estar todos heridos.

Don García Álvarez de Toledo quiso cegar la desembocadura del río Tetuán, pero los jefes pusieron excusas por lo avanzado de la estación, decidiendo don García dejar a don Álvaro para reforzar el Peñón con la artillería de sitio transportada desde la ciudad Condal. Para ello se dejó una fuerte guarnición, se fueron izando las piezas al mismo tiempo que otros recomponían la muralla. Se dieron mucha prisa en ello porque eran conocedores que por tierra se acercaba un ejército de unos nueve mil moros y don Álvaro solo contaba con siete de sus galeras, viendo la obra terminada zarpó con rumbo a Málaga.

Al arribar escribió una carta al secretario del Rey don Francisco de Eraso, en ella explica:«Por la carta que escribo a S. M. entenderá V. M. como hice en el Peñón lo que don García de su parte me dejó ordenado, y acabando esto me vine como me lo ordeno. Suplico a V. M., pues no tengo quien más merced me haga en mis cosas, se acuerde de hacérmela en esta coyuntura, pues es acabada la jornada en acordar a S. M. me haga merced, pues, como V. M. sabe, desde Barcelona trabajo en ella, yendo allí por la posta, y a Vizcaya y a Laredo y al Puerto a mi costa a hacer la armada de las chalupas y la gente de buena boga, y ansi mismo hice que don Joan, mi hermano, sirviese en esta jornada con trescientos soldados, algunos de mis galeras; pero los más eran amigos y llevados míos, que sin sueldo ninguno anduvieron en ella y V. M. podrá saber el trabajo y diligencia que puse en embarcar el artillería con que se batió el Peñón en mis Galeras en Barcelona y desembarcarla en Vélez y después subir al Peñón mucha parte della y todas las municiones que venían en la armada, y ansi mismo todo lo que traian las quince chalupas y una urca, que también lo desembarqué yo y subí con mi gente. Y si yo pensara que D. García se acordara de mis negocios, como V. M. se lo encargó en Barcelona, poca necesidad tuviera yo de repetir esto aquí, pues él era dado el hacerlo. Mas yo prometo a V. M. que parece piensa más en deshacer estas galeras que no avisar de los que sirven, y ansi suplico a V. M. se acuerde de hacerme merced, como siempre pues soy tan su servidor. Y guarde nuestro Señor y acreciente la Ilustre persona y estado de V. M. como su servidores deseamos. De galera sobre Málaga a 17 Septiembre de 1564. Servidor de V. M. Don Alvaro de Bazán.» El 22 seguido el Rey entre otras cosas le contesta:«…el cuidado y diligencia que habeis puesto, así en que se subiese y metiese en el Peñón la artillería y otras cosas que quedaron fuera cuando se vino nuestra armada, como en lo que más se ha ofrecido en esta jornada, y os ha ordenado de nuestra parte D. García de Toledo, que es como lo soleis hacer…»

Todo esto viene, porque don Álvaro se consideraba el jefe de la expedición, pero el Rey nombró a don García Álvarez de Toledo quedando don Álvaro de segundo. Durante la navegación se perdieron dos galeazas moras fáciles de poderse apresar, pero las diferencias de opinión entre uno y otro impidieron su captura, esto no le gustó a don Álvaro en absoluto, pues quizás fue en toda su vida de marino los únicos buques que le burlaron, por no desobedecer a su Jefe y esto es lo que provoca la reacción de don Álvaro.

Aunque el Rey, pasa a lisonjearle pero sin darle nada a cambio económicamente. Es una gran forma de ahorrar de la Hacienda Real. Pero el Rey sigue con las suyas enviándole otra carta, en ella dice: «…debía de ser de su cuenta la reparación de la popa de su galera…» a lo que don Álvaro le responde: «…ya la primera reparación que había sufrido fue toda de su cuenta á excepción de 70 ducados que abonó el fondo de averia, los cuales estaba dispuesto á reintegrar, y que en la que se estaba verificando, no solo había manifestado que corría con los gastos, sino que no había querido firmar los libramientos para que se pagase por dicho fondo.»

Con la conquista del Peñón había mejorado la situación en el Mediterráneo, pero estaba lejos de ser definitiva, dado que el Bajá de Tetuán no disponía de fuerza naval suficiente, pero en cambio daba constantemente asilo a los turcos para depredar por el Mare Nostrum, a cambio de parte del botín que estos realizaban, aprovechando el río Martín (Uad-el-Gelu) el cual daba acceso a la ciudad permitiendo así poder guarecerse tierra adentro de la escuadra española, por ello la idea de don García de cegar el río no cayó el saco roto para el Rey, pues así podían ser cogidos en la mar con menos problemas si no tenían acceso por el cauce a la ciudad, por esta razón S. M., le encargó a don Álvaro prepara lo necesario para cegarlo. (Esta misión no se la encargó a don García)

El Rey le escribe el 27 de septiembre de 1564, pidiéndole aclaración de la posibilidad de llevar a buen término la operación sin tener que formar de nuevo una gran escuadra, con inusitada rapidez don Álvaro le contesta el 3 de noviembre siguiente, en ella le viene a decir que le bastan con armar seis de sus galeras, considerándolas suficientes para la misión a parte de transportar dos chalupas cargadas con piedra y cal, siendo estas protegidas por otros dos buques sevillanos, para dar refuerzo a las zonas de menor fondo donde en su centro se sumergirían los dos más grandes, formando con ello un muro infranqueable.

Por carta del 27 de diciembre de 1564, le respondía al rey don Felipe II, por recibir una carta de éste indicándole debía darse más prisa en la preparación de la acción de cegar el río Martín, por ello directo y sincero como un buen caballero que era, entre otras cosas le dice: «…V.M. tenga entendido que el zelo con que yo he servido y sirvo a V. M. no merece que se le ponga ninguna dolencia, pues es cierto que de ninguna cosa tengo más particular cuidado, y esto suplico a V. M. tenga así entendido de mí…» (Como se puede apreciar por la respuesta, le está diciendo que desde la silla se ve todo fácil y bonito, pero sobre el terreno las cosas son muy diferentes; aclarando que él no está pensando en otra cosa que en servirle, ni se ha ido a su casa a descansar, ni ha dejado un minuto de estar presente para acelerar el progreso de lo que entiende y no poco.)

Efectivamente el retraso se produce necesariamente, por estar las galeras oficialmente de invernada, por ello con solo una dotación de mantenimiento insuficiente para hacerse a la mar. Para solucionar los problemas está en todas partes, por una comprando de su peculio los buques para hundir, así como la cal y la piedra; a los que preguntaban para donde era aquello, se les respondía que para reforzar don Álvaro el peñón de Gibraltar, guardando el secreto de la misión.

Por otra parte se desplaza a Sevilla, donde recluta marineros y buenas bogas, pues la flota arrumbará al Peñón y allí abordaran los buques sus hombres en total sigilo, a ellos se añadirán algunos de Tarifa a las órdenes de sus parientes, formando casi una expedición familiar. Cuando todo estuvo listo salió de Sanlúcar de Barrameda con rumbo al Peñón el 12 de febrero de 1565. Pero nadie se explica como la tripulación de un buque inglés supo la verdadera misión, zarpando a continuación de la escuadra de don Álvaro, dos días después se encontraba subiendo por el río Lucus (El-Khos) poniéndose en contacto con el Baja El-Araish, quien supo por su aviso que algo se estaba gestando contra él, sobre todo por quien iba al mando, pero el Bajá no sabía a dónde podría acudir, pues desde Tetuán a Fhedala hay cinco puntos distintos y distantes a donde podían dirigirse.

Pero no se anduvo con imprevisiones, pues puso en conocimiento de los Bajas más cercanos lo que se les podía venir, así aviso al de Ar-Zila, Tetauen, Sale y El-Kunitra, para entre todos poder acudir en socorro de quien fuera el afectado. A su vez el movimiento de tropas moras no pasó desapercibido a los gobernadores de las ciudades de Tánger y Ceuta, entonces en manos portuguesas, quienes avisaron a don Álvaro de lo que estaban haciendo. Así se enteró don Álvaro de la filtración, pero no se arredró viajo a Ceuta y se puso de acuerdo con el Gobernador, regresó a Gibraltar y pidió a sus vecinos le ayudaran, en menos de un día se incorporaron otros ciento cincuenta arcabuceros a sus vasos, saliendo el 6 de marzo de Gibraltar pero los vientos eran contrarios a pesar de ellos consiguió arribar de nuevo a Ceuta, punto más importante por el acuerdo con el Gobernador, advirtiéndole no pasara a realizarlo antes de que él llegara a su punto de destino.

Permaneció a la espera hasta rolar el viento sucediendo el 8, volvió a hacerse a la mar, presentándose en la amanecida del 9 en la desembocadura del río Martín, al fondo en el límite de la vista se apreciaba la alcazaba de Tetuán, esperó hasta la hora exacta concertada con el Gobernador de Ceuta, éste puntualmente realizó una salida con cuatro mil hombres de infantería y caballería, todos muy bien armados como si fueran a conquistar más territorio, mientras zarpaba una flotilla de sus buques, para realizar un amago de desembarco en el mismo lugar donde posteriormente se alzó (curiosamente) la población de Dar-Riffien.

Llegaron las noticias de los movimientos de los portugueses al Bajá, quien a la cabeza de sus tropas se puso en camino para combatirlos. Al mismo tiempo salían de la desembocadura del río Martín unos moros para avisar al Bajá de la presencia de las naves españolas, pero no pudieron dar con él y avisarle del peligro por no estar en su alcazaba. Un tiempo precioso que le robó la victoria, por la astucia de don Álvaro y el favor de los portugueses.

La división se acercó a tierra al noroeste de cabo Negro, donde desembarcó  su hermano don Alonso y cuatrocientos arcabuceros, quienes en muy poco tiempo ahuyentaron a los pocos moros que quisieron oponerse. Mientras don Álvaro había trasbordado a un bote y con él estaba sondando la desembocadura, para fijar exactamente donde debía hundir los buques, localizadas las posiciones ordenó por señales convenidas avanzaran las chalupas, estando al mando del ingeniero de Zuazo don Esteban de Guillisastegui. Al llegar al lugar comenzaron a barrenar las dos chalupas, hundiéndose en el mismo centro del río donde el fondo era más profundo, pasando después las galeotas a terminar de cerrar entre aquellas y la orilla. Al tocar las aguas dulces de la desembocadura los materiales cargados en las naves comenzaron a fraguarse, de esta forma se levantó un verdadero dique tardando muchos años en poder ser abierto de nuevo.

Cuando comenzaba el reembarque de los arcabuceros, los moros de Tetuán se dieron cuenta de lo que intentaban por ello venían en loca carrera a pie y a caballo contra ellos varios miles de hombres. Razón por la que el reembarque se iba retrasando, pues parte de las fuerzas debían hacer frente a los moros, conforme pasaba el tiempo cada vez eran más llegando a superarlos ampliamente en número.

Don Álvaro vio no era bueno retrasarse, ordenando a sus hombres de armas embarcaran en los botes y esquifes de las galeras, quienes les dejaron en la orilla pasando a formar una barrera de cuerpos, blandiendo las espadas en todos los ángulos posibles, causando tantas bajas en tan poco tiempo que los moros quedaron frenados y dando media vuelta se pusieron en fuga, así se dio tiempo para que las galeras de nuevo se acercaran a tierra y reembarcaran todos los arcabuceros; aprovechando la desbandada y antes de que se lo pensaran de nuevo, los caballeros embarcaron regresando a sus galeras.

En este combate en tierra, se dice que tanto don Álvaro como don Alonso, se comportaron con tanto valor que llegaron a combatir espalda contra espalda y «…que cierto fue cosa de milagro pudieran escapar, según eran muchas las pelotas y saetas que tiraban los enemigos, los cuales, a la retirada, parece serían número de qüatro mil Peones y mil lanças…» Encontrándose a bordo se supo, había caído en combate cuatro españoles, (entre ellos el Alguacil de la galera Almirante) más otra treintena de heridos. Los enemigos no se pudieron contar, sabiéndose posteriormente el haber quedado encerrados catorce buques berberiscos, viéndose forzados a desmontarlos para volverlos a montar en la playa, pero esto fue mucho más largo en el tiempo. Don Álvaro puso rumbo a Ceuta, Tánger y Cádiz, desde donde escribió al Rey dándole la buena nueva.

De regresó a Cartagena con sus cinco galeras, divisó una división de corsarios berberiscos, pasando a atacarles, tras un duro combate les apresó tres fustas, al mismo tiempo represó otras tres españolas apresadas arribando al puerto de destino con gran alegría de todos. Al desembarcar se le entregó una Real carta, comunicándole que el Gran Maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén, el francés Jean Parisot de La Valette pedía ayuda a don Felipe II, pues estaba sitiado en Malta por una escuadra turca con cuarenta mil hombres. Por ello el Rey le ordenaba aumentar su escuadra y arribar lo antes posible a Barcelona donde don García Álvarez de Toledo tomaría el mando de todas ellas y en las de don Álvaro debía transportar cuatro mil hombres de los Tercios.

La isla tenía en esos momentos en torno a las treinta y dos mil almas, de ellas solo ocho mil estaban con capacidad de repeler el ataque, pero la diferencia era abrumadora a favor de los turcos. Don Felipe II mando a sus embajadores dieran la noticia, pasando inmediatamente a incorporarse los estados de Venecia, las del Papa y Génova. Mientras don Álvaro, envió caballeros para reforzar sus galeras a Sevilla y Puerto de Santa María, reuniendo en poco tiempo unas cuantas más, arribando al puerto de Cartagena, quedando la escuadra en total con diecinueve galeras, aquí embarco a mil hombres, pasando a Málaga donde descansaron unos días, zarpando el 29 de junio de 1565 con rumbo a las plazas de Orán y Mazalquivir, donde desembarcó a las tropas, víveres y municiones como refuerzo.

Regresó a Cartagena donde embarcó a otros mil quinientos hombres, zarpando con rumbo a la ciudad Condal, a su arribada al puerto de Palamós se le incorporaron otras dieciséis galeras al mando de don Gil de Andrade, unidas pusieron rumbo a Génova donde embarcaron otros mil quinientos hombres al mando de don Sancho Londoño, pasando a Nápoles donde arribó el 20 de julio, saliendo con rumbo a Messina donde se encontraron con el resto de fuerzas, pero hasta el 5 de agosto no arribaron todas, reuniendo en total cuarenta velas.

Ante la diferencia de opinión entre los distintos generales don García les llamó a Consejo de Guerra el mismo día, estando presentes: don Álvaro, General de las galeras del Estrecho; don Sancho de Leyva, al mando de las de Nápoles, las sicilianas de don Juan de Cardona; el coronel de Infantería española de Nápoles don Sancho de Londoño; el lombardo Maestre de Campo de Infantería y por las galeras genovesas el Marqués de Estepona, a ellos se unieron los mandos de las tropas; Conde de Altamira, Diego de Guzmán, Gonzalo de Bracamonte, Francisco de Valencia, Guillén de Rocafull, Gil de Andrade y marqués de Castellón y los de los estados incorporados: por los Pontificios, Pompeyo Colonna; el señor de Piombino don Jacobo de Appiano; por Saboya, el general Ligny; Brocado de Cremona, Álvaro de Sande y Arcanio de la Cornia, como Jefe de todos ellos, don García Álvarez de Toledo.

El Consejo en sí era un mar de dudas, pues se sabía la fuerza de los turcos y entre todos ellos no llegaban a la mitad en hombres y menos en buques, por ello solo hablaron Pompeyo Colonna, Álvaro de Sande y Leyva, quienes dudaban de hacer un ataque a Túnez y ver si los turcos desplazaban unidades para aprovechando mayor igualdad, pasar a socorrer a Malta, pero en el fondo todos con muchas dudas. Viendo la situación don Álvaro de Bazán tomo la palabra: «…como todas las galeras no estaba al completo de dotaciones, propongo que se refuercen hasta alcanzar las sesenta unidades, dejando el resto aquí, embarcar a diez mil hombres y desembarcarlos en la isla con sesenta libras de pan cada uno en los sacos, que carne ya encontrarían en tierra…Allí se juntarían seguramente otras gentes de la isla, con lo que los turcos levantarían el asedio no osando aguardarlos…» Esta propuesta fue desechada por los menos osados, pues se basaban en:«…que la operación de desembarco era lenta…que las gentes, si ponían pie en tierra, quedaban abandonadas a sus propias medios…que habría que proveerlos de acémilas y artillería…, que irían cansados…»don Álvaro les dejó hablar y ante tanta pasividad les espetó:«Tengo aprendido de Horacio, y la propia experiencia me lo ha confirmado, que en las empresas, después de haber pesado las circunstancias, hay que dejar siempre algo a la fortuna.»

Don García Álvarez de Toledo no estaba muy de acuerdo con ese plan decidiendo dar fin al Consejo. Pero pasó a obtener otras opiniones, pues se reunió con los pilotos y los prácticos de mar, todos le decían lo mismo, no se podía llevar a buen término el desembarco y que la mejor solución era abandonar a los Caballeros de San Juan de Jerusalén. Mientras iban pasando los días y nada se hacía. Pero de pronto un día se levanto don García y decidido llevar a efecto el plan rechazado de don Álvaro, dando las órdenes oportunas y tan rápidamente cumplidas que la escuadra salió el 21 de agosto, con todas las fuerzas de tierra para desembarcar.

Pero mientras también el tiempo se había echado encima, razón por la que a los dos días de estar en la mar se levantó un temporal, viéndose forzados al correrlo ser devueltos a las costas de Sicilia, donde de nuevo se reunieron el 29, pero don Álvaro ordenó reparar inmediatamente las averías de sus buques, al mismo tiempo estuvo visitando a los generales, quienes tenían la moral al nivel de la arena de la playa, consiguiendo no obstante levantarles los ánimos, volviendo a salir inmediatamente al terminar las reparaciones y el 7 de septiembre a dos leguas de Malta la Vieja desembarcaban las fuerzas.

Éstas tenían ante sí unos acantilados debiendo de trepar por ellos, pero justo por este motivo los turcos no pudieron ver la llegada de la escuadra; los soldados sufrieron mucho para poder ascender aquellas terribles pendientes, no en balde iban cargados como había dicho don Álvaro más todas sus armas, pero la sorpresa fue que al aparecer en la cumbre las primeras compañías, los famosos jenízaros en vez de ir a por ellos e impedir tomaran posiciones, levantaron el sitio y se dieron a la fuga. Bien es cierto que el jefe de los turcos el famoso Dragut, quien había estado cuatro años al remo en galera cristiana, había caído muerto de un certero tiro en la cabeza unos días antes, habiendo mermado considerablemente la moral de los turcos.

Añadiendo que el plan se desarrolló como don Álvaro lo había planificado, demostrando no solo era un hábil marino, sino como entonces se les titulaba, un hombre también de armas de tierra, por lo tanto cumplía a la perfección el nombre de Capitán de Mar y Guerra.

Hubo también un detalle en todo esto, nos lo narra un escritor de la época diciendo: «…llevando el de Bazán en los calces de su galera capitana por bandera un Cristo crucificado y muy envuelta el asta en que estaba, tanto que era menester trabajar en estarla desdoblando por no correr entonces ningún viento, y ya que la desdoblaran, se avía tan plegado como sino la desdoblaran, ella misma se desdobló y extendió de forma que se notó y tuvo por milagro…» Visto el éxito la escuadra se dirigió al puerto, donde fue entrando el 14 de septiembre de 1565, una vez más la isla de los Caballeros se había salvado. Fueron recibidos todos los generales por el Maestre de la Orden, Jean Parisot de La Valette, dando una gran muestra de aprecio a todos ellos, por la agraciada ayuda dada y tan oportunamente, yendo a la cabeza su Jefe don García Álvarez de Toledo, pero de pronto se fijó en don Álvaro, quien se había mantenido en una segunda línea muy discretamente y sin mediar palabra: «…echándole los brazos a la espalda, en fraternal abrazo con palabras amorosas que había sido informado de que el socorro que le habían dado con la Armada católica había sido por su buen parecer y consejo, por lo que le quedaba en gran obligación, quedando cargo de satisfacerle y servirle y aquella religión con escribírselo a S. M. dándole cuenta dello.»

Con la excusa que las galeras de don Álvaro pertenecían a particulares, don García Álvarez de Toledo le dio orden de regresar a su mar, con la frase: «…para que cese el pagamento por parte de S. M. y orne al de avería…» Con esta orden zarpó de Messina el 28 de noviembre, con rumbo a la ciudad de Barcelona por pensar se encontraba el Rey en ella, arribando el 9 de diciembre, cargando de paso víveres frescos para su dotaciones y pidiendo audiencia con el Monarca, se le comunicó había salido hacía Madrid, regresó a los buques y verificó que todo se cumplía, una vez terminado el trabajo salió de nuevo con rumbo a Cartagena, donde dejaban caer las anclas el 16 siguiente.

Decidido a mantener una audiencia con el Monarca, dejó a su hermano Alonso al mando de la escuadra y en el duro transporte de postas, comenzó su viaje a la Villa y Corte, pues quería saber que iba a ser de su persona, de su escuadra y que debía de hacer, así durante el traqueteado viaje fue pensando en preguntas y respuestas. Llegó a la Corte y pidió la audiencia con S. M., éste no le hizo esperar y comenzó la conversación. Lo primero que se oyó don Álvaro, es que su escuadra desde que zarpó para la expedición a Génova con los Tercios, los Mercaderes de Sevilla avisaron al Rey de la cancelación de los pagos de la escuadra pues ya no les pertenecía por ello no pagarían un maravedí de ella, no dejando de ser una excusa de don García darle la orden de regresar a cubrir sus mares, sabiendo que la escuadra era del Rey.

Así S. M., le dio orden de regresar urgentemente al Puerto de Santa María, para incorporar a su escuadra más buques y hombres, pasando lo antes posible de nuevo a Nápoles o Sicilia, pasando a formar parte de la escuadra de don García Álvarez de Toledo, por ello con las cosas aclaradas y las Reales cédulas en la mano con sus órdenes concretas, le escribió a don García para comunicarle su pronto regreso a sus órdenes, pero entre otras muchas cosas entresacamos la ironía de don Álvaro, siendo conocedor don Álvaro de habérselo quitado de encima, quizás por haber demostrado en exceso su valía no lo tenía con buen agrado a sus órdenes don García, por ello le dice: «por no detenerme e yr a servir a V. E. me voy sin llegar a Valladolid a ver a mis hijas…» Lo cual era cierto, porque si de algo es bien seguro, es que cuando recibía una orden la llevaba a cabo sin pararse en visitas a nadie, pues solo en su cabeza estaba la de prestar un buen servicio a su Rey.

Don Álvaro quien había combatido contra buques de las fuerzas turcas, se dio cuenta que las galeras capitanas de sus escuadras, así como las de sus capitanes más cercanos, los bogantes no eran cristianos castigados al remo, sino escogidos turcos que en caso necesario abandonaban el remo y defendían a su jefe como un soldado más. Por ello él también empezó a seguir ese rumbo, causa por la que sus expediciones le costaba mucho tiempo prepararlas por no ser fácil encontrar a los buenas bogas a sueldo, como fue el caso en esta ocasión en la que necesitaba setecientos de ellos para sus galeras, ello fue retrasando su partida, aparte de esperar la terminación de algunas de ellas y como es natural cargarlas con todo lo necesario, no pudiendo salir hasta mediados de abril de 1566.

Pero los males nunca viene solos, pues por tres veces intentó salir para arribar a Málaga, pero los vientos y corrientes de los Levantes en el Estrecho le obligaban a retroceder, de hecho en una de ellas encontrándose a la altura de Punta Europa, los vientos y la mar lo devolvieron al cabo de Santa María, pero como los males no duran siempre, por fin a principios de mayo pudo hacerse a la mar, sabiéndose que el 4 del mismo fondeaba en Málaga, donde rápidamente se cargaron las galeras con víveres y armas, así como  varios centenares de soldados de los Tercios destinados a Génova. Todo listo zarpó la escuadra, en esa época las aguas estaban tranquilas en todos los conceptos, pues se había limpiado previamente de todo tipo de enemigos, aún así una nave argelina tuvo la desgracia de cruzarse en su camino, siendo capturada, liberando veintiséis cristianos y capturando otros tantos musulmanes, arribando a las costas de Liguria el 31 de mayo, donde se le dio orden de transportar tropas de un punto a otro de la península itálica, navegando mucho entre los puertos de Nápoles, Sicilia y Malta, zarpando siempre de su base en Génova, transcurriendo así el resto de 1565 y hasta principios de 1567.

Al regresar de la isla de Malta con tres mil soldados alemanes par ser repatriados: «…por no ser gente apta para la mar y haber enfermado…», recibió una orden de don García Álvarez de Toledo, para regresar a España, llegándole otra de S. M., confirmándole la orden, en ella entre otras cosas le dice: «…las fustas y galeras de Argel han hecho grande daño y tomados muchos navíos en el Estrecho y fuera del, y últimamente tres navío que venían de las Indias y que además tenían ánimo de esperar la Flota…» Viendo lo necesario que era la presencia de buques de S. M., en estas aguas, se puso a rumbo inmediatamente.

Pero ya era tal su fama que ni siquiera le permitieron combatir, pues solo al ver sus velas se refugiaron todos los piratas y corsarios manteniéndose a buen resguardo, dejando con su sola presencia las aguas libres. Tranquilizados los ánimos de los mercaderes al ver la escuadra, don Álvaro escribió al Rey, con fecha 22 de junio de 1567, en ella le pide le mantenga en el mando de las Galeras, añadiendo le fuera otorgada una encomienda de Santiago para recuperar sus múltiples gastos, pues su hacienda estaba pasando un mal momento por los continuos servicios a S. M. El Rey conocedor por completo de todos sus sacrificios, le nombró Capitán General de las Galeras del Reino de Nápoles, dejando el mando de las del Estrecho, concediéndole la encomienda de Santiago, pero como debía de permanecer el año enclaustrado para podérsela entregar, don Felipe II le exonera de ellos, pues lo prefiere tener en la mar por mejor servicio de Dios y del Rey.

Del larguísimo escrito extraemos la parte importante, que dice: «Por parte de D. Alvaro de Vaçan, caballero de la dicha Orden, nos ha sido hecha relación que después se le dio el abito ha andado a la continua ocupado en el servicio de Dios y nuestro…, a cuya causa no ha podido ir a ese convento a estar en aprobación el tiempo que es obligado, ni tampoco lo puede hacer al presente por ir por nuestro mandato al reyno de Nápoles a servir en el cargo de nuestro Capitán General de las Galeras de aquel Reyno, …mandaremos resceviéredes la profesión expresa que es obligado, no embargante que no haya residido en ese convento el tiempo de la aprobación…»

Para no incumplir la norma de la Orden viajó al Monasterio de Uclés, donde a toda prisa y casi sin dormir, se le hicieron todas las ceremonias indispensables y al estampar en la Real cédula a su dorso, todo lo necesario para que S. M., estuviera conforme, salió a los dos días de haber entrado, con destino a su nueva Escuadra. Al mismo tiempo, don Felipe II había nombrado a su hermano don Juan de Austria, Capitán General de la Mar, para ejercitarse en el manejo de escuadras, siendo transportado a Cartagena base principal de todas las galeras, como consejero nombró a don Álvaro, por ser la persona más apta precisamente en el manejo de esos buques por su larguísima experiencia.

Al salir del Monasterio contrajo de nuevo matrimonio con don doña María Manuel de Benavides, quinta hija del V conde de Santisteban del Puerto, don Francisco de Benavides y doña Isabel de la Cueva Bazán V señora de Solera, de quien vendrían al mundo tres hijos varones, siendo el primogénito el futuro don Álvaro de Bazán y Benavides, quien siguió la estela de sus ancestros, llegando al grado de Capitán General de la Mar. Siendo el cuarto de los insignes e inolvidables don Álvaro de Bazán.

El Rey recibió noticias de la organización de una gran armada en Constantinopla, por Real cédula fechada el 31 de mayo de 1568 le nombra Capitán General de las Galeras de Nápoles, añadiendo el nombramiento de consejero del Reino. El tiempo trascurrió rápido, la actividad era incesante por cortar de nuevo el flujo de turcos al Mediterráneo occidental, por sus grandes dotes el Rey de nuevo por Real cédula de junio de 1568, le entregaba la encomienda de Villamayor, por «…acatando los muchos y buenos servicios que D. Alvaro de Baçan nos ha hecho a Nos y a ella, y esperando que hará de aquí en adelante…»

A principios de 1569 el Rey envío correo a don Juan de Austria para pasar a España a combatir el alzamiento de los moros en el reino de Granada, para ello le requería se allegara con al menos veinticuatro galeras para cortar el suministro de las regencias norteafricanas a los sublevados. Se dividió la escuadra, una al mando de don Luis de Requesens con once de ellas, y otras catorce al mando de don Álvaro, pero éste se quedó unos días en Génova terminando de aprestar las suyas. La de don Luis zarpó de Civitavecchia con rumbo a la ciudad Condal, pasando por el canal entre las islas de Córcega y Cerdeña, para navegar a resguardo de los vientos de la época del año casi siempre de Norte, pasado éste variaron rumbo al litoral Ligurio para navegar bojeando protegidos por la cercanía a tierra, al estar a la altura del cabo Corona, viendo que los vientos no eran muy fuertes, viraron de nuevo con rumbo directo al cabo de Creus, a las pocas horas de estar en él separados de tierra se desató un infernal viento de Mistral, removiendo las aguas de tal forma que los bajeles no pudieron soportar, destrozando la escuadra casi por completo.

El resultado fue que cuatro se fueron al fondo con toda su gente, otras seis aparecieron después de correr el temporal como pudieron en la isla de Cerdeña, pero en muy mal estado y solo la Capitana pudo arribar con grandes esfuerzos a la isla de Menorca, donde se recuperó la gente mientras se esperaba amainara el temporal, pasando directamente a Palamós.

Encontrándose en el puerto los moros al remo se sublevaron, casi logrando hacerse con el botín de la galera intentando acercarla a su tierra, pero los hombres de armas y parte de las tropas restantes de los Tercios dominaron la situación, siendo juzgados los amotinados, por las sentencias emanadas a treinta de ellos se les ajustició. Le llegaron las malas noticias a don Álvaro estando en Génova, zarpando inmediatamente para socorrer a los que pudiera, arribando a Cerdeña y recogiendo en las suyas a toda las dotaciones a salvo en tierra, dando remolque a las naves estropeadas, las dejó en Cagliari donde con mucha prisa y muchos brazos, consiguió rehabilitar cinco de ellas, quedando incorporadas a su escuadra, zarpando con rumbo a Mallorca, donde le informaron que el Comendador había zarpado con rumbo a Palamós y lo que allí había ocurrido, pensando podía ser necesaria su presencia volvió a salir con rumbo al lugar señalado donde arribó sin ningún contratiempo, a su llegada todo había terminado.

De acuerdo con don Luis puso rumbo a Málaga, donde como siempre cumplió su comisión, no siendo muy llamativa en cuanto a combates, pero si muy pesada por el constante cruzar por aquellas aguas para impedir recibieran los sublevados cualquier ayuda, aún así apresó en los meses que duró la campaña, cuatro bajeles de poco tonelaje, pero por poco que fuera de haber tenido las aguas libres los enemigos se hubiera multiplicado y su sola presencia evitó que el conflicto se alargara, pues en tierra las cosas al principio no fueron muy bien.

La escuadra fue dividida en dos, pues de las iníciales catorce galeras se incorporaron las cinco rescatadas; como don Luis se había quedado en la ciudad Condal, don Álvaro le dio el mando de ocho de ellas a don Alonso, quedándose con once, de esta forma evitaba que la escuadra al completo realizara todo el recorrido, para ello fijaron un punto de encuentro más o menos en el centro de la demarcación, cubriendo así mucha más mar y por medio de las fragatas poder avisar de una grave situación, pudiendo acudir más rápidos a cualquier ataque, pues las aguas a cubrir tenían como límite al Norte la ciudad de Almería y por el Sur el peñón de Gibraltar. La misión de vigilancia comenzó en mayo y terminó en noviembre de 1569, siendo seis meses en los que solo hubo descanso en cuatro ocasiones que tocaron tierra para reabastecerse.

Don Felipe II informado de todo lo realizado por don Álvaro y sobre ello lo que se pide a un militar su gran eficacia, por Real cédula del 19 de octubre de 1569 le expedía el título de Marqués de Santa Cruz de Mudela, bien pronto se quedaría para la Historia recortado y como Marqués de Santa Cruz, con todos los beneplácitos que llevaba la concesión.

Al concluir la campaña pasaron a Cartagena a reparar los vasos, regresando  a Nápoles lo antes posible, aprovechando su viaje embarcaron en su galera Marco Antonio Colonna y el Licenciado Roda, arribando el 14 de enero de 1570, donde desembarcaron sus famosos viajeros y él pasó a construir más galeras, así como a revisar las suyas para dejarlas alistadas a la perfección para la primavera siguiente. Al mismo tiempo en Constantinopla se estaba terminando de formar una de las mayores escuadras, estando compuesta por unas ciento setenta galeras, cincuenta fustas o galeazas y un número parecido de velas menores, transportando en todas ellas un ejército de sesenta mil hombres con mucha artillería.

Alarmados todos los países del Mediterráneo, el Papa Pío V pidió a don Felipe II le enviara cuanto pudiera de todas sus escuadras, porque había conseguido unir a las de Venecia, Malta, más las suyas, y las que esperaba del Rey Católico. El Papa había pedido se reunieran en la isla de Sicilia y allí acudieron, nombrando como jefe de todas las Armadas españolas a don Juan Andrea Doria, quién puso todas las suyas, se le unieron las de Génova, Malta, Saboya, Sicilia y Nápoles al mando de don Álvaro. Pero el Rey don Felipe II que estaba en todo, envío correo a don Álvaro para acudir a reforzar la Goleta, por si las fuerzas turcas como maniobra de distracción intentaban tomarla. Nada más recibir la orden se lo comunicó a Andrea Doria quien le dio el permiso para reforzar la plaza, cargó de transporte un Tercio de Nápoles y con sus veinte galeras se desplazó al lugar.

Como siempre llegó muy oportunamente, pues en la mar se encontraba una escuadra al mando de Uluch, a la sazón Baja de Argel quien con sus veinticinco galeras había comenzado a dar sitio a la plaza. Don Álvaro cargado como iba de infantería ni se preocupó del enemigo en una primera instancia, lo que al Baja no le sentó bien el desprecio, pues parecía que se desentendía de él a pesar de ser quien era, considerando inaceptable esta actitud que no quiso tolerar y más delante de todos sus hombres, decidió permanecer a la espera para atacarle cuando saliera a la mar con toda su furia y demostrarle que no era tan insignificante.

Desembarcó la infantería, víveres, pólvora y artillería que llevaba para reforzar la fortaleza, cumplida su orden, como siempre hizo, salió y tropezó con cuatro velas turcas a las que dio caza e incorporó a su fuerza, al mismo tiempo se le puso delante la capitana, sin dudarlo fue atacada por él con su galera, tras un duro enfrentamiento la rindió incorporándola igualmente a su escuadra.

Ante esto Uluch con su Sultana se vio impotente y a fuerza de remo se pusieron en franca huida; don Álvaro les persiguió hasta verlos entrar en el puerto de Bizerta. Sabiendo que de allí no saldrían por no tropezar con él, por arrumbo a Sicilia donde al arribar se incorporó a la escuadra de don Andrea Doria. Pero Juanetín Doria(2) no estaba muy de acuerdo con el proceder de don Álvaro, aunque como se verá no utiliza el correo directamente al Rey, sino a su Secretario dirigiéndole una carta en la que entre otras cosas le dice: «…ha llegado a lamentarse con el secretario de Estado Antonio Pérez este mismo mes de 1570, solicitándole a su amigo que medie ante el Rey, y que Su Majestad envíe una Cédula a don Álvaro ordenando al rebelde que le obedezca; y no punto por punto como ahora hace, sino de continuo.»

(2) Conviene decir aquí, que don Juan Andrea Doria, no era el famoso ya que había fallecido el día 25 de noviembre del año de 1560 a las diez de la mañana, a punto de cumplir los noventa y cuatro años de edad, heredando todos sus bienes y el mando de la escuadra personal su sobrino Juan Andrea Doria, que era hijo de Gianettino Doria, que a su vez falleció en 1547, siendo en vida nombrado el sucesor de don Juan Andrea Doria, su hermano, por ello al fallecer éste se volcó en instruir a su sobrino, convirtiéndose en su heredero directo.

Antonio Pérez le contesta: «Os adelanto que no se hará así. Demasiados bríos tiene el de Santa Cruz para soportar, sin revolverse, que le amusguen. Su Majestad sabe bien cuánto de fiel le es, pero no como un perro, sino como orgulloso hombre de honor.» (Lo de ‹punto por punto›, era porque don Álvaro sino recibía la orden del Rey para cada ocasión, nunca se dejaba mandar por el genovés.)

Mientras el Papa había cometido un error, pues había nombrado a Marco Antonio Colonna general de las galeras Pontificias, pero además como Generalísimo de toda la escuadra conjunta. Para comunicarlo, el 1 de septiembre Colonna llamó a consejo de Guerra a todos los mandos, reuniéndose en su galera: don Juan Andrea Doria, don Álvaro de Bazán, don Carlos de Avalos, marqués de Torremayor, Polo Ursinos, Próspero y Pompeyo Colonna y Sforza Palaviecini, para comunicar su nombramiento por el Papa a todos y pedir opinión para llevar a buen término la campaña.

Ante esto don Andrea Doria se negó rotundamente a estar a las órdenes de alguien al que no consideraba un buen marino, llegando incluso a amenazar a Colonna con ponerse en camino para hablar con el Rey Católico, lo que el general en jefe logró impedir, pero al mismo tiempo quedó turbado por la reacción de don Andrea e irresoluto en definir la táctica a seguir, porque solo uno de sus generales le había dado un consejo.

El genovés para evitar males mayores se quedó en Nápoles, pero no anduvo inactivo, pues pasó revista a toda la flota, sacando como conclusión que la mayor parte de las naves: «acabarían con ellas el primer soplo de tramontana» Como siempre el único que había aportado algo fue don Álvaro, comportándose como lo hizo toda su vida; aun sabiendo que era mejor general Doria, no le gustaba enfrentarse a sus jefes y solo mediaba para él concluir la campaña con éxito; así en un momento de calma dijo: «…primero que cesaran los conciliábulos y se acudiera en socorro de Famagusta y Nicosia, pues, aun cuando no había que soñar en derrotar definitivamente a los turcos, dadas las diferencias de fuerzas, una acción, por ligera que fuese, siempre aliviaría algo la situación angustiosa de los sitiados, y hasta tal vez se consiguiera pasarles vituallas de boca y guerra, imprescindibles si había de evitarse un desastre.» Como siempre se le tacho de audaz y sin sentido, sobre todo por Andrea Doria.

Después de pensarlo mucho tiempo, el cual era muy valioso, salió la escuadra con rumbo al Adriático, pero pronto comenzaron a tener epidemia sobre todo en las galeras venecianas, aumentando las dudas de Colonna, terminando de solucionar el problema, la llegada de la noticia por la que el 9 de septiembre Nicosia había caído en manos de los turcos, esto fue el final de tan trágico encuentro de diferentes escuadras, ello llevó a realizar una aparición sobre Candía, donde al regreso cada escuadra se separó para volver a su puerto base.

Queriendo la fatalidad que en el viaje de vuelta se levantó un fuerte temporal, como consecuencia de él se perdieron cuatro galeras del Papa con toda su dotación. Al disolverse la Santa Alianza, (como la llamó el Papa), don Andrea Doria zarpó con rumbo a Messina y de aquí a España, donde arribó mediado octubre para explicarle al Rey lo sucedido, pues al saber la noticia del nombramiento de Generalísimo de Colonna por el Papa, intentó hablar con Pio V, pero éste le negó la audiencia tantas veces como la pidió, razón por la que Doria argumentó al Monarca que, la culpa de la falta de entendimiento entre los generales la había provocado el Pontífice, por elegir a un general falto de conocimientos militares y sobre todo náuticos, con esas carencias no le era posible a don Andrea aceptar a un Jefe, pues el desastre estaba asegurado por su falta de experiencia. (Esto es lo que al año siguiente motivó a don Felipe II para que no se repitiera cuando de nuevo se formó la Santa Liga, para ello se adelantó y tomó el mando absoluto de la organización, decidiendo darle el mando de Generalísimo a su hermanastro don Juan de Austria.

La prueba está en la comparación de lo que se consiguió en esta ocasión y en la siguiente de 1571. Al mismo tiempo don Álvaro arribó a Nápoles con su escuadra y gran amargura por no haberse seguido su consejo el general al mando, lo que al menos hubiera servido de ejemplo a los turcos y quizás la capital de Chipre no hubiera caído tan rápido. En el fondo se sentía culpable por haber obedecido y no haberse ido él con sus galeras a aminorar la angustia de aquellos hombres y mujeres, quienes ahora eran unos muñecos de trapo en manos de los sarracenos. Tan pesaroso estaba que al pasar unos días y en contra de su costumbre, dio de baja las dotaciones no necesarias de su escuadra, pasando a revisar como siempre en la invernada los buques y en esta ocasión ver la posibilidad de armarlos mejor con artillería, así como aumentar la flota con nuevas construcciones.

Incorporamos someramente la defensa de Chipre, porque nos parece tiene mucho que ver con las posteriores actuaciones, aparte de aclarar ese punto de vista, quedando enturbiado por algunas de las acciones que los venecianos cometieron posteriormente incluso con los españoles, al formase la Santa Liga contra el turco. Quedaba solo por vencer la ciudad de Famagusta, siendo sitiada al conquistar Nicosia en septiembre por las fuerzas de Beyler-Bey, contra el defensor veneciano Marco Antonio Bragadín.

Los atacantes llegaron a alcanzar el número de setenta mil, por tan solo cuatro mil de los defensores, siendo algo menos de la mitad de ellos comerciantes que ahora por la necesidad empuñaban las armas, pues su vida dependía de ello debiendo pasar a formar parte como soldados y a ello se pusieron. Viendo Marco Antonio que sus fuerzas se reducían, dio la orden de demoler los torreones exteriores y pasar a defenderse mejor en la segunda muralla, mucho más pequeña y por lo tanto se podía acudir a un punto determinado rápidamente y con más gente. Siempre mirando a la mar en espera del ansiado socorro que nunca les llegó. Como era de esperar la escasez de alimentos comenzó a hacer mella en la población, declarándose una epidemia de peste, solo les quedaba morir.

En esos momentos el turco Beyler-Bey, el 9 de agosto de 1571, le envío una embajada de rendición muy honrosa por la gran capacidad de resistencia que había demostrado, no en balde llevaban casi un año sin poder tomar la fortaleza, concertando dejar en libertad a Marco Antonio Bragadín y todos los que pudieran con sus enseres viajar a Venecia. Ante esta prometedora expectativa confiando en la palabra del turco decidió rendir la ciudad. Pero los musulmanes tiene una máxima: «Las promesas hechas a los cristianos carecen de valor.»

Por esta razón entraron a saco en la ciudad, mandando a todos los hombres vivos a la esclavitud, las mujeres pasaron a formar parte de los harenes, después de ir de mano en mano de la soldadesca. Y como premio a su valor a Marco Antonio Bragadín, se le sometió a tormento sin razón ninguna, pero no se pararon ahí, sino que fue desollado vivo y su piel rellenada de paja y excrementos, para disfrutar de su victoria. Sabido todo esto por los venecianos, se dieron por conocedores que de ninguna forma se podían fiar de los turcos y en este caso con su Sultán, Selim II ‹El Idiota›, no se podría llegar a un acuerdo, pues era casi seguro que a la menor ocasión sería roto en perjuicio de los venecianos, por ello a la segunda sí quisieron ayudar muy firmemente a su derrota, aunque ya Chipre nunca volvería a sus manos.

Siendo conocedor don Felipe II del desastre de la anterior organización, planteó la cuestión sin ambages, tomando por anticipado la decisión de nombrar Generalísimo de la Santa Liga, a don Juan de Austria. Con esto decidido se lo comunicó al Papa, quien no tuvo opción de oponerse y éste lo comunicó a Génova, Venecia y los Caballeros de San Juan, quienes tampoco se opusieron a ser mandados por un Príncipe como General al mando de la coaligada escuadra.

Por ello el 20 de mayo de 1571, se firmaron las capitulaciones o acuerdos de todos quedando formalizada la Santa Liga, el problema se planteó con el segundo al mando, pues don Juan quiso poner a don Luis de Requesens, pero de nuevo el Papa con el apoyo de los demás menos España, querían nombrar a Marco Antonio Colonna, prolongando las capitulaciones hasta conseguir en un nuevo punto fuera nombrado. Todo por consejo del mismo don Luis de Requesens, para ceder algo a quienes iban a ser compañeros de combate.

La escuadra quedó formada por: noventa galeras, veinticuatro galeazas y cincuenta fragatas o bergantines aportadas por España, divididas a su vez en: quince de las de España, treinta de Nápoles, diez de Sicilia, once de Juan Andrea Doria, cuatro de Lomelino, cuatro de Negron, dos de Grimaldi, dos de Estefano Mari, una de Vendinelo Sauli, tres de Malta, tres de Génova y tres de Saboya; doce galeras y seis fragatas los Estados Pontificios y ciento sesenta galeras, seis galeazas, veinte fragatas y dos naves con nueve mil hombres, la República de Venecia. Siendo un total de doscientas sesenta y seis galeras, seis galeazas, veintitrés naos, más cuarenta y cinco fragatas.

Como se ve la pretensión de Venecia de nombrar como segundo a Colonna por la razón del número de sus buques es lógica, pero un historiador de la época dice: «…que esa pretendida superioridad numérica más constituyó un estorbo que una ayuda, pues los muchos bajeles causan extorsión si no van bien provistos de gente y aun la que lleva carece de la adecuada instrucción…La Señoría mandó dotaciones escuálidas no solo de gente de pelea, sino de marineros con poca disciplina y miserablemente aparejados…»

La infantería a bordo la componían: seis mil seiscientos cuarenta y dos españoles; más mil quinientos catorce que fue obligado repartir entre las galeras venecianas para reforzarlas. Siendo en total, ocho mil ciento sesenta. Repúblicas de la península itálica, dos mil setecientos diecinueve, pero al igual que España tuvieron que abordar las galeras venecianas otros dos mil cuatrocientos ochenta y nueve, en total de cinco mil doscientos ocho. Del Sacro Imperio cuatro mil novecientos ochenta y siete, yendo exclusivamente en las galeras de César de Avalos, aunque en su capitana fueron incorporados unos cuantos españoles.

Se quedó en este número, porque estando embarcados sufrieron de mareos que les debilitaron tanto, que cinco mil de ellos fueron desembarcados en Messina. Y a todos estos hay que sumar, los aventureros y caballeros que iban como guarda del Príncipe y de los señores principales, ascendiendo a mil ochocientos setenta y seis. A pesar de solo llevar seis pajes don Juan de Austria, pero incluso estos bien armados para su custodia personal, del número dado antes los que exclusivamente estaban destinados a cubrirle eran, trescientos setenta. Y el total de efectivos de la escuadra era de veinte mil doscientos treinta y uno.

Por su parte don Álvaro embarcó en sus treinta galeras, ocho compañías del Tercio de Granada, cuatro de don Miguel de Moncada y diez de los Tercios viejos de Nápoles. El Tercio de Granada era llamado así por haber sido de los participantes en contrarrestar la sublevación de los moriscos en esta tierra, pero estaban algo mermados por las pérdidas sufridas, lo cual no le importó porque él tenía en Nápoles gente para completarlos, siendo expertos hombres de Mar y Tierra.

Justo en estas fechas fue cuando los moros se hicieron con su estratagema con la última ciudad de la isla de Chipre, Famagosta. En el reparto de formación de la escuadra cristiana don Juan de Austria le entregó a don Álvaro la retaguardia o socorro, con la orden expresa, en la que entre otras cosas le dice: «A el Marqués de Santa Cruz, a cuyo cargo dejo la retaguardia y socorro, por la grande importancia que era para todos, y de quien fiaba el peso de toda aquella jornada, que esperaba considerase con mucho advenimiento en cuál parte de la batalla prevalecía la Armada cristiana y dónde convenía, no dilatando el socorro, acudir a favor de los suyos con toda presteza y con cuántas galeras. Y porque en semejante caso era imposible dar instrucción determinada y orden expresa de lo que debía ponerse en orden, pues la resolución se había de acordar y efectuar según la necesidad y ocasión presente y remitía el orden della a la prudencia y discreción del dicho don Álvaro, que sabría bien conocer si el enemigo tendría galeras de socorro y cuántas serían, para ver si estaría a su provecho embestir la Armada contraria…»

De los nobles y caballeros a bordo de las galeras de don Álvaro se pueden citar algunos como a; don Pedro de Padilla comendador de la Orden de Santiago; don Manuel de Benavides, Mayorazgo de Javalquinto, don Pedro Velázquez, don Agustín Mejía, marqués de Laguardia, don Felipe de Leyva, futuro Príncipe de Ascoli, don Pompeyo Lanoy, hermano del Príncipe de Solmona, don Juan de Guzmán conde de Olivares, don Fernando Tello, hijo del Alférez Mayor de Sevilla y don Gutiérrez Laso.

Se encontraban reunidos en Messina y don Álvaro formó parte del Consejo de don Juan, teniendo voz y voto en todo asunto para la preparación de la escuadra, tomándose las decisión de pasar fuerzas a las galeras de Venecia, distribuir la artillería, armas, municiones, víveres y redactando un orden de combate que bajo ningún concepto se debía alterar para los mandos, pues la escuadra enemiga no se sabía exactamente donde se encontraba, por lo que alterar la formación podía ser causa de perder la jornada, al mismo tiempo se diseñó el dispositivo, no siendo otro que una larga línea de fila cubriendo casi tres millas, quedando asignada de la forma siguiente: la vanguardia al mando de don Juan de Cardona, con ocho galeras y las seis galeazas; ala izquierda al mando de Agostino Barbarigo, con sesenta y siete, por ello su galera capitana debía enarbolar un gallardetón amarillo, así como las restantes un gallardete del mismo color; el centro o batalla al de don Juan de Austria con ochenta y cuatro, se distinguían por llevar el gallardetón azul, así como el gallardete en las demás; ala derecha don Juan Andrea Doria con sesenta y ocho, con el gallardetón verde y el resto con el gallardete; la reserva o socorro al de don Álvaro de Bazán, con treinta, con el gallardetón blanco y todas las de su mando con su correspondiente gallardete de igual color. De esta forma nadie se podía confundir de escuadra, por muy rápido que se tuviera que formar la línea, pues era tan sencillo como seguir a cualquiera que llevara su mismo color. Esto después fue vital para formar la línea de fila rápidamente.

La escuadra zarpó de Messina el 16 de septiembre con rumbo a Tarento doblando el cabo de Spartivento, continuando rumbo hasta la Paz, donde arribó y zarpó de nuevo el 18 con rumbo a Cabo Stilo, estando en esta navegación don Álvaro recibió la orden de ir a Otranto y Brindisi para embarcar a otros mil quinientos hombres, entre españoles e itálicos, mientras la escuadra intentó contornear el golfo de Tarento, pero se cambió de parecer y se puso rumbo a Corfú, arribando en la noche del 26 a Santa María de Casapeli y al día siguiente 27 arribó a Corfú, donde les fue notificada la presencia de la escuadra turca en el golfo de Lepanto.

Aquí don Juan formó Consejo de Generales y a pesar de estar todo muy cerca, algunos de ellos abogaban por retirarse (no se dicen los nombres para evitar susceptibilidades) solo Colonna, Barbarigo y don Álvaro quien se había unido a la escuadra, votaron por atacar la flota turca, el 29 zarpó de nuevo arribando el 30 al puerto de Gomenizas, un magnifico fondeadero en las costas de Albania.

Estando en éste puerto, al parecer en las galeras de Venecia hubo una insubordinación, a pesar del tiempo pasado nadie ha podido averiguar cuál fue la causa en realidad, el caso es que el jefe de ellas Venniero mandó ahorcar al capitán Mucio Tortosa de las coronelías itálicas y más tres de sus hombres, sin formarles Consejo de Guerra ni actuación sumarísima, solo cuando don Juan advertido pudo ver el espantoso espectáculo de los cuatro cuerpos cimbreándose del palo mayor de la galera de Venniero.

Entró (cosa rara) en cólera por haberse atrevido a tal sentencia sin su consentimiento y menos en este caso sin haberle dado noticia previa, momento que como siempre aprovecharon los listos para inducirlo a hacer lo mismo con Venniero, incluso alguno llegó a recomendarle zarparan todas las galeras españolas abandonándolo a su suerte. Solo don Álvaro le recomendó dejar el asunto para después del combate, si salía vivo de él habría tiempo para juzgarle, de lo contrario el turco haría su justicia, pero que de ninguna forma se podía romper la coalición y menos por su mismo Generalísimo, al parece consiguió calmarle, de hecho así se lo escribe a don Felipe II: «…y cuando el señor don Juan estuvo en aquel puerto de las Gumenizas, que el general de Venecia nos ahorco el capitán de infantería y los demás soldados, Su Alteza se bolviera con la harmada, apartandose de los venecianos, con ánimo de hazer la empresa de Castel-Novo por el parecer del Comendador Mayor Juan Andrea Doria, Don Juan de Cardona, Pero Francisco Doria; de que resultaría sin duda perderse toda la Armada, retirándose, viniendo ya como venía la del enemigo a buscarnos y yo supliqué al señor don Juan que el castigo de aquel desacato lo dexase para acabada la jornada y que pasásemos adelante; y aviendose votado ya en dos Consejos el Comendador Mayor dixo a Su Alteza que de mi parte avía un voto más y se resolvió en no volverse e ir a buscar a los enemigos, de que se siguió la victoria…»

En una relación de la Jornada de la Liga, se puede leer: «El Sr. Don Juan, se levantó del Consejo sin haber tomado resolución, bien confuso y el Comendador mayor le dijo de allí a poco: V. A. vea lo que quiere hacer, porque de la parte de don Álvaro hay un voto más que de la nuestra. S. A. respondió con gran resolución; pues así es, vamos adelante y sigamos el parecer de don Álvaro; y así se encaminó adelante a un puerto que se llama Petela, que está cerca de las Escochulazas y Lepanto.» A pesar de no tomar decisiones al respecto, sí ordenó una, siendo la de dejar fuera de los Consejos de Generales a Venniero y nombrar en su lugar al Proveedor de la escuadra de Venecia Agostino Barbarigo, con esta orden evitaba tenerlo a mano, por si se le iba a la empuñadura de su espada y hacía justicia por sí mismo.

El 3 continuó a rumbo la escuadra arribando y fondeando en cabo Blanco, situado en el extremo sur de la isla de Corfú, donde arribó el capitán Gil de Andrada con la noticia de que al parecer la escuadra turca no eran tan numerosa, dando con ella muchos más ánimos de combatirla dando por ganada la jornada, salió la escuadra con rumbo al puerto de Ficardo en la isla de Cefalonía, arribando y fondeando el 5 de octubre.

A todos les vino a la cabeza para darse más ánimos, la venganza que debían de hacer con los enemigos de la cristiandad, recordando la traición y caída de Famagusta lo que sin duda aumentó el odio contra estos, la escuadra zarpó al día siguiente con rumbo al golfo de Lepanto; al amanecer del 7 se encontraban entre la isla de Oxia y el cabo Stropha, cuando los vigías dieron el aviso de «¡velas a la vista!» Al dar el aviso don Juan ordenó forzar de remos para salir lo antes posible de la ratonera en la que se encontraba metida la escuadra y conforme se saliera de ella ir formando la línea de frente; al seguir avanzando le llegaban nuevas noticias de lo que estaba apareciendo en el horizonte, era la escuadra turca pero con muchas más velas de las que le habían dicho, volviendo a ordenar se forzara más de remo y se fueran intercalando las galeras en sus respectivas escuadras sin perder tiempo en ello.

Quedando compuesta como ya se había ordenado: el ala derecha al mando de don Andrea Doria, con cincuenta y cuatro galeras; el centro o batalla al de don Juan de Austria, con sesenta y cinco galeras, a su izquierda las del mando de Marco Antonio Colonna, con treinta y dos, a su izquierda las del mando de Sebastián Venniero, con treinta, a popa de la Real se encontraban la de don Luis de Requesens Comendador Mayor de la escuadra y la Patrona; en el ala izquierda al mando de Agostino Barbarigo, con sus cincuenta y cinco galeras, por último las del mando de don Álvaro, las de Nápoles, con su treinta galeras.

La escuadra de Barbarigo, siempre estuvo a dos millas de la costa, y como otras tres detrás del resto. Por orden de don Juan, ninguna escuadra pertenecía por completo a la procedencia de su jefe, pues ordenó se interpolaran quedando prácticamente todas mezcladas, para ello había ya dado la orden de marcar con colores el gallardetón de capitana de cada división y con gallardete el resto de bajeles, dejando a su libre albedrio y conocimiento la de Socorro, cuya unidad iba a dar la fuerza necesaria estando toda ella compuesta por españoles. Recordar que en vanguardia iba la escuadra al mando de don Juan de Cardona, con ocho galeras para servir de aviso de toda la escuadra. En totales, la escuadra portaba a veintinueve mil soldados; diecinueve mil novecientos marineros; cuarenta y tres mil quinientos bogantes y dos mil cañones, éste número era igual en la otomana.

Sobre la escuadra turca hay diferencias de autores en su número, por ello daremos un número intermedio entre todas ellas: La escuadra estaba al mando de Kapudán Bajá Zadi (Alí Bajá), compuesta en total por doscientas cuarenta y cinco galeras, más setenta galeotas, formando una media luna con las alas izquierda y derecha adelantadas al centro, para intentar formar una tenaza, aunque luego las circunstancia no se lo permitieron, además de formar en cuatro grupos o divisiones. La aportación por territorios a esta enorme escuadra, según un documento consta: «Constantinopla, doscientas once galeras; Ochialí, siete; Natolia, veinticuatro; Trípoli, una y Caracosa, dos. Galeotas: Constantinopla, cincuenta y siete; Ochialí, doce; Trípoli, una y juntos, entre fustas y bergantines, cuarenta.» Indicándonos el número total de velas; galeras, doscientas cuarenta y cinco, galeotas setenta, entre fustas y bergantines cuarenta, con un total de trescientas cincuenta y cinco velas.

Su ala derecha al mando de Mehemet Chuluc (Mohameet Sirocco) Gobernador de Alejandría, con ochenta galeras; el centro por Alí Bajá y como segundo Seras-Kier Pertev Bajá, con ochenta y cuatro, el ala izquierda al mando de Uluch-Alí, Sultán de Argel, con ochenta y la reserva o socorro al mando de Murat Dragut, con una galera, (la suya) y las setenta galeotas, con unos ciento veinte mil hombres en la escuadra. (No se indica el número exacto de infantería, aunque si se cita que iban unos dos mil quinientos genízaros como refuerzo de la galera de Alí-Bajá) Ésta era la duda de don Juan, si la escuadra turca llevaría o no reserva, efectivamente si la llevaba y por eso vio que las fuerzas estarían muy equilibradas, por ello a pesar de no estar las galeras cristianas formadas, don Juan se pasó por todas ellas, y en alguna se paraba, para arengar a las fuerzas, cuyas palabras eran: «A morir hemos venido; a vencer si el cielo lo dispone. No deis ocasión a que con arrogancia impía os pregunte el enemigo: ¿Dónde está vuestro Dios?»

Cada división adelantó a remolque unas dos millas de la línea a las seis galeazas, las cuales portaban cuarenta y cuatro piezas de artillería cada una, con un total de doscientas sesenta y cuatro, siendo las encargas de romper el fuego y fue de tal efectividad que la escuadra turca por unos largos minutos quedó descompuesta, muchos de sus bajeles ya considerablemente dañados, tanto que a pesar de tener el viento a su favor les retrasó en el ataque, y para favorecer a los de la Santa Liga al poco tiempo el viento calmó, retrasando aún más poder volver a tomar la formación inicial y por ello el contacto, dando así tiempo a la escuadra cristiana quedara perfectamente formada y cerrando huecos en su larga línea.

El primer contacto se trabó entre las divisiones de Uluch-Alí y las de Andrea Doria, pero como si huyese el encuentro el turco se fue alejando del cuerpo principal, con la intención que una vez conseguida la separación del ala derecha cristiana, a fuerza de remos colarse en su línea y atacar por la retaguardia a la cristiana, a su vez el ala derecha turca al mando de Sirocco rompía la línea de Agostino Barbarigo, quien a pesar del esfuerzo cayeron muchas galeras en el típico atropello de los mahometanos, pero no consiguieron su objetivo, pues don Álvaro avizor como siempre de la situación, marchó con su reserva a contrarrestar la fortaleza de los turcos, entro con tal ímpetu que en poco tiempo restableció la composición de la línea cristiana.

En la acción fueron hundidas varias galeras enemigas, otras tantas fueron rendidas y quince de ellas más diez galeotas viraron, alejándose con rumbo a Lepanto. Por parte de las galeras del Marqués, en su propia galera la Marquesa sufrió la pérdida de cuarenta hombres entre ellos el capitán de la nave y con más de ciento veinte heridos, entre ellos el célebre «Manco de Lepanto» don Miguel de Cervantes Saavedra. Entre tanto los dos Generales se buscaron hasta contactar y fue tan duro el golpe recibido por la Real de la Sultana, que el espolón de ésta penetró hasta el cuarto banco de boga, por esto su proa se metió casi debajo de la quilla de la Real, (esto se producía porque don Juan había dado la orden de aserrar los espolones a las cristianas) obligándole a levantar la popa dejando al descubierto sobre todo su Carroza con los múltiples hombres que allí se encontraban, momento aprovechado por los arcabuceros españoles para barrer con su fuego toda la zona, causando graves pérdidas que no obstante fueron cubiertas por las diez galeras y dos galeotas turcas abarloadas para poder pasar mejor sus guerreros, pero antes de esto, los españoles entraron en la galera enemiga consiguiendo llegar hasta el alcázar de popa, pero al llegar debieron retirarse por la gran cantidad de enemigos apelotonados en la carroza de la Sultana.

Un infante de marina inmortal, nos describe con su gloriosa pluma, todo lo que significaba en aquellos momentos, abordar un buque enemigo. «Y si este parece pequeño peligro, veamos sí le iguala o hace ventaja el de embestirse dos galeras por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales enclavijadas y trabadas, no le queda al soldado más espacio del que concede dos píes de tabla del espolón; y, con todo esto, viendo que tiene delante de sí tantos ministros de la muerte que le amenazan cuanto cañones de artillería se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo que al primer descuido de los pies iría a visitar los profundos senos de Neptuno, y, con todo esto, con intrépido corazón, llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería, y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario. Y lo que más es de admirar; que apenas uno ha caído donde no se podrá levantar hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mismo lugar, y si éste también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede sin darle tiempo al tiempo de sus muertes; valentía, atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra» Miguel de Cervantes.

En socorro de la Real acudieron Andrea Doria, Sebastián Venniero y Marco Antonio Colonna, pero el apoyo de estas tres galeras a pesar de llevar muy buena gente no dejaban de ser pocos, para soportar a los cientos de turcos que estaban entrando en ella, incluso con tanta fuerza que llegaron a la Carroza, obligando a la guardia de don Juan y a él mismo a utilizar la espada, pero justo en ese momento el ojo avizor de don Álvaro, se había apercibido del peligro, por ello solucionado el problema con su socorro en el ala izquierda, ordenó de nuevo boga arrancada para llegar lo antes posible en ayuda del centro, tan oportunamente lo logró que en esos momentos dos enemigas estaban doblado la línea intentando atacar por la popa a la Real.

Viendo el gran peligro conforme venía con la fuerza de los remeros, embistió por el centro contra la primera la cual del golpe la partió yéndose al fondo con toda su gente, casi al mismo la segunda era aferrada y abordada, deshaciendo en muy poco tiempo toda posible defensa, su gente fue pasada a cuchillo, en este encuentro don Álvaro recibió dos tiros, uno le dio en la rodela y el segundo en la escarcela, que por ser de acero ambas solo se abollaron, pero muy bien podía haber caído en el combate; como siempre no se inmutó y prosiguió su trabajo, dos de su galeras llegaron a la Real, de forma que por la arrumbada de ellas se accedía fácilmente a la escala Real, dando acceso directo a la Carroza, pero con tal ímpetu que los de detrás empujaban a los de delante y así consiguieron expulsar a los enemigos de la Real.

Con esta acción don Álvaro había demostrado estar en todas partes y tan oportuno como eficaz  en toda la línea, pues de no haber llegado a tiempo hubieran podido hacerse los turcos con la Real de don Juan y con ello ganar la jornada, pero lo evitó. Un cronista del combate dice de él en este instante: «No se sabe qué apreciar más en él, si su heroísmo, si aquel golpe de vista que le hacía precisar el momento oportuno en que su intervención era conveniente, o aquella sangre fría que le permite en el ardor de la contienda, cuando ha visto su vida en inminente peligro y morir a su lado compañeros queridos, separase de aquel punto para observar con toda tranquilidad dónde es necesaria su presencia, dónde se halla comprometida la victoria, para ir como una avalancha a arrancarla de manos de los enemigos. Allí donde la balanza se inclinaba a favor del estandarte de Mahoma, allí aparecía don Álvaro, y con el peso de su espada le hacía bajar hasta el abismo. Atento a los incidentes de la batalla, con una serenidad sin igual y un conocimiento exacto de las fuerzas de que disponía, caía de improviso sobre la posición más comprometida, y la Armada cristiana lo estuvo aquel día en que se jugaron los destinos de Europa…»

Por dos veces más entraron los españoles en la Sultana, en la tercera algún soldado o capitán (nunca se ha sabido) llegó hasta Kapudán Bajá Zadi (Alí Bajá) y de un tajo le cortó la cabeza, siendo clavada en una pica y enseñada en signo de victoria, mientras otros desvalijaban las nave para llevarse los recuerdos de tan gran día, aunque los objetos de más valor fueron entregados a don Juan, éste preguntó quien había cometido el atropello de cortar la cabeza a Alí-Bajá, pero nadie salió como culpable y con los cientos de hombres que había llegado a la Carroza de la galera enemiga no era posible saber quién. No obstante dio la orden de arrojarla al mar, porque eso no era un trofeo de guerra para los cristianos. Llegando en ese momento el capitán de los Tercios, don Andrés Becerra natural de Marbella, con el estandarte de Alí-Bajá siéndole entregado a don Juan, quien ordenó izarlo al tope del palo mayor de la Real para anunciar la victoria a todos, tanto compañeros como enemigos.

Un hecho notable de este combate es que por tres veces entraron los españoles en la Sultana y dos los jenízaros lo hicieron en la Real, éste último con tal ímpetu que obligaron a don Juan a defenderse, entrando en acción la guardia personal del Generalísimo, en él se distinguió mucho un soldado de los Tercios puesto por don Álvaro por su demostrada destreza en el manejo de la espada; al darse el grito de victoria entre abrazos y medios golpes de amistad por la alegría, le arrancaron la camisa, descubriéndose era una mujer vestida de hombre. Don Juan al verla, ordenó se retirara a su Carroza y se cubriera con sus propias ropas. (Por desgracia nada más se sabe de ella, ni siquiera su nombre, todo un olvido imperdonable de la Historia.)

Pero no había terminado el combate, pues se fue corriendo la voz y en ese momento los turcos se dejaban matar, pero quedaba por ver que estaba sucediendo en el ala derecha cristiana y siniestra turca. En ella Uluch-Alí, se puso furioso yéndose con sus treinta galeras a por las de Sicilia y Malta, ésta ya muy maltratada por haber conseguido hundir cuatro enemigas. Sobre ella cayó el enemigo con tanta furia que en pocos minutos fue tomada, pero solo cuando quedaban seis caballeros de Malta y heridos. Le dieron remolque los enemigos pensando era suya, por ello no avanzaban a su debida velocidad, causando poder ser alcanzados por parte de la escuadra de don Álvaro, al verlos picaron los cables dándose a la fuga a fuerza de remo.

En el combate otras de las galeras de Malta echaron varias a pique y apresado a tres; la patrona de Sicilia y otras dos del Papa, fueron apresadas por la escuadra de Uluch-Alí, pero igualmente fueron recuperadas por las de don Álvaro. Regresaba don Álvaro a la línea dando remolque a la capitana de Malta, cuando vio a cuarenta enemigas huyendo, se pico el cable y dio orden de dar boga de arrancada, las persiguió hasta el mismo golfo de Lepanto, al entrar en él iba acompañado por su hermano Alonso y Juan Andrea Doria, atacando a las enemigas como si fuera el principio del combate, fue tan contundente el enfrentamiento que el resultado fue la captura de diez, hundidas un número igual, quince se fueron directas a las playas a varar y solo cinco pudieron escapar, no siendo perseguidas porque todos sus hombres estaban agotados, sobre todo los bogantes.

Don Juan de Austria al dejar de oír las armas en toda la zona, a don Álvaro acercándose llevando a remolque muchos buques enemigos, dio la orden de reunirse y buscar un lugar donde descansar todos, además el cielo comenzaba a nublarse y al mismo tiempo anochecía por ello era vital llegar a un lugar seguro, fueron reuniendo las naves poniendo rumbo a la cercana bahía de Petela bien protegida de vientos y mares, fue tan justa la medida tomada que al poco de arribar todas las naves y algunas aún por fondear, se desató una fuerte tormenta propia de la época del año.

Por ello todo algo más calmado fueron atendiendo los cirujanos a los heridos más graves y a continuación los menos, al mismo tiempo los muertos en los últimos momentos fueron enterrados cristianamente, pues no había galera en la que no hubiera un fraile y en algunas muchos más. Lo que nadie cuenta es, si también empuñaron las armas, lo que no sería de extrañar en la época. Don Juan le dio la orden a don Lope de Figueroa se hiciera a la mar, para llevar una carta del Generalísimo a su Rey don Felipe II. Al mismo tiempo los calafates y carpinteros fueron remendando en lo posible las múltiples averías de los bajeles. Recibiendo don Juan a bordo de su Real (que estaba en reparaciones) a todos los generales de la escuadra, dándoles las gracias por su buena vista, tesón y eficacia razón por la que la victoria era para la cristiandad.

No en balde fueron capturadas; ciento setenta y una galeras, de las cuales treinta y nueve eran de Fanal, cuarenta galeotas y las setenta fustas; ciento veinticinco cañones gruesos, veintiún pedreros y doscientas noventa y cuatro piezas de artillería de diferentes calibres; treinta y nueve estandartes turcos; pereciendo seguro treinta mil turcos, más cinco mil setecientos sesenta cautivos y casi lo más importante, había recobrado la libertad nada menos que doce mil cristianos, las hundidas resultaron: cincuenta y ocho galeras más treinta y tres galeotas, por ello solo pudieron salvarse del total inicial, dieciséis galeras.

Por parte de la Santa Liga, se perdieron ocho galeras de Venecia y cuatro de Andrea Doria, en total en torno a los diez mil muertos, pero de ellos siete mil seiscientos fueron posteriores al combate, bien por las heridas sufridas o porque los moros utilizaron saetas y flechas envenenadas, contra lo que nada se pudo hacer. Por un documento sabemos el reparto posterior de los buques y cautivos turcos: «Cupieron al sumo Pontífice Papa Pio V veinte galeras, diez y nueve cañones gruesos, y cañones pedreros tres y cañones chicos cuarenta y dos, y esclavos mil doscientos. A su Majestad del Rey Don Felipe nuestro señor ochenta y una galeras, cañones gruesos setenta y ocho, y cañones pedreros doce; cañones chicos ciento sesenta y ocho; y esclavos de cadena tres mil seiscientos. A la Señoría de Venecia cincuenta y cuatro galeras; cañones gruesos treinta y ocho; cañones pedreros seis; cañones pequeños ochenta y cuatro; esclavos de cadena doscientos cuarenta. Al Príncipe D. Juan de Austria le cupo la décima, que fueron diez y seis galeras, y esclavos de cadena setecientos veinte, y otras cosas.»

La mejor de las presas del día fue sin duda la galera al mando de Mustafá Esdrí, encontrándose a popa de la Sultana, pero al ver la cabeza y estandarte de Alí Pachá, dio por perdido el combate e intento huir, pero Juan de Cardona se le puso por la proa y lo intimidó a la rendición, la cual aceptó no de muy buen grado. La presa era importante por dos razones, primero era una hermosa galera capturada diez años antes, siendo entonces la capitana de los Estados Pontificios, significando una gran alegría para el mismo Papa, pero la segunda, casi tan importante para todos por ser la portadora de todos los fondos de la escuadra otomana, de ella se sacaron varios cofres llenos de monedas de oro y otras alhajas.

La escuadra permaneció en el fondeadero de la bahía de Petela hasta el 11 seguido, por tener la orden don Juan de su hermano don Felipe II, de no invernar fuera de puertos cristianos, ordenando levar a la escuadra a pesar de no haber amainado el temporal, comenzando a salir de la bahía, pudiéndose cumplir dada la rapidez y eficacia de los carpinteros y calafates al poderlas poner en orden de marcha al menos en tan poco tiempo, fondeando en Messina el 31 siguiente, pero con la mayor parte de los buques en muy mal estado como consecuencia del combate y sobre todo del último temporal sufrido, el cual les persiguió hasta pasados dos días de estancia en el puerto, como si el viento estuviera enfadado por tan magna victoria.

Acompañamos la bella descripción del comportamiento de don Álvaro en el combate de Lepanto, escrita por don Alonso de Ercilla en su poema La Araucana, compuesto en octavas reales para tan digno y valeroso capitán: El buen Marqués de Santa Cruz, que estaba / al socorro común apercibió, / visto el trabajo juego en que se andaba / y desigual en partes, el partido, / sin aguardar más tiempo, se arrojaba / en medio de la priesa y gran ruido, / embistiendo con ímpetu furioso / todo lo más revuelto y peligroso. / Viendo, pues, de enemigos rodeada / la galera Real con gran porfía, / y que otra, de refresco, bien armada / a embestirla con ímpetu venía, / saltóle de través, boga arrancada, / y al encuentro y defensa se oponía / atajando con presto movimiento / el bárbaro furor y fiero intento. / Después, rabioso, sin parar, corriendo / por áspera batalla discurría; / entra, sale y revuelve socorriendo, / y a tres y a cuatro a veces resistía. / ¿Quién podrá punto a punto ir refiriendo / las gallardas espadas que ese día / en medio del furor se señalaron / y el mar con turca sangre acrecentaron?

Pero lo que más satisfizo a don Álvaro fue recibir una carta fechada el 5 de noviembre en la ciudad de Pisa, de don García Álvarez de Toledo, quien escribía lo siguiente: «Asombrados deven de quedar los enemigos y con gran razón de tan señalada victoria como Nuestro Señor ha servido de dar al Señor D. Juan y los demás que se ha hallado en su compañía; siendo la mayor que jamás ha habido en la mar, de su parte, ni de la nuestra y aún que no ha sido cosa nueva para mí, hame dado muy gran contentamiento en entender principalmente lo que ha hecho vuestra señoría en ella ansí de todo, me alegro con vuestra señoría quanto puedo y devo sin entrar en otros particulares de quan importante ha sido esta victoria, pues en materia de que no saldría tan presto y todo lo tendrá V. S. considerado con su gran prudencia a quien suplico se acuerde de enviarme e mandar en lo que sirva que en ello me hará V. S. siempre muy particular merced…»

Al poco de recibir la carta don Álvaro le contesta, diciendo: «Mucho contentamiento me ha dado saber que V. E. venga por acá porque debe de tener la salud que sus servidores deseamos; acá todos la tenemos a Dios Gracias y estamos con el contentamiento que es de razón con la victoria que Dios nos ha dado que no se entiende sino en partir la presa y en cosas desta calidad; y pues tan presto Dios queriendo besaré las manos de V. E. en esta no diré mas de que guarde Nuestro Señor su Yllma persona y estado creciente…» Recibió una carta del don Felipe II, diciendo:«Marqués Pariente nuestro Capitán General de la Galeras de Nápoles. Aunque no he tenido carta vuestra con don Lope de Figueroa no he querido dexar de dar las gracias con éste por lo mucho y bien que he entendido que aveis servido de dar a nuestra armada y assi os las doy; y os certifico que quedo de vos en esta parte muy satisfecho y servido como los conocéis en todo lo que os tocare y sirviere.  De San Lorenzo a 25 de noviembre de 1571. — Yo el Rey. — Antonio Pérez.»

Don Juan ordenó repartir las escuadras entre diferentes puertos para no estar todas juntas, pero no a mucha distancia para poder salir en socorro de cualquiera de ellas, así quedó él en Messina, la de Génova paso a su ciudad, las de Palermo a la suya y don Álvaro con las de Génova a su plaza. De aquí partió Marco Antonio Colonna a Roma, mientras don Álvaro dio licencia a mucha de su gente, se terminaron de desmontar la galeras que en peor estado estaban y vueltas a reconstruir, al mismo tiempo mandó la construcción de otras para aumentar su fuerza, aprovechando la inactividad por la llegada del invierno.

Ese invierno fue muy caliente a nivel diplomático, pues cada cual después de verse libre de momento de la amenaza turca, no querían saber nada del asunto, para Venecia era un gasto que además le enemistaba con su lucroso mercadeo con los mismos enemigos, Génova se mantenía a ver quien decidía, por ello no entraba en el juego directamente, quedando a la espera de ver quien tomaba la iniciativa, pero sin definir su posición. Para terminar de arreglarlo, el Papa Pío V hizo un llamamiento a los países cristianos, Portugal, Sacro Imperio, Francia y Polonia, pero Selim II enterado de la pretensión de esa segunda unión de fuerzas contra él, se puso en contacto con el Rey de Francia don Carlos IX, consiguiendo de éste no actuar en su contra, pero el Rey no se quedó parado, pues convenció al Dux de Venecia para a su vez dijera rotundamente no a la segunda Liga, por ello a pesar de los intentos del Papa no se pudo realizar, se añadió el fallecimiento de Pío V, siendo el nuevo Papa Gregorio XIII, éste viendo lo bien que había funcionado confirmó el tratado del año anterior prosiguió su labor, aunque ante las posiciones tomadas por Francia y Venecia nada pudo hacer.

Solo llegaron a un acuerdo puntual, el Dux de Venecia, el Papa y don Felipe II, quien le dio la orden a don Juan de zarpar de Messina con veintinueve galeras bastardas perfectamente alistadas, uniéndosele las treinta y seis de don Álvaro, siendo un total de sesenta y cinco, dando resguardo a treinta naves, transportando siete mil seiscientos infantes españoles, seis mil itálicos y tres mil imperiales, siendo los españoles y napolitanos destinados al puerto de arribada, Corfú. Al mismo tiempo dejó una reserva en Sicilia al mando de Andrea Doria con cuarenta galeras.

Zarpó la escuadra el 6 de junio de 1572, al arribar a Corfú el 9 de julio no se encontraba Colonna, quien arribó el 31 del mismo mes con su escuadra compuesta por unas ochenta galeras, reuniéndose con la española contando en torno a las ciento cincuenta, volviendo salir a la mar el 7 de agosto seguido. La escuadra navegó hasta las costas de Albania, al arribar a Navarino el 8 de septiembre se encontraron con la escuadra turca, al mando del vencido en Lepanto Uluch-Alí, compuesta por unas doscientas galeras, pero su escuadra estaba dividida entre dos puertos, en el mismo Navarino y el de Modón, pero navegando de noche se reunieron todas en éste último, donde adoptaron la formación en fortaleza, impidiendo así y por ser menor el número de las cristianas, ser combatidas. No obstante se mantuvo la flota cuatro días y sus noches cruzando sobre las aguas cercanas al puerto de refugio, pero sobrevino un duro temporal obligando a los cristianos a buscar refugio en Cérigo para poder soportarlo.

Al amainar el temporal la escuadra se hizo a la mar arribando de nuevo a la bahía de Modón, donde no vio a los enemigos, poniendo proa a Navarino y allí estaba en la misma formación anterior. A pesar de esto don Juan ordenó un desembarco, participando ocho mil hombres al mando del Príncipe de Parma, donde se combatió con saña por ambas partes, unos defendiéndose y los otros como ya les habían vencido creyendo volvería a suceder lo mismo, pero las formaciones casi ni se movían y solo hablaban los pocos cañones desembarcados más los arcabuces, pero nada se avanzaba. Razón que llevó a don Juan pasado un tiempo a dar la orden de regresar, pues de nuevo se echaba encima la época de los temporales.

Justo era el 7 de octubre de 1572, hacía un año se había vencido en el golfo de Lepanto, pero esta vez sin obtener el mismo resultado. Estando con rumbo de regreso, esa misma mañana se divisaron velas como a dos leguas de distancia, se dio por sabido era la escuadra de Uluch-Alí, Colonna dio la orden de regresar al combate, siguiéndole y sobrepasándolo algunas galeras españolas, no siendo otras que las del mando de don Álvaro (como destacaba por llevar al remo a gente de «buenas bogas» así como esclavos) pero los turcos con el viento a favor iban alejándose, por ello solo hubo un intercambio de fuego de artillería, el cual por la cantidad de humo propio facilitaba la huida a los turcos.

Por esta razón Marco Antonio Colonna no quiso continuar la persecución, aparte porque las galeras enemigas navegaba cada una a su mejor saber y entender, por ello era más peligroso al poderse producir que varias de las enemigas dieran caza a una veneciana. Pero don Álvaro quien nunca dio nada por perdido, mantuvo la boga y cazando el viento pudo llegar muy fuerte sobre la retaguardia enemiga, siendo la última de ellas la de su jefe Mahamud-Bey, con una hábil maniobra le dio alcance y casi sobrepasándola enfilo la suya momento aprovechado por tenerla de través, primero le lanzó una andanada de artillería, para virar luego a su rumbo arribando, maniobra que le dejó algo retrasado, pero como continuaba ganándole aguas, le partió todos los remos de una banda, al quedar frenada por la falta de impulso se lanzando las tablas pasando al abordaje de la enemiga, saltando el mismo don Álvaro, quien se fue a buscar al jefe enemigo, tras un breve combate lo mató y se adueñó de la galera con su estandarte, metió al remo a Mustafá, jefe militar de los jenízaros y libertó a doscientos veinte cristianos.

Siendo Mahamud-Bey un nieto del famoso Barbarroja. Y la galera se incorporó a su escuadra con el nombre de La Presa. Lo atrevido de este ataque del Marqués es que, previamente dio la orden a sus cuatralbos de no entrar a apoyarle, para permanecer atentos a los movimientos de los enemigo, dado que al principio solo había una galera de distancia entre la atacada y las que navegaban a su proa, pero estas con diversidad de puestos ocupados y al ver la formación de la galeras cristianas no se atrevieron a acudir en apoyo de su jefe, mientras que Uluch-Alí estaba por la proa a varias millas de distancia, quedando solos Mahamud-Bey contra don Álvaro y la experiencia de éste quedo manifiesta, a pesar de ser Mahamud-Bey el jefe de los jenízaros.

Pero a su vez el resto de las cristianas fueron formando una línea de frente, con la intención de tener a la vista lo que sucedía en el combate, pues estaban en el conocimiento de que las galeras del mando del Marqués ya le prestaban suficiente apoyo, por ello nadie intervino y en conjunto podrían haber como doscientas galeras listas a entrar en combate, pero la huida de los turcos fue tan franca, prefirieron perder una y no cien. Mientras las cristianas de espectadoras de la hazaña del valeroso don Álvaro. Dejando plasmado no dejar pasar ocasión.

Todo un año en alistar la gran cantidad de galeras, permanecer en la mar desde la primavera al otoño y todo lo ganado era una galera enemiga gracias a don Álvaro. Don Juan dio la orden de reagruparse y seguir a rumbo, pero el mal tiempo comenzó a hacer de las suyas, decidiendo don Juan dar la orden de variar rumbo a Gumeniza, donde arribaron el 23 de octubre se encontrándose con don Juan Andrea Doria y el duque de Sesa, con trece galeras en refuerzo de la escuadra, al amainar el temporal dio la orden de zarpar con rumbo a Messina navegando al completo la escuadra.

Al cruzar cerca de Nápoles don Álvaro se reintegró a su base, donde volvió a dar de baja a la gente no necesaria para pasar la invernada, recibiendo una carta de don Felipe II, quien le pedía construyera otras quince galeras para la campaña del año próximo. Al arribar don Juan a Messina, se encontró con una carta de su hermanastro el Rey, diciéndole: «Illmo. Don Juan de Austria, muy caro y amado hermano nuestro. Capitán General de la Mar. Porque teniendo respecto a Don Alvaro de Baçan, Marqués de Santa Cruz, nuestro Capitán General de la Galeras de Nápoles, nos ha servido, especialmente el día que nuestro Señor fue servido de darnos victoria contra la Armada Turquesa y lo bien que en la dicha batalla se señaló, así con las Galera Capitana que llevaba como con las demás de su cargo, y siendo el dicho Don Alvaro Caballero de la Orden de Santiago, he tenido por bien atento a lo susodicho de hazelle merced de la encomienda de Alhambra y de la de Solana, dexando la que tiene de Villamayor al qual lo dyreis para que lo tenga entendido y la voluntad con que lo he hecho que es la mesma con que mandaré favorecer lo demás que le tocare y Guarde Nuestro Señor vuestra Ilustrísima persona. Madrid a 5 de junio de 1572. — Yo el Rey. — Martín de Gaztelu.»

La carta por su fecha sabemos llegó cuando la escuadra había zarpado, como no era urgente no se le hizo llegar, pero ahora Don Juan ante el agradecimiento del Rey hacía don Álvaro, sí se la envío en cuanto la leyó recibiendo el Marqués una gran alegría, recobrándola pues se la había truncado la anterior carta abierta al llegar a Nápoles, pidiéndole la construcción de más galeras, pero ahora comprendía el porqué de esa petición, pues las dos nuevas encomiendas sí le daban suficiente dinero para correr con los gastos de la construcción de ellas.

A su vez don Álvaro quien no era precisamente muy docto en letras pero si sabía utilizarlas, escribió dándole las gracias a don Felipe II, al mismo tiempo aprovechaba para contarle el apresamiento de la galera turca. El Rey muy complacido le responde el 30 de noviembre seguido: «Marqués Pariente, nuestro Capitán General de las Galeras de Nápoles: Vuestra carta de 20 pasado recibí, y aunque el Ilustrísimo Don Juan, mi hermano, me ha escrito lo bien que lo hicisteis en la toma de aquella galera, he holgado mucho de entenderlo por vuestra carta, y así os doy muchas gracias por el valor y ánimo con que en aquello os mostrásteis y os mostráis en todo lo demás que os ofrece del servicio de Dios y mío. En lo demás que me escribís de la infantería que ibades a echar en cabo Otranto, no hay que decir sino que habrá sido muy bien que así se haya hecho, y el Cardenal de Granvela me la escrito como había proveído de dinero para pagarles y de comisarios para que los condujesen a sus alojamientos. Por otra se os escribe lo que veréis sobre el armar diez ú once galeras en el Reino de Nápoles, yo os encargo mucho que uséis en ello de vuestra buena diligencia y de la que soléis en todo lo que toca a mi servicio.»

Como siempre suele ocurrir los enemigos siempre están más dentro que fuera, por ello el Dux atendía la correspondencia de don Felipe, pero mientras como su comercio estaba cortado por la guerra, llegó a un acuerdo con el Sultán de la Sublime Puerta, llegando a figurar en el documento firmado por ambas partes que Venecia no era un aliado de la victoria de Lepanto, sino todo lo contrario, pues había sido vencidos y sufrido muchas pérdidas. Esto fue conocido de primera mano por don Juan de Austria por haberse trasladado a Venecia para comprobar las nuevas construcciones, acordadas entre el Rey de España y la República, pasando a informar del acuerdo a don Felipe II, quien en conocimiento de esta actitud dio la orden de apartar a Venecia de la coalición cristiana, acusándola de alta traición.

Esto conllevó la pérdida de buques en la coalición, pues don Felipe calculaba poder contar con un mínimo de trescientas para volver a por los turcos, quienes a buen seguro en la invernada anterior habrían construido más vasos, pero la realidad era que ahora juntas las de España, el Papa, Génova y Malta no se llegaba a las ciento cincuenta, impidiendo por su bajo número regresar a buscar combate, dejando al buen hacer de don Juan se realizara lo que se decidiera en Consejo de Guerra de Generales, pero no había que dejar pasar la ocasión de la reunión de los demás países debiendo ser aprovechada.

Al llegar la primavera de 1573 como siempre en las reuniones del Consejo cada uno se quería aprovechar de los demás, por ello Marco Antonio Colonna, general de las galeras del Papa, estaba decidido a ir a por los enemigos a sus aguas. Lo mismo pensaban los Caballeros de San Juan de Malta (estos con más lógica) pues su isla no dejaba de estar en la vanguardia de la Cristiandad en el Mediterráneo y la primera que sufría siempre los primeros ataques. Pero don Andrea Doria general de las de Génova y don Álvaro, pensaban que mejor era asegurar el Mediterráneo occidental, así de paso se dejaba a Venecia a sus propias fuerzas y a ver cuánto tiempo aguantaba, pues bajo ningún punto de vista recibiría apoyo de ningunos de los países presentes, proponiendo don Álvaro atacar Argel, para una vez tomado dejar asegurada la costa con ésta, más Orán y Mazalquivir, mientras Doria apoyaba el ataque a Túnez.

Don Juan de Austria sin caer en los beneficios para España de la propuesta de don Álvaro, se inclinó por la de Doria y con esta decisión escribió a don Felipe II. Éste le contestó después de un tiempo, era necesario pensar con cautela la propuesta y por toda respuesta de momento le dijo: «…que debían de ser tomadas Túnez y Bizerta pero se debía de posponerse la expedición hasta el mes de septiembre de 1573, porque ‹…sin un solo real y con muchos centenares de millones de ducados de deuda› necesitaba tiempo para conseguir nuevos empréstitos.» Decidido se fueron preparando los aprestos, pero sin prisa y conforme el dinero iba llegando, a principios del mes citado y previsto por el Rey, las cosas estaban casi preparadas, pero faltaba reunirse todos en lugar designado, Palermo, al reunirse la expedición se componía de: ciento cuatro galeras, cuarenta y cuatro navíos grandes, veinticinco fragatas, veintidós falúas y doce buque especiales para la carga. El ejército lo componían veinte mil hombres de los Tercios de Mar y Tierra, setecientos cuarenta gastadores, cuatrocientos caballos ligeros, artillería de sitio, cantidad suficiente de munición y víveres; todo embarcado y listo se hicieron a la mar el 24 de septiembre.

Arribaron a la Goleta (Halk-el-Uad) el 7 de octubre por la noche, comenzando el desembarco el 8 al amanecer estando todas las tropas, artillería y pertrechos en tierra al día siguiente, uno de los primero en hacerlo fue don Álvaro, pues como segundo de la escuadra, don Juan le confió estar al frente de todo y así lo hizo, desembarcando los primeros soldados del Tercio elegido por el Marqués, siendo dos mil quinientos hombres todos veteranos en combates y junto a él todos los capitanes también seleccionados, (como hecho casi anecdótico, entre los soldados se encontraba don Miguel de Cervantes Saavedra), el desembarco se hizo justo donde aún se conservaban las ruinas de la ciudad de Cartago, cuando todos sus hombres estaban en tierra se puso en marcha, presentándose ante los muros de la fortaleza de Túnez.

Fue tan rápido todo que los habitantes no se apercibieron de nada y cuando lo hicieron estaba la artillería de sitio en posición, pero optaron por no hacer frente a semejante fuerza, decidiendo ir abriendo las puertas y darles paso franco, don Álvaro siempre perspicaz se puso al frente, dividió sus fuerzas para entrar al mismo tiempo por todas ellas, así si había combate en el interior al menos estarían todos los españoles dentro y por todas partes, pero nada ocurrió, siendo tomada sin disparar un solo arcabuz. Pudieron admirar que aún quedaban muchas construcciones en pie de las realizadas por los españoles en la anterior toma de 1535.

Afianzada la conquista don Álvaro envío emisario a don Juan con la buena nueva, quien entró en la ciudad el 11 siguiente. Según un cronista nos dice de esta ocasión: «…que el silencio, el orden en la formación, la colocación de la tropa y el intrépido despejo con que se hizo el reconocimiento, sorprendió al enemigo, que apoderado del miedo, se figuró un repentino asalto, y sin considerar las ventajas de su posición, abandonó la plaza y buscó en la fuga su seguridad.» Esto indica que a pesar de las medidas de prevención de don Álvaro, los habitantes abrieron la puerta principal primero, pero por el resto estaban en franca huida, por eso al entrar no había nadie y no hizo falta gastar pólvora.

Al entrar don Juan en vez de ordenar destruir toda la fortaleza como era costumbre, hizo todo lo contrario, ordenando levantar los nuevos alojamientos para ocho mil hombres, siendo los destinados de guarnición de la ciudad, realizándose el trabajo en muy poco tiempo. Estando en esto llegó el alcaide de Bizerta acompañado de otros gobernantes para firmar la paz y prestar obediencia al Rey don Felipe II, por ello tampoco hubo razón de utilizar la fuerza contra ellos. Enterado el Rey envío emisarios a Muley Hamet, para acudir a retomar el mando de la ciudad de Túnez, por haber demostrado ser un buen vasallo de España.

La escuadra seguía fondeada en la Goleta, pero si se levantaban los vientos del primer cuadrante podía arruinarla, por ello don Juan dio la orden de regresar a todas las galeras aliadas quedándose solo las españolas. Don Álvaro al comprobar que toda la fortaleza estaba en orden de defensa, decidió también salvar sus galeras y zarpar acompañando a don Juan, pues éste tuvo que esperar la llegada de Muley Hamet, para hacerle entrega del mando de la ciudad, al cumplimentar la orden fue cuando pudo salir de ella. Abandonaron la ciudad los dos juntos con varios de sus hombres, embarcaron inmediatamente con rumbo a Sicilia, pero los vientos se levantaron y zarandearon a las frágiles galeras de tal forma que les obligaba a buscar un refugió y rápido, por ello el Marqués decidió hacer una arribada forzosa a Trápana, en espera de poder hacerse a la mar realizándolo a pesar de no haber amainado del todo el temporal, consiguiendo con mucho trabajo arribar a Palermo.

Don Juan, quien había salido su escuadra un poco después pudo arribar al puerto de Farina, donde se esperó a que amainara el fuerte temporal. El Marqués arribó a su base de destino, Nápoles, el 2 de noviembre poniendo a toda su gente a recuperar las naves, por encontrarse en muy mal estado por el temporal sufrido. Al comenzar 1574 nada se podía hacer pues las arcas de España no soportaban más llevar todo el peso, por ello no se pudo armar nueva expedición. Pero avanzado el año se recibieron noticias, por ellas supieron que los turcos habían pasado el estrecho de Sicilia con una gran flota, amenazando con tomar La Goleta, Túnez y Bizerta. Aquí se ve y palpa el sentimiento de don Álvaro por su patria. Mando a su mujer vendiera todas las joyas y sacara todo el dinero disponible, reuniendo en total en torno a los ochenta y cinco mil ducados, con los cuales en su poder pagó a las dotaciones y Tercios saliendo a la mar con rumbo a Messina, donde se reunieron de nuevo don Juan con sus galeras, Andrea Doria con las de Génova y don Álvaro con las de Nápoles.

De nuevo comenzaron los Consejos de Guerra de Generales, a pesar de ser tan solo tres cada uno tenía unas preferencias, provocando se fuera dilatando las conversaciones en el tiempo tan estérilmente, tanto, que aún estando en ellas llegó la noticia de la caída en poder de los turcos de las tres posiciones. Dinero perdido cuando se tomaron las fortalezas y miles de vidas se habían perdido esperando la llegada del debido socorro, el cual nunca llegaría. Y don Álvaro casi sin un real. (Éste es el gran agradecimiento de algunos Reyes a sus más fieles vasallos. ¿Qué sería de los que no se portaban así? Para no perderlo todo se retiró a Nápoles, donde de las cuarenta galeras puestas en armas se quedó con la mitad y con ellas cruzó las aguas de su responsabilidad sin hacer más caso a nadie. De hecho en la invernada de 1574 a 1575, recibió la orden de hacerse llegar a la Corte viajando con don Juan de Austria, por haber sido llamado también. Después de la audiencia con el Monarca, de nuevo los dos, regresaron a Messina y Nápoles donde el Marqués continuó al mando de sus galeras.

Ambos solos se unieron en la primavera de 1575 zarpando con rumbo a Bizerta, donde don Álvaro desembarcó al frente de dos mil infantes y dio un golpe de mano, tal fue la sorpresa de los enemigos que no les dio tiempo a reaccionar, pero regresó a sus galeras con un rico botín en monedas de oro y plata, así como algunas joyas. Todo para demostrarle a los turcos no estaban tan seguros como pensaban.

1576 lo pasó don Álvaro al mando de sus galeras, vigilando sus costas y acudiendo donde hacía más falta, por ello realizó un ataque a la isla de los Querquenes capturando a mil doscientos enemigos en breve combate, posteriormente acudió en socorro del Peñón de Gibraltar, por haber desembarcado unos moros he intentado capturarlo, por ello muy enfadado por tal atrevimiento (no hay que olvidar que era su Gobernador), los arrojó al mar sin contemplaciones, zarpando inmediatamente con rumbo a Ceuta, donde de nuevo volvió a desembarcar y dar una buena lección a los moros (estaba molesto); estando en esto recibió noticia de que en Melilla había bandas sueltas interrumpiendo mucho el tráfico marítimo, apretado por la necesidad concluyó rápidamente con el problema en Ceuta, embarcó y puso rumbo a Melilla, aquí no tuvo ni que desembarcar, pues solo al ver su pabellón los moros se perdieron de vista. Esta era la fama del Marqués de Santa Cruz entre la morisca, algunos no querían ni verlo.

En una de sus arribadas a su base, le fue comunicado que don Juan había sido llamado de nuevo a la Corte y nombrado Gobernador de los Países Bajos. Al mismo tiempo unos meses después recibió la noticia de haber sido nombrado con el más alto cargo de la Armada en aquella época, pues le llegó la Real cédula siendo nombrado Capitán General de las Galeras de España a finales de 1576, pero por la razón de estar ocupado con los enemigos de España y de la Cristiandad, y no haber podido entregar el mando de las de Nápoles, no pudo hacer su entrada como a tal hasta mayo de 1578, arribando con diez galeras a su mando al puerto de la ciudad Condal.

Al arribar y desembarcar recibió la noticia de presentarse en la Corte, todo estaba provocado por el retraso sufrido en la toma del mando de las galeras de España y don Felipe II, quería saber de primera mano las razones, pero no debió de ser muy duro el Monarca o las razones del Marqués fueron de mucho peso, pues solo le ordenó regresar a la base de la galeras en la península, siendo desde el principio el puerto de Cartagena, donde al llegar y ver su estado comenzó a dar órdenes; que el puerto estuviera más limpio, verificó la construcción del muelle, contramuelle y nuevos aljibes en el peñón de Gibraltar y como no, la puesta en seco de las galeras para darles un buen repaso a sus obras vivas, siendo calafateadas y embreadas para soportar mejor el calor del verano y estar listas para entrar en combate. Desde este puerto zarpaba la escuadra llegando incluso en sus derrotas hasta el cabo de San Vicente, para dar resguardo a una Flota de Indias por estar avisado de la presencia de corsarios franceses. Demostrando en parte que las frágiles galeras también podían llegar a aguas del océano y si era necesario combatir en ellas con los buques redondos, lo haría.

A primeros de año don Felipe II recibió la noticia de que don Sebastián Rey de Portugal, iba a realizar una expedición al norte de África, de lo cual el Rey intentó convencerlo para evitar la llevara a término, pero don Sebastián no le hizo caso, convencido formó una gran escuadra y en ella transportó a diecisiete mil hombres, muchos de ellos caballeros de su reino y con ganas de ganar laureles. No obstante la obstinación del Rey portugués, don Felipe II ordenó se embarcaran en sus naves dos mil soldados bien armados de los Tercios españoles. Pero por el contrario llevaba muy poca artillería, pues solo se embarcaron doce piezas de sitio.

La escuadra zarpó de Lisboa a primeros de junio, arribaron a Arcila desembarcando el ejército dirigiéndose a poner sitio a Larache, pero hubo dudas entre los mandos de volver a embarcar y hacerlo frente a la misma plaza o como ya estaban pie a tierra, proseguir por ella hasta el lugar (en tomar las decisiones se perdieron quince días vitales) porque fue el tiempo que necesitó el Sultán Abd-el-Melik para reunir sus fuerzas. Decidieron hacerlo por tierra y se pusieron en camino, pero mientras frente a Ksar-el-Kebir (Alcazarquivir) posicionó a su ejército el Sultán de Fez, compuesto por cuarenta mil jinetes y treinta mil infantes.

Cuando a los pocos días apareció el ejército cristiano frente a Ksar-el-Kebir, el 4 de agosto de 1578 se enfrentaron los dos ejércitos, la lucha fue muy dura y sangrienta, pues pocos eran los cristianos pero muy valerosos, no le iban a la zaga los moros quienes con su potente caballería consiguieron la victoria. Pereciendo el mismo don Sebastián con sus veintidós años de edad, pero lo grotesco es que nadie encontró su cuerpo (lo que se tradujo en una leyenda más) Al tener conocimiento don Felipe de lo sucedido, envió correo a don Álvaro para que cargara con cuarenta mil ducados en sus galeras, para el rescate de los pocos sobrevivientes. A su vez le ordenaba reforzar las plazas portuguesas en la costa norteafricana, especialmente la fortaleza de Ceuta y que se informase bien de la posibilidad de tomar la fortaleza de Alarache aunque fuera de noche.

Al morir el Rey de Portugal ocupó el trono el anciano Cardenal don Enrique y por la sospecha de que fuera quien nombrara al Prior de Crato don Antonio como su sucesor, por estar éste muy apoyado por el Rey de Francia, esta fue la razón que decidió a don Felipe a actuar, no estando dispuesto a que se le colara por la puerta trasera un enemigo más y en su propia península, por ello comenzó a disponer la toma del vecino Reino, enviando carta a don Álvaro para consultarle los medios necesarios para llevar la jornada a buen término. Una vez cumplidas todas sus misiones el Marqués se puso en camino a la Corte para hablar con el Monarca.

De las conversaciones se llegó al acuerdo de llamar a las galeras de los reinos de la península itálica, en total veinticinco uniéndose a las sesenta y una de las costas de España. Al mismo tiempo se formó una escuadra con treinta galeones, fijando su base en Coruña para realizar cruceros y vigilar para evitar pudieran llegar refuerzos o cualquier ayuda a los puertos de las ciudades de Oporto o Lisboa. Y don Álvaro debía viajar con sus galeras hasta la ciudad de Lisboa, para prestar su apoyo a don Enrique vigilando con astucia no se firmara el documento de nombramiento de don Antonio.

El Marqués así lo hizo, costeando se adentró en el océano arribando a la capital de Portugal, allí comenzó su trabajo de ir pagando informaciones para estar al día de lo que ocurría en la Corte portuguesa. Como medida de diversión de su verdadera razón de estar allí salía de vez en cuando con rumbo al cabo de San Vicente, desde donde daba protección a las Flotas provenientes de Tierra Firme. Estando en esto le llegó aviso de que el gobernador musulmán de Argel, estaba formando una expedición con cincuenta bajeles, transportando numerosas tropas turcas con la intención de desembarcar y tomar la fortaleza de Tetuán, por ello intentó acudir a su protección pero lo adelantada de la estación otoñal de 1579 le impidió arriesgarse decidiendo no salir.

Era tanta la confianza de don Felipe II con el Marqués que al fallecer el Cardenal don Enrique el 31 de enero de 1580, recibió al poco tiempo una carta de S. M., indicándole regresara a la bahía de Cádiz con su escuadra, como así lo hizo, al arribar se encontró con otra carta del Rey por ella debía de hacerse llegar a la Corte para concertar la forma de tomar el país vecino. Una vez acordado con el Rey, éste le indicó se pusiera en contacto con el Capitán General del ejército, no era otro que el Duque de Alba, III de su título, don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, las conversaciones se realizaron en la población de Llerena, donde los dos concertaron con gran fijeza y puntualidad los objetivos a conquistar. Terminadas el Marqués se puso en camino a la bahía de Cádiz.

Don Álvaro zarpa de la bahía de Cádiz el 8 de julio con cincuenta y seis galeras, y cuarenta y ocho barcones, chalupas y carabelas transportando en éstas todas la vituallas con rumbo a Setúbal, pero estando en rumbo pensó mejor era asegurar la retaguardia, por ello debía ganar primero todo el Algarve, desembarcó en Faro, sin pelea se puso del lado del Rey de España, pasando a Lagos, donde ocurrió lo mismo, le siguió Portiman y al final Sagres, con esto conquistó todo el Algarve sin disparar un solo tiro, asegurando cada ciudad con una parte de sus tropas de guarnición en las distintas fortalezas. Asegurado el regreso continuó a Setúbal, al arribar las tropas del ejército estaba sitiando la fortaleza y además tenían dos galeones de resguardo los San Mateo y San Antonio, al ver se alargaba su conquista enfiló sus galeras y abrió fuego sin cesar, esto desgastó la defensa de los portugueses, quienes se rindieron uniendo a su escuadra los dos galeones apresados, ahora solo le quedaba Lisboa, saliendo el 28 de julio.

Pero como se había concertado entre ambos Generales, en las proximidades de la capital se embarcaron fuerzas del ejército del Duque, volviendo salir definitivamente a la toma de la capital, arribando a las cercanías de Cascaes donde desembarcó parte de las tropas, haciéndose a la mar de nuevo con rumbo directo a la desembocadura del río Tajo, o Mar de la Paja arribando el 25 de agosto. Dando la orden de enfilar las galeras y bombardear la ciudad, por ello la población se asustó comenzando a salir de ella como podía, estorbando con ello a los militares quienes casi no podían devolver el fuego, al mismo tiempo otras galeras bombardeaban las fortalezas que daban guarda a la entrada, provocando se desentendieran de las que bombardeaban la ciudad, con ello le dieron la espalda a las tropas del ejército, momento que el Duque no desperdició y los ganó casi sin pérdidas, terminando de penetrar el resto de la escuadra, consiguiendo apresar sobre unas sesenta velas, pues solo de urcas fueron treinta y dos, más otras como carabelas y galeones.

Fondearon las naves en el puerto y al ver las tropelías de las tropas de don Sancho de Leiva entrando a saco en la ciudad, desembarcó a las suyas para frenarlas, porque en su opinión: «…a que fin crear odios y enemigos con desafueros soldadescos cuando el reino se iba a anexionar al de España.» Con esta acción se ve el buen criterio de don Álvaro, por ser innecesario e injusto crearse enemigos en ese caso, en cambio no había cuartel cuando el enfrentamiento era con otros. (A cada cual le aplicaba su mismo rasero.)

Se tuvieron noticias de estar en navegación con rumbo a las islas Azores una escuadra de galeones que Portugal tenía acantonada en Brasil. Cuando don Álvaro supo de ello en el momento que tomó las ciudades del Algarve, destacó diez galeras al mando de su hermano don Alonso, para avisarle de la posible llegada de estas naves en ayuda de la capital.

Estando precisamente en la conquista de Lisboa tanto don Álvaro como el Duque de Alba, don Alonso divisó a los galeones con el pabellón portugués, como su desventaja en poder artillero era mucha, optó por maniobrar, primero de vuelta encontrada para poder descargar su artillería y posteriormente de enfilada por la popa por la misma razón, les hizo mucho daño y está forma de combatir les obligó a forzar de vela poniéndolos en franca huida, por ser muy difícil poderlos apresar por su alto bordo, los navíos pusieron un rumbo alejado de la costa española para arribar al Sur de Francia, siendo ésta la última acción de esta conquista. Se cuenta que don Antonio Prior de Crato, al ser tomada Lisboa se puso en camino al Norte, donde volvió a presentar combate a la altura de Oporto, pero fue más testimonial que efectivo, pues viéndose perdido fue protegido por una campesina escondiéndolo en su granero, cuando las tropas españolas pasaron de largo en persecución del ejército en desbandada, pudo ser embarcado en un pequeño buque y con él arribar a Calais.

Lo peor es que la campesina fue denunciada y las tropas españolas la pasaron por las armas, acusada de traición. Esta conquista es muy posible sea a pesar de los problemas de comunicación de la época, la primera vez en la historia que un ejército desconectado de la Armada, actuando al unisonó y apoyado por ésta estuvo tan perfectamente coordinado, evitando se alargara el conflicto, con el resultado provechoso que resulta del considerable ahorro de vidas y dinero, pues estos van unidos al tiempo que dure una guerra, en este caso los dos generales al mando fueron invencibles por su efectividad y velocidad en acabar con ella. Dejando demostrado que para los españoles de este siglo, no había contrariedades que no fueran las propias del dios Eolo, todas las demás se salvaban con buenos mandos. Como no cabe duda que eran los dos, don Álvaro de Bazán y Guzmán en la mar y don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel en tierra.(3)

(3) El ejército que acudió a esta conquista, estaba formado por: Capitán General el Duque de Alba, Maestre de Campo, don Sancho Dávila. Infantería española: Parte del Tercio de Nápoles, con mil ochocientos cuarenta y cuatro hombres; parte del Tercio de Lombardía, con mil trescientos treinta; Tercio de don Rodrigo Zapata, con mil quinientos setenta y seis; Tercio de don Martín Argote, con mil quinientos setenta y seis; Tercio de don Luís Enríquez, con dos mil ochocientos cinco; Tercio de don Antonio Moreno, con mil cuatrocientos noventa y siete; Tercio de don Niño de Zúñiga, con mil novecientos cuarenta; Tercio de don Pedro de Ayala, con dos mil y Tercio de don Francisco Valencia, con mil seiscientos sesenta y seis. De infantería de los reinos itálicos: Tercio de don Próspero Colonna, con mil novecientos hombres; Tercio de don Carlos Spinelli, con mil doscientos sesenta y Tercio de don Carlos Carafa, con mil. De infantería del Sacro Imperio: regimiento de don Gerónimo Lodron, con tres mil quinientos hombres. Caballería de línea, doce escuadrones de las Guardias viejas de Castilla, con ochocientas cuarenta y seis plazas. Caballería ligera: siete escuadrones, con cuatrocientas plazas. Y trescientas setenta plazas, de arcabuces a caballo, divididos en seis escuadrones. Artillería: seis piezas de sitio (grueso calibre); cuatro medios cañones; cuatro medias culebrinas; dieciséis falconetes y veintisiete esmeriles. Parque: nueve mil ciento ochenta y seis, carros; cincuenta, del tren de barcas; trescientas acémilas y dos mil quinientos cinco gastadores. Con unos totales de: Infantería, veintitrés mil catorce hombres. Caballería, mil seiscientos dieciséis. Artillería, cincuenta y siete piezas. El Parque ya está con sus totales.

Una anécdota de don Álvaro, sucedió al estar reparando su galera en el puerto de Lisboa, pues la ornamentación de su popa llevaba tallas muy distinguida y oro, lo que suponía un gran gasto dejarla como estaba antes de los combates, siendo visto esto por los oficiales reales, le dijeron: «…solo tenemos autorización para satisfacer nada más que los gastos indispensables.» Don Álvaro les contestó: «Indispensables son los que yo he encargado; indispensables para el decoro del Rey y mio.» Porque los pagaba de su peculio.

Pero se había quedado un territorio sin conquistar y donde al parecer el pretendiente al reino de Portugal, don Antonio Prior de Crato buscó refugio, siendo las actuales islas Azores, entonces más conocidas por las Terceras. A su vez a principios de 1581, llegaron a Lisboa unos emisarios de la isla de San Miguel, otorgando su acatamiento a don Felipe II y poniendo en su conocimiento la situación de la isla, esto provocó fuera nombrado don Pedro de Valdés Capitán General de la Armada de las Azores, por Real cédula del Rey fechada en Roniges el 1 de marzo de 1581, para ponerse al frente de la Armada de Galicia compuesta de ocho buques e intentar conquistarlas, pero lo más importante en principio era que en poco tiempo llegaría a ellas una Flota de Indias con caudales y debía de ser protegida de los corsarios franceses e ingleses, quienes aprovechando la situación aparte de ayudar al Prior de Crato intentaban hacerse con el botín de la Flota, de ahí las prisas para formar armada y zarpar con rumbo a ellas. S. M., le envía una nueva carta fechada en Brante el 11 de marzo de 1581, en ella le apremia para armar la escuadra: «…que en ella deben de ir seiscientos hombres, que si no los encuentra lo suficientemente preparados se desplace al reyno de Galizia y reúna a los trescientos que quedaron en él de la anterior escuadra, al mismo tiempo que mire en sus puertos y si encuentra algún buque que le sirva que lo enrole, el número se puede aumentar a diez y sobre todo que no se olvide de reunir a la gente mareante de ese reyno, que es muy apropiada para la empresa a realizar.»

Los tipos de buques, eran en sí unos pequeños galeones de entre trescientas y cuatrocientas toneladas, buques apropiados para la mar tendida del océano y con ellos España llevaba tiempo comprobando su buen servicio. Se suceden las cartas reales, llegando la fechada el 28 de mayo de 1581, el Rey le advierte de varias cosas, una de ellas la más principal es que le han llegado noticias de sus agentes en Francia e Inglaterra, por las que ambos se han unido para atacar las flotas provenientes de las Indias. Como solo la isla Tercera es la que no está bajo su mando, debe de enviar a algún buque ligero para avisar a la flotas y que no se acerquen a la isla. Al mismo tiempo le exhorta para limpiarlas de corsarios.

Por carta del 5 de julio de 1581, le notifica haber ordenado organizar una nueva escuadra al mando de don Galcerán Fenollet y como maestre de campo, nada más que a don Lope de Figueroa y su tercio de Mar y Tierra en el puerto de Lisboa, la escuadra está compuesta por dos galeones grandes y otros diez bajeles, para transportar a unos tres mil hombres, llevando al mismo tiempo artillería de batir.

Pero al final de la carta es a nuestro parecer lo más importante, diciendo: «Encargamos os mucho q. tengáis buena correspondencia, inteligencia y conformidad, así con el dho Don Lope de Figueroa como con el dho. Don Galceán, y les vais avisando y advirtiendo de todo lo q. combiniere a cada uno en lo que le tocare para que tanto mejor se haga en todo nro. servicio y el buen efecto de lo que hemos ordenado y agora ordenamos, que a ellos mandamos la tengan con vos, y os le vayan dando de lo que ellos entendieren y fuere necesario para lo q. vos aveis de hazer. De Lisboa, a V de julio de mil quinientos y ochenta y un años. Yo el Rey. Por mandado de su magd., Juan Delgado.»

Arribó a la isla de San Miguel el 31 de junio, donde su Gobernador don Ambrosio de Aguilar, le comunica que los partidarios del Prior de Crato había recibido auxilios y mantenían a dos o tres naves de las provenientes de Santo Domingo. En su trayecto apresó una carabela, sus ocupantes le indicaron que en la isla Tercera no tenían ninguna fuerza y sería fácil tomarla tras breve combate, por la cantidad de buques y gente que llevaba. Guiado por el afán de servir bien a su Rey, hizo caso omiso a lo dicho por el Gobernador y se decidió atacar para mayor gloria de S. M. Desoyendo las órdenes dadas por el Rey, pues éste le indicaban cruzara con rumbo al O. de las islas del Cuervo y Flores, don Pedro de Valdés lo invirtió arribando al puerto de Agra, para intentar averiguar de verdad la fuerza enemiga se envío en un bote a un parlamentario, pero fue rechazado a cañonazos, con la suerte de no recibir ninguno.

Esto le debía de haber advertido del riesgo, pero enfadado por la descortesía el día del Patrón de España, 25 de julio, ordenó el desembarco de trescientos cincuenta hombres, dándole el mando en jefe a su hijo el capitán don Diego Valdés y como segundo al también capitán don Luis de Bazán, sobrino del marqués de Santa Cruz, no encontraron resistencia y pudieron subir a una loma donde clavaron tres piezas de artillería. Don Pedro les había indicado que si la conseguían dominar no se movieran de ella.

Pero el hijo viendo el fácil resultando continuó por la misma cumbre llevándoles a la villa, pero de aquí salieron sus habitantes corriendo y las tropas persiguiéndoles sin advertir que los llevaban a una encerrona, pues los llevaron a un barranco el cual no tenía salida, intentaron subir por donde lo hacían los vecinos, pero estos sin armas y conocedores del terreno les era sencillo hacerlo, a ellos en cambio con toda su impedimenta les resultó imposible, a su vez no tardaron mucho en aparecer en las alturas del lugar como unos dos mil hombres a pie y otros que a caballo les cerraban la salida por donde habían entrado, como buenos formaron un cuadro que hacía muy complicado conseguir ventaja a los enemigos, pero hete aquí una nueva forma de combatir.

Un fraile con la ayuda de otros, pero idea suya, reunieron como a quinientos bueyes, azuzados fueron espantados con dirección al barranco, los bueyes hicieron el trabajo de arroyar el cuadro y a todos sus hombres, quedando gran parte mal heridos o muertos, momento aprovechado para asesinar a los caídos, consiguiendo salvarse solo unos pocos y de ellos unos treinta muy mal heridos, muriendo en la encerrona los dos capitanes.

Al llegar los refuerzos de las dos escuadra, la del mando de don Francisco de Lujan y la de don Antonio Manrique, con un total de cuarenta y tres velas, intentó convencerlos de atacar de nuevo, pero ambos sabían que al fallar el intento, ahora harían falta muchas más fuerzas, ya que seguro habrían reforzado sus defensas y debían tener la moral muy alta, por todo ello ni siquiera le dejaron tropas para intentarlo. Además tuvo la suerte que la escuadra al mando de don Galcerán Fenollet y como maestre de campo, a don Lope de Figueroa y su tercio de Mar y Tierra, se encontraron con la Flota de Indias a la que dieron protección dejándola a salvo sobre el cabo de San Vicente.

Don Pedro mientras tanto pudo interceptar a un corsario francés que ya llevaba presa una nave mercante española. Ante la negativa de los dos capitanes, se esperaron a la llegada de la escuadra de Galcerán y a éste le propuso lo mismo, pero don Lope de Figueroa intervino diciendo, ahora era imposible con las fuerzas que llevaban, ya que las tropas enemigas en estos momentos estarían muy crecidas de moral y no era razón de intentarlo, siendo aconsejable dejar pasar un tiempo para volverse a confiar. Viendo todos estos razonamientos de capitanes muy sabios, decidió asumir las consecuencias de su fracaso, ordenando a todos regresar a Lisboa.

Mientras don Antonio había llegado a Francia y de aquí pasó a Inglaterra, en los dos países le reconocieron como Rey de las Azores, a excepción de la isla de San Miguel, pero no tanto por complacer al Prior de Crato, sino porque al tomar don Felipe posesión de Portugal, era el mayor reino jamás existido y como era de prever, estos dos países no estaban por la labor de tener a semejante enemigo tan cerca. Las islas Azores fueron descubiertas por don Gonzalo Velho, la primera de ellas bautizada como Santa María, el 15 de agosto de 1432, el 8 de mayo de 1444, la de San Miguel, a partir de ésta fueron sucesivamente, la Tercera, San Jorge, Graciosa, Fayal y la de Flores en 1458, siendo ésta la última de ellas. Se les dio el nombre de Terceras, por haber sido descubiertas, después que las islas Canarias y las de Cabo Verde.

A pesar de estar en paz, Francia y España, en la expedición figuraban los grandes aristócratas del país galo, quienes también apoyaban la anexión de las islas a su país, a pesar de que el rey Enrique III de Valois, mantenía su posición de neutralidad, y en una correspondencia con el rey don Felipe II, llega a decirle, «…que si caen en sus manos los tratáis como a piratas», hasta aquí llegaba la hipocresía del monarca francés que después tendría muy graves consecuencias para sus súbditos.

Pronto la reina madre de Francia doña Catalina de Médicis, influyó considerablemente en su hijo Enrique III de Valois para ayudar a don Antonio, ocurriendo como no, lo mismo con la reina de Inglaterra Isabel I, así protegido y con la buena nueva de haber conseguido su primera victoria en sus islas, todos acudieron en su ayuda contra el rey de España, armándose una escuadra de no menos de setenta y cinco bajeles, con siete mil hombres del ejército, con una carta firmada por Enrique III y la Reina Madre, en ella se nombraba a Felipe Strozzi como su lugarteniente y General en Jefe  para esta Armada, se dividió en tres escuadras, una al mando del Maestre de Saint-Soulinne, otra al del conde de Brissac y la tercera al mando del portugués conde de Vimioso.

Para ganar más fácilmente el apoyo de los Reyes mencionados el Prior de Crato, hacía dejadez de parte de sus supuestos reinos a favor de quienes le ayudaran, por ello cuando zarpó la escuadra don Felipe Strozzi llevaba unos sobres lacrados con las instrucciones a seguir, pues no sabía ni tenía idea de donde iban y solo los podría abrir cuando la costa de Francia quedara fuera de la vista. Cuando esto sucedió las abrió y en ellas se le indicaba tomara el rumbo a las islas Azores, especialmente a la de San Miguel por ser la que estaba por don Felipe II, una vez tomada y entregada a don Antonio, debía de continuar viaje a Brasil, donde gobernaría en nombre del Prior de Crato aquel vasto territorio con el título de Virrey, esta era la jugada de Enrique III y de su madre doña Catalina de Médicis. Consiguiendo así Francia un territorio nada desdeñable en tierras de la nueva América a muy bajo costo.

Como consecuencia de esto el Rey de España ordenó a la escuadra de Juan Martínez de Recalde, quien a la sazón se encontraba en Sevilla pusiera tumbo a Lisboa, a éste puerto acudió también la escuadra de Guipúzcoa al mando de don Miguel de Oquendo, pero de todo lo más importante aunque a su vez lo más pesado de leer, son las dos cartas que el Rey envía don Álvaro de Bazán, con fecha del 13 de enero de 1582, en las cuales no le deja casi mando, lo que se interpreta por lo escrito por plumas extranjeras sobre el Marqués de Santa Cruz, para restarle mérito y echar sobre España toda clase de vituperios, ya que siempre ha sido la defensa de los pobres. Porque entonces, no eran otra cosa en comparación con la gran nación española.

Iremos transcribiendo solo los puntos que nos interesan, no solo a nosotros sino a todos aquellos que quieran saber la verdad del momento que no deja de ser cruel a fecha de hoy, pero en la época todos hacían lo mismo por lo que nadie podía arrojar la primera piedra. Sin ir más lejos, por estas mismas fechas el no menos famoso Francis Drake, después de una de sus salidas de rapiña como pirata para robar, esclavizar, violar y asesinar a muchos españoles en las Indias, al llegar con un buen botín a Londres, Su Graciosa Magestad la Reina Isabel I de Inglaterra ‹La Virgen› lo nombró Almirante y Par del Reino.

Pero vayamos a lo que interesa de verdad:«Lo que vos el Marqués de Santa Cruz, mi capitán general de las galeras de España, a quien he proveído por mi capitán general de la armada de naves y otros navíos que he mandado juntar en la costa de Andalucía para ir a la empresa de la isla Tercera por no haber venido hasta agora a mi obediencia…Lo primero os encargo que partáis luego y vais a la mayores jornadas a Cádiz o Sanlúcar de Barrameda donde se junta la dicha Armada y de camino en Sevilla entendáis de D. Antonio de Guevara a quien como sabeis he cometido la provisión de bastimentos della y la gente de guerra que ha de ir proveída por seis meses…La artillería, armas y municiones y otros pertrechos de guerra para dicha armada demás de la que tuvieren las naves della de han de prover por don Frances de Alava, mi capitán general de Artillería…Tendréis mucho cuidado que entre los capitanes, maestres y gente mareante portuguesa y extrangera de las naos de la armada no haya diferencia ni se den ocasiones los unos a los otros, por ser esto de tanto inconveniente a mi servicio, sino que tengan buena correspondencia y conformidad los unos con los otros y que los maestres y marineros de los navíos portugueses y extrangeros sean bien tratados y acariciados de los soldados, capitanes, oficiales y gente de guerra y no se les haga agravio ni de ocasión denguna y vayan muy conformes y se correspondan bien para que con esto y con el buen trato queden aficionados a mezclarse de buena gana…En partiendo con la dicha armada (lo cual habeis de procurar que en todo caso sea para el dicho tiempo) en el viaje para llegar hasta la dicha isla Tercera, usaréis de gran diligencia, como conviene al negocio y confío en vos. Y en caso que el armada o navíos que según los avisos que se tienen se van juntando en Francia e Inglaterra para ir a la dicha isla de la Tercera, o al socorro della, o a hacer otros daños, fuesen a ella, tendréis mucho cuidado en impedírselo y de salir con el armada que lleváredes a pelear con la otra armada o navíos y deshacerlos; y en este caso, vos no saltaréis en tierra al invasión de la dicha isla Tercera y estaréis en vuestra armada para pelear con la otra y deshacerla…Si en el viaje en la mar topáredes algunos navíos de corsarios con gente de socorro para la dicha isla Tercera procuraréis de combatirlos y tomarlos; y si lo hiciéredes de algunos, si por confesión de los dichos corsarios y los que vienen en su compañía o por testigos, pareciéredes que han muerto agora o antes algún hombre por roballe, se podrán matar o echar en la mar los tales; y lo mismo si confesaren o hubiere testigos que no es esta la primera vez que salieron a robar y robaron, sino que ya lo han hecho otra vez o otras; y si voluntariamente no confesaren o testificaren esto, se les dará gran tormento para que digan la verdad, si hobiere indicios della; y cuando pareciere que son corsarios que esta es la primera vez que salían a robar por la mar y que no habían robado ni muerto a nadie, no es seguro matallos; mas los que fueren caudillos se podrán matar y poner otros a galeras perpetuas o darles otra pena extraordinaria semejante; y porque podría ser que los dichos corsarios trajiesen en sus navíos algunos forzados o esclavos o que los mismos corsarios los hobiesen prendido o robado padece que éstos no deben padecer de las dichas penas si ya no pareciese que habían ayudado, o sido en consejo, o dado algún favor a los dichos corsarios que en tal caso tendrán la pena quellos. El oro y plata, perlas y joyas que los dichos corsarios hobiesen tomado a navíos que vengan de la Indias Occidentales y Orientales, han de ser todo para mí enteramente y así mismo la artillería armas y municiones que se hobieren y tomaren en sus navíos y los demás se partirá conforme lo que se acostumbra a hacer…»

Conociendo don Felipe II a don Álvaro quien cuando no era necesario aplicaba la Ley de dejarlo pasar para evitarse otro enemigo, no conforme con esta primera carta el mismo día le envía otra, en ella no deja resquicio posible de escapatoria al cumplimiento de la Ley del mar contra piratas, corsarios o bucaneros, por ello aunque reconocemos es algo pesada, preferimos ponerla en la parte correspondiente pada dejar clara constancia de que don Álvaro nunca fue un asesino, simplemente cumplía las órdenes recibidas por su Rey. «El Rey. — Marqués de Santa Cruz, pariente mi Capitán General de las Galeras de España. Aunque en la instrucción mía que se os entregará se os dice largamente lo que habéis de hacer en poner en orden la dicha armada, y en vuestro viaje, me ha parecido demás dello ordenaros en ésta algunas cosas que se bien que vais prevenido y advertido, para que tanto mejor se haga lo que conviere a mi servicio y al negocio. Si cuando placiendo a Dios llegáredes con la dicha armada a la isla Tercera, no se hubiese reducido y venido a mi obediencia y servicio, como es de creer se hará…y si los della vinieren a mi obediencia o se rindieren, antes de saltar en tierra, los recibiréis a voluntad mía. Si por los dichos medios y conciertos no se reducieren y rindieran ni lo quisieren hacer por bien, emprenderla heis por fuerza de las armas…Si desembarcados trataren de concierto los de la dicha isla y vinieren a mi obediencia, procuraréis de excusar que no se saquee por la gente de guerra la villa de Praya; y si por estar junto a la mar no se pudiese excusarlo, podréis permitir, reservándose los monasterios e iglesias. Si los de la dicha ciudad de Angra, no trataren de concierto y vinieren a mi obediencia y entrare en ella peleando, paresce que será forzoso sea saqueada la dicha ciudad, reservándose así mismo los monasterios e iglesias del saco. Si hubiese en la dicha isla Tercera y la ciudad de Angra, alguna gente extrangera  que se haya metido en ella para su socorro, haréis ahorcar a todos los extrangeros como son franceses e ingleses; y lo mismo haréis en lo de los franceses que hubiere en las otras sobredichas islas de Fayal, San Jorge y las demás. A todos los frailes que hubieren predicando insolencias y animado los de tierra a rebelión, como se entiende que lo han hecho y hacen algunos, haréis prender y traerlos presos en la dicha armada a buen recaudo, para que mande lo que se hará dellos y de orden de enviar otros en su lugar. Asimismo haréis prender y traer presa a Doña Violante de Castro, por ser persona principal y rica y muy aficionada a Don Antonio, anima a los de la dicha isla a que tengan su voz y devoción y le sirva, es mucha parte en ella y en las demás islas, para que también mande lo que se haga della. Y por lo que según se entiende, los bueyes que hay en la dicha isla de la Tercera, es su principal sustento para cultivar con ellos la tierra, ternéis muy gran cuenta y cuidado con que la gente de guerra que salte en tierra no mate ni hagan daño en los bueyes que hubiere en ella, porque si se diere lugar a ello, padescerían grandes necesidades los de las dichas islas y perderían mucho mis rentas. Habiéndoos apoderado de la dicha isla Tercera, la ciudad de Angra, el castillo della y los otros fuertes que hubiese y puestos en orden y hechos los reductos para la guardia de las desembarcaciones, si conviniere y la gente de guerra que ha de quedar de guarnición en ellos con el artillería, armas, municiones y vituallas necesaria, conforme a lo que está dicho y conviniere, volveréis con la dicha armada y la demás gente de guerra della, no ofreciéndose o no ordenando otra cosa (lo cual habéis de cumplir) que según el estado de las cosas y lo que conviniese y si fuese necesario que os detengáis, os iré avisando de lo que hobiéredes de hacer, y vos me lo iréis dando siempre de lo que se fuese ofreciendo y que convendrá proveer y ordenar. De Lisboa, a 13 de Henero de 1582. Yo el Rey. — Por mandato de S. M. Juan Delgado.»

A pesar de que las órdenes del Rey era formar al menos una escuadra con sesenta buques de guerra más los necesarios para transportar diez mil hombres de los Tercios, lo bien cierto es que al final y por múltiples problemas solo se pudieron unir a las disponibles por don Álvaro en Lisboa la escuadra de Guipúzcoa al mando de don Miquel de Oquendo con sus catorce buques, sumando en total treinta y seis de todas clases, siendo: Galeones: San Martín, de don Álvaro de Bazán, mil doscientas, tn.; San Mateo, de don Alonso de Bazán. Seiscientas, tn. Naves de Guipúzcoa: La Concepción, del maestre don Pedro de Evora. Quinientas veintiocho, tn. Nuestra Señora de Iziar, maestre don Domingo de Olavarrieta. Doscientas cuarenta, tn.; Buenaventura, maestre don Juan Ortiz de Isasa. Ciento noventa y dos, tn; San Miguel, maestre don Antonio de la Jus. Doscientas cuarenta y cuatro, tn.; Catalina, maestre don Juan de la Bastida. Trescientas veinte, tn.; Juana, maestre don Pedro de Galagarza. Trescientas cincuentas y tres, tn.; San Vicente, maestre don Domingo de Tausida. Trescientas sesenta y tres, tn.; San Vicente, maestre don Juan Pérez de Mutio. Trescientas catorce, tn.; María, maestre don Juan de Segura. Doscientas ochenta y nueve, tn., y Nuestra Señora de la Peña de Francia, maestre don Cristóbal de Segura. Trescientas veinte seis, tn. Naves Portuguesas: Changas, maestre don Gaspar Antúnez. Trescientas diecinueve, tn; San Antonio, maestre Bastián Pérez. Doscientas ochenta y dos, tn.; El Rosario, maestre don Manuel de Gaya. Doscientas cincuenta, tn.; San Antonio del Buen Viaje; maestre don Amador Fernández. Ciento cincuenta y dos, tn.; La Misericordia, maestre don Pedro Beltrán. Doscientas veintinueve, tn.; Anunciada, del don Juan de Simón. Seiscientas, tn. Naves particulares: Jesús y María, del maestre don Baltasar de Baraona. Setecientas cuatro, tn.; San Miguel, maestre don Alonso Solís. Ciento treinta y nueve, tn., y San Buenaventura, maestre don Juan de Arteaga. Trescientas veintinueve, tn. Urcas: San Pedro, escribano don Guillermo Langle. Cuatrocientas sesenta y siete, tn.; San Gabriel, escribano don Juan Antonio. Cuatrocientas una, tn.; María, escribano don Juan de Domunto. Cuatrocientas diez, tn. El Avestruz, escribano don Gaspar González. Trescientas treinta y nueve, tn.; San Miguel, escribano don Guillermo de Torres. Ciento noventa y una, tn.; San Rafael, escribano don Juan Bautista. Cuatrocientas dieciocho, tn.; El Ciervo, escribano Andrés Pérez. Doscientas treinta y nueve, tn.; San Miguel, escribano don Gonzalo Becerra. Doscientas setenta y siete, tn.; Moysén, escribano don Francisco Mecinés. Trescientas setenta y ocho, tn., y El Ángel, escribano don Atanasio Fernández. Trescientas treinta y ocho, tn. Pataches de la Armada de Lisboa: Santa Clara, maestre don Antonio Ampuero; Santa Ana, maestre don Juan de Sorriba; Concepción, maestre don Pedro Jirón; Santa Cruz, maestre don Francisco Grispín; La Isabela, maestre don Juanes de Vezo Ibáñez y el del mando del maestre don Juan Cardo, en el que iba el capitán Aguirre y fue tomado por los franceses. Estos buques por ser muy pequeños no se midieron, por ello no se sabe el tonelaje.

Esta escuadra de treinta y cuatro buques que debieron salir de Lisboa como se dice en ella, uno fue apresado por los franceses; La Anunciada, se vio obligada a regresar por empezar a hacer agua y otros siete no llegaron a tiempo de unirse a ella dadas las premuras daba don Felipe II, por ello el día del combate don Álvaro solo contaba con veinticinco buques ente grandes y pequeños. Además por los tonelajes se puede ver que grandes solo estaba la Capitana y no enunciamos los buques de la escuadra que se alistaba en Cádiz (4), al mando de don Juan Martínez de Recalde, por la razón de no estar presente en el combate, pues cuando llegó los enemigos de España estaban todos de regreso a sus puertos de partida.

(4) Escuadra de Andalucía al mando de don Juan Martínez de Recalde que no llegó a tiempo para el combate, estando compuesta por: Galeones: La Concepción, capitán, don Bartolomé Carlos, propiedad del Marqués de Santa Cruz, 817 tn. y La Concepción, capitán, don Manuel Alonso, propiedad del Marqués de Santa Cruz, 628 tn. Urca: El UnicornioDorado, capitán, Guillermo, 1.008 tn. Navíos: Santa María de Gracia, capitán, Estéfano Nícolo Nacche, 977 tn.; Nuestra Señora del Rosario y San Juan Bautista, capitán, don Juan Umbert, 814 tn.; San Francisco de Padua, capitán, don Juan Bautista Sagre, 740 tn.; San Nicolás, capitán, don Marino Prodanelli, 739 tn.; Salipomana, capitán, don Jerónimo Lombardino, 735 tn.; Santa María de la Costa, capitán, don Antonio Ronco, 527 tn.; Lapoza, capitán, don Antonio de Agustino, 514 tn.; Santa Cruz, capitán, don Jorge Gorgono, 412 tn.; La Piedad, capitán, don Juan Pedro Chelentano, 407 tn.; Nuestra Señora de Constantinopla, capitán, don Julio Lacaña, 371 tn.; Santísima Trinidad y Nuestra Señora de Gracia, capitán don Marco Balerio, 326 tn. y La María, maestre, don Juan Núñez de Arradaner, 220 tn. Pataches: Espíritu Santo, maestre, don Gutierre Vega.; Santa Olalla, maestre, don Pedro Guerra.; Nuestra Señora de la Encina, maestre, don Pedro Musquei. Y la carabela: San Antonio, maestre, don Vicente Yáñez. Al igual que sus homónimos, no se sabe el tonelaje por ser muy pequeños. Y las siguientes zarparon con la escuadra, pero al no estar en condiciones y comenzar a hacer agua regresaron a Cádiz. Naves: Santa María de Gracia, capitán, don Juan de Bartolo, 764 tn.; Santa María Encoronada, capitán, don Juan Andrea de Florio, 716 tn.; Santa María del Rosario y San Telmo, capitán, don Juan Arols, 518 tn.; Santa María del Pasitano, capitán, don Francisco Castelán, 498 tn. y Santa María del Socorro, capitán, Rusco de Marco, 354 tn., más la Urca: La Grata, capitán, Octavio Feneto, 403 tn.

El 23 las escuadras se quedaron en vigilancia mutua sin entrar en combate, manteniendo barlovento los franceses, por ello alguien, (no se ha podido averiguar), a bordo del galeón San Martín gritó «esto es la ‹guerra galana›», refiriéndose, no a ser galantes y comportarse como tales, sino que eran «galos» y no presentaban combate. Amaneció el 26 de julio, las escuadras estaban separadas por unas tres millas de distancia y a unas dieciocho de la isla de San Miguel, se encontraban en ese momento con el rumbo de bordada del norte y la francesa se mantenía a barlovento. Don Álvaro de Bazán estaba decidido a no dejar pasar este día sin decidir el combate, (la resolución del estratega) para ello había dispuesto su escuadra de una forma que, hasta ese momento resulto casi imposible de concebir, pues rompía con todas las normas tácticas utilizadas hasta ese momento, esta formación estaba dispuesta de la forma siguiente: un centro; con nueve buques, en él estaban los buques menos poderosos de la escuadra, compuesto por las urcas flamencas, con las guipuzcoanas intercaladas, teniendo previsto fuera el eje a las dos divisiones restantes; la vanguardia y la reserva, en ellas formaban los buques más rápidos y mejor armados, contando cada una con siete naves.

En la vanguardia y en su cabeza se posicionó el galeón insignia, flanqueado por tres urcas en cada costado, éstas navegando en fila y dando protección al galeón. La reserva o retaguardia iba de la misma forma con la orden de acudir al lugar donde se produjera el primer contacto, para enfrentarse como un bloque al enemigo en el lugar donde más fuera necesario. Esta formación era para poder doblar la línea enemiga por la proa y popa, de esta forma se le obligaba a combatir al enemigo por las dos bandas. Acción que posteriormente dio buenos resultados a otros almirantes, pero en contra nuestra.

Para relatar el combate, pasamos a un documento que habla por sí solo de lo ocurrido. Comenzó al ser separado de la formación el galeón San Mateopor los vientos, momento en el que un testigo presencial nos dice: «…y siendo nuestro dicho galeón cercado de cinco galeones enemigos, comenzó a pelear con todos cinco, y demás desto fueron reforzados de infantería que bajeles medianos venían a posta cargados de gente, sólo para reforzar sus galeones, y como el viento les era a ellos a favor, nuestra armada, que estava a sotavento, no nos podía socorré sino era dando bordos, de suerte que podía ser con ninguna brevedad el socorrernos. Peleose de esta manera de cuatro a cinco horas del día, dejando a la consideración del que esto supiere y entendiese de cómo debió ser. Fué Nuestro Señor servido de dar tanto valor y gracia a D. Lope de Figueroa y a D. Pedro de Tassi y a los caballeros, aventureros y soldados que adentro estaban, que serían en todos hasta 250, que habiéndoles echado fuego de muchas bombas y artificios del y pegádole en el galeón por más de veinte partes y habiéndole tirado más de quinientos tiros de artillería y trayendo el dicho Phelipe Stroz y conde de Vimioso en su Capitana 400 soldados escogidos sin más de 120 caballeros aventureros para el efecto de embestir con dicho galeón San Mateo y que su Almirante (el galeón de Brissac) se le puso al lado con otros 400 soldados y siendo estos dichos cinco galeones tan grandes y tan bien artillados como el San Mateo se defendió de todos ellos habiendo peleado cerca de cuatro horas sin tener ningún favor ni ayuda de ningún bajel de nuestra armada…»

El primero en llegar en su socorro después de combatir cinco horas en solitario contra el grueso de la escuadra francesa, fue la urca Juana, al mando del capitán don Pedro de Galagarza y a su bordo el general don Miguel de Oquendo, la cual sin quitar velas arribó embistiendo a la Almiranta de Brissac, librando así una borda del San Mateo, arremetiendo contra la enemiga con tanta fuerza que a pesar de llevar a más de cuatrocientos hombres de los mejores de su escuadra no consiguió volver a su sitio, quedando separado al interponerse la urca española, a la Juana le seguía la Gabarra al mando del capitán Villaviciosa, quien se incorporó al combate de enfilada por la proa de la enemiga, no dando tiempo ni a decidir siendo abordada y tomada por los españoles.

Pero pasemos a la carta que el mismo don Miguel de Oquendo envió al secretario de don Felipe II, Delgado, donde se hace una relación casi pormenorizada del combate y nos parece corresponde conste aquí: «Muy ilustre señor: A los 20 de éste, á la tarde, llegamos á tener vista del Morro del Nordeste de San Miguel, y le doblamos este día, ecepto D. Cristóbal que no pudo, y se le esperó hasta otro día, y todos juntos navegando la via de Punta Delgada, que es la ciudad de esta isla de San Miguel, descubrimos la mar toda llena de naves, y en el puerto de San Miguel ó Punta Delgada; y como fuimos descubiertos de ellos, comenzaron á hacerse á la vela y salir á la mar, y en poco espacio se pusieron en orden 56 navios de guerra; y vistos por nuestra armada, mando su Señoria hacer la vuelta de la mar, y este día se acabó con esto, que fue á los 21 dia sábado. Domingo mañana amanecieron ambas armadas á la vista, obra de poco más de dos leguas una de otra: el enemigo, que venia deseoso de verse con la nuestra y muy confiado de la victoria, comenzó este dia á enviar navios corredores á descubrir y reconocer nuestra armada, los cuales lo hicieron ansi, y según agora lo hemos entendido de ellos, les causó mucho contento las nuevas que les llevaron los tales navios de que los nuestros eran de ruin suerte y mal artillados, y que había bien poco en vencernos, y que era una armadilla de nonada; y con esto se pasó este dia. Otro dia amanecimos á vista y no muy lejos la una de la otra, é hicieron señales los contrarios de batalla, y vistos por el Marqués, nos pusimos en orden, y mandó que le esperásemos, y asi no osó por entonces pasar adelante más de ponérsenos de barlovento, travesados los unos y los otros, y así estuvimos hasta después de comer, y en este tiempo anduvieron sus pataches de una nao en otra, y dende á rato comenzaron á arribar sobre nuestra armada todas las naos grandes del enemigo, siguiendoles los demás. Yo en este tiempo me hallé el mas cercano de ellos, y me rodearon la Capitana y Almiranta y me dieron una ruciada de artillería, á las cuales se le respondió con la misma fruta, y no osaron abordar, y visto por el Marqués el atrevimiento, se atravesó con los dos galeones del Rey San Martín y San Mateo, é yo me puse con el mio en hilera, y tomamos toda la demás de la armada á nuestro abrigo, y asi puestos en esta buena orden, pasó el enemigo por nuestro barlovento con todas sus naves gruesas, disparando toda la artillería de la banda, y los galeones, como la traian brava, hubo una buena escaramuza, y no hubo mosquetes ni arcabuces, y con esto pasó este dia. De nuestra nao se hizo con la poca artilleria lo que pudimos, de suerte que el Marqués quedó contento. Otro dia cada uno procuró de apercibirse lo mejor que pudo, y amanecimos á vista, y se pasó el dia sin batalla ni escaramuza, con algunos cometimientos, y fue dia del bienaventurado Santiago, que cierto pensamos tener batalla este dia, y no hubo lugar, porque no nos pudimos acercar por falta de aire. El dia de la bienaventurada Santa Ana, 26 de Julio, por la mañana, amaneció nuestra armada sobre Villafranca, tres leguas á la mar, y con muy poco aire en la calma de la tierra, y el enemigo amaneció cuatro leguas mas allá, donde gozaba de muy buen aire, con el cual en poco tiempo se puso con nosotros y hizo señales de batalla; é vista por el Marqués su determinación, se puso travesado como el dia antes y en muy buen orden, poniendo su frente muy fuerte con las naves atrás dichas y todas las demás en buena orden. Ellos esperaron hasta comer, y en acabando, con una brava determinación dieron arriba la banda sobre nosotros, y comenzaron á abordar á los galeones y á los demás, y dar tanta batería, que parecía cosa extraña, la cual duró hasta la noche, y su capitana fue presa por la nuestra, en la cual había muchos personajes de gran suerte, y entre ellos Musir de Stroci y el Conde de Linoso. El Musir murió en el combate y el Conde herido de muerte, y acabó de morir ayer con otros muchos caballeros de suerte. El galeón San Mateo tuvo á bordo dos galeones franceses, Capitana y Almiranta, y le mataron mucha gente y lo tenían muy trabajado. Visto por mí que corria gran peligro, é que si nos le tomaban nos desbarataba á todos, librándome lo mejor que pude, di vuelta para él para le socorrer, y llegué á tiempo de muchisima necesidad, y me encajé con mi nave entre el dicho galeón, y las Almiranta del contrario, con todas las velas en el tope, de suerte que con el ínterin se apartaron los dos galeones San Mateo y Almiranta francesa, y San Mateo se fue libre de su peligro y no poco contento. Yo me amarré con la dicha Almiranta, que era una de las más bravas de toda la armada, y traia 30 tiros de bronce grandes y 300 hombres tirados y marineros, y toda la gente de guerra eran soldados viejos; y la primera ruciada que le dimos en abordarlo, le matamos 50 hombres, los mejores que tenia, de que cobraron mucho temor y espanto, porque tenían estos hombres y otros para saltar en el galeón, muy escogidos, armados de punta en blanco, con otros tantos tiradores, según que todo lo cuenta un personaje y tres soldados que tenemos en la nao, que vinieron pidiendo misericordia y la hallaron; y fue saqueada la dicha Almiranta por nuestra gente de mar y guerra, y puesta mi bandera de campo en su popa, y sus insignias en la nuestra, colgadas á uso de guerra; y en este discurso las naos crecidas de su armada iban yendo y viniendo, y me daban gran batería de tiradores y artilleria, y con la de un lado respondí á ellos con la mitad de los tiradores, sin hacer falta al enemigo de casa. Se acabó el dia, y algo antes me dieron un cañonazo debajo de la mar, y nuestra nao se iba aplomando, y ni mas ni menos la francesa, porque la habíamos roto todo el costado con mucha bateria, y no se supo por la gente de guerra que nuestra nao estaba rota, antes mandé que no diesen á la bomba, porque entendía que antes se acabaría el dia y la batalla que la nao se nos anegase, y si la gente de guerra que combatia bravamente supiera que la nao se iba hinchendo de agua, cesare el combate, se rindiera mi nave; fuera muy pujante y diera en que entender. Y asi se acabó el dia, y ambas naves, llenas de agua en cantidad de mas de una braza de alto, se apartaron, habiéndome desamarrado alguno los cabos en que la tenia atada, y se cree que aquella noche iria á fondo. Matóse toda la gente, que no le quedaron sino muy pocos, y á nosotros nos mataron é hirieron poco mas de treinta, y luego todos echaron á huir, cada uno por su cabo, dejando su Capitana y otra nave en nuestro poder, y desembarazados y sin gente esta Almiranta y una urca, y era grandísima riza y matanza en los demás, de suerte que los suyos me parece serán mas de 1.200 muertos, heridos y presos, y en los nuestros se cree no lleguen a 700. Esta victoria se debe atribuía á Nuestro Señor, que mas parece cosa de su mano que de hombres humanos, por la gran fuerza que traían y por el poco recado que nosotros teníamos. D. Antonio, de que nos vió, fue á la Tercera en un patache, el cual preguntaba á todos los que venían á su poder, si el galeón San Martín venia con esta armada, que parece tenía tratado con los portugueses lo estorbasen lo posible, y si no viniera era todo perdido, de las cuales estoy ya sano del todo, y Nuestro Señor fue servido darnos fuerzas en aquel dia para todo el tiempo que duró la batalla, y de librarme de tantos peligros sin lesión alguna, y plega á Dios sea para su santo servicio. Andamos con tiempo contrario sobre esta isla, que no nos deja tomar puerto, y tenemos harta necesidad por causa de los heridos y aun de los sanos, la cual está D. Antonio, ecepto el castillo; hallas ancha sin quebrar cabeza ni sin resistencia alguna, y porque el Marqués envía entera relación de ésta, no digo más. Nuestro Señor. Fecha en la mar, cuatro leguas del Morro del Nordeste de esta isla de San Miguel, á 29 de Julio de 1582. — Muy ilustre Señor. — B. M. á V. md. Muy cierto servidor. — Miguel de Oquendo.»

Después del combate vino la aplicación de las órdenes del Rey a don Álvaro, (por lo escrito del mismo Rey de Francia) quien tuvo que llevarlas a efecto, de donde se desprende una sentencia en juicio sumarísimo y el cumplimiento de las penas. El documento de la Sentencia dice:«El Marqués de Santa Cruz, capitán generál de la galeras de España, armada y ejercito de S. M. — Por cuanto habiendo paces entre S. M. y el Rei de Francia, salió y vino armada de aquel Reino a favor de D. Antonio, prior de Crato, á tomar y señorearse de la isla de San Miguel, tierra de S. M. como lo hizo con intento y concierto de acometer y ofender otras islas, tierras y señoríos de S. M., en quebrantamiento de las dichas paces que hay entre S. M. y el Rei de Francia, y dio batalla á su Real armada, y fue Dios servido que la francesa fué rota y vencida por la de S. M., de que soy capitán generál, y habiendose muerto mucha gente, de los enemigos franceses fueron presos veinte y ocho Señores y cincuenta y dos caballeros, y los demás que hay presos, marineros y soldados; y porque tan gran delito no quede sin punición, para castigo de los cuales contravenidores á las dichas paces y ejemplo de los demás que lo supieren, vieren y oyeren, ordeno al Licenciado Martin de Aranda auditor general de esta felice armada, haga luego degollar y degüellen á los dichos Señores y caballeros públicamente, a vista de esta armada y ejército, en el cadahalso que para este efecto se ha hecho en la plaza de Villafranca de la isla de San Miguel, publicándose primero en alta voz esta mi orden, y de los demás soldados y marineros y gente de la dicha armada de diez y siete años arriba, se ahorquen, de manera que los unos y los otros naturalmente mueran, y los de diez y siete años abajo, hayan la pena que fuese mi voluntad, porque así conviene al servicio de Dios y de S. M. y á la paz, concordia y confederación de S. M. y del dicho Rei de Francia. Dada en el galeón San Martín, sobre Villafranca, á Iº dia del mes de Agosto de 1582. — Don Alvaro de Bazán.»

Los señores y caballeros fueron ejecutados y el resto por falta de espacio para cumplir la sentencia, se fueron ahorcando en los mismos buques, de vergas y palos. El Marqués también escribe al Rey, para darle la información necesaria como era su costumbre de todo lo ocurrido. La carta dice: «S. C. R. M. — Doy la enhorabuena á V. M. de la victoria que nuestro Señor ha servido de darme con esta armada á los 26 del pasado, en la buena aventura de V. M., como lo podrá mandar ver por la relación particular que lleva D. Pedro Ponce de León, mi sobrino, de que estoy con contentamiento que es razón de tan buen suceso, y de que pienso ha de resultar gran servicio á V. M. y quietud de Portugal. Por lo que el conde de Vimioso declaró á su muerte, entenderá V. M. los tratos y conciertos que hay. Espero en Dios que con haber perdido la batalla cesará todo, y aunque esto sea, conviene que V. M. desde luego prevenga para el año que viene, armada que sea de mejores y más navios que ésta, pues aunque ha faltado el Conde que lo tramara todo, quizás habrá otro que le suceda, y no conviene aventurar tanto como ahora, que yo certifica á V. M. que he habido bien menester la experiencia que tengo, porque me hallé muy solo y con muy inferior armada de la enemiga, adonde venia mucha gente principal de Francia, y asi procedieron y pelearon como muy buenos soldados, y en los vivos, así nobles como en los demás, se ha hecho la demostración que V. M. verá al cabo de la misma relación, Placerá á Dios que todo esto aproveche para escarmentarlos. El generál y los demás traían patentes del Rey de Francia, y pagada la gente y armada por la Reyna Madre, que es contraviniendo las paces que tiene el Rey con V. M. Esta armada está maltratada de la batalla, y con mucha gente muerta y herida, sin pólvora y cuerda, y la de Andalucia no ha llegado, aunque tengo nueva de los marineros de dos carabelas que vinieron aquí de Lagos, que estaban en el cabo de San Vicente diez y ocho días há, y que otro dia habian de partir. Habran tardado porque ha hecho ocho días de muy malos tiempos, de que estoy con mucho cuidado por lo que podría suceder, y por no ser el tiempo bueno, no he podido dar fondo en la ciudad de Punta Delgada hasta hoy, que me ha dado pena por no haber podido despachar á V. M. ni tomado agua y poner los heridos en tierra para curarlos, por el mal recaudo que hay en las naos, y asi surgi de Villafranca tres días há, que no se ha podido tomar agua ni aderezar los navios. Hacerse há en abonanzado. De las Flotas de Indias y Nueva España no tengo mas nueva de haber pasado una nao de la India á este Reino. Pésame de que no vengan juntas. Tres carabelas me dice el capitán Alexandre que há dias que andan sobre Cuervo para avisarles. Yo procuraré de ir lo más presto que pudiere por allá: no sé si será posible antes de venir el armada de Andalucia, que me da harta pena, mas por las naos que se esperan de Inglaterra que por las que se escaparon de la batalla, que éstas van maltratadas y atemorizadas. Ha venido una nao inglesa: dice que topó parte de la de Francia bien maltratada y un pataj abandonado. Tambien me han dicho los de Villafranca que desde el Morro descubrieron dos naos que iban atravesadas sin velas, y que en todo el dia no hicieron camino, y que la nao Almiranta, como iba medio anegada, la desampararon y dio al través tres leguas de Villafranca. De Punta Delgada vinieron á la costa otras dos naos desamparadas, y yo creo que han recibido mucho daño. Lo que mas se hiciese é supiere de la armada, avisaré á V. M. En Villafranca y Punta Delgada ha habido muchos que levantaron luego la voz por D. Antonio: helos mandado prender, y los mas culpados tengo ya presos, que guiaron el armada y dijeron que en desembarcando la gente en tierra toda la isla estaria por D. Antonio, y les mostraron el desembarcadero, haciendoles de noche señal con lumbre y de dia con una bandera. He ordenado al corregidor que sustancie el proceso y me los envie acá para ahorcarlos. Tambien se ha prendido un fraile y un clérigo en Punta Delgada, y aquí se han prendido en la montaña, según me han dicho el capitán Alexandre, á otros tres frailes, grandes amotinadores. Yo he ordenado á dicho capitán que me los traiga para llevarlos á todos a España. Ya sabrá V. M. quien es Arias Jácome, el de la Tercera; andaba huido en la montaña de esta islas, y como ha visto lo que se ha hecho con los franceses, ha tenido miedo y tratado conmigo de que se vernia á entregar con que yo no le mandase ahorcar, y por recogello me pareció concedérselo, y asi vino: llevarlo he á Lisboa. Mucho se hubiera hecho en todas estas cosas, si el tiempo hubiera dado lugar: hacerse há todo lo posible porque en todo vea V. M. servido, y pues lo de la Tercera no se puede hacer este año, por ser ya tan tarde y la gente tan poca, dejaré en esta isla, si la mar no me lo estorbase, 1.500 soldados cuando vuelva del Cuervo. Aquí se juzga que si los franceses de la Tercera saben lo que he hecho con los prisioneros, que saquearán la isla y se iran. Yo no lo creo, porque D. Antonio procurará de remediarlo, pues con la rota de la armada francesa y perdida de tanta gente principal, si no entretiene lo de la Tercera, no sé qué ha de hacer en Francia, pues será tan mal visto por allá. D. Lope de Figueroa se defendió muy valerosamente, como le digo en la relación, cuando pelearon con los franceses, y también se senalo mucho D. Pedro de Tassis y quedó quemado el rostro, y los demás que no van puestos en la relación por la priesa, van en otra parte con ésta. Guarde nuestro Señor la S. C. R. P. de V. M., con aumento de mas reinos y señoríos, Del galeón sobre Villafranca á 4 de agosto de 1582. S. C. R. M. — Criado y vasallo de V. M. — D. Alvaro de Bazán.»

Las bajas francesas se pueden calcular entre los dos mil quinientos y tres mil hombres, de ellos mil quinientos muertos, incluido el almirante Strozzi, quien falleció de resultas de sus heridas anteriores y también murió el conde de Vimioso. Pero estos datos son del combate, debiendo fallecer muchos más en su viaje a Francia. Si el desastre fue importante en lo material y personal, lo peor fue la consecuencia al valor moral, dejando a los enemigos en desmayo absoluto, pues no se entiende que a pesar de las pérdidas, aún continuaban teniendo una abrumadora superioridad numérica, la cual en ningún momento supieron o quisieron aprovechar y la demostración de esto, es que su armada quedó completamente dislocada y sin conexión entre ellos.

Hay constancia de que la derrota fue casi total, pues de los sesenta buques iníciales a Francia solo regresaron dieciocho. Esto sin haber podido entrar en combate la escuadra de Andalucía. Por su parte los españoles sufrieron un total de doscientos veinticuatro fallecidos, más quinientos cincuenta y tres heridos, sin perder a ningún buque en el encuentro, si bien el galeón San Mateo, por ser el centro del combate su casco estaba acribillado pero soportó estoicamente el castigo, a más de haber quedado mocho como un pontón y habiendo sufrido entre su dotación ciento catorce bajas en total, a esto sumar los cuatro buques que se vieron en medio del combate, quienes también sufrieron averías en sus cascos, arboladura y la pérdida de algunos hombres. A parte de las bajas mencionadas con posterioridad fallecieron muchos más, pues la escuadra no los pudo dejar en tierra hasta pasados cinco días del combate, por mantenerse los vientos contrarios, convirtiéndose por falta de espacio e higiene en las típicas infecciones que hicieron su fatal trabajo. A ello añadir que las heridas producidas por los arcabuces a corta distancia tendrían muy mala solución, por la cantidad de los distintos materiales que se cargaban en ellos y por la dispersión, traduciéndose al golpear el cuerpo en múltiples y diversas trayectorias, de muy difícil seguimiento para un cirujano y afectar a órganos que para la época eran imposibles tocar. (Este combate está clasificado por los historiadores como el segundo más importante del siglo XVI, después de Lepanto.

En él, el Marqués de Santa Cruz, decidió dar un cambio a la guerra naval y adoptó una formación, deshaciendo las previsiones del enemigo, pues no utilizó el despliegue de la clásica media luna, a ello se sumó su previsora disposición, si bien al principio pareció fallar, pero el galeón San Mateo retrasado se convirtió en el cebo que tan afortunadamente él había preparado en su centro, por eso el galeón solitario fue quien soportó el mayor peso del combate, pero ello le permitió llevar a cabo su primogénita idea, teniendo buen final por desarrollarse como tenía previsto, de ahí el éxito obtenido; además de demostrar palpablemente que, a pesar de estar en inferioridad numérica era posible la victoria si se hacían las cosas bien, dándose por descontado la efectividad de los Tercios embarcados y la mucha mar navegada de sus capitanes con sus tripulaciones.)

Enterado don Álvaro por un correo del Rey de la próxima llegada a las islas de una Flota de Indias, prosiguió desembarcando a los heridos, dejando a su vez soldados que en total sumaron dos mil en la isla de San Miguel, zarpando de inmediato a la espera de la Flota, la cual encontraron y dieron protección hasta la bahía de Cádiz, puesta a salvo viraron con rumbo al cabo de San Vicente para doblarlo, arribando a la ciudad de Lisboa donde les esperaba el mismo don Felipe II, siendo recibidos con toda pompa y fiestas. Siéndole concedida por su gran victoria la Encomienda de León de la Orden de Santiago.

El Rey de nuevo tuvo noticias de un nuevo armamento en Francia, facilitado por la Reina Madre y el mismo Rey siguiendo sus órdenes. Las pretensiones iníciales eran enviar una flota compuesta por más de cien velas, pero dado el anterior fracaso nadie les seguía, razón por la que al final solo pudieron reunir y enviar una escuadra con catorce galeones, con otras velas para transportar un ejército de dos mil hombres, al mando del gobernador del Dieppe señor Chartres. Estos arribaron a la isla mucho antes, nada más hacerlo se prepararon para el enfrentamiento, construyendo varias fortalezas y con las cien piezas de artillería transportada fueron colocadas donde más podían ofender, a llegar los españoles las obras estaban concluidas. Pero antes de saber este punto final, don Felipe II por carta a don Álvaro fechada el 10 de febrero de 1583 en la misma Lisboa, (donde se había desplazado para asegurarse personalmente del nuevo armamento) le ordena formar una nueva escuadra, compuesta por: dos galeazas, doce galeras, cinco galeones, treinta y un pataches, zabras y carabelas, más unos buques a remolque, (siendo los lanchones de desembarco, con una porta plana en proa la cual por un sistema de polispasto, se elevaba y pegaba a los costados evitando la entrada de agua; soltando los cabos por su propio peso caía hasta tocar el fondo, dejando así el paso libre a las tropas para su desembarco, teniendo muy poco calado en toda ella y de fondo plano) siendo en total noventa y ocho buques, con una dotación de seis mil quinientos treinta y un hombres.

El ejército estaba formado por los Tercios del Maestre de Campo don Lope de Figueroa, don Francisco de Bobadilla, don Juan de Sandoval, del coronel alemán don Gerónimo de Londron, la compañía de los italianos al mando de don Luzio Linatello y otra compañía de portugueses al mando de don Félix de Aragón, siendo en total trece mil trescientos setenta y dos efectivos, a ellos sumar los dos mil dejado el año anterior en la isla de San Miguel. Por los datos S. M., quería terminar con el asunto cuanto antes. A esto añadir que alrededor de otros nueve mil portugueses se incorporado a la defensa de las islas, por el llamamiento de don Antonio Prior de Crato.

Terminada de armar la escuadra a gusto del Marqués que no dejaba nada al azar, zarpó de Lisboa el 23 de junio, por el viento de terral la nave Santa María del Socorro quedó embarrancada, no pudiendo salir de la desembocadura del Tajo, quedando así hasta la pleamar de la noche aprovechando ésta quedó a flote continuando viaje en solitario, el viento era muy flojo y las naves no avanzaban por ello don Álvaro el 26 envío mensaje a don Diego de Medrano, a la sazón general de las doce galeras, diciéndole: «…habiendo buen tiempo no parece que conviene que por aguardar la conserva de las naos ni por otra causa ninguna hayan de perder las galeras ni una sola hora de tiempo con que pudieren mejorarse, pues en tal golfo de tal mar, lo mejor es pasarlo presto…»

Recibido el mensaje, las galeras de pusieron a boga por cuarteles y se fueron alejando del conjunto de la escuadra. Al día siguiente 27 la nave Santa María de la Costa perdió el timón quedando al garete, el Marqués dio orden a los pataches se abarloaran y trasbordaran la carga de la nave a ellos para repartirla entre todos, de esa forma no se perdía nada, realizándose el trabajo en muy corto espacio de tiempo, de hecho el grueso de la escuadra no recogió velas, por ello los pataches les dieron alcance uniéndose de nuevo a la escuadra. Los marineros, carpinteros y calafates, se pusieron a trabajar de inmediato, consiguiendo en poco tiempo construir una larga y dura espadilla, con la que a duras penas podían maniobrar, pero no cejaron por ello y arribaron 10 días más tarde que el resto a la isla, pero lo consiguieron.

Las galeras arribaron a la isla de San Miguel el 3 de julio, el resto de la escuadra lo hizo el 14, repartiéndose entre los puertos de Villafranca y Punta Delgada, donde hicieron aguada y cortaron leña para los servicios de los buques, al mismo tiempo se embarcaba el Tercio de don Agustín Iñiguez (el que se había quedado en la isla el año anterior, pero estando todos recuperados), zarpando el 19 de julio con rumbo a Angra, capital de la isla Tercera. El 21 arribaron a su vista, don Álvaro quiso como siempre saber la fuerza y poder de los enemigos, dando orden al capitán del galeón San Martín, pusiera rumbo a la costa, al estar a tiro de cañón comenzaron a disparar los enemigos, pero el Marqués dio orden de continuar, así a cierta distancia confirmó el poder del enemigo, al terminar de revisarla por completo dio la orden de regresar al punto donde se encontraba la escuadra.

Para evitar una matanza como la anterior, don Álvaro quiso probar fortuna para evitar la guerra, por ello escribió un documento y entregado a «un soldado honrado y un trompeta, lo leyeran en voz alta.», el citado documento dice: «Don Alvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, Comendador Mayor de León, Capitán General desta armada y exert.º del Rey Don Felipe nro. Señor a todos los moradores y estantes en la isla de la Tercera y en las demás circunvezinas, asi naturales como extranjeros. Bien saveis que su Magestad siendo como es sucesor legitimo de los Reynos de Portugal, Islas e Indias y de las demás partes pertenencientes a su Corona y que aviendo de ser evedecido por Soberano Rey y Señor natural; algunas destas islas desviándose deste conocimiento y ademitiendo en su compañía gentes diversas en naturaleza y religión han conspirado contra la Magestad Real e incurrido en crimen Lexe majestatis divina y humana, digno de ejemplo y castigo, con todo esto, su Magestad movido de celo christianisimo y usando de su acostumbrada clemencia por servir de Dios nuestro Señor e por evitar efusión de sangre, considerando que cada día crece la obstinacion y el deservicio, y que ya es negozio que incumula la Real conciencia la brevedad del remedio por quietar de delante de nuestros ojos un vivo ejemplo de desobediencia, aviendose procurado por todas las vias posibles el remedio y aora ultimamente usando de suma benignidad su Magestad concede y aze gracia a todos los vecinos y estantes de dha. Isla y en las demás perdón general, otorgando juntamente con las vidas seguridad de los vienes y hazienda, asegurando demas desto que no seran dados a saco en ninguna manera, antes seran amparados en los comercios e sosiegos, con tal que sin hazer resistenzia alguna se quieran rendir y sujetar a su obedienzia como Rey y Señor natural admitiendo y dejando desembarcar en tierra toda la gente que viene en esa Rl. Armada y demás desto en nombre de su Mgdd. ofrezco que a todos los Franceses y los demás extrangeros que quisieren salir libremente con sus haziendas armas y banderas, les dare embarcacion si de su voluntad quisieren entregar los fuertes que en su poder tuvieren, dejando llanamente la dha. Isla y yo, el dho. Capitán General en nombre de su Magd. y por su real palabra prometo guardar y cumplir este edito publico en todo y por todo con protestación que no cumpliendo y haciendo todo en él contenido perseverando en su dura obstinación y por el poder que su Magd. en este caso me concede desde luego los doy por enemigos rebeldes contra su Rey y como traidores les protesto, que los daños publicos, castigos de muerte e destrucciones que se hizieren sobre los que no acudiesen a dar la ovedienzia a su Magd. Real, ni a cargo mio, sino a culpa de los tales reveldes, y perpetua deshonra les hago este mandato hecho en el Galeón Capitana desta Armada a veintitrés de Julio de mil quinientos ochenta y tres.»

El 28 de julio la escuadra española procedió a probar la fuerza de las murallas y su artillería, se acercaron a tiro de cañón dando comienzo un tremendo fuego, ello convenció a don Álvaro, pues se dio cuenta que ante aquellas murallas protegidas con más de trescientas piezas de todos los calibres no era aconsejable intentar desembarcar, transcurridas dos largas horas de intercambio de fuego dio la orden de retirarse. Esta decisión los enemigos se la tomaron como sentimiento de miedo del Marqués, pero la realidad era saber a qué poder se enfrentaba y había quedado patente.

Esa noche y contra toda costumbre de la guerra hasta la fecha, don Álvaro dio la orden de arrumbar a una pequeña cala llamada Das Molas (Las Muelas), descubierta en su inspección anterior, al llegar dio la orden de comenzar a trasbordar tropas a las galeras, zafras y pinazas, al amanecer del 26 de julio (aniversario de la victoria del año anterior) las galeras comenzaron a acercarse a la pequeña playa existente, empezando el desembarco sobre las tres de la madrugada desde las más pequeñas pinazas; en la playa se encontraban cuatro compañías de infantería francesa y portuguesas, siendo descubiertos por los enemigos comenzando un furioso fuego, al principio fue respondido desde las galeras para proteger a los infantes españoles. Las tropas que iban en ellas eran todas del Tercio de don Lope de Figueroa, hombres bien curtidos en la guerra de entre cubiertas.

Por el fuego de esa primera línea de defensa, se percataron los enemigos situados en las lomas cercanas con más artillería, dando principio al bombardeo de las galeras, pues se distinguían por el fogonazo de los disparos de sus piezas. Al piloto de la galera de don Álvaro, una bala de cañón le llevó la cabeza, se percató de ello y girándose al piloto mayor le grito: «¡Arranca, arranca!» Al mismo tiempo que le señalaba la playa cercana. El piloto le contestó; «Señor estamos muy cerca; nos van a echar a fondo» A ello don Álvaro le replicó: «Por eso, acercaos más, y encallando no nos ahogaremos.» Esta decisión significó la victoria, pues todos siguieron a la capitana llegando a la playa y al hacerlo, se consiguieron dos cosas, primera salir de la enfilada de la artillería de las alturas, su depresión no les permitía hacer fuego efectivo sobre ellos, y segunda, por orden de don Álvaro, se desmontaron las piezas ligeras de artillería de las galeras y con estas ofendieron de firme a los de las trincheras.

Los infantes se lanzaron a la carrera contra ellas, disparando sus arcabuces causando gran cantidad de bajas, por ello los enemigos se replegaron a posiciones más seguras, dejando espacio para que el resto de los buques fueran desembarcando los cuatro mil hombres transportados; comenzaba a amanecer y don Álvaro se mantenía en lo alto de la arrumbada de su galera dirigiendo el desembarco, al verlo concluido puso el pie en la playa y ordenó a don Lope que alguna unidad cortara el camino de enlace entre la posición y la ciudad de Angra, para impedir les pudiera llegar la petición de auxilio, al mismo tiempo otras compañías ascendieran a la cumbre y acabaran con los que allí se encontraban, girando la artillería enemiga para cubrir el avance de las propias tropas. El combate fue recio y sangriento, dado que los soldados francesas eran viejos en su ejercicio, impidiendo vencerlos con facilidad por ser combatientes expertos, a ello se sumaba al estar más tiempo en la zona eran mejores conocedores del terreno.

Los enemigos viéndose desbordados se hicieron fuertes en unas lomas a unas seis millas de distancia y más cerca de la ciudad de Agra, ante esto los capitanes dieron la orden de avanzar desplegados en guerrilla, pero no todo fue tan fácil, pues mediado el día llegaron los refuerzos desde Angra y Praya, en número de cuatro mil reforzando a sus compañeros, ocasionando con esta acumulación se sufrieron muchas más bajas por ambas partes, sobre todo los franceses quienes eran de los buenos guerreros. Una crónica de este día nos dice: «…ya que empezaban a cargar muchos enemigos a los nuestros escaramuzando con ellos tan valerosamente, hasta ponerlos tres cuartos de legua más lejos de la marina…peleando siempre muy valerosamente dando cargas y recibiéndolas, ganando o perdiendo los nuestros eminencia de manera que fue menester que el Marqués, que estaba al frente de sus escuadrones se mejorase dos veces con ellos para dar calor a su arcabucería…»

Se hizo de noche descansando las armas y los hombres que buena falta les hacía, durmieron al raso con la lógica guardia en una zona despejada y alejada de árboles, y puntos altos. Pero pronto fueron aumentando las fuerzas por haber desembarcado muchas más tropas españolas. Viendo los enemigos que a pesar de lo rudo del combate tenían obligatoriamente que retroceder, pensaron en la treta anterior que les dio la victoria, no siendo otra que al amanecer del 27, se despertaron con el ruido producido por los disparos de los arcabuces, para provocar una estampida de las reses, siendo su número aproximado de unas quinientas las que se le venían encima, pero: «…el Marqués dio la orden a las mangas que no disparasen a las vacas, antes les hiciesen camino llano y largo para que pasasen sin desordenarse, y que, en pasando, tornasen a cerrar como estaba…» Maniobra muy apropiada y que no ocasionó ningún daño a los infantes, pero tampoco les sirvió de nada a los enemigos, por ser conocida esta forma de actuar. (En la guerra siempre hay que dejar un punto a la improvisación, éste suele ser la inflexión entre la derrota o la victoria.)

Viendo esto, don Álvaro envío quinientos arcabuceros a conquistar la ciudad de Angra, mientras él y don Lope formaron dos columnas dividiéndose, don Álvaro siguiendo el camino abierto por sus arcabuceros rompiendo toda resistencia, mientras don Lope conquistaba la villa de San Sebastián. Al romper los arcabuceros la resistencia de la ciudad detrás entró don Álvaro con sus tropas dando la orden de preservar las iglesias y monasterios, el resto tenían permiso de saco. (Siempre cumpliendo la orden de S. M.)

Él se dirigió al puerto y allí encontró treinta y cuatro buques, al mismo tiempo por señales se le indicaba a la escuadra entrase, por ello fueron quienes se encargaron de rendirlas todas. Los habitantes antes de llegar las primeras tropas españolas habían abandonado la ciudad. Siendo el resultado de mil seiscientos hombres cautivos, las trescientas diez piezas de artillería más los treinta y cuatro buques, entre ellos dos ingleses piratas allí refugiados. Dando por concluida la toma de la isla. Al ver el abandono de la ciudad por sus habitantes por temor a represalias, don Álvaro ordenó leer una carta, por ella todos los vecinos que no tuvieran nada contra el Rey de España y no hubieran tomado las armas en su contra, podían regresar sin temores. Al mismo tiempo se abrieron las cárceles de la ciudad, siendo cuarenta y dos españoles y veinte portugueses los puestos en libertad, a parte del capitán don Juan de Aguirre, quien al llevar el parlamento fue capturado el año anterior. Llevándose una gran alegría don Álvaro al verlo vivo, pues conociendo el sistema de franceses y portugueses lo daba por muerto.

Quedaron unos centenares de franceses y portugueses en la isla al mando de su jefe Chartres, quienes se hicieron fuertes en una zona preparada con trincheras y algunos cañones, pero ante el total de fuerzas desembarcadas, entorno a más de once mil hombres más lo cuatro mil anteriores, no podían esperar tener más solución que la muerte. Como esto a nadie le gusta intentaron parlamentar con don Álvaro, pero éste se negó en redondo, aduciendo haberles dado la oportunidad de hacerlo, no había otra que combatir a muerte. Pues no solo pedían el parlamento sino que exigían les dejaran salir de la isla embarcados en sus naves, con sus armas y sus banderas.

Ante semejante proposición, la tajante respuesta de don Álvaro les obligó a bajar sus pretensiones, ante ello volvió otro parlamentario comenzando su perorata, pero el Marqués le cortó en seco, diciéndole no había más condición que: «…doscientos de ellos habrían de pasar al remo, sus armas, banderas, pífanos y municiones rendidas, y el resto con lo puesto serian embarcados en buques españoles y transportados a Francia, pero para garantizar que no eran allí tomados, se reservaba la entrega de Jefe y varios caballeros, que serían puestos en libertad al regreso de las naves.» viendo la firmeza de don Álvaro se rindieron el 3 de agosto, siendo embarcados el 12 con rumbo a su país. Lo hicieron en naves vizcaínas con sus capitanes y tripulaciones (por ser las que mejor conocían aquellas aguas y costas) siendo las responsables de transportar a los vencidos, mientras se embarcaban Chartres y los caballeros fueron a besar la mano de don Álvaro, quien los recibió con las solemnidades propias de unos valientes vencidos.

Quedaba por prender al promotor de toda esta guerra, don Manuel Silva, Conde de Torres-Bedras, quien era el Gobernador nombrado por el Prior de Crato don Antonio. Iba a escondidas en busca de poderse embarcar en cualquier nave que le alejara del peligro, subiendo y bajando montañas vestido de labriego, pero un soldado perteneciente a una de las compañías que don Álvaro había enviado a pacificar el resto de la isla al mando del maestre de campo don Francisco de Bobadilla, lo encontró debajo de un árbol durmiendo. (Mal despertar tendría).

Para no perder tiempo había dado los poderes para comenzar los juicios al licenciado Mosquera de Figueroa, quien se puso el mismo día a ello revisando a todos y cada uno de los encausados, para ir abreviando y hacer justica con tiempo para razonar. Por otro lado dio el mando a don Pedro de Toledo de unas unidades navales y tres mil trescientos hombres de los Tercios, quienes en poco tiempo y casi sin enfrentamientos, pusieron bajo la soberanía del Rey de España, las islas de San Jorge, Fayal, y Pico. De igual forma envío a don Jerónimo de Valderrama a pacificar las islas del Cuervo y Graciosa, en ellas no encontró oposición e igualmente se incorporaron a la Corona de España.

Como ejemplo de un largo documento referente a los cargos del juicio y sus sentencias transcribimos la del Gobernador, diciendo: «Manuel de Silva, que se intitula conde de Torres-bredas, por tirano, matador, alvorotador, rovador y recojedor de Herejes, fue degollado, y la cabeza puesta en la plaza pública colgada en el lugar en donde él mandó poner la cabeza de Melchor Alonso Portugués, porque dijo que era su Rey natural la Majestad del Rey Phelipe nro. Sr.» Todo pacificado dejó de Gobernador de las islas con capital en la Tercera al maestre de campo don Juan de Urbina, con una fuerza de dos mil hombres, también eligió al corregidor, los jueces y regidores del resto de islas. Y como demostración de aprecio, entregó las fincas confiscadas a los extranjeros para ser entregadas a las viudas de los muertos locales en acción al servicio de don Felipe II.

Todo en su sitio sin temor a nuevas intentonas zarpó del puerto de Angra el 17 de agosto, al poco de salir a la mar rolaron los vientos a contrarios impidiendo avanzar a la escuadra con la velocidad normal, pues no quedaba otro remedio que navegar dando bordadas, obligando a un trabajoso esfuerzo a las dotaciones para mantenerse a rumbo, de hecho se avisto el 13 de septiembre el cabo de San Vicente, consiguiendo tirar las anclas frente a la ciudad de Sevilla el 15 siguiente, durando por esta causa el viaje de regreso un mes. La entrada en el río Guadalquivir fue triunfal, pues se llevaban las cuarenta y seis banderas capturas arrastradas por sus aguas, a ello se sumó el estruendo de las salvas mutuas de los fuertes y los buques, acudiendo a recibirlo prácticamente todos los habitantes de la ciudad. Así concluyó una dura campaña que se extendió a lo largo de tres años, contra las fuerzas unidas de Francia, Inglaterra y Portugal.

Donde de nuevo don Álvaro estuvo a mucha más altura que sus enemigos, demostrando hay que ejemplarizar ciertas acciones para evitar males mayores, aparte de recibir las consiguientes órdenes de su Rey, por otra, en esta última jornada demuestra que podía ser muy benévolo, cuando el enemigo de verdad estaba rendido y desesperado, concediendo la libertad a muchos que en otras ocasiones y a la inversa no le habrían correspondido de igual forma. Por eso sencillamente era un gran hombre, no actuaba nunca por envidias ni utilizaba ningún tipo de bajezas, siempre dando la cara y muy alta al frente de sus hombres, tanto en la arrumbada de su galera o en el Tercio de mediana de su galeón, como cuando echaba pie a tierra siempre iba en cabeza. El ejemplo siempre ha sido la mejor lección.

Cuando arribó don Álvaro a la ciudad de Sevilla y desembarcó se le entregó una carta del Rey, en ella le comunicaba se hiciera llegar a la Corte, se puso en camino inmediatamente con postas atravesando aquellos caminos que entonces se conocían como de «Herradura», pues por ellos solo podían caminar los equinos bien en solitario o bien tirando de una carreta o diligencia. Llegado a la Villa y Corte, se presentó en Palacio donde don Felipe al recibirlo, le ordenó se cubriera, pues lo había nombrado Grande España y como a tal pasaba a tener el tratamiento de «primo» y el permiso para estar delante del Rey cubierta su cabeza, como distinción de máximo honor hacía su persona.

A parte de comunicarle personalmente este nombramiento, lo que realmente quería era conocer de primera mano las ocurrencias de la jornada de las Azores. (La concesión de la Grandeza de España fue la Gracia conseguida por tan brillante victoria. A parte de confírmalo como Capitán General del mar Océano. No hemos encontrado la fecha exacta de la misma, pero por la que arriba a Cádiz don Álvaro y su posterior viaje por tierra hasta la Villa y Corte, debió de ser a finales del mes de septiembre o principios de octubre. Aunque muy bien podría estar fechada oficialmente, en la misma fecha de la victoria final de las islas Azores  y como signo de conmemoración, siendo el 3 de agosto de 1583)

Don Lope de Vega siempre atento a las acciones del marqués, le dedica una obra titulada «La nueva victoria del Marqués de Santa Cruz» en ella se lee lo siguiente: «Los que soberbios asisten / sobre las Islas Terceras / al Marqués de Santa Cruz / muestran las rebeldes fuerzas / más el famoso Bazán / levantando la bandera / del segundo rey Felipe / así dice, así pelea: / ¡Cierra, España! ¡Cierra! ¡Cierra! / A la cruz de su apellido / las confiadas banderas / no tremolan por el viento / más tremolas porque tiemblan. / Disparó la Capitana, / responden el mar a las piezas, / y el Marqués sobre la popa / dice, en la dicha otro Cesar: / ¡Cierra, España! ¡Cierra! ¡Cierra!»

Pero don Álvaro no estaba quieto un segundo, demostrándolo por una carta dirigida a don Felipe II, con la propuesta de armamento de una gran Armada contra Inglaterra, principio de lo que por desgracia e ignorancia o intereses de «otros» pasaría a ser conocida como la «Armada Invencible» por unas apuestas realizadas en la Corte del reino de Francia, trastocando y confundiendo a la opinión y conocimiento público que ha llegado a nuestros días, dando a entender que de Invencible no tenía nada. Don Felipe II siempre y en toda la correspondencia respecto a ella, la llamó la «Jornada de Inglaterra» y en alguno, como «La gran armada contra Inglaterra»

A pesar de ser el Rey más poderoso que ha existido, nunca fue precisamente jactancioso, pues en la humildad está la grandeza. «S. C. R. M. — Las victorias tan cumplidas como ha sido Dios servido dar á V. M. en estas islas, suelen animar á los principios á otras empresas, y pues nuestro Señor hizo á V. M. tan gran Rey, justo es que siga agora esta victoria mandando prevenir lo necesario para el al año de que viene se haga la de Inglaterra, pues será tan en servicio de nuestro Señor y gloria y autoridad de V. M. y pues se halla tan armado y con ejercito tan victorioso, no pierda V. M. esta ocasión y crea que tengo animo para hacerle Rey de aquel reino, y aun de otros, de allí se podrán tener muy ciertas esperanzas de allanar lo de Flandes, y no hallandose V. M. en el mundo, viva y reine una mujer hereje que tanto mal ha causado en aquel reino, y siendo V. M. servido de tratar desto, puede mandar luego á los Vireyes de Nápoles y Sicilia envíen alguna cantidad de bizcocho, advirtiendoles lo traigan en buenas naos artilladas y bien aparejadas, y que pasen de tres mil salmas, que son 600 toneladas de España, que previniéndolas desde luego se hallaran, y que en España tambien se compre mucho trigo á esta cosecha porque con mucha comodidad se hallara, y que tambien se compre buena cantidad de vinos a la vendimia en el Andalucia y Villacarlon, y aceites que en esta ocasión se hallaran todo muy barato, y que los galeones que hace la corte de Portugal se traigan luego á Lisboa y se acaben, y se funda artillería para ellos y que á las naos del asiento de Vizcaya, se de priesa á que las hagan y pongan en orden, y á los nueve galeones de V. M. que se fabrican en Santander y para los demás, dándome nuestro Señor victoria en Alarache, como ya puesto en orden lo de allí y encaminando lo de la fortificacion, podre ir á besar las manos á V. M. á V. M. y á concertar lo demas para la jornada, y la infantería deste ejercito estará muy bien este invierno en Alarache si se toma y en Arcila y Tanger á donde se mantendrá bien ejercitandose sin deshacerse. Bien se que no faltara quien represente á V. M. muchas dificultades, asi de socorros de Francia como de Flandes, y falta de dinero: á esto digo que los franceses has perdido conmigo mucha reputación, y los demás miraran bien á esto, y si se pone la mira á dificultades nada se hara. V. M. la ponga en Dios, ya que la causa es tan justa y suya, que de esta manera tendra el buen fin que se puede desear, y á los príncipes tan grandes como V. M. no les puede faltar dinero, y mas para cosa tan en servicio de dios y bien publico. Torno á suplicar á V. M. se anime y emprenda esta jornada que yo espero en Dios salir della, como de las demas que he hecho en servicio de V. M. De Manuel Silva he entendido, aunque yo no lo vi, que aquella Reina tiene gran miedo que ha de enviar V. M. sobre ella su Ejercito y Armada y que hay muchos católicos y con todo esto ningunas prevenciones hace mas de tenerse. Hame parecido advertir á Vuestra Majestad desto y ofrecerle mi persona y vida para esta jornada, como lo porne alegremente en todo lo que conviene á su servicio.Guarde nuestro Señor la S. C. R. persona de V. M. — Don Alvaro de Bazan. — De la ciudad de Angla en la isla Tercera á 9 de Agosto de 1583 años.»

(Como queda reflejado, solo al terminar la conquista de las islas Azores, ya estaba pensando en la próxima jornada. Demostrando que si don Felipe le hubiera hecho caso, la empresa se hubiera adelantado cuatro años y al mando del marqués de Santa Cruz, casi garantizando que la suerte de la Armada hubiera sido muy distinta, pues pensamos queda patente que no solo era un buen marino y buen militar, sino que improvisaba sobre la marcha y eso siempre ha sido muestra de anticipación al enemigo, consiguiendo incluso romper sus tácticas, significando la diferencia entre la victoria o la derrota.)

Pensamos es conveniente añadir una carta de don Álvaro a S. M., que el Rey le pidió en secreto, para saber mejor que fuerza consideraba necesaria para realizar la jornada de Inglaterra, en la parte que más nos importa (por resumir) dice: «…Se necesitaran ciento cincuenta naves, cuarenta urcas de carga, trescientas veinte embarcaciones de cincuenta a ochenta toneladas, cuarenta galeras, seis galeazas, con un total de velas de quinientas cincuenta y seis, sin contar cuarenta fragatas y falúas, y doscientas barcas destinadas al desembarco, con una tripulación de treinta mil trescientos treinta y dos hombres y el ejército debe de estar compuesto por sesenta y tres mil ochocientos noventa hombres y mil seiscientos caballos, siendo el total de la expedición noventa y cuatro mil doscientas veintidós bocas…» Este documento es larguísimo, pues describe pormenorizadamente todos los detalles uno por uno de toda la composición de la escuadra y hombres.

La empresa se llevó a cabo, teniendo que coordinar el ejército de Flandes con la escuadra, lo que en sí fue parte importante del fracaso, don Álvaro lo transporta en su numerosa escuadra, un «pequeño» detalle de las posibilidades de la planteada por don Álvaro y lo que después se realizó. El Rey le escribe otra carta (a pesar de las comunicaciones de la época parecen casi diarias) diciéndole: «El Rey. — Marqués, pariente. — En llegado don Pedro Ponce, vuestro sobrino, que me dio vuestras cartas de 9 y 10 de agosto, se dieron á nuestro Señor las debidas gracias por la victoria que fue servido darnos, de la isla Tercera, y aunque á vos os las tengo dadas, lo he querido aquí renovar, pues las teneis tan merecidas, habiéndome servido tan bien y tan á mi satisfacción, de que tendré á su tiempo la cuenta y memoria que es razon, y tambien os agradezco mucho lo que me decis en la carta de vuestra mano ofreciendoos á nueva empresa y cual la porponeis para otro año. Cosas son en que no se puede hablar con seguridad desde agora, pues depende del tiempo y ocasiones que han de dar la regla después. Mas por sí ó por no, mando hacer la provision de bizcocho que venga de Italia, y dar la prisa que se puede á la fabrica de galeones y al asiento de las naos de Vizcaya y a lo demás que os parece necesario para lo que se pueda ofrecer, y aun el enviar gente a Flándes es ponerla mas á la mano para lo mismo que decis.Madrid á 23 de septiembre de 1583.Con letra del Rey, añade: Aunque aquí se os dan las gracias por el servicio que me habeis hecho, no he querido dejar de darolas Yo aquí de mi mano. — Yo el Rey.»

En las largas conversaciones con don Felipe II, también se toco el tema del recién conquistado Portugal, llegando los dos al convencimiento de que lo mejor era unificar el mando de todas las tropas que en él se encontraban, de esta forma el Rey firmó un Real Título con fecha del 23 de junio de 1584, nombrándole; Capitán general del mar Océano y de la Gente, de a pie y a caballo del reino de Portugal. Pero don Felipe no quería exponer más fondos a pesar de las garantías de don Álvaro en la victoria, pues en estos momentos Inglaterra no estaba preparada para combatir a la escuadra dicha por el Marqués, le faltaban buques, artillería y gente de mar y guerra preparada para poderse enfrentar a España. Por eso S. M. se puso en contacto con la Reina Isabel I, la cual a pesar de todo lo que seguía ocurriendo, le continuaba afirmando que ella y su país no estaban en guerra, las acciones atribuidas eran realizadas por marinos quienes no tenían nada que ver con la corona y era posible incluso imitaran su lengua para enfrentar a los dos países. Así entretuvo a don Felipe el tiempo suficiente para ella estar en situación de poder defenderse, la historia nos ha demostrado que le salió a la perfección.

Don Álvaro el 15 de noviembre de 1584, declara un acrecentamiento de sus bienes para ser incluidos en su mayorazgo. Entre ellos se añaden los ganados en las islas Azores y los de otros combates anteriores, diciendo: «…estandarte real de damasco carmesí con las armas reales y la figura del apóstol Santiago que llevaba en la popa del galeón San Martín el día de la batalla naval de la isla de San Miguel; las armas y rodela fuerte de Felipe Strozzi; el estandarte de Mr. De Chaste; 60 banderas de infantería francesa y portuguesa; dos binables de Mr. De Chaste y Mr. De Garamba; el bastón de Capitán general del Conde de Torre Vedras; cuatro fanales, de la Capitana del rey de Francia, de la Capitana de Portugal, de la de Hassán Bajá y de la de Hassán Chiribi; las cajas, atambores y pífanos; 200 mosquetes, 200 arcabuces y 200 picas, que se las separó de entre las armas rendidas, y otros muchos objetos, arneses y espadas de su persona, tapices, muebles ricos, etc., etc.»

El 15 de septiembre de 1585 zarpaba de Plymounth, Drake, con una escuadra de veintitrés buques, poniendo rumbo a Bayona de Galicia donde pensaba terminar de cargar sus buques de alimentos, sobre todo reses y aves; se presentó ante el puerto y avisado el gobernador don Diego Sarmiento de Acuña, movilizó todo lo disponible incluso las milicias gallegas, consiguiendo después de unos enfrentamientos devolver a los ingleses a sus buques, pero en vez de mantenerse alerta dio la orden de que abandonaran sus habitantes las poblaciones marineras, prosiguiendo su rapiña en algunas del norte de Portugal, de forma que al final el pirata consiguió parte de lo pretendido.

Posteriormente pasó (según Drake, por la capital de Lisboa, llamando al combate a los marinos españoles y estos no salieron de su refugio, pero él tampoco entró) al llegar a Lisboa don Álvaro a los pocos días le fue notificado, volviendo zarpar en su búsqueda, pero Drake se había alejado de la costa con rumbo a las islas Afortunadas, donde pensaba cargar el vino que tanta falta le hacía, arribando a la isla de Palma, donde desembarcaron pero las tropas y vecinos unidos los devolvieron a sus barcos, decidiendo acercarse a la isla de Gomera, donde de nuevo intentó previo desembarco tomar prestado el vino, de nuevo las tropas y los vecinos los devolvieron a sus buques, esto le convenció no podría conseguirlo en islas tan bien protegidas, poniendo rumbo a las de Cabo Verde donde al parecer sí lo logró, embarcando lo robado y continuando viaje con rumbo a las Antillas, donde también le cupo la suerte de apresar un mercante, encontrado en su viaje entre La Guaira y la Habana cargado con plata del Virreinato del Perú.

Estos ataques y las confidencias del embajador español en Londres, convencieron al Rey no quedaba más posibilidades de paz, pues la desvergüenza de la Reina era palpable, por los agasajos y títulos entregados a Drake cuando regresó a su país. Pero terminó de convencerle una carta de don Álvaro fechada en Lisboa el 13 de enero de 1586, cuando llegó a ésta capital después de comprobar in situ los desafueros cometidos por el pirata inglés en la ciudad de Cádiz y villas cercanas.

La carta es muy extensa, pero en síntesis le viene a recordar que en 1583 él le había indicado hacer la jornada, siendo menos onerosa que la necesaria ahora, además sus marinos no estaban tan preparados y menos aún las villas, ciudades y puertos de la isla hereje, quienes estaba enviando refuerzos y fortaleciendo su ejército con envío de socorros a Zelanda y Olanda, le recordaba el daño en la Coruña y en Cádiz, así como las depredaciones en las Antillas, lo perjudicial por inseguro de la protección de nuestro tráfico marítimo, terminando: «…y porque estos inconveniente y muchos mas suceden á los principes con las guerras defensivas, como si esta para adelante el tiempo lo mostrara, me ha parecido que no cumplia con la obligación que tengo de criado y vasallo de V. M. si no dijese mi parecer con tanta libertad como aquí lo hago, certificando á V.M. que no me mueve á esto desear jornadas, ni nuevas victorias, ni otro ningun fin, sino solo el servicio de Dios y de V. M. á que tengo tanta obligación. Guarde nuestro Señor, etc. — De Lisboa á 13 de Enero de 1586 años.»

El Rey le envía otra carta por medio de su Secretario don Juan Idiáquez, en respuesta a la anterior y le dice: «La carta de V. S. de 13 de este recibi, y luego di á su Magestad la que con ella vino; leyóla toda y mandome que de su parte esribiese á V. S. y que le agradece el cuidado y deseo de su servicio, con que le propone lo que se contiene en aquella carta, en que hay muchas cosas bien consideradas, y que será bien que Vuestra Ilustrisima envie un papel del modo con que le parece que aquello se podría ejecutar, dando lugar á ello las cosas; pero advierte que este papel que se pide se haga allá con sumo secreto y venga acá en lo mismo; porque en estas cosas importa no menos que el todo que le haya. V. S. lo mandara hacer así y que sea con brevedad. Fecha en Gandia á 24 de Enero de 1586.» S. M., vuelve a escribir ordenándole, la composición de una escuadra para la vigilancia de las costas Atlánticas.

Al mismo tiempo le pide con detalle máximo la composición de la escuadra para la Jornada de Inglaterra, pues está decidido a llevarla a buen término, pero quiere saber todo respecto a ella y lo que será necesario para ir preparándolo con el tiempo suficiente, terminado la extensa carta: «…con resolución que hecho esto, después os ire avisando de las otras cosas que se fuese ofreciendo y convendrá proveer, para que no quede cosa por prevenir. — De Valencia á 26 de Enero de 1586. — Yo el Rey. — Por mandato de S. M. Antonio de Eraso.»

Don Álvaro se pone a trabajar y remite una extensísima relación de todo lo necesario para la Jornada de Inglaterra, dando comienzo la carta: «S. C. R. M. — Don Juan de Idiaquez me escribio que Vuestra Magestad se había tenido por servido de lo que escribi á los 13 de Enero y que yo envie á V. M. un papel del modo con que me parece se podria ejecutar dando lugar las cosas, de que he recibido mucha merced y contentamiento, y que V. M. entienda la voluntad y cuidado que tengo de las cosas de su servicio; helo hecho y va con este ordinario lo mas particular que he podido; Vuestra Magestad se debe disponer á ello con la brevedad que requiere negocio que tanto conviene al servicio de Dios y de V. M. y bien de sus reinos, y sucediendo prosperamente, como será Dios servido, pues la causa es suya, sera tambien ocasion que con mucha mas facilidad se allane lo de Flándes, y si se ofrecieren cosas que diviertan esto, tengo por muy necesario y conveniente al servicio de V. M: hallarse armado. Guarde nuestro Señor, etc. — Lisboa á 22 de Marzo de 1586.»

El documento que le sigue solo tiene sesenta y una páginas, por ello pensamos que por sí solo el número de ellas habla más que transcribirlo, pero muy, muy extractado, se dice en él: «…la Armada debe de estar compuesta de quinientas diez velas, con un tonelaje en total de ciento diez mil setecientas cincuenta toneladas, tripuladas por dieciséis mil seiscientos doce hombre (obsérvese la exactitud) con un ejército de cincuenta y cinco mil hombres, con mil doscientos caballos, para poder atacar más rápido. Explica que el bizcocho debe de ser de Cartagena, Nápoles y Andalucía; el tocino, de Extremadura y Sevilla; el queso, de Portugal, Mallorca y Sevilla; los atunes de las almadrabas de Cádiz y Conil, la carne salada, de Entre-Duero, Asturias y Galicia; el arroz, de Valencia y la relación continua;…llevará a bordo de los buques un total de noventa y cuatro mil doscientos veinte y dos hombre de almirante a galeote; incluyendo los sueldos y hasta calculando las bajas, con las posibles indemnizaciones por mutilación y muerte. El gasto de la expedición en su total ascenderá a mil cuatrocientos veinticinco millones cuatrocientas ochenta y tres mil doscientos noventa y ocho maravedíes, o lo que es igual, a tres millones cuatrocientos un mil doscientos y ocho ducados castellanos.»

El extraordinario trabajo realizado por don Álvaro nos da una muestra palpable, de que si el Rey era meticuloso en sus datos, el vasallo su, Capitán General no le andaba a la zaga. (Pensamos que de por sí el documento debe de figurar en lugar a parte, para quien tenga la paciencia de leerlo saboreando el trabajo bien hecho de un hombre de armas) que casi a buen seguro fue lo que convenció a don Felipe de realizar la Jornada, pensando por simple sentido común, si era capaz de dar todo es tipo de datos que no haría con solo quinientos diez buques, a todas luces más fáciles de manejar que tanta cifra para alguien no experto en ellas.

Don Álvaro se encontraba en Lisboa en el apresto de los buques de la Jornada de Inglaterra y en la revista casi diaria a los astilleros, así como a los lugares donde se preparaban los hombres del ejército, preocupándose de que nada se le fuera de las manos. Cuando recibe una carta de don Felipe II, informándole de las tropelías cometidas por Drake en la isla de Puerto Rico y Santo Domingo, con una escuadra de veintiséis velas y cinco mil hombres, por ella le pide que aliste una escuadra lo antes posible y zarpe con rumbo a las Antillas para darle una lección al pirata, pues lo mismo daba que llevara bandera negra que roja lo que no le eximía de serlo.

El documento es muy largo, ya que como siempre S. M., no dejaba nada al azar, por ello solo transcribiremos lo más importante: «El Rey. — Marques de Santa Cruz, primo, mi Capitán General del Océano. No dudo que con el zelo que teneis á mi servicio, y costumbre de no sufrir semejante atrevimiento, os habrá dolido mucho el daño que la armada inglesa ha hecho en las islas de San Juan de Puerto Rico y Santo Domingo: yo por la experiencia que tengo de vuestro valor en lo pasado y confianza de los que sabreis hacer en los porvenir, queriendo remediar aquellos daños y los que no se atajando podria hacer mas el enemigo, pues estan las costas de las Indias tan mal apercibidas y armadas, la primera cosa que he hecho es poner los ojos en vos, para que, juntando la armada que apercibe en ese río con la de los galeones que esta en Sevilla, os embarqueis en persona y vais á deshacer el enemigo y reparar todo lo que él hubiere damnificado. Cierto estoy que os dispondreis á ello como siempre la habeis hecho y conforme á los que vuestro cargo y mi confianza os obliga, de que, y del suceso que espero con el favor de Nuestro Señor, me tendré por tan servido como os dira de mi sobrino á quien me remito» Da como siempre muchas previsiones y concluye con este punto: «Esto es lo que agora se ofrece, remitiendo lo que mas ocurriere á otros despachos. A este responderéis luego con los que se os ofreciere, que holgare de ser informado de quien se que también lo entiende; y sobre todo os encargo la presteza y brevedad de la salida de la Armada, pues recibire en ello servicio de tanta cualidad como otros que me habeis hecho. De San Lorenzo á 2 de Abril de 1586. De propia mano del Rey:Muy cierto estoy de vos que me servireis en esto como lo habeis hecho siempre en todo lo que se ha ofrecido. — Yo el Rey.» Recibiendo una segunda carta del mismo Secretario, diciendo: «Ilmo. Señor. — S. M. responde á la carta de V. S. I. de 22 del pasado, y escribe otra en la nueva materia con la confianza que V. S. I. sera: no creo que es alejarse esto, aunque en alguna manera lo parezca, de la otra platica movida, pues placera á Dios que acabe V. S. I. este año lo que agora se le escribe, tan presto y bien, que pueda después acudir á lo otro, e ir eslabonando victorias. Asi plega á Nuestro Señor, y porque hago sin razon á mis ojos en ir esta de mi mano, la acabo con que debe mucho V. S. á S. M., por lo que de su brazo se promete, aunque él hace lo que tiene tan probado y experimentado. Guarde Nuestro Señor etc. De San Lorenzo á 2 de Abril de 1586. — Besa las manos á V. S. I. su mayor servidor. Don Juan de Idiaquez.»

A su vez el Presidente del Consejo de Indias don Hernando de Vega, le escribe dándole pormenores de los daños causados por el pirata inglés, terminando su carta de este tenor: «No puede cierto, Señor, tener buen remedio nada que no pase por la mano de V. S. I., que tan poderosa, experimentada y útil es para todo.» Con fecha del 9 de abril le escribe el Marqués al Rey, en el le da las gracias por las deferencias, y añade, las necesidades de la Armada para mejor asegurar la victoria, pero otra vez vuelve don Álvaro a escribir dando incluso el coste de esta nueva empresa, añadiendo más datos sobre la que lleva entre manos contra Inglaterra.

Como muestra de la aceptación de todo por parte de don Felipe II, le escribe el Secretario de S. M., diciendo: «Ilmo. Señor. — Con muy gran satisfacción recibio Su Magestad las cartas de V. S. I. de 9 deste, y el entender á cuyo cargo queda el remediar lo de las Indias, ha henchido de buenas esperanzas y de contentamiento á todos; y cierto que en esta parte debe V. S. mucho al mundo. S. M. responde agora á dos puntos de prisa del despacho; á los demás se satisfara luego con otro correo, y lo que yo pudiere servir á V. S. I. no lo ofrezco, pues lo debo, y esta ya tan ofrecido. Las relaciones que envio antes V. S. I. parecieron extremadamente (digo en la otra materia) y un dia de estos escribire mas largo sobre aquello mismo, que agora, por la prisa deste correo, no digo mas que guarde y acreciente Nuestro Señor la Ilma. Persona y estado á V. S. como deseo. — De Madrid á 16 de abril de 1586. — Ilmo. Sr. — Besa las manos á V. S. I. su m. c. servidor. — Don Juan de Idiaquez.»

Estando a punto de zarpar la escuadra rumbo a las Antillas, recibe una carta del Rey notificándole que el pirata Drake ha hecho su entrada en el Támesis, por ello no es necesario ir tras él. Por la misma le dice le entregue el mando de una pequeña escuadra a don Álvaro Flores Valdés, para viajar allí y quede de guarda de aquellas costas. Al mismo tiempo se le informa de la llegada a Cádiz de una Flota de Indias, la cual aprovechando la salida del pirata inglés, zarpó casi detrás de él a rumbos divergentes, de forma que les pudo burlar y era de gran interés que así lo hiciera, pues en ella venían los fondos para terminar de preparar la Jornada contra Inglaterra.

Por otro cruce de cartas entre don Felipe II y don Álvaro de Bazán, éste le convence no queda más solución que invadir la isla, así el Rey envía cartas orden a los diversos jefes del ejército para que vayan concentrándose en la ciudad de Lisboa, así como a los generales de mar que deben de incorporarse al mismo lugar con sus escuadras respectivas, añadiendo en todas ellas que es nombrado General en Jefe de Mar y Tierra, el mismo Marqués de Santa Cruz. Pero esto levantó ampollas, pues los cortesanos comenzaron a influir en el Monarca con su particular forma de ver la empresa, pero sin darse cuenta que don Álvaro se estaba dejando la vida en ello. Uno de los más intrigantes fue don Sancho de Leyva, quien junto a otros marearon a S. M., de tal forma que ni él supo cómo salir, pues uno le decía: «…ningún enemigo se podía temer en aquellos mares, tanto como el invierno; pero si había cosa cierta en la entrega, de algún puerto, podrían aprovecharse las brisas de enero, que eran más navegables en aquellos mares…por ser seguros sus vientos del Sur o del Suroeste…» Mientras otro le indica con bastante saña y envidia: «…que se mirase con atención cómo se echaba a la mar una armada en que habían de navegar las fuerzas más poderosas del Impero español…» Esto nos lleva al desenlace de toda intriga palaciega. Para no influir en el lector, solo transcribimos los documentos inherentes al caso y quien los termine de leer saque sus propias conclusiones.

Carta de don Felipe II al Marqués de Santa Cruz. «Por los avisos de Inglaterra que se os embiaron tres días avreys visto la necesidad que ay de la breve salida dessa armada y por que por alli pareçe que el enemigo se aprovecha del tiempo que se ha ydo dando tan fuera de mi deseo, no solo aperçebir su defensa, mas tambien para intentar de ofender y embaraçarnos por aca que seria y verguença intolerable. Os encargo y mando expressamente que luego sin perder hora hagays poner a punto toda la armada que teneys en esse rio, añadiendo a los galeones y naves que hasta aqui se ha platicado las dos galeaçaz que despues se han adreçado y el galeón de Florençia y los demas navios vtiles, de los que ay estuvieron que no causaren dilaçion y alçando la mano de todos los que la pudieren causar, por que mi voluntad es que con todo lo desse puerto sin esperar cosa de fuera (lo qual despues os seguira) salgays a la mar en persona como ya os tengo aperçebido luego que reçivays otro despacho que se queda ya haciendo, en que yra la resolución de todo lo que aveys de hazer que espero lo sabrys executar conforme a la confiança y pruebas que tengo de Vos. Estos pocos días aprovechad y tened la gente recogida de manera que en llegando la dicha resolución no quede cosa que hazer, sino embarcar y partir en nombre de Nro. S.º — De Madrid a 18 de enero 1588.»

(Conociendo un poco el carácter de don Álvaro, está carta seguro la recibió y leyó, pero no está en su previsión como bien demuestra su biografía, que fuera hombre dejara para mañana lo que se pudiera hacer hoy, razón de peso para que no le sentará nada bien leerla y como se apunta en algunas biografías, fue el comienzo de su enfermedad) No obstante, el Marqués le devuelve el correo diciéndole: «Señor: 1. — He recibido la carta de V. M.d. de los 18 deste y por lo que tres días ha don Juan de Idiaquez en rrespuesta de su carta con que em imbio los avisos de Inglaterra havra V. Md. Entendido el estado del armada y como havia señalado por dia de la partida a primero de hebrero y ordenado a don Pedro de Valdes que con las naos de su cargo vaxasse a Belen y que lo mismo fuesen haciendo las demas, y assi están avajo catorçe naos y las demas van vajando. El galeón de Florencia y las dos naos levantiscas an salido ya de carena y se dan priessa a rreçivir la vitualla; las dos galeaçaz saldran de carena la semana que viene y yran en el armada todas quatro. 2. — Ya he escrito a V. Md. La falta que ay de dinero para pagar la gente de mar y guerra y navios, y pues V. Md. Tiene la rrealçion y sabe lo que esto importa, le supplico lo mande proveer y assi mismo alguna buena partida para llevar de rrespeto con la brevedad que conviene están la armada tan adelantada; y de partida y tambien me ha dicho Franco Duarte que para todo lo que tiene que proveer solo se hallan con quatroçientos mil maravedís que aun para pagar varcaxes es poco. Suplico a V. Md. Mande proveer luego; pues conviene que nada nos detenga, mayormente habiendo de yr toda el armada junta como va; pues lo que podra quedar aqui solo seran las urcas a quien les faltare marineros que presupongo como he escrito a V. Md. Que las doze los ternan armandose de todas y para algunas de las que no los tuvieren se tomaran de las urcas que aquí an venido aunque son pocas. Dios guarde la C. persona de V. Md. — De Lisboa 23 de henero 1588. — El Marqués de Sta. Cruz. (Rubricado)» (En esta le sigue pidiendo dinero que nunca llegaba, por ello sus deseos como Jefe de la Armada, se veían truncados por no poder atender todos los gastos provocados, pero el Rey muy —Prudente — no le enviaba ni un maravedí)

Insiste el Marqués y le envía una nueva carta:«Señor: Estando la armada para partir como lo estará a primeros del que viene y yo lo he escrito a V. Md. Conviene proveer dinero para la paga de la gente, navios y para algunas vituallas de que a dado señal Frncº Duarte con los 20 mil escudos que V. Md. Le mando proveer y assi mismo lo que se ha de llevar de respeto como lo escrivo por Consejo de Guerra que, aunque por el dicho Consejo me ha escrito V. Md. Que mandava proveer luego de dinero no e tenido aviso hasta ahora de que venga. Las dos galeazças que estaban en carena saldran della a los treinta deste y luego envarçaran sus vituallas y aguada, y a fin desta semana acavara de bajar toda la armada a Belen para quando V. Md. Lo ordenare se embarque la infantería y me haga a la vela. Dios guarde la C. persona de V. Md. — En Lisboa a 27 de henero 1588. — El Marques de Sta. Cruz. (Rubricado)»

Pero se cruza la correspondencia, la carta que recibe don Álvaro, es el mazazo final. «Mucho he holgado de entender que pensays tener a punto la armada por todo este mes y, aunque de vuestro cuydado y zelo con que tratays mi serviçio estoy çierto que lo cumplireys y que lo executareys todo con la fineza que soleys, todavia me ha parecido embiar alla al Conde de Fuentes para entender a su vuelta la buena orden en que vays y también para que os diga lo que del entendereys y assi le dad entero credito en lo que de mi parte os dixiere mientras ay estuviere, y con esto me remito a él. Madrid 23 de henero de 1588.» (Así que mucho confía en él, pero le envía a un emisario Real, (que dicho sea de paso nunca estuvo embarcado, ni conocía los entresijos de la mar con sus múltiples complicaciones) para ser vigilado y encima don Álvaro a sus órdenes, para que S. M., esté tranquilo y enterado de la verdad. Luego tacha de mentiroso a don Álvaro, le ordena hacer caso al Conde y en definitiva una muestra total de que el Rey nada se fiaba de su persona. Esto para el carácter del Marqués de Santa Cruz, era a todas luces insoportable, no hay duda de que fue su puntilla. Eso sí, con mucho halago y circunspección.)

Pero don Álvaro a pesar de encontrarse unos días enfermo, le devuelve el último correo que recibió don Felipe II del mejor marino que jamás le sirvió y a quien trató despiadadamente en esta ocasión a nuestro entender. Aunque tanta presión, luego no sirvió para nada, pues todos sabemos que la escuadra lista a primeros de febrero, por la falta de un jefe adecuado se volvió a retrasar y zarpó, cuando no debía de hacerlo por lo avanzado del otoño y en manos de alguien, que no estaba capacitado para su mando como él mismo reconoce:«…no estar seguro de Servir bien a V. M.» pero el Rey una y otra vez no le admite su dimisión. «Señor: Mucha merced me ha hecho V. Md. En imbiar al Conde de Fuentes para que entienda el estado de la armada y pueda informar a V. Md. particularmente a su vuelta de en la orden que va, la qual está tan a punto como he escrito; y assi quando llegue la orde de V. Md. Y el dinero me podré luego hazer a la vela. Dios guarde la C. persona de V. Md. — De Lisboa 30 de henero 1588. — El Marqués de Sta. Cruz (Rubricado)» (Obsérvese, el punto en que el Marqués le dice, que le —informará cuando vuelva— es una forma muy correcta de indicarle que, mientras él esté al mando no habrá línea que escriba que no la supervise don Álvaro, pero al final vuelve a decirle la falta de dinero y cuando lo tenga se hará a la vela. Es curioso ver que a escasos ocho días para dejar este mundo, siga empeñado como el primer día en servir al Rey, pero ahora ya con ciertas reticencias e ironías)

Don Álvaro por su incapacidad de poderse mantener en pie, estuvo encamado hasta sobrevenirle el fallecimiento el 9 de febrero de 1588, contando con sesenta y un años, cincuenta y nueve días, de los que estuvo a las órdenes del Rey cuarenta y cinco años. Para no dar nuestra opinión, transcribimos el último punto y aparte de la obra de don Ángel de Altolaguirre, publicada con ocasión del tercer centenario del fallecimiento del Marqués, en 1888. «Tal fue Don Alvaro de Bazán durante su larga vida militar; una sola idea, un solo sentimiento embargó su ánimo: la obediencia á su Rey y el engrandecimiento de la patria: á estas nobles aspiraciones sometió todos sus actos; familia, riqueza, gloria, todo cuanto el hombre ama, todo cuanto puede ligarle á la vida, todo lo pospuso al cumplimiento de su deber, á la realización de sus ideales; á pesar de los esfuerzos de sus émulos, á pesar de que la envidia esgrimió contra él todas sus armas, el 9 de Febrero de 1588 dióse una prueba bien patente de cuánto se estimaban sus servicios, de cuánto se esperaba de su genio; el estampido de los cañones de la Armada, contestado por las baterías de Lisboa, el tañir de la campanas, los enlutados estandartes y la tristeza que en todos los semblantes se reflejaba, no eran sólo las manifestaciones de duelo con que ambos ejércitos de mar y tierra rendían los últimos honores á un General ilustre; existía en esta expresión del sentimiento algo más profundo, más grave, más trascendental, y era que, con esa intuición característica de las masas en los momentos críticos, que parece que adivinan los acontecimientos, el pueblo y el ejército presentían que aquel gigante que tanto tiempo encadenara la victoria, la arrastraba con él al sepulcro, y que aquel día era el primero de nuestra decadencia marítima; y á pesar de todas las envidias y rencores, y á pesar de todas las pequeñeces del humano espíritu, el nombre del Marqués de Santa Cruz figura como el del primer marino de su época, la historia le reserva un lugar distinguido entre los grandes capitanes, y España, honrándole, demuestra que no olvida los eminentes servicios de sus hijos, al par que lo presenta á los que visten el glorioso uniforme de la Armada como el modelo que deben imitar para volver á adquirir nuestra preponderancia en los mares.»

Habiendo redactado su testamento el 8, en él pedía ser enterrado en el panteón familiar de los Álvaro de Bazán en el convento de la orden de San Francisco en la misma Villa del Viso, pero por no estar preparado en principio se le trasladó a la iglesia parroquial de la Villa, de donde se trasladaron según sus deseos el 18 de enero de 1643 al panteón citado, donde descansan. En la lápida que se encuentra en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, en la Villa del Viso, donde se le dio sepultura la primera vez, tiene la siguiente inscripción:

«Don Álvaro de Bazán

Primer Marqués de Santa Cruz.

Nació en Granada a 12 de diciembre de 1526. Vencedor

de los turcos en Lepanto y Albania; de los moros, en Túnez

y la Goleta; de los portugueses en Setúbal y Lisboa; de

ingleses y franceses, en las Terceras; terror de los infieles;

peleó como caballero, escribió como docto, vivió como héroe

y murió como santo en Lisboa a 9 de febrero de 1588.»

Un escritor realizó la relación de lo conseguido por don Álvaro a lo largo de su vida, reduciendo así a simples números su eficacia y valor personales: «Rindió: ocho islas; dos ciudades; veinticinco villas; treinta y seis castillos fuertes. Venció: ocho capitanes generales; dos maestres de campo generales; sesenta señores y caballeros principales. Capturó soldados y marineros: cuatro mil setecientos cincuenta y tres, franceses; setecientos ochenta, ingleses; seis mil cuatrocientos cincuenta, portugueses; seis mil doscientos cuarenta y tres, turcos y moros. Apresó: cuarenta y cuatro, galeras; veintiuna, galeotas; veintisiete, bergantines; noventa y nueve, galeones y buques de alto bordo; siete, caramuzales turcos; tres, carabos y una galeza. Artillería: mil ochocientas catorce piezas. Puso en libertad, a tres mil seiscientos cincuenta y cuatro cristianos. Y lo más importante; jamás fue vencido en combate.»

La fama alcanzada con la conquista de las Azores, desató agradables acontecimientos en su vida, como anécdota a resaltar fue cuando en 1584; recibió una petición del Emperador del Sacro Imperio, Rodolfo II, Rey de Bohemia y Hungría en ella por mediación de su caballerizo Mayor el conde Triwlcio y para la emperatriz, le rogaba le fuera enviado un retrato de don Álvaro de Bazán y su escudo de armas. (Tan grande era su fama que ya le pedían fotos sus adeptas) Precede un grabado en madera del Marqués, perfectamente delineado y coloreado por el artista Felipe Liaño, siendo sin duda una copia del que está en Madrid. Al retrato le sigue un elogio: Escrito por el Licenciado don Cristóbal Mosquera de Figueroa: «Elogio al retrato del Excmo. Sr. D. Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz; señor de las villas de Valdepeñas y El Viso, Comendador Mayor de León, del Consejo de S. M. y su capitán general del mar Océano, y de la gente de guerra del vecino de Portugal.»Impreso en 1586.

Encontrándose varios ejemplares en la biblioteca de la «Casa» del Marqués de Santa Cruz. Entre otras cosas dice: «…tan próspero que jamás se vio en trance peligroso (aunque con desproporción de muchos enemigos) que no se prometiesen firmes esperanzas de buen suceso; y en todo al discurso de su vida jamás volvió las espaldas, ni le fue forzado retirarse, antes ninguno militó debajo de su estandarte, que no aprendiese á ser buen soldado, sufridor de trabajos, fuerte, animoso, modesto y celoso del servicio de Dios, y de su Rey; porque jamás este fuerte Capitán se inclinó al regalo y deleite, que pudiese ser ocasión de enflaquecer su ánimo, por no distraerse de la dignidad y severidad de la loable disciplina militar, y señaladamente de la naval, tan difícil y peligrosa para mayor gloria suya, y de los que la profesan por la mucha prudencia, orden, concierto y apercibimiento que requiere, no dando entrada á la vida ociosa y descuidada, procurando extraordinarios entretenimientos en sus bajeles…poniendo en la militar disciplina naval, y en el conocimiento y ejercicio de la navegación, y de los tiempos, haciendo á su gente cuidadosa en lo que más conviene á este instituto de vida tan importante. Y al olor destas virtudes siempre desinteresadamente le siguieron hijos y nietos, y deudos de grandes señoríos de España, amándole todo el ejército, y gozando el camino de renombre piadoso y humano.» Finalizando con un cuarteto del prior don Juan Ochoa de la Salde: De Alcides las columnas en tu escudo / justamente pintar marqués pudiste; / pues como aquel los monstruos vencer pudo, / los de tu tiempo tú también venciste.

Como mecenas que fue de artistas y escritores de su época, continuada por sus descendientes, se suceden varias aportaciones para demostrar con sus pluma, las virtudes que le adornaron en vida, dejando así constancia para la eternidad.

El fiero turco en Lepanto,

en la Tercera el francés,

y en todo el mar el inglés,

tuvieron de verme espanto.

Rey servido y Patria honrada

dirán mejor quién he sido,

por la cruz de mi apellido

y por la cruz de mi espada.

Lope de Vega.

Soneto: No en bronces, que caducan, mortal mano, / oh católico Sol de los Bazanes / que ya entre gloriosos capitanes / eres deidad armada, Marte humano. / Esculpirá tus hechos, sino en vano, / cuando descubrir quiera tus afanes / y los bien reportados tafetanes / del turco, del inglés, del lusitano. / En un mar de tus velas coronado, / de tus remos el otro encanecido, / tablas serán de cosas tan extrañas. / De la inmortalidad el no cansado / pincel las logre, y sean tus hazañas / alma del tiempo, espada del olvido. Don Luis de Góngora y Argote, 1588.

«Rayo de la guerra, / padre de los soldados, / venturoso y jamás vencido capitán.» Miguel de Cervantes Saavedra.

No há menester el que tus hechos canta / ¡oh gran marqués! el artificio humano, / que á las más sutil pluma y docta mano / ellos le ofrecen al que al orbe espanta: / Y este que sobre el cielo se levanta / llevado de tu nombre soberano, / a par del griego, y escritos toscano / sus sienes ciñe con la verde planta. / Y fue muy justa prevención del cielo / que á un tiempo ejercitases tú la espada / y él su prudente y verdadera pluma: / Porque rompiendo de la envidia el velo, / su fama en sus escritos dilatada / ni olvido, ó tiempo ó muerte la consuma. Miguel de Cervantes Saavedra.

Á los veinte y dos de Julio, / domingo por la mañana, / á vista de San Miguel, / cerca de Punta Delgada, / doce millas una de otra / se descubren dos armadas / de naves y galeones, / bajeles de muchas salmas: / la una del gran Felipe, / otra de la inquieta Francia, / en número desiguales, / pero de igual esperanza: / sesenta son las francesas, / veinticinco las de España, / mas el valor de las pocas / despreciaba la ventaja. / Del Marqués de Santa Cruz / eran estas gobernadas: / las más de Felipe Estrozzi, / grande Marichal de Francia. / Los dos generales luego, / como ambiciosos de fama, / puestas en orden sus naves, / se presentan la batalla, / y como diestros corsarios, / con las velas amuradas, / el barlovento y el sol / procuran con grande instancia, / y así cerca el uno de otro, / que una milla no distaban, / tirándose cañonazos / los dos barloventeaban. / Puesta en su lugar la gente, / llenas de tiros las gavias, / tremolaban las banderas, / los gallardetes y flámulas; / mil bélicos instrumentos / cerca y lejos resonaban, / y en el agua removida / reverberaban las armas. / Ansí anduvieron tres días / sin trabarse la batalla, / que al tiempo del embestir / de miedo el viento calmaba; / pero llegada la hora / de los hados señalada, / para muchos la postrera, / que no volvieran á Francia, / las armadas enemigas, / de viento y fuerza llevadas, / se embisten con igual ira, / pero no con igual causa, / disparando los cañones, / culebrinas y bombardas / pasamuros y pedreros, / piezas gruesas de campaña. / La gran máquina del cielo, / de arriba desencajada, / parece venirse abajo / y arder toda en pura llama; / mas por entre humo y fuego / las naves ya barloadas, / hecho el efecto la pólvora, / vinieron á las espadas, / y allí la furia francesa / y la cólera de España / se concertaron bien pronto / trabándose la batalla. / Cruda, sangrienta, furiosa, / igualmente porfiada, / viéronse golpes extraños, / heridas desaforadas, / cabezas aun boqueando / de los hombros apartadas, / otras hasta el pecho abiertas, / brazos y piernas cortadas, / cuerpos muchos magullados, / otros pasados de lanzas, / otros quemados de fuego, / otros muertos en el agua. / Y con tempestad furiosa / llueven de las altas gavias / alas, piedras, lanzas, dardos / armas de peso arrojadas, / ardiente pez y resina, / y bombas alquitranadas, / mil fuegos artificiales / que al mismo mar abrasaban. / La roja sangre caliente / comenzó a teñir el agua. / El Marqués de Santa Cruz, / que todo sobre él cargaba, / como capitán prudente, / listo y solícito andaba, / cuándo á proa, / cuando á popa / de aquésta y de la otra banda, / con obras y con palabras, / haciendo apretar á muchos / los dientes y las espadas. / A esta hora San Mateo, / que era la nao almiranta, / tres gruesas naves francesas / estaban della aferradas, / y con ímpetu furioso / le daban espesa carga; / pero el buen Marqués, que á todo / con ojos de Argos miraba, / viéndola por todas partes / del enemigo apretada, / despreciando sus contrarios / y la contienda trabada, / haciendo virar las velas, / dando el timón á la banda, / dellos se deshace y vuelve / á socorrer la almiranta, / que como alana entre gozques / rompe por ellos y pasa, / embistiendo á los franceses, / que ya de verlo desmayan. / En esto por todas parte / andaba igual la batalla, / y la mar toda cubierta / de sangre, de gente y de armas. / Era espantoso el estruendo / y el rumor de la batalla; / tanto arnés despedazado / y rota tanta celada; / tanta voz, tantos heridos / que á un mismo tiempo espiraban, / y allí algunos medios vivos / peleaban en el agua. / Mas con gran furia á esta hora, / que ya de cinco pasaban / que se comenzó el combate / y duraba la batalla, la fortuna de Felipe / atropelló á la de Francia, / que el valeroso Marqués, / á fuerza de pura espada, / venció de los enemigos / la almiranta y capitana, / prendiendo á Felipe Estrozzi, / que en viéndole rindió el alma, / y al ver los demás franceses / la victoria por España, / de los desmayados brazos / se les cayeron las armas, / y abren el paso á los nuestros / por medio de las gargantas. Alonso de Ercilla y Zúñiga.

Del mismo autor y con respecto a la misma acción, pero dirigida a don Felipe II, entresacamos unos versos que nos parecen vienen a mucha razón.

Y aunque con justa indignación movido, / sus fuerzas y poder disimulando, / detiene el brazo en alto suspendido, / el remedio de sangre dilatando; / y con prudencia y ánimo sufrido, / su espada y pretensión justificando, / quebrantará después con aspereza / del contumaz rebelde la dureza. / Oprimirá con fuerza y mano airada / la soberbia cerviz de los traidores, / despedazando la pujante armada / de los galos piratas valedores; / y con rigor y furia disculpada, / como hombres de la paz perturbadores, / muerto Felipe Strozzi su caudillo, / serán todos pasados a cuchillo. / No manchará esta sangre su clemencia, / sangre de gente pérfida enemiga, / que, si el delito es grave y la insolencia, / clemente es y piadoso el que castiga: / perdonar la maldad es dar licencia / para que luego otra mayor se siga; / cruel es quien perdona a todos todo, / como el que no perdona en ningún modo. / Que no está en perdonar el ser clemente, / si conviene el rigor y es importante; / que el que ataja y castiga el mal presente / huye de ser cruel para adelante. / Quien la maldad no evita, la consiente / y se puede llamar participante; / y el que a los malos públicos perdona / la república estraga e infecciona. / Curiosidades de la época.

Se encontraba el embajador de la República de Venecia en una de las fiestas que daba el Califa de los turcos y nos dice: «…Cualquiera que contemplaba la faz rubicunda y corta estatura de Selim II, con la nariz escarlata a fuerza de libaciones, comprendía que un hombre tan aficionado al vino de Chipre no era el más indicado para Gobernar aquel pueblo de guerreros belicosos…Bajo su reinado, a pesar de los preceptos del Profeta, la embriaguez se instaló cual costumbre inveterada, y lo mismo que el Califa, se emborrachan ‹kodhas› (sacerdotes) y ‹cadis› (jueces)…Vi una vez un viejo, que antes de vaciar un vaso de vino, comenzaba por emitir una serie de repugnantes eructos y gruñidos, a semejanza del cerdo. Al preguntar a sus amigos porque hacía eso, me respondieron era para que su alma se retirara al último rincón del cuerpo y hasta emigrara completamente, al objeto de no verse mancillada por el contacto del alcohol que se disponía a ingurgitar…»

En 1560 hubo un combate entre genoveses y turcos, saliendo éstos vencedores capturando a muchos hombres, entre ellos se encontraba un noble húngaro llamado Wenceslaus Wratislaw, que pasó al remo de las galeras victoriosas, puesto en libertad un tiempo después y como agradecimientos dejó unas líneas de lo que sufrían los galeotes. «Fuimos conducidos bajo escolta a la galera de Ahmed el ‹Reis› (capitán). Un renegado, nacido en Italia, ordenó fuéramos encadenados a los remos. El navío era grande y cinco prisioneros quedaban sentados sobre el banco, tirando a una sobre cada remo. Bogar en una galera constituye la más increíble de las miserias. Ningún trabajo puede resultar más penoso en este mundo. Cada prisionero está encadenado al banco por un pie. Le queda suficiente libertad para moverse sobre el asiento y maniobrar el remo, y a causa del calor, hay que estar desnudo, con un simple trapo en los riñones. Cuando una galera sale de los Dardanelos colocan aros de hierro en las muñecas de los prisioneros, para que no puedan rebelarse contra los turcos. Los pies y manos esposados de esta manera, han de remar noche y día, salvo en caso de temporal, hasta que el pellejo, requemado por la acción del sol y la intemperie, se agrieta como el cuero viejo…Pero hay que someterse, pues si el cómitre apercibe un galeote recobrando aliento, lo azota con un chicote empapado en agua de mar, hasta que el cuerpo se convierte en una llaga sanguinolenta…Por todo alimento nos dan una galleta dura y llena de gusanos, y cuando la embarcación permanece en el fondeadero, ocupamos nuestro tiempo tejiendo guantes o medias, que vendemos para procurarnos algo de comer…»

Orden de don Álvaro de Bazán, para distribuir la tropa, marinería y artilleros en el galeón San Martín, en el combate de la isla Tercera: «En el alcázar alto de popa, 20 caballeros y 20 arcabuceros y mosqueteros. En el alcázar más bajo todos los caballeros portugueses que se embarcaron, fuera D. Diego de Castro que estaba en el alto, y 20 arcabuceros y mosqueteros. Que debajo del alcázar alto, estuviesen de socorro D. Antonio Persoa, D. Luís Osorio, D. Gonzalo Ronquillo, el coronel Mondinaro, el capitán Quesada y otros cuatro arcabuceros. Que en la plaza del galeón estuviesen 40 arcabuceros por banda, á cargo del capitán Bamboa. Que junto a la cámara de popa estuviese un cuerpo de guardia de 40 soldados, los más hombres particulares, y que habían sido oficiales, á cargo del capitán Agustín de Herrera, para acudir á las partes donde hubiese más necesidad. Que en el castillo de proa estuviese Juan Bautista Sansón, caballeros milanés, con los sargentos de los capitanes Agustín de Herrera y Gamboa, con 15 arcabuceros y 10 mosqueteros. Que en la gavia mayor estuviesen el alférez D. Francisco Gallo con 8 mosqueteros, y en la de trinquete 6, demás de los gavieros. Que en la cubierta baja, donde está el artilleria gruesa, se desembarase y estuviesen con ella los capitanes D. Cristobal de Acuña Escobedo y Juan de Alier, y los alféreces Tauste y Esquivel. Las piezas que en ella hay, que son 17 cañones y culebrinas, que con cada pieza esté un artillero y seis ayudantes, cada uno con su espeque. Que en la cubierta alta con el artilleria, que eran 17 piezas grandes y pequeñas, estuviesen Marcelo Caracholo, y con cada pieza su artillero y ayudantes, como en la de abajo. Que en la guarda de la pólvora esté el capitán Grimaldo con 4 marineros. Que la falúa se echase á la mar para llevar órdenes y estuviese por popa del galeón. Que los 4 patajes estuviesen de popa del galeón para el mismo efecto. Que el esquife que va en la cubierta alta de la puente se hinche de agua para socorrer en cualquiera parte donde se pegase juego, y que en la dicha puente se pusiesen seis medias botas llenas de agua, y en cada una un balde y cuatro jarros. Que en la cubierta baja, donde está el artilleria gruesa, se pusiesen otras dos medias botas llenas de agua, con sus baldes. Que en el alcázar alto estuviesen otras dos. Que en las gavias se pongan en cada una dos tinas más pequeñas que las medias botas, con agua y dos baldes. Que se saquen del lastre 200 espuertas de piedras de mano y se suban á las gavias 10 sacos de ellas, y las demás se repartan en los alcázares. Que se pongan en cubierta y en los alcázares todas las picas, venablos y espontones que hay en el galeón. Que se cierren y atesen las jaretas de la puente y alcázar bajo, sobre las cadenas. Que estén los marineros repartidos en los aparejos. Que los capitanes Maramolin y Rodrigo de Vargas, como hombres de mar y por la mucha experiencia que tienen, acudan al artilleria y á las demás partes que conviniere.» Estas fueron las órdenes antes de entrar en combate, pero dice mucho de don Álvaro todas las previsiones ordenadas, quizás por ello el galeón San Martín solo contó con diez muertos y cincuenta heridos, dejando clara muestra de la excelente distribución dada a sus hombres en el buque.

En el caso del galeón San Mateo al mando del capitán Jusepe de Talavera, fue don Lope de Figueroa quien hizo la provisión y distribución de fuerza en la nave, a juzgar por lo que soportó en el combate, quedó demostrada la eficacia de su trabajo, siendo: «Cincuenta arcabuceros y mosqueteros en las popas alta y baja, con su alférez Gonzalo de Carvajal y su bandera y los caballeros aventureros don Hugo de Moncada, don Godofre Bardají, Gaspar de Sosa, don Antonio Manuel, el capitán Villalobos y el alférez Gálvez. El capitán Rosado en la proa con su alférez y bandera, con 25 arcabuceros y mosqueteros y los caballeros aventureros don Félix de Aragón, Fadrique Carnero y Juan Fernández Galindo. En el cuerpo del galeón 40 arcabuceros por banda, y con ellos o caballeros de la escuadra del maestre de campo y de la del capitán Rosado. Cincuenta arcabuceros con dos cabos de escuadra debajo de cubierta para socorrer cuando se llamaren. El sargento del maestre de campo y el de Rosado andando por todas partes, no teniendo lugar firme. La artilleria debajo de cubierta se encargó al capitán Enriquez, al alférez Bernabé Sirviente y al alférez Franco, con los cuales anduvieron el condestable y 8 artilleros con 12 grumetes para el servicio della. Lope Gil, ayudante del sargento mayor, á cargo la artilleria sobre cubierta, con 8 artilleros y 8 grumetes para servicio della. El capitán de campaña con todos los criados de los aventureros y soldados, a matar el fuego donde quiera los enemigos le echaren ó pegare. Pablos de Viñate, soldado aventajado y de confianza, con el Merino en guardia de la pólvora, y 4 marineros con ellos para el servicio della. En la gavia mayor 8 arcabuceros, y en la menor 4, y con ellos algunos marineros para tirar bombas de fuego y pedradas. En el corredor del galeón 6 arcabuceros. El capitán del galeón don Jusepe de Talavera, el alférez Medinilla y el alférez Villarroel, atendiendo á todas las cosas necesarias del galeón, y lo principal á matar al marinero que no estuviese en su puesto ó no acudiese adonde el piloto, maestre y contramaestre les ordenaren. Proveyóse el galeón por todas partes del agua necesaria para matar el fuego, con muchas mantas, sábanas y otras cosas mojadas, para el mismo efecto. Asimismo se proveyó de piedra de mano los castillos de popa y proa y gavias. Cerrándose las jarretas, repartióse por todo el galeón las picas y venablos que había, para que cuando fuesen menester se hallasen á mano. El maestre de campo general, don Lope de Figueroa, y D. Pedro de Tassis, veedor general de mar y tierra, andando por todas partes, dando orden en todo lo que se ofreciese, y con el dicho maestres de campo andaba el capitán Rodavalle, y con D. Pedro el alférez Miranda.»

Añadimos por su curiosidad la lista de muertos y heridos en el galeón San Mateo: «Heridos: D. Pedro de Tassis, veedor general, quemada la cara á la mano derecha, de una pieza enemiga. D. Godofre de Bardají, dos arcabuzazos, el uno que le pasa el brazo derecho, y el otro que le toca un poco el lomo. Gaspar de Sosa, herido un poco en un muslo, de una raja de un madero. D. Félix de Aragón, un arcabuzazo por junto el brazo, que le sale á las espaldas. El capitán Rodavalle, quemada la cara y manos. El capitán Villalobos, quemada la cara y manos muy mal y de manera que se teme no pierda la vista. Juan Fernández Galindo, un arcabuzazo que la pasa una pierna. Hernando de Medinilla, un arcabuzazo pasado por la rodilla. El alférez Francisco de Villarroel, un arcabuzazo que le pasa la mano derecha. El capitán Rosado, dos arcabuzazos, uno en la cabeza y otro que le pasa el cuerpo. D. Gonzalo de Carvajal, alférez del maestre de campo, un arcabuzazo en la mano. D. Pedro de Luna, sargento del dicho maestre de campo, un arcabuzazo que le pasa la mano derecha. Lope Gil, ayudante del sargento mayor, quemada cara y manos muy mal. Alonso Pérez de Vallejo, soldado muy particular, tres arcabuzazos. El sargento Rojas, un mosquetazo que le rompe el muslo. El sargento Espeleto, un arcabuzazo en las espaldas. El sargento Fuentes, dos arcabuzazos, uno que le pasa las quijadas y otro que le entra por la espalda. El maestre del galeón, un arcabuzazo que le rompe la canilla. El piloto Bastián Gómez, un arcabuzazo en el brazo junto á la mano. Quemados y heridos: cincuenta y seis. Muertos: El capitán del galeón, Jusepe de Talavera. El capitán Enriquez. El sargento de Rosado. Alonso Rodriguez de Figueroa. Don Francisco Ponce de León. El alférez Arguellada. Alonso de Ulloa. Rodrigo de Talavera. Junto a ellos otros cuarenta y seis soldados. De la gente de las piezas de artilleria: Murió el condestable y siete artilleros, y diez que quedaron, los más quemados y heridos.De la marinería: Quemadas y heridas; veinticuatro hombres. Murieron entre marineros, grumetes y gente de servicio del galeón, dieciséis personas. De la gente herida va muriendo cada día, porque hay muchos muy mal parados. Es una cosa muy de notar, que un capellán de la compañia del maestre de campo, que se llamaba Juan de Jaén, viendo tanto fuego, artillería y arcabucería, y humo de las bombas de fuego y otros artificios del que arrojaban en el dicho galeón, de puro miedo y espanto, estando en el último suelo del galeón, sin que le pudiese ofender ninguna cosa, sino de ver y oir lo que arriba pasaba, se quedó muerto sin poder decir Dios valme; caso cierto de memoria y espanto.»

No era solo la opinión de don Álvaro quien avalaba la invasión de Inglaterra, para ello transcribimos otras de no menos famosos, como la de don Luis de Góngora, quien dice: «¡Oh isla católica y potente, / templo de fe, ya templo de herejía, / lumbre de Marte, escuela de Minerva, / digna de que las sienes que algún día, / ornó corona real de oro luciente / ciña guirnalda vil de estéril yerba: / madre dichosa y obediende sierva / de Arturos, de Eduardos y de Enricos, / ricos de fortaleza y de fe ricos, / agora condenado a infamia eterna / por la que te gobierna / con la mano ocupada / del uso en vez del cetro y de la espada; / mujer de muchos y de muchos nuera! / ¡Oh reina infame; reina no; más loba / libidinosa y fiera: / ‹Fiamma del ciel su le tue treccie piova›»

Dada la orden para comenzar a formarse la Gran Armada, el gracejo español compuso un cantar el cual inmediatamente comenzó a extenderse por toda la península, y dice: «Mi hermano Bartolo / se va a Inglaterra / a prender a Draque / y matar a la reina. / Tiene de traerme / a mí de la guerra / un luteranico / con una cadena / y una luterana / a señora abuela.»

A quien se une don Francisco de Quevedo, quien le dedica lo siguiente: «…Y en tanto, tú, gran reino de Bretaña / (de armas un tiempo singular trofeo) / sacude aquesta infamia que te infama; / adorna tu blasón con el deseo, / con que te quiere honrar la invicta España / (pues ves que a voces te apellida y llama) / antes que encienda su corrusa llama / tus muros, capiteles y moldura / y las torres del tiempo no separas; / ¿por qué sujetas tu feroz braveza / a mujeril vileza / y tu gran valentía / a cabeza de seso tan vacía? / Pues la regia corona y la diadema, / por verse puesta en frente tal, blasfema, / por ser más digna tan lasciva frente / que el rizo de oro encaró el fuego ardiente.»

Bibliografía:

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Británico saqueo 1820

Posted By on 5 de junio de 2021

Gran Bretaña saqueó literalmente Hispanoamérica, durante y después de los procesos, y guerras de independencia, combatiendo contra la monarquía española.

Muchísimo se habla (sin saber la verdad) de la cantidad de oro que España transportó desde sus territorios en el continente americano a la Península. (Desde 1503 a 1660 se llevaron: 185 toneladas de Oro y 1.600 toneladas de plata) hoy en día se extrae mucho más oro y plata anualmente en Sudamérica cada año, solo Perú extrae 151 toneladas de oro por año.)

Los británicos, después de numerosos fracasos intentando conquistar los territorios hispanos en América, lograron finalmente mediante traidores (reconocidos y aceptados como Libertadores hoy en día en aquellas tierras) la manera de fragmentar, y luego controlar, estas posesiones españolas, como bien aprendió a hacerlo en otros países del planeta.

Pero la inestimable e imprescindible participación del Reino Unido iba a salir muy cara a las nuevas repúblicas.

Estos, fueron algunos de sus “cobros”, para nada comentados en sus diarios y libros:

En 1806, saqueo del Tesoro de la Real Hacienda de Buenos Aires. En total 40 toneladas de oro, equivalentes hoy en día a unos 88.000 millones de dólares. El autor, el gobernador inglés de Buenos Aires, William Beresford.

En 1811, saqueo de la Casa de Moneda de Potosí, Méjico, Guatemala, Perú y otras cecas, más la destrucción de las prensas de acuñar la moneda única de Hispanoamérica (el Real de a Ocho). Unas 550 mil barras de plata. El causante, Juan Martín de Pueyrredón, Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

En 1822, saqueo de la Real Hacienda de Lima. El tesoro más grande de todo el continente Sudamericano. Solo San Martín, quien lo embarcó en la Flota del Vicealmirante inglés Lord Thomas A. Cochrane, pudo conocer la cantidad exacta.

En 1822, saqueo de la Real Hacienda de Santa Fe de Bogotá, Guatemala y México. Unas 12 toneladas de oro en cada una de ellas. Los cálculos más aproximados cifran en total cerca de 1.000 millones de dólares. Todo ello embarcado y transportado a Londres.

Además, en 1825 las Provincias del Río de la Plata y los hijos de la Gran Bretaña firmaron el ruin Tratado de Amistad, Libre Comercio y Navegación, en el que el nuevo país pasaría a ser un exportador de materias primas, transportadas únicamente en buques britanos y tributarios de empréstitos, ya que estas nuevas Repúblicas no tenían ni astilleros ni industria naval. Colombia, México, Venezuela, Perú y Uruguay firmarían más tarde tratados similares con el Reino Unido.

De esta forma tan democrática, disfrazaron la libertad con pobreza, así se originó la deuda externa en Hispanoamérica, a día de hoy todavía impagable, de ahí las facilidades de compra de material militar, y especialmente de buques para sus marinas de guerra.

Así que si alguien vuelve a decir que los Españoles robamos el Oro y la plata de estos nuevos países, se les puedes explicar que quien realmente lo hizo a cambio de nada fueron los británicos y sin intereses, ni mala propaganda por ser muy demócratas ellos.

Bibliografía:

Datos sueltos de varias obras, entre ellas de algunos catálogos de monedas, donde se explica el tema, pero casi de pasada, como si fuera un oprobio para España, pero por el contrario se obvia y olvida, por ello no se cuenta, para no molestar a los isleños, pero nosotros si lo sabemos y lo transmitimos, más que como defensa de España, por demostrar la verdad y lo que a estos nuevos países les cuesta salir adelante.

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Bergantín Ligero perdida 1820

Posted By on 4 de junio de 2021

Con el grado de teniente de navío don Juan José Martínez se encontraba al mando del bergantín Ligero de 18 cañones, zarpando de Cádiz el 19 de julio, arribó a Puerto Rico el 10 de agosto, dando la vela el siguiente 12, como escolta a los mercantes Pájaro y Brillante, por desconocer aquellas aguas pidió un práctico, el 16 sobre la punta de Maternillos en la boca del canal, por indicación del práctico se acercaron mucho a tierra, sobre las dos y media de la madrugada varó el Ligero en el arrecife septentrional de Cayo Verde, siguiéndole el Pájaro, y salvándose el Brillante por poder salir de su varada, pronto se formó una línea de botes para rescatar dotación y pertrechos para aligerar el casco, sus fondos estaban en muy mal estado, a pesar de ello se construyó una jangada al estar dado la banda, mientras el Brillante arribó a la Habana y dio aviso del suceso, zarpando los Almirante y Diligente, pero solo pudieron recoger la dotación y todos los pertrechos llevados a la playa, pues el casco se abrió y hundió.

Bibliografía:

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Fernández Duro, Cesáreo.: Naufragios de la Armada Española. Establecimiento tipográfico de Estrada, Díaz y López. Madrid, 1867.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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Torpedero Nº 20

Posted By on 3 de junio de 2021

Torpedero Nº 20. Casau Cartagena.

Construido en Cartagena. España, 1920.

Desplazamiento: 180 tn. Dimensiones: Eslora 52’25, por 5’24 de manga y 1’47 de metros de calado. Armamento 3 cañones de 47/50 m/m y un 45/46 m/m K-21 DCA (1) URSS, tres tubos lanzatorpedos, en dos montajes, uno simple y otro doble de 450 m/m, con torpedos A/08. Llevaban un varadero con 12 minas para ser lanzadas. Máquina: Turbinas Parsons, alimentadas por calderas Normand, proporcionando 3.750 C.V. Velocidad máxima, según estado de la mar, entre 26 y 28 nudos, aunque en esta época con su máquina ya con años, no daba más de 17.

Se encontraba destinado en Cartagena, por ello al producirse el alzamiento quedo con los gubernamentales, era su comandante el teniente de navío D. Emilio Briones Saralegui, participando en el fallido desembarco en Porto Pi, quedando adscrito a la flotilla de sumergibles, al parecer no tuvo mucha actividad, al entrar los nacionales en Cartagena lo encontraron semihundido, con graves daños en sus estructuras, muy posiblemente por efecto de alguna bomba de aviación, de hecho ni se le intento devolver al servicio activo, pasando directamente a desguace, al ser dado de baja en la LOBA el 8 de junio de 1940.

(1) DCA, es como se llamaba en España la Defensa Contra Aeronaves, la cual se perdió al llegar los buques USA, pasando a ser denominada como A/A, Artillería Antiaérea, pero como los de estos historiales aún faltaban años para su venida, se les denomina como corresponde.

Bibliografía: Para leer clicar sobre ella.

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San Telmo navío perdido en la Antártida 1819

Posted By on 2 de junio de 2021

Al brigadier don Rosendo Porlier por Real orden del 23 de marzo de 1819, se le otorga el mando de la expedición formada por el navío San Telmo, del porte de 76 cañones y Alejandro I, de 74 con las fragatas Prueba, de 34 y Primorosa Marina ésta de transporte con tropas. Por las prisa se echó mano de lo que había, así el 11 de mayo siguiente se hizo a la vela desde la bahía de Cádiz, por ser destinado a las fuerzas navales del mar del Sur, los buques estaban en muy mal estado y pronto comenzaron a manifestar sus graves averías.

El navío Alejandro I, ex-ruso, se vio forzado a regresar a Cádiz, habiendo cruzado la equinoccial, por estar podrido su casco y embarcando mucha agua, teniendo la suerte su comandante de poder fondear en la bahía de Cádiz.

Prosiguieron viaje el San Telmo y las dos fragatas, al doblar el cabo de Hornos sufrieron los muy malos tiempos propios de la estación, pues estaba cerca el invierno austral, obligando a cada comandante a sortear como pudiera aquellas aguas, quedando todos separados sin remisión.

Llegó primero al Callo la fragata Prueba, después de capear durante cuarenta y tres días el duro temporal, el 9 de octubre fondeaba la fragata Marina en las cercanías de su compañera de tragedias, el comandante y la tripulación expresaron que al separarse del navío el 2 de septiembre, éste tenía graves averías en el timón, tajamar y verga mayor, pero nada más podía aportar por no poder perder la proa a la rugiente mar.

En un principio y queriendo pensar bien, se suponía habría puesto rumbo a Río de Janeiro, por ello se estuvo mucho tiempo esperando noticias.

Del navío San Telmo no se volvió a saber nada, siendo lo peor la pérdida de toda su dotación compuesta por seiscientos cuarenta y cuatro hombres, suponiéndose se iría a pique en el cabo de Hornos o como aparentemente se ha sabido después, sobre alguna zona helada del casquete polar, lo bien cierto es que de nuevo la mar fue la sepultura, como en otras muchas ocasiones para otras dotaciones y sus buques, sin distinción de grados.

De la dotación que se tiene constancia del San Telmo perecieron: Jefe de la expedición, brigadier D. Rosendo Porlier. Capitanes de navío: comandante D. Joaquín Toledo y D. Bartolomé Roso. Tenientes de navío D. Juan Pascal y Ayesta, D. Francisco Javier Chacón y D. Juan Díaz Maqueda. Teniente de fragata D. Antonio Roso. Alféreces de navío D. José Carreño, D. Juan Cuevas, D. Manuel de Salas y Corones, D. Antonio Vial y Bacaro, D. Francisco Álvarez Sotomayor y D. Leandro Baldasano. Contador D. José Rodríguez Flórez. Capellán, D. José Medina. Viajando como pasajeros, el Oidor D. Manuel Asensio. Capitán de Artillería D. Joaquín Pesucho y D. Bartolomé Modenés y como se explica el resto de la dotación al completo.

Si el estado en que se encontraba el navío ex-ruso Alejandro I no dejó dudas, no lo estaba mucho mejor el San Telmo, por ello D. Cesáreo Fernández Duro nos narra: «Personas de cuyo crédito no podemos dudar nos han asegurado que la convicción de Porlier sobre la suerte de su navío era tan profunda, que al despedirse de su íntimo amigo el capitán de fragata D. Francisco Espelius, le dijo: «¡A Dios Frasquito: probablemente hasta la eternidad!»» Pensamos sobran más palabras.

Bibliografía:

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Fernández Duro, Cesáreo.: Naufragios de la Armada Española. Establecimiento tipográfico de Estrada, Díaz y López. Madrid, 1867.

Guardia, Ricardo de la.: Notas para un Cronicón de la Marina Militar de España. Anales de trece siglos de historia de la marina. El Correo Gallego. 1914.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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Naufragio múltiple en Veracruz 1819

Posted By on 1 de junio de 2021

Por Real orden del 4 de octubre de 1817, se le otorgó a don Cipriano Mauleón el mando del bergantín Consulado, del porte de 14 cañones realizando varios cruceros por todo el seno mejicano y Antillas. Se encontraba en Veracruz cuando por haberse recibido noticias de la presencia de buques corsarios en aguas de Tabasco y la Laguna, el virrey le dio la orden de zarpar y confirmarla, se hizo a la vela el 17 de diciembre de 1819, llegando en su crucero hasta Campeche sin avistar enemigos contra quienes combatir, estando de regreso se percató que pronto iba a saltar el viento de Norte, un temible viento por su dureza en esa zona, dando inmediatamente la orden de forzar de vela para poder entrar en Veracruz antes de que se declarara con toda su virulencia el temporal.

A pesar de la corta distancia que le separaba del puerto de destino, sobre la una de la madrugada del 31 de diciembre al doblar la punta del Soldado, por ello a tan solo unas brazas de poder fondear algo protegido sopló de pronto el viento, se lanzaron las anclas, cortaron los palos, pero nada pudo impedir fuera estrellado el casco contra el bajo de los Hornos, desapareciendo en pocos minutos, a pesar de ser vistos desde el castillo de San Juan de Ulúa, pero sin poder hacer nada por la gran fuerza de los vientos y la mar. Al amanecer solo se vieron algunos trozos de madera y los cadáveres del comandante más treinta hombres de su dotación, otros veinte aún agarrados a las rocas, pudieron ser rescatados desde la orilla sobre las ocho de la mañana cuando el viento comenzó a calmar.

Para hacerse una idea de lo ocurrido esa noche, al mismo tiempo que el bergantín Consulado hizo unas salvas para avisar de su segura perdida, dentro del puerto otros cuatro buques estaban en su misma situación, al bergantín Voluntario le garraron sus anclas, yéndose a abordar contra la goleta Guía, por el impacto ésta con su quilla cortó sus propios cables, siendo arrastrada sin remedio contra el bajo del Pastelillo donde se perdió, a su vez el bergantín fue arrastrado varando en la zapata del castillo, con grandes averías y embarcando gran cantidad de agua; los bergantines Saeta y Vengador, más la goleta Belona, estaban amarrados al resguardo del baluarte de San Crispín, golpeándose entre ellos causándose graves averías.

Se formó el Consejo de Guerra, en él se llegó al dictamen que todos los comandante cumplieron con las normas, pero añadiendo los expertos de la zona que, era imposible se sostuvieran con esa fuerza de viento con indiferencia de los cables que se hubieran utilizado, pues nunca se había visto tal temporal. De los dos buques perdidos, el bergantín Consulado y la goleta Guía, no se sabe el número exacto de víctimas, basándose en lo que se pudo recoger de listas y en la memoria de sus compañeros, se calculó fueron entorno a los ciento veinte, de todos estos solo aparecieron los treinta y un cadáveres en la playa, más los veinte supervivientes a los que ni siquiera se les llamó al Consejo de Guerra, los cuerpos de los recuperados fueron enterrados en la iglesia de la Boca del Río.

Bibliografía:

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Fernández Duro, Cesáreo.: Naufragios de la Armada Española. Establecimiento tipográfico de Estrada, Díaz y López. Madrid, 1867.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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Torpedero Nº 21

Posted By on 31 de mayo de 2021

Construido en Cartagena. España, 1921.


Torpederos Nº 21 y 22, el día de su entrega, Febrero de 1921. Autor desconocido, pero al ser Cartagena es muy posible sea de Casau.

Desplazamiento: 180 tn. Dimensiones: Eslora 52’25, por 5’24 de manga y 1’47 de metros de calado. Armamento 3 cañones de 47/50 m/m y un 45/46 m/m K-21 DCA (1) URSS, tres tubos lanzatorpedos, en dos montajes, uno simple y otro doble de 450 m/m, con torpedos A/08. Llevaban un varadero con 12 minas para ser lanzadas. Máquina: Turbinas Parsons, alimentadas por calderas Normand, proporcionando 3.750 C.V. Velocidad máxima, según estado de la mar, entre 26 y 28 nudos, pero en esta época, por haberse utilizado mucho no daba más de 17.

Se encontraba destinado en Cartagena adscrito a la flotilla de sumergibles, por ello al producirse el alzamiento quedo con los gubernamentales, estaba al mando del teniente de navío D. Joaquín Cervera y Cervera, dando la casualidad de estar ausente de permiso y por ello no físicamente al mando, su 2º era el alférez de navío D. Miguel Guitart y de Virto, quien fue detenido y sustituido, siendo embarcado en el buque prisión España Nº 3, donde fue asesinado; el torpedero quedo prestando servicios de vigilancia en su base, donde al entrar los nacionales lo encontraron con graves daños, por ello el 8 de junio de 1940 se le da de baja en la Armada, al igual que el Nº 22, siendo su fin servir como buque blanco. DCA, es como se llamaba en España la Defensa Contra Aeronaves, la cual se perdió al llegar los buques USA, pasando a ser denominada como A/A, Artillería Antiaérea, pero como los de estos historiales aún faltaban años para su venida, se les denomina como corresponde.

Bibliografía: Para leer clicar sobre ella.

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Repatriación dotaciones rusas 1818-1820

Posted By on 30 de mayo de 2021

l capitán de fragata don Joaquín de Toledo fue comisionado para mandar el convoy con parte de las dotaciones de la escuadra rusa, zarpando el 5 de abril en la fragata mercante San Fernando, al mando de don Francisco Hoyos, arribando a Kronshtadt sin muchas complicaciones; por las reclamaciones diplomáticas del mal estado de llegada de los buques, el Zar Alejandro I regaló (1) tres fragatas al rey don Fernando VII, siendo puestas a sus órdenes y denominadas Ligera y Pronta arribando el 11 de octubre siguiente, y Viva al mando de don Francisco de Hoyos y de Larabiedra y segundo del convoy, el 12 seguido.

A finales del propio mes volvió a zarpar don Francisco de Hoyos dando escolta a los mercantes españoles Carmen y San José, (2) más el sueco Delphin y el danés Irina, transportando al resto de dotaciones con rumbo al mismo destino, el puerto ruso de Kronshtadt en el mar Báltico, donde arribó el 26 de mayo de 1819 después de haber sufrido contrariedades, regresando el 30 de enero de 1820, como agradecimiento el emperador Alejandro I le condecoró con la Cruz de San Vladimir.

  • Al parecer con este «regalo» se demuestra era conocedor del estado de los buques y de ahí las criticas españolas, de lo contrario, lo obvio es que, hubiera hecho oídos sordos.
  • Esto demuestra el verdadero estado de la Real Armada, pues ni mercantes había suficientes para repatriar las dotaciones rusas, teniendo que recurrir a extranjeros.

Bibliografía:

Alemparte Guerrero, Antonio.: La escuadra Rusa vendida por Alejandro I a Fernando VII en 1817. Cuaderno Monográfico del Instituto de Historia y Cultura Naval, nº 36. Madrid, 2001.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Mitiuckov, Nikolay W. y Anca Alamillo, Alejandro.: La escuadra Rusa adquirida por Fernando VII en 1817. Damaré Ediciones. Pontevedra, 2009.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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Callao a Calcuta 1818

Posted By on 29 de mayo de 2021

Don Alonso de la Riva al mando de la fragata San José (a) Rey Fernando de la Real compañía de Filipinas, zarpó del Callao el 23 de abril con rumbo a Calcuta, pero por ser época de monzones no pudo avanzar navegando al O., por ello resolvió virar, pues nadie conocía si existía una ruta alternativa que no fuera la de las Filipinas, arrumbó al S., dobló el cabo de Hornos y el de Buena Esperanza, fondeando en Calcuta el 24 de agosto siguiente, habiendo navegado ciento veintidós días.

Bibliografía:

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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Intrépido corso 1818

Posted By on 28 de mayo de 2021

El 15 de septiembre el bergantín Intrépido (mercante armado) al mando del Sargento Mayor de Marina don Tomas Carter es enviado como corsario al océano Pacífico, con la misión inicial de recorrer la isla de los Estados, en busca de una posible base de operaciones española.

Bibliografía:

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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Torpedero Nº 22

Posted By on 27 de mayo de 2021

Torpedero Nº 22. Autor desconocido.

Construido en Cartagena. España, 1921.

Desplazamiento: 180 tn. Dimensiones: Eslora 52’25, por 5’24 de manga y 1’47 de metros de calado. Armamento 3 cañones de 47/50 m/m y un 45/46 m/m K-21 DCA (1) URSS, tres tubos lanzatorpedos, en dos montajes, uno simple y otro doble de 450 m/m, con torpedos A/08. Llevaban un varadero con 12 minas para ser lanzadas. Máquina: Turbinas Parsons, alimentadas por calderas Normand, proporcionando 3.750 C.V. Velocidad máxima, según estado de la mar, entre 26 y 28 nudos, pero en esta época no pasaba de los 17.

Se encontraba destinado en Cartagena, por ello al producirse el alzamiento quedo con los gubernamentales, prestando servicios de vigilancia de esta base, al entrar los nacionales se encontraba igual que sus compañeros, con graves desperfectos en su casco y máquinas, siendo dado de baja en la Armada, por ello al igual que el Nº 21, se le dio de baja en la LOBA el 8 de junio de 1940, y destinado a servir de buque blanco.

(1) DCA, es como se llamaba en España la Defensa Contra Aeronaves, la cual se perdió al llegar los buques USA, pasando a ser denominada como A/A, Artillería Antiaérea, pero como los de estos historiales aún faltaban años para su venida, se les denomina como corresponde.

Bibliografía: Para leer clicar sobre ella.

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Buques rusos compra 1817-1819

Posted By on 25 de mayo de 2021

En 1817 por la insurrección en los virreinatos se reunió un ejército en las cercanías de Cádiz, con la intención por parte de su jefe, el general conde de la Bisbal de ser transportado hasta ellas, pero la falta casi total de buques lo impedía, esto provocó uno de los mayores “arreglos” de la historia naval.

Por ello contra toda lógica por lo oneroso del importe a pagar, pero manejado el Rey por un casi valido, don Antonio Ugarte, quien ya tenía apalabrada la compra de cinco navíos y tres fragatas a Rusia, por mediación de su embajador en España Baylío Tatischeff, la compra se llevó a efecto, significando de antemano la desaparición casi total de los buques construidos en España, pues casi todos estaban a la espera del importe para pagar su repaso y puesta en servicio.

En contra de esta determinación de don Fernando VII, se opuso en primer lugar el Ministro de Marina don José Vázquez de Figueroa, quien por Real orden del 14 de septiembre de 1818 fue exonerado y desterrado a Santiago de Compostela, otros generales como el decano del Almirantazgo don Juan Mª de Villavicencio, don Nicolás de Estrada, don Julián de Retamosa y otros siguieron el mismo fin, para solucionar el problema el Rey por Real orden del 22 de diciembre de 1818 desactivó el Almirantazgo, así no quedó nadie que le pudiera llevar la contraria, pues al mismísimo Villavicencio quien el Rey había elevado a la más alta dignidad, nombrándole Capitán General de la Real Armada y en su ausencia, cuando la guerra de la Independencia había sido Regente del reino, se le desterró a Sevilla.

Posteriormente se supo que el Rey en secreto, había firmado la orden de compra con fecha del 17 de agosto de 1817, habiendo sido convencido por el embajador ruso y el ministro de marina don Ramón de Eguía, por ser de los que aún utilizaban los polvos y llevaba una coleta, era conocido coloquialmente como el “coletilla” siendo uno de la camarilla cortesana, quien satisfacía al Rey en cuanto este abría la boca, firmando el documento de pago el 27 de septiembre de 1819, por el embajador ruso y Ugarte.

La escuadra al mando del contralmirante A. V. von Moller, compuesta por los navíos; De los Tres Santos, CN. A. P. Fondezin, (Velasco); Nord-Ayler, CN. 1ª E. A. Hamilton, (España); Neptuno, CN. G. Mofet, (Fernando VII); Dresden, CN. V. I. Ternovsky (Alejandro I) y Lübeck, CN. Stepanov, (Numancia) con las fragatas; Patricio, CF. I. S. Tulubiev, (Reina Maria Isabel); Mercurio, TN. 1ª, G. I. Nevelskoy  y Avtroil, TN.1ª, S. Y. Bodde, (Astrolabio) zarpó de Kronstadt el 30 de septiembre de 1817, después de un muy largo viaje con varios temporales arribaron a la bahía de Cádiz a las 13:00 horas del 21 de febrero de 1818.

A pesar de no estar de acuerdo al arribar los buques al Arsenal de Cádiz, estaban presentes todos los oficiales destinados a ellos, con parte de los contramaestres y maestrantes, así como la marinería.

Como era Ley se aplicaron las Reales Ordenanzas de la Armada Real de 1793, los buque al ser recibidos sufrieron una larga y laboriosa inspección para saber su estado, el cual era ruinoso en casi todo, pues la tablazón estaba carcomida, los aparejos gastados al máximo y la artillería en muy mal estado, esto produjo un mal estar general en toda la Corporación, dejándose sentir muy hondamente.

Entre los comandantes se hallaba Guruceta, a quien se le entregó el mando del Fernando VII cumpliendo con las Ordenanzas de la Armada Naval, abordó su navío con el segundo y parte de los oficiales, repasando el buque en todas sus partes y verificando su estado, de esta inspección se dedujo que el navío no estaba en condiciones para hacer a la mar, necesitando una seria y firme puesta en seco para repasar todos sus fondos.

Por escrito hizo esta petición al Gobierno, al igual que todos sus compañeros, la respuesta del Ministro de Marina, fue en forma de una Real orden del 30 de marzo de 1819, siendo dado de baja completamente en las listas de la Armada por su infidelidad al Gobierno. La misma suerte corrió el brigadier don Francisco de Beránger y por la misma causa.

Esta acción del Gobierno levanto graves diferencias en la Corporación, siendo tantas y tan rotundas que admitidos los buques por otros comandantes, por otra Real orden del 12 de noviembre seguido le devolvían los galones de capitán de navío.

Bibliografía:

Alemparte Guerrero, Antonio.: La escuadra Rusa vendida por Alejandro I a Fernando VII en 1817. Cuaderno Monográfico del Instituto de Historia y Cultura Naval, nº 36. Madrid, 2001.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Mitiuckov, Nikolay W. y Anca Alamillo, Alejandro.: La escuadra Rusa adquirida por Fernando VII en 1817. Damaré Ediciones. Pontevedra, 2009.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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Callao viaje 1817

Posted By on 24 de mayo de 2021

El 6 de mayo zarpa de la bahía de Cádiz al mando del capitán de fragata don Alonso de la Riva, el navío San José (alias Rey Fernando) de la Real Compañía de Filipinas, transportando trescientos soldados y veinte oficiales del Regimiento de Burgos, con rumbo a los mares del Sur, a su puerto del Callao.

Bibliografía:

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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Ildefonso San 1785

Posted By on 23 de mayo de 2021

Navío de 74 cañones

En febrero de 1784 el brigadier Romero de Landa recibió de la corte española la orden de trabajar en los planos de un navío de 74 cañones que fuesen muy veleros, cuya característica habían carecido los navíos españoles en la última guerra.

Primero de una serie de ocho navíos de 74 cañones diseñados por el ingeniero español don José Romero Fernández de Landa. Por los informes favorables tras las primeras navegaciones se convirtió en el prototipo de otros siete navíos nombrados San Telmo, Intrépido, Infante Don Pelayo, Conquistador, San Francisco de Paula, Europa y Monarca y construidos en los años siguientes. Fueron los mejores navíos españoles hasta el momento, mejorando en todos los aspectos a los anteriores diseñados por el ingeniero don Francisco Gautier.

Al navío San Ildefonso se le colocó la quilla en el arsenal de Cartagena a primeros de mayo de 1784, siendo botado el 22 de enero de 1785. Costo 3.311.760 reales. Recibió este nombre por Real Orden del 10 de agosto de 1785. Tenía las siguientes dimensiones en pies de Burgos: 190 pies de eslora, 167 pies de quilla, 52 pies de manga, 25 pies de puntal, 24,4 de calado a popa, 22,10 de calado a proa, 26 pies de plan. Pesaba 1.619 toneladas de carga y 1.815 toneladas de arqueo. Llevaba 12.000 quintales (552 toneladas) de lastre. La artillería era de 28 cañones de a 24 libras en la 1ª batería, 30 de a 18 libras en la 2ª batería, 12 de a 8 en el alcázar, 4 de a 8 en el castillo. Solían llevar también 2 ó 4 pedreros de a 4 en la cubierta toldilla o también 4 obuses.

En marzo de 1785 se entrega su mando al primer comandante, el capitán de navío don Ignacio María de Álava. El 7 de junio de ese año zarpa de Cartagena con el navío San Juan Nepomuceno y las fragatas Santa Brígida y Santa Casilda, todos al mando del jefe de escuadra don José de Mazarredo, para tratar la paz con Argel, regresando a Cartagena el 23 de agosto. La travesía es aprovechada para hacer comparaciones entre los diferentes sistemas de construcción, inglés, francés y de Romero Landa. El 9 de enero de 1786 don José de Mazarredo deja su insignia para pasar a la Corte y el capitán Álava deja el mando, pasando el navío a situación de desarme al mando del capitán de navío don Francisco Ruiz de Cárdenas.

El 10 de abril de 1788 zarpa de Cartagena para dirigirse a Cádiz con el navío San Fulgencio y el bergantín Galgo. Estaba al mando del brigadier don Fernando Daoiz. Al llegar a Cádiz se incorporó a la escuadra de evoluciones del mando del jefe de escuadra don José de Córdoba y Ramos, compuesta por los navíos San Ildefonso, San Fulgencio, San Leandro, San Francisco de Asís, San Agustín, San Antonio y San Sebastián, las fragatas Santa Brígida, Nuestra Señora de la Soledad, Santa Florentina y Santa Gertrudis, los bergantines Galgo, Ligero y Cazador y la balandra Ventura.

Entre el 23 de mayo y el 24 de junio efectuaron navegaciones para comparar los navíos San Ildefonso, San Fulgencio y San Leandro, del sistema de construcción Romero Landa, con los navíos San Agustín y San Francisco de Asís, del sistema francés. Tras modificar parte de la arboladura, carenar y forrar de cobre en el arsenal de La Carraca el 15 de julio, zarpa de nuevo el 5 de septiembre con los navíos San Agustín y San Leandro para repetir las pruebas entre el 26 de septiembre y el 5 de octubre.

Concluida la campaña en octubre de 1788, el San Ildefonso entra en Cartagena el día 9 de ese mes con los navíos San Sebastián, San Agustín, San Francisco de Asís y San Leandro, quedando desarmado. En 1790 se encontraba asignado al departamento marítimo de Cartagena.

En 1790 es armado por Real Orden del 13 de abril e incorporado a la escuadra del teniente general don José Solano Bote, marqués de Socorro, al mando del capitán de navío don Domingo de Nava. Esta escuadra es formada por los incidentes de Nootka con los británicos, que a punto estuvieron de provocar una guerra. Había zarpado de Cartagena el 26 de mayo para unirse a la escuadra en Cádiz. Concluida la campaña en aguas del cabo Finisterre, entró en Cádiz averiado el 8 de septiembre de 1790, volviendo a zarpar el 21 de diciembre para entrar en Cartagena el día 27, donde quedó desarmado.

En 1792 se le hicieron varios cambios en los compartimentos internos. Comienza su armamento en febrero de 1793 en el arsenal de Cartagena. El 6 de mayo de 1793, al mando del brigadier don Domingo de Nava Grimon y Porlier, zarpa de Cartagena con la escuadra del teniente general don Francisco de Borja para la campaña de Cerdeña, tomando parte en mayo en la ocupación de las islas de San Pedro y San Antíoco, cruceros sobre las costas de Génova y Francia y en operaciones en apoyo del ejército piamontés y napolitano en las riberas del Var. Con el navío Soberano regresó a Cartagena el 17 de julio por las enfermedades en las dotaciones.

Para la siguiente campaña, se incorpora a la escuadra del teniente general don Juan de Lángara y Huarte, zarpando de Cartagena el 7 de agosto de 1793. Seguía al mando de brigadier Nava. El 2 de septiembre de 1793 se hizo a la vela desde Tolón con el navío San Joaquín, ambos navíos al mando del brigadier Nava, con orden de cruzar sobre el puerto de Marsella para evitar la entrada de socorros.

Estando en Tolón, combatió en varias ocasiones con las baterías terrestres francesas que asediaban el puerto y la ciudad. El 24 de septiembre, las baterías enemigas se centraron en el San Ildefonso, causándole cinco heridos, siendo estas baterías siempre silenciadas por los cañones de los navíos. Tras la evacuación de Tolón el 19 de diciembre, entra en Cartagena el 4 de enero de 1794, donde el día 25 su comandante Nava es ascendido a jefe de escuadra y deja el mando del navío.

Al mando del brigadier don Antonio de Escaño desde el 15 de febrero de 1794, zarpa de Cartagena para dejar en Liorna a 500 refugiados toloneses, 80 de ellos eran mujeres. El gobernador no los quiso recibir, pero desembarcaron por las portas del navío, diciendo Escaño que se habían evadido sin su consentimiento. Pasó después a Gaeta para desembarcar a las tropas napolitanas evacuadas de Tolón por la escuadra española.

En Liorna se incorporó a la escuadra del general don Juan de Lángara que trajo a España al príncipe heredero de Parma, después rey de Etruria, para casarse con la infanta doña María Luisa. Llega a Cartagena el 11 de mayo y el día 15 desembarca el brigadier Escaño por enfermedad, siendo sustituido por el capitán de navío don Jerónimo Bravo. Zarpa de Cartagena el 30 de mayo para dirigirse a la plaza de Rosas, que combatía contra los franceses, acabando la campaña el San Ildefonso al entraren Cádiz el 18 de septiembre.

A finales de septiembre de 1794 pertenecía a la escuadra del Océano con base en Cádiz. Se encontraba al mando del capitán de navío don Gerónimo Bravo. Por una Real Orden del 3 de abril de 1795 se incorpora a la Escuadra del Océano, al mando del teniente general don José de Mazarredo. Fue a Londres para llevar caudales al mando del capitán de navío don José de Ezquerra y Guirior, regresando a Cádiz el 14 de mayo. Dos días después zarpa rumbo a Cartagena al mando de Ezquerra para llevar a Cartagena al marqués de Casa-Tilly, director general de la Armada. De Cartagena sale rumbo a Barcelona llevando 19 millones de reales para el Ejército de Cataluña, regresando el 4 de junio, tras lo cual se incorpora a la Escuadra del Mediterráneo, en ese momento al mando del general don Juan de Lángara.

El 30 de junio zarpa de nuevo en conserva del navío Firme y al mando del capitán de navío don Isidoro García de Postigo, regresando a Cartagena el 31 de agosto, siendo García de Postigo sustituido el 29 de septiembre por el capitán de navío don Rafael Maestre. El 7 de junio de 1796 zarpa de Cartagena rumbo a Barcelona junto al San Juan Nepomuceno con la misión de recoger artillería y municiones y llevarlas a Cádiz, regresando a Cartagena el 1º de septiembre con los navíos San Francisco de Paula y San Fulgencio.

Incorporado de nuevo junto a otros buques de guerra a la escuadra del Océano al mando de Lángara y a punto de entrar en una nueva guerra con Gran Bretaña, zarpa de Cartagena el 5 de octubre de 1796 (el mismo día de la declaración de guerra) para cruzar sobre las costas de Córcega, Italia y Francia, entrando en Tolón a primeros de noviembre. Un mes más tarde zarpa del puerto francés con otros doce navíos franceses para escoltar a la división de Villeneuve que se dirigía a Brest. El 20 de diciembre fondean en Cartagena, siendo don Juan de Lángara relevado por el teniente general don José de Córdoba y Ramos. El 20 de enero de 1797 zarpa con los navíos San Francisco de Paula y Oriente, regresando a Cartagena el día 30.

El 1º de febrero de 1797 zarpa la escuadra de Córdoba con 27 navíos y otros buques para dirigirse a Cádiz. Al llegar a su destino no pudo la escuadra entrar en Cádiz por los vientos de levante y se sotaventó hasta el cabo de San Vicente, donde esta escuadra, reducida a 24 navíos, es sorprendida por la escuadra británica de quince navíos al mando del almirante John Jervis. En el combate naval del Cabo de San Vicente, ocurrido el 14 de febrero de 1797, estaba al mando del capitán don Rafael Maestre, que es suspendido de su empleo por tres años en el posterior Consejo de Guerra tras la batalla, puesto que el San Ildefonso ni tan siquiera llegó a combatir.

Entró en Cádiz con el resto de la escuadra el 3 de marzo, y es puesta al mando del teniente general don José de Mazarredo, siendo la plaza de Cádiz bloqueada por la británica al mando del almirante John Jervis. El capitán Maestre es sustituido en el mando el 15 de marzo por el capitán don Agustín Figueroa. El capitán de navío don Manuel Victoria de Lecea y Vélez obtiene el mando el 28 de junio de ese año, pasando a ocupar su puesto el 1º de julio.

En diciembre entra en el dique de La Carraca para ser carenado. El 6 de febrero de 1798 zarpa con la escuadra de Mazarredo en persecución de los nueve navíos británicos que en ese momento se encontraban bloqueando el puerto de Cádiz, regresando la escuadra española el día 13, después de una infructuosa persecución. El 27 de octubre de 1698 deja el mando el capitán Victoria de Lecea y lo ocupa el capitán don José de Uriarte y Borja.

El 20 de diciembre de 1798, al mando del capitán de navío don José de Uriarte y Borja, zarpa de Cádiz con el navío San Fulgencio, al mando de don Dionisio Alcalá Galiano, y las fragatas Céres, Asunción, Ifigenia, Diana, la francesa Vestal y seis mercantes rumbo a La Guayra y Veracruz, eludiendo la vigilancia de la escuadra británica de bloqueo, aprovechando una tormenta y en la oscuridad de la noche.

Las fragatas se separaron a 40 leguas de Cádiz para seguir su destino a la colonia holandesa de Surinam donde debían desembarcar tropas. La noche del 13 de enero de 1799 se separó el San Ildefonso para entrar en La Guayra y desembarcar parte de las tropas del regimiento de infantería Reina. Llega el navío a Veracruz el 1º de febrero de 1799, donde se reúne con el navío San Fulgencio, al llegar al mismo puerto seis días más tarde.

El 28 de marzo de 1799 zarpan del puerto mejicano los dos navíos y las fragatas Esmeralda, Santa Clara y Medea para dirigirse a la Habana y después a Cádiz, dando escolta a las fragatas Juno y Anfitrite, cargadas de caudales para la Habana, quinientos mil pesos en cada una, al mando del capitán de fragata don Juan Ignacio Bustillo. En el puerto cubano repara en el mes de abril unas averías en el palo mayor antes de zarpar, entrando en Santoña el 15 de mayo con siete millones de pesos, volviendo a burlar a los buques de guerra británicos al hacer una ruta imprevista que lo lleva hasta Terranova.

El 15 de octubre de 1799 zarpa de Ferrol rumbo a Veracruz al mando del capitán de navío don José de Uriarte y Borja, cargado de azogues, 210 cajones de fusiles y papel sellado. Para esta travesía incrementó su artillería a 82 piezas, añadiendo 4 obuses de 32 libras, dos de 9 pulgadas y 4 pedreros de 4, aumentando la dotación a 662 hombres. Llega a Veracruz el 29 de noviembre de 1799 con el navío San Pedro Alcántara. Después de desembarcar la carga zarpa de nuevo rumbo a la Habana y se incorpora a la escuadra del teniente general don Gabriel de Aristizabal.

El 26 de febrero de 1800 toma su mando el capitán de navío don Francisco Alcedo y Bustamante, zarpando de la Habana con otros dos navíos y una fragata para hostilizar a los buques británicos. Con el navío Asia y la fragata Anfitrite escoltó en 1801 hasta la Habana desde las islas de Barlovento a 50 mercantes. Esta división estaba al mando del brigadier don Francisco de Montes, a bordo de la fragata.

El 15 de diciembre de 1801 entra en Veracruz procedente de la Habana con los navíos San Ramón y San Pedro Alcántara. Estaba al mando del capitán de navío don José de Uriarte y Borja. Alcanzada la paz de Amiens regresó a Ferrol con caudales el 7 de julio de 1802, quedando desarmado.

El capitán de navío don Luis Antonio de Florez y Pereyra fue su comandante entre el 21 de noviembre de 1804 y el 19 de febrero de 1805. En enero de 1805 se encontraba desarmado en Ferrol en la escuadra del teniente general don Domingo Pérez de Grandallana, ordenando su puesta a punto en el mes de junio, puesto que España entró en otra guerra con Gran Bretaña en diciembre de 1804.

El 21 de julio sale del dique después de ser carenado y cambiado su forro de cobre, continuando su alistamiento a flote. El 22 de julio es puesto al mando del brigadier don José Ramón de Vargas y Vargas. Debido a las malas condiciones del navío San Julián, el general Gravina elige el 3 de agosto al San Ildefonso para agregarlo a su escuadra, recién llegada de la Martinica. El 3 de agosto completó su tripulación y zarpó el día 13 para unirse a la escuadra franco-española al mando del francés Villeneuve y el español Gravina. Tenían órdenes de dirigirse a Brest, pero el 15 de agosto Villeneuve dio por fracasada la invasión de Gran Bretaña y decide dirigirse a Cádiz, donde fondean el día 20.

Participó en la batalla de Trafalgar el 21 de octubre de 1805 al mando del capitán Vargas, siendo su segundo el capitán de fragata don Anselmo Gomendio. Contaba con una tripulación de 716 hombres (66 oficiales, 244 infantes de marina, 136 artilleros, 125 marineros, 137 grumetes y 18 pajes). Con 34 muertos y 126 heridos se rindió a los británicos.

En 1817 todavía figuraba en las listas de la Marina británica con el mismo nombre.

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Biografia Pedro Caro y Sureda

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Pedro Caro Surera.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.

III Marqués de la Romana.

Capitán de fragata.

Capitán General del Ejército.

Vino al mundo en Palma de Mallorca, islas Baleares, el 30 de octubre de 1761. Era hijo de don Pedro Caro y Fontes, Capitán General de los Ejércitos de España, quien halló la muerte al mandar una carga de caballería del regimiento de Dragones de Almansa el 1 de julio de 1775 en la fracasada toma de Argel y de doña Margarita Sureda y Togores. Recibió una esmerada educación que terminó al licenciarse en la Universidad de Salamanca en las materias de Literatura y Filosofía, al mismo tiempo que en el Seminario de Nobles de Madrid.

Solicitó y obtuvo carta-orden de ingreso en la Armada, sentando plaza de guardiamarina en la Compañía del Departamento de Cádiz el 14 de julio de 1775, el mismo en que su padre moría en campaña. No figura número de expediente en la obra de Válgoma, siendo el 1.910 de su obra en el segundo tomo. Se le entregó su ascenso a alférez de fragata en 1779, al concluir sus estudios tanto teóricos como náuticos, habiendo navegado por el Mediterráneo y las aguas que baña el océano Atlántico de la península. Pasó embarcado al navío San Pascual el 2 de julio de 1781, estando al frente de la expedición el general don Ventura Moreno, quien le nombró su Ayudante personal, con su escuadra dio protección al convoy que transportaba a las tropas al mando del duque de Crillón, para recuperar la isla de Menorca y el bastión principal de ella el puerto de Mahón.

Moreno recibió instrucciones reservadas, ordenándole: «…en caso de discordia en cualquier operación, haciendo presente bajo su firma al general del ejército las razones facultativas, que tuviese y sus ideas, debía ceder a lo que dijese, opinase o quisiese dicho general, aunque fuese exponiendo a perder los navíos y cuantas embarcaciones llevaba a sus órdenes.» El conde de Floridablanca, por su parte, decía a Crillón: «V. V. no hará nada ahí ni en otra parte si no vive en perfecta armonía con los marinos; y no se le dé nada de lo que llama liga infernal de los terrestres…la desavenencia con el comandante de mar frustrará todas las ideas actuales y futuras.» Bonita forma de evitar trágicos finales que se dieron en otras expediciones, así cada cual sabía que debía de ceder siempre y cuando el más profesional, fuera en la mar o en tierra, diera su opinión aceptarla para ponerse de acuerdo.

La fuerza de desembarco era de unos ocho mil hombres, siendo transportados en setenta y tres buques, yendo protegidos por dos navíos, dos fragatas, seis jabeques, dos bombardas, tres balandras, dos brulotes y otros buques menores. Se formaron tres divisiones; la primera, a las órdenes de don Diego Quevedo, con la misión de bloquear el puerto de Mahón; la segunda: al mando de don Pedro Cañaveral que se dirigió contra Fornells y la tercera: al mando de don Antonio Ortega, a Ciudadela. Estando ya en la isla se eligió a Bouyón ordenándosele hacerse cargo de las defensas del ejército, por lo que comenzó levantando planos de la costa y de sus radas, para mejor realizar el desembarco de las tropas y aprovechar los mejores puntos más cercanos a los lugares ordenados por el mando. En este reconocimiento se vieron seis embarcaciones resguardadas y protegidas por el fuego de los cañones del castillo de San Felipe, por ello fueron comisionados varios oficiales y sus fuerzas para sacarlas de allí, pero no se dieron cuenta del gran riesgo que corrieron hasta llegar a ellas y registrarlas viendo su carga, pues se encontraron con víveres, municiones y pólvora, siendo apresadas tres de ellas y el resto hundidas.

En esta acción se distinguieron el capitán de fragata Salazar, el alférez de navío Liniers el alférez de fragata Bouyón y el ingeniero Tevern. Verificados los mejores puntos designados por Bouyón y autorizado por el mando, las fuerzas se dirigieron a ellos para efectuar los desembarcos, éstos se llevaron a cabo el 19 de agosto, alcanzando tal coordinación que les permitió realizarlo simultáneamente en los tres puntos prefijados. A Bouyón se le hizo pasar al puerto de Fornells el 5 de septiembre, con la misión de que al estar allí la parte de la escuadra y el convoy con las tropas, se abrieran posiciones fuertes para instalar artillería e impedir así que una salida de los enemigos pudiera malograr el desembarco, por ello con los brazos de las tripulaciones consiguió formar dos baterías de dieciséis piezas cada una, las cuales cerraban por completo los campos de tiro haciendo casi imposible ser hostigados por los británicos.

Viendo la rapidez con que se conseguía se movieran los hombre y lo rápido que avanzaban las obras, se le ordenó construir una pequeña fortaleza para instalar en ella tres piezas de á 24 libras, pero solo a un tiro de fusil del castillo de San Felipe lo que se consiguió, construyendo previamente otras defensas que les daban protección y así lograr llegar al punto marcado por los superiores. Los británicos les dejaron hacer, pero en la noche del 11 de octubre realizaron una salida en la que causaron la muerte a la mayoría de los que se encontraban trabajando, llevando a decidir al jefe del ejército se construyera una barrera con cables y maderos, impidiendo con ella el paso tranquilo a los bloqueados, pero estaba tan cerca de la mar que entre ésta y el fuego de los enemigos, se tenía que estar reparando todos los días. Pero su trabajo dio su fruto pues a los pocos días fue tomada la fortaleza y con ella toda la isla.

La fortaleza de San Felipe capituló el 4 de febrero; los atacantes estaban reforzado con cuatro mil hombres del ejército francés; el ataque en regla había comenzado el 6 de enero, rompiendo el fuego a la vez ciento once cañones de sitio y treinta y tres morteros, además de los que portaban los buques; cayeron en poder de los atacantes al entrar en la fortaleza trescientos seis cañones y cuarenta y un morteros, contando los recuperados de la mar, por haber sido arrojados por los británicos; la guarnición perdió mil hombres y los asaltantes sólo ciento ochenta y cuatro con doscientos ochenta heridos. Las fuerzas enemigas, estaban compuestas por dos mil soldados y seiscientos marineros, estando todas estas fuerzas al mando del gobernador Jacob Murray.

El 25 de marzo se ordenó el reembarque de parte de las tropas, una vez a bordo se zarpó con rumbo a Algeciras. El mismo año participó en el gran asedio de Gibraltar, en ocasión en que el general Barceló mandaba las fuerzas empleadas directamente en el ataque a corta distancia y después, cuando aquél cesó en este mando y se produjo el ataque de las baterías flotantes invento del francés D’Arçon, pero mandadas por el general Ventura Moreno, estaba apoyando con el fuego de su buque el desgraciado 13 de septiembre el ataque de éstas, volcándose en su auxilio cuando comenzaron a arder por efecto de las ‹balas rojas› disparadas por los defensores, participando con la lancha de su navío en ayuda para apagar los fuegos y salvar las dotaciones.

En los incendios y voladuras de estas pesadas baterías en teoría insumergibles e incombustibles, con circulación de agua «como la sangre por el cuerpo humano», hubieron trescientos treinta y ocho muertos, seiscientos treinta y ocho heridos, ochenta ahogados y trescientos prisioneros; pero los efectos fueron superados en mucho por el bombardeo de las lanchas cañoneras inventadas por Barceló, que lo hacían seguro y muy efectivo. En Gibraltar se defendía valerosamente el general británico Elliot. La plaza llegó a estar en gran necesidad y le fue enviado un convoy con aprovisionamientos, escoltado por una escuadra de treinta navíos al mando del almirante Howe. Le salió al encuentro el general Córdova con sus fuerzas, pero las enemigas con su convoy aprovecharon un fuerte temporal cuyos vientos les favorecían consiguiendo arribar al Peñón desembarcando los tan esperados auxilios. Se perdió el navío español San Miguel, arrojado por la tempestad bajo los mismos muros de Gibraltar.

Don Luis se mantuvo a la espera de su regreso a la mar para batirla, el combate tuvo lugar cuando la escuadra británica del almirante Howe abandonó el fondeadero del Peñón con rumbo al Atlántico y la española lo alcanzó el 20 de octubre de 1782, en aguas frente al cabo Espartel. El almirante británico admiró: «…el modo de maniobrar de los españoles, su pronta línea de combate, la veloz colocación del navío insignia en el centro de la fuerza y la oportunidad con que forzó la vela la retaguardia acortando las distancias.» El combate tuvo una duración de cinco largas horas. Los buques enemigos por ir ya forradas sus obras vivas de cobre tenían más andar, permitiéndoles mantener en todo momento la distancia de combate y cuando el resto de la escuadra española iba llegando al fuego, decidieron por el mayor número de navíos españoles rehuirlo, cazaron velas y ciñendo el viento arrumbaron, y mostrando sus popas se fueron alejando del alcance de la artillería española.

En 1790 por Real orden se le ascendió al grado de capitán de fragata, continuando embarcado en varios buques, llegando a ser segundo comandante de un navío.

Al declarase la guerra contra la República Francesa en 1793, solicitó su pase al Ejército, lo que le fue concedido, incorporándose a las órdenes de su tío Ventura participando en los combates en la frontera Este del Pirineo con el vecino país. Por sus dotes de valor y ejemplar militar, se le ascendió al grado de brigadier, siéndole entregado el mando de un regimiento de Cazadores, al terminar en este frente pasó al oriental, donde volvió a demostrar sus grandes dotes de mando, yendo casi siempre al frente de sus hombres, por sus grades méritos de guerra se le ascendió al grado de mariscal de campo, donde volvió a dar muestras de gran destreza en el mando de grandes unidades, por ello se le volvió a ascender al grado de teniente general.

Quedó momentáneamente como capitán general interino de Cataluña. Hasta decidir ponerle al frente de la división española del norte de Europa. Pasamos a transcribir la orden: «Estado de los regimientos que componían la expedición de tropas españolas al mando del teniente general Marqués de la Romana, destinada a formar un cuerpo de observación hacía el país de Hannover. Deberán salir de España por la parte de Irún los cuerpos siguientes: infantería de línea, tercer batallón de Guadalajara, 778 hombres; regimiento de Asturias, 2.332; primero y segundo batallón de la Princesa, 1.554; infantería de ligera, primer batallón de Barcelona, 1.245 plazas; caballería de línea, Rey, 670 hombres y 540 caballos e Infante id., id. Por la parte de la Junquera; infantería de línea, tercer batallón de la Princesa, 778 plazas; dragones, Almansa, 670 hombres y 540 caballos; Lusitania, íd.; Artillería, un tren de campaña de 25 piezas y el ganado de tiro correspondiente, 270 hombres y zapadores minadores, una compañía, 127 hombres. Existentes en Etruria, y que constituyen parte de la expedición: infantería de línea, regimiento de Zamora, 969 plazas; primero y segundo batallón de Guadalajara, 996; regimiento Algarve, 498; infantería ligera, primer batallón de Cataluña, 1.042 hombres; dragones, Villaviciosa, 634 hombres y 458 caballos. Total, 14.019 hombres y 2.859 caballos. — Id. plazas agregadas, 2.216 hombres y 241 caballos. — Madrid, 4 de marzo de 1807.»

Su misión era apoyar al ejército francés en Etruria, participando muy destacadamente en el sitio de Stralsund. Por la excelente forma de combatir de los soldados españoles fueron felicitados por el general al mando. Cuando el Emperador francés decidió invadir Dinamarca, al terminar la dominación desplegó a la división española por toda la costa, alegando que su forma de combatir le aseguraba muy bien de un desembarco enemigo y se aprovechaban mejor sus valores (aunque hay escritores que lo atañen más a los perversos planes que el Emperador tenía sobre España, dificultándoles con ello la oportunidad de poder ayudar en la península)

A mediados de junio, cuando se sospecha que en España estaba pasando algo; para acallar esos rumores el mariscal de Francia Bernadotte le obsequia con la condecoración del Águila de Oro de la Legión de Honor, concedida por el Emperador a petición del Príncipe de Pontecorvo, la cual acepta y agradece, al mismo tiempo se le comunica la llegada al trono de España del hermano del Emperador, José I, a quien no duda en enviarle una carta firmada en la población de Nyborg, en la isla de Fionia, comunicándole que tanto él como toda su división están a sus órdenes. Pero a finales de junio llegó un refuerzo de oficiales y jefes, quienes le dieron la noticia del levantamiento del pueblo en defensa de su Rey “Deseado” don Fernando VII, por haber presenciado el alzamiento nacional del 2 de mayo de 1808; al conocer la noticia tomó la decisión de regresar a España, aunque su situación a muchos kilómetros de su país, le obligó a tomar unas formas que pudiéramos llamar “afrancesadas” para poder cumplir el compromiso con su Patria.

La Juntas nacionales que se formaron coincidieron en pedir ayuda al Reino Unido, para poder recuperar esa división tan necesaria ahora en la península, por lo que el Gobierno británico envío al reverendo Roberston, quien se entrevistó en el mismo mes con don Pedro. Al mismo tiempo que otros comisionados viajaban a Londres, enviados por las Juntas de Asturias, Galicia y Andalucía, para pedir ayuda al Reino Unido, de esto se desprendió que el rey Jorge III, con fecha del 4 de julio de 1808 declarara la Paz entre España y el Reino Unido, así se fijó una fecha para acudir la escuadra británica y a don Pedro tiempo para reunir lo máximo posible de sus tropas, se movió con rapidez para que nada se notara en el campo francés y sólo se debían de poner en camino los días anteriores suficientes para coincidir en el lugar y día señalado.

Así don Pedro y por consejo de su Estado Mayor, envía la orden a sus unidades dispersas; en Fionia él y su Estado Mayor, el general Kindelán en Jutlandia, el brigadier Delevielleuze, jefe del regimiento de Asturias en Selandia, quien por motivo de pasar una revista el Príncipe de Pontecorvo debían reunirse todas sus fuerzas en la isla de Fionia, pero sus planes se vienen abajo, al recibir la carta del Mariscal Bernadotte con la orden por él recibida de que su división preste el juramento, a la nueva Constitución aprobada en la Asamblea de Bayona, obligándole a moverse más rápido.

La mencionada carta decía: «De acuerdo con las órdenes que he recibido, tendréis a bien hacer prestar por todas las tropas de vuestra división el juramento que deben al rey José Napoleón. Tal prestación habrá de hacerse por regimientos y mandaréis levantar un acta por cada uno de ellos. Vuestro juramento y el de vuestro Estado Mayor deberán constar en un acta particular. Por lo demás, os atendréis a la fórmula prescrita por la Constitución y a los demás usos del Ejército español.»

Mientras zarparon de varios puertos y arsenales una escuadra dando protección a un convoy de mercantes británicos, con la intención de llegar al punto de encuentro fijado el día apropiado, pero se adelantaron y permanecieron a la espera, alertando al mariscal Bernadotte, quien dio orden de bombardear a los buques, aunque estos llevaran bandera de parlamento, con ello evitó pudieran desembarcar los emisarios para ponerse de acuerdo con don Pedro, de hecho algunos buques ligeros fueron hundidos y con ellos los que intentaban comunicarse para acordar la fecha de embarque. Sumándose la negativa de las tropas a jurar al nuevo Rey y Constitución, a excepción de las fuerzas al mando del general Kindelán, siendo los regimiento de infantería de Zamora y Algarbe más el regimiento de caballería Infante y del Rey, quienes juraron llevados y confiados por las palabras de su general, quien a su vez se había visto enaltecido por los franceses, pues le concedieron la Legión de Honor, aunque más bien por la falta de buena información, pues estaban acantonados en Jutlandia y allí no llegaban las verdaderas noticias de los sucesos en España.

En cambio las tropas acantonadas en la isla de Fionia y Langueland, se negaron en redondo a prestar tal juramento, esto indudablemente ponía a don Pedro en muy mala posición para realizar lo que prácticamente nadie sabía. Pero como es normal en momentos donde se juega la vida, sale ese genio interior capaz de mover las almas más incrédulas, por ello y ante la imposibilidad de cumplir su palabra de que sus fuerzas realizarían el juramento, ideó una nueva fórmula. Esta decía: «Como individuos de la nación española, de que formamos parte y a la que deseamos siempre vivir y morir unidos, y creyendo que ella, por medio de sus legítimos representantes, habrán con plena libertad prestado o deber prestar igual juramento que el que se nos exige, juramos fidelidad y obediencia al rey José Napoleón I, a la Constitución y a sus Leyes.»

Este documento con sus respectivas actas y nombres de su Estado Mayor, es el remitido al Príncipe de Pontecorvo, quien ante la sorpresa de que todo un general no pudiera obligar a sus tropas ha realizar el juramento pedido, dio orden a su ayudante de campo M. de Villatte para viajar a Nyborg y darle un ultimátum a don Pedro, pero éste se basó en que sus tropas habían sido envenenadas por las seguro infundadas noticias de España, por ello le rogaba le concediera unos días de plazo para convencerlas, pues él estaba a las órdenes del Príncipe. De esta forma consiguió unos días más.

Así se dispuso una vez establecida comunicación con el contralmirante británico Keats, garantizar el dispositivo de embarque, éste consistía en tomar posesión de Langueland, por tener una fuerza de mil hombres del ejército danés, fortificar la orilla oriental del Pequeño Belt, para proteger ese flanco de paso obligado a Fionia, para con las fuerzas de la isla mantener a los franceses sin poder alcanzarla, pasando a tomar posteriormente Nyborg, siendo la posición de las baterías que impedían acercarse a los buques británicos, y una vez todo en su poder se podía dar comienzo aprovechando todo tipo de buques, e ir transportando al ejército para ser embarcado.

Todo aclarado, se entrevistó con el ayudante del Príncipe, entregándole una carta con la promesa que en breve tiempo sus fuerzas realizarían el juramento, para lo cual ya estaba tomando medidas para evitar se pudieran negar. Ante esto Villatte se puso en camino para entregar la carta a su Jefe, y de tan sutil forma se quitaba del medio don Pedro a alguien tan molesto. Dio orden a varios oficiales y jefes, para partir a comunicar las órdenes de agrupamiento, aparte de llevar unas cartas secretas solo para los distintos jefes de unidad; así fueron recibiendo la orden el regimiento de caballería de Villaviciosa, el batallón de Barcelona con sus cuatro piezas de artillería para unirse al de Cataluña, el regimiento de Infantería de Zamora, Algarbe e Infante, los de Asturias y Guadalajara, estos dos últimos fueron los que no pudieron llegar al encuentro por ser parados por las tropas danesas.

Enterado el general Kindelán de los movimientos, con astucia engañó a los oficiales, pues delante de ellos dio las órdenes a sus unidades para ponerse en marcha y a los oficiales sus propias maletas con sus enseres personales, pero él partió a la zona donde se encontraban los regimientos franceses, y desde aquí puso en conocimiento del Príncipe las órdenes de don Pedro, pero la reacción fue tardía, porque cuando llegaron las unidades francesas, las españolas habían cruzado embarcados del Pequeño Belt a la isla de Fionia, salvándose así el regimiento de Zamora.

Reunidas algunas unidades, entre ellas los escuadrones del regimiento de caballería de Almansa, don Pedro se vio con la suficiente fuerza para enfrentarse a los daneses al mando de las seis baterías de costa que impedían totalmente su embarque, se puso en camino y a su jefe el barón de Guldencrone le entregó la siguiente nota: «He recibido órdenes muy estrictas de S. A. A. el Príncipe de Pontecorvo para que me apodere de toda esa fortaleza, así como de las seis baterías de costa que defienden el puerto. Os invito en consecuencia a que ordenéis que los puestos sean entregados inmediatamente a las tropas españolas, que he mandado venir en gran número a tal efecto, y me atrevo a esperar que no me obligaréis, en caso de negativa, a recibir a extremos que desearía evitar de todo corazón.»

Pero casi al mismo tiempo, recibía otra el barón de Guldencrone, siendo ésta del contralmirante Keats, que dice: «A bordo del ‹Brunswick› delante de Nyborg, el 9 de agosto de 1808. = Señor. = Su Excelencia el comandante en jefe de las tropas españolas en Dinamarca, habiendo juzgado oportuno, en las circunstancias presentes, tomar posesión de Nyborg, mi deber me obliga, naturalmente, a cooperar con las tropas de esta nación y comunicarme frecuentemente con ellas en la citada plaza. A fin de tranquilizaros todo lo posible sobre la conducta que podrá adoptar el almirante inglés que ejerce el mando en el Gran Belt en la presente coyuntura, a pesar de las hostilidades en curso entre nuestras dos naciones, tengo el honor de informaros que he dado a mis subordinados las órdenes más estrictas de tratar a los habitantes de Nyborg con la mayor cortesía, y que deseo abstenerme de cualquier acto hostil u ofensivo en tanto que las tropas de Dinamarca o las de Francia no los realicen contra las de España. = Firmado: R. G. Keats.» Como es lógico el barón de Guldencrone, se encontró de pronto cogido entre dos fuegos y no queriendo sacrificar sus hombres sin atisbo de victoria, decidió entregar las baterías a don Pedro y retirarse con sus tropas.

En el puerto de Nyborg se encontraban fondeadas cuarenta y cuatro embarcaciones de distintos tipos, éstas a su vez protegidas por un bergantín del porte de 14 cañones y una goleta de 12, de nacionalidad danesa, estando al mando del teniente de navío Rasch. A él se dirigió don Pedro con la excusa de necesitar los buques para transportar sus tropas, pero el oficial le indicó tener órdenes directas del Príncipe de impedir saliera ningún buque de los que se encontraban allí, además ya era conocedor de que los españoles se habían posicionado de las baterías.

Ante la negativa del oficial, se hicieron señales a la escuadra británica por ser imposible salir, a ello el contralmirante Keats ordenó se dirigieran al fondeadero una corbeta y un bergantín, y como vanguardia varias lanchas cañoneras, al estar a tiro de cañón comenzó un breve combate, falleciendo el bravo oficial danés Rasch y seis de sus hombres, así como otros trece fueron heridos, visto no era conveniente alargar la masacre se arrió la bandera, los británicos perdieron al teniente de navío Harvey y dos marineros, así como resultó herido uno de los artilleros españoles, de la compañía de artillería a caballo. El combate duro treinta minutos.

Al ver el rápido resultado, el contralmirante Keats desembarcó para conferenciar con don Pedro, para ver la forma de activar el embarque de las tropas para pasar a Langueland. Keats dio orden a todos sus carpinteros y calafates que desembarcaran y alistaran las naves de mayor porte. Mientras seguían llegando más unidades españolas, entre otras mencionar la casi heroica marcha de los tres batallones del regimiento de infantería de Zamora, quienes recorrieron a pie bajo una lluvia incesante nada menos que noventa kilómetros en veintidós horas, con aquellos uniformes empapados y toda su impedimenta de combate. Durante la noche aún consiguieron llegar más unidades, como los tres batallones del regimiento de infantería Princesa.

Los dos Jefes de común acuerdo decidieron trasladar todas las unidades a la punta de Slipshevn, donde quedaban en una posición inmejorable, pues tenía fácil acceso para el embarque, quedando a su espalda las baterías de costas y en la mar la escuadra británica, así la operación se podría llevar a cabo sin grandes molestias, a pesar de tener las tropas que recorrer la legua que les separaba del lugar determinado. Comenzaron a embarcarse el 11 por la mañana, pero se vieron obligados a abandonar muchos caballos por la imposibilidad de poderlos embarcar, por no estar preparados para transportarlos, al mismo tiempo y por peso se abandonaron las monturas. Así se consiguió reunir a unos nueve mil de sus hombres, pero por la falta de apoyo del general español Kindelán, quedaron prisioneros de los franceses, unos doscientos cincuenta oficiales, cinco mil suboficiales y tropa, así como los tres mil caballos.

La misma tarde del 11, abordó don Pedro el navío insignia de la escuadra británica el Superb, donde fue recibido con los honores de ordenanza a su rango y con muestra de gran satisfacción de la oficialidad por su decisión y arrojo. El embarque duró hasta la mañana del siguiente 12, cuando el contralmirante dio la orden de zarpar, pero los duros vientos contrarios les impidieron navegar a su rumbo, la isla de Langueland, el 13 rolaron y por fin pudieron mirar por la popa el alto riesgo corrido. Se dieron múltiples casos de todo tipo, pero lo más notable fue la alocución del mariscal Bernadotte y el general Kindelán a los hombres de los regimientos de infantería Guadalajara y de caballería de Villaviciosa, quienes quedaron rodeados en la isla de Fonia, diciéndoles: «…el general marqués de la Romana había vendido a sus tropas a los ingleses, que serían transportados a la India o al Canadá de donde nunca regresarían a su patria como les había prometido, en cambio ellos se habían librado de ese triste fin y que si cambiaban su actitud, sometiéndose a las órdenes de su jefe(el general Kindelán)serían acogidos con los brazos abiertos y perdonadas todas sus culpas.», utilizando esta misma soflama consiguieron pasar a la isla de Langueland tratando de convencer a los españoles para cambiar de bando.

Al enterarse de esto don Pedro, realizó a su vez otro manifiesto para contrarrestar al francés; sus partes más significativas son: «¡Soldados!: Las Juntas de Sevilla y Galicia, en nombre de todas las provincias españolas que hoy sufren los horrores de la invasión, se han dirigido a mí pidiéndome que nos apresuremos a volver a nuestra Patria para salvarla y para vengarla. Toda España ha tomado las armas para humillar a sus opresores…, que pretendían forzarnos a prestar un juramento de fidelidad absoluta, como si no fuéramos hijos de la Patria que ahora nos llama…Queremos vivir y morir con nuestro pueblo…Nada hay más justo ni más noble que volver a la Patria para defenderla, en lugar de servir como mercenarios bajo banderas extrañas…Allí seremos recompensados con la admiración general y el agradecimiento eterno de nuestros conciudadanos; aquí sólo nos espera la infamia y el envilecimiento, insoportable para el soldado español, que nunca retrocedió, en cambio, ante una muerte honrosa.»

A pesar de esto la impaciencia crecía en el campo español por la tardanza de la flota británica del Báltico que, al mando del almirante James Saumarez debía llegar para poderlos sacar a todos de allí. Por fin el 18 apareció la esperada escuadra, enarbolando su insignia de almirante en el navío Victory (sí, el de Trafalgar de Nelson, ahora amigo) acompañado por una fragata y un bergantín, fondeando muy cerca de donde se encontraba el mando español, don Pedro pasó a bordo de navío siendo recibido con veintiuna salvas de artillería, todos los buques izaron el pabellón español en su palo mayor, a cuya salva desde tierra contestó nuestra artillería volante.

La noche del 20 al 21 cinco lanchas cañoneras y dos bombardas que habían zarpado del puerto de Svendborg, estuvieron hostigando la costa occidental de la isla de Langueland, pero no resultó ningún español herido, quedando claro no se podía estar ya en ella, pues sabiendo que la escuadra estaba en una zona, por la proximidad podían bombardear la contraria y desaparecer cuando lo hiciera la escuadra británica, además no se conocía la fecha de llegada de los transportes, por lo que de nuevo los dos Jefes, acordaron que las tropas fueran embarcadas en los mismos buques que les había servido para dar el salto de Nyborg a Langueland, pero esta vez desde este último al puerto de Gotemburgo en Suecia, siendo escoltados por la división naval del contralmirante Keats, así el almirante Saumarez se ponía a rumbo de vuelta encontrada con la escuadra rusa, pues sabía había zarpado de Kronstadt con la misión de bombardear a la escuadra sueca y así lo impediría.

El 21 comenzó de nuevo el embarque protegidos por la batería de Spodsberg, quedando todo listo para zarpar sobre las 15:00 horas. Mientras en la misma batería se dejaron las armas cogidas a las tropas danesas, también los pocos caballos salvados del primer embarque e indemnizados los ciudadanos con dinero en efectivo, quedándose unos pocos españoles por no tener cabida en los buques, concluido todo esto se dio orden de levar anclas y zarpar con rumbo a Gotemburgo. Arribaron el 27 de agosto, pero se encontraron con la orden del Rey de Suecia, por la cual se les prohibía desembarcar dada la escasez de víveres en la ciudad, obligándoles a diseminarse por las pequeñas islas de su entrada, siendo abastecidos en lo que podían por los buques de la división británica.

Por fin el 5 de septiembre aparecieron en el horizonte los treinta y siete mercantes para su definitivo embarque, don Pedro estuvo vigilando el trasbordo de sus tropas, viendo iba despacio el alojamiento de sus hombres, el 9 dejó como responsable al brigadier conde de San Román como jefe de las tropas y él embarcó en el bergantín Calypso zarpando inmediatamente con rumbo a Londres, el resto de la expedición lo hizo el 12 al completo.

Poco antes de zarpar el total de la fuerza, se recibió a bordo y se pasó de un buque a otro la gran noticia de la victoria de Bailen, alegrándose tanto los españoles como los británicos, no en balde era la primera derrota de los ejércitos napoleónicos en la ya larga guerra Europea. La expedición realizó una corta escala en Inglaterra el 17, prosiguiendo viaje a Ferrol donde arribó el 27 siguiente, pero por los malos tiempos se le dio orden de arribar a Santander, consiguiendo empezar el desembarco el 9 de octubre. (1)

Don Pedro desembarcó y se fue directo a dar las gracias por el apoyo prestado a Canning, éste le notificó al mismo tiempo que el nuevo embajador británico en la España no ocupada iba a ser su íntimo amigo, su fiel Frere, con quien conversó y decidieron embarcarse juntos, por ello zarparon del mismo Londres en la fragata Semiramis, arribando el 19 de octubre a Coruña. Después de un descanso y los buenos recibimientos que tuvo por su audaz forma de abandonar tierras tan lejanas, le tuvieron un tiempo ocupado, hasta recibir el mando del ejército de la Izquierda, para tomarlo volvió a embarcarse en la misma fragata, siendo transportado a Santander, donde arribó el 10 de noviembre seguido, donde lo tomó del ejército español combatiendo junto al británico del general Moore.

(Es de suponer que con esta acción el Emperador de los franceses, debió enterarse de lo que realmente vale en una guerra a pesar de ser terrestre, ser dueño de la mar, pues de su propio territorio se le escapó una gran unidad y sin poderlo impedir.)

Para dejar constancia de sus formas, nada mejor que recurrir al general Gómez Arteche, quien le dedicó un Discurso en la Real Academia de la Historia pronunciado el 12 de mayo de 1872, entre otras importantes cosas dice: «Era hombre el Marqués de la Romana de ideas muy levantadas, enemigo ardentísimo de la Francia, aun habiéndose educado en ella, sin duda por conocerla y por haber combatido con fortuna y gloria en la última campaña, denominada generalmente de la República. Apasionado por lo antiguo, con el mismo ardor con que se entregaba á la lectura de los clásicos, había procurado adquirir la resistencia corporal y las dotes que distinguían á los hombres de los tiempos heroicos; siendo esto quizá el origen de las singularidades y de la distracción que sus contemporáneos le echaban. Ilustrado, valiente y generoso, la bondad y llaneza con que á todos trataba permitían á su lado influencias que en ocasiones podrían debilitar su autoridad y hasta comprometer la fama, tan sólidamente cimentada de su patriotismo. Cuando llegase una época de crisis suprema, de esas en que la menor perplejidad mata una causa y produce la ruina de una reputación, el marqués de la Romana, sacudiría la indolencia á que tan frecuentemente se inclina, rompería las trabas con que el miedo y la ignorancia pretendían contener sus nobles instintos, y despreciando las amenazas con los halagos, se decidiría á las resoluciones más patrióticas y arriesgadas…»

Cuando todo estaba preparado para que el ejército de la Izquierda, ahora en Portugal se pusiera en camino para apoyar al ejército británico en su ataque a Badajoz, a don Pedro le sobrevino un violento ataque de disnea produciéndole el fallecimiento en la población de Cartaxo, antes de cruzar la frontera del vecino país el 23 de enero de 1811. Después de la muerte del general Moore, fue nombrado el general Arthur Wellesley, el posterior duque de Wellington, Grande de España, duque de Ciudad Rodrigo y primer Laureado de la Real y Militar Orden de San Fernando, quien al saber la muerte de don Pedro y siendo un crítico de todo lo español, en este caso dijo: «El ejército español ha perdido en él su más bello ornamento, su nación el más sincero patriota y el mundo el más esforzado y celoso campeón de la causa en que estamos empeñados.»Al regresar a España después de la aventura corrida con casi todas sus tropas, el pueblo agradecido le cantó un pareado:

«Lidió con la traición y la injusticia; / salvó sus huestes, rescató á Galicia.»

(1) Por el parte rendido a su llegada a Santander por el conde de San Román quedan claras las cifras: Los efectivos que regresaron a España fueron nueve mil ciento noventa. Quedaron prisioneros en Dinamarca y Sacro Imperio, cinco mil ciento setenta y cinco. De estos, correspondían los hombres de los regimientos de infantería, Asturias, Algarbe y Guadalajara al completo; una compañía del regimiento de Zamora y otra del Princesa; una sección de caballería del regimiento del Rey y otra del Infante, éstas por formar parte de la guardia del Príncipe de Pontecorvo, más algunos hombres sueltos por estar destinados a unidades de los depósitos, más un número de oficiales, por serles ordenado acudir a la fiesta del aniversario del Emperador celebrada en Hamburgo. Todos fueron hechos prisioneros y trasladados a campos de concentración dispersos por Francia, de los que se tiene conocimiento de parte de ellos como los de Mézières, Thionville, Besançon, Lille, Amiens, Peronne, Dijon y Perigueux. Hasta que algunos por salir de aquella situación, decidieron pasar a formar parte del nuevo regimiento formado por el general Kindelán el 7 de marzo de 1809 en la ciudad de Aviñón, con el nombre de José Napoleón.

Bibliografía:

Alcaide Yebra, José Antonio.: Tamarit Sáenz, Manuel. La Toma de Menorca 1782. La Espada y la Pluma. Madrid, 2004.

Arteche y Moro, José Gómez.: Guerra de la Independencia. Historia Militar de España de 1808 a 1814. Imprenta y Litografía del Depósito de la Guerra. Madrid, 1868 á 1903.

Bueno Carrera, José María.: La Expedición Española a Dinamarca 1807-1808. Aldaba. Madrid, 1990.

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1968. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Enciclopedia Universal Ilustrada. Espasa. Tomo 11. 1911, página 1210.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

Priego López, Juan.: Guerra de la Independencia 1808-1814. Tomo I á VI. Servicio Histórico Militar. Editorial San Martín. Madrid. Obra que se comenzó a publicar en 1972 y se terminó en 2007, en cuyo espacio de tiempo falleció el autor que la comenzó, que era Coronel de Estado Mayor y la terminó su hijo, también Coronel de Estado Mayor don José Priego Fernández del Campo. Tomo VII á IX.

Válgoma y Finestrat, Dalmiro de la. Barón de Válgoma.: Real Compañía de Guardia Marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes. Instituto Histórico de Marina. Madrid, 1944 a 1956. 7 Tomos.

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Prueba fragata

Posted By on 23 de mayo de 2021

Fragata Prueba. Una aproximación.

Construcción:

Con objeto de tener fragatas más rápidas, ligeras y maniobrables portando a la vez mayor potencia artillera (hasta entonces su armamento no solía sobrepasar los 30 cañones), que compitieran con las mejor dotadas fragatas inglesas, se acometió por la Armada Española el estudio y construcción de nuevas de estas unidades.

El Brigadier de la Real Armada Española Manuel Díaz de Herrera, llevado por sus vastos conocimientos, desarrollo todos los planos para la construcción de una fragata de 50 cañones, los cuales fueron presentados al Rey don Carlos IV, vistos por sus expertos se le autorizó para llevarla a cabo, así tuvo la Real Armada a la fragata Prueba, porque lo era, con los cañones citados y siendo una de las mejores que nunca ha tenido la Armada, sirviendo al mismo tiempo sus gálibos para la construcción de otras. Siendo a la vez su comandante de quilla.

Su construcción se llevó a cabo en los astilleros de Ferrol en 1800. Armamento de 42 a 52 cañones (variable durante su servicio). Tripulación de 257-259 hombres.

Historial:

Se supone por los acontecimientos históricos de aquellas fechas con la guerra con Portugal (Guerra de las Naranjas, 1802) y la enemistad con Inglaterra, que la fragata en los primeros años, fuera dedicada a la defensa del Ferrol y de las costas Gallegas.

El ilustre marino José Manuel Rodríguez de Salsidua capitán de paquebotes y natural de Somorrostro, en los años de 1802 y 1803 sirvió de ayudante en el arsenal del Ferrol y asistió a las carenas de los navíos San Juan, San Fulgencio y la fragata Prueba.

Durante los primeros meses de 1804 no se produce ninguna novedad que afecte a la situación española, hasta que el 22 de agosto, a causa de la insurrección que se produce en Vizcaya (La Zamacolada de 1804 que son amotinamientos, no en defensa del Fuero, pero sí de las ventajas fiscales y garantías de subsistencia que contienen los fueros y también es una lucha entre los conservadores de la burguesía rural y clerical contra los comerciantes y clases liberales urbanas), por Real Orden reservada al Capitán General de Ferrol se ordena que: se habiliten los navíos, fragatas, urcas, corbetas y bergantines que fueren necesarios para el transporte de tropas que deben salir de La Coruña a las órdenes del Capitán General de Galicia. En su cumplimiento, el 5 de septiembre salían del arsenal los navíos Neptuno, Monarca, y San Agustín; fragatas Prueba y Venganza; corbeta Urquijo y bergantín Esperanza.

El 4 de enero de 1805 se firma el convenio entre Gravina y el Ministro de Marina francés, Mr. Decrés, en París; por este España se comprometía a armar inmediatamente ocho navíos y cuatro fragatas en el Ferrol; doce navíos en Cádiz y seis navíos en Cartagena.

Estos buques estarían listos antes del 20 ó 30 de marzo; todos con víveres para seis meses y agua para cuatro. Al mismo tiempo se comprometían al embarque de tropas para la campaña que se iniciaba con la declaración de guerra contra Inglaterra, efectuada el 12 de enero de 1805.

Para cumplimentar lo estipulado, el 16 de enero el Príncipe de la Paz dio orden de armamento a los tres departamentos. En El Ferrol, al recibirse esta orden se encontraban listos los siguientes navíos:

Príncipe de Asturias, Neptuno, San Agustín, Monarca y San Fulgencio. Fragatas: Prueba y Venganza. Armándose los navíos San Juan Nepomuceno y San Francisco de Asís y la fragata Flora. Y desarmados los navíos: Concepción, Mejicano, San Fernando, Oriente, San Telmo, San Idelfonso, Montañés y San Julián.

Al ser nombrado por el Ministro de Marina, el teniente general Grandallana, para el mando de la escuadra del Ferrol, a su llegada a la ciudad, se estaban armando todavía los navíos San Juan Nepomuceno y San Francisco de Asís. Al tomar el mando reorganiza sus fuerzas; enarbolando su insignia en el Príncipe. Posteriormente se desarman las fragatas Prueba y Venganza que son sustituidas por la fragata Flora y la corbeta Mercurio.

Todo lo cual indica una inactividad de la fragata Prueba en el periodo de esta guerra y de la batalla de Trafalgar. Después del desastre de dicha batalla, con las arcas del Estado exhaustas y la reducción del comercio marítimo por las prolongadas guerras en la mar, los barcos se pudren en los Arsenales por falta de carena.

El aguerrido marino Tomás de Sostoa Achúcarro, héroe de la Guerra de la Independencia, ingresó como cadete en Buenos Aires. Fue trasladado a España, donde aprobó el examen de guardia marina el 2 de septiembre de 1806. Su primer destino fue El Ferrol, a bordo de la fragata Prueba, y se encargaba de la protección de las embarcaciones que acudían para su reparación al arsenal, durante el bloqueo de los ingleses ya que Napoleón relanzó con el Decreto de Berlín del 21 de noviembre de 1806 el enfrentamiento directo con los británicos mediante la práctica de la guerra económica total del Bloqueo Continental al que se adhirió España.

El teniente de navío Primo de Rivera había desembarcado de la fragata Prueba el 21 de abril de 1807 por haber sido nombrado ayudante del consejero del Almirantazgo don Ignacio Mª de Álava.

El 3 de mayo de 1808, después del levantamiento madrileño, salió de comisión para Valencia acompañado de D. Antonio de Escaño y regresó a Madrid después de haber contribuido a excitar los ánimos de los españoles en defensa del reino. Luego se dirigió a Zaragoza donde mandó las baterías del Portillo y Puente de Piedra y organizó la vigía de la Torre Nueva y destacándose heroicamente en la lucha contra los franceses.

El 8 de noviembre se le confirió el mando de la corbeta Mercurio. En los primeros meses de la Guerra de la Independencia, salieron a por caudales los navíos San Justo y Paula con rumbo a Veracruz, el San Fulgencio a Lima; las fragatas Prueba y Flora a Buenos Aires.

Los años de la guerra, al tener el Reino Unido y España el dominio del mar (después de la rendición en Cádiz de la escuadra francesa de Rosilly), la Armada se dedicó además del asunto económico con las colonias, a hacer imposible a los franceses todo transporte marítimo, haciendo fracasar casi todos los convoyes costeros que organizan y cortando la acción de los corsarios que tratan de ejercer con pequeños buques armados, transportan tropas y ayudan en las contiendas que se desarrollan en tierra; hacen labores de enlace, correo y traslado de políticos, gran parte de la marinería organizada en regimientos se unirán a las tropas terrestres en la lucha.

En 1810, la fragata Prueba en el puerto de Cartagena es solicitada por un crecido número de Diputados a Cortes de las provincias levantinas para ser trasladados desde Cartagena a Cádiz, cosa que no pudo realizar por causas de servicio ya que se le ordenó ir a Mallorca para traer unos 500 hombres, de granaderos de Cuesta para refuerzo del ejercito ante la prevista inminente llegada a tierras de Murcia del ejército francés de Sebastiani.

Una nueva oportunidad para el traslado de dichos Diputados, a bordo de la fragata Prueba, esta vez desde Alicante, se frustró debido a que ciertos individuos del buque habían experimentado ciertas enfermedades que, examinadas por la junta de sanidad de Alicante, habían sido calificadas de fiebre amarilla, por cuya causa debieron dirigirse al lazareto de Mahón. Tuvieron nueve enfermos de los que murieron cuatro.

Los Diputados que esperaron nuevas oportunidades de viaje en Torrevieja, pudieron al fin realizarlo a bordo del navío Héroe y de la fragata Venganza, zarpando desde Santa Pola. La Prueba aún llego a trasladar algunos de estos diputados. El 23 de Enero de 1811, cuando se disponía a marchar en socorro de Badajoz, muere en Cartaxo (Portugal) víctima de un aneurisma, el General Marqués de la Romana don Pedro Caro y Sureda. Sus restos fueron trasladados a Mallorca, desde Cádiz en la fragata Prueba, recibiendo sepultura en el convento de Santo Domingo con el reconocimiento de las Cortes Generales y Extraordinarias de Cádiz.

Vista la precaria situación y atendiendo a lo solicitado por el Ayuntamiento de Palma y por la Comandancia del 5º Departamento de Artillería (el de Segovia que se había establecido en las Baleares) el Consejo de Regencia dispuso que el Colegio se trasladara a Palma de Mallorca.

Ayuntamiento y Comandancia decidieron que el Colegio se alojara en el edificio de Montesión, ocupado a la sazón por la Biblioteca de la Universidad y la Sociedad Económica de Amigos del País, y en el próximo Seminario, trasladando Biblioteca y Seminario al convento de San Francisco y la Sociedad Económica al de Santo Domingo.

Entre tanto, el 12 de junio de 1811 había llegado a Palma, a bordo de la fragata Prueba, una segunda expedición colectiva del Colegio, integrada por un teniente coronel y quince cadetes que quedaron alojados en un local del Cuartel Nuevo, inmediato a La Lonja.

La fragata Prueba hizo viajes entre España y La Habana, como anécdota, a la vuelta de uno de esos viajes, nació en ella el erudito contramaestre gallego Juan Lourido Gonzalez, sacándolo de pila el capitán Gregorio Gelos, también gallego, junto al capellán de a bordo Benito Sueiro.

En 1819 las posesiones españolas en el Nuevo Continente estaban amenazadas por los movimientos independentistas y la insurrección.

En este ambiente y ante las insistentes peticiones de los gobernadores de las provincias en el Pacífico, con el propósito de enviar fuerzas navales fue organizada con premura una escuadra a principios de 1819.

La componían cuatro buques: El navío San Telmo construido en 1788 en los Astilleros de Esteiro de El Ferrol cuyos fondos se encontraban ya en mal estado; el navío Alejandro I, uno de los cinco navíos que dos años antes habían sido comprados a Rusia, en tan lamentable estado que poco después tuvieron que ser desguazados; la fragata Prueba y la fragata mercante Mariana, para el transporte de tropas. El mando de la escuadra recayó en el capitán de navío don Rosendo Porlier, quien izó su insignia en el navío San Telmo el 19 de marzo de 1819. Meliton Benito Pérez del Camino y de Llarena estuvo al mando de la fragata Prueba.

La fragata Prueba apareció sobre las aguas del Callao, al tiempo que se hallaba bloqueado este puerto por la escuadra insurgente chilena al mando de Thomas Alexander Cochrane, con las fragatas O’Higgins, Lautaro, e Independencia y los navíos San Martín y Araucano. Mientras en El Callao, empalizadas resguardaban la escuadra realista, compuesta por las fragatas Esmeralda y Venganza, la corbeta Sebastiana y los bergantines Pezuela y Maipú, 30 lanchas cañoneras y unos tres buques mercantes.

Pero la equivocación de Lord Cochrane, que tomó a la Prueba por barco ballenero de los Estados Unidos, y la oportuna maniobra del capitán español, que viró a toda prisa para el puerto de Guayaquil, privaron a los chilenos de esta presa que la fortuna había puesto en sus manos.

Así comenta el virrey de Perú Joaquín de Pezuela en carta al gobernador de Panamá la circunstancia de la escuadra de Porlier: «Contestando al número anterior de Vuestra Señoría le dije en 8 del corriente la disposición que habían padecido los buques de la armada destinados a estos mares por malos tiempos y la avería del Alexandro, según noticias comunicadas por la fragata Prueba. La mercante Mariana que ha llegado después, repite la misma noticia añadiendo haberse mantenido por más tiempo en convoy con el Telmo, del que se separó por haberle sido común a éste la propia desgracia, de que resultó forzar de vela hasta meterse felizmente en el Callao. De esto resulta que las fuerzas marítimas existentes hoy en el Callao son las mismas con que antes me hallaba, pues la fragata Prueba, a cuyo comandante comuniqué orden terminante para que fuere a refrescar y reponer sus enfermos a Pisco, acabo de tener la sensible noticia de que, faltando a ella, se ha dirigido a Guayaquil, cuyo suceso impide que en mucho tiempo verifique este buque su interesante reunión a dichas fuerzas; y por lo mismo es imposible que pueda dividirlas sin riesgos y sin conocida utilidad del servicio como al que esperé sacar con el navío, fragata y demás buques que se hallan anclados al abrigo y para defensa de este puerto.»

La fragata Prueba participó en la defensa de las costas ecuatorianas para dirigirse después al norte. El 12 de mayo de 1.820, el corsario al servicio de Chile Juan Illingworth Hunt, combatió en ‹Punta Galera› contra la fragata Prueba, fue herido en la mejilla izquierda por una esquirla de metralla, la sangre llegó a mojarle las botas y a consecuencia de la hemorragia sufrió un desmayo. Años después le decían ‹Cara de Plata› porque acostumbraba a usar una placa que disimulaba la herida.

Dispuesta la expedición al Perú del Ejército Libertador Argentino-Chileno, el 20 de agosto de 1820 zarparon de Valparaíso las naves del almirante Cochrane con sus comandantes: la fragata O´Higgins, capitán Thomas Crosby; la Lautaro, capitán Martín George Guise; bergantín Galvarino, capitán Spry; el navío San Martín, capitán Wilkinson; la fragata Independencia, capitán Forster y los transportes armados: Mackena, Potrillo, Santa Rosa, Delano, Jerezana, Perla, Águila, Peruana, Emperadora, Dolores, Consecuencia y Gaditana. Con estas unidades marchaban once cañoneras y la gloriosa La Argentina, al mando del antiguo corsario Hipólito Bouchard que transportaba a los hombres del famoso regimiento de San Martín, los Granaderos a Caballo y su escolta personal de Cazadores a Caballo.

La campaña se presentó erizada de obstáculos que se fueron salvando. El 20 de octubre la escuadra patriota se halló frente a la Fortaleza del Callao. El 5 de noviembre en una audaz maniobra nocturna del Almirante Cochrane, fue tomada en esa bahía la fragata de guerra española Esmeralda y dos cañoneras de la guardia del puerto. La superioridad naval patriota en el Océano Pacífico estaba así decidida y el dominio de los mares le pertenecía exclusivamente.

Mientras se rendía la fortaleza, se producía desavenencias entre Cochrane y San Martín, en una disputa acerca del pago y el mantenimiento del ejército. Finalmente, una vez rendido el Callao, ya no era necesario el bloqueo y el Libertador envía a Cochrane a Chile para que diera cuentas a ese gobierno de la continuidad de la escuadra, el Almirante zarpa del Callao en octubre pero en vez de regresar a Chile, sale en búsqueda de las dos últimas fragatas de la marina española en esas aguas: Prueba y Venganza. Habiendo llegado al puerto de Guayaquil y no encontrándose allí las mencionadas naves, continuó su travesía hasta Acapulco.

La fragata Prueba formaba parte de la escuadrilla española en el Pacífico, junto a la fragata Venganza y la corbeta Alejandro. Las dos fragatas, ‹que habían zarpado del Callao antes que Cochrane volviera a bloquear este puerto, transportaron› en 1820 tropas españolas de los puertos intermedios a Cerro-Azul, y sabedores aquí sus comandantes Villegas y Soroa del estado del Callao, o por órdenes con que se hallarían o por resolución propia, hicieron rumbo al Norte, apareciendo en Panamá, pasaron luego a San Blas y Acapulco en el reino de Méjico. Gracias al gobernador de Acapulco, pudo Cochrane saber los detalles de la visita de la Prueba y la Venganza.

A mediodía del 14 de mayo, a la altura de Cabo Manglares, la fragata Prueba avistó un buque a barlovento a una gran distancia. Ambos se iban aproximando con el objeto de reconocerse, hasta que a las tres de la tarde, a una legua de distancia, la nave avistada viró en redondo, navegó de ceñida, y huyendo cambió el pabellón británico que hasta ese instante había tenido por el pabellón chileno. El buque español intenta dar caza a la corbeta chilena, sobre las cuatro intenta el combate, pero no consigue tenerla a tiro largo de bala, hasta el anochecer, cuando ya la corbeta se escabulle en la oscuridad. Durante toda la noche la fragata Prueba navega en bordada por las condiciones del viento, esperando tener la corbeta enemiga nuevamente visible en el horizonte al despuntar el día, ya que el enemigo no podía ganar tanto barlovento.

Al amanecer del día 15 de mayo se divisa otra vez al buque chileno cinco leguas a Sotavento, e inmediatamente la fragata aproa sobre ella a darle caza, la corbeta navegó a un largo, recibiendo más viento por la aleta, hinchando las velas para evitar el combate, pero con la fragata acortando la distancia, a medio tiro de cañón tuvo que abrir fuego.

La fragata española no respondió hasta tenerla a muy corta distancia, entonces abrió fuego a doble munición, estremecida por los retrocesos, en ese momento los buques estaban ya situados en la parte meridional de la Isla Gorgona. La acción se mantuvo sin interrupción por más de una hora, hasta que la corbeta consideró que la fragata estaba empeñada en los fondos de tierra, entonces para evitar el naufragio, buscó la popa de la fragata, pero la maniobra resultó un desastre porque a distancia tan corta una de otra que casi se roza con ella, con la artillería de la fragata preparada, recibió tal andanada que dejó en silencio todos sus cañones, que hasta entonces había hecho fuego sostenido, siendo incapaz ni de responder con tiro de fusil.

El comandante John Illinworth quedo gravemente herido en la cara, incluso se creyó muerto, el buque corsario completamente silenciado se puso en fuga; la fragata española, con su proa a punto de encallar en los arrecifes de la Isla Gorgona, viró enérgicamente, y bajo una fuerte lluvia, el enemigo se había perdido de vista en la oscuridad.

Al amanecer del día 16 de mayo, el comandante español, Antonio Vacaro, vuelve a buscar la corbeta, primero en los fondeaderos de la isla Gorgona, al no encontrarla, se dirigió a la costa, donde descubre que la Rosa de los Andes, que había quedado muy dañada, se iba internando por la boca del río Iscuandé, buscando refugio en el cauce del río, arrastrando la corbeta hacia el interior, con la protección del bajo fondo del río, para no ser capturada, o porque la corbeta ya no podía mantenerse a flote. Vacaro con toda precaución aproxima la fragata a los fondos de tierra de la costa, pero los bajos del suelo le impidieron seguirla por el río, ordenando que tres botes con sondas comprobaran que no era factible el paso, lo que se confirmó, por ello desistió por el gran riesgo de encallar, el buque chileno finalmente quedó varado en el río Iscuandé.

Antonio Vacaro, permanece hasta el 21 de mayo en la Isla Gorgona, tras rehabilitarse allí mismo, pone rumbo al Sur, remitiendo el parte del combate al Virrey. Una fragata estadounidense da parte del combate a las autoridades españolas. El presidente de Quito, Melchor Aymerich, puso también en conocimiento del virrey el extenso comunicado del día 30 de mayo del gobernador de Barbacoas, Antonio Rodríguez y Moreno, que transmite los informes de dos de sus destacamentos avanzados, que comunican que la Rosa de los Andes ha quedado varada en el río Iscuandé, siendo abandonada por su tripulación que consigue huir tierra adentro, el buque habría sido incendiada en esa fecha o con anterioridad. La veracidad del comunicado del comandante Illinworth del mismo 30 de mayo queda en cuestión.

Estas fragatas habían fondeado en Acapulco el 27 de febrero de 1821, precisamente el día en que se juró en ese puerto el Plan de Iguala proclamado por Iturbide y que declaraba prácticamente la independencia de México, el plan no contaba con grandes simpatías en la región y tres semanas más tarde una contrarrevolución restablecía el régimen colonial en medio del más placentero contento de la población.

El comandante de la Prueba, don José Villegas, que actuaba como comodoro, había jugado un papel importante en esta restauración y ante el peligro de un contraataque patriota se habían embarcado los caudales españoles a bordo de las naves. Pero esta victoria temporal para las armas reales no duró mucho, pues el 15 de octubre la ciudad era otra vez ocupada por fuerzas mexicanas independientes. Como la nueva organización se hacía con el fin de permitir la unión de patriotas con realistas, mexicanos con españoles, el arreglo permitía a Villegas quedarse con sus naves en Acapulco sin ser molestado.

Pero el comodoro tenía problemas internos con sus tripulaciones, si bien los mexicanos lo toleraban, no por eso lo consideraban parte de la marina imperial, que era inexistente, no tenía fondos para pagar sus tripulaciones o comprar provisiones, era también posible que los fuertes lo atacaran si la política cambiaba, con lo que las naves pasarían a México.

Pero su principal dificultad estaba en que la tripulación estaba al borde de amotinarse, porque la mayoría de las tripulaciones eran de los ‹rotos› o ‹cholos› y las perspectivas de quedarse en México no les atraía y los pocos peninsulares que quedaban a bordo, ansiaban también volver a Chile o al Perú; hasta el propio comodoro, según se ha dicho, quería establecerse en Chile, donde había sido gobernador de Valparaíso, de hecho, terminó sus días como maestro de matemáticas, incluso impartiendo clases en la Escuela Naval de ese puerto.

Convencido de que la causa española en América estaba perdida, Villegas ordenó a sus fragatas levar anclas el 13 de noviembre de 1821, saliendo en busca de la escuadra chilena para entregarse o unirse a ella, los capitanes españoles José de Villegas y Joaquín de Soroa firman un tratado de paz con el coronel José de Fabrega el 4 de enero de 1822, entre la monarquía española y los patriotas donde acuerdan la no agresión a los territorios del istmo y la retirada de las tropas y todos los barcos de la Corona Española de la nueva nación istmeña, quedando en Guayaquil donde se negoció la entrega de las fragatas.

Por aquellos días, el coronel Rojas fue nombrado secretario del general Francisco Salazar y Baquíjano, ministro plenipotenciario del Perú en Guayaquil, en el desempeño de este cargo, el coronel Rojas intervino en el ajuste del tratado concluido y ratificado el 16 de febrero de 1822, con el jefe de la escuadra española, capitán de navío José Villegas, según las cláusulas del tratado, fueron entregadas al gobierno del Perú las fragatas Prueba y Venganza con la corbeta Alejandra, devolviéndose a sus dueños los buques mercantes españoles apresados, el coronel Rojas firmó el tratado como representante del Perú.

La fragata Prueba dejó Guayaquil el 25 de febrero y finalmente pasó al puerto de El Callao para ponerse allí a órdenes del gobierno del Perú el 31 de marzo de 1822 tras la caída de dicha plaza en manos independentistas, la fragata Prueba, fue rebautizada Protector, naciendo así la marina peruana de la que fue su primer comandante, el almirante Blanco Encalada.

Cochrane emprendió el regreso desde Acapulco, llegando nuevamente a Guayaquil el 13 de marzo de 1822, apoderándose, en esta ocasión, de la fragata Venganza, cuando ya era peruana, arrió el pabellón del Perú e izó el de Chile, a pesar de esto, Cochrane terminó por entregar la fragata capturada a la Junta Guayaquileña, Cochrane abandonó Guayaquil el 25 de marzo y llegando al Callao el 25 de abril, en esta ocasión tuvo el audaz gesto de reclamar la fragata Protector (ex Prueba).

Cuando Cochrane abandonó a San Martín, apoderándose violentamente de los caudales de Lima (una más de estos elementos isleños) depositados en los buques de su escuadra, creó una nueva fuerza naval, cuya base principal fue la fragata española Prueba, que se había entregado en el Callao al gobierno peruano.

Por esta razón San Martín nombró a Bouchard comandante del buque; cuando el después famoso almirante inglés renovó sus reclamos pecuniarios y sus pleitos, el ministro general Tomás Guido, respaldado esta vez por la nueva escuadra peruana y sobre todo, la fragata Prueba,con su capitán, el ministro contestó con firmeza negándose a discutir con Cochrane y refiriéndose al Gobierno de Chile; y en previsión de algún golpe de mano, ordenó al buque de Bouchard estar listo para hacerse a la vela en protección de los demás buques, viendo que nada podía hacer Lord Cochrane decidió retirarse ante la firmeza del gobierno peruano, y al pasar frente a la fragata Prueba, las portas de ésta se abrieron a un tiempo, enseñando toda la batería en zafarrancho de combate, con la gente en su puesto, lo que sirvió de aviso, razón por la que el lord se retiró con rumbo a Chile sin combatir.

En mayo de 1822 su capitán era Juan Esmond uno de los capitanes que habían abandonado el servicio de Chile. El 22 de junio de 1822 zarpó junto a la corbeta Limeña dando escolta a los transportes de la segunda expedición a puertos intermedios. El 7 de abril de 1823 se logró sofocar a tiempo otra sublevación en la fragata Protector.

El 6 de febrero de 1824 un alzamiento a favor de los realistas, permitió la ocupación nuevamente de El Callao por los españoles, entrando en la plaza las fuerzas de la división al mando de José Antonio Monet, el 6 y 7 de octubre de 1824 se presentó la fragata Protector (ex Prueba) frente a El Callao con varias naves menores (una corbeta y cuatro bergantines) y sostuvo un breve encuentro con la escuadra española encabezada por el capitán de navío Roque Guruceta a bordo del navío Asia junto a la corbeta Ica y los bergantines Aquiles, Pezuela y Constante.

Hay una anécdota en que se dice que el vicealmirante peruano Guisse retó al comandante de la flotilla Guruceta, que se encontraba en la rada de El Callao desde el 9 de septiembre, a entablar combate, reto que aceptó el español, saliendo con sus naves en busca de Guisse, quien desde el 6 de octubre del mismo año se encontraba fondeado en la isla de San Lorenzo, al sur del apostadero del Callao obligando a la flota española a retirarse a la peruana, sin embargo, la postrera derrota de las armas española en Ayacucho el 9 de diciembre de 1824 supuso fin a la presencia realista en aquellas tierras y lógicamente la entrega de todas las dependencias del virreinato del Perú.

A inicios de 1825, el almirante Guisse, Comandante en Jefe de la Escuadra bloqueadora del Callao, arriba a Guayaquil a bordo de la fragata Protector para realizar reparaciones, y por presentarse en este puerto un conflicto entre Guisse y el Intendente de Guayaquil, general Juan Paz del Castillo, por ciertas irregularidades en el comportamiento del primero, es destituido, nombrándose en su reemplazo como comandante de la Escuadra Unida al comandante Juan Illingworth.

Participó la fragata Protector en el bloqueo de El Callao, comenzado el 7 de enero de 1825 efectuado sobre el apostadero del Callao, de sus arsenales y de las fuerzas de la guarnición que siguió bajo el mando del brigadier Rodil y que permanecía sin rendirse. El posteriormente almirante John Halstead Coe sirvió en la fragata Protector y tomó parte en este sitio del Callao, el sitio se prolongaría hasta el 1 de enero de 1826 en que se rindió Rodíl.

En 1827 la fragata Protector (ex Prueba) fue rebautizada Presidente.

El primer conflicto internacional al que la naciente República de la Gran Colombia hubo de enfrentar fue contra el Perú, debido a que ocupó militarmente por la fuerza, las provincias sureñas de Colombia.

Desde septiembre de 1828 participaba la Presidente (ex Protector, ex Prueba) en el bloqueo de Guayaquil, como nave insignia del vicealmirante Guisse.

Los buques bloqueadores realizaron diversos desembarcos para tomar prisioneros y material de guerra, además de dañar con ello la moral de los bloqueados.

Participó en el bombardeo de Guayaquil iniciado el 22 de noviembre de 1828, en el que recibió 89 proyectiles. Durante el combate, de la noche del 23 al 24 de ese mes, encalló cerca de Las Cruces, frente a dicha ciudad.

Si bien al amanecer pudo volver a flote por el repunte del río, el último cañonazo que le dirigieron los grancolombianos cuando la nave se dirigía a ocupar el puerto hirió de muerte (en el pecho) al vicealmirante Guise.

El mando de la fragata paso al secretario de Guisse, Valle Riestra, mientras que el de la escuadra fue asumido por el teniente primero José Boterín, de la corbeta Libertad, quien «llevó la escuadra a las bocas del Guayas y fondeó en Punta Piedra para hacer honores a Guisse y remitir su cuerpo al Perú» Aparte de Guisse, en la fragata Presidenta cayeron 21 tripulantes y un oficial que se inhumaron en la ciudad, su comandante, capitán Micklejon, recibió dos heridas de gravedad y a bordo en el combate fueron heridos cincuenta marineros y clases, el casco también recibió grandes averías y la corbeta Libertad hubiera corrido igual suerte, si no hubiese sido por la cobardía de su comandante José Boterín, que a la muerte de Guisse huyó del escenario.

Después de la derrota sufrida en Guayaquil, los buques de guerra peruanos continuaron sus ataques sobre los pueblos indefensos de la Costa. Estas acciones fueron más que razón suficiente para que el Gobierno de Colombia rompiese relaciones con el Perú, exigiendo satisfacciones por las armas, en caso de serle negadas por las vías diplomáticas.

El 25 de junio de 1829, Guayaquil capituló cuando estaba al mando de la fragata Hipólito Bouchard, Bolívar afirmaba el 17 de enero de 1829, en carta al general en jefe Rafael Urdaneta, que la Prueba no podrá combatir más, por estar muy vieja y casi perdida.

La fragata se incendió accidentalmente de forma parcial y voló como consecuencia del fuego en la santabárbara, el 24 de mayo de 1829 en la ría de Guayaquil, por esta razón se comenzó a reparar y se decidió en principio, no abandonar Guayaquil hasta que la fragata no pudiera hacer a la mar (la plaza fue finalmente entregada el 11 de julio de 1829).

Como consecuencia de dicho incendio, Bouchard fue relevado del mando de la escuadra pero conservó el grado de capitán de navío activo sin destino.

Bibliografía:

Cox Balmaceda, Ricardo: La Gesta de Cochrane. Editorial Francisco de Aguirre. Buenos Aires. Argentina, 1976.

Enciclopedia General del Mar. Varios autores. Ediciones Garriga. Madrid-Barcelona 1978. 9 tomos.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y de Aragón. Sucesores de Rivadeneyra. Madrid 1903. Tomo IX.

Franco, Hermenegildo: La Real Armada y su Infantería de Marina en la Guerra de la Independencia. Galland Books, 2008. Valladolid.

Longeville Vowell, Richard.: Campañas y cruceros en el océano Pacífico. Editorial Francisco de Aguirre. Buenos Aires-Santiago de Chile, 1968.

Hipólito Gutiérrez, Abraham Quiroz: Dos soldados en la Guerra del Pacífico. Editorial Francisco de Aguirre. Buenos Aires. Argentina, 1976.

López Urrutia, Carlos: Historia de la Marina de Chile. Andrés Bello. Santiago de Chile, 1969.

Oviedo, Juan: Colección de Leyes del Perú de 1821 a 1859. Nabu pres, sin año.

Vicuña Mackenna, Benjamín: La Guerra a Muerte. Editorial Francisco de Aguirre. Buenos Aires: Argentina, 1972.

Vicuña Mackenna, Benjamín: La Independencia en el Perú. Editorial Francisco de Aguirre. Buenos Aires: Argentina, 1971.

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La Unión

Posted By on 23 de mayo de 2021

Construido en Málaga. España, 1934.

Desplazamiento: 47 tn. Dimensiones: Eslora 19’30, por 6’10 de manga y 2’20 metros de calado. Máquina: Motor diésel de 75 C.V. Velocidad: máxima 9 nudos.

Balandra de pesca de la empresa P. Pineda con base en su mismo puerto de construcción, donde se encontraba al producirse el alzamiento, fue incautada por los gubernamentales y armado, quedando incorporado la flotilla de Levante. Se desconoce el resto de su historial y por tanto su final.

Bibliografía: Para leer clicar sobre ella.

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Sultán de Túnez visita 1815

Posted By on 22 de mayo de 2021

El 14 de noviembre de 1815 fue nombrado Don Rodríguez de Arias comandante general de una división, compuesta por el navío Asía, fragatas Prueba y Esmeralda, más el bergantín Cazador, con una comisión diplomática ante las regencias de Argel, Trípoli y Túnez.

En la corte de Túnez por orden de su Sultán, estaba prohibido presentarse ante él con arma alguna y menos con espadas, dagas o puñales, de fácil manejo en espacios pequeños, por ello muy peligrosos en las cortas distancias, además el mencionado Sultán, a buen seguro lo haría por su propia seguridad.

Pero don Rodríguez de Arias hizo caso omiso de esta rigurosa orden, presentándose portando prendido de su cintura su sable de honor; el Sultán le recriminó su actitud y él parsimoniosamente pero con gran energía en sus palabras le respondió: «Siempre llevo mi espada para usarla contra los enemigos de mi Rey y de mi Patria, y contra cualquiera que directa o indirectamente me faltare.»

Ésta contestación fue del agrado del Sultán, permitiéndole permanecer en su presencia portando su espada, por la misma razón, no tuvo objeción en desprenderse de su yatagán (1) y entregárselo como regalo personal a su demostrado valor y como muestra de su aprecio y amistad.

La división dio la vela el 3 de febrero de 1816, fondeando unos días más tarde en la bahía de Cádiz con la misión cumplida.

  • Yatagán: sable o cuchillo, corvo, ricamente adornado con perlas y piedras preciosas. A su fallecimiento, por testamento pasó al Museo Naval, donde hoy se puede admirar siendo una verdadera joya.

Bibliografía:

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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Transporte regio 1815

Posted By on 21 de mayo de 2021

Por Real orden del 30 de junio se le otorga a don Francisco Beránger el mando de la fragata Soledad, zarpando el 16 de julio siguiente con rumbo a mar del Sur, transportando al teniente general del Ejército don Gaspar de Vigodet, quien iba en comisión secreta.

Tan secreta que ni siquiera llegaron al destino predicho, ya que su verdadera misión era arribar a Río de Janeiro, para dar escolta con su fragata al navío portugués San Sebastián, donde embarcaron las Serenísimas infantas de Brasil, doña María Isabel de Braganza y Borbón y doña María Francisca de Portugal para transportarlas y contraer matrimonio con don Fernando VII y el Infante don Carlos María Isidro, como comandante de las Guardias de Honor fue nombrado el teniente general don Juan José Martínez, una vez a bordo ambas damas se levaron anclas, largaron velas y zarparon, arribando a la bahía de Cádiz sin novedad el 3 de septiembre seguido y el 5 continuo sin desembarcar, se celebró el enlace con representantes del Rey y su hermano.

Bibliografía:

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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Montcabrer

Posted By on 20 de mayo de 2021

Fue construido en 1927, es probable fuera en Barcelona.

Desplazamiento: 223’30 tn. Dimensiones: Eslora 30’10 por 7’54 de manga y 3’77 metros de calado. Máquina de vapor con 240 C.V, y caldera de 12 kg. Velocidad: máxima 9 nudos. Armamento: 2 cañones Nordenfelt de 57/37 m/m y cuatro ametralladoras Oerlikon de 20 m/m.

Era un remolcador, se supone se encontraba en el puerto de Barcelona, por ello fue incautado por los gubernamentales, al producirse el alzamiento, fue militarizado el buque y su mismo capitán con su dotación, manteniéndose cruzando en misión de patrulla entre Cabo Creus y Tortosa, encontrándose el 14 de enero de 1938 frente a Calafell, auxiliando al mercante Betis, fue atacado por un hidroavión, quien le lanzo una bomba, yéndole a caer entre el puente y el guarda humos, inutilizándole prácticamente su máquina, se vio obligado y como pudo a encallar en la misma playa de la citada localidad, la dotación salto al mar y llego a la costa, al finalizar el conflicto, la Comisión de la Armada para el Salvamento de Buques, lo recupero y regreso a su puerto inicial continuando en su servicio.

Bibliografía: Para leer clicar sobre ella.

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Porlier insurrección 1815

Posted By on 19 de mayo de 2021

Don Pedro Sáenz fue nombrado por la Regencia, el 2 de julio de 1813 Gobernador militar de la plaza de Ferrol, donde hizo frente entre el 19 y 23 de septiembre de 1815, a la insurrección del Mariscal de Campo D. Juan Díaz Porlier, por ser un liberal y actuar contra del rey D. Fernando VII, siéndole reconocido por las Reales órdenes fechadas los días 22 de septiembre, 4 y 10 de octubre seguidos, permaneciendo en su puesto hasta el 11 de marzo de 1816.

D. Juan Díaz Porlier fue detenido e ingresado en prisión, tras un consejo de guerra sumarísimo, fue condenado a muerte, lo que se cumplió el 3 de octubre de 1815, en el patíbulo situado en el Campo de la Leña, pero se le tributaron los honores fúnebres de Capitán General.

Bibliografía:

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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Navíos perdidos en el periodo 1795-1815

Posted By on 18 de mayo de 2021

Don Francisco de Paula Pavía publicó el 25 de junio de 1850 en la Revista Militar:

«En cuanto á que los ingleses no hacían entonces el favor de suponer arrojada a la marina española, contestaremos á Monsieur Thiers, que tampoco tenían el más aventajado concepto de los marinos sus paisanos; y le añadiremos, que los primeros dominadores del mar, y dichosos á la par esforzados guerreros, no fue á la marina española á la que más daños causaron en sus guerras marítimas desde 1795 á 1815.

En esta época los ingleses tomaron, quemaron ó echaron á pique, obligaron á incendiar ó perderse en las costas á; 87 navíos franceses de todos portes; 31 navíos holandeses; 26 navíos dinamarqueses, y 18 navíos españoles.

Véase, pues, cómo los franceses no pueden vanagloriarse de sus triunfos marítimos ni hacer comparaciones, que, sobre odiosas, se hermanan en ellas las injusticia con la ingratitud.

Tampoco cabe mayor sinrazón que la de siquiera sospechar falta de valor a D. Cayetano Valdés, que mandaba la escuadra española de Cartagena. Merecía este General justo concepto de inteligente é intrépido marino por su conducta valerosísima en el combate de San Vicente el 14 de febrero de 1797; por la que después mostró en Trafalgar, donde cayó cubierto de horrorosas heridas, y por otros hechos de su brillante carrera: y la arribada a las Baleares en nada puede oscurecer su buena fama; antes por el contrario, sus resultados fueron ventajosísimos para la España, pues á esta escuadra le alcanzó en Mahón el alzamiento nacional de 1808, y se salvó; que si hubiera estado en Tolón cuando dichos acontecimientos, seguramente hubiesen sido presa de los franceses.»

Bibliografía:

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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Santa Eulalia-Seehund-Ernst Brockelman

Posted By on 17 de mayo de 2021

Construido en Breslau. Alemania, 1920.

Desplazamiento: 213 tn. Dimensiones: Eslora 35’6, por 6’95 de manga y 3’60 metros de calado. Máquina: Vapor con 380 C.V. con caldera de 12 Kg. Velocidad: máxima 9’5 nudos.

Era un pesquero alemán con el nombre de Ernst Brockelman, pasando a otro armador alemán quien lo renombró Seehund, en 1928 fue comprado por la empresa Marles de Barcelona, siendo bautizado Santa Eulalia, pasando destinado al Cantábrico, al producirse el alzamiento se encontraba en Muros, siendo incautado por el gobierno de Madrid, al igual que el Gazteiz de la misma empresa, fue asaltado por fuerzas de orden público y obligado a salir con rumbo a Bilbao, pero al contrario que su compañero, no se sabe si fue armado y ni siquiera si se le cambio el nombre, lo bien cierto es que pudo salir del puerto y se refugió en Burdeos, donde pasado un tiempo se dice se entregó a los sublevados, pero quedando en él hasta finalizar la guerra; de ser así correría la misma suerte que todos los demás, que consistía en ser devuelto a su propietario.

Bibliografía: Para leer clicar sobre ella.

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Desembarco en Panamá para cruzan al Pacífico 1815

Posted By on 16 de mayo de 2021

La división del brigadier don Pascual Enrile, en la expedición al mando del general Morillo, y Manuel de Villavicencio como Ayudante a las órdenes de don José María Chacón, comandante del convoy, zarparon el 17 de febrero de 1815 realizando el cruce del océano Atlántico con rumbo a Tierra Firme.

El 8 de abril fondearon en el puerto de Pampatar en la isla de Santa Margarita, siéndole entregado el mando a don Manuel de Villavicencio la lancha obusera número 1, participando en el ataque obligando a la rendición el 10, recibiendo la orden el 19 siguiente de trasbordar a la corbeta Diamante, siendo destinado el buque a la isla de Coche y Cumaná, de donde salió dando protección a un convoy de cuarenta y seis transportes con destino a puerto Cabello, de donde volvió a zarpar con derrota a Portobelo, de aquí dio la vela escoltando cuatro lanchas cañoneras y sesenta piraguas con tropas, destinadas a cruzar el istmo de Panamá para arribar al Callao.

Bibliografía:

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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Manuel de Cañas-Trujillo y Sánchez de Madrid

Posted By on 15 de mayo de 2021

Manuel Cañas-Trujillo y Sánchez de Madrid.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.

Teniente general.

Consejero Real.

Ministro de Marina.

Benemérito de la Patria.

Vino al mundo en la población del Puerto de Santa María el 16 de enero de 1777, siendo sus padres, don Nicolás Francisco de Cañas Trujillo y García de Pastrana, Regidor de la población y doña Magdalena Sánchez de Madrid y Bacaro. Sufrió la desgracia de perder a sus padres y una hermana todos juntos en el hundimiento del puente del Guadalete, pasando en principio a hacerse cargo de él su abuelo materno, por fallecimiento del tutor lo acogió una tía (hermana de su madre) doña Isabel Sánchez de Madrid, recibiendo una esmerada educación.

Viendo su inclinación a la vida marítima, se elevó un suplicatorio a S. M., para obtener la dispensa de edad para poder ingresar en la Corporación, recibiendo carta orden para su acceso, sentando plaza de guardiamarina en la Compañía del Departamento de Cádiz el 26 de mayo de 1791. Expediente. N.º 1.944. Realizó con tanto esmero y altas notas sus lecciones teóricas que fue nombrado brigadier de su grupo, recibiendo orden de pasar a embarcar en el navío Conquistador, a la sazón buque insignia del general don Juan de Lángara para comenzar sus estudio prácticos, zarpando a mediados de 1793 con rumbo a Tolón, uniéndose a la escuadra británica del almirante Hood, al arribar a la base francesa desembarcó la tropa y tomó el puerto, arsenal, fortalezas y plaza.

Se le puso a las órdenes de capitán de navío don Antonio de Estrada, a quien se le encomendó la conquista de la población de la Malga. Encontrándose aquí (se enteró posteriormente) firmó S. M., la Real orden con fecha del 19 de octubre de 1793 con el ascenso a alférez de fragata.

Continuó en su puesto formando parte de las tropas desembarcadas, participando en todos los combates que como jefe de las tropas puestas en tierra ejercía de general en jefe don Federico Gravina, pasando por los diferentes combates en las montañas del Faraón, Malburque, Artiga y otras, fue tal su comportamiento que no pasó desapercibido a sus jefes, quienes de palabra le dieron las gracias. La plaza fue contraatacada por el ejército revolucionario francés, al mando de Dugomier y entre sus jefes un joven comandante de Artillería llamado Napoleón Bonaparte, quienes atacaron con tantas unidades y fuerza que obligaron al ejército aliado a reembarcar, siendo dirigida esta maniobra con el mayor de los aciertos por el Mayor General de la Escuadra el general don Ignacio María de Álava, estando Cañas como su ayudante, siendo de los últimos en realizarla consiguiendo encontrar sitio en la fragata Florentina continuando embarcado, el buque puso rumbo al cabo Sepet é islas Hyères, arribando a principios de 1794 al Arsenal de Cartagena.

No le permitieron descansar, pues comenzó una serie de trasbordos de navíos, siendo el primero el Conquistador, pasando al Mejicano, San Fernando, Salvador del Mundo, San Carlos, San Sebastián y San Telmo, con ellos navegó por todos mares de la península, Tierra Firme y las Antillas. El 13 de enero de 1797 se encontraba embarcado en el navío San Francisco de Asís, al mando de don Alonso de Torres-Guerra, el cual se hallaba a unas diez leguas de la bahía de Cádiz, cuando fueron vistos por cuatro fragatas británicas, éstas pensando en la ventaja que les daba su mayor número y velocidad pusieron rumbo de vuelta encontrada, al estar a tiro de cañón comenzó un vigoroso combate contra los buques enemigos, el fuego del navío pronto se hizo sentir en los cascos británicos, por ello fueron intercambiando de lugar las enemigas pero se vieron obligadas a abandonar las aguas, por haber sufrido dos de ellas graves daños, comunicado su buen proceder por sus superiores, pronto recibió una Real orden con las Reales gracias.

Al poco de arribar llegó la noticia del fatídico encuentro naval del 14 de febrero seguido, por ello zarpó inmediatamente su navío formando parte de una división al mando del general Domingo de Nava para dar escolta al maltrecho Santísima Trinidad, pues en el mencionado combate fue el objeto principal de conquista británica, pero aún así escapó, aunque no cejaron en su persecución y aún tuvo que mantener otro combate en solitario en las aguas frente a Catin el 28 siguiente contra la fragata británica Terpsichore, una de las cuatro y tres corbetas enviadas por John Jervis para terminar con él, pero solo utilizando la artillería de popa la dejó fuera de combate, poco después consiguió la división localizarle y darle escolta hasta la bahía de Cádiz.

En el posterior bloqueo de la bahía de Cádiz por la escuadra británica, fue de los que participó con la lancha de su navío armada en cañonera en todas las acciones contra los enemigos que se dieron, sobre todo se distinguió en los ataques del 3 y 5 de julio.

El 5 de febrero de 1798 se encontraba embarcado en el navío Soberano, por causa de un temporal el contralmirante británico tuvo que romper la formación de bloqueo, aprovechando el momento de desconcierto en la enemiga, el general al mando don José de Mazarredo ordenó su persecución, permanecieron ocho días en la mar sin obtener resultado alguno, por ser más rápidos los buques enemigos.

Zarpó de nuevo la escuadra con rumbo al Mediterráneo, donde se unió a la francesa del almirante Eustache Bruix, regresando juntas a la bahía de Cádiz y zarpando de este puerto con rumbo al Atlántico, pero al estar a la altura del cabo de San Vicente su buque comenzó a hacer agua, avisado el general de ello fue revisado por los calafates y carpinteros del buque insignia, quienes dictaminaron que en esas condiciones no era posible continuar viaje a Brest, dándole permiso para regresar a la bahía de Cádiz a reparar.

Comenzó un nuevo recorrido de embarques, pues fue trasbordando del navío América, a las fragatas Florentina, Asunción, Dorotea y Astrea por último a la corbeta Duque de Clareuse, comisionadas para combatir el corso para contrarrestar la piratería ejercida por las regencias norteafricanas.

Se encontraba embarcado en el bergantín Ligero, cuando se destinó el buque al apostadero de Montevideo, pero en su viaje al pasar por las islas Canarias, tuvo que batirse con una balandra británica del porte de 16 cañones, siendo de superior porte al buque español, como añadido, el problema aumentaba considerablemente al tener la pólvora en mal estado, por ello no podía defenderse en buenas condiciones, llegándose a utilizar la que llevaban los hombres de los batallones, pero a pesar de todas estas contrariedades supieron salvarlas, consiguiendo al fin poner en fuga al enemigo con graves daños. Después de estar más de nueve años con el grado de alférez de fragata, por fin, con fecha del 5 de noviembre de 1802, recibió una Real orden con su ascenso al grado de alférez de navío. (Por lo escrito hasta aquí, nos parece una injusticia total tardar ese tiempo en darle su ascenso.)

En 1804 pasó embarcado al bergantín Penélope, zarpando de Cádiz formando una división, con rumbo a la Capitanía General de Venezuela para restaurar la presencia de la Real Armada en aquellas aguas, en cuyos territorios ya se iba agudizando el intento de alzamiento de los insurgentes. Al arribar se le otorgó el mando del balaux Sultán, permaneciendo en el desempeño de diferentes comisiones, una de ellas y muy importante, fue la de ayudar a repartir la vacuna contra la viruela en apoyo a la expedición Balmis y Salvamy por todos los puertos de Tierra Firme y las Antillas. Enfermedad que fue la culpable de provocar la mayoría de las muertes entre los indígenas por no estar inmunizados, siendo con diferencia la primera causa de fallecimientos de éstos en aquellos territorios. Y no lo que otros cuentan sobre la “Leyenda Negra”, que más bien es una Leyenda como su propio nombre indica.

En esos instantes un tal Miranda, nacido español pero general de Francia, quiso levantar al pueblo con el grito de “Libertad”, siendo seguido por muchos, pero no eran esas sus intenciones, sino más bien aprovecharse de la sangre de los demás para adueñarse de varias islas. La respuesta española no se hizo esperar, el mismo Cañas a pesar de su bajo grado, se le entregó el mando de la división de pequeños buques afectos a aquel virreinato, actuando con tanta energía y fuerza que en poco tiempo dominó la situación.

En agradecimiento del Virrey y puesto en conocimiento del Rey, éste tuvo a bien enviarle una Real orden con fecha del 8 de diciembre de 1804, comunicándole que por sus muchos méritos en los combates pasados, se le ascendía al grado de teniente de fragata. Fue destinado a Puerto Cabello y se le otorgó el mando del bergantín Penélope, pasado un tiempo trasbordo como comandante a la goleta Carmen, por esta época se declaró la insurrección en el Gobierno de la capital de Venezuela y desde las más altas instancia de los independentistas, al carecer de mandos adecuados a su causa ofrecieron a Cañas todo cuanto pidiese si se pasaba a su bando, pero él fiel a su juramento como siempre, a pesar de la amenaza de poder ser víctima su familia, a la que había dejado en la zona ahora levantada, ni siquiera contestó a estos cantos de sirena y con su buque puso rumbo a Curaçao desde donde zarpaba para cortar el tráfico de los insurrectos.

De nuevo sus jefes pusieron en conocimiento de S. M., los hechos que le arropaban con un ejemplar comportamiento, así por Real orden del 19 de octubre de 1810, se le reconoce oficialmente su lealtad y méritos. Se le otorgó el mando de la goleta Veloz, pasando al poco tiempo al bergantín Caimán, con ellos realizó transportes de tropas a Maracaibo, así como vigilancia de costas y control del tráfico marítimo, todo por haber sido nombrado por el Virrey; Mayor, Teniente y segundo Jefe de las divisiones volantes, para acudir a los puntos de mayor presión, en la provincia de Pamplona del Nuevo Reino de Granada.

Pasó a tierra, pues eran más necesarios los conocimientos de todos, formó y organizó un división mixta de Infantería y Caballería, con ella castigó duramente a los insurrectos en diversos combates, se reunió con la división del coronel Orbeto, desde donde unidos pasaron a los campos de Araure, donde quedó unido el ejército bajo el mando del brigadier Cevallos, dirigiéndose por los ríos Ajurre y Orinoco. Al alcanzar la villa de San Carlos, le llegó también una Real orden del 24 de mayo de 1811 con su ascenso a teniente de navío, siendo confirmado como Gobernador político y militar de la misma villa. Continuó su campear por aquellas tierras, hasta noviembre de 1814 por pasar directamente a las órdenes del capitán general de Venezuela.

En un breve resumen: permaneció en tierra treinta meses, pasó por lugares donde el hombre no había estado jamás (solo él y sus hombres), zonas casi inaccesibles y participando en los combates de San Antonio de Tachira, San José de Cucuta, en la retirada que posteriormente se realizó de estos lugares, en el famoso sitio de cuarenta días de la ciudad de Grita, en los combates de Betixoque y Carache, en la conquista de la villa de Arande, en la más sangrienta de la contienda, Orcones, así como en otros lugares, poblaciones, villas y ciudades.

El capitán general de Venezuela en noviembre de 1815, le comisiona para hacerse cargo de una división de diferentes buques, regresando a su líquido elemento, todo para poder transportar un ejército a la isla Margarita y con los buques prestarles el apoyo debido. Se formó la expedición y se reconquistó la isla, pero durante seis meses fueron apareciendo cada vez más y más buques insurgentes, por ello conseguir hacerles llegar víveres y pertrechos de guerra cada vez era más difícil por los continuos combates, provocando a su vez unas pérdidas constantes de hombres y daños en los buques. Al mismo tiempo estaba transportando víveres y pertrechos de guerra, navegaba bojeando la costa hasta Cumaná abasteciendo a las tropas realistas.

Por todos estos desvelos que no le dejaban un día sin acción y comunicado a S. M., recibió una Real orden del 26 de octubre de 1816 con su merecido ascenso a capitán de fragata. Ante la manifiesta escasez de todo tipo de alimentos y pertrechos de guerra, se le comisionó para arribar a los Estados Unidos y comprar, desde buques, pasando por pólvora y fusiles, llegando a la ropa (algunas tropas andaban casi peor que los indios en el descubrimiento) y terminando por los víveres, consiguiendo de todo gracias a la caja de la Habana, regresando a éste puerto con todo lo demandado por las autoridades. Al arribar se le dio el mando de la corbeta Ninfa, con la comisión de trasportar al nuevo capitán general a la isla de Puerto Rico, pasando posteriormente a Puerto Cabello, donde se le dio el mando de la división naval de esa zona para realizar cruceros de protección al tráfico marítimo en Tierra Firme, teniendo una participación importante con su buque en el bombardeo de Cumaná el 20 de mayo de 1818.

Tanto abusó de su salud que se vio forzado a dejar el mando de su corbeta y pasar a recuperarse a un hospital en la Habana. Restablecido de sus males que no eran pocos, se reincorporó al servicio en febrero de 1821, (indicándonos le costó recuperarse casi tres años), se le otorgó el mando de la corbeta María Isabel, permaneciendo en cruceros sobre la costa N., y S., de la isla en protección del tráfico y vigilancia, de los canales viejo y nuevo. Protegió un convoy con tropas, el cual zarpó de la Habana con rumbo a San Juan de Ulúa, destinadas a intentar recuperar la plaza de Veracruz arribando sin novedad. Regresó a la Habana y se le comisionó para dar protección a otro convoy de cincuenta velas, pero esta vez con rumbo a la bahía de Cádiz, pero al terminar su comisión volvió a la Habana, arribó el 17 de marzo de 1823 recibiendo la orden de desembarcar y pasar de nuevo a la Península, regresando por falta de buques propios vía Estados Unidos, Irlanda y Reino Unido, desde donde lo transportaron a Gibraltar. (Complicada, pero al menos una curiosa forma de llegar.)

Salió del Peñón por carretera hacía su Departamento, pero fue apresado por el ejército francés de los «Cien mil hijos de San Luis» quienes tenia la ciudad de Cádiz bloqueada, trasladándolo al depósito de la ciudad de Jerez de la Frontera. Al llegar al acuerdo don Fernando VII con el duque de Angulema, éste le devolvió sus poderes absolutos siendo abolida la Constitución, dando fin a la segunda invasión francesa, por ello se le puso en libertad reincorporándose al Departamento de Cádiz.

Se encontraba en éste sin destino cuando le llego la Real orden del 14 de julio de 1825 con la grata nueva de su ascenso al grado de capitán de navío, permaneció en el Departamento hasta serle otorgado en enero de 1826 el navío Guerrero, zarpando de la bahía de Cádiz en misión reservada con rumbo a la isla de Cuba.

Al arribar a la Habana se incorporó a las fuerzas navales del general Laborde, quien estaba en una situación crítica, pues sus fuerzas navales era casi inexistentes quedando la isla a merced de los buques insurgentes, no pudiendo impedir llegaran refuerzos, pero este refuerzo significó mucho y pronto se notó su presencia. Enarboló su insignia el general Laborde en el navío, pasando al puerto de Santiago de Cuba donde se reunió una pequeña división de buques, zarpando rumbo a Jamaica a mostrar bandera, teniendo un gran éxito la presencia naval, pues se calmaron los ánimos de los insurgentes; viendo el resultado se resolvió arrumbar al río Hacha con parecidos efectos y prosiguió a Santa Marta y Cartagena de Indias, puerto donde estaban reunidos la mayor parte de los buques separatistas, quienes ante la presencia del navío decidieron desarmar sus buques y algunos fueron hundidos, comprobando el resultado el general Laborde dio la orden de regresar a la Habana.

Conforme se podía fueron enviadas algunas fragatas desde la península a la isla, consiguiendo reunir una fuerza de un navío, cinco fragatas y una goleta, con la división al completo en agosto se puso a rumbo a La Guaira, pero los días 5, 6 y 7 de septiembre, en el abra de Charleston les sobrevino un huracán, el cual deshizo casi por completo toda la fuerza naval, pues de las fragatas ninguna llegó en condiciones de hacerse de nuevo a la mar y una la Constitución se dio de baja por inservible, el navío quedó mocho y con el timón inutilizado, por esta razón le costó setenta y dos días regresar a la Habana, perdiéndose tan solo la goleta Habanera. En el Arsenal se pusieron a trabajar y se fueron habilitando los buques, ya contando con algunos y principalmente el navío, realizó el general Laborde una campaña sobre Tierra Firme, haciendo escala en Puerto Rico y Curaçao, como la vez anterior sirvió para calmar los ánimos de los insurgentes. Terminada esta nueva muestra de bandera se arrumbó a la Habana, desde donde volvió ha hacerse a la mar, en espera de la fragata Restauración proveniente de la península dando escolta a un convoy, verificado el encuentro en alta mar regresaron todos al puerto de la Habana.

A finales de 1829 quedó relevado del mando del navío, siendo trasportado en la fragata Casilda, como era preceptivo desembarcó en Mahón para pasar la cuarentena, al terminar ésta fue transportado a la bahía de Cádiz quedando desembarcado en el Departamento, recibiendo la Real orden del 30 de octubre de 1830 con la noticia de su ascenso al grado de brigadier.

Permaneció un tiempo sin destino, hasta recibir la Real orden del 7 de mayo de 1833 nombrándole Comandante General del Arsenal de La Carraca. Fue un destino que le vino a su justa medida por su carácter de organizador y meticuloso, cuando precisamente estaba entrando la revolución industrial en los buques y España carecía de casi todo, pero supo estar por encima de su responsabilidad, tanto que, el General del Departamento don Cayetano Valdés elevó al Rey una elogiosa relación de lo mucho y bien que estaba cumpliendo en situación tan difícil, quizás la más difícil de toda la historia de la Real Armada, pues los adelantos eran tan rápidos que lo construido cinco años antes a fecha de hoy (1835) estaba anticuado e inservible.

En enero de 1836 fue nombrado Comandante General del Departamento de Cartagena, al suceder en el verano del mismo año el levantamiento contra el Gobierno, quedando la ciudad y el Arsenal en poder de la Junta, se negó a seguir los pasos de los alzados, quienes le ofrecieron de todo pero nada aceptó, para evitar derramamiento innecesario de sangre presentó su dimisión y se reincorporó a Cádiz. Puesto en conocimiento del hecho el Ministro del ramo don Ramón Gil de la Cuadra, lo premió con el máximo nombramiento de su grado, siendo así Comandante General de las Fuerzas Navales en el Cantábrico. Con esta decisión dejó muy clara su posición de no reconocer más jefes que los naturales de la Corporación, al mismo tiempo, no era de los que medraba por conseguir otros méritos que no fueran los de su ejemplar carrera militar, siendo un gran orgullo y ejemplo para la Armada el haber contado con sus servicios.

Pasó a tomar el mando el 29 de noviembre de 1836, precisamente cuando la ciudad de Bilbao estaba atravesando uno de sus peores momentos. Rápidamente mandó construir cuatro puentes para unir las dos márgenes del río Nervión, facilitado al general Espartero poder llevar a buen término sus operaciones militares.

En la noche del 24 de diciembre, personalmente se puso al mando de las lanchas para dirigir el desembarco de un batallón de Cazadores entre el puente de Luchana y el monte de las Cabras, siendo tan efectivo que reconquistó posiciones permitiéndole mantener una perfecta protección a los ingenieros, logrando estos reconstruir el puente de Luchana durante la noche, por donde al día siguiente 25 de diciembre el ejercito realista consiguió entrar en Bilbao, cogiendo un gran botín en cuanto a armas, cañones y pertrechos de guerra.

Por estos desvelos, arrojo y valor demostrado, así como su significativa eficacia en las órdenes consiguiendo facilitar salvar a tan importante ciudad, el Gobierno lo ascendió casi de inmediato al grado de jefe de escuadra y las Cortes Constituyentes reunidas, lo nombraron «Benemérito de la Patria» Al mismo tiempo se le confirmó en el puesto, participando directamente con sus fuerzas navales en los bombardeos de las poblaciones de Lezo y el puerto de Pasajes; participó en el transporte de tropas del ejército, sobre todo en el traslado de éstas entre la ciudad de Bilbao y San Sebastián.

En el verano de 1837 se puso al mando directo de sus fuerzas en todas las misiones encomendadas; verificó con éxito forzar la barra del río Bidasoa a pesar del fuego de la baterías de artillería que la protegían desde Fuenterrabía, facilitando así su rendición, lo mismo se hizo con las plazas de Irún y Oyarzun, donde desde el mar protegía en avance del ejército.

Prácticamente al acabar la guerra costera y ya no poder apoyar con sus fuegos al ejército, por decidir el general Espartero, ya nombrado Conde de Luchana internarse en tierra, éste le dirigió un escrito en agradecimiento de su buen hacer, el cual entre otras cosas dice así: «Las operaciones de estos últimos días, me conducirán tal vez lejos de las costas del mar Cantábrico; pero al separarme de ellas, puede V. E. persuadirse llevo conmigo el más afectuoso recuerdo del interés, armonía y celo que han demostrado los individuos del cuerpo del digno mando de V. E., tanto en las acciones que tuvieron por resultado el levantamiento del sitio de Bilbao, como en la ocupación de Hernani, Irún y Fuenterrabía; sírvase V. E. manifestarlo así á los beneméritos marinos que sirven bajo su mando, y contar siempre con la consideración y respeto que me inspiran las virtudes, decisión y patriotismo de V. E.»

De esta ó parecida opinión eran todos los generales que habían tenido contacto directo con el general Cañas, entre otros: don Leopoldo O’Donnell, don Rafael Cevallos Escalera, don De Lacy Evans y el Conde de Mirasol. Pero el general Cañas siguió al frente de las fuerzas navales del Norte, por ello el 2 de octubre de 1837 dirigió personalmente el desembarco de tropas en las poblaciones de Ondarrua, Motrico y Deva, pasando posteriormente el 21 seguido a ocupar la población fortificada de Guetaria.

Con los vaivenes de la política de aquellos días (no sabemos si decir: desde siempre) se formó un nuevo Gobierno, presidido en esta ocasión por el Conde de Ofalia, quien eligió a Cañas para ocupar la cartera de Ministro de Marina, Comercio y Gobernación de Ultramar, por ello recibió de S. M., la Real cédula de su nombramiento con fecha del 16 de diciembre de 1837, por ello se puso en camino a la Villa y Corte, donde al llegar tomó posesión de su cargo, al que se sumó por Real decreto del 18 de marzo de 1838 la cartera de Guerra interinamente, por que su titular había acabado de ser herido en combate y no podía tomar posesión del cargo.

Viendo in situ los malos artificios que se utilizaban en la política y no estando de acuerdo con ellos, elevó a la Reina su dimisión, aceptada con fecha del 6 de septiembre siguiente. Recibiendo al mismo tiempo, una misiva laudatoria de S. M., por los buenos servicios prestados a la corona.

No descansó, pues al día siguiente, 7 de septiembre, se emitía una Real orden por la que se le nombraba Comandante General del Apostadero de la Habana. (Entiéndase el traslado, ¡no quieres responsabilidades políticas, pues a Cuba, allí no te molestará nadie!) Zarpó el 17 de noviembre de 1838 arribando a la Habana, tomando el cargo el 26 de enero de 1839, en el cual permaneció hasta la llegada de su sucesor el general don Francisco Javier de Ulloa por haber cumplido el tiempo reglamentario, entregándoselo el 23 de enero de 1842. Su trabajo en aquellos momentos en la isla, era la lucha contra el contrabando y el tráfico de negros que otros mucho más “nobles” ejercían sin titubear, siendo estos mismos los que acusaban a España de ejercerlo. Una vez entregado el mando permaneció en la ciudad y visitó la isla, hasta que pudo embarcarse para regresar, arribando el 15 de junio de 1845 (casi dos años y medio para encontrarle un hueco en un buque para poder volver) a la bahía de Cádiz.

Fue destinado como segundo del comandante General del Departamento de Cádiz, reemplazando a su titular cuando era llamado a la Corte. Fue creada el 12 de diciembre de 1844 una Junta, la cual se puso en marcha entrado el año siguiente, al llegar se le añadió el cargo de presidente, ésta estaba encargada de realizar el trabajo de revisar los nuevos Reglamentos con respecto a los armamentos de los buques y cantidad de pertrechos en todos los portes, pues el avance continuado de las nuevas técnicas había dejado obsoleto el anterior. Encontrándose en estos trabajos, recibió una Real orden del 11 de agosto de 1845, ordenándosele presentarse a S. M., en la Villa y Corte, de quien recibió otra Real orden del 27 de septiembre siguiente, por ella la Reina doña Isabel II le nombraba Consejero Real, tomando posesión de este alto puesto el 25 de noviembre seguido.

En este alto cargo recibió la Real orden del 10 de octubre de 1846, con su ascenso al grado de teniente general, prosiguió en su alto puesto de Consejero y se le notificó por otra Real orden del 17 de octubre de 1849 su nombramiento como Senador del Reino, en agradecimiento de la Soberana a toda una vida dedicada casi por completo y con sobradas pruebas de lealtad a la corona. Continuó en su alto cargo de Consejero Real, éste tenía gran parte de la responsabilidad del buen Gobierno de la nación, por ello no dejaba de ser una pesada carga en tiempos tan turbulentos y de la Junta del Reglamento.

Ocupando estos altos puestos a las veinte horas del 20 de diciembre de 1850 le sobrevino el fallecimiento en su domicilio, contaba con setenta y cuatro años de edad, de ellos más de cincuenta y nueve de inigualables servicios, a pesar de la intensa y persistente precariedad de medios en la época que le tocó vivir.

Entre las muchas condecoraciones que poseía por su extensa carrera y haber vivido una de las peores épocas de toda la Historia de España, contaba con las particulares de todas las victorias de la guerra civil, pudiéndose destacar la; Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.

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Ramírez Martín, Susana María.: La Salud del Imperio. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Fundación Jorge Juan. 2002. Primer premio a la «Mejor Tesis doctoral» 2001 de la misma Fundación.

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